Que tu mujer te haga esa pregunta es al menos extraño por no decir rarísimo y más aún cuando la relación con su progenitora es casi inexistente.  Desde que nos casamos solo había coincidido con esa bruja un par de ocasiones y siempre por alguna causa mayor: La primera fue en el funeral de su marido y la segunda en el bautizo de una sobrina.  
El resto del tiempo, mi suegra era un ser inexistente que hacía su vida al margen nuestro. Profundamente ególatra, creía que todos le debían rendir pleitesía y como sus dos hijas, asqueadas quizás por la forma en que las educó,  se negaban a reírle sus gracias, había decidido dejarlas a un lado y seguir con su vida.
En los tres años que llevaba viuda, había tenido media docena de “novios”: si es que se le puede llamar así a los parásitos que remolinaban a su alrededor. Decidida a no envejecer, a mi suegra le gustaba pasearse con hombres mucho menores que ella y cuando alguna de sus hijas le echaba en cara ese comportamiento, la jodida viuda siempre contestaba:
-Son buenos en la cama.
Siempre supuse que esa contestación era una forma de autodefensa pero la vida me demostró que estaba equivocado:
“¡Mi suegra andaba con jóvenes para que se la follaran!”
Os preguntareis como llegué a esa conclusión:
Muy fácil, ¡Yo fui uno de los que se la tiró!.
La discusión
Aunque nunca en mi vida me había sentido atraído por Teresa, tengo que reconocer que mi suegra es una cincuentona de buen ver. Dotada por la naturaleza de unas buenas tetas y un buen culo, esa zorra se había preocupado de hacer ejercicio para que la gravedad y los años no hicieran estragos en su anatomía. Todas las mañanas, invierte un par de horas en el gimnasio, para al terminar salir a correr por el retiro. Tanto deporte, ha conseguido que su cuerpo no parezca el de una mujer de cinco décadas sino el de una hembra de al menos veinte años menos.
Más de una vez, algún amigo me ha dicho mientras le daba un repaso con la vista:
-Está buena tu suegra. Yo le echaba un buen polvo.
Y siempre le había animado a intentarlo, diciendo:
-Me harías un favor si te la follaras.
Desgraciadamente, ninguno me hizo caso y creyendo que era una señora,  había pasado de echarle los tejos. La realidad es que la madre de mi mujer era, es y será siempre una zorra. Le gusta que le den caña una cosa fina y está siempre dispuesta a meterse en la cama con un desconocido con el pretexto de que es viuda y que no responde ante nadie.
Pero volviendo a cómo llegué yo a ser uno de sus amantes y que encima fuera mi mujer quien me lo pidiera es otra historia. Todo empezó el día en que María, su hija, le pidió ayuda. La crisis había provocado que nos hubiésemos quedado sin trabajo y al no ser capaces de llegar a fin de mes,  mi esposa pensó que su madre nos ayudaría.
¡Qué equivocada estaba! No solo se negó a ayudarnos sino que le echó en cara el haberse casado con un vago como yo. Al escucharla, mi mujer totalmente fuera de sí le contestó que podría ser un inútil pero que al menos la dejaba satisfecha en la cama y no como los eunucos con los que mi suegra solía rodearse.
El insulto hizo mella en la cincuentona y cabreada hasta la medula, le soltó:
-¡Eso habría que verlo!. Tu marido sería incapaz de satisfacer a una mujer como yo.
Ya metida en faena y sin prever hasta donde llegaría esa discusión, mi esposa la miró sonriendo y le respondió:
-No solo es capaz de complacerme a mí. Si yo se lo pidiera, te haría gozar como la puta que eres.
Fue entonces cuando su madre la contestó con otro órdago, diciendo:
-Ya que estás tan segura de que es tan macho. Si deseas mi ayuda, el imbécil de tu marido deberá hacerme disfrutar con anterioridad.
Alucinada, mi mujer se la quedó mirando sin saber que decir.  La zorra de mi suegra creyendo que había vencido, soltó una carcajada mientras disfrutaba de su victoria. El menosprecio fue tan brutal que sin recapacitar en sus palabras, hizo que le contestara:
-¡Está bien!. Si para ayudarnos, exiges Manuel te folle, solo dime cuando quieres que venga y te lo haga.
Como dos gallos de pelea enzarzados en la arena, ninguna de las dos mujeres dio su brazo a torcer y por eso tras pensarlo durante unos segundos, su madre le respondió:
-El viernes en mi casa, a la hora de cenar.
No quedándose callada, mi esposa le contestó:
-¡Allí estará!
María, una vez fuera de la casa de su madre y sin la adrenalina  de la discusión, llegó a casa destrozada y me contó lo ocurrido.  Al irme explicando lo que pasó, mi mujer se volvió a enfadar y por eso al terminar, me preguntó:
-¿Qué te parece?
Como era su madre, no le respondí lo que realmente pensaba de esa zorra y tratando de no entrometerme en una pelea familiar, le solté:
-Ni se lo tomes en cuanta. Tu vieja estaba picándote.
Mis palabras lejos de calmarla, la encabronaron aún más y con los ojos impregnados de odio, me preguntó:
-¿Te follarías a mi madre?
-Si tú me lo pides, ¡Sí!
Siguiente viernes en casa de mi suegra.
Una vez me había sacado la promesa de que me tiraría a mi suegra, mi mujer se comportó como un hembra en celo y durante toda la noche no hicimos otra cosa que follar. Os reconozco que esa mañana cuando me levanté, pensaba que con la luz del día María se olvidaría de esa locura y por eso no volví a hacer mención alguna sobre el tema.
Curiosamente, mi esposa no lo volvió a tocar hasta ese viernes. Acababa de llegar a casa cuando me dijo que me tenía que dar prisa.
-¿Para qué?- pregunté.
-Has quedado con mi madre- contestó y al ver mi cara de alucine, me besó en los labios y entornando sus ojos, me soltó: -Necesitamos ese dinero.
Sin llegarme a creer que me estaba pidiendo que me tirara a su vieja, me vestí y antes de salir, insistí:
-En serio, ¿Quieres que me tire a tu madre?
Recalcando sus intenciones, contestó:
-Hasta por las orejas. ¡Qué se entere lo que es un hombre!
No pudiendo negarme y no solo porque nos urgía la pasta sino porque lo reconociera o no, me daba morbo el follarme a su vieja, salí rumbo a donde vivía esa mujer. Al llegar a casa de mi suegra, esta me recibió vestida con un conjunto de raso negro que lejos de esconder sus curvas, no hacía otra cosa que magnificar la  rotundidad de sus formas. Nada más abrir la puerta y con su mala leche habitual, me soltó:
-¿A qué vienes?
 Su suficiencia me caló hondo y dotando a mi voz de todo el desprecio que pude, le contesté:
-A follarme a la puta de mi suegra.
Indignada por mi respuesta, me abofeteó con fuerza. El dolor provocado por su ruda caricia sumado a mi propia rabia hicieron que cogiéndola del brazo se lo retorciera y dándole la vuelta la empujara contra el sofá.
-¿Qué vas a hacer?- me preguntó ya no tan segura.
Viendo que no se esperaba una reacción como la mía, la cogí del pelo y bajando su cabeza a la altura de mi entrepierna, contesté:
-Yo nada, pero tú ¡Vas a comerte mi polla!
Y antes de que pudiera reaccionar, me bajé la bragueta y sacando mi pene de su encierro, lo puse a su disposición. Sorprendida, no pudo negarse a obedecer y tras obligarla a arrodillarse ante mí, abrió su boca  engullendo toda mi extensión.
-Así me gusta, zorra- grité mientras me terminaba  de quitar el pantalón.
Tener a la madre de mi mujer arrodillada ante mí mientras me hacía una mamada era algo sumamente excitante pero más aún que lo estuviera haciendo a regañadientes. Reconozco que me encantó verla descompuesta mientras sus manos me bajaban la bragueta y más aún cuando esos labios acostumbrados mandar, se tuvieron que rebajar y abrirse para recibir en el interior de su boca el pene erecto del vago de su yerno.
-Así me gusta, ¡Perra!. ¡Métela hasta dentro!-
Tremendamente asustada y con su piel erizada cual gallina, mi pobre suegra se metió mi miembro hasta el fondo de la garganta. Sin quejarse empezó a meter y sacar mi extensión mientras gruesos lagrimones recorrían sus mejillas. Tratando de reforzar mi dominio pero sobre todo su humillación, le ordené que se masturbara al hacerlo. Sumisamente, observé como esa zorra madura separaba sus rodillas y llevando una de sus manos a su entrepierna, se empezaba a tocar.
-Mi querido suegro siempre se vanagloriaba de la putita con la que se casó pero nunca le creí hasta ahora – le solté para seguir rebajando su autoestima y cogiendo su cabeza entre mis manos, la forcé.
Disfrutando de su miedo, usé su boca como si de su sexo se tratara y metiendo y sacando mi miembro de su interior, empecé a follármela. Mi suegra habituada a llevar la voz cantante, colaboró conmigo y abriendo su garganta de par en par, permitió que hundiera mi extensión en su interior sin importarle que al hacerlo, mi glande rozara su campanilla y temiendo contrariarme, se abstuvo de vomitar al sentir las arcadas. Su completa sumisión, me terminó de calentar y derramando mi simiente en su boca, me corrí gritándole:
-¡Trágate todo!
La madre de mi esposa, obedeciendo, no solo se bebió toda mi corrida sino que cuando mi pene ya no escupía más, se dedicó a limpiarlo con la lengua. Viendo su entrega, la obligué a ponerse a cuatro patas en la cama y entonces, mientras le quitaba las bragas,  le pregunté si alguno de sus amantes la había follado por el culo. Totalmente avergonzada, me contesto no. Su respuesta me satisfizo y separándole las dos nalgas, disfruté por primera vez del rosado ojete que escondían.
Pasando mis dedos por su sexo, recogí parte del flujo que anegaba su cueva y untando su esfínter, metí uno de ellos en su interior mientras le decía:
-Eres una guarra, ¡Tienes los pezones duros como piedras!- y recalcando mis palabras, pellizqué sus aureolas.
Mi suegra gimió al sentir mi caricia y acomodándose sobre el sofá, permitió que mi glande jugueteara con su entrada trasera, diciéndome:
-Fóllate a la puta de tu suegra.
Si de por sí estaba excitado por la facilidad con la que se estaba desarrollando los acontecimientos, oírla reconocerme que era una fulana, me terminó de calentar y casi gritando le dije que se empezara a masturbar. No tuve que repetir mi orden, Teresa apoyando su cabeza en uno de los brazos del sillón, llevó su mano a su sexo y recogiendo entre sus dedos su clítoris, lo empezó a toquetear mientras no paraba de gemir diciendo:
-Fóllame, ¡No aguanto más!
Su sumisión me dio alas y presionando con mi pene su esfínter, conseguí romper su resistencia mientras mi querida suegra pegaba un alarido de dolor. Obviando su sufrimiento, empecé a sacar y meter mi miembro en su interior. Los chillidos de la madre de mi mujer fueron in crescendo hasta que desplomada sobre el sofá, se quedó callada temblando al sentir que el dolor se iba transformado en placer. Alternando mis incursiones con insultos, la fui llevando a un estado de calentura tal que olvidándose que el hombre que le estaba rompiendo el culo era su yerno, esa cerda me chilló:
-No pares, ¡Cabrón!
Aunque no lo dijera, sabía que esa madura estaba al borde del orgasmo y previendo lo inevitable, forcé su ano hasta el límite con una profunda penetración. Teresa se corrió al sentir mis huevos rebotando contra su sexo mientras mi extensión desaparecía una y otra vez en sus intestinos.  Solté una carcajada al escuchar su clímax y dándole un fuerte azote en su culo, le pregunté:
-¿Dónde quieres que me corra? En tu culo o en tu boca.
Elevando su voz, gritó contestando:
-¡En mi culo!
Como era allí donde deseaba hacerlo, de un solo empujón le clavé mi extensión hasta el fondo mientras la informaba:
-Te haré caso pero luego me tendrás que limpiar el pene con tu lengua.
-Ahh- gritó al sentir su intestino completamente relleno.
Al hacerlo llevé mi mano hasta su coño para descubrir que esa zorra estaba empapada y por eso sin dejar que se acostumbrase, imprimí a mis incursiones de una velocidad endiablada.
-¡Dios!- gritó al pensar que la partía en dos.
Sin darle tiempo a reaccionar, cogí entre mis dedos sus pezones y presionándolos, ordené a mi suegra que se moviera. Para el aquel entonces, Teresa estaba totalmente dominada por la pasión y retorciéndose entre mis piernas me rogó que la siguiera haciendo mía. Recordando el modo en que esa zorra trataba a su hija, reinicié las nalgadas mientras no cejaba en forzar su trasero con mi verga.
-Sí- gritó con sus últimas fuerzas antes de caer agotada.
Su entrega era total y como todavía no me había corrido, la obligué a incorporarse y a colocarse nuevamente a cuatro patas. Mi suegra con lágrimas en los ojos, se dejó poner en esa posición aunque en su interior estaba ya saciada. Con el ojete tan dilatado como lo tenía, no me costó horadar por enésima vez esa hasta hace unos minutos virginal entrada. Curiosamente, mi nueva incursión no tardó en rendir sus frutos y comportándose como multiorgásmica, mi suegra berreó de placer al sentir que le clavaba mi extensión hasta la base.
-¡Que gusto!- aulló sin darse cuenta que estaba aceptando ser violada y como si fuera un hábito aprendido, empezó a moverse como una loca.
Olvidándose de que su cuerpo estaba soportando un castigo infernal, sus gemidos fueron aumentando su volumen mientras mi víctima sentía que su esfínter se había convertido en una extensión de su sexo. En un momento dado, Teresa aulló como si la estuviera matando al ser desbordada por el cúmulo de sensaciones que iba experimentando.
-¡Me corro!- chilló mientras convulsionaba.
Una vez había conseguido que esa zorra se corriese por tercera vez, me vi libre de buscar mi propio placer y cogiéndola de los pechos, esta vez fui yo quien aceleró sus sacudidas. Al acrecentar tanto el ritmo como la profundidad de mis incursiones, prolongué su clímax de forma tan brutal que con la cara desencajada, la madura me rogó que parara. 
-¡No aguanto más!-
Sus ruegos cayeron en el olvido y tirando de ella hacía mí, proseguí con mi mete-saca `particular sin importarme sus sentimientos. Con la moral por los suelos, la madre de mi esposa fue de un orgasmo a otro mientras su yerno seguía mancillando y destrozando su culo. Afortunadamente para ella, mi propia excitación hizo que explotara regando con mi semen sus adoloridos intestinos. Aun así seguí machacando su entrada trasera hasta que mi miembro dejó de rellenar su conducto y entonces y solo entonces, la liberé.
La pobre y agotada mujer cayó sobre el sofá como desmayada. Al verla postrada de ese modo, supe que había vengado a su hija y orgulloso de mi desempeño, me levanté al baño a limpiarme los restos de mi lujuria. Ya de vuelta a la habitación, mi suegra ni siquiera se había movido. Indefensa esperaba que en silencio. Nada más sentarme a su lado, le pregunté si su hija había exagerado cuando le dijo que era bueno follando.
Avergonzada, me reconoció que no y poniendo cara de puta, me preguntó:
-¿Cuánto dinero necesitáis al mes?
Sabiendo a que se refería, contesté:
-La letra de la hipoteca son mil euros.
Levantándose del sofá, me cogió de la mano y llevándome hasta su habitación, abrió un cajón, diciendo:
-Aquí tienes los dos primeros meses.
Al ver los billetes, solté una carcajada y mientras la tumbaba a mi lado, le pregunté:
-¿Cómo quieres que te lo paguemos?
Poniendo una sonrisa en sus labios, respondió mientras se agachaba a reanimar mi exhausto pene:
-¡Con más sexo!

 

 

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