Después de perder la virginidad con el novio de mí hermana, en presencia y con el consentimiento de esta, tuvimos algún encuentro más los tres juntos, pero cada vez más espaciados. Salí con algún chico de mi curso, pero me parecían torpes e insulsos, siempre con la sensación de que no sabían lo que hacían. Toda mi etapa en la universidad estuvo monopolizada por mi rollo lésbico con Belinda, así que mi experiencia con hombres se limitaba a mi cuñado. Mi primer año como profesora en el instituto fue más bien solitario. Salí con un par de compañeros pero las cosas no funcionaron. Pronto me fijé en uno de mis alumnos. Era listo, educado y guapo. No vestía a la moda ni era el mejor deportista ni el más elocuente charlando con el sexo opuesto ni las cosas en las que se fijan las chicas de su edad, así que no parecía ligar mucho, pero a mí me parecía encantador. Era el mejor en mi asignatura y, en general, en las de letras, aunque las matemáticas se le atragantaban. Yo también le gusté de inmediato, se le notaba en la manera de tratarme. De hecho gustaba a muchos chicos, tenía más éxito entre ellos de profesora que de alumna. El resto del cuerpo docente eran hombres, un par de mujeres mayores y una con un problema de obesidad, yo era “la guapa” de entre las profesoras y no mucho mayor que mis alumnos. Mario, como se llamaba el chico, comenzó a llevarme los libros del aula al despacho y a hacer otras galanterías semejantes. Alguna vez nos quedábamos hablando después de clase de su vida, de la mía, del último filósofo que habíamos estudiado o de cualquier otro tema, así que forjamos cierta amistad. Me gustaba notar cómo me miraba el escote, como se ponía celoso si salía con algún profesor o su mal disimulado alivio cuando cortábamos. Una mañana me sorprendí preguntándome si la camiseta que iba a ponerme le gustaría o sí le resultaría más atractiva con la blusa. Me arreglaba para él. También yo me puse celosa cuando supe que se había enrollado con una compañera en una cena de clase y me indigné cuando la vi con otro y lo consolé cuando se enteró. Es una niña idiota, no te merece, le dije con toda sinceridad, y le besé en la mejilla, abrazándolo, aplastando mis senos contra su pecho.

En estos coqueteos inocentes llegó el final del curso. Técnicamente ya no era mi alumno y no había obstáculo ético a un encuentro más íntimo entre los dos, pero seguía sin tener muy claro que aquello fuera adecuado. En una de las últimas clases, tres o cuatro alumnos, entre ellos Mario, vinieron a invitarme a la cena de despedida que organizaba la clase, cortesía que tenían con los profesores más “molones”. Acepte contenta de tener una escusa para distraerme y ver a mis chicos en un ambiente distinto al académico. Les había cogido cariño a esos cabroncetes. Se me pasó por la cabeza que podía ser una ocasión para que pasase “algo”, no sabía muy bien qué, pero la deseche. La noche en cuestión, no obstante, me puse más sexi que nunca. Nada más llegar busqué la mirada de Mario, que estaba anonadado con mi aspecto. No era el único, los chicos me rodeaban solícitos y las chicas murmuraban molestas. Cenamos en un bar entre risas. Me tocó al lado del profesor de educación física, con el que había salido un par de veces, sin que llegáramos a entendernos. Mario me observaba celoso, lo que me hacía sentir bien. En la disco bailamos todos juntos un rato. Mi compañero, con un par de copas, comenzó a hacerme insinuaciones. Decidí que era mejor irme, me despedí y salí a buscar el coche. Mario me siguió y me preguntó que me pasaba. Confesé que no tenía ganas de lidiar con el morlaco que me tiraba los trastos, lo que pareció complacerle. Me dijo que no tenía porque retirarme, que podíamos ir a otro lado. Acepté y le dije que se subiera al coche, con el que fuimos a otro pub a un par de manzanas. Me supo mal que se perdiera el resto de la noche por mí y, mientras bailábamos en el nuevo local, le dije que era muy amable, pero que podía dejar a esta vieja y volver con sus amigos cuando quisiera. Respondió muy serio que prefería estar conmigo. Me conmovió y lo premié besándole en los labios. Para él eso fue como una invitación y se lanzó sobre mí, metiéndome la lengua hasta la garganta. Cálmate, le dije entre risas, le abracé y comenzamos a besarnos despacio, como a mí me gustaba. Saboreé sus labios y noté un bulto pujante sobre su entrepierna presionar mi pubis sobre la falda. En un arrebato lo llevé de la mano hasta los baños, nos encerramos en uno de los retretes del de caballeros, me agaché y se la saqué. La tenía gruesa, de extensión media, limpita y apetecible. Me puse a chuparla. Hacía tiempo que no lo hacía, pero no había perdido la habilidad a juzgar por sus gemidos. Se la machacaba con la mano mientras le besaba la punta. No tardó en correrse en mi boca. Me limpié con papel higiénico y salimos. ¿Quieres venir a mi casa a tomarte la última?, le propuse excitada. Aceptó y subimos al coche en silencio. Una vez en casa le serví un ron con cola y me puse otro para mí. Tras un par de sorbitos perdió la paciencia y se lanzó sobre mí de nuevo. Su ímpetu me divertía. Me desabotonó el vestido y mis senos quedaron libres. Los chupó goloso mientras yo notaba que su pene volvía a estar erecto. Lo llevé a mi habitación para que mi madre no nos sorprendiera en plena faena. María y Julio se habían casado y ahora vivíamos las dos solas. En mi cuarto tomé el control y lo desnudé despacio. ¿Es tu primera vez?, pregunté. Asintió despacio. Lo estás haciendo muy bien, le animé. Sin más preámbulos me ensarté sobre él y lo cabalgué a mi ritmo. De vez en cuando me desplomaba sobre él y nos besábamos o me agarraba las tetas. ¿Estás disfrutando?, le pregunté sensualmente. Se limitó a responder que sí y a besarme. Pese a ser su primera vez aguantó bastante, tal vez por la mamada del baño del pub. En cierto modo para mí también era la primera vez, la primera vez que estaba con un hombre a solas…

Cuando Mario salió de mi habitación pensé que la cosa acabaría ahí, que solo había sido un calentón, que nos habíamos dejado llevar por el cariño que nos teníamos y eso nos había llevado a una noche de pasión, sin más consecuencias. Cuando un par de días después me llamó por teléfono y me propuso ir al cine me sorprendí aceptando. La verdad era que me apetecía. Pensaba decirle que lo nuestro era imposible después de la película, pero terminamos follando en los baños del cine. Lo cierto era que me gustaba su compañía, me gustaba su conversación, me gustaba su inocencia, me gustaban los ojos de admiración con los que me miraba, lo dispuesto que estaba a aprender de mí, tanto si le enseñaba la filosofía de platón como a hacer el amor. Tras un par de encuentros parecidos accedí a ir a su casa, aprovechando que sus padres estaban fuera. Me folló en su cuarto en la postura del misionero con vigor, mientras yo arañaba sus nalgas blanquecinas y redondas. Sus padres no estaban, pero su hermano sí, y nos estaba espiando. Me hizo mucha gracia, más aún, mi hizo ilusión, era un curioso cambio de rol. Mario terminó sobre mí, dejándome a medias y solo entonces se dio cuenta de la presencia de su hermanito pequeño tras la puerta. Fue hacia él amenazante y le agarró violentamente de la camiseta. ¿Qué mirabas pequeñajo?, le dijo visiblemente molesto. ¡Se lo diré a papa y mama!, contraatacó el mocoso retador. Como les digas algo… Mario blandió el puño frente a su cara de tal modo que temí una escena violenta. Tranquilos, dije mediadora. No puedo permitir que se lo diga a mis padres, se explicó mi ex alumno calmándose un poco. Vale, yo le convenzo, tercié de nuevo, déjanos a solas, y le saque de la habitación para evitar que terminase a palos con su hermano. Respiré hondo, me relajé y me puse mi mejor sonrisa para convencer al chico: ¿Cómo te llamas?, le pregunté. Miguel, respondió tímido. A ver Miguel, lo que estábamos haciendo tu hermano y yo era algo íntimo, no tenias que espiarnos. Oí un ruido y… trató de explicarse él. No importa, le atajé, no pasa nada, pero ¿no crees que deba ser él quien decida si se lo quiere contar a vuestros padres y cuando?, ¿no crees que tenga ese derecho? Titubeó un poco ante mis argumentos y no dio respuesta. Visto de cerca no era tan mocoso, tenía 16 años, 2 menos que Mario y era físicamente parecido a él. El polvo anterior me había dejado insatisfecha y estaba cachonda como una cafetera. Cerré con pestillo, precaución que no se le ocurrió a mi anterior amante, para no ser sorprendidos, y volví hacia él adoptando una pose seductora. Y dime ¿te gustó lo que estabas viendo? Me inspiró ternura ver como se ponía nervioso ante la pregunta. Veo que sí, añadí mirando de reojo su innegable bulto en el pantalón. ¿Te estabas haciendo una pajita?, pregunté de nuevo acariciando el bulto. El pobre no acertaba a pronunciar palabra. Será mejor arreglarte esto. Dejarte así sería una crueldad. Me arrodillé ante su paquete y le saqué la polla que se mostró empinada ante mí. No la tenía tan gruesa como su hermano, pero sí un poco más larga. Se la chupé mientras me masturbaba. No sé lo que me pasó, me parecía una locura, pero lo estaba haciendo. Me recordaba tanto a mí cuando espiaba a mi hermana… Me corrí en seguida y entonces me ayudé con la mano para que también se corriera él. Limpié el semen, le guardé el pajarito en el nido, abrí la puerta y le dije a Mario que esperaba nervioso: tranquilo, no le dirá nada a tus padres. Estaba convencida de ello. Y también de que no le diría nada a Mario sobre la mamada. Ambos sabíamos que si lo hiciera, la primera reacción del chico, antes de pedirme explicaciones a mí, sería partirle la cara a él.

Estuve sintiéndome como una puta algunos días. Follé con Mario un par de veces más, en mi casa, obviamente. No me atrevía a negarle nada después de ser tan zorra. Un día le invité a pasar en mi casa el fin de semana. Ya le había presentado a mi madre y me parecía lo más normal. Me preguntó si podía venir su hermano, que si no se quedaba solo y, total, ya sabía lo nuestro. No vi ningún motivo confesable para oponerme. Cuando llegó con él moje las bragas solo con verlos. Me sentía culpable, pero la idea de estar con los dos hermanos como Julio había estado con nosotras me volvía loca. Mi madre conocía a Mario, pero no a Miguel. Cuando los presenté vi que saltaban chispas. Mama llevaba un generoso escote que parecía tener al chico hipnotizado. Me dio un poco de celos pero pensé que era mejor así. Si no me buscaba era menos probable que pasara nada, y Mario no se merecía que lo humillase haciendo algo inapropiado con su propio hermano (algo más de lo que había hecho ya). No obstante pronto comprobé que Miguel tenía capacidad de atención para todas. Era normal, estaba en la edad en que las hormonas son más difíciles de controlar. Yo tenía menos excusa. Tan pronto lo sorprendía observándonos celoso mientras su hermano y yo nos besábamos como mirándole el culo a mi madre extasiado. Cierto que el pobre no pasaba de mirar. En ningún momento intentó quedarse a solas conmigo ni me dijo nada fuera de lugar. Parecía como si nunca se la hubiera mamado. Por la noche hice el amor con mi chico y sentí pronto su presencia entre las sombras. Traté de que Mario no se diera cuenta para evitar otra escena como la de su casa, pero el intruso desapareció en seguida no dando pie a ser descubierto. Fue un buen polvo, Mario cada vez follaba mejor, estaba cogiendo práctica conmigo y pronto sería el amante perfecto para mí. Lo estaba modelando a mi gusto, por así decir. Ya había encontrado el ritmo adecuado, primero más despacio, luego más rápido. Además me comía el coño sin tenérselo que pedir. No lo hacía tan bien como Belinda, pero iba mejorando.

Al día siguiente Miguel estuvo más centrado en mi madre. Estuvo con ella todo el día y no nos hizo demasiado caso a su hermano y a mí. Por un momento se me pasó por la cabeza que tal vez mama estaría seduciéndolo, pero rechace la idea por absurda. Olvidaba que mi familia era absurda (maravillosamente absurda) por definición. Esa noche Mario y yo volvimos a follar. En esa ocasión no noté que nadie nos espiara, lo que no sé si me produjo alivio o decepción. A la mañana siguiente me levanté e hice el desayuno. Mario acudió en seguida, pero ni mi madre ni su hermano daban señales de vida. Fuimos a su habitación y los encontramos allí a los dos, abrazados, desnudos. Era obvio que habían pasado así la noche. Les dije que el desayuno estaba listo con una sonrisa. Mi madre estaba radiante, me alegré mucho por ella. Tampoco parecía que el pipiolo lo hubiese pasado mal.

En las siguientes semanas afiancé mi noviazgo con Mario. Desde que había visto a Miguel en la cama con mi madre mi culpabilidad por habérsela mamado había desaparecido. Mi atracción por él se había atenuado un poco y, aunque aún me seducía la idea de comerme al crio o de hacer un trío con los hermanos ya no me angustiaba por ello. Si tenía que pasar pasaría y si no, pues nada. Mi madre quedaba con Miguel, al principio esporádicamente, cada vez con más frecuencia. Poco a poco estaba pasando de polvo-locura a relación. Cada uno le daba al otro lo que quería y lo que necesitaba. Si unos años antes me hubieran dicho que mi madre saldría con el hermano pequeño de mi novio, más de 20 años más joven que ella, no me lo hubiese creído.

Una noche estábamos los 4 viendo la tele. Ponían una película con algunas escenas de sexo subiditas de tono. Ba, dije en broma, nosotros lo hacemos mejor, y morreé a Mario delante de mi madre y su hermano. Ni comparación con nosotros, dijo mi madre siguiéndome la broma y le metió la lengua en la garganta a Miguel. ¿Solo sabéis hacer eso?, pregunté algo picada y me lancé sobre mi chico. Nos dimos un rato el lote. Durante el proceso le acaricié el paquete que ya estaba duro y me saque de la camiseta una teta para que la chupara. ¿Chuparte las tetas, eso es lo único que hace?, contraatacó ella, pues a mí me las chupa mejor, entre otras cosas porque yo las tengo más grandes. Parsimoniosamente se desabrochó la blusa, se quitó el sujetador mostrando sus senos y atrajo al crio hacia ellos para que se diera un festín. ¡Serás guarra!, dije riendo. Me habéis puesto cachonda. Cogí de la mano a Mario y nos retiramos a mi habitación para rematar la faena. Mientras lo hacíamos, con él sobre mí, cubriéndome amoroso, le susurré al oído. ¿Te gustan las tetas de mi madre? Sí, murmuró él por respuesta. ¿Te gustaría follártela?, insistí. Aceleró el ritmo de la jodida. Se notaba que la idea le excitaba. Ya estoy como mi hermana, pensé, desando que mi novio se folle a mi madre. Claro que eso podía suponer que… No, era mejor no pensar en ello.

Días después decidimos ir a la playa nudista los cuatro. A ellos, que nunca habían estado en una se les notaba nerviosos. Mama y yo estábamos encantadas. Buscamos un lugar apartado, como solíamos. Si la arena de aquella playa hablara, lo que podría decir de nosotras escandalizaría a cualquiera. Tomamos el sol y nos dimos un bañito. El nerviosismo de ellos se fue disipando y en nuestros juegos en el agua noté sus pollas empinadas rozarme las piernas, el vientre y el culito, lo que me puso a mil. Estoy segura de que a mama le pasó lo mismo. De vuelta a la arena a mi macho la erección no se le bajaba. Aprovechando el ambiente distendido se la agarré y dije en voz alta: Pobrecillo, no puedo dejarlo así. Mama, vigila que no nos vea nadie. Y ni corta ni perezosa me puse a chupársela ante mi madre y su hermano. ¡Estás loca!, decía ella riendo, pero se notaba que no lo censuraba. Se la mamé hasta que se corrió en mi boca. Levanté la vista y observé a mi madre acariciándole la polla, también erecta, a su chico que le sobaba a ella las tetas. De vigilar nada, habían estado mirándonos. ¡Qué guarrilla es mi hija!, dijo divertida. ¿Guarrilla yo?, contraataqué. ¡Tu una puritana más bien! ¿Puritana yo?, respondió ella. ¡Ahora verás! Y dicho esto se tumbó en la arena abierta de piernas haciendo que Miguel la penetrase. ¡Eh, no es justo!, protesté. Yo solo le he hecho una mamadita y tú vas a follártelo. ¿Quién es ahora la puritana?, respondió mi madre entre risas.

Esa misma noche después de cenar fuera y tomarnos unos cubatas, nada más llegar a casa, las dos parejas comenzamos a besarnos. Como si fuera lo más natural nos desnudamos para hacer el amor allí mismo, en la sala de estar, con mi madre y su hermano presentes. Después de lo de la playa ya no había vergüenza, las barreras habían caído. Ellos hicieron lo mismo y follamos allí los cuatro. Yo estaba sobre Mario, cabalgándolo a mi gusto mientras mi madre a cuatro patas recibía las embestidas de Miguel. Mi novio miraba las tetas de mama bambolearse y yo a su hermano, con una gota de sudor en la frente, dando duro a mi progenitora. Ellos también nos miraban. Fue brutal.

Desde entonces lo hacíamos juntos a menudo, tanto en el comedor como en la habitación de mi madre cuya cama era más grande que la mía. Precisamente una de esas veces, compartiendo la cama de matrimonio de mama, Mario y yo ya nos habíamos corrido y Miguel y mi madre seguían dale que te pego. Mi chico miraba como hipnotizado las tetas de mi madre. Tócaselas si quieres, le dije. A tu hermano no le va a importar y ella está deseándolo. Como él dudaba agarré su mano y la llevé al seno izquierdo de su “suegra”. Miguel aceleró el ritmo, señal que la visión de lo que estaba ocurriendo le excitaba. Mario le palpó también el pecho derecho. Bésala, le dije. Esta vez no tuve que empujarle la cabeza, él solo se acercó y morreó a mi madre a placer. Yo fui hasta su hermano e hice lo mismo mientras este seguía follándose a mi mama. Finalmente se corrió dentro de ella con los labios capturando mi pezón derecho.

Este tipo de roces se repitieron un par de veces. Estábamos chupándoles la polla a nuestros machos como paso previo al coito y de repente cambiábamos de rabo como quien de da a probar a otro el helado que se está comiendo. Luego volvíamos a emparejarnos correctamente y terminábamos follando como locos. Estaba claro lo que iba a pasar, solo hacía falta que alguien lo dijese y esa, como era de esperar, tuve que ser yo. ¿Quieres follarte a mi madre?, le pregunté a mi novio un día. ¿Y Miguel te follaría a ti?, respondió adivinando por donde iban los tiros. Sería un intercambio de parejas, expliqué yo, solo si te sientes cómodo con la idea. La verdad es que me encantaría follarme a tu madre, confesó él. Tiene unas tetas de vicio y me da mucho morbo. ¿Tú quieres tirarte a mi hermano? Te quiero a ti, le dije, pero es verdad que me excitaría hacerlo con Miguel aunque fuera solo una vez. La idea de que estés con otro no me hace gracia, reconoció sincerándose, pero supongo que llegados a este punto sería lo más lógico. ¿Ellos querrán?, preguntó al fin. Estoy segura, dije convencida.

En efecto, ellos quisieron. Lo hablé con mi madre a solas, que no opuso resistencia. Ella se lo comentó a su chico, que accedió tratando de disimular su entusiasmo porque me deseaba desde la mamada que le hice el día que nos sorprendió a mí y a su hermano en plena faena. Aquel mismo fin de semana nos decidimos a hacerlo. El viernes por la noche cenamos los cuatro juntos. Fue una cena íntima, muy especial, estábamos nerviosos ante lo que iba a ocurrir. Después de unos cubatas pasamos al sofá y comenzamos a besarnos cada uno con su pareja. Después de unos cuantos morreos acaricié a Miguel de los cabellos y lo atraje hacia mí. Mario fue hacia mi madre y se lanzó a comerle la boca. Su hermanito y yo nos apartamos un poco e hicimos lo propio. El día de la mamada solo hicimos eso, yo se la chupé y él se la dejó chupar, nada más, así que esta era la primera vez que nos besábamos. Mi madre era buena maestra, lo hacía bien. Mordía mis labios, acariciaba mi lengua con la suya, nos embargaba la pasión, aquel crio me daba mucho morbo. De reojo vi a mi novio comiéndole las tetas a mi madre con desesperación, por fin degustaba aquellos senos que tan loco le volvían. Fui feliz por él. Llevo mucho tiempo deseando esto, me susurró Miguel sin que ellos lo oyeran, yo también cariño, le dije siendo sincera. Me desnudó despacio, los gemidos de mi madre provocados por su hermano eran el sonido de fondo. Me chupó las tetas un rato, su lengua me rodeaba los pezones mientras su mano me acariciaba entre las piernas mojándome aún más de lo que ya estaba. Me arrodillé para mamarle la polla como había hecho aquella vez. Su sabor me era conocido. Él me arrullaba los cabellos y suspiraba mi nombre. Le besé los huevos, le lamí el glande, me la metí entera en la boca… cuando parecía que se iba a correr paré para que me penetrara. Se tumbó sobre la alfombra y yo sobre él. Mario hacía ya algunos minutos que bombeaba a mi madre en el sofá en la postura del misionero. Miguel me sujetaba las nalgas mientras me metía su polla en mi coño y frotaba mis tetas sobre su pecho. Follamos así. De vez en cuando el murmuraba cuanto me deseaba, que aquello era un sueño hecho realidad y yo le confesaba que era recíproco. Cuando terminamos mama y mi novio nos miraban sonrientes. Ellos se habían corrido primero y habían estado observándonos.

Repetimos este intercambio de parejas algunas veces. Una noche mi madre se encontraba mal y se había acostado pronto. A Miguel le sabía mal despertarla o molestarla de algún modo y se iba a quedar a dormir en la habitación de mi hermana mientras Mario y yo retozábamos en la mía. Me dio pena y cuando nos retirábamos le pregunte a mi chico todo lo coqueta que pude: ¿Le invitamos? Accedió y le hice un gesto al chaval para que pasase con nosotros. Los abracé a los dos y comenzaron a besarme alternativamente. Aún tenía en la boca la saliva de uno cuando me morreaba el otro, uno tenía la lengua en mi oreja y el otro me la metía hasta la garganta. Aquello exacerbaba mi libido. Me tumbé en la cama y Mario, como hermano mayor y líder, o tal vez como novio titular, me cubrió sin que Miguel le estorbase. Me bajé las bragas y dejé que la metiera. Su hermanito me tocaba las tetas y seguía besándome. Tras unos minutos descubrió su miembro y lo acercó a mi boca. Se la chupé mientras mi novio me penetraba. Recordé los tríos con mi hermana y su novio. Esto era más o menos lo mismo, pero al revés. Me encantaba. Mario inundó mis entrañas y Miguel mi boca casi a un tiempo. Me sentía llena, poderosa, satisfecha…

Durante los meses siguientes hicimos más tríos, también mi madre probó a nuestros machitos juntos, estuvimos las dos a la vez con cada uno de ellos y les presenté a mi hermana y mi cuñado, con los que también hicimos intercambio de parejas. Fue un periodo loco, de sexo desatado. Luego las aguas fueron volviendo poco a poco a su cauce y nuestra situación se normalizó, convirtiéndonos en parejas más convencionales. Con mi sueldo de maestra me compré una casa a la que me fui a vivir con Mario. Miguel nunca llegó a vivir con mi madre, pero su noviazgo fue un hecho y hasta pensaron en casarse, cosa que finalmente nunca ocurrió. Pasaron algunos años y, de nuevo, aquellos meses de promiscuidad sexual desatada pasaron a ser un recuerdo envuelto en una neblina, como si hubieran sido sueños húmedos en lugar de realidades. Entonces Julio y mi hermana tuvieron a Sandra, y ahí todo se alteró de nuevo, porque sentí que yo también lo necesitaba y Mario no estaba por la labor.

Poco después de mi ruptura con Mario, Miguel y mi madre lo dejaron también. La diferencia de edad acababa pesando, el chico necesitaba a alguien de su edad, con quien formar una familia en el futuro. Por otra parte yo necesitaba formar una familia en el presente y era obvio que no podría ser con Mario, pero tampoco quería esperarme a conocer a alguien, que las cosas funcionasen, etc. Hasta donde yo sabía eso podía tardar años, incluso no ocurrir nunca. Siempre podía recurrir a la adopción, pero me apetecía tener un hijo de mi carne, tener la experiencia completa, embarazo y parto incluido. La inseminación artificial me parecía antinatural. No es que tuviera nada contra quienes la usaban, mis propias circunstancias me habían enseñado a ser tolerante con todo el mundo, pero no era para mí. María se había puesto en plan protectora conmigo, después de la ruptura: me acompañaba al cine, de compras, sacaba tiempo para mí, a pesar de estar liada con la cría. Precisamente fue sentir su cariño y el de Julio lo que me dio la idea. Él día que se lo propuse estaba nerviosa. Una cosa eran los jugueteos sexuales y otra la paternidad. “He de pediros algo muy importante para mí”. Me miraban con curiosidad, no creo que se lo esperasen. “Quiero tener un hijo. He pensado que Julio debería ser el padre.” Se miraron entre ellos desconcertados. “Quiero que nos acostemos los tres, como solíamos hace años, y que Julio me deje embarazada. La inseminación artificial no me parece natural, quiero que mi hijo sea fruto del amor, y no siento más amor por nadie, aparte de mama, que por vosotros dos. Luego lo criaría yo sola, no quiero cargaros con más responsabilidad, vosotros seriáis sus tíos, los mejores tíos del mundo… Pensároslo, si no queréis ayudarme, si no queréis hacer esto por mí, lo entenderé, no os guardaré rencor, en serio… pero si lo hacéis, sería maravilloso”. Los pobres se quedaron boquiabiertos. Dijeron que necesitaban tiempo para pensarlo, lo que me pareció normal. Una semana después quedamos a cenar. Había decidido no presionarles, así que no sequé el tema. Cuando terminamos, con un cubata cada uno en las manos, lo sacaron ellos. Hemos pensado en lo que nos pediste y los dos estamos de acuerdo, dijo mi hermana. Por supuesto que te ayudaremos. Eres nuestra familia y te queremos, añadió Julio. Emocionada salte en sus brazos y los besé en la boca a cada uno. Gracias, les dije casi llorando, muchas gracias. Si te parece, sugirió María guiñándome un ojo, podemos empezar ahora mismo. La besé metiéndole la lengua en la garganta por toda respuesta. Después besé a Julio de la misma forma. Luego ellos se besaron entre sí. Fuimos abrazados hasta el sofá y caímos sobre él entre risas. Los dos se turnaban para besarme y yo estaba en la gloria. En un momento dado juntamos las tres lenguas. Sentía la polla dura de mi cuñado aplastarse contra mi vientre y las tetas de mi hermana contra mi pecho. Mientras Julio y yo nos seguíamos besando, María se deslizó hasta nuestros pantalones y nos los quitó solicita. Le chupaba la polla a su marido y el coño a mí alternativamente mientras el chico atrapaba mis pezones con sus labios. Ella misma frotó el glande de Julio contra mis labios vaginales y me la introdujo despacio. Acercó su cara a la mía y me besó en la oreja y después en los labios. A esas alturas su marido ya me follaba sin contemplaciones. María se desnudó y se sentó a horcajadas sobre mi cara para que le comiera el coño. Lo hice gustosa. No podía verles, pero suponía que marido y mujer estarían besándose, o tal vez él le mordería las tetas a ella. Mi hermana se corrió en mi boca y mi cuñado esparció su deseada semilla en mi interior.

Desde entonces nuestros encuentros fueron frecuentes. Siempre estábamos los tres y Julio siempre se corría en mi coño. En una de las ocasiones, mientras su marido me bombeaba, mi hermana me susurró al oído: si alguna vez estas ovulando y necesitas a Julio podéis follar los dos solos, aunque yo no esté no pasa nada, confió en vosotros y tu bebe es lo más importante. Tras decirme esto me metió la lengua en la oreja y me corrí de gusto entre sus brazos y los de su hombre. Unos días después llegó el momento de aprovechar su ofrecimiento. En efecto estaba ovulando y no quería dejar pasar la oportunidad de ser fecundada en la cima de mi fertilidad. María tenía a la niña malita y ella misma se había resfriado, así que no podíamos contar con ella. Era cierto que me había autorizado expresamente a hacer aquello, pera aun así me sentía rara: nunca había estado a solas con Julio íntimamente. Cuando llegó a mi casa comprobé que él también estaba nervioso. Empezamos a besarnos pero a los dos nos dio la risa floja. ¿Pero que nos pasaba, habíamos estado juntos decenas de veces? Nos tranquilizamos y seguimos. Poco a poco nos fuimos calentando. Me desnudó y me acarició los pechos. Rompí el silencio, que ya era agobiante, para preguntarle si quería que se la chupara. Asintió y le desabroché la bragueta, saqué su pene, ya semi-erecto y dejé que creciera del todo en mi boca. La sensación de intimidad era indescriptible. No se la mamé mucho rato, quería asegurarme de que se correría en mi interior. Se colocó sobre mí y me la metió. Nos miramos a los ojos y nos besamos de nuevo. Entendí que nuestros nervios estaban basados en el temor a sentir algo el uno por el otro estando mi hermana de por medio. Desde luego quería mucho a mi cuñado, pero me mataría antes que hacerle daño a mi hermana, así que no podía ser y ambos lo sabíamos… sin embargo allí estábamos, haciendo el amor… podía sentir el cariño mutuo que nos profesábamos con cada embestida. Llegamos al orgasmo en silencio y nos vestimos. Le di las gracias. Me dijo que no tenía porque, que me quería mucho y disfrutaba ayudándome. Yo le dije que también le quería mucho. Nos miramos un momento a los ojos, nos dimos un beso breve en los labios y terminamos de vestirnos sin decir nada más.

Tarde unos meses en quedarme embarazada, meses de sexo desenfrenado con mi hermana y mi cuñado. Julio y yo estuvimos solos un par de veces más, pero en la mayoría de nuestros encuentros participó también María. Cuando finalmente sufrí un retraso y el médico me confirmó la buena noticia me inundó la alegría, pero también cierta tristeza al entender que no podría seguir compartiendo cama con ellos mucho más tiempo. Los reuní, me puse guapa para la ocasión, y les solté la noticia del modo más directo que pude. Felicitaciones, besos y abrazos se sucedieron. Les quería mucho, eran mi familia y me habían hecho el regalo más hermoso. Esa noche también tuvimos sexo. No dejábamos de besarnos, de acariciarnos… en cierto modo nos despedíamos… no es que fuéramos a dejar de vernos, ni que ya no pudiéramos tener sexo juntos, de hecho lo tuvimos más veces, pero ya no sería igual. Era el momento de devolverle el juguete a mi hermana. En aquella ocasión Julio la penetro a ella mientras con su lengua femenina me comía el coñito a mí. Hace mucho que mi marido no se corre dentro de mí, murmuró, y por como lo había acaparado yo tenía razón. Tumbada boca arriba, viendo a mi hermana lamerme el clítoris y mi cuñado, tras ella, follándosela a conciencia, pensé que era una mujer afortunada. Ahora mi vida como madre de una criatura volvería a “la normalidad” a la espera de que otro vendaval familiar la alterase. Acaricié los cabellos de María que giraba la lengua entre los labios de mi vagina. Pasase lo que pasase estaría bien.

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