Gracias a Marie Pape y a este vídeo que encontré en internet, tuve una de las experiencias más excitantes de mi vida. Me gustaría que lo vieses para entender mejor lo que me sucedió. Te adjunto el enlace para verlo en mi blog, cosa que me haría muchísima ilusión que lo visitases. De paso, también podrás conocerme un poco mejor y ver algunas fotos mías que espero que te gusten. Para los que no me conozcan decir que me llamo Sara y tengo treinta y un años.  Estoy casada, aunque no satisfactoriamente, al menos no como a mí me gustaría.
Como ya os dije anteriormente he estado un tiempo fuera de casa por motivos de trabajo. Durante una temporada me alojaron en un modesto apartamento en Saint Germain en Laye a las afueras de Paris (Francia), aunque relativamente cercano a mi lugar de trabajo en esos días. Mi empresa sabía que debía pasar  una temporada larga allí, y pensaron que para tantos días me encontraría más cómoda alojada en un apartamento que no en un hotel. Ya en el aeropuerto pude alquilar también un coche reservado a mi nombre en el mostrador de AVIS, para mis desplazamientos. Lo cierto es que el apartamento tenía lo justo e imprescindible, carecía de ciertas cosas, pero se encontraba muy bien situado. Se trataba de un edificio típico del siglo pasado con unos pocos vecinos, cercano a una parada de metro, próximo al centro de trabajo, en una zona residencial rodeada de espacios verdes, y a un paseo andando de un modesto centro comercial para mis compras.
Aquella tarde pude regresar pronto del trabajo a mi nueva casa, y me encontraba con ganas de dedicar un tiempo especial a cuidar y disfrutar de mi cuerpo. Llevaba ya unos días sola y estaba más que aburrida de tanta formación y reuniones. En esos momentos, me encontraba tumbada sobre la cama de la habitación, y acababa de salir de la ducha.
Cremitas por todo el cuerpo, especialmente en mi recién rasurado pubis para aliviar el picor. Me gusta llevarlo así a temporadas, otras en cambio me dá por decorarlo con alguna forma, o bien con una fina tira de pelillos. El caso es que  allí tantos días solita me apeteció arreglármelo, no sé porque me apetecía cuidarme. Me acababa de hacer la manicura, francesa claro está, y una vez con el albornoz puesto me tumbé sobre la colcha a esperar que se secasen las uñas, y ojear por mi portátil alguna página interesante por internet. Tenía la televisión puesta, aunque apenas le prestaba atención, tan sólo la enchufaba para familiarizarme con el idioma. Hasta que me llamó la atención un trailer en la TV5 que anunciaba la proyección de la película de la actriz Marie Pape.
Podéis ver el vídeo en el blog.
Cautivó mi atención al instante, me excité pensando que podía ser yo la protagonista y vivir una experiencia de ese tipo. Quise saber más sobre la película y así di con el trailer que os he colgado. Ya sabéis que una página lleva a la otra, y poco a poco me encontraba navegando por páginas de contenido adulto, sobretodo dedicadas a temas de exhibicionismo.
No pude evitar comenzar a acariciarme. Mi mano se perdió por debajo de la lycra de mis braguitas. Cada imagen y cada vídeo que visionaba hacían que mi mente comenzase a imaginarse fantasías al respecto, a cual más morbosa y excitante. Recuerdo que mis dedos jugueteaban con mi clítoris por el interior de mi prenda más íntima mientras navegaba por internet. Sin quererlo comencé a masturbarme, acariciaba mis pliegues lentamente dejando volar mi imaginación. Siempre me gusta comprobar cómo me voy humedeciendo poco a poco.
Mi mente comenzaba a fantasear visualizándome a mi misma paseando desnuda en medio de las calles de Paris. Llegué a un punto en que ya no podía remediarlo, tuve que recostarme sobre la cama para dejar de acariciar el exterior de mis labios más íntimos, y comenzar a introducirme mis propios dedos. Uno no era suficiente, necesitaba más, mis dedos corazón e índice se removían en mi interior a la vez que machacaba mi clítoris presionándolo con furia, con urgencia. El sonido característico de mi frenético movimiento resonaba en el silencio de la habitación. Me acaricié los pechos, e incluso me pellizqué en un pezón. Siempre me ha gustado que mis amantes me estrujen los senos y los amasen como si de pan se tratase. A mí en cambio me gustaba estirarme de la puntita de mis pezones hasta hacerme daño. No lo pude evitar…
.-“Uuuuhmm” un primer gemido se escapó de mi boca. Estaba aconteciendo lo irremediable. Mi olor a hembra en celo impregnaba desde mis manos todo el cuarto.
.-“Uuuummmhhh” de nuevo otro gemido, esta vez  tuve que ahogar mi desesperación contra la almohada, temerosa de que algún vecino pudiera escucharme, de lo contrario comenzaría a gritar presa del placer que yo misma proporcionaba a mi cuerpo.
.-“Oooh, si, sihh, siiiihhh” grité definitivamente mientras mi cuerpo se convulsionaba gozoso. Las sacudidas de mi cuerpo fueron remitiendo.
Poco a poco me fui recuperando del orgasmo, aunque mi mente continuaba dándole vueltas a la idea de pasear desnuda por las calles de Paris.
Recuerdo que me incorporé de la cama de un salto y me desnudé por completo. Sin pensarlo. Como empujada por un extraño impulso. Recuerdo a cámara lenta en mi cabeza el momento en el que me deshice de mis braguitas. Las dejé caer sobre la moqueta del dormitorio. Me dirigí al vestidor del pasillo, abrí el armario y comprobé los abrigos que había en su interior. A decir verdad eran todos más bien cortitos, salvo una levita de cuero que compré recientemente y que me llegaba a medio muslo. Decidí probármela, así, desnuda, tal como estaba. ¡Cuánta excitación!.
Quise sentir el contacto directo del cuero sobre mi piel. Me miré en el mismo espejo de la puerta del vestidor. Realmente me pareció muy agradable, incluso pude percibir como el olor a cuero me penetraba por cada poro de mi piel. Pensé que con unas botas de piel estaría más que espectacular. Lo cierto es que con el abrigo abrochado y las botas, no parecía que debajo estuviese completamente desnuda, sin absolutamente nada de ropa. Bien podía llevar una minifalda o short. Las botas me daban un aire de bdsm que todavía me agradaba más. Como si fuese la sumisa de un amo imaginario.
Me miré de nuevo en el espejo, esta vez examinando meticulosamente si podría salir así a la calle,  comprobando una vez más que con la levita abrochada no podía verse nada. Llegué a la conclusión de que no tenía porque levantar sospecha, y comencé a preguntarme si sería capaz de salir sólo con la levita, y las botas a la calle. ¡Dios mío!, creo que me estaba obsesionando con la idea.
Me gustó contemplarme frente al espejo posando en diferentes posturas, como si fuesen las ordenes de ese amo que solo existía en mi calenturienta imaginación.
.-“Te ordeno que te desabroches la levita” imaginaba mi mente, y yo procedía como si fuese la protagonista de una película de Andrew Blake.
Recuerdo que por primera vez sopesé de verdad la posibilidad de salir de esa forma a la calle. Nunca creí que el hecho de exhibirme paseando media desnuda por las calles me estuviese poniendo tan dispuesta a cometer semejante locura.
Quise comprobar por última vez que realmente la levita me cubría el cuerpo lo suficiente como para no llamar la atención, así que me hice unas fotos a mi misma posando frente al espejo del vestidor en medio del pasillo. Como queriendo autoconvencerme. Quise disfrutar del momento. En plan selfie de celebrity. Me gustaba contemplarme a mi misma frente al espejo. Opté por utilizar el temporizador de mi cámara de fotos. Así me daba tiempo a posar entre foto y foto. Tuve que bajar la persiana de la ventana que había enfrente y que daba a un viejo patio, o de lo contrario algún vecino podría sorprenderme. Imaginaba que algún viejo verde me observaba, y a mí me gustaba exhibirme, fantaseando con que alguien me espiaba, imaginaba alguna que otra perversión particular, y un montón de cosas más.
(Podéis ver algunas de las fotos en el blog).
Con cada flash de la cámara me entraban más ganas de salir así vestida a la calle. De nuevo mi imaginación me estaba gastando una mala jugada. Ese amo imaginario me ordenaba una y otra vez que me atreviese a salir así a la calle. Me gustó adquirir el roll de ser mi propia sumisa. A las ordenes de mi imaginación y mi necesidad. Incluso pude notar mis propios fluidos empapando de nuevo mi rasurado coñito. ¡¡Caray que caliente estaba!!.
.-“Lo que pasa es que no te atreves, eres tan puritana y recatada como todas tus amigas del colegio de monjas en el que te educaste. ¡Mojigata!, ¡santurrona! ” me gritaba a mi misma en mi loca cabeza. Ese tipo de adjetivos siempre me han sublevado, aunque fuese yo en persona quien se los repetía una y otra vez mentalmente.
¡¡Ya está!!. Estaba decidida, debía atreverme a salir a la calle. Necesitaba intentarlo. Necesitaba correr el riesgo, acabar con esa obsesión.
.-“Una vuelta a la manzana y regreso” me repetía una y otra vez en la cabeza, al tiempo que me miraba en el espejo.
.-“¿Qué puede pasar?, estás en una ciudad que nadie te conoce” me preguntaba repetidamente. El temor a ser descubierta aún me excitaba más.
.-“Sal a la calle así” me ordenaba mi propio yo más maquiavélico.
Me miré por última vez en el espejo de la habitación justo antes de salir, y armándome de valor me atreví a abrir la puerta del apartamento. Recuerdo que me temblaban las piernas cuando llamé al viejo ascensor del edificio. Por suerte no se oían ruidos de vecinos, y cuando llegó el elevador no había nadie dentro. Pude bajar sola desde mi tercer piso. El olor a madera rancia impregnaba mis sensaciones, mientras mi cabeza no paraba de repetir una y otra vez que eso era una locura. Todos mis temores se cruzaban por mi cabeza sin cesar.
Al salir, nada más abrirse las puertas del ascensor, con los nervios, las prisas,  y la excitación, tuve un encontronazo con Alain, un vecino bastante mayor, jubilado, alrededor los setenta años, y que trataba de entrar en ese momento al elevador. Siempre que me cruzaba con él intercambiaba alguna palabra. Manteníamos pequeñas conversaciones insulsas. Las típicas charlas de ascensor. Le hacía gracia mi acento de española, y siempre me recordaba que le encantaba la costa del sol. Siempre lo sorprendía mirándome el culo o el escote. Esta vez choqué de frente contra él muerta de miedo.
“Pardon, madame” dijo el Sr. Alain sorprendido por mis prisas, mientras se giraba y contemplaba como yo salía despavorida por la puerta del portal sin decirle ni palabra. Seguramente aprovechó para mirarme el culo una vez más.
No me lo podía creer pero estaba en plena calle medio desnuda protegida únicamente por la levita de cuero. Acababa de hacerlo.
.- “Esto es una locura” pensé, pero lo más difícil ya estaba conseguido, y comencé a caminar llena de vergüenza.
Tenía la sensación de que todo el mundo me miraba y deseaba que la tierra se abriese y me tragase allí mismo. Caminaba mirando fijamente al suelo, sin levantar la cabeza para nada. Comencé a sentir frío, mis pezones reaccionaron poniéndose de punta y totalmente sensibles a cualquier roce con el cuero de mi levita, provocando que incluso llegasen a dolerme. No sé cuantos pasos llevaba ya. El frío y la humedad hicieron que al fin me atreviese a levantar la cabeza y mirar a mi alrededor.
Me tranquilicé cuando pude observar que no había nadie en la calle, y me sentí mejor conmigo misma, felicitándome porque había sido capaz de atreverme a cometer semejante disparate. Era como lograr una pequeña victoria. Aminoré el paso y traté de disfrutar el momento. Podía notar el contraste de temperatura en mi piel, entre el frío de la calle y la calentura de mi cuerpo.
A lo que quise darme cuenta había dado la vuelta a la manzana y me encontraba de nuevo en el portal del apartamento. Recordé mi encontronazo con Monsieur Alain al entrar en el ascensor de casa, y una pícara sonrisa de satisfacción se dibujó en mi rostro frente al espejo del elevador. Estaba ansiosa por llegar a mi apartamento, necesitaba masturbarme de nuevo.
Nada más entrar al apartamento, me recosté sobre el sofá del cuarto de estar, abrí mi levita de cuero, y observé mis botas de piel enfundando mis piernas. Me acaricié con verdadera urgencia, y enseguida tuve un primer orgasmo, casi antes incluso de penetrarme con mis propios dedos.
No me detuve, continué. Ese primer orgasmo no era suficiente, sabía a poco, muy poco,  quise demorar el momento, esta vez introduciéndome yo misma varios dedos a la vez, y enseguida experimenté otro maravilloso orgasmo. Nunca antes había tenido dos orgasmos tan seguidos. El segundo algo más intenso que el primero. Tras relajarme un poco, continúe acariciándome, casi por acto reflejo, la exigencia corporal estaba remitiendo, al mismo tiempo que aumentaba la necesidad mental.
Mi cabeza no podía dejar de darle vueltas a los sucedido e imaginaba una situación tras otra, a cual más excitante. De repente me sobrevino un brutal orgasmo, y luego otro, y otro, seguidos, encadenando uno tras otro. Era maravilloso, de una intensidad que no recordaba en mi vida. No sé cuánto tiempo estuve gritando y convulsionándome de placer. Al final, caí rendida al instante. Me quedé dormida desnuda sobre el sillón…
Al día siguiente no pude dejar de pensar durante todo el día en el trabajo en lo sucedido en la tarde anterior. Me costó concentrarme. Incluso llegué a imaginarme a mis compañeros franceses desnudos por la oficina y cosas por el estilo. La experiencia de la tarde anterior había sido de lo más excitante, acompañada de lo que posiblemente habría sido mi mejor orgasmo en los últimos meses.
 Con mi marido hacía ya más de un año que no hacía el amor, creo que ni siquiera se fija en mí. Así que necesitaba de nuevas experiencias. Me dije que aquello tenía que repetirlo.
Dicho y hecho, nada más llegar a casa esa tarde me desnudé por completo con la intención de volver a dar un paseo únicamente con mi levita como prenda de vestir. Aún recuerdo la sensación tan excitante de ver caer de nuevo la ropa que llevaba puesta sobre la moqueta del dormitorio. La última prenda de la que me desprendí fueron mis braguitas. Me temblaba todo el cuerpo de los nervios mientras las deslizaba por mis muslos al igual que la tarde anterior. Pude ver que estaban ya manchadas en su parte central de mis propios fluidos. ¡Hay que ver lo caliente que estaba!. Incluso repasé mi pubis rasurado de la tarde anterior. Quería sentirme bien desnudita.
Esta vez, bajo la levita, me puse tan solo unos zapatos de tacón antes de abandonar el apartamento. Necesitaba sentir mis piernas desnudas. Necesitaba exponerme algo más al peligro.
Una vez en el ascensor me aseguré varías veces de que todos los botones de mi abrigo estaban bien abrochados. Pude comprobar en el espejo del elevador que mi respiración era agitada fruto de mi excitación. Estaba temblando hecha un manojo de nervios. No sé porqué me sentía algo más insegura que la otra vez, y eso me excitaba aún más. Tal vez el hecho de no llevar ni tan siquiera medias. Por suerte no me topé con nadie al salir esta vez del ascensor. De ser así, creo que hubiese abandonado.
Me paré por unos momentos en el interior del portal de la casa antes de salir. Miré pegada a la puerta, y advertí que algo de vaho se produjo en los cristales. Estaba ardiendo por dentro, y mi calor empañaba los cristales del portalón. Me felicité porque gracias a dios no se veía gente en la calle. Algo más o menos normal en las afueras de Paris a esas horas. Abrí la puerta y comencé a andar sin rumbo fijo.
No sabía a dónde ir, sólo sabía que esta vez estaba dispuesta a prolongar algo más mi paseo que la tarde anterior, y disfrutar de las sensaciones por más tiempo. Necesitaba demostrarme a mi misma que dominaba mis miedos. De nuevo el frío hizo que mi sangre circulase más deprisa, mis pezones estaban hipersensibles a cualquier roce, y los muslos de mis piernas comenzaban a enrojecerse por el frío. Pensé en regresar al apartamento, cuando me dí cuenta de que había andado verdaderamente despistada, totalmente concentrada en mis pensamientos, no me había dado cuenta de por dónde había comenzado a caminar, y no sabía exactamente dónde me encontraba.
El caso es que estaba en una especie de parque, con zonas ajardinadas y algún que otro banco repartido por los senderos que hacían de paseo. No recordaba haber pasado por esa zona en días anteriores. Tan sólo pude divisar a lo lejos un hombre que paseaba a su perro en una zona con césped.
Por unos momentos no supe que hacer, sopesé la idea de regresar al apartamento, pero por otra parte tenía ganas de continuar con esa locura. De hacerlo realidad, de atreverme y lograr la satisfacción por haber sido capaz de superar mis dudas. Lo cierto es que nunca me había sentido así, tan temerosa y tan caliente al mismo tiempo. Decidí continuar un poco más con mi propio juego.
Caminé despacio hacia el tipo que paseaba el perro sin dejar de mirarlo. El señor estaba en medio del césped mientras el perro deambulaba dando vueltas a su alrededor oliendo el suelo todo el rato. Por la forma de reconocer el terreno y de levantar la pierna para mear en los árboles cercanos, pude ver que se trataba de un pastor alemán macho. El dueño no pareció advertir mi presencia, miraba fijamente como se consumía su cigarrillo bastante pensativo, absorto tal vez en sus problemas cotidianos.
Parecía un señor de unos cincuenta y muchos años, con buena presencia, elegantemente vestido, lo que me relajó un poco. Me gustó observarlo sin que advirtiera mi presencia. ¡Qué pensaría el pobrecillo si supiera que estoy desnuda bajo mi levita!. Me excitaban hasta mis propios pensamientos.
Justo enfrente de él, al otro lado del sendero junto a la hierba, había un banco. Decidí sentarme a observarlo, estaría a unos veinticinco o treinta metros del individuo. El tipo continuaba ensimismado en sus pensamientos con la mirada perdida en su cigarrillo, sin advertir mi presencia.
Llegué a plantearme la posibilidad de exhibirme ante aquel desconocido. La idea de mostrarle mi cuerpo comenzaba a excitarme. Pero… ¿cómo?. Tampoco quería parecer una cualquiera, y mucho menos que avisase a la policía o algo por el estilo.  Aún con todo dudaba de que yo misma fuese capaz de mostrarle alguna parte de mí. Una nueva lucha en mi interior entre la razón y la excitación. De momento me conformaba con permanecer sentada a observar al dueño del perro a unos metros de distancia, y disfrutar de mis pensamientos.
Debió de transcurrir un tiempo en silencio observándolo, preguntándome cosas como si estaría casado, tendría hijos, cómo lo haría con su mujer, si parecía imaginativo, cariñoso, si le gustaba a lo misionero o prefería a lo perrito, si sería fogoso…, y cosas por el estilo, hasta que un mensaje sonó en mi móvil.
El característico sonido del whatssap resonó en medio de aquel  parque, y por primera vez el tipo del perro miró hacia donde yo estaba advirtiendo mi presencia.
.-“Hola cariño. Qué tal estas?” ponía en la pantalla de mi móvil. Era mi marido. Alcé la vista antes de contestar para asegurarme de que el hombre me miraba. Pude comprobar que había fijado su mirada en mí mientras apuraba su cigarrillo.
.-“Estoy bien gracias” escribí en mi móvil, al tiempo que cruzaba las piernas a lo Sharon Stone en instinto básico. Siempre quise hacer lo mismo y esta vez me salió instantáneo, sin pensarlo. Después del cruce de piernas, dejaba ver gran parte de mis desnudos muslos mientras me acomodaba de nuevo en el banco. Además, fue como si el mero hecho de chatear con mi esposo me animase instintivamente a provocar al tipo del perro.
Simulé mirar la pantalla del móvil, pero lo que realmente miraba era la reacción del hombre a lo lejos mostrándole mis piernas de manera tan indecorosa. Creo que el tipo no se creía del todo lo que veía. Incluso se restregó varias veces los ojos no dando crédito a lo que yo le estaba mostrando. Seguramente pensaba que debía llevar medias color carne o algo que él no lograba divisar. Me gustó observar su reacción, me estaba excitando el hecho de exhibirme de esa manera ante ese desconocido mientras chateaba con mi esposo. La situación parecía controlada. Abrí y cerré varias veces las piernas, insinuándole a la vista mi cuidado pubis. El tipo me miraba a intervalos entre calada y calada de su cigarro, como no dando crédito a lo que veía, cosa que me excitaba aún más a mí.
Dios!!, pese al frío de la noche mi cuerpo estaba ardiendo. Hacía un rato que no sonaba el whatssap.
.-“Te hecho mucho de menos” pude leer en la pantalla. Desperté de mi ensimismamiento.
.-“Yo también te echo mucho de menos” me costó teclearle a mi esposo.
Al entretenerme en escribir un mensaje tan largo en la pantalla, no advertí que el tipo, apurando del todo su cigarrillo y pisándolo contra el suelo, comenzó a caminar en la dirección en la que yo me encontraba. Probablemente en dirección a su casa, pero pasando por mi lado, como queriendo comprobar lo que le pareció ver y no acababa de creerse. El perro lo precedía corriendo unos metros delante suyo.
Al ver aquel  pedazo de perro dirigirse en mi dirección a toda prisa, no se me ocurrió otra cosa que cruzar bruscamente las piernas y tratar de cubrirme cuanto pude con la levita. Mi reacción alertó aún más al pastor alemán que corrió hasta donde yo estaba, anunciando mi presencia a su dueño con algún que otro sonoro ladrido. Seguramente reaccionó alertado por la brusquedad de mis movimientos.
El maldito perro comenzó a husmearme nada más alcanzar mi posición, creo que incluso pudo diferenciar el olor de mis fluidos corporales más íntimos. Se le veía algo excitado. Yo trataba de ocultarme agarrada con los brazos cruzados a mi levita. El perro se acercó a olerme varias veces y comenzó a jadear nervioso sacando la lengua.
.-“Calme, ne mordez pas. Est un bon chien” escuché la voz del dueño que se encontraba ahora en píe justo enfrente mío. Su mirada se clavó en mis desnudas piernas, todavía quedaba más de medio muslo sin cubrir por la levita. Yo lo miré en silencio, rezando porque cogiese el maldito chucho y se fuese de allí. Estaba paralizada presa del pánico. La situación se había tornado del todo inesperada. Nunca pensé cuando me senté en el banco, que pudiera entablar contacto con el dueño del perro.
El tipo al ver que no reaccionaba se sentó a mi lado, con su mirada fija en mis piernas desnudas. Yo sólo podía preguntarme una y otra vez en mi mente si se estaría dando cuenta de algo.
.- “Dios mío que se vaya, que se vaya” repetía como un mantra mentalmente en mi cabeza, a la vez que me impedía que pudiese pensar y reaccionar con claridad.
.-“ Est-ce que je peux vous aider? (¿Le puedo ayudar en algo?)” preguntó el tipo pensando que me ocurría algo. Yo cruzando los brazos y mirando hacia otro lado sólo pude decir…
.-“Non, merci” mi acento delató que no era francesa, además al cruzar los brazos por debajo de mis pechos en señal de rechazo, la levita se abrió a la altura de la cintura desnudando aún más si cabe mis piernas ante su atenta mirada. Tapando sólo lo justo, y destacando gran parte de mi muslo en la pierna cruzada de por encima. Antes de que pudiera cubrirme de nuevo, el tipo puso una de sus manos sobre la rodilla de mi pierna cruzada superiormente.
.-“Vous êtes très belle (eres muy hermosa)”  dijo acariciándome la pierna sobre mi piel desnuda. Yo quedé paralizada sin saber cómo reaccionar. Aquello no estaba en mis planes, mientras continuaba bloqueada repitiendo una y otra vez en mi cabeza “que se vaya, por favor dios mío, que se vaya”.
.-“Oh, merci” pronuncié como una chiquilla muerta de miedo. De repente mi particular voyeur había pasado a acosarme, antes de que mi cerebro lograse asimilar el cambio de roll en el juego.
.-“ Je peux vous aider si vous ovules (Yo puedo ayudarte si quieres)” ahora lo miré como asustada a los ojos sin entender lo que quería decir.
.-“ Il peut vous donner de l’argent si vous avez besoin (Te puedo dar dinero si es lo que necesitas) “ fue entonces cuando tuve claras sus intenciones, ¡no me lo podía creer!, ¡me estaba confundiendo con una puta!.
Me quedé aún más perpleja totalmente incrédula a sus palabras. Boquiabierta, y con cara de tonta. El tipo por el contrario aprovechó mi pasividad para deslizar su mano a lo largo de mi pierna tratando de alcanzar mi zona más íntima. Por suerte pude detener su mano aprisionándola entre mis muslos.
Pero para mi desgracia, por el movimiento de mis piernas, la levita se abrió del todo a ambos lados, evidenciando que estaba desnuda, y exhibiendo mi rasurado pubis ante la atenta mirada de ese desconocido. El tipo quedó sorprendido, se le salían los ojos de sus órbitas.
Ahora fui yo quien aprovechó su pasividad para incorporarme, ponerme de pie enfrente suyo y decirle mientras me cubría con la levita lo siguiente:
.-“ Je pense qu’il a error (creo que se equivoca)” pronuncié en mi francés, a la vez que le daba la espalda airada y salía de allí corriendo en dirección a mi apartamento.
.-“Pute, chienne (puta, zorra)” pude escuchar que murmullaba el tipo al tiempo que yo me alejaba.
Corrí cuanto pude directamente a casa colorada por el bochorno que acababa de pasar, muerta de vergüenza, gracias a dios no había nadie más por la calle.
 Llegué con la respiración totalmente entrecortada al portal, recuerdo que abrí la puerta echa un manojo de nervios, me temblaba todo el cuerpo y me costaba atinar con la llave en la cerradura. Una vez crucé el umbral de mi casa cerré de portazo y me apoyé de espaldas contra la puerta respirando aliviada. Dos cosas se repetían una y otra vez en mi mente, una era la palabra “pute”, y la otra la visión de la mano de aquel tipo aprisionada entre mis piernas desnudas mientras sus ojos se clavaban en mi entrepierna. No sé muy bien porqué, pero una vez a salvo, aquellos dos pensamientos repitiéndose una y otra vez en mi mente me mantenían excitadísima al máximo. Dejé caer mi levita al suelo en la misma entrada del apartamento y corrí aún con los zapatos de tacón a tumbarme sobre la cama, dispuesta a acariciarme pensando en cuanto había ocurrido. Nada más explorar mis intimidades pude advertir que estaba ya muy mojadita.
Pronto comencé a acariciarme mi pierna recordando tal y como lo hiciese ese desconocido. Quise recordar cada pequeño detalle. El tacto de su mano en mi piel, el olor a cigarrillo, su mirada profunda y penetrante clavada en mis piernas, pero sobretodo el momento en el que mi levita se abrió de par en par y mi conejito quedó desnudo ante su vista. Estaba claro que durante ese instante el tipo me penetró con la mirada.
.-“Uuuhmm” comencé a gemir a la vez que me acariciaba sin piedad mi clítoris.
Pronto introduje uno de mis dedos en mi interior. ¡¡Dios mío estaba totalmente empapada!!.
Necesitaba más, y más, y mucho más, me urgía de nuevo alcanzar el orgasmo, así que comencé a pellizcarme los pezones. Me dolían debido todavía al frío sobre mi piel, y a la vez era de lo más placentero. Me imaginaba que hubiera podido pasar de permitir que ese hombre continuase acariciándome. Me excitó fantasear con la idea de que me hubiese podido contemplar completamente desnuda en medio de aquel parque. Trataba de recordar una y otra vez el tacto de su mano en mi pierna. Una palabra resonaba en mi mente, que me repetía al mismo ritmo con el que mis propios dedos entraban y salían de mi cuerpo chapoteando:
.-“Pute, pute, puteeeehhhh” me repetí mentalmente a la vez que alcanzaba mi esperado orgasmo, y mi cuerpo se convulsionaba de placer.
Permanecí rendida sobre la cama durante un buen rato tan solo con los zapatos de tacón puestos tratando de recuperarme. Cuando pude tranquilizarme y calmar mis pensamientos, me dí una buena ducha. Al fin y al cabo al día siguiente debía madrugar para acudir al trabajo.
El día se pasó volando, anhelaba todo el rato que llegase la tarde para cometer alguna nueva locura. Era obsesivo, un pensamiento único se repetía en mi mente una y otra vez, y era la idea de pasear medio desnuda por las calles de una ciudad en la que apenas nadie me conocía.
Nada más llegar al apartamento se repitió el ritual de siempre. Llevaba todo el día esperando el momento en el que desnudarme frente al espejo, y observarme tan sólo con la levita de cuero puesta. Esta vez abrí una botella de vino para acompañar el momento. Las escenas de Jean Marie Pape se repetían en mi cabeza. Quise probarme otros abrigos.
.-“Huy no, este no, que es muy corto”, y enseguida me volvía a poner mi levita de cuero. Aprovechaba cada vez que cambiaba de abrigo para dar un largo trago a mi copa de vino.
Había logrado dar grandes pasos, me había atrevido a hacer mucho más de lo que nunca hubiera imaginado, y sin duda había sido lo más excitante en toda mi vida. Me adornaba con algún complemento, tipo pañuelos en el cuello, collares, pulseras, y cosas por el estilo, pero siempre con mis medias y las botas puestas. No sé cuánto tiempo había podido transcurrir contemplándome frente al espejo, el necesario para que terminase la botella de Burdeos.
En medio de mi alegría, me percaté de que todo comenzó por culpa del video de Jean Marie Pape, y que lo que realmente me excitó la primera vez, fué imaginarme al igual que ella medio desnuda en el metro de Paris. Fué como un deja vou en mi mente. Me senté en el viejo butacón y apuré las últimas gotas de mi botella de vino. Recordar las imágenes del video, en que la protagonista viajaba sin ropa por el metro, lograban que me excitase de manera irracional.
Supongo que sería por culpa del vino francés…
.-“Que carajo” me dije a mi misma, y sin pensarlo dos veces cogí las llaves del apartamento, las introduje en mi bolso, y salí de allí dispuesta a hacer realidad mis fantasías. Así que salí prácticamente como estaba, con las medias y las botas, en dirección a la boca del metro más cercana.
Caminé decidida, totalmente envalentonada, seguramente a causa del vino y el exceso. Apenas note frío esta vez, todo lo contrario. Me costó mucho menos de lo imaginado. Una vez en las compuertas de acceso al metro me percaté de que había salido tan deprisa de casa que no había cogido nada más que las llaves. Dentro del bolso apenas llevaba unos pañuelos de papel, un pintalabios que llevaba allí desde no sé cuánto tiempo, unos salva slip, y pocas cosas más.
Por suerte recordé que en uno de los bolsillos de la levita llevaba también un bono del metro que utilicé en los primeros días de visitas por Paris. No llevaba ni cartera ni documentación. Total, no lo necesitaba. Una vez superada la barrera, me dirigí nerviosa al andén sin fijarme muy bien en la línea que cogía.
El tren llegó enseguida, había poca gente, aún estábamos distantes del centro de la ciudad. Me fijé en las personas que estaban dentro del vagón y de cómo estaban situadas. Decidí sentarme en el asiento más cercano a las puertas de acceso. Se trataba de una fila de asientos en dirección paralela a la marcha y me situé en el asiento más pegado a la puerta, dejando el asiento de al lado libre. Al frente, en el otro lado del vagón, había otra hilera de asientos. Estos estaban ocupados por un par de matrimonios de ancianos que se notaba iban todos juntos, por lo que respiré aliviada al comprobar que estaban distraídos hablando de sus cosas entre los cuatro componentes.
Al sentarme mis piernas quedaron al descubierto peligrosamente, y decidí cruzarlas. Por unos momentos recordé la situación en el parque, no podía evitar excitarme al recordar las manos de aquel desconocido del perro manoseando mi pierna. Los pensamientos y el vino me estaban jugando una mala pasada y comenzaba a ponerme caliente. Conforme avanzábamos en paradas hacía el centro de la ciudad subía más gente al vagón. En una de ellas subió un grupo numeroso de jóvenes que ocupó la parte central. Eran adolescentes, y deduje que serían del mismo instituto por la forma de hablar, y porque prefirieron permanecer en pie y hablar entre sí todos con todos que ocupar los asientos.
En la siguiente parada subió un joven con rasgos argelinos que se sentó a mi lado. Olía a sudor. Era un olor fuerte y penetrante. Se notaba que salía de trabajar. Se sentó con las piernas abiertas y las manos apoyadas sobre sus rodillas. Apenas me dedicó una mirada. Luego se ocupó observando a las chiquillas del instituto que chillaban mientras hablaban con sus compañeros. Pero sobretodo se fijaba, en las que llevaban minifalda.
Lo cierto es que mientras permanecía sentada en el trayecto me sentía más segura de mi misma. Hubiese permanecido todo el trayecto ensimismada en mis fantasías, de no ser porque el olor a macho sudado del argelino distraía mis pensamientos. No pude evitar fijarme en el chaval y en sus peculiares rasgos como moro. Bien mirado tenía cierto atractivo. Por un momento me indignó que ni siquiera se hubiese fijado en mi, y que sólo tuviese miradas para las piernas de las jovencitas que ocupaban el pasillo central del vagón.
De vez en cuando se acomodaba el paquete bajo sus jeans mientras repasaba visualmente de arriba abajo a las chiquillas con sus minifaldas. Sus vastos modales se hacían evidentes. Incluso se relamía inconscientemente imaginando yo qué sé que perversión. Advertí como aumentaba el bulto de su entrepierna. Me dió rabia. Me fijé en su mano. Era grande y fuerte. Me pregunté si su miembro sería igual de grande. Los moritos siempre han llevado su fama. Comencé a imaginármelo mientras trataba de adivinar cómo sería su miembro entre los pliegues de su pantalón. Ese era un juego con el que siempre me gustaba distraerme.
Pero su olor. Su olor a sudor me estaba penetrando por cada uno de los poros de mi piel. Lo cierto es que comenzaba a excitarme la situación. Me imaginaba esas firmes y grandes manos del argelino recorriendo mi cuerpo. Una vez más recordé la imagen de la mano del tipo del perro acariciando mi pierna, y un escalofrío recorrió mi cuerpo. Recordar su tacto en mi piel….uhhhmm, pero que cachonda me ponía al imaginar y recordar que un desconocido acariciase mi pierna.
Decidí descruzar mis piernas buscando el máximo contacto con la pierna más cercana del argelino. Junte mis rodillas y dispuse mi bolso sobre mi regazo, tratando de ocultarme por si pudiera verse algo. En la maniobra, la mano del muchacho que estaba sobre su rodilla próxima a mi posición, quedó atrapada entre su pierna y la mía. Esta vez me miró como comprobando si yo era consciente del contacto que acababa de producirse, y le esquivé la mirada intencionadamente, como haciendo entender que no me daba cuenta de que su mano estaba ahí, en pleno contacto con mi media. Disimulé mirando al infinito.
El muchacho me observó de reojo y movió su dedo meñique buscando acariciar mi pierna sutilmente, como si nada. Uuuffhh!!, como me estaba poniendo.
Yo continué impertérrita mirando al infinito, fingiendo no darme cuenta de sus movimientos. Pero en mi interior trataba de grabar a fuego en mi mente el recuerdo del tacto de su mano sobre mi pierna. Me tuve que contener para no moverme al son de sus caricias, pues estaba como una moto.
El chaval comenzó a ser algo más descarado y simulando masajearse los músculos de su pierna, movió sus manos enérgicamente de abajo arriba a lo largo de su pierna, aunque lo que realmente buscó desde un principio, era el roce del torso de su mano con mi pierna.
Poco a poco sus movimientos se volvieron más suaves, hasta que fue subiendo sus manos lentamente desde su rodilla hasta alcanzar los bolsillos de sus jeans. Concentrándose al igual que yo, en el roce entre el torso de su mano en mis piernas. Una vez con su mano en el bolsillo, y a esa altura, mis medias terminaban desnudando mis muslos bajo la levita. El torso de su mano sobrepaso el límite del borde elástico de lycra entrando en contacto directo con mi piel.
 Se quedó sorprendido y esta vez me miró descaradamente. El tipo sabía que era imposible que yo no me diese cuenta de nuestro roce. Yo disimulaba agarrándome con las dos manos al bolso que reposaba encima de mi regazo, y que ocultaba la maniobra del muchacho en mi pierna del resto de pasajeros. Siempre con la mirada en el infinito, sin dar importancia al contacto entre nuestros cuerpos.
El argelino no tenía intención de retirar su mano para nada, simulaba posar con su pulgar por dentro del bolsillo de su vaquero, mientras buscaba el roce de su piel con la mía. Se notaba que le gustaba lo que acariciaba en la parte alta de mis muslos, incluso buscó descaradamente el final de mis medias para cercionarse de que había sobrepasado el límite de lo decente.
Ahora me miraba fijamente. Me sentí observada, debió apreciar que mi respiración era más agitada de lo que el rostro reflejaba, además yo debía realizar verdaderos esfuerzos para no reflejar el estado de mi calentura. Esta vez buscó osadamente el contacto de su mano con la piel más fina de mis muslos. Deslizó su mano por debajo de la levita acariciándome descaradamente la piel desnuda de mis muslos. Solo pude morderme el labio inferior levemente rezando porque esa tortura tan satisfactoria terminase cuanto antes.
El chico de origen argelino debió percatarse de mi estado, y ante mi impasibilidad movió su mano por debajo de mi levita acariciándome sin pudor ni reparo. Su maniobra continuaba oculta por mi bolso al resto de pasajeros que ocupaban el vagón.
Guauuuh, me hubiese corrido allí mismo de gusto de no ser porque el tren estaba lleno de gente que no se daba ni cuenta de nuestra pequeña aventura. El chaval presionó un par de veces mi pierna entre sus dedos pulgar e índice como cerciorándose definitivamente que era imposible que no me diese cuenta, y asegurándose de que mi mirada al infinito era tan sólo una coartada frente al resto de pasajeros.
Se entretuvo jugando con el borde elástico de lycra de las medias durante un tiempo, y luego subió y bajo levemente un par de veces su mano sobre mi trozo de muslo desnudo entre el final de la media y el comienzo de lo indecente. Creo que descubrió que no llevaba ropa interior siquiera, y de que yo misma era una fuente que no paraba de chorrear. Lo miré de reojo y pude apreciar como con la otra mano se acomodaba su paquete entre la tela de sus jeans. Por fin su erección se debía a mi culpa. Me encontré como más satisfecha conmigo misma.
De repente la voz característica del metro alertó de que estábamos llegando a la parada en Strasbourg. Decidí que era el momento preciso de detener el avance del argelino en sus caricias. Yo ya tenía demasiado que recordar y con lo que fantasear.
Me incorporé súbitamente y me dirigí hacia la puerta con la intención de abandonar el vagón cuanto antes. Le costó tiempo frenar al metro. El tiempo suficiente para que el muchacho se levantase también y se situase justo detrás de mí ante la puerta. Con el frenazo final el argelino aprovechó para refrotarme su miembro por todo mi culo.
¡¡¡Dios mío!!  pude notar su polla clavada entre mis cachetes, desde luego el argelino llevaba un empalme considerable, se la había puesto bien dura. Me pareció dotado de enormes proporciones mientras notaba su miembro aplastado contra mi trasero.
Las puertas se abrieron, todo el mundo salió y entró. Todo el mundo excepto yo y el muchacho argelino, de hecho hice el ademán de comenzar a caminar pero me frené en seco. Todo con la intención de que inevitablemente el muchacho argelino me envistiese por detrás y sentir como su miembro se clavaba una vez más en mi culo. Incluso puse mi culo en pompa para notarle mejor. El moro enseguida se dió cuenta de mis intenciones. Sabía perfectamente que yo era una hembra en celo en esos momentos. Ahora fue él quien permanecía quieto, y era yo la que buscaba refrotar mi culo por todo su miembro, en una actitud totalmente vergonzante para mí en otras circunstancias  Su mano se agarraba por encima de nuestras cabezas a la barra del vagón rozándose con la mía, y tenía su aliento clavado en mi nuca. La gente terminó de entrar al vagón.
Ambos estábamos aprisionados entre el resto de pasajeros. Yo cerraba los ojos tratando de concentrarme en su olor a sudor y en comprobar  el tamaño de su miembro con mi culo. Era yo quien le daba pequeñas nalgadas hacia tras provocándole  tremendísima erección que podía sentir entre mis cachetes. Incluso el tipo se apartó levemente hacia atrás en varias ocasiones relamiéndose y regocijándose por mi estado de emputecimiento.
De repente pude notar su mano apretando con fuerza una de mis nalgas por encima de la levita. Quise voltearme pero la aglomeración de gente en el vagón me lo impedía. Tan solo pude girar la cabeza por encima del hombro para lanzarle una mirada recriminándole su osadía. Su maniobra me parecía demasiado descarada. Pero a pesar de mi enfado, el chico me devolvió una sonrisa al tiempo que me apretaba aún más mi culo con su mano.
Volví a darle la espalda, esta vez con la intención de salir en la próxima parada. Durante medio minuto estuvo tocándome el culo a su antojo mientras yo perdía la mirada por la ventanilla del tren tratando de disimular. Su mano se dirigió lenta y firmemente hasta el final de mi levita. Una vez alcanzó el extremo de mi abrigo, introdujo su mano en el interior y comenzó un ascenso  rápido, acariciando la parte trasera de mis muslos, directo hasta alcanzar su único propósito: mi culo. En su maniobra mi levita subió arrugándose y desnudando mis cachetes en medio de la gente. Yo trataba de bajarla disimuladamente para que no se pudiese ver nada. Pero las caricias del morito manoseándome el culo apretujados entre la gente lo impedía. Miré a uno y otro lado, y para mi suerte la gente parecía no darse cuenta de nuestro juego. Le gustó acariciar sobretodo la zona donde terminan las piernas y comienzan las nalgas.
Me dió un tímido pellizco que me hizo daño. Dí un respingo por el dolor. De nuevo me giré para recriminarle con la mirada su acción, y de nuevo me devolvió una sonrisa impermutable en su rostro. Pude apreciar que se estaba acariciando el paquete con la otra mano. No se conformó con manosear a su antojo mi culo, quiso explorar otras zonas. Sin dejar de acariciar la piel de mi culo, deslizó su mano hacia delante queriendo alcanzar mi entrepierna. Logró deslizar su mano desde mi vientre hasta el interior de mis muslos, acariciándome de pasada por encima de mi pubis, y comprobando que no llevaba ropa interior, ni había apreciado pelo alguno en su recorrido. Creo que estaba tan encelado que tenía la clara intención de hacerme un dedo allí mismo.
Por suerte el tren llegó a su parada y las puertas se abrieron de golpe, logré aprovechar la confusión y el barullo de gente para tratar de perderlo de vista. Subí a toda prisa por las escaleras mecánicas, una vez en lo alto pude girarme y ver que trataba de seguirme, aunque el tumulto de gente se lo dificultaba.
 La situación ya no me gustaba, debería saber que nuestro jueguecito había terminado, decidí perderlo en el nudo de líneas, intencionadamente volví a bajar a la misma línea y en la misma dirección en la que me había salido. Ahora no había nadie en el andén. Me dirigí lo más al fondo posible tratando de esconderme, pues había una columna al final del andén tras la que me sentí relativamente protegida.
Para mi sorpresa pude ver como al otro lado de las vías, en el andén de enfrente, bajaba por las escaleras mi acosador.  Se quedó totalmente perplejo al verme del otro lado. Miró a ambos lados buscando una forma de saltar las vías, pero era imposible, no había manera. Yo respiré aliviada. Una voz avisó por los altavoces que el metro de mi andén llegaría en dos minutos. Decidí cometer una última locura, y sin dejar de mirar al muchacho de rasgos argelinos al otro lado de la vía, comencé a desabrocharme los botones de mi levita. El chico me miraba expectante. En un abrir y cerrar de ojos separé las solapas de mi levita de par en par mostrándole al muchacho mi cuerpo totalmente desnudo. Me dió tiempo de lanzarle un besito desde la palma de mi mano, mientras mi levita permanecía abierta de par en par exhibiéndole mi cuerpo. Pude comprobar cómo se acariciaba el paquete por encima del pantalón al otro lado de las vías y me hacía gestos obscenos. Luego le dediqué una peineta, y me cubrí de nuevo con la levita justo antes de que el gentío procedente de otra línea, comenzase a llegar al final del andén y sobrepasar el espacio tras la columna que me ocultaba.
Enseguida llegó mi metro. Bajé en la próxima parada y repasé la combinación de líneas que tenía para regresar a mi apartamento. Podía volver sin tener que pasar de nuevo por la estación anterior, lo malo es que la ruta alternativa era por otra línea que me dejaba relativamente distante de mi apartamento. Preferí esta segunda opción de retornar dando un paseo andando, que volver a pasar por dónde había venido, y enfrentarme a tener que topar de nuevo con el muchacho argelino. Así que poco a poco las paradas y los intercambios de línea se fueron sucediendo.
Siempre miraba a uno y otro lado temerosa de que el argelino hubiera podido seguirme. Tenía un no sé qué metido en el cuerpo que me hacía presagiar que el muchacho no se habría dado por vencido tan fácilmente. De esta forma, parada a parada, el tiempo se me pasó volando. Por suerte, conforme me alejaba del centro de la ciudad, el número de gente en el interior de los vagones era menor, y por algún extraño motivo me sentía más segura.
Al fin alcancé la parada objeto de mi destino. Respiré aliviada mientras subía las escaleras del metro. Me volteé en una última mirada para asegurarme de que definitivamente  nadie me seguía. Gracias a dios que me giré guiada por mi sexto sentido, o por mi  instinto de mujer. El caso es que pude divisar a lo lejos como mi perseguidor saltaba los controles de acceso con una agilidad espantosa y corría en mi dirección.
.-“Oh!!!, nooOOO!!!, mier…, no puede ser cierto” pensé al tiempo que corría hacia la calle.
Nada más salir despavorida de la boca del metro, me llamó la atención una jovencita que se encontraba abandonando un taxi en medio de la calle. Pensé que podía ser mi salvación, y antes de que la chiquilla cerrase la puerta del coche me introduje en el interior del vehículo, cerrando desesperadamente tras ocupar el asiento trasero y dando un portazo. Mi maniobra sorprendió al conductor, que me miró extrañado por el retrovisor mientras trataba de contar y ordenar los cambios que le había dado su clienta anterior. Me desesperó su lentitud. Luego me preguntó en un riguroso francés a dónde íbamos.
.-“Rapide, a Avenue a Saint Fiacre, de Saint Germain en Laye,  s’il vous plait” dije nada más subir al taxi. Y nada más pronunciar la dirección de mi apartamento, giré la cabeza para mirar por la ventanilla y comprobar cómo el muchacho argelino lograba alcanzar el vehículo. Justo en el momento en el que el taxi se puso en marcha, mi perseguidor golpeó un par de veces contra el cristal de mi ventanilla mientras gritaba:
.-“Salope, salope” (puta, puta) dijo un par de veces antes de que el taxi se alejase definitivamente.
.-“ Est quelque chose de mal? (¿Ocurre algo?)” preguntó el chófer al tiempo que me miraba de nuevo a través del retrovisor.
.-“ Non, je ne sais pas si vous pouvez aller à cet homme.( No, no sé que le podía pasar a ese hombre.)” mi pronunciación no fué nada correcta dado mi estado de nerviosismo por la situación, lo que provocó una mueca de desaprobación en el rostro del conductor.
El taxista frunció el ceño mientras me observaba detenidamente por el retrovisor. Probablemente pensó que le estaba mintiendo. Lo que estaba claro es que me estaba juzgando. Seguramente mi acento de extranjera, y mis explicaciones con tono jadeante de la carrerita, no debieron convencerlo. Era evidente que me miraba todo el rato por el retrovisor mientras trataba de adivinar de dónde provenía, y a qué venía todo ese jaleo.
.-“ Ne soyez pas l’espagnol?? (¿No será usted española?)” preguntó el taxista a través del espejo.
.-“Ouais, pourquoi ne demandez-vous?Sí, ¿por qué lo pregunta?)” dije cruzando nuestras miradas a través del retrovisor.
Por su cara y sus gestos manifestó claramente que no le agradaba en absoluto la situación.
.-“ Je parle un peu de leur langue  (Yo hablo un poco su idioma)” dijo captando mi atención.
.-“Me alegro mucho. ¿Cómo lo aprendió?” le pregunté en español pensando que quería practicar el idioma.
.-“Estuve un tiempo trabajando en la España” dijo con su peculiar acento francés. Yo lo miré preguntándome que podía haber sucedido.
.-“Incluso me casé” dijo en un tono ciertamente desconcertante para mí. No sabía si estaba enfadado por algo o simplemente es que era así. El caso es que me llamaron la atención sus palabras.
.-“¿Qué paso?” le pregunté movida por la curiosidad.
.-“Un día regresé antes a casa del trabajo porque me encontraba mal, y al regresar sorprendí a mi mujer en la cama con otro” pronunció con su particular entonación, y mirándome muy serio por el retrovisor.
.-“Ohps, lo siento” pronuncié con cierta lástima por mi parte.
Yo no supe que decir. Sin duda entendía su malestar y prejuicio para conmigo. Opté por guardar silencio y mirar a mi alrededor. Pude fijarme entonces en los detalles del taxi y su conductor.
El chófer se trataba de un señor mayor, a punto de jubilarse diría yo, entorno a los sesenta y tantos años de edad. Tenía algo de calva en su coronilla, el pelo canoso a los lados, las cejas pobladas, y muchas arrugas en su rostro. Su barriga era prominente, se notaba que pasaba muchas horas en el taxi. El vehículo estaba tan desordenado como el aspecto de su dueño. Olía a una mezcla entre tabaco y polvo. No pude ver ningún ambientador por ninguna parte. Desde luego, no me extrañó que su ex mujer lo dejase por otro más ordenado y limpio. Cautivo mi atención el palillo que mordisqueaba entre sus amarillentos dientes. Era todo una malabarista, su visión moviéndolo a un lado y a otro de su boca  llegó a ser algo hipnótica para mí. Traté de desviar mi atención y tratar de fijarme en otros puntos. Estuve un rato mirando por la ventanilla, en silencio, sin decir nada.
Hasta un momento en el que no sé porqué me fijé en sus manos. Seguramente me llamaron la atención en algún cambio de marcha. Eran unas manos fuertes, grandes y algo callosas, justo como a mí me gustan. Tal vez porque estábamos llegando a casa y me sentía más tranquila conmigo misma, comencé a imaginarme esas manos acariciando mis piernas. Y es que mi loca cabecita no tiene remedio, ya estaba fantaseando otra vez. Si ese malhumorado y despechado hombretón supiese que voy desnuda bajo mi levita, seguramente se abalanzaría a devorarme.
Por un momento imaginé la posibilidad de que sus dedazos recorriesen mis piernas. Los dedos de sus manos eran tan regordetes como su cuerpo. Se veían unas manos fuertes y peludas. Uhfff, me estaba poniendo otra vez como una moto, creo que lo que necesitaba era llegar a mi apartamento y aliviar mi tensión acumulada de una vez por todas.
Durante mis pensamientos tuve que cruzar y descruzar un par de veces mis piernas presa de mi calentura, y claro está, el conductor no se perdió detalle alguno vigilante siempre a mis movimientos. La última vez que cruzamos nuestras miradas por el espejo retrovisor lo sorprendí tratando de apreciar algún detalle más allá de mis piernas. Así que volví a perder mi vista por la ventanilla.
A través del cristal se sucedieron las calles y luces de la ciudad, reconocí la salida de la periférica del centro de Paris por Le Port Marly, y contemplé cómo subía la cuesta que rodeaba el Château de Monte Cristo. Me alegré porque estábamos llegando a nuestro destino.
.-“ Quel numéro je pars, mademoiselle?( ¿En qué número la dejo, señorita?)” el taxista interrumpió  el silencio reinante entre ambos . A mí me pilló distraída en mis pensamientos y algo sorprendida.
.-“ Oh, es junto a la Rue de la Justice” Respondí en una mezcla entre español y francés. Un nuevo carraspeo de desaprobación se escuchó de la garganta del conductor. Traté de desviar la mirada del espejo intimidada una vez más por su repaso visual.
Enseguida llegamos a nuestro destino. El taxista detuvo el vehículo antes de que le hiciese ninguna indicación. Se ladeó en una zona de grava bajo unos árboles, se trataba de un espacio reservado para los contenedores de basura de los vecinos. Era la única zona dónde podía detener el coche sin entorpecer la circulación a otros vehículos en medio de la calzada.
.-“ Nous sommes venus (Hemos llegado)” dijo al tiempo que paraba el contador dando por finalizada la carrera y me observaba de nuevo a través del retrovisor.
En esos momentos recordé que había salido sin efectivo de casa, y traté de encontrar las palabras  adecuadas con las que explicarle a ese hombre que debía esperar mientras subía a casa por dinero.
.-“ Ils sont  cinquante-cinq ans avec trente-sept cents (Son 55 euros con 37 céntimos)” indicó señalando el contador con nerviosismo dada mi pasividad, y observando atentamente mi reacción.
Supe por su gesticulación que había algo por lo que ansiaba cobrar con prisa. Sentí desilusionarlo, y traté de contrarrestarlo siendo muy amable con él.
.-“Je crains que je n’ai pas assez d’argent. Je vous prie de bien vouloir attendre pour moi de venir jusqu’à mon appartement et le dos de l’argent. ( Me temo que no llevo el dinero suficiente encima. Le ruego que sea tan amable de esperarme a que suba a mi apartamento y regrese con el efectivo)” dije al tiempo que trataba de salir del vehículo.
Pero el sonido del cierre centralizado impidió que pudiese ni tan siquiera abrir la puerta.
.-“¿Qué ocurre?” pregunté algo sorprendida al verme de repente con las puertas bloqueadas y sin poder bajar del coche.
.-“ Ainsi personne ne bouge jusqu’à ce que j’ai payé pour le voyage. (De aquí no se mueve nadie hasta que me hayas pagado el viaje)” dijo el taxista algo malhumorado alzando el cuello para mirarme a través del retrovisor.
.-“Ya se lo he dicho, no llevo dinero encima” dije algo nerviosa por su comportamiento.
.-“ Malédiction, est la troisième course, je ne fais pas cette semaine (Maldición, es la tercera carrera que no me pagan en esta semana)” murmuró enfadado maldiciendo su mala suerte, y me miró nuevamente por el retrovisor con cara de pocos amigos. Tras observarme detenidamente por unos instantes dijo:
.-“Está bien, sube a tu casa por mi dinero, pero déjame esa levita de cuero que llevas en prenda para asegurarme de que regresas, seguro que cuesta algo más de lo que me debes” dijo sin apartar la mirada ni un segundo del retrovisor.
Pudo comprobar que me ponía nerviosa tras escuchar sus palabras. Yo no encontraba los argumentos con que explicarle toda aquella locura. Mi demora en cumplir la petición, lograron poner aún más nervioso al taxista.
.-“¿Qué ocurre?” preguntó alzando la voz.
Yo continuaba callada sin saber por dónde comenzar a exponerle la situación, lo único que tenía claro es que no podía dejarle mi levita como señal, me quedaría totalmente desnuda.
.-“No tienes ninguna intención de pagarme, ¿eh?” dijo al tiempo que se agachaba a coger no sé que de debajo de su asiento con gestos algo intimidatorios para mí.
.-“No, no es eso, el caso es que yo…” no encontraba la forma de explicárselo.
.-“Vamos, dime” ordenó el abuelo quitándose el palillo de su boca.
.-“No puedo prestarle mi levita porque debajo no llevo nada de ropa” pronuncié avergonzada con la cabeza baja y la mirada perdida en la moqueta del suelo del coche.
.-“¿Cómo?” preguntó incrédulo el taxista. Yo no sabía qué más podía decir, ni qué tipo de explicaciones podía darle a aquel hombre que me observaba atónito al otro lado del retrovisor.
.-“Por favor, déjeme subir a casa por dinero y regreso enseguida, se lo prometo” le dije esta vez en tono suplicante, totalmente desesperada.
.-“Es la excusa más ridícula que he escuchado nunca, si no me pagas llamaré a la gendarmería” pronunció al tiempo que estiraba la mano para alcanzar la emisora de radio.
.-“No por favor, no haga eso, es verdad, ¡¡se lo juro!!” dije esta vez totalmente desesperada y prácticamente entre sollozos. El tipo me miró incisivamente de nuevo a través del espejo retrovisor.
.- “Demuéstrame que es verdad lo que dices” dijo expectante a mi reacción alzando la cabeza para verme mejor a través del espejo.
Sentí rabia al escuchar sus palabras. Estaba claro que aquel tipo no me iba a dejar marchar. Por alguna razón que no lograba entender se mostraba totalmente desconfiado de que regresase con su dinero. No daba la impresión de que se creyese ninguna de mis palabras, y de creérselas, estaba claro que tenía la intención de aprovecharse.
Llegados a ese punto supongo que no tenía otra alternativa para convencerlo que mostrarle mi desnudez. Dudé. Por supuesto que dudé, y mucho. Dudaba si debía hacerlo o no.
Pensaba en si podía haber otra salida, otra solución, pero si la había, yo no la encontraba. Aquel señor mayor, calvo, gordinflón, y dejado, se estaba aprovechando. Pero… ¿cómo podía salir del lio en el que me había metido?.
Quise pensar que si me atrevía de algún modo a mostrarle mis pechos, se daría cuenta de que le decía la verdad y me dejaría subir a casa a por el maldito dinero. Era la única esperanza que tenía. Ese pensamiento era mi único consuelo. Me aferré a esa idea para armarme de valor y plantearme seriamente la posibilidad de mostrarle mi cuerpo.
Resoplé. Me atreví a mirarlo desafiante a través del espejo retrovisor, al mismo tiempo que comenzaba a desabrocharme los botones de mi levita por la parte superior.  Desde luego que me veía capaz de salir airosa de esa situación, y acepté el desafío.
A partir de ese momento, fue como si el tiempo transcurriese a cámara lenta. Nuestras miradas se cruzaban por el retrovisor en un duelo entre mi orgullo y su deseo. Tuve que contemplar como el tipo se mojaba expectante los labios con la lengua. Las manos me temblaban, entorpeciendo mis movimientos y retrasando el momento. De alguna forma alentaba la expectación del taxista que comenzaba a creerse su suerte.
Una vez  desabotoné los cuatro botones superiores de mi levita, retiré las solapas y le mostré mis pechos desnudos ante su atenta mirada. Sus ojos se abrieron como platos y la boca se le abrió cayéndosele la baba de la sorpresa. Casi se le sale la dentadura postiza.
.-“Vé, ya se lo dije, no llevo nada de ropa debajo”, dije al tiempo que me cubría de nuevo los pechos avergonzada ante su atenta mirada.
Un silencio se hizo dentro del coche…
.-“Joder, es verdad” musitó el anciano sorprendido.
.-“Por favor, abra el coche, déjeme marchar” le supliqué mientras trataba de abotonarme de nuevo la levita.
.-“No te cubras aún, quiero verlos otra vez” ordenó haciendo caso omiso a mis súplicas.
.-“No por favor, no me pida eso, me da mucha vergüenza, le prometo que regresaré con su dinero” dije tratando de convencerlo.
.-“Vamos mujer, no seas así. Si ya los he visto, ¿por qué no me los enseñas otra vez?” dijo poniendo carita de niño bueno ansioso porque accediese de nuevo a su petición.
.-“No por favor” le repetí al tiempo que comprobaba que me encontraba encerrada en el coche, tratando de abrir repetidas veces la manivela de la puerta.
.-“Vamos, sólo un poquito más. Hace tiempo que no veo unos pechos así. Sabes…, me han parecido muy bonitos. Venga mujer, una vez más y te dejo salir” dijo el taxista tratando de mostrar confianza entre ambos.
Dejé de tratar de abrir inútilmente la puerta del coche y me detuve a mirarlo sopesando sus últimas palabras. De nuevo un duelo de miradas a través del retrovisor. No sé porqué lo hice, sabía que no estaba siendo sincero conmigo y que trataba de engañarme, pero en cierto modo me dio lástima.
.-“¿Luego me dejará marchar?” le pregunté a pesar de que temía que me mintiese en su respuesta.
.-“Pues claro mujer” dijo tratando de aparentar ser un honorable ancianito.
Yo procedí a tirar de nuevo de las solapas de mi levita hacia los lados, mostrándole mis pechos por segunda vez. De nuevo bajé la mirada al suelo, y  conté mentalmente el tiempo que transcurría tratando de no pensar en otra cosa para pasar de forma tan absurda el mal rato.
Uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis, siete, ocho, nueve… pero el tipo no decía nada.
Doce, trece, catorce, quince… ¿hasta cuando pretendía que estuviese así?, me preguntaba inquieta sin apartar la mirada de la moqueta del suelo.
.-“¿Dijiste antes que no llevabas nada de ropa debajo?” interrumpió el anciano el  silencio entre ambos.
.-“¿Cómo?” le pregunté sorprendida por sus palabras alzando la vista para retarlo de nuevo con la mirada a través del retrovisor. Quise pensar que mi fulminante mirada sería lo suficientemente disuasoria, como para que no se atreviese a proponerme ninguna barbaridad.
.-“Quiero saber a qué te referías con eso de nada de ropa debajo” dijo ahora algo más claro y en tono desafiante, para que lo entendiese bien.
.-“No me lo puedo creer, ¿qué es lo que quiere saber?” gesticulé exagerando mis movimientos malhumorada por sus intenciones.
.-“Pues no sé…”, dijo ahora algo titubeante “¿me preguntaba por el tipo de braguitas que podías llevar puestas, por ejemplo” dijo con ganas por salirse con la suya.
Yo lo miré airada. No daba crédito a lo que me estaba proponiendo, el tío quería verme desnuda. Seguramente estaba excitado tan sólo de ver mis pechos y quería más. Por un momento me auto culpé al pensar que mis cruces de piernas durante el trayecto alentaron su curiosidad.
.-“No llevo bragas” solté por mi boca sin pensarlo dos veces presa de mi mal humor.
.-“ Oh, mon dieu!” musitó el ancianito, “no me lo creo” dijo esta vez en español con su peculiar acento francés.
Ahora era yo quien lo miraba alucinada, negando a un lado y a otro con la cabeza, y tratando de resignarme al hecho de que aquel viejo gordinflón, no me dejaría salir de su taxi hasta que le mostrase mi cuerpo desnudo.
.-“Vamos mujer, alegra la noche a este viejo taxista” trató de convencerme otra vez, poniendo carita de niño bueno.
.-“Si lo hago, …,¿me dejará marchar?” le pregunté tratando de creer que esta vez sí decía la verdad y se quedaría conforme definitivamente.
El asintió con la cabeza un par de veces.
Desde luego, debía hacer algo para salir de allí, y por más que trataba de encontrar una salida, no se me ocurría otra forma que no fuese cumplir con sus malditos deseos.
.-“Vamos Sara” pensé, “lo que tengas que hacer hazlo rápido. Total es un anciano, ¿no lo ves?, ¿qué puede pasar?” pensaba para mis adentros, y comencé a desabotonarme la levita por completo.
No pude evitar fijar de nuevo la mirada en el suelo, mientras abría mi levita de par en par en el asiento trasero, para que ese desconocido conductor pudiese contemplarme completamente desnuda. Incluso me incorporé del asiento levantándome levemente para retirar mi levita y arrugarla a mi espalda.
Una vez expuesta a sus miradas, casi por acto reflejo me tapé mi depilado pubis con las manos, mientras juntaba mis rodillas todo lo que podía muerta de vergüenza. Un calor sofocante en mi cuerpo hizo que mi cara comenzase a enrojecerse.
.-“Caray, era verdad, vas desnuda” dijo el taxista al tiempo que comenzaba a acariciarse disimuladamente por encima del pantalón mientras me miraba por el retrovisor.
Yo permanecía inmóvil muerta de vergüenza. Lo que estaba sucediendo no entraba en mis planes, ni tan siquiera hubiera imaginado nada por el estilo. Durante esos momentos, alzaba mi vista el tiempo justo para verificar como aumentaba el bulto de su pantalón, y luego volvía a fijar mi mirada en la moqueta del suelo del coche. Dios mío aquello era…, no sabía que pensar.
Por una parte me parecía repugnante que aquel anciano se estuviese acariciando sus partes mientras me observaba desnuda, aunque fuese por encima del pantalón. Y por otra parte….tenía que reconocer que había algo de morbo en todo eso. No quería admitirlo. No quería ni pensar en la idea de que la situación pudiera agradarme lo más mínimo, aunque…, aunque mi cuerpo reaccionara de forma distinta a mis pensamientos.
Aquello era repugnante y ya está. No sé cuánto tiempo transcurriría, me pareció una eternidad, hasta que escuché al abuelo decir:
.-“¿Porqué no abres un poquito más las piernas para que pueda verte mejor?” dijo al tiempo que se volteaba sobre su asiento, y trataba de separar mis rodillas con sus manos, a través del reposabrazos que separa los asientos delanteros. Lo intentaba pero yo me resistía.
.-“No por favor se lo ruego, me da mucha vergüenza. Ya es suficiente, por favor déjeme marchar” le supliqué mientras apartaba su mano de mis piernas, y juntaba con toda la fuerza con la que podía mis rodillas.
.-“Vamos mujer, si ya te he visto que vas desnuda, tan sólo quiero verte mejor y lo dejamos” dijo tratando de separar de nuevo mis rodillas con sus manos por el hueco de entre los asientos delanteros. El pequeño forcejeo que nos traíamos entre manos no me agradaba en absoluto.
.-“Esta bien” le dije “pero a condición de que no me toque” le propuse tratando de evitar el contacto de sus manos. El tipo detuvo su maniobra y acomodándose de nuevo sobre su asiento dijo:
.-“Très bien” pronunció al tiempo que reajustaba el espejo retrovisor para verme mejor las piernas y mi zona más íntima.
Yo separé mis piernas, obedeciendo a su petición. Tampoco mucho. Pero lo que sí es que mi rasurado pubis quedó suficientemente expuesto ante sus miradas lascivas. Continuaba muerta de vergüenza, por lo que inevitablemente cerré los ojos tratando de ausentarme mentalmente de aquella situación tan embarazosa. Lo último que pude ver del taxista era como se relamía los labios con su asquerosa lengua, mientras se acariciaba su miembro con total descaro. Era como si mi recato aún lo excitase más. Mientras tenía los ojos cerrados solo podía pensar en dos cosas, que aquel tipo se estaba acariciando su miembro mientras me observaba por el retrovisor, y en que todo eso acabase cuanto antes.
.-“¿Por qué no te acaricias los pechos un poco para mí?” propuso como si fuese la cosa más natural del mundo. De nuevo lo miré airada por su osadía.
“¡Acaso no tenía suficiente con verme desnuda!” pensé para mi, “¿Acaso pretende que le dé un espectáculo?”,me preguntaba yo misma.
Opté por no llevarle la contraria, ni hacer ninguna pregunta. Me concentré en la forma de conseguir que todo eso terminase de una maldita vez. Así que torpemente, me pasé las manos por encima de mis pechos. Más con la intención de cubrirme, que de montarle un espectáculo al viejo baboso. Trataba de evadirme cerrando los ojos con fuerza, tratando de pasar como fuese el bochorno y la vergüenza a la que estaba siendo sometida.
De repente pude escuchar cómo se abría la puerta del conductor y se cerraba en tan solo  un instante, prácticamente a la vez que se abría la puerta de mi izquierda y se acomodaba el taxista a mi lado en el asiento trasero. Yo lo miré aterrorizada.
.-“¿Pero qué hace?” le espeté indignada por su maniobra cubriéndome el cuerpo con mis propias manos.
.-“Sssscht” el taxista me hizo gestos para que no me alarmase y me tranquilizase.
.-“Tan solo quería verte más de cerca” dijo sin darme ninguna otra opción, “por qué no continuas, lo estabas haciendo muy bien” pronunció mientras terminaba de acomodarse a mi lado.
.-“Yoooo…, estooo, creo que deberíamos dejarlo. Debería subir por su dinero.” dije temerosa por su presencia a mi lado.
.-“Olvídate del dinero, yo estaba pensando en otra forma de solucionar esto ahora” dijo haciendo caso omiso a mis palabras, y posando su mano en mi rodilla.
Yo me quedé paralizada al notar el contacto de su mano en mi pierna. Era tal y como había imaginado en tantas ocasiones en los últimos días. En mis fantasías visionaba continuamente la imagen de unas manos grandes, fuertes, y callosas recorriendo mis suaves piernas. En esos momentos temí porque mi cuerpo se descontrolase. Mi respiración comenzó a agitarse notablemente. Mis pechos subían y bajaban al mismo ritmo con el que el aire penetraba en mi cuerpo. Y lo peor es que cada vez necesitaba tomar más y más aire, por lo que el movimiento de mis pechos comenzó a ser más que evidente. El tipo se dio perfectamente cuenta de mi reacción. Una sonrisa saboreando su particular victoria se dibujó en su cara.
Yo permanecí impertérrita a sus caricias. El viejo taxista observándome se atrevió a subir su mano acariciando mi pierna, aventurándose a comprobar la suavidad de mis muslos.
.-“¿Era verdad, no?, lo que dijo ese chaval al subirte al coche, ¿era verdad?” preguntó al tiempo que me miraba a los ojos.
Yo tuve que apartar mi mirada de su mano deslizándose por mi pierna para contestarle mirándolo a la cara.
.-“¿El qué?”pregunté como una tonta sin saber a qué se refería.
.-“¿Era cierto, verdad?, ¿eres una puta?” preguntó mirándome a los ojos mientras su mano trataba de alcanzar lo indecente. Tuve que aprisionar su mano entre mis muslos para detener su avance.
.-“¡Noooh!” exclamé sorprendida por sus conclusiones mientras la palabra “puta” resonaba desde su boca en mi mente una y otra vez.
.-“Vamos, no trates de engañarme” dijo el anciano ahora con cierto tono paternalista, “¿cuánto le cobraste al morito?” preguntó haciendo referencia al muchacho que golpeó los cristales del taxi.
.-“Yooo, no…, no….no es lo que cree” trataba de encontrar la manera de convencerlo de lo contrario, pero tan solo lograba titubear.
.-“¡Vé!, soy una mujer casada” dije alzando mi mano entre ambos para mostrarle la alianza que relucía sobre mi dedo anular de la mano izquierda.
El hombre se quedó pensativo mirando por unos instantes mi anillo de compromiso que brillaba entre mis dedos. Aquello no le había encajado. Me alegré al suponer que podría hacerlo entrar en razón.
Pero para mi sorpresa el viejo cogió mi mano con la suya y la guió hasta posarla sobre su regazo, a la altura de su miembro por encima del pantalón.
.-“Mira como me tienes” pronunció el muy cerdo.
Yo  retiré mi mano nada más notar el contacto, haciendo evidente mi repulsa por lo que acaba de hacer.
.-“Oiga yo no…” dije tratando de recuperar el roll de una mujer decentemente casada.
Pero el viejo, sin ningún tipo de reparo mientras yo trataba de excusarme, se incorporó un poco sobre el asiento trasero a mi lado, y procedió a bajarse la cremallera del pantalón. Rebuscó con su mano entre su ropa interior  hasta extraer su miembro, que lució orgulloso para mi total sorpresa.
.-“¿Por qué no la acaricias un poco?” dijo sacudiéndose su miembro ante mi incrédula mirada por lo que acababa de hacer.
.-“¡Pero que hace, guarde eso!, se confunde,  ¡ya se lo dije!, soy una mujer casada” dije haciéndome la recatada sin dejar de mirar estupefacta como el anciano se meneaba su verga ante mis ojos.
Pude fijarme bien. Mostró un miembro semiflácido, rodeado de un pelo blanquecino descuidado. Pero sobretodo un olor nauseabundo que enseguida inundó todo el aire del coche. Para mí era algo totalmente esperpéntico, y sin embargo por alguna extraña razón no podía evitar fijarme en su miembro.
.-“¿Te gusta, eh?” dijo acompañando mis ojos al tiempo que se la sacudía nuevamente ante mi atenta mirada. Esta vez lo observaba como hipnotizada. Estaba totalmente desconcertada por lo que estaba pasando.
.-“Vamos, no irás a decirme ahora que no quieres trabajar para mí” dijo sin hacer ningún tipo de caso a mis explicaciones, al tiempo que acariciaba de nuevo mi pierna a la altura de la rodilla.
Me dio reparo al pensar  que la misma mano con la que se había sacudido hacía unos instantes su sucia polla, me estaba acariciando ahora mi pierna. Aunque por otra parte…, por otra parte debía reconocer que llevaba fantaseando con algo como eso desde hacía unos días.
.-“Estoooh…, es que se confunde señor, yo no soy una cualquiera” dije al tiempo que trataba de apartarle su sucia mano de mi pierna y fingir de nuevo mi papel de esposa recatada.
.-“Ya, eso lo dicen todas para subir el precio” dijo haciendo caso omiso a mis palabras y avanzando en las caricias de su mano por mis piernas.
 .-“¡Es usted un pervertido!” le dije ofendida por sus palabras y tratando de arrearle un bofetón. Pero el anciano estuvo más rápido que yo esta vez, y reteniendo mi mano por la muñeca, la guió de nuevo hasta su miembro, obligándome ahora por la fuerza a tener que rozarla con mi propia mano.
.-“Mira preciosa, tú me haces un servicio y yo me olvido de la carrera, ¿qué te parece?” dijo reteniendo mi mano por la fuerza,  mientras me obligaba a acariciarlo sin remedio. Por una parte me hacía verdadero daño, y de otra no podía apartar mi mirada de su miembro.
En esas condiciones era incapaz de pensar con claridad. Si hay algo que temo, es el dolor. Así que absurdamente pensé que si lograba que se corriese de una maldita vez, todo aquello habría terminado.
Pensé que después de todo, la situación no parecía tan mala. Dadas las circunstancias, si se conformaba con una simple paja, me daba por satisfecha, habría salido más o menos triunfante de la situación. Así que no me quedó más remedio que rodear su polla con mis dedos y comenzar a meneársela.
Era la primera vez en mucho tiempo que acariciaba otra polla que no fuese la de mi marido. Me pareció algo más gorda, y eso que todavía estaba algo flácida. Estaba bien descapullada, con un prepucio algo más recio que el resto del tronco. Al contacto de mi mano pude apreciar como su polla daba un respingo y comenzaba a bombear sangre entre sacudidas.
.-“Tienes las manos frías” dijo en viejote al tiempo que guiaba mi mano rodeándola con la suya en sus movimientos de arriba y abajo a lo largo de su miembro, marcándome el ritmo.
Yo no sabía qué hacer, el anciano llevaba toda la iniciativa. Me cubrí los pechos tímidamente, mientras juntaba mis rodillas de nuevo. Sólo pensaba en que todo eso terminase, tratando de ganar tiempo.
.-“Déjame que te acaricie un poquito” pronunció el anciano al percatarse de mi pudor mientras su mano se posaba en mi pierna de nuevo, y se deslizaba por mi muslo desde mi rodilla hasta mi zona más íntima.
Logró separar mis piernas de nuevo. No ofrecí resistencia y las deje abiertas a su antojo, obedecía como una tonta a sus indicaciones, rezando por qué sucediese algo que terminase con esa locura.
Lo único que pensaba es que tenía que ganar tiempo. Debía ganar tiempo y hacer que terminase cuanto antes.
“¿Qué puedo hacer?, ¿qué es lo que puedo hacer?” me repetía una y otra vez mientras dejaba que aquel desconocido, viejo y dejado me manosease.
En medio de mis pensamientos y sus caricias no podía evitar fijarme en sus atributos. Desde luego el abuelete estaba bastante bien dotado, y eso que su polla todavía no estaba del todo dura, se encontraba en un estado de semierección pese a mis caricias. Me llamó la atención la abundante mata de pelo que la rodeaba, era de color gris, todo canas. Nunca había visto una polla así de canosa. Pero sin duda, lo que más me llamó la atención fue el tamaño de sus pelotas. Cada una sería del volumen de mis puños. Eran enormes. Era como si con el paso del tiempo los atributos de ese hombre hubieran continuado creciendo mientras el resto de su cuerpo menguaba.
Durante un buen rato de tiempo, me quedé ensimismada contemplando como su miembro crecía entre los dedos de mi mano, alcanzando lentamente un tamaño más que considerable. El taxista liberó mi mano de su opresión por primera vez en todo el rato, y procedió a retirarme el pelo de la cara para acariciar mi rostro.
Yo alternaba entre mirarlo a los ojos, y contemplar incrédula como pajeaba con mis manos a ese desconocido. No podía creérmelo ni yo misma. ¡Le estaba haciendo una paja a un desconocido!, y lo peor es que no me estaba resultando tan desagradable como había pensado. El por su parte tenía sus ojos clavados en los míos y su mano recorría mi cuerpo.
Sopesó el tamaño de mis pechos varias veces, apretujó entre su mano uno de ellos, y me pellizcó en el otro. Mis muecas de dolor y repulsa fueron de su agrado. Así que volvió a estrujarlos y amasarlos como si fuesen pan, siempre atento a mis gestos de sumisión. De alguna forma le hice evidente que me gustaba que me tocasen de esa manera tan tosca, y el muy cerdo trató de aprovecharse cuanto pudo. Todo esto sin dejar de masturbarlo por mi parte.
Cuando se cansó de sobarme los pechos deslizó su mano por mi vientre hasta alcanzar mi zona más íntima. Me acariciaba de una pierna a otra pasando siempre su mano con la palma bien abierta por todo mi pubis rasurado, haciéndome indicaciones para que abriese bien las piernas. Sin duda le llamó la atención la suavidad de esa zona al no haber ningún pelo.
Yo lo miraba totalmente sometida a sus caricias. Por mi boca entreabierta se escapaban tímidos gemidos, y mis caderas se movían en pequeños círculos acompasando las caricias del viejo taxista, haciendo evidente mi grado de excitación. Mis movimientos de sube y baja a lo largo de su polla ya no eran acompasados, eran torpes y carecían de sincronización, era como si no tuviera fuerzas para masturbarlo mientras me derretía por dentro.
Se detuvo por un momento a juguetear con sus dedos y los pliegues de mis labios vaginales. Se regocijó comprobando el calor que desprendía mi cuerpo en esa zona. Se dedicó a abrir y cerrar mis labios mayores con sus dedos, mientras la yema de otro de ellos trataba de abrirse camino entre ellos. Me restregaba frenéticamente la palma de su mano de un lado a otro, repitiendo varias veces las mismas maniobras. Hasta que…
.-“Uuuuhm” gemí al notar cómo me penetraba el viejecito con uno de sus rechonchos dedos.
Cerré los ojos abandonada a sus caricias, y dejé de masturbarlo. En esos momentos estaba totalmente abandonada a que ese viejecito aliviase con sus caricias mi urgente necesidad.
El tipo se entretuvo en sacar y meter un par de veces su dedo en mi interior, observando mis demostraciones de placer y comprobando que me encontraba sumisa a sus caricias.
Dejó de masturbarme para besarme en la boca. Aquello sí que no me lo esperaba. Me pilló por sorpresa. Me cogió por el cuello, aprisionando mi garganta, mientras su lengua exploraba cada rincón de mi boca. Era inútil resistirme. Me ahogaba. Yo trataba de separar con mis dos manos y todas mis fuerzas, su mano que oprimía mi garganta.
Cuando al fin dejó de besarme, sin mediar palabra, me agarró esta vez del cuello por la nuca, y me obligó a reclinarme hasta que mi cara quedó a la altura de su entrepierna. De repente todo se tornó algo violento.
Yo intentaba resistirme y tratar de recuperar mi posición, trataba sentarme de nuevo correctamente, pero me era imposible. El taxista era bastante más fuerte que yo.
.-“ Venez me sucer la bite. (Vamos chúpamela)” repitió al tiempo que aumentaba su fuerza en mi nuca, y me forzaba a que mi cara se restregase por toda su polla.
Su olor, su olor me penetraba por cada poro de mi cuerpo sin dejarme pensar. Era una mezcla de orina y sudor reconcentrado. Al principio me pareció nauseabundo.  Yo me resistía como podía a sus intenciones. Cerraba mis labios con fuerza, mientras el anciano me obligaba a restregar mi cara por todo su miembro. Mis labios se cerraban tratando de impedir lo inevitable. El por su parte me aprisionaba contra su regazo. Prácticamente me ahogaba contra su bragueta.
.-“mmmmmmhh” era el sonido que se escuchaba mientras sellaba mis labios con todas mis fuerzas. Me faltaba el aire.
El viejo, hizo todavía más fuerza con las dos manos obligándome a hundir completamente mi rostro entre  sus piernas, sin hacer ningún caso a mis súplicas. Desde luego era más fuerte que mi ineficaz resistencia. Me costaba incluso respirar, y lo único que conseguía era que su repugnante aroma se impregnase por cada poro de mi rostro.
.-“ Ok, je suis d’accord, mais laissez-moi mal (Está bien, acepto, pero no me haga más daño)” le supliqué para que me dejase respirar tranquilamente. El taxista dejó de sujetarme y pude incorporarme de nuevo sobre el asiento. Volvía a estar sentada, y al fin respiraba aliviada. Lo miré tratando de encontrar una explicación a su cambio de comportamiento.
Mentalmente traté de encontrar la manera en que ese hombre se corriese enseguida. Pensé en desnudarme para aumentar  su excitación. Así que me deshice de mi única prenda de vestir, de mi levita, tratando de ganar algo de tiempo. Lo hice despacio, siempre ante su atenta mirada mientras él mismo se acariciaba su polla. Trataba de excitarlo al máximo con mi particular striptease.
.-“No tenías más que habérmelo pedido” le dije tratando de tranquilizarlo mientras me quitaba la levita. Pero el viejo empezaba a impacientarse deseoso por que cumpliese mi parte del trato.
Luego me recogí el pelo enredándolo a un lado, para desesperación del anciano que observaba mis preliminares algo nervioso. Nunca me ha gustado comerme mis propios pelos. Además, no quería que mi media melena se enredase por todo el miembro de ese cabrón y se impregnase de su olor. Me puse de rodillas sobre el asiento trasero del taxi para estar más cómoda, y armándome de valor me recliné de nuevo sobre el regazo del abuelete.
Recuerdo que me apoyé sobre una mano mientras con la otra procedí a agarrar de nuevo el miembro del viejo taxista. Pude notar como nada más rodearla con mis dedos su polla daba otro respingo y adquiría algo más de dureza. Subí y bajé unas cuantas veces mi mano a lo largo de su polla, comprobando que esta se endurecía ahora sí con cada maniobra. En ese momento no me quedó ninguna duda: aquella polla era de lo más grande que había visto en mi vida.
No tuve más remedio que proceder resignada a lo acordado. Le dí un primer  lametazo de abajo a arriba con cierto pudor. Pude notar como la sangre corría a través de las hinchadas venas de su miembro. Luego le dí un segundo, y un tercer lametazo en toda su longitud, desde la base hasta la punta.
“Bueno no ha sido para tanto” pensé, y procedí a introducirme su capullo entre mis labios. Fue una sensación extraña, pues a diferencia de otras ocasiones, tan sólo su prepucio me llenaba la boca por completo.
.-“Uuuhmm, très bien (Uhm, qué bien)” suspiró el anciano.
Me agradó escuchar su gemido de satisfacción, pensé que si me esforzaba en proporcionarle verdadero placer, todo aquello terminaría pronto de una maldita vez. Así que me esforcé por hacerlo lo mejor que sabía.
Procedí a introducirme cuanto pude de su miembro en mi boca, hasta que su polla alcanzó mi campanilla al final de mi garganta. Me produjo algunas arcadas, pero a pesar de mis nauseas continué con mi felación. Me concentré en mi maniobra de sube y baja. Traté de acompasarlo con el movimiento de mi mano. Traté de aprisionar su cabezota entre mis labios, buscando siempre estimularlo al máximo y que se corriese cuanto antes.
Al poco, su polla dejó de tener el sabor salado de su sudor y comenzó a saber a mi propia saliva. Ya no me resultaba tan desagradable. Pude pensar, y decidí que debía esforzarme  por proporcionarle algo más de placer, mi obsesión era que terminase cuanto antes y se corriese.
.-“Menuda zorra estas hecha” pensé en mi interior, mientras extrañamente para mí, lo más importante en ese momento fuese  tratar de demostrar mis habilidades.
Para mi sorpresa pude notar como el anciano comenzaba a acariciar mi culo en pompa con su mano. En un principio lo dejé hacer. Seguramente se excitaría más al apreciar la suavidad de mi piel en esa zona, y se correría de una vez por todas. Su mano me acariciaba desde la espalda hasta mis nalgas, y se recreaba en ellas comprobando su tacto.
.-“ Cul incroyable doux vous avez (Menudo culito más suave que tienes)” dijo al tiempo que sobaba de lado a lado mi culo con su mano. Yo por mi parte me concentraba en hacer mi felación lo mejor posible para que eyaculase cuanto antes. Supongo que mi pasividad ante sus provocaciones lo envalentonó a avanzar un poco más en sus caricias, e hizo intención de jugar con sus dedos y mi esfínter.
Me incorporé como un resorte al notar sus dedos acariciar mi anillo más sagrado. Interrumpí súbitamente la felación, necesitaba incorporarme para quitarme algún pelo suyo que me molestaba en la boca, y de paso recriminarle con la mirada su atrevida maniobra mientras recogía mi melena a un lado de mi cuello.
.-“ Ces très humide (Estas muy mojadita)” dijo al tiempo que se llevaba los dedos con los que se había atrevido a explorar la entrada de mi ano a su nariz.
Me pareció un cínico en sus comentarios.
.-“Oui, sucer très bien (Y la chupas muy bien)” dijo el taxista reclinando su cuerpo hacia detrás, y cogiendo de nuevo mi cabeza por los pelos con sus dos manos hizo fuerza para que continuase.
No me quedó más remedio que comenzar a recorrer de nuevo la longitud de su polla con mi lengua. Esta vez pude reconocer claramente el sabor de mi propia saliva. Empezaba a gustarme a mi misma verme así, tan puta, tan sometida,… tan necesitada. Llegados a ese punto el sabor era ya el de mis propios fluidos.
Después de tanta saliva resultaba lo mismo chupársela a ese anciano que a mi esposo.
El viejo taxista se dedicó a recogerme el pelo en una coleta, y a marcarme el ritmo con el que debía subir y bajar mientras chupaba su polla. Usaba las dos manos para forzarme a un ritmo más rápido. Comencé a distinguir el sabor a líquido preseminal. Creo que estaba a punto de venirse en mi boca. Yo en esos momentos me concentraba por apartarme en el momento preciso.
Fue entonces cuando tiró de mi coleta hacia arriba, obligándome a incorporarme, y mientras yo trataba de recuperarme por el tirón de pelo, el tipo se abalanzó sobre mí, tirándome de espaldas contra la parte del asiento trasero que quedaba detrás de mí. No tuve tiempo a reaccionar.
El viejo gordinflón pesaba lo suyo, traté de apartarlo de encima, pero era inútil mi esfuerzo por zafarme de él. Por su parte aprovechó que era capaz de inmovilizarme con su propio peso para bajarse a una mano los pantalones y calzoncillos incluidos, mientras con la otra separaba mis piernas una a cada lado de su cintura. Luego pude notar como acomodaba su miembro entre nuestros cuerpos
Pude sentir su polla completamente dura aprisionada entre su barriga y mi vientre. ¡Dios mio!, pude apreciar como su polla apoyada desde mi pubis contra mi cuerpo alcanzaba a superar mi ombligo. Aquello me asustó, máxime cuando pude comprobar cómo cogía su propia polla con la mano y la dirigía a la entrada de mis labios vaginales. ¡Aquel tipo se había propuesto penetrarme!
.-“No” dije al tiempo que me revolvía como podía en el asiento, debajo de su peso. Lo golpeaba con todas mis fuerzas con los puños cerrados en su espalda, pero tan solo eran caricias que excitaban aún más a ese macho fuera de sí.
Para su suerte y mi desgracia mis labios estaban lo suficientemente hidratados como para facilitarle la penetración.
.-“AAaaaaahhhyy!!!!!” tuve que gritar cuando me penetró de un solo golpe y hasta el fondo. Se movió un par de veces más tratando de alcanzar la máxima penetración. Luego se detuvo a contemplar mi rostro dolorido y saborear las sensaciones que mi cuerpo le proporcionaba.
Sentí como me abría por dentro al borde del desgarro. Menos mal que se detuvo, durante esos instantes pude comprobar cómo mis paredes vaginales dilataban lo suficiente como para albergar todo eso dentro de mí.
.-“Puta española. No sé a coño estás jugando, pero estoy seguro que te gusta que te follen como a una puta” pronunció con cierto desprecio antes de empezar a moverse de nuevo.
Mi respuesta fue un arañazo a dos manos en su peluda espalda y un mordisco en su hombro. Pensé que desistiría, pero mi maniobra no hizo más que envalentonar a esa fiera. Me sujetó fuerte con las dos manos por mis caderas, y comenzó a moverse con rabia, me embestía con todas sus fuerzas. Con cada golpe de riñón se regocijaba en el movimiento de mis pechos bamboleándose al ritmo que él marcaba.
Se abalanzó sobre mí para chuparme los pechos. Al principio se dedicó a juguetear con la punta de su lengua y mis pezones. Luego comenzó a babearlos. Recorría cada poro de mi piel con su lengua, pringándome toda con su saliva.
Yo todavía no acababa de asimilar lo que estaba sucediendo. No me podía creer que estuviese siendo follada por un desconocido en el asiento trasero de su coche. Solo sé que mi cuerpo reaccionaba a los estímulos que le sobrevenían.
En esos momentos debía aceptarlo muy a mi pesar, siempre me ha gustado eso que llaman sexo duro. Estaba harta de los mimos y carantoñas de mi esposo. Necesitaba más pasión, más fuego, más entrega…, y ese viejo taxista sabía satisfacer mi urgencia. Llegados a ese punto lo único que podía hacer era abrirme cuanto pudiera de piernas para que ese cabrón terminase cuanto antes y tratar de disfrutarlo por mi parte.
Una vez se cansó de babear por todo mi escote, recorrió mi cuello con su lengua, hasta alcanzar el lóbulo de mi oreja. Chupeteó mi pendiente, y jugó con él en el interior de su boca. Lo sacaba y lo metía en su boca al tiempo que me lamía por el cuello con su lengua.
.-“¿De verdad estás casada?” me preguntó en un susurro al oído.
.-“Siiiih” le respondí entre gemidos.
.-“Nunca te han follado como te mereces, ¿eh?” susurró de nuevo en mi oreja.
Esta vez no le respondí. El tipo aceleró sus embestidas como queriendo demostrarse a sí mismo que era un auténtico macho. En esos momentos me dí cuenta  de que todo se trataba para él, como si estuviese teniendo su particular revancha con su ex mujer. Pues bien, si lo que le ponía era saber que le estaba poniendo los cuernos a mi marido, no sería yo quien lo defraudase.
.-“¿No sabes follar mejor?” lo provoqué  mientras lo rodeaba con mis piernas por su cintura y le marcaba un ritmo más rápido con mis manos en su culo. El taxista hizo un esfuerzo por aumentar el ritmo de sus embestidas.
.-“Vamos, eso es, fóllame duro cabrón. Fóllame como se follaron a tu mujer” lo incitaba al tiempo que deslicé una de mis manos hasta estimular mi clítoris buscando alcanzar  mi esperado orgasmo. Mis palabras lograron enfadarlo. Arremetió con más ímpetu.
.-“Putain, no eres más que otra puta española” bufaba el anciano con todo su peso encima mío, mientras se movía con toda la rabia del mundo.
.-“Oh, siii, siiih,” gemía yo próxima al orgasmo.
El viejo taxista dio un par de golpes de riñón más, luego tuvo la sutileza de salirse de mi interior para correrse sobre mi vientre. Yo aproveché sus últimas gotas de semen salpicando mi cuerpo para correrme mientras torturaba mi clítoris.
.-“Sssssiiiih” grité al correrme y alcanzar un maravilloso orgasmo entre sacudidas y espasmos, abierta de piernas ante su atenta mirada.
Todo terminó.
Ambos nos miramos sin cruzar palabra mientras nos recuperábamos. Era más que evidente lo que acababa de pasar.
El taxista se acomodó de nuevo sobre el asiento trasero a mi lado mientras se subía los pantalones. Luego estiró su mano para desbloquear las puertas presionando el botón del cierre centralizado, y abriendo la puerta sobre la que yo apoyaba parte de mi cuerpo dijo:
.-“Ya puedes irte” pronunció al tiempo que me empujaba a mí, y a mi levita fuera del coche.
Yo caí sobre la mezcla de grava y asfalto que conformaban el suelo, lastimada por el empujón, pero más aún por el trato recibido. La caída ocasionó algún raspón en mi piel. Me sentí humillada.
Supongo que me incorporé del suelo y me puse la levita al mismo tiempo que el taxista pasaba a los asientos delanteros, pues nada más terminar de abrocharme mi abrigo el vehículo se puso en marcha abandonándome por la espalda.
Ni un adiós, ni un hasta luego, ni nada de ha estado genial ni sutilezas por el estilo. Se fue, y ya está.
Me costó caminar hasta el apartamento. Estaba dolorida por todas partes. Nada más llegar me puse una bañera. Necesitaba hacer desaparecer los restos de fluidos de ese hombre, del que ni siquiera sabía su nombre, de mi cuerpo. Sus restos de semen, sus babas, su sudor…. Al mirarme frente al espejo me percaté de los moratones en mi cadera, los raspones en mi piel, sentí mi vagina desgarrada, y sobretodo mi orgullo herido.
Pero a pesar de todo, una maléfica sonrisa se dibujó en mi cara. Al fín me habían follado como me merecía.
Besos,
Sara.
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