El día lluvioso y relampagueante en la capital no anunciaba nada bueno, eran las nueve de la mañana y una vez más bajaba del bus frente a la tienda de tatuados. Siempre me causaba gracia las miradas de las señoras por mi vestimenta estilo punk-rock, los pelos – literalmente hablando- de puntas gracias a la aplicación de gel y secador, además de mi ajustada camisa negra de losGun´s. Está de más decir cómo reaccionaban las señoras del transporte público al ver el dibujo de la calavera fumándose un porro.

¿Pero sabéis qué? Me importaba un puto comino sus miradas despreciativas, como pensando “Oh, míralo, mejor guarden sus carteras“. Eso sí, siempre que podía las miraba como en trance para que crean que estaba volado, drogado. Que conste, nunca utilicé sustancias por más cliché que sea.
Retiré las llaves que pendían de una cadena larga desde mi cinturón perlado para abrir el negocio. Prendí las luces, luego el aire acondicionado para soportar los cuarenta y seis grados que sería la máxima del día- como siempre en el verano- y cómo no, encendí el equipo de sonido que empezó a hacer vibrar las paredes al ritmo de “The Ramones“.
Fui al escritorio que bien me servía como recepción y, sentado con los pies sobre la mesa, continué mi libro, una compilación de poesías… claro, sobrepuse la portada de una revista porno sobre el libro para mantener las apariencias.
Normalmente los clientes solían venir cerca del mediodía y siendo verano, la cantidad de los mismos aumentaba en el local. Supongo que luego iban a la playa para regodearse y mostrar los tatuajes que yo les hice, algunos seguramente se la pasarían de machitos con aires de Casablanca, cuando de hecho lloraron a moco tendido mientras los tatuaba.
Las mujeres normalmente venían poco y los tatuajes que elegían no solían ser soeces, por lo general diminutos y ocultos bajo la ropa, dejando algo a la vista… muy erótico e inteligente aquellas decisiones, por cierto.
Y en medio de mi lectura, con la música de “The Ramones” ardiendo en el local, una colegiala había empujado las puertas de cristal para entrar y mirarme de manera curiosa mi aspecto, venía bien abrigada por la lluvia que imperaba. Obviamente le devolví su gesto fisgón, poniendo mi rostro de “volado” como diciendo; “¿qué miras tú?”.
– Prohibido menores, nena.- le dije señalando el cartel a lo alto y retomando la lectura.
– Tengo dieciocho.- mintió.
– ¡Ah! ¿En serio? Yo voy por mi centenario… prohibido menores. Allí está la puerta, a volar, vamos.
– ¡Pero quiero un tatuaje!- dijo en tono decepcionado, pateando el suelo.
La miré, era una más del montón de colegialas que salían del instituto religioso a dos cuadras del local. Recatada y sí, bonita, con el pelo lacio hasta los hombros, sin maquillaje a excepción de los labios carmesí y carnosos, la falda casi llegando a las rodillas, toda una auténtica niña consentida por sus padres seguramente ricachones. Era de las que iban a las fiestitas con sus amigas evitando excesos, de las que veraneaba en el exterior para volver con un bronceado como el que tenía.
– ¿No es muy temprano para salir de clases, nena?
– Se suspendieron por el mal tiempo.
– ¿Y el permiso de tus padres? Si los tienes no hay prohibición.
– Aquí está. – y me pasó una hoja levemente arrugada.
– Muy extrañas las firmas… con el mismo bolígrafo ambas signaturas, la hoja parece recién arrancada de tu cuaderno y no llevan las fotocopias del DNI de tus padres. ¿Qué más? Ah, sí, allí está la puerta, que no te golpee ese culito tan bonito que tienes al salir- le sonreí. Pensé que ella saldría llorando a raudales hasta que se plantó firme frente a mí;
– Desgraciado.- masculló sacándome su dedo, al instante le volví a sonreír, es que con aquel gesto me demostró que poco o nada tenía de común con las otras colegialas que solía ver. La joven se dio media vuelta para salir del lugar hasta que cerré el libro;
– Espera… ¿cuánto dinero traes?
– ¿Yo?
– No, se lo estoy preguntando al culito. Sí, a ti, niña, ¿cuánto traes?
– Tengo esto. – y sacó un fajo de billetes bien grueso de su mochila.
– ¿Qué tatuaje quieres?
– Una rosa…
– Madre mía- dije orbitando los ojos porque me volvía a resultar ser una más de las mismas. Faltaba que me pidiese un corazoncito o algo por el estilo.
– Una rosa negra y con espinas. – finalizó. Sonreí, ahora ella sí estaba hablando de un tatuaje.
– ¿No es un dibujo muy duro para ti? Quedaría bonito en las chichas roqueras… tú pareces ser de las que lloran por Alejandro Sanz y esas cosas.
– Me gusta el rock… – dijo ella mientras ojeaba el álbum de tatuajes del escritorio.
– ¿Ah, sí? ¿Y qué está sonando ahora?
– Hmm… – pensó entrecerrando sus ojos y poniendo un dedo en su mentón.
– Si respondes bien te hago el santo tatuaje, niña.
– Dame unos segundos, que lo recuerdo, lo recuerdo…
– Anda, no lo sabes.
– ¿Rock at the Beach?
– ¡De la puta madre, nena! Mira que me has sorprendido, creo que eres distinta a las demás, aunque tu “facha” deja mucho que desear.
– ¿”Facha”? ¿Te refieres a la forma en que me visto?- se retiró su campera y me di cuenta que ya empezaba a aflorar cierta personalidad rebelde, tenía una pulsera perlada en la muñeca izquierda y un collarcito de mismas características. La nena en dos o tres años sería de las “revolucionarias”, sin dudas, aquellas muchachas con piercing´s y ropas más ajustadas, pero ella estaba aún en pleno proceso de cambio y yo, sin dudas la ayudaría a dar su siguiente salto.
– Mira, ¿cómo te llamas? Y dime tu edad de una vez por todas.
– Soy Rosa. Tengo dieciséis, pero en días cumpliré los diecisiete.
– Está bien, Rosa, vamos al cuarto del fondo. Toma el álbum y elige la rosa que más te gusta, yo me encargaré de ponerle las espinas y demás.
Fuimos allí y se recostó en el camastro boca abajo: – Lo quiero en mi baja espalda.
– Está bien. – dije mirando fijamente aquel trasero que resaltaba de su falda, desafiaba las leyes de la gravedad, de la física cuántica, de la relatividad… así de levantado lo tenía la muchacha.
– Y luego lo quiero bajo mi vientre.
– ¿Quieres dos? Creo que te arrepentirás, mi bella Rosa, que suele doler bastante.
– Tengo dos amigas que se lo hicieron… no les dolió tanto.
Me senté a un costado suyo, me puse los guantes y preparé el equipo. Lentamente subí su camisa por su torso y bajé su falda, sí, me excedí a conciencia pues tenía unas endemoniadas ganas de ver el nacimiento de la raja de su trasero adolescente. Apliqué una pomada en la zona un par de veces y añadí;
– Tenemos de esas bolas de goma, si quieres morderla para no gritar.
– No, no, estoy bien.
Y comencé, a cada pinchazo ella temblaba y gemía, se revolvía de la camilla, cada dos minutos la hacía descansar, preguntándole si quería continuar. Casi sollozando me decía que continúe, hundiendo su cabeza en las almohadas de la camilla.
Aprovechaba para reposar mi mano libre sobre una de sus nalgas y así mantenerla un poco quieta, lo mío empezó a erguirse conforme presionaba más sobre aquel pedazo de trasero que la niña se mandaba. Al cabo de casi media hora la rosa negra y con espinas estaba terminada, se la mostré mediante un par de espejos cómo había quedado, aún su piel estaba rojiza pero ya bien se podía divisar el buen trabajo.
– ¡Es bonito!- dijo ella secándose las lágrimas.
– ¿Estabas llorando?
– Lo siento… ¡es que dolía!
– Ya, ya, he visto a varios hombres llorar varias veces por los tatuajes.- La ayudé a levantarse y explicarle algunas simples guías sobre cómo cuidarse de posibles infecciones y demás. A los de veinte minutos la muchacha estaba decidida a ir por el siguiente tatuaje, en su bajo vientre. ¿Qué decirle?

Se recostó boca arriba en la camilla con las rodillas dobladas y los pies casi tocando suelo, me senté frente a su sexo, le subí la falda por su torso y quedó tan sólo con su braguita. “¡Madre Santa!” pensé al ver el monte de venus relucir bajo su ropa interior.

Posé sutilmente una mano allí y con la otra empecé a pinchar bajo su pancita tan plana, ella nuevamente se revolvía a cada punto que marcaba. “¡Duele, duele!”, gritó ella al cabo de un minuto.
– ¿Te duele, hermosa? – Soplé lentamente en la zona, ella gimió y retorció sus piernas, un dulce olor a rosas veraniegas parecía empezar a emanar de su vagina. El soplo fue lentamente bajando hasta llegar a su monte y la nena gimió ahogadamente.
– Te duele, ¿no? – Al rato estalló en llantos, diciendo que se arrepentía de haberse hecho el tatuaje y llorando – ahora sí- raudales.
– Ya, ya – dije reponiéndome para borrar sus lágrimas – ¿pero por qué te arrepientes, nena?
– ¡Bórramelo, bórramelo!
– Este, va a ser que no, su alteza. El tatuaje no lo puedo borrar tan simplemente. Anda, ¿por qué viniste aquí?
– Mi novio – sollozó- me dijo que me quedaría bien uno.
– ¿Tienes novio? ¿Y te dejas convencer así por así?
– Sí, lo tengo… mejor me voy. – dijo tomando de su mochila y dirigiéndose hacia la entrada.
– Rosa, ¡es que no hemos terminado la flor de tu bajo vientre! Vi aquel trasero menearse conforme ella se alejaba a pasos rápidos… “¡Madre Santa!”- volví a pensar mientras ella salía ya en la calle. Muy tarde para convencerla…
El resto de la semana transcurrió regularmente, cada vez que la puerta chirriaba al abrirse esperaba a que fuera la muchacha… pero nunca aparecía. Supuse que se había acobardado y decidió volver con su noviecito para planear alguna fiesta o cosas por el estilo.
 

Aunque muy para mi sorpresa, un sábado por la tarde la mismísima Rosa se volvía a presentar, aunque ya con ropas más formales, una remerita rosa que dejaba ver parte de su pancita, la faldita blanca y unos zapatos deportivos.

– ¿Me recuerdas? – dijo ella al abrir las puertas.

– ¡Ah, mírate nada más! ¡Estás hecha una flor de puta!- le sonreí al levantarme del escritorio.
– Anda, ¿¡eso es un halago!?
– Siento mi léxico soez bella, pero es que la costumbre. Ven, trae ese trasero para aquí.
– ¡Majo! ¡Me pones roja de vergüenza!
– ¿Tu noviecito no te habla así? Ah, me olvidé, seguro que el niño es de los educados hijos de mamá, ¿no?
– Bueno, más o menos, pero no vine para hablar de él.
– Vienes por mí, ¿no?
– Vaya, eres creído. Vine a terminar el tatuaje de mi vientre.
Fuimos nuevamente al cuarto con risas de por medio y ella volvió a acostarse de tal forma en que yo, sentado, tenía frente a mí su abultado pubis reluciente bajo su braga, con su faldita arrugada por su torso, empezaba a pasar las yemas de mis dedos con la pomada en el susodicho vientre. – Aquí voy, Rosa, sujétate.
Ella volvía a temblar y gemir, nuevamente suspendía cada dos minutos para hacerla descansar. Antes de volver a dibujar, decidí soplar su pancita pues la piel la veía bien roja. Bajé pícaramente hasta su monte…
-¿Continúo? – pregunté. Ella apenas masculló: –Continúa, continúa.
Posé el aparato en su vientre para continuar el tatuado.
– ¡No!- gruñó ella, abriendo sus piernas- ¡sopla, sigue soplando!
Estando seguro de lo que sucedería, devolví las máquinas en la mesa, corrí hacia la entrada para asegurarla e impedir que alguien nos descubra y volví a sentarme frente a sus piernitas abiertas descaradamente. Tomé la cintura de la braga y la bajé hasta sus muslos para revelar a mi libido, una fina mata de vellos dorados.
– ¿Que sople, nena, que sople?
– ¡Sopla ya! – y con sus muslos rodeó mi cuello y atrajo mi rostro a su sexo. ¿¡Qué hacer!? Soplé una última vez, ella se revolvió y meneó su cadera para adelante, mi boca chocó con su pubis y aproveché para meter mi lengua en sus carnes.
Rosa pegó un grito al cielo cuando sintió mi lengua buscando su agujero entre sus abultados labios mayores, bajando y salivando entre su vello en busca de penetrarla. Ni qué decir cuando lo encontré, al sentir el frío piercing de mi lengua recorriendo aquel apretado pasaje empezó a chillar como una posesa. En vista de que sus gritos bien superaban a los de “The Ramones” que sonaba en el equipo de sonido, me aparté de su vagina para pasarle la santísima bolilla de goma y evitar que alguien de afuera nos escuche;
– ¡Muérdelo, preciosa, muérdelo, que chillas muy fuerte! – dije para luego volver a comerme sus labios vaginales, a beber el salado líquido que empezaba a escurrírsele. Dirigí el dedo corazón en su vagina para humedecerlo y luego enviarlo a su tierno agujero trasero.
– ¿¡Qué haces!? – dijo Rosa temblando-
– ¡Tranquila, te va a gustar, lo sé, lo sé!- y empecé a chupar diabólicamente su sexo mientras mi dedo humedecido entraba en su recto. Si antes gritaba como posesa ahora la princesita gruñía improperios inentendibles. Intenté meter un segundo dedo pero tenía un culito de lo más apretado.
Una sorprendente descarga de un líquido salado y con olor a rosas se había mitigado en mi boca, la muchacha se había llegado gritando al ritmo de Marky Ramone en el equipo de sonido.
Subí en el camastro y, soltándome el jean, dirigí mi glande entre las carnosidades de su vagina para buscar su agujero, reposando mis brazos a los costados de su desgastado cuerpo;
– Te la meto, bebita, déjame entrar, mira que ya me he puesto plástico.
– Hazlo… – masculló con una carita de vicio- pero lento, ¡que eso duele!
Y “The Ramones” coreaba “Rock at the Beach” al compás de mi sexo venciendo lenta y pausadamente su agujerito, la nena clavó sus uñas en mi espalda y sus piernitas detrás de mí para comenzar un lento vaivén;
– ¿Te duele bella, te duele?
– Mmm… ¡más lento, más lento!
Fundimos nuestros cuerpos en aquel infierno de verano de 45 grados alivianados por el acondicionador de aire, reduje mi velocidad y ella comenzó un meneo de su cadera para excitarme a lo bestia.
Besé el nacimiento de sus pechos, no sé cómo se me escapó que se verían bonitos con unos piercing´s en sus pezones, su piel tenía un bronceado de no creer, muy probablemente de algunas vacaciones en Río, lo decía en su remerita arrugada.
Al cabo de minutos terminé vencido pero victorioso sobre su cuerpo tierno y adolescente. Mi grito de júbilo fue acompasado con un trueno desde afuera en la ciudad, una vez más volvía a llover.
– Nena, nena, mil gracias, te la parto de nuevo si quieres. Puedo, sé que puedo.
– ¡No, no! Suficiente por ahí. – dijo riéndose y mirando con curiosidad mi sexo.
– ¿Al menos me la chupas, preciosa?
– ¡Asco! –y ella volvió a reír.
– Vamos, sé que lo quieres en tu boca.
– No, de eso nada, nunca he chupado un pene y no pienso hacerlo hoy.
– ¿Por qué no, princesa?-Y me devolvió una sonrisa cómplice, mordiéndose su labio inferior y negándome con la cabeza. Antes de hacerse de sus ropas le tomé de la manito en un último intento de convencerla de hacerme una felación… al cabo de cinco minutos, Rosa estaba de rodillas y chupándomela en el baño del local con su pequeña boca apenas dejando entrar a mi glande, cuando al rato deposité en su boca lo mío, ella terminó por escupir todo en el lavabo.
– Me pareció asqueroso, no sabe ni por asomo delicioso como lo pintan. – dijo secándose la boca.
– No te enojes, Rosa. ¿Te imaginas al pobre de tu noviecito ahora?
Y pegó una risotada conforme nos vestíamos. El resto de la tarde me acompañó en el local, nada de otro mundo, tan sólo hablamos, no pensé que tenía tanto en común con aquella nena en cuanto a música se refería. Definitivamente su apariencia de recatada y educada cayó por el suelo para revelarme una beldad adolescente y rebelde.
– Bueno… mis padres creen que estoy estudiando en la casa de una amiga. – dijo ella de manera bien tímida, me dio un dulce besito de labios, pero decidí tomar su mentón y enterrar mi lengua en su boca, “firmarlo” así como lo hice en su tierna vagina hacía ratos.
¿El dinero? No le cobré nada, antes de salir se retiró su braga metiendo la manito bajo su falda, la dobló delicadamente y me lo guardó en el bolsillo trasero. Corrió para atravesar la lluvia y tomar el bus rumbo a su hogar.
Al cabo de unos días volvió con unas notables ganas de injertarse unos piercing´s en los pezones, al parecer tomó en cuenta mi opinión sobre lo bonito que le quedarían. Fue bastante difícil por lo pequeño que los tenía, pero al fin y al cabo, con hielo, mi lengua, una aguja de lo más diminuta y hemostático, pude insertarle la barrita con dos bolillas mientras su manito pajeaba mi sexo lenta y cariñosamente. Por si fuera poco, “The Ramones” roqueaba al compás de la masturbación.
Una vez más se me escapó una opinión, sobre qué bonitos se verían unos piercing´s en sus abultados labios vaginales y otro en la lengua. Rosa se mordió los labios, negándome mientras su manito aumentaba el vaivén.
– Tal vez en una próxima. – susurró. Nuevamente me dejó sus braguitas como recuerdo.
¿Y qué de mí? Pues, cuando vean a una niña por las playas tomando sol con un tatuaje asomando por el nacimiento de un traserito respingón, tal vez sea ella. Esperaré que cumpla su promesa de volver y de momentos me seguiré regodeando al escuchar “The Ramones” que harán resucitarán aquella alocada y caliente sesión con una colegiala… retiré su braga de mi bolsillo y la llevé a mis narices… tenía un tierno olor a rosas…
 
– TATOO –
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