Nunca pensé que lo que acabaría con la humanidad sería la avaricia. Siempre pensé que sería la escasez de recursos, el petróleo, el agua… los nacionalismos y/o la religión, cristianos contra musulmanes, judíos contra musulmanes, cristianos contra judíos, cienciólogos contra cristianos, actores contra mimos…

Pero en cuanto a las élites que manejaban el mundo, siempre creí que el fuerte instinto de conservación de los ricos les alertaría de cuando era el momento de dejar de estrujar a los pobres, sin embargo su fe ciega en la tecnología les perdió, y de paso también nos perdió a nosotros.

Y es que por muy eficaces que fuesen utilizando satélites para vigilarnos y por mucho que abusasen de la propaganda para vendernos que la recuperación estaba a la vuelta de la esquina, la realidad se imponía y finalmente, y con la ayuda de internet, la gente se dio cuenta de que no había futuro para ellos. Y claro, la desesperación es el motor de las revoluciones.

Ellos, desde sus altas torres pensaron que podrían controlarlo sin dificultad, pero estaban equivocados. Al fin y al cabo cuando se enfrentan doce millones acostumbrados a que otro les haga el trabajo sucio, contra siete mil millones hipermotivados, y sedientos de venganza, no hace falta que a uno le cuenten el resultado. Acabamos con ellos. Pero no sin un coste, nos dejaron un regalo envenenado, la anarquía.

Porque cuando has vivido durante décadas viendo como los que te gobiernan sólo procuran su propio bien, cada vez que aparecía una figura que pudiese sacarnos de aquella vorágine, por las buenas o por las malas, acababa sucumbiendo antes de que su influencia pudiera extenderse.

El ser humano se volvió una especie individualista y solitaria y no estamos biológicamente dotados para ello. En cinco años la población mundial se redujo en un treinta por ciento. A simple vista no parecería mucho, pero la asquerosa verdad es que se impuso la selección natural, el mundo se convirtió en el patio de un colegio, y en estos años sobrevivieron los abusones, mientras que los enfermos, los débiles y los cerebritos desaparecieron. Se impuso la fuerza bruta;  y  las mejores mentes, los únicos que podían habernos sacado del atolladero, ya no estaban para repararnos el ordenador o curarnos una neumonía, así que cuando las máquinas empezaron a fallar y la comida  y las medicinas a escasear, la desintegración se aceleró.  Algunos lugares del mundo quedaron totalmente despoblados y las ciudades, una vez fueron vaciadas de sus recursos, abandonadas.

 Siendo optimistas y por lo que tengo paseado en este último año sin ver un alma,  quedaremos entre veinticinco y cien millones, eso parece bastante pero en realidad supone que la densidad de habitantes ha pasado de unos cincuenta habitantes por km cuadrado a uno y medio por cada diez km cuadrados en el caso más optimista.. Para  la humanidad ha sido una catástrofe , pero para el resto del mundo ha sido una bendición. La contaminación, la sobreexplotación de los recursos naturales, las guerras, las películas de Jim Carrey,  hay que reconocerlo, el mundo es ahora un lugar mejor.

Ahora os preguntaréis cómo he sobrevivido yo. Muy sencillo con una mezcla de fuerza, astucia, suerte y desapego. Yo era un mensajero, me dedicaba a recorrer la ciudad en una fixie a toda velocidad escurriéndome entre el tráfico. Lo que en una sociedad normal es un trabajo mal pagado y con una enorme tasa de accidentes mortales, cuando sobrevino el apocalipsis fue una ventaja. Podía moverme con velocidad y en silencio por toda la ciudad, sin depender del carburante que rápidamente empezó a escasear, conocía todos los rincones de la ciudad y por lo tanto cuando la mayoría pensó que era mejor largarse yo aguanté casi diez años a base de sus recursos. Mi familia estaba muy lejos  y con mi trabajo y mi sueldo las mujeres no me tocaban ni con un palo, así que no tenía cargas ni responsabilidades, era el perfecto superviviente.

Ahora estoy fuera. Al final, ver todos los días lo que habíamos llegado a ser y en lo que habíamos acabado convirtiéndonos me obligó a abandonarla.

 Hace poco tiempo todo cambió. Desde que abandoné la ciudad, he estado vagabundeando por aquí y por allá, evitando las ciudades y estableciéndome, siempre por poco tiempo en sitios tranquilos y alejados de posibles problemas. Durante mis andanzas, en alguna ocasión he divisado columnas de humo, pero he preferido no unirme a ningún grupo. Sólo en una ocasión me encontré con otro humano. Jacob era, además de un nombre muy apropiado para alguien en estos tiempos, un hombre bastante majo, con casi setenta años debía de ser ahora la persona más anciana de la tierra. A pesar de tener el pelo y la barba blancos como la nieve, se mantenía en plena forma e irradiaba una vitalidad fuera de lo común. Había sido guardabosques en un parque nacional. Cuando comenzaron los disturbios se dirigió a la capital para proteger a los suyos pero llegó tarde, así que volvió a dirigirse a los bosques y vivía como trampero  en lo más profundo de los bosques de coníferas del norte del estado.

Después de los primeros minutos de desconfianza mutua descubrimos que no teníamos nada que el otro pudiese ambicionar, así que congeniamos y vivimos un par de meses juntos recorriendo el bosque y cazando animales. El me enseñó a seguir un rastro, a vigilar una presa y a cazar con ballesta para ahorrar municiones de la 45 y del SAM-R*.  Un sueño, en el que el trampero y yo nos mirábamos a los ojos y hacíamos manitas me convenció de que había llegado el momento de separarnos. Nos despedimos como amigos, deseándonos lo mejor;  él se fue hacia el norte y yo hacia el sur.

Seguí hacia el sur durante tres semanas por un bosque que parecía interminable. La primavera estaba dando paso al verano y el calor del mediodía junto con la humedad que emanaba del suelo del bosque hacia el ambiente opresivo y asfixiante, así que cuando encontré el río me bañé y decidí seguirlo. El cauce no era muy ancho y la corriente rápida y cristalina. Durante dos días comí truchas hasta hartarme pescándolas a mano en los huecos  que la corriente hacia debajo de las rocas del lecho, hasta que la tarde del tercer día me sorprendió el rumor de una cascada. Cuando me asomé por el borde vi como la corriente caía a plomo treinta o cuarenta metros formando un estanque  en lecho blando de roca caliza de la base.

Estaba valorando si me atrevería a saltar desde lo alto al pequeño estanque cuando unos movimientos entre los matorrales a la izquierda me hicieron tumbarme y sacar el rifle instintivamente.

En la orilla del lago apareció una joven de unos veinte años, no más. Me quedé quieto y apunté con mi mira telescópica a la deliciosa figura. La mujer se paró en el borde y escudriño todos los rincones del lugar, obligándome a agacharme y retirarme un par de metros del borde. Luego fue quitándose el arco, la pistolera, las botas, los pantalones, la camiseta y la ropa interior hasta quedar totalmente desnuda. Desmonté la mira del rifle y la observé mientras vacilaba al borde del frío estanque. Era rubia y tenía los ojos de un azul tan profundo como el estanque. Su pelo largo y ligeramente rizado tapaba uno de sus pechos pequeños y apetitosos con los pezones rosados y erectos por el frescor del agua. Entre sus piernas largas y moldeadas por el continuo ejercicio había una espesa mata  de rizado vello, casi blanco de tan rubio, que no podía ocultar su vulva de mi ansiosa mirada. Por un momento pensé en tirarme al agua y sorprenderla, pero luego me puse a pensar. Con veinte años, veintidós como mucho. Cuando ocurrió todo, ella debía tener entre cinco y siete años. Alguien tenía que cuidar de ella, no podía estar sola. Eso quería decir más gente, y con más gente más problemas, así que decidí ser cauto y vigilarla para ver adonde me llevaba.

 Pero para no variar todo se fue  a la mierda. Justo por dónde había aparecido la joven, supongo que siguiendo su rastro, apareció un grizzly gigantesco. Cuando La joven lo vio se quedó durante un momento helada sin saber qué hacer. Con la ropa y las armas bajo el cuerpo de aquel animal sólo le quedó una alternativa huir desnuda. El oso la vio inmediatamente y se lanzó al agua tras ella mientras yo montaba la mira en el rifle apresuradamente.

Era una chica lista, porque en vez de salir corriendo en dirección al bosque se acercó a la pared de la cascada e intento trepar por ella sabiendo que el oso no podría seguirla por allí.

Ya estaba casi a salvo, a pocos centímetros de una repisa, a cuatro metros de altura, cuando su pie resbaló en una roca mojada y aunque intentó asirse desesperadamente a la pared húmeda resbaló y calló a los pies del animal. El oso se levantó sobre sus patas traseras y enseñando sus aterradoras mandíbulas soltó un rugido atronador. Fue lo último que hizo antes de que una de mis balas atravesase su cerebro y cayese a los pies de la chica muerta de miedo.

Instantes después me tiré a la laguna y me acerqué al oso. Haciéndome el macho ignoré a la chica mientras le arrancaba las zarpas al oso y le sacaba un par de buenas tajadas de carne.

-¿Estás bien? –le pregunté en plena faena.

-Sí, creo que sí –dijo intentando levantarse y cayendo al suelo de nuevo con un grito de dolor.

-Ya veo,  -dije mientras terminaba y guardaba la carne y el cuchillo.

Con naturalidad y procurando mirar lo menos posible el cuerpo desnudo y hecho un ovillo de la joven me acerqué a ella. Un rápido vistazo me reveló que el tobillo derecho estaba dislocado.

-La buena noticia es que no está roto –dije mientras palpaba su piel tibia y suave, -la mala es que voy a tener que hacerte un poco de daño.

Ella asintió sin decir nada con los ojos fijos en mí y los orificios de su nariz dilatados por el terror. Sin aviso previo  tiré con fuerza del pie y haciendo palanca logré colocar el tobillo de nuevo en su sitio antes de que la joven me dejase sordo con sus gritos de dolor. Con el tobillo en su sitio y el pie dentro del agua fría del estanque el dolor pareció disminuir aunque no lo suficiente para poder volver sola a lugar de donde había venido. Se vistió mientras yo le daba gentilmente  la espalda y apoyándose en mí, emprendimos el camino.

Me ofrecí a llevarla en brazos, es más, hubiésemos ido más rápido, pero ella se obstinó en ir cojeando, apoyándose en mi cuerpo, mientras yo la sujetaba por su cintura. Después de años sin ver a una mujer, el sólo peso de su cuerpo y el aroma que despedía su piel me provocaron una erección que a duras penas pude esconder.

-¡Alto! ¡Suéltala ahora mismo o te levanto la tapa de los sesos! –dijo una mujer alta y pelirroja apuntándome con una escopeta de repetición del calibre doce.

-Yo sólo…   -intenté decir levantando las manos.

Sin decir nada más la mujer se acercó a mí sin dejar de apuntarme y cuando estuvo a mi lado con un rápido movimiento descargó un culatazo en mi sien. Oí unas débiles protestas por parte de la joven a la que había ayudado justo antes de que todo se volviera negro.

Me desperté desorientado y con un furioso dolor de cabeza en el suelo de una  pequeña habitación pintada de blanco. Intenté moverme pero alguien me había atado muñecas y tobillos con bridas.

-Hola, ¿Hay alguien? ¿Podéis darme un poco de agua?

Tras un par de minutos unos pasos desacompasados se acercaron, un grifo se abrió y finalmente la joven rubia me trajo un vaso de agua que me ayudó a beber. Tenía el tobillo vendado y parecía haberse calmado un poco, aunque en su cara todavía se reflejaba el susto.

-¿Qué tal te encuentras? Pregunté carraspeando e intentando incorporarme.

-Bien –dijo ella ayudándome a sentarme. –Hiciste un buen trabajo, apenas se me ha hinchado.

-Yo sin embargo tengo un dolor de cabeza terrible. ¿Podrías soltarme? –dije intentando que pareciese la pregunta lo más casual posible.

-Lo siento pero Erika me dio órdenes de que no lo hiciera bajo ningún concepto. Me dijo que intentarías embaucarme.

-¿Acaso os he hecho algún daño? ¿Por qué me tratáis así?

-Erika dice que eres peligroso.

-Y tú haces todo lo que te manda Erika… -repliqué yo – ¿y cuál es tu nombre o también te prohíbe Erika decirlo?

-Soy Lou Anne.

-Encantado Lou Anne, soy Mortimer, pero los cuervos me llaman Morty.

-¡Lou Anne, te dije que no te acercaras a él! ¡Apártate de él inmediatamente!

Lou Anne vio cómo se acercaba Erika dejando sobre el suelo un buen trozo del grizzly que yo había matado y se apartó de mi con rapidez diciéndole que solo le  había ayudado a beber un poco de agua.

Erika le dijo que volviese a poner el pie en alto y se quedó en la habitación mirándome como si fuese un jeroglífico que se obstinaba en permanecer sin solución.

Durante este tiempo aproveché para  observarla. Era mayor que Lou Anne, andaría por los treinta y pocos, era bastante alta, casi tanto como yo y los pantalones vaqueros y el sencillo jersey de Lana tejido a mano no ocultaba un cuerpo con generosas curvas. Lo que más llamaba la atención de ella era su larga melena lisa, color caoba, que enmarcaba un rostro ligeramente alargado y de tez extraordinariamente pálida. Sus ojos de color verde y ligeramente rasgados estaban fijos en él dándome la sensación de ser observado por un peligroso felino.

-Solos al fin –dije para romper el pesado silencio que se estableció entre nosotros.

-¿Quién eres? –preguntó Erika sin dejar de fruncir el ceño.

-Motimer  Lawrence, pero puedes llamarme Morty…

-Motimer, ¿Qué clase de nombre es ese?

-Ya lo sé, es un poco ridículo, pero es el peso que uno debe llevar por tener antepasados en la vieja nobleza inglesa. Pensé mil veces en cambiarlo, pero ahora es el único recuerdo que me queda de mi familia.

-¿Estás sólo? –dijo ella aparentando no escuchar lo que yo decía.

-¿Ves a alguien por aquí? –Respondí a mi vez –Por cierto creo que al menos podrías darme las gracias.

-Lou Anne me contó lo que hiciste, por eso aún  estás vivo…

-Así que es eso, no sabes que hacer conmigo. –le interrumpí,  no recuerdo si molesto o divertido.

-Básicamente.

-Mira, lo primero que podrías hacer es soltarme. Si hubiese querido haceros daño no hubiese llevado a tu hija, tu amiga o lo que sea, hasta ti. Pude haberla raptado y habérmela llevado antes de que tú pudieses hacer nada, pero no lo hice, te la traje de vuelta. –dije mostrándole de nuevo mis muñecas atadas.

Erika sacó un cuchillo de combate, del tamaño de un machete y lo asió con tal fuerza que los  nudillos se volvieron blancos. Se acercó poco a poco y con un movimiento rápido cortó las bridas que me sujetaban.

Antes de que pudiera reaccionar me abalancé sobre ella y la desarmé. Erika intentó darme un rodillazo pero la esquive y cogiendo su propio cuchillo se lo acerqué al cuello. Todo el cuerpo de Erika se tensó y una pequeña lágrima de sangre mano dónde el cuchillo había entrado en contacto con su piel.

-Me bastaría un segundo y un poco más de presión para acabar contigo. –dije susurrándole fríamente al oído. –y luego cazar a tu joven amiga sería coser y cantar… Pero no he venido a eso. –dije separándome de mala gana de su excitante cuerpo  y devolviéndole el cuchillo por el mango.

Erika cogió el cuchillo que le daba y lo blandió con furia ante mí. Sus labios fruncidos en una estrecha línea y sus ojos clavándose en los míos revelaron lo cerca que estuvo durante unos segundos de hincarme el cuchillo en el pecho.

-Está bien, no quieres hacernos daño, aunque se me ocurren otras formas de demostrarlo.

-Seguro pero no tan rápidas como ésta. –repliqué yo.

-Y ahora ¿Qué? –preguntó Erika guardando el cuchillo en la funda de la cadera.

-Creo que contar como hemos llegado hasta aquí sería una buena idea… -dije yo.

-… Está bien, empezaré yo –dije al ver la cara de póquer de Erika – Por lo menos podrás darme algo de comer, prometo no hablar con la boca llena.

Erika me guio a la cocina y dejo un plato de espaguetis fríos delante de mí. Durante los siguientes diez minutos le conté mi historia con todo lujo de detalles, ni siquiera escatimé mi escabroso sueño con el guardabosques. Después de haber terminado,  Erika pareció relajarse un poco y esperó que terminase la comida antes de empezar a hablar:

-Nuestra historia es bastante más sencilla. Yo vivía en una granja, no muy lejos de aquí, tenía diecisiete, no dieciocho años Cuando todo ocurrió, fui al pueblo a conseguir munición para la escopeta y la pistola. Cuando entré en la armería no había nadie y conseguí lo que necesitaba. Estaba a punto de salir cuando llegaron tres tipos con una niña de seis años. Los tíos se pusieron contentísimos a ver todos aquellos fusiles al alcance de la mano, así que se pusieron a trastear con las armas y se olvidaron de la niña que se puso a recorrer los pasillos del establecimiento sin rumbo fijo.

-Yo me había escondido y estaba a punto de salir por la puerta del almacén cuando llegó otro grupo, obviamente con las mismas intenciones y te podrás imaginar. El tiroteo acabó con cinco cadáveres en el suelo de la armería, incluidos los tres hombres que habían llegado primero.  La niña empezó a correr por los pasillos con las balas volando a su alrededor. Empujada por un instinto estúpido la seguí y cogiéndola de la mano y disparando la escopeta para cubrirnos salí por el almacén y nos escabullimos.

-Volvimos a mi granja, pero cuando la situación empeoró en las ciudades, la gente empezó a huir al campo y mi granja era demasiado visible al lado de la carretera. Cuando logré deshacerme del segundo grupo que intentó tomar la granja por la fuerza preparé los bártulos y nos fuimos. Conocía la existencia de esta pequeña granja de mis paseos nocturnos para bañarme en la cascada. Sabía que los dueños, unos ancianos habían sido desahuciados cinco años antes. La granja está aislada y con el viejo tractor me encargué de destruir y ocultar el camino de acceso,  además   tiene todo lo necesario, un pozo con agua, unas placas solares para tener electricidad, incluso pude traerme unos cuantos animales y semillas. La tierra de aquí no es demasiado buena pero no es lo mismo una granja rentable que una que te dé de comer. Y ahora, después de diez años de tranquilidad has llegado tú.

Cuando terminó de contar su historia, Erika comenzó a preparar la cena. Enseguida me levanté y le ayudé a lavar unas verduras mientras hablábamos. La charla empezó versando sobre la forma en la que se la habían arreglado para mantener la granja pero poco a poco fue derivando hacia la soledad. No es fácil vivir durante años sin  contacto humano y le dije que no me extrañaba que hubiese reaccionado así cuando me vio. Con una sonrisa un poco culpable se disculpó al recordar cómo me había sacudido en la cabeza y yo acepté las disculpas tratando de no darle ninguna importancia al chicón que seguía latiendo dolorosamente en mi sien.

Nos miramos y una corriente pasó a través de nosotros. Percibí su deseo y la besé, pero ella se despegó rápidamente.

-Lo siento –dijo pasándose los lengua por los labios excitada –pero no puedo… A Lou Anne no le parecería bien…

-¿Qué es lo que no me parecería bien? –dijo Lou Anne mientras entraba cojeando en la cocina.

-¡Oh! –dije yo para ganar un poco de tiempo a la vez que intentaba algo. –quería irme está noche pero Erika ha dicho que no te gustaría.

-Por supuesto que no. –Dijo Lou Anne sentándose  y poniendo el tobillo en alto –me salvaste la vida. Puedes quedarte aquí todo el tiempo que quieras ¿Verdad Erika?

-Claro que sí –respondió con una sonrisa.

Durante la cena tuve que volver a contar le historia de mi vida, esta vez para Lou Anne. Se interesó mucho por lo que me había enseñado el guardabosques y me preguntó si la había descubierto mientras seguía el rastro al grizzly. Durante un segundo medité largarle una trola pero finalmente opté por la verdad y le conté que estaba espiándola mientras se bañaba.

La joven se ruborizó inmediatamente, y su primer gesto fue de enfado, pero tras este primer momento de confusión me pregunto con curiosidad si le parecía que era bonita. Erika y yo no pudimos por menos que reír y la explosión de carcajadas contribuyo a eliminar la tensión del momento. Después de asegurarla Erika y yo que no era bonita, sino que era preciosa Lou Anne se dio por satisfecha aún más ruborizada que antes. No hay nada que siente mejor a una mujer que un piropo. A partir de ese momento la joven dejo de cojear y empezó a pasearse por la casa  como si flotara.

 Dejamos a  Lou Anne fregando y nos fuimos a preparar los animales para la noche. El frescor de la noche me sentó bien y me ayudó a desembarazarme del dolor de cabeza.  Hicimos las tareas rápidamente y en silencio, no hacía falta que habláramos nuestras miradas lo decían todo. Por un momento me planteé acercarme e intentar follármela allí mismo, pero tenía la impresión de que todo aquello era una especie de prueba así que me limite a dar de comer y a ordeñar las cabras como mejor supe.

Cuando volvimos a la casa todo estaba recogido y Lou Anne nos esperaba con un té. Charlamos un rato más, de tonterías, sólo por el placer de escuchar una voz diferente y nos fuimos a dormir.

Había dos habitaciones en la parte de arriba. Una me la ofrecieron a mí y ellas se fueron juntas a la otra.

La habitación estaba limpia y ordenada pero sus muebles tenían una fina capa de polvo y al abrir la cama y meterme en ella sólo con unos calzoncillos y una camiseta la humedad que noté en las sábanas me dio la impresión de que no se usaba a menudo.

 No sé si fue el té o las emociones del día pero no podía dormir. Al otro lado de la pared no dejaba de oír susurros y risas, eso acompañado de la conciencia de tener dos hembras tan cerca y a la vez tan lejos no contribuyó a serenarme. De repente se hizo el silencio, yo pensé que por fin se habrían dormido pero me equivoqué, unos suaves gemidos venían de la habitación contigua.

Aplicando todas las lecciones de mi viejo amigo el guardabosques salí de la habitación en total silencio. Cuando salí al pasillo vi que la puerta de su habitación estaba ligeramente abierta. De ella salía un tenue haz de luz. Poco a poco, con desesperante lentitud, me fui acercando a su puerta hasta que pude espiar el interior de su habitación. El ángulo de visión desde allí no era bueno, sólo se veía un pesado armario ropero de finales del diecinueve, pero una de las dos había dejado una de las puertas abiertas y el espejo de cuerpo entero que contenía apuntaba directamente a la cama donde las dos mujeres,  hacían el amor. Erika estaba sentada sobre el borde de la cama mientras Lou Anne frotaba su sexo sobre el muslo de Erika gimiendo y dejando un rastro de humedad a su paso. El ritmo era pausado como si ambas esperasen algo.

Con cada respiración los pequeños pechos de Lou Anne subían,  sus costillas se movían y su culo temblaba, haciéndome desear que fueran mis manos y nos las de Erika las que le acariciaran.

Lou Anne desmontó y besó a Erika con delicadeza mientras acariciaba sus pechos opulentos y sus pezones rojos y tiesos. Sus manos fueron bajando poco a poco hasta que desaparecieron entre las piernas de Erika provocándole un grito de placer. Erika abrió las piernas y a través del reflejo del espejo pudo ver como los dedos de Lou Anne entraban y salían rápidamente del coño de Erika forzándola a doblarse con el placer del orgasmo. Tras unos segundos, Erika se levantó y abrazando a Lou Anne me miró desde el espejo y sonrió.

Estaba a punto de largarme con mi rabo erecto entre las piernas cuando Erika levantó el brazo y me hizo una señal inequívoca para que me acercase.

Con la prisa que dan quince años sin probar hembra me quité la ropa y me acerqué sigilosamente a ellas. Cuando abracé a Lou Anne por detrás  haciendo que mi polla descansara sobre el culo y la espalda de la joven esta dio un respingo,  se apretó instintivamente contra mí y gimió revelando su deseo. Erika me miró a los ojos y sonrió sin dejar de abrazar Lou Anne. Cogí con mis manos los pequeños pechos  de Lou Anne y presioné con mi cuerpo para apretarlo un poco más contra el de Erika. La joven volvió a gemir y noté como sus pezones se endurecían haciendo que volvieran como en un flash  las imágenes de la joven desnuda en el estanque. Besé a Erika por encima de la cabeza de Lou Anne  mientras frotaba mi polla contra el culo y la espalda de la jovencita.

Con suavidad separé sus piernas y ante la mirada aprobadora de la pelirroja, introduje con suavidad mi polla en el  coño de Lou Anne. Esta soltó un largo gemido y se agarró a  Erika para mantener el equilibrio.

Metía y sacaba mi polla con suavidad, disfrutando  de la estrechez de su vagina y acariciando su vulva con rápidos movimientos.

Erika se acercó a mí y comenzó a besarme con violencia mientras me acariciaba los huevos. Sintiendo que estaba a punto de correrme apartó a Lou Anne y tumbándose en la cama se abrió de piernas mostrándome su pubis y su sexo incendiados por el deseo.

Con Erika no fui tan delicado, de un solo empujón le metí mi polla entera  mientras Lou Anne le besaba los pechos y le mordisqueaba los pezones.

-Vamos cabrón dame tu leche… -dijo sabiendo que eso me excitaría aún más.

Comencé a penetrarla cada vez más rápido, cada vez más fuerte hasta que exploté eyaculando semen contenido durante años sin dejar de empujar salvajemente hasta que noté que ella también se corría.

Me separé de Erika que quedo tumbada jadeando y Lou Anne me cogió la polla aún palpitante y se la metió en la boca.

-Aún me debes algo –dijo mientras se tomaba un respiro y miraba mi miembro  con curiosidad.

Me senté en la cama mientras ella me chupaba la polla con fuerza hasta que estuvo de nuevo dura como una estaca, entonces se sentó encima de mí, se metió mi polla lentamente y, cerrando los ojos, concentro sus sentidos en las caricias de mis manos y de mi polla. A medida que su excitación iba en aumento comenzó a moverse más rápido unas veces deslizándose por mi polla otras veces con movimientos circulares,  sin dejar de mirarme a los ojos, como queriendo cerciorarse de que me estaba haciendo disfrutar tanto como disfrutaba ella. Sus jadeos y sus gemidos fueron haciéndose más frecuentes y anhelantes hasta que la elevé en el aire y la tiré en la cama bajo mi cuerpo penetrándola con fuerza  hasta que todo su cuerpo se crispó y tembló con las oleadas del orgasmo.

Me separé y Erika aprovechó para tumbarse sobre la joven,  acariciarla con suavidad y besarla. Yo, ante la visión del culo grande y blanco de Erika con el coño aun rebosante de mi semen volví a penetrarla varias veces y jadeando por el esfuerzo me corrí de nuevo en su interior.

Sin darme cuenta caí sobre Erika medio desmayado y sólo las protestas de Lou Anne nos hicieron darnos cuenta de que la estábamos aplastando. Al oír sus débiles protestas nos apartamos de ella riendo y resollando.

Minutos después las dos mujeres dormían mientras yo, incapaz de hacerlo, acariciaba sus cuerpos suaves, cálidos y llenos de vida, con la sensación de que no éramos más que  los rescoldos de una humanidad casi muerta.

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