Era una tarde, tranquila y aburrida de principios de julio. No hacía otra cosa que leer tranquilamente en mi sillón, en el patio de mi casa, cuando la voz de mi madre rompió mi tranquilidad:

            – Antonio, haz el favor de instalarle la tele pequeña a la vecina Lorena, que ha tenido un problema con la suya.

            Yo, Antonio, soy un chaval, de veintidós años, moreno, alto, más o menos delgado y bastante tímido, cuya experiencia con las mujeres se resume en haberme enrollado con tres tías en la universidad, y haberme acostado un par de veces con dos de ellas. No era, desde luego, lo que se considera un Playboy.

            No me hacía ninguna gracia levantarme de mi sillón, relajado como estaba, pero no solía desobedecer a mis padres, además, era una buena acción, y además, era por mi vecina.

            Mi vecina Lorena era una deliciosa pelirroja de unos treinta y pocos años. La cara de la chica no era ninguna maravilla, aunque por las pequitas que la adornaban tenía cierto morbo; pero su cuerpo era otra cosa bien distinta. Era alta y delgada, de complexión atlética, por las largas horas que pasaba caminando debido a su trabajo (es repartidora), y su culo, en consecuencia, estaba bien paradito y en su sitio. Y sus tetas, joder sus tetas. Esas tetas llevaban siendo mi perdición desde que tengo uso de razón para hacerme pajas. Unos senos enormes, bien colocados, aún erguidos, con unos pezones bien grandes (al menos en mis fantasías); y que dejaban un canalillo que ella no solía ocultar tras la ropa.

            Además, si bien no lo sabía (aunque estaba cerca de descubrirlo), las habladurías decían que la chica era un poquito fresca, y cambiaba de compañía con frecuencia; además de que no le hacía ascos a los chicos jóvenes.

            Así las cosas, no me negué y, cogiendo el electrodoméstico, encaminé mis pasos hacia la casa de mi vecina. Llamé a la puerta cargado con el pesado aparato (las televisiones antiguas son bastante pesadas), y tras unos pocos segundos, salió a recibirme.     

            Estaba acostumbrado a verla, casi a diario, y siempre vestía de la misma manera, pero eso no evitó que diera un pequeño saltito a la par que mis ojos se desviaban. La pelirroja me recibió ataviada con unos leggings por la rodilla azul oscuro, la melena rizada recogida en un simple moño, y una camiseta naranja de tirantes que dejaba todo su escote a la vista.

            – Ay, hola vecino, gracias por venir, de verdad- dijo alegrada al verme mi vecina.

            – No hay de qué Lorena, además esta tele estaba en mi casa muerta de risa, ya no se usa- contesté intentando recomponerme tras la preciosa estampa que me había ofrecido.- ¿Dónde la dejo?- pregunté mientras entraba en su casa, una pequeña vivienda en planta baja de dos habitaciones.

            Seguí a la chica hasta el salón, sin dejar de observar el bamboleo de sus nalgas bajo los leggings, a la par que advertía que llevaba un tanga estrechito, lo que no hizo sino aumentar mi calentura.

            La verdad es que, aunque la conocía de toda la vida, no había una gran relación entre nosotros, debido a la diferencia de edad; y el encontrarme solo con ella en su casa hizo que estuviera como una moto.

            Para intentar tranquilizarme, intenté darle un poco de conversación mientras comenzaba a instalar el aparato:

            – Bueno Lore, ¿qué es lo que le ha pasado a tu tele, está rota?

            La chica, con el rostro colorado de rabia, me contó su historia desde el sillón, detrás de mí:

            – Madre mía vecino, el cabrón de mi novio, me ha dejado, y además se ha llevado todo lo que le ha apetecido, porque según él, “es suyo”. No me ha dejado nada, a parte del secador y las bragas.

          -“Vaya, justamente necesitaba yo hablar de tus bragas, para tranquilizar esto”- pensé mientras buscaba un enchufe.

            – Es que los hombres de ahora son unos cabrones, todos van buscando lo mismo, un par de polvos, y si te he visto, no me acuerdo. Yo no sé dónde encontrar un hombre de verdad, que valga la pena; responsable, amable, trabajador… Alguien como tú.

            Al escuchar esto, el corazón me dio un vuelco, pero intentando tomármelo a broma, contesté riendo.

            – Bueno Lore, yo solo soy un crío a tu lado, no creo que te interesase mucho un chaval como yo, damos más problemas de los que quitamos.

            La voz de mi vecina se iba tornando dulzona y provocativa mientras me hablaba.

            – Vamos Antonio, no seas modesto, seguro que sabes todo lo que hay que hacer para que una mujer esté contenta contigo, ¿verdad?

            No me podía creer la situación en la que me encontraba, era una de las fantasías que ideaba mientras me masturbaba pensando, precisamente, en ella. Pero con la diferencia de que esta vez era real.

            Terminé de instalar la televisión y me giré para coger el mando a distancia, cuando, de repente, me quedé absolutamente de piedra:

            – Bueno Lore, esto ya está, ahora si quieres te busco los canales…

            No pude articular más palabras ya que, al girarme, me encontré a mi vecina Lorena, la tetona en la que pensaba mientras me la machacaba, en sujetador, sentada en el sillón, mirándome fijamente.

            Tuvo que ser ella quién, levantándose y acercándose a mí, dijera la primera palabra:

            – Vecino, ¿qué te pasa? ¿Acaso te doy miedo?

            Mientras lo decía, se pegó a mi cuerpo totalmente. Mis ojos se perdieron entre ese inmenso canalillo que dejaban esas dos maravillas de la naturaleza, apenas sujetos por un sujetador azul marino.

            – No… no… Para nada… Es solo que… me has sorprendido- dije tragando saliva y articulando las palabras como buenamente pude.

            La pelirroja, riéndose, me agarró entre sus brazos y, tirando de mí, me sentó en el sillón, poniéndose sobre mi regazo.

            Allí, empezó a besarme con pasión, devorándome la boca. Mi lengua jugaba con la suya en nuestras bocas, con una rapidez y una presión a la que no estaba acostumbrado.  

            Las manos de mi adorada vecina no eran menos, y mientras una se agarraba a mi culo, la otra ya estaba dentro de mi pantalón, agarrando mi polla, que obviamente estaba dura como una piedra.

            Yo, viendo las intenciones de Lorena, decidí hacer lo mismo, y empleé mis dos manos en agarrar sus senos, esos que me llevaban por el camino de la locura desde hace tanto tiempo, que llevaban siendo mi pasión desde que tengo uso de memoria.

            Los saqué de su encierro e, involuntariamente, dejé de besar a Lorena. Mis ojos y todo mi cuerpo se quedaron embelesados, viendo los maravillosos pechos con que la naturaleza había dotado a esa pelirroja putilla. Eran blancos como la leche, de gran talla (una 110, según me dijo en otro encuentro), surcados por unas pocas pecas, y con unos pezones grandes y rosaditos, con grandes aureolas, que no eran sino la joya de la corona.           Mis manos los masajearon, recorriendo cada centímetro de ellos, mientras, recuperando la cordura, la volví a besar mientras ella reía, divertida por mi inexperta excitación.

            Sus tetas eran dulces y blandos paraísos donde mis manos iban y venían, mientras yo estaba en el cielo. No obstante, había algo de ella que también me interesaba, y mucho. Así que, con lentitud, fui bajando mi mano derecha por su vientre hasta llegar al principio de sus leggings. Ella se levantó para facilitarme la tarea de bajárselos, dejando a la vista un tanga azul marino, a juego con el sostén que yacía en el suelo.      

            El tanga también bajó, dejando a la vista algo que no esperaba. El coño de mi nueva amante no estaba depilado totalmente, como yo pensaba (ya que así lo estaban todos los que había visto), sino que tenía una zona, encima de su clítoris, con vello rizado pelirrojo, bien recortado.

            La verdad es que fue la gota que colmó el vaso de mi excitación, si es que ya era posible y, volviendo a sentarnos, saqué mi polla de su encierro. No era una verga digna de admiración, era más bien normalita, pero a Lorena no pareció importarle.

            La asió con ansia y la acercó a su entrada, que estaba bastante mojada. Se subió encima mío, y poco a poco se fue introduciendo todo mi pene dentro de su coño.

            – Esto es la hostia…- fueron las únicas palabras que conseguí articular, además de gemidos.

            – ¿Te gusta, verdad, vecinito?- decía Lorena con esa voz de putón que no le había oído nunca. – Te tenía ya ganas desde hace tiempo, desde que un día te vi pajearte desde la ventana mientras me veías cambiarme.

            Supongo que me puse rojo por la pillada, pero ni a ella le importó ni a mí tampoco. Simplemente seguimos follando, disfrutando ambos de un encuentro que ansiábamos desde hacía tiempo.

            Mientras ella me cabalgaba, yo besaba, lamía, mordía y disfrutaba de sus enormes pechos. Los gemidos que emitía aquella mujer eran música para mis oídos, y la expresión de placer que se dibujaba en su cara con cada embestida, la mejor imagen del mundo.      

            Ella iba marcando el ritmo, y cada vez iba más rápido. Yo estaba cerca del clímax, y ella también, y se lo dije.

            – Lore… voy a… ah… a correr… meee- dije como pude, entre gemidos.

            Entonces, ella, mirándome, se arrodilló delante de mí y me pajeó, todo lo fuerte que pudo, para después hacerme una cubana. Creo que es la imagen mejor imagen que he visto nunca, y ella lo sabía. Mientras reía, empezó a chupar la punta de mi glande con su lengua.

            – Vamos vecinito, dame lo que tienes para mí- dijo con esa voz que me llevaba loco.

            Esas palabras fueron más que suficiente para que, como una bomba de relojería, estallase sobre su cara, su pelo, su boca y sus pechos, en un mar de semen caliente y espeso, que ella recogió con deseo.

            Lo cogió entre sus dedos, limpiándose las tetas, y los llevó a su boca, disfrutando de mi semilla. Entonces mi vecina se acercó a besarme y yo, lejos de rechazarla, la recibí encantado, mientras disfrutaba del sabor de mi semilla mezclado con su saliva ardiente de deseo.     

            Tras esto, volvió su boca hacia mi pene, ya alejándose de su erección, y se lo metió entero a la boca, para limpiarle hasta la última gota que pudiera quedarle.

            Riendo, y sabedora de que me había regalado la mejor, experiencia de mi vida, comenzó a vestirse.

            – ¿Podré volver a visitarte?- dije con la timidez de un chiquillo.

           Ella volvió a reír, a carcajadas esta vez y, besándome por última vez ese día, dijo:

       – Claro vecino, hay muchos aparatos en esta casa que se rompen, y necesitaré que los arregles.

3 comentarios en “Relato erótico: “Vecino, instálame la tele” (PUBLICADO POR ELTIMIDO)”

  1. Como administrador de esta web, te doy la bienvenida y te agradezco que confíes en nosotros para publicar tus relatos. Queremos avisarte que si en algún momento deseas que eliminemos un relato o todos, solo tienes que pedirlo.
    Un saludo

    Golfo

  2. Golfo ahora comprendo que ya no publiques en el otro sitio de todorelatos, pero como mencionabas este sitio ya te encuentro aqui. Y me gusta la web por los relatos con fotos.

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