Acto 1. Cálculo complejo.

El salón recibía elegante el final de la tarde. Los últimos rayos de sol se colaban formando ángulos obtusos sobre los muebles de madera noble, dejando los jarrones, cuadros y al espejo en sol y sombra. La soledad de la ciudad permitía que solo se colara el canto de las golondrinas al atardecer. Domingo maldito de verano, lejos del mar, sobre las calles peatonales de la pequeña ciudad.

Pocas nubes en el cielo, formando una extraña espiral, como una puerta a otro mundo. Apuró el Whisky y notó como una sombra recorría el salón. Tuvo un susto momentáneo, antes de ver la silueta de su madre aproximarse a través de la primera oscuridad de la noche, o la última claridad del día.

– Bebiendo otra vez.

No fue ni una pregunta ni un reproche. Solo se limitó a decir lo que su hijo hacía, beber otra vez. Volvió a su hogar hacía cuatro años, víctima de una dolorosa separación. No tuvo más opción pues era un vago de treinta y tantos años que nunca trabajó; despreocupado por la fortuna que heredará. Ahora de nuevo en la mansión familiar, con su madre y con su padre, el cual no pensaba ejercer su próxima jubilación, adicto al frenético trabajo que le llevaba a estar largas temporadas fuera del hogar.

Ahora era una de esas temporadas.

Mansión familiar, ángulos de sol desde la mañana, luna inundada en la noche. Ocupa toda la planta de un histórico edificio rehabilitado de un piso, sobre un local comercial en alquiler. Seis habitaciones, dos salones, dos cocinas, cuatro cuartos de baño, amplia terraza. Primera y única planta. Frente al campanario viejo, objetivo de los objetivos fotográficos de cuantos turistas se aventuraran en las estrechas calles peatonales de la parte vieja de la ciudad.

El campanario marcó la hora de las sombras una noche más, provocando el último vuelo errático de un grupo de palomas, que buscaron acomodo en la cercana repisa del ayuntamiento.

Se giró pero su madre ya no estaba ahí. Miró la copa vacía, melancólico y abatido. Solo hacía beber y esperar que pasase el tiempo, sin deseos ni emociones. Tétrico. Solo se sentía un poco mejor al llegar la noche y saludar a la luz plateada de la luna, proyectando difusas sombras sobres las paredes de la mansión.

En las noches se sumergía en las profundidades de su pensamiento, mientras regaba con whisky sus recuerdos y anhelos. A veces sentía una sombra atravesar algún espacio alrededor, pues a su madre no le gustaba encender la luz para no molestarle, ella solo ocupaba su habitación de matrimonio y una pequeña sala contigua con todas las comodidades, como si de un lujoso hotel se tratara, con cocina y baño próximo. Pero sólo era así cuando estaban solos. Ambos se recluían sobre sí mismos, tratando de vencer sus deseos y miedos

Al hijo las largas ausencias del padre le causaban una extraña sensación. Solía sentarle peor la bebida, con una mayor ensoñación y confusión. Tal vez bebiera más, pues no soportaba la idea de envejecer junto a su madre, la cual también envejecía, aunque buscaba detener el tiempo en sus cincuenta y cinco años de apariencia decente.

Todas las ventanas abiertas, el calor cediendo a la noche, las calles desiertas. El campanario parecía respirar observando en silencio la ventana a través de la cual lo miraba. El alcohol le adormecía sin tener sueño, se apoderaba cada vez más de sus miedos y deseos. Las sombras crecían de un lado a otro.

Apenas quedó dormido un instante, sentado en el sofá. Se despertó con el estruendo del vaso al romperse en mil pedazos contra el suelo de mármol italiano. Miró alrededor, solo pudo ver la sombra salir apresurada del salón y perderse por el corredor hacia la otra zona de la mansión. Lo demás permanecía igual, la luna plateaba los muebles y esquinas de la casa, y en el exterior solo se intuía el respirar del viejo campanario.

Caminó despacio siguiendo el camino por el que intuyó ver marchar la sombra. Tuvo un potente recuerdo de haber soñado con ese momento, o de haberlo vivido varias veces. Es como si cada paso, cada esquina tétrica del corredor, cada estancia poco iluminada que miraba al pasar, como si todo eso lo hubiera visto con anterioridad. Al llegar a la última esquina se detuvo. Al fondo a la derecha, frente a la habitación de matrimonio, una luz tenue y azul asomaba del resquicio de la puerta de la habitación de invitados, marcando el mismo ángulo que marca la luz del sol con las cortinas en cada atardecer.

Despacio llegó y asomó débilmente la vista hacia el interior de la estancia. Sus ojos se tiñeron de azul, impregnados del color intenso que presenció. La luz de la lamparita azul, sobre la mesita de noche que separa ambas camas. Una de las camas bien hecha con sábanas blancas, la otra desecha con sábanas azules. Sobre ella su madre, recostada con su espalda sobre el cabezal, vistiendo un suave camisón de seda azul, con las piernas cruzadas mostrando un muslo blanquecino. Siguiendo la línea de sus piernas pudo ver sus delicados pies, cuyas uñas estaban pintadas de azul.

Permanecía quieta, mirando a algún punto determinado de la pared de enfrente, tal vez a la puerta, tal vez le miraba a él, no podía determinarlo pues su cabello negro había sido sustituido por una peluca azul, que le caía sobre el camisón escotado y su cara, dejando los ojos ensombrecidos, que parecían poder mirarle por la posición de la cara, pero tal vez no.

Era su madre, convertida en una enigmática sombra azul. Esa imagen también le vino con un potente recuerdo, como si lo soñara cada noche; seguramente lo estaría soñando en ese instante. Cerró fuerte los ojos intentando despertar, pero al abrirlos se tiñeron de nuevo del omnipresente color.

Su madre era baja, algo entrada en carnes pero esbelta, de piernas bellas y muslos regordetes, pechos generosos y figura lo mejor cuidada posible por las dietas y las sesiones del gimnasio. Pero ahora parecía otra mujer, una especie de reina y diosa del color del cielo en mitad de la tarde. El efecto de la luz, del color de las sábanas, de su camisón de seda y peluca, le hacían mimetizarse en el entorno como un camaleón, como en una realidad paralela. Su blanca piel relucía suave y contrastada, las piernas, el escote y la cara oscurecida.

Se adentró despacio. Sin duda todo eso ya lo había vivido o soñado antes, pues cada segundo transcurrido en aquella atmosfera azul lo recordaba con una nitidez tan difusa como la copulación entre madres e hijos para salvar a la humanidad en un apocalipsis, que obligara a las familias supervivientes a permanecer recluidas en sus mansiones.

Se adentró despacio, cerrando la puerta. Ahora todo era artificial y cálido. Atmósfera viciada del color de las profundidades de los océanos. Se detuvo ante la cama. Notó como su madre giró la cabeza hacia él, ahora pudo ver su cara iluminada por la lámpara. Piel azul, ojos azules, pestañas azules, labios pintados de azul. Se limitó a sostenerle la mirada, sin hablar ni pestañear, parecía que incluso sin respirar.

De repente su madre habló.

– Fóllame.

Despertó.

Su habitación le recibió calmada. Miró en derredor, no sabía cómo había acabado allí, lo último que recordaba es estar sentado en el sofá del amplio salón, en la soledad de la noche. Sin duda había vuelto a beber demasiado whisky.

Intentó dormir pero no pudo, el sueño le había dejado tocado. Una potente erección le incomodaba, y el recuerdo de su madre convertida en la sensual y misteriosa mujer azul le invadía la mente de vigilia.

Avanzó despacio y desnudo, tal y como dormía, en la oscuridad de la noche. Su pene se proyectó sobre la pared blanca del corredor antes de su perfil al pasar por la puerta del salón, con las cortinas descorridas. Al llegar a la última esquina se sintió extrañamente decepcionado al no ver la luz azul saliendo de la habitación de invitados. Todo estaba a oscuras y la única luz era la plateada lunar que se colaba sin pedir permiso por cada resquicio.

La puerta de la habitación de sus padres estaba entreabierta, así que se asomó y adentró lentamente. Ella reposaba sobre la cama, con la ventana abierta y la luz de blanca iluminando completamente la estancia. Parecía haber más claridad que fuera, pero ni rastro del azul, cuyo trance le había hecho ir hasta allí de forma mecánica, sin pensar, como movido por una extraña fuerza. Ahora estaba despierto y su madre dormía plácidamente sobre la amplia y lujosa cama, boca abajo, pegada al lado más próximo a la puerta por la que acababa de entrar.

Vestía camisón de seda blanco, curiosa combinación con la blanquecina luz de la luna llena. Como en el azul del sueño. Pero ahora sus ojos no podía verlos por la sombra que provocaba en su cara su larga melena morena, teñida hasta eliminar hasta el más mínimo resto de cana.

Dormía, aunque no la escuchaba respirar.

– ¿Mamá? – Susurró.

Ella ni se inmutó. Una brisa se coló por la ventana, empujando a las cortinas en una danza suave, resbaló sobre el cuerpo de su madre, acarició la seda de su piel y la tela de seda blanca como la luna, siendo la misma brisa la que inundó su cuerpo musculado y desnudo, reavivando inesperadamente la descomunal erección.

Recordó lo que ella le susurró en el sueño. “Fóllame”. No podía creer lo que le pasaba por la mente hacer. No era capaz de decidir si estaba bien o mal.

Ella le estaba esperando desde hacía meses. Había sentido un primer impulso de deseo hacia su hijo recién reinstalado este de nuevo en el hogar. De repente un hombre joven, guapo, musculado, parecido a su padre pero mucho más joven y apetecible. La evolución de la especie; era el nuevo macho alfa. En el mundo animal se habían desechado del macho alfa anterior, magullado y envejecido, y la hembra hubiera dominado al joven, dando igual que fuera o no descendencia suya. Pero el ser humano es más complejo, la evolución nos ha llenado de cargas y tabús; hasta el punto de que una mujer se sienta avergonzada de sentir algo tan natural, animal y humano.

Se obligó a apartar esa idea de su mente y lo consiguió durante un tiempo, pero siempre le volvía el deseo. Esto, unido a que su marido estaba casi todo el tiempo fuera de casa, y de que ya apenas hacían el amor, hizo que ella se mirase un día de forma intensa en el espejo y decidiese actuar.

Contactó con mujeres incestuosas en internet, pero no les convencían sus opiniones y sugerencias para acercarse a su hijo. Hasta que conoció a Anne, una psicóloga en los cincuenta que gozaba de una saludable vida sexual con su hijo varón mayor, a espaldas de toda la familia. Y la técnica que usó para acabar atrayéndole a su cama, la cual desarrolló durante meses, en un lapsus temporal en el que su hijo fue a vivir a su casa por motivos personales.

El caso de Anne era muy similar al suyo, con la diferencia de no poder estar ella disfrutando de su apuesto hijo. Anne le contó como lo consiguió. De forma discreta, con mucha paciencia y trabajo, con mucho tesón; pero Anne le aseguró que, más pronto que tarde,su hijo estaría follando su mojado coño maduro, cada día, como si no existiese un mañana.

Y allí estaba. De pie, desnudo y empalmado, justo al lado de su cama, mientras ella se hacía la dormida con un ojo entreabierto, protegido por la oscuridad. Nerviosa y deseosa, pero cauta. Le dejaría hacer. Si no se atreviese seguiría insistiendo hasta que diera el paso. Si algo había aprendido en esos meses de terapia, era a tener paciencia para poder conseguir algo que verdaderamente deseaba. Tenerlo allí desnudo y empalmado, a menos de un metro de su cuerpo ardiente, era lo más cerca que había estado nunca de conseguir su objetivo; follar con su hijo hasta desfallecer, beber todos sus líquidos y llenarse de él cada día. Morir por él si hiciese falta.

Se fue y volvió a su cama. Su ansiosa madre quedó defraudada y mojada. Pensando en que había faltado poco, quedó dormida tomando nota mental de contactar con Anne al día siguiente para comentarle el progreso y trasmitirle sus dudas de que finalmente pudiera conseguir nada.

La mañana era húmeda. El verano hacía todos los días iguales, aunque había algo de más ambiente en las estrechas calles peatonales de la ciudad vieja, con los comercios abiertos.

Él, a quien me he referido como él hasta ahora, se llama Edipo, y conserva la masculinidad filial apetecible, mezcla de músculo y calma infantil en la mirada. Ella, a quien me he referido como ella, se llama Tormenta, y sus cabellos y ojos negros son como nubes cargadas de lluvia, siendo sus curvas, generosas y atractivas, como las olas del mar furioso; reclamando fertilidad a los Dioses, deseosa del hijo en edad de procrear.

Desayunaron juntos, sobre la mesa de la cocina que usaban habitualmente. Apenas hablaron, cada uno en sus pensamientos. Edipo no estaba seguro si todo había sido un sueño. Tormenta daba vueltas a la cabeza, evitando mirar a su hijo.

Edipo fue al gimnasio y Tormenta se quedó en casa, tomando nota mental de cosas que quería hacer para continuar con su plan.

Cuando llegó Andrea, la mujer encargada del servicio diario (limpieza más cocina cada mañana), Tormenta se ausentó y fue al despacho de su marido, en el cual solía estar cuando él no estaba en casa.

Lo primero que hizo fue telefonear a su marido para confirmar que tendría algunos días más. Este le comentó que su hoja de ruta seguía intacta, estando fuera de casa, de la ciudad, del país y del continente hasta el siguiente lunes. Sí, toda una semana para que tormenta pudiera subir la apuesta, nunca sabía cuándo podría llegar la siguiente oportunidad en forma de ausencia del antiguo macho alfa.

Lo siguiente era abordar el plan, en el que nunca había avanzado tanto, como la noche anterior, en los casi diez meses que llevaba de intentos interrumpidos cuando no estaban los dos solos en casa. Necesitaba pensar con frialdad y contactar con la misteriosa Anne.

Se encerró en el despacho, se acomodó en la lujosa mesa de roble y abrió su portátil. Lo primero que hizo fue mandar un correo a su ayudante y cómplice.

” Anne, necesito hablar contigo. Ha habido avances y creo que ha llegado el momento de ir a por todas. Me gustaría charlar contigo, ¿quizá en una hora?. Tormenta.”

Cerró el correo y abrió el archivo oculto donde se registraba todo el plan y los pasos dados. Estuvo un rato pensativa. Su amiga le dijo en una ocasión que había un medio de ir más rápido pero que no era aconsejable, el cual le explicó ante su insistencia; pero le aseguró que lo ideal era seguir el plan poco a poco, con paciencia y rutina; y que si así no conseguía nada es que quizá lo mejor sería dejarlo. No obstante siempre le había transmitido mucha confianza. Pero la noche anterior había estado muy cerca y sentía que si no lo conseguía pronto, antes de que volviese su marido, quizá el barco zarparía para siempre y ella se quedaría con la miel en sus labios, la miel dulce y varonil de su único hijo.

Dedicó un rato a repasar el plan por enésima vez.

Todo se basaba en el subconsciente y en la química. Ni más ni menos. Anne le envió unas misteriosas pastillas, prohibidas en todo el mundo pero, según ella, usadas de forma secreta por gobiernos para sonsacar información a presos políticos. Ella las llamaba “pastillas para soñar”. Al parecer el uso prolongado de ellas al dormir va eliminando poco a poco el sentido común y el control sobre sí mismo de la persona que las toma, potenciando a la vez el área del cerebro destinada a los deseos. De forma que, bien usadas, podrían hacer actuar, o hablar, a alguien de forma guiada previamente, y haciendo que esta persona lo percibiera sin sentido común, como si de un sueño se tratara. De hecho, lo vivido durante el efecto de éstas, unas ocho horas, era percibido como un sueño por parte del afectado; no sabiendo separarlo de la realidad.

Así que, en cuanto las tuvo, empezó a dárselas, vaciando el polvo en uno de sus whiskis diarios del anochecer, aprovechando una de las veces que iba al baño; escondida en la oscuridad, moviéndose como una sombra.

Pero el efecto químico no era suficiente, se necesita de un apoyo psicológico, trabajando pacientemente el subconsciente durante un tiempo indeterminado. A veces funciona en días, otras en semanas, otras en meses, otras jamás. Anne le aseguraba que a ella le funcionó y le sigue funcionando, teniendo sexo cada vez que ella quiere, sin que su hijo sepa con seguridad si lo está viviendo o es solo un sueño, habiéndolo convertido en una especie de follador zombie, llenando sus antiguas madrugadas de divorciada en un desenfreno de sexo sin tabú. Justo lo que quería Tormenta, por eso se había sentido tentada por el método, hasta el punto de ponerlo en marcha.

La química de las pastillas cuadricula perfectamente la mente y hace que cualquier idea, o deseo, pueda ser fácilmente introducido en ella durante el periodo de máximo efecto. Normalmente el máximo efecto se produce en el momento de máxima subconsciencia, es decir, al dormir.

Inicialmente hay que introducir lo que Anne llamó, “el decorado”. Repetir suavemente algo que él localice rápidamente, para que todo lo posterior gire en torno a ello. Puede ser un color, un lugar de la infancia, un número. Tormenta eligió el color favorito de su hijo, el azul. Así que durante meses, con la voz más cálida y sensual que pudo, estuvo repitiendo la palabra “azul” al oído de su hijo mientras dormía profundamente bajo los efectos de las pastillas.

Edipo no tardó en soñar en azul, música azul, calles azules, recuerdos en azul. Se trataba de introducir ahora la imagen de Tormenta en mitad de aquel azul, hacer que soñase con ella. El azul se convirtió en “mama azul” durante semanas.

Cuando Anne lo vio oportuno le dijo que había llegado el momento de dar el último paso que ella podía dar, el más arriesgado dentro del poco riesgo que el método empleaba. Se trataba de que se mostrase mínimamente de la forma más erótica que pudiese, además de aumentar la apuesta de lo que le susurrase al dormir. Así que durante los días en los que estuvieron solos, ella se dejó ver de las formas más accidentales y eróticas que pudo. Auparse en la cocina simulando coger algo hasta quedar sus nalgas desnudas al aire, agacharse en el salón, ante él, simulando limpiar el suelo hasta mostrar su trasero con tanga o braguitas diminutas. Salir de la ducha desnuda, pensando estar sola en casa,….. Y por las noches, bajo el efecto de las pastillas, trabajar su deseo de forma más directa. “azul”, “mama azul”, “luces azules, cama azul”, “folla a mamá”, “fóllame”, “fóllame”.

Tras meses así, y tras el último fóllame, cuando de nuevo se acostaba sin esperar gran cosa, fue cuando apareció su hijo por la puerta de su habitación, desnudo y empalmado. Su coño se mojó al instante, quedando totalmente empapado cuando él se marchó de nuevo, dejándola con el corazón palpitando de forma salvaje, como su sexo, como su deseo.

Por eso deseaba rematar la faena cuanto antes, temerosa que volviese su marido y el nuevo parón hiciese retroceder todo lo avanzado de nuevo.

El problema de ella era que no podía hacerlo de forma constante, solo en las ausencias de su marido. Por eso temía que jamás diese resultado. Pero ahora, tras lo vivido la noche anterior, pensaba que era el momento de aumentar la apuesta, corriendo con los riesgos que ello implicaba.

Miró el reloj del portátil, había pasado casi una hora. Abrió el correo, Anne le había respondido casi al instante de ella escribir:

“De acuerdo, en una hora chateamos. Quita de tu cabeza la idea que tienes. Anne”.

Entró en el chat privado donde charlaban, su compinche ya estaba ahí. Le pinchó en privado.

Tormenta – Hola.

Anne. – Ah, hola cielo. Te estaba esperando. ¿Me cuentas ese avance?. Estoy muuuuuy intrigada.

Tormenta le contó todo lo acontecido. Anne tardó en responder.

Anne- ¡Eso es genial!, ya lo tienes en el bote cariño. Solo has de tener un poco más de paciencia. En pocos días lo tendrás follándote como un animal, ya lo verás. Incluso es posible que sea esta noche.

La idea de que su hijo la follara como un animal le hizo sentirse caliente, mojando las bragas bajo el camisón de dormir que aun tenía puesto.

Tormenta.- quiero que sea ya, mi marido viene dentro de una semana. Tiene que ser ya, voy a dar el paso.

Anne.- No, no lo hagas es muy peligroso. Me arrepiento de haberte hablado de esa otra posibilidad. Céntrate en el método; llevas meses de paciencia y estás más cerca que nunca. No lo hagas ya sabes qué es lo que puede pasar así que……

Tormenta se desconectó, dejando a Anne escribiendo sola.

Se sentía motivada y caliente como una perra. No iba a tocarse, pensaba mantener esa calentura todo el día hasta la noche. Estaba totalmente decidida, pensaba que era buena idea contar con la ayuda de Anne pero ella no estaba por la labor, así que se centró en volver al archivo oculto y leer bien lo que ella le había contado sobre el plan alternativo.

Básicamente era lo mismo, pero con más dosis de química y una mayor profundización del subconsciente mediante una técnica de hipnosis, la cual estaba totalmente detallada. Según le dijo eso daría resultado inmediato, en una semana como máximo, pero había riesgos que no podían ser obviados. Desde problemas para despertar, sonambulismo extremo con locura transitoria, hasta posible entrada en coma.

Imprimió la técnica de hipnosis para repasarla durante el día. Antes de cerrar el ordenador vio que su bandeja de correo seguía abierta, en ella varios correos de Anne con asuntos de advertencia con palabras apocalípticas. Los borró sin leer, segura de que lo que quería era llamar su atención para que pinchase; no iba a conseguir que su hijo no entrara dentro de ella. Estaba tan excitada como decidida.

Según el manual que Anne le hizo llegar, con esa técnica el objetivo se puede conseguir inmediatamente, en dos o tres días a lo sumo, siempre y cuando se hubiera hecho todo el trabajo previo que ella llevaba. estaba orientado a acortar plazos y asegurar el éxito, pero no era recomendado por los peligrosos posibles efectos secundarios.

Fue a su espejo preferido. Se miró durante un rato fijamente a los ojos. Cada vez se veía más envejecida, en pocos años ya no interesaría a los hombres. Respiró profundamente y decidió hacerlo esa misma noche.

Su hijo regresó de ejercitar un poco más los músculos. Como de costumbre se evitarían, perdidos en aquella mansión, cada uno en un extremo, ocupando Edipo la zona principal del salón y la terraza, además de su cuarto. Andrea había dejado comida preparada antes de irse, así que comerían por separado y a horas dispares, como habitualmente hacían. Pero Tormenta no pensaba comer, toda su atención y estómago estaban centrados en lo que se traía entre manos.

Su hijo ya había comido y ahora miraba una película en la pantalla del salón. Tormenta se sirvió una copa de vino tinto francés de la bodega de su marido y se sentó en la butaca de la salita contigua a su dormitorio. Tranquilamente se puso a leer con detenimiento los papeles de Anne, con todo lo que debía hacer.

Se aconsejaba ración triple de pastillas a lo sumo. Una dosis superior podría dar problemas de absorción metabólica. La autonomía seguiría siendo de unas ocho horas, pero el nivel de exposición mental del paciente sería mayor, convirtiéndose en poco menos que una marioneta, con todos los sentidos del miedo y el ridículo desbloqueados, y la cuadrícula del deseo potenciada.

Pero lo más importante, de nuevo, era el trabajo psicológico de su subconsciente durante el sueño; convertido ahora en una especie de sesión de hipnosis.

El trabajo previo era indispensable, si todo lo que había avanzado nada de lo que iba a hacer tendría sentido, y él lo percibiría como una especie de sueño extraño y estrambótico. Así que gran parte del trabajo ya estaba hecho.

Se trataba de ir psicológicamente a por todas. Había que hablarle mucho, hacerle regresar al azul, del azul a ella y una vez allí hacerle imaginar cómo sería estar con ella en una completa sesión de sexo; para ello tendría que tener inventiva y contarle toda una historia de sexo con ella; lo cual sería su sueño en ese instante. Otra salvedad es que había que introducir palabras subliminares relativas al diablo y el infierno, en mitad de la historia. Desconocía el motivo, pero pensaba seguir los consejos a rajatabla. Una vez detallada la historia hasta el final tendría que darle a beber parte de su sangre, sangre de Tormenta. Y luego irse y esperar. Lo más normal es que Edipo fuese hacia ella en estado de sonambulismo, pero sin titubear. Lo peor que podría pasar es que nunca más despertara del sueño; aunque esto último no formaba parte de sus opciones.

Acto 2. El despertar.

La tarde de nuevo caía de forma irremediable. Edipo estaba postrado ante la ventana del salón, como cada ocaso, mirando al campanario. Las sombras obtusas volvían al interior como espíritus que acechan. El ruido de los cubitos chocando entre sí, y con las paredes del vaso, marcaba la tintineante banda sonora del final de cada día, y el saludo a la clara oscuridad de la luna; llena en aquellos días.

Apuró el primer vaso y se volvió camino del mueble bar para echarse más. Dio un brinco asustado, no esperaba la figura de su madre en pié en mitad del salón, impávida cual si llevase ahí largo rato observándole, como una aparición. La sensación de espectro se acentuaba por estar ya con su camisón color plata de dormir, al que llegaba el vértice de la luz última apagada del día, que se filtraba hiriente a través de la cortina.

– Estás bebiendo.

De nuevo lo dijo sin entonación, casi susurrando.

– Sí, me ayuda a dormir. ¿Ya te vas a la cama?.

– Sí. venía a desearte las buenas noches.

Desapareció silenciosa, como levitando, mientras abría la botella y dejaba caer un buen chorro. De repente le llegó la imagen de su madre acostada con ese camisón, con él desnudo y empalmado a los pies de su cama. Era el extraño sueño que había tenido la noche anterior, como aquellos sueños que se repetían a menudo, donde ella aparecía como una Diosa en mitad del azul. No pudo evitar una erección.

Tormenta aguardó agazapada tras la puerta de una de las habitaciones contiguas al salón, la que usaban a modo de biblioteca. El olor a libros viejos y madera le trasportó a su infancia, cuando su padre le contaba un cuento mientras ella se vencía por la imaginación, sentada en sus rodillas.

Tardó una media hora en ir al baño. Momento que aprovechó para colarse en el salón y vaciar la bolsita donde había picado tres de las pastillas, removiendo bien con el dedo, el cual chupó, inundando su paladar de sabor del destilado escocés. Desapareció justo antes de que su hijo pudiera verla.

Edipo regresó del baño. Justo al entrar de vuelta al salón volvió a percibir una de esas sombras que parecían rodearle cada noche. Siguió bebiendo, calmado, tratando de no pensar en nada, asomado a la ventana, viendo como la noche cerraba del todo ante su mirada y ante el respirar eterno del campanario.

Sintió que alguien le miraba. Se volvió pensando que su madre habría entrado de nuevo en el salón, pero de repente se vio sentado en el sofá, con la copa vacía entre las manos. Otra vez se había quedado dormido sin darse cuenta. Se levantó para acostarse, pero al llegar al corredor vio algo extraño procedente de la otra zona de la casa, un intenso reflejo azul.

Avanzó cauteloso hacia el epicentro del reflejo. Tras doblar la última esquina vio que procedía de la habitación de invitados, frente al dormitorio de sus padres. Sintió como si aquello ya lo hubiera vivido antes, varias veces. Se dijo que tendría que ser un sueño.

Tormenta esperó en su habitación una hora aproximadamente. Después se aproximó despacio hacia el salón. Su hijo ya no estaba allí. Fue a su cuarto donde lo encontró plácidamente dormido sobre la cama, desnudo, como siempre, apenas medio tapado con las sábanas que dejaban su trabajado torso al aire.

Las tres pastillas ya habrían empezado a hacer su efecto, de hecho lo notaba más profundamente dormido de lo habitual. Se sentó despacio en la cama a la altura de su abdomen y se venció hasta su oído para iniciar la segunda parte del arriesgado intento. Se sentía muy excitada y cachonda, con ganas de saltar sobre aquel macho, pero se obligó a contenerse, a seguir el plan…

“azul”

Sus labios muy rojos apenas susurraron.

“mamá azul” “azul” “luz azul” “luz azul” “mamá está en mitad del azul”

Avanzó hasta llegar a la puerta, se asomó y sus ojos se tiñeron de azul. La habitación estaba pintada entera de azul, en la mesita de noche reposaba una lámpara que daba la única luz, azul, que iluminaba el cuarto de invitados. La cama de la izquierda estaba bien hecha, con ropas azules, y en la cama de la derecha, de sábanas azules, reposaba su madre vestida con un sedoso y sexy camisón azul. Dejando las piernas al aire, con las uñas de los pies pintadas de azul. Apenas podía verle la cara pues la ensombrecía una larga melena azul, pero ella parecía estar mirándole.

Tormenta cruzó los dedos, ya sentía como su coño había mojado sus braguitas blancas luz de luna, como el color del sedoso camisón. Ambas, las únicas prendas que llevaba.

De nuevo sus labios se acercaron al oído de Edipo.

“Fóllame” “folla a mamá”

Al decirle fóllame pudo verla ya de cerca, había avanzado a los pies de la cama azul. Sin duda era su madre, pero con pestañas azules, sombra de ojos azules y los labios pintados del mismo color.

“Mamá quiere que la folles”

Ya llevaba algo más de una hora así. Tormenta recordó lo siguiente que tenía que hacer, explicar detalladamente cómo sería que ambos follaran y meter palabras diabólicas entre medio a modo subliminar.

“Mamá se arrodilla ante ti. Coge tu enorme polla y la pajea mientras lame tus músculos”. “Luego mamá te come la polla como nunca te la ha comido ninguna mujer”. “Satanás”. “la polla rica y grande de Edipo para su mamá, Tormenta” “infierno”……..

De repente su madre se levantó de la cama y se arrodilló. Su lengua era azul y lamía los músculos de su abdomen, mientras sus manos, cuyos dedos terminaban en largas uñas del color que lo inundaba todo, pajeaban despacio su enorme polla. Luego se la metió en la boca, todo era azul menos su polla y la piel de su madre, la cual aguantaba que el capullo llegara hasta su campanilla sin arcadas.

Apenas empezó a disfrutar cuando ella le miró. El susto lo echó hacia atrás de un salto. No era su cara, era el diablo. Satanás le miraba desde las profundidades del azul con los ojos ensangrentados.

“mamá te cabalga con ternura y dulzura, pero sabes que mamá es una mujer que necesita caña. Tú me azotas y me agarras para penetrarme fuerte desde abajo”. “puto cabrón, príncipe del más allá”.

Ahora la diosa se puso a cuatro patas para que la follara desde atrás. Deslizó la bata azul hacia arriba para poderla agarrar, liberándose una alargada cola roja que lo agarró por las prietas nalgas y lo empujó hacia ella. No podía hacer otra cosa que follar el coño de aquel extraño ser parecido a su madre, mientras veía como la luz azul bailaba al compás de la follada y a ella le salían pequeños cuernos rojos a través de la peluca.

Se aseguró que el final fuera lo más satisfactorio para su hijo, dejando que se corriera por todo su cuerpo, y lamiendo después hasta la última gota de leche mientras él la miraba. Entonces recordó el final, hacerle beber algo de su sangre. Estaba preparada para ello.

Cogió un alfiler que había colocado en su camisón y se pinchó varias veces en la yema del dedo índice de la mano izquierda. Luego apretó hasta conseguir que todo el dedo se llenase de sangre. Una vez había bastante, lo deslizó por los labios de su hijo, introduciéndolo hasta que notó como su lengua lo chupaba. Miró abajo mientras le chupaba el dedo y notó como una enorme erección levantaba las sábanas. Se excitó más de lo que hubiera deseado. retiró el dedo y se fue corriendo a su habitación para refregar el coño contra su almohada, esperando ansiosa que el cabrón de su hijo fuera a follarla.

De repente volvió a ser su madre, sin rastro del diablo. Pero su cuerpo era todo azul, cada rincón de su piel. Sintió como una enorme eyaculación le sobrevenía pero no era más que sangre. Su polla escupió sangre por todo el cuerpo de su madre, la cual acabó impregnada por completo. De repente todo el azul fue rojo, las sábanas, la luz, las paredes, el cabello. Toda la piel de Tormenta estaba llena de sangre y él empezó a lamerla, los pies, piernas, vientre, brazos, buscando quitar la sangre y ver de nuevo el erótico azul. Pero ella se desvaneció, fue en su búsqueda y no la encontró en ningún lugar de la casa. Cuando entró en uno de los baños notó algo raro en el espejo, al encender la luz gritó. Su reflejo no era más que el de una especie de bestia, con sangre en la boca y carne humana entre los dientes, ojos enrojecidos y furiosos. Comenzó a gritar, y a gritar, y a gritar.

Despertó.

O eso es lo que él pensaba.

Aquel sueño formaba parte de los que venía teniendo últimamente, pero ahorahabía sido más raro que de costumbre. Sintió alivio de estar despierto. No obstante notó que sufría una erección anormalmente grande. Notó un regusto metálico en su boca, se tocó y miró, había sangre. Se debía haber mordido durante el sueño, pero no le parecía tener ninguna herida. Suspiró y se levantó. No sabía por qué se había levantado, sintió un poco de mareo. Después se dirigió desnudo hacia la habitación de su madre, andando con una torpeza que no podía enmendar.

Tormenta escuchó los gritos, pero cuando se levantó para ver si realmente necesitaba ayuda, éstos cesaron. Se quedó de pié y completamente inmóvil, al lado de la puerta de su dormitorio, agudizando el oído. La casa estaba en completo silencio. Temió lo peor hasta que escucho los pasos de pies desnudos, aproximándose lentamente desde la otra ala de la mansión.

Sintió una mezcla de miedo y deseo, en parte arrepentida por haber llevado todo al límite, en parte excitada y deseosa de que aquel macho la tomara.

Se apresuró a la cama y Se tumbó de lado, mirando hacia la entrada de la habitación. Colocando el pelo de forma que pudiera mirar sin que le viese los ojos. Subió deliberadamente el camisón de forma que se vieran las piernas hasta el nacimiento de las nalgas, para que pudiera ver las braguitas medio metidas en el trasero. Notó como los pasos se detuvieron justo tras la puerta. Se concentró en no moverse y mirar mínimamente, para hacerse la dormida. La puerta chirrió al ser abierta despacio.

Había llegado el momento de la verdad.

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