Esta primera foto es de Virgen Jarocha en la que os manda un beso por la gran acogida que le habéis hecho a sus relatos, AUNQUE LE DA TRISTEZA QUE NO HAYÁIS COMENTADO NADA DE SU RELATO: 
“Fantasia o realidad”
http://pornografoaficionado.blogspot.com.es/2013/12/fantasia-o-realidad-por-virgen-jarocha.html
 Las demás son de unas modelos

Si queréis agradecérselo, escribirla a:
virgenjarocha@hotmail.com 
 
Habiendo acordado conmigo Linda que,  a partir de ese día, cumpliría todos mis caprichos incluido el que la compartiera con otra mujer, decidí hacerlo realidad en cuanto pudiera. Por eso en cuanto dejé el pueblo, empecé a pensar cual de mis amigas aceptaría realizar un trío con esa monada. Repasando mis diferentes amistades, comprendí que solo Patricia daría la talla. Aunque no era precisamente bella, más bien era feílla, el hecho de ser bisexual reconocida y tener una vena dominante y morbosa, la hacía la idónea para realizar esa fantasía. El problema es que era de “Martinez” y como había crecido también allí, conocía a Linda. Tras analizar los pros y contras, decidí que lejos de ser un problema, el que se conocieran incrementaba el morbo.
Como debía darle tiempo para hacerse a la idea, llamé ese mismo lunes a esa morena. Sin decirle exactamente qué era lo que me proponía la invité a pasar conmigo el siguiente fin de semana de desenfreno en mi hacienda.
-Por el modo en que me hablas, me tienes preparada una encerrona- contestó muerta de risa-
-Solo te puedo decir que no te arrepentirás- dije picando su curiosidad.
La naturaleza femenina de mi amiga hizo el resto y aceptando de inmediato, quedé con ella en recogerla el viernes a la tres.
-¿Qué ropa debo llevar?
-Aunque no te va a hacer falta, vete dispuesta para matar.
Nuestra llegada a mi hacienda:
En la mañana de ese viernes avisé a Linda que llegaría a cenar con compañía sin especificarle el quien porque quería que fuera una sorpresa. Disfrutando de antemano, me imaginé la reacción de ambas al encontrarse frente a frente: Mi empleada se quedaría cortada por ver a su amiga de la infancia y no saber cuáles eran mis intenciones. Patricia en cambio, estaría descolocada porque le había prometido una juerga brutal y temería que la presencia de Linda, truncara sus planes.
Después del trabajo, recogí a mi amiga en su casa. Tal y como le había pedido, iba vestida pidiendo guerra. El escotado traje que se había puesto dejaba poco margen a la imaginación. Sus pechos no solo se intuían sino que parecía que se le iban a salir, debido a lo apretados que los llevaba. Al entrar y sentarse en el asiento del copiloto me la quedé mirando fijamente y en plan de guasa le pregunté:
-¿Le has robado el vestido a tu hermana pequeña?
-¿Por qué lo dices?- respondió haciéndose la boba mientras se inclinaba hacia delante, dejándome disfrutar del estrecho canalillo de sus senos.
-Cariño- susurré a su oído mientras mi mano se perdía bajo la tela: -O has engordado o te han crecido los pechos.
Mi acompañante se mordió los labios al sentir la caricia y sin protestar por ella, se dejó hacer mientras me preguntaba:
-¿Qué me tienes preparado?
-Un trio.
Mi escueta respuesta la excitó y ya con sus pezones duros, sonrió mientras intentaba sacar más datos:
-¿Y quién es tu amigo?
Muerto de risa, respondí:
-¿Quién te ha dicho que es un hombre?- mis palabras la desconcertaron por completo y más cuando viendo su silencio, le dije:- Puede que sea un perro.
-¡Baboso!- exclamó destornillada de risa.
Comprendiendo que no me iba a sonsacar nada, se hizo la indignada y quitando mi mano de sus tetas, me amenazó con que si no le gustaba la compañía que le había elegido, se tomaría un autobús de vuelta a casa.
-No te preocupes, ¡Te gustará!
El resto del camino se quedó callada pero cuando estábamos a punto de llegar al pueblo, se empezó a poner nerviosa. Aunque intentó interrogarme por el tercero en discordia, de mis labios no salió ningún otro dato. Por eso en cuanto entramos en la hacienda y Linda salió a recibirnos, me miró con ojos de incredulidad.
-¿Es ella?- preguntó en voz baja.
No la contesté y sacando las maletas de carro, cargué con ellas por las escaleras. Al dejar toda la ropa en mi habitación, pude observar un gesto de reproche en los ojos de mi empleada. Reconozco que me encantó ver que Linda estaba celosa y por ello, aprovechando que la morena se había ido al baño, acaricié su trasero mientras le robaba un beso.
Increíblemente, esa mujer me respondió con pasión y poniendo un puchero, me preguntó:
-¿No vas a acostarte conmigo este fin de semana?
-Sí- respondí.
-¿Y Patricia?
-¡También!
Solté una carcajada al observar su cara de terror. Sin dar importancia a sus reparos, le informé que cenaríamos los tres juntos. Intentó protestar pero entonces le recordé nuestro trato por el cual se había comprometido a cumplir todos mis caprichos. Viendo que no daba mi brazo a torcer, me informó que se iba a terminar la cena por lo que me dejó solo en mi habitación.
Patricia al volver y darse cuenta que no había nadie más en el cuarto, como una furia me recriminó la presencia de Linda:
-No te parece bastante la mala fama que tengo en el pueblo. Si se nos ocurre montar una fiesta, esa zorra irá con el chisme a todos.
-No lo creo- contesté sin darle más explicaciones.
No sé si fue mi seguridad o que mi amiga supuso que el desmadre empezaría cuando esa mujer nos hubiese dejado pero la realidad es que sin esperarse que fuera Linda el tercer componente del trío, confió en mi palabra.
-¡Como se vaya de la lengua, te la corto!- respondió mientras bajábamos al comedor.
Para relajar el ambiente, abrí una botella de vino y serví tres copas. Al percatarse que Linda iba a cenar con nosotros, su desconcierto fue patente pero no dijo nada e hizo como si no ocurriese nada. Mi empleada llegó entonces con la cena y preguntándome como nos íbamos a sentar, le respondí que una a cada lado y yo en medio.
Una vez en nuestros sitios empezamos a cenar. Haciendo honor a su destreza, todos los platos estaban deliciosos y por eso poco a poco ambas mujeres se fueron relajando. Momento que aproveché para llevar la conversación hacia el lado picante. Sin darse cuenta, las dos amigas contaron sus experiencias de adolescentes con muchachos del pueblo. Muertas de risa, me explicaron que entre ellas me llamaban el “marqués”. Al preguntarles el motivo, descojonadas reconocieron porque me creía superior.
-Eso no es verdad- protesté.
-Sí que lo es- respondió Patricia- Todas queríamos echarte el guante pero ninguna pudo.
Recalcando la idea, en plan de guasa, Linda soltó:
-Incluso empezamos a supones que eras gay.
Solté una carcajada ante semejante locura y bajando una mano a cada lado, empecé a acariciar los muslos de ambas mujeres por separado mientras que les decía:
-¿Os apetece que os demuestre lo contrario?
 Mi descaro las sorprendió pero ninguna hizo intento alguno por retirarla de su pierna y mirándose entre ellas, se preguntaron que iba a pasar después. Viendo su desconcierto, fui deslizando mis dedos hacia sus entrepiernas y ya cuando mis yemas habían alcanzado las pantaletas de ambas, comenté como si nada:
-Aunque pensándolo bien, os he oído gritar a ambas en mi cama- e introduciendo mis dedos bajo sus tangas, empecé a masturbarlas sin que ninguna pudiese hacer nada por evitarlo.
Desconcertadas por mis palabras ya que, importándome una mierda el qué dirán, le había confirmado que ambas habían sido mías se quedaron en silencio. La primera en reaccionar fue Patricia que dejándose llevar por la calentura que sentía, se dirigió a  Linda mientras separaba sus rodillas para facilitar mis maniobras, diciendo:
-¿Sabes que este cabrón, me ha traído engañada?. ¡Me ha prometido un trío!.
Sin ser capaz de mirarla, mi empleada contestó:
-No te ha mentido, esta noche seremos dos mujeres las que estaremos en su lecho.
Esa confesión la dejó anonadada y por eso no pudo reprimir un gemido al sentir mis dedos pellizcando el botón de su entrepierna. Cómo ya se había desvelado todo, decidí forzar la situación y levantándolas de sus sillas, las junté una contra la otra mientras ordenaba:
-Bailad para mí.
Patricia que tenía experiencia con otra mujer, tomó la iniciativa y llevando su mano a la cintura de Linda, la obligó a pegarse a ella. No tardé en observar como con sus cuerpos totalmente unidos, las dos muchachas iniciaban un sensual baile, teniéndome como testigo.  Sus movimientos cada vez más acusados me demostraron que ambas los deseaban.
-Linda, ¡Besa a Patricia!.
Mi empleada obedeció y cogiendo la cabeza de la morena, aproximó sus labios a los de la otra mujer. El brillo de los ojos de Patricia me informó de su excitación cuando su dueña, abriendo la boca, dejó que la lengua de su conocida entrara en su interior.   Con sus dorsos pegados mientras se comían los morros una a la otra, siguieron bailando rozando sin disimulo sus sexos. Para aquel entonces, los corazones de ambas estaban acelerados y más se pusieron cuando oyeron mi siguiente orden:
-¡Quiero veros los pechos!
Actuando al unísono, Patricia deslizó los tirantes que sostenían el vestido de la rubia mientras Linda hacía lo propio con los de la morena. Me encantó disfrutar del modo en que sus pezones ya duros se clavaron en los pechos de la mujer que tenía enfrente. Mi empleada no pudo  evitar que de su garganta brotara un  gemido de deseo al sentir la mano de su amiga recorriendo su trasero.
Aunque su entrega se iba desarrollando según lo planeado, comprendí al ver el nerviosismo de la rubia que para ella iba a ser difícil al ser su primera vez con una mujer. Por eso, para facilitar las cosas, me acerqué a Patricia y le susurré al oído:
-¡Es su primera vez!
Mi amiga percibió al instante que le pedía y mientras rozaba con su pierna la  encharcada cueva de Linda, cogió un pecho de la indefensa mujer. Antes de seguir, la miró a los ojos y al vislumbrar deseo, decidió seguir. Desde mi posición, la observé bajar por su cuello y con suaves besos acercar su boca al pezón erecto de su aprendiz.  Asustada pero excitada, la rubia experimento por vez primera la lengua de una fémina recorriendo su rosada aureola.
-¡Dios!- exclamó en voz baja.
Durante un rato, Patricia se  conformó con mamar esos pechos que había puesto a su disposición. Con la destreza que da la experiencia, chupó de esos dos manjares sin dejar de acariciar la piel de la primeriza. Viendo que había conseguido vencer sus reparos iniciales y que Linda estaba preparada para dar el siguiente paso, siguió bajando por su cuerpo dejando un húmedo rastro camino al tanga de la mujer.
Arrodillándose a sus pies, le quitó con ternura esa mojada prenda, tras lo cual la obligó a separar las piernas. Incapaz de negarse, Linda obedeció y fue entonces cuando se apoderó de su sexo. Con suavidad retiró a los hinchados labios de la rubia, para concentrarse en su  botón.
-¡Me encanta!- suspiró aliviada al asimilar que la boca de esa mujer, lejos de ser repugnante, le gustaba.
Esa confesión dio a mi amiga el valor suficiente para con sus dientes y a base de pequeños mordiscos, llevarla a una cima de placer nunca alcanzada. De pie, con sus manos en su larga cabellera de Patricia y  mirándome a los ojos, se corrió en la boca de la mujer arrodillada. Ella al notarlo, sorbió el río que manaba de ese sexo, y profundizando en la dulce tortura, introdujo un dedo en la empapada vagina. Sin importarle que pensara yo,  gritó de placer:
-¡Por favor! ¡Sigue!
Interviniendo, levanté a Patricia del suelo y cogiendo a ambas de la cintura, las llevé escaleras arriba hasta mi habitación. Una vez allí, ordené a la morena que se tumbara en la cama  y mirando a mi empleada, le solté:
-Es hora de que le devuelvas el placer.
Linda me miró aterrada pero cumpliendo con nuestro trato, se fue acercando hasta el colchón donde le esperaba la otra mujer. Patricia desde las sábanas esperó a que la rubia procediera con  lo que ella deseaba y sobreentendía… pero la inexperta mujer no tenía ni la menor idea de que hacer.
-¿Qué hago?-  me preguntó asustada la muchacha.
Me quedé alucinado que su inexperiencia fuera tal que no supiera lo que hacer y asumiendo el papel de profesor,  me acerqué y le dije con tranquilidad:
-Haz lo que te gustaría que ella hiciera.
Sus ojos me pidieron que la dirigiera y por eso
Con la calma que da la certeza de saber lo que la morena necesitaba, delicadamente acomodé a mi empleada entre los muslos de mi amiga y señalando el abultado sexo de la mujer, le dije:
-Separa los labios con tus dedos y descubriendo el clítoris: ¡Bésalo!
Mi pupila sin discutir acercó su cara hasta la entrepierna de la mujer y  abriendo su boca, le dio el  primer beso a un sexo de mujer.
-Está rico- dijo bastante roja y avergonzada.
-Sigue- ordené
Linda me obedeció sin reparos y mientras seguía mis instrucciones, me a pellizcar los pezones de una indefensa Patricia que dominada ya por el deseo,  vio en mis duras caricias un estímulo extra del que se iba a aprovechar.
-Métele tu dedo- le pedí justo cuando la mano de la morena me bajaba la bragueta del pantalón.
La maniobra de Patricia hizo que Linda diera un chillido de deseo y sin quitar un ojo de cómo liberaba mi pene, siguió masturbando a la morena, metiendo y sacando su dedo de ese coño. Repartiendo mi atención entre lo que hacía la rubia y las caricias de la morena, obligué a la primera a incrementar sus acciones añadiendo otro dedo al que torturaba el encharcado sexo. Para entonces, mi Patricia ya se había introducido mi verga hasta el fondo de su garganta.
-No te aceleres- le solté sacando mi miembro -¡Por ahora disfruta!
Cabreada por dejarla sin su chupete, intentó volvérselo a meter. Al ver que no cedía se acomodó entre los almohadones y cerrando los ojos, dejó que mi empleada siguiera comiendo de su coño. Esta se colocó frente a la morena y separándole las piernas, recomenzó como si nada hubiese pasado, lamiéndole la parte interna de los muslos. Desde posición, pude contemplar por entero el sexo de la morena y la humedad que encharcaba los labios me avisó de la cercanía de su orgasmo. Con su respiración entrecortada, esperó las caricias de la lengua de mi empleada. Al sentir la acción de su boca sobre su clítoris, pegó un grito y convulsionando sobre las sábanas se corrió dando gritos. Me encantó ver que su cuerpo temblaba mientras Linda no daba abasto a recoger el flujo que brotaba de su sexo con la lengua.
Sus gemidos coincidieron en el tiempo, con mi llegada a la espalda de Linda. Mientras la rubia seguía devorando el coño de mi amiga, con mis manos le abrí sus nalgas y tanteando el terreno, le solté un azote mientras le preguntaba si deseaba que la tomara.
-Cógeme, ¡Quiero sentir tu verga en mi interior!- chilló entusiasmada.
Su lenguaje soez espoleó mi lujuria, y colocando la punta de mi glande en la entrada de su cueva, la forcé lentamente, de forma que pude sentir el paso de toda la piel de mi tranca rozando sus adoloridos labios, mientras la llenaba.
Patricia exigiendo su parte, tiró del pelo de la rubia y poniendo nuevamente su coño a disposición de la muchacha, le exigió que su lengua se introdujera en el interior de su vagina mientras mi pene se recreaba en el interior de mi empleada. Sentir mi huevos rebotando contra su culo mientras ella seguía comiendo con auténtica pasión la cueva de mi amiga, fue algo alucinante.
Parecíamos un tren desbocado. Mis  embestidas obligaban a Linda a penetrar con su lengua más hondo en el interior de Patricia, y esta, al sentirlo, pegaba un grito que forzaban a un nuevo ataque por mi parte.
La morena fue la primera en correrse, retorciéndose sobre la cama y mientras se pellizcaba los pezones, nos pidió que la acompañáramos. Aceleré el ritmo al escucharla y cayendo sobre la espalda de la rubia, me derramé regando su interior con mi semilla. El orgasmo de Linda en cambio fue algo brutal. Al sentir mi semen rellenando su estrecho conducto, se creyó morir y pegando un alarido, informó a los cuatro vientos su placer.
Satisfecho por lo sucedido, me tumbé en la cama entre ellas y mientras me abrazaban, pregunté a Patricia si seguía temiendo que Linda se fuera de la lengua.
-¡Por supuesto! – respondió muerta de risa -¡No te haces una idea de lo bien que la maneja! Solo espero que esto sea un aperitivo y que durante el fin de semana, vuelva a demostrarlo.
Mi empleada soltó una carcajada al oírla y llevando una mano al pecho de la morena, le apretó un pezón, mientras la contestaba:
-Tendrás que preguntar a José. Yo no hago nada sin que ¡Él me lo mande!

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