MEMORIAS DE UN EXHIBICIONISTA (Parte 7):
CAPÍTULO 13: NOS VAMOS DE CENA:
A veces no hay quien comprenda a las mujeres. Tanto quejaros de que vuestros novios no quieren acompañaros de compras, cuando la solución es bien sencilla. Alicia la conocía perfectamente. Le bastó con pasearse por el centro comercial sin ropa interior e invitarme a acompañarla a todos los probadores que visitamos, permitiéndome disfrutar de sus femeninas curvas cada vez que se probaba algún trapito.
Ni una sola protesta hice. No me habría importado que se probara 10, 20 vestidos distintos y que al final hubiera comprado ninguno (cosa que no hizo). Me daba igual. No, igual no, de hecho, cuantos más conjuntos escogía para probarse… mejor.
No, en serio. Las siguientes horas fueron para mí un estado de empalmada permanente. Alicia jugó conmigo tanto como quiso, aunque, por desgracia, no se decidió a volver a repetir nuestro numerito de la tienda de deportes, limitándose a ofrecerme como recompensa la visión de su excelsa anatomía. Y nada más.
Siendo sincero, la verdad es que su postura era la más razonable, pues las tiendas que visitamos eran mucho más pequeñas y el riesgo de que un dependiente o cliente nos formara un lío era demasiado alto. Pero, aún siendo consciente de que Ali tenía razón en querer portarse bien, no lograba librarme de la molesta sensación de que, si no nos montábamos un show, era porque ella no quería, completamente decidida a dedicarse a comprar ropa y nada más, y que, de haber querido ella, habríamos actuado exactamente igual que cuando nos masturbamos un rato antes.
Pero bueno. Tampoco podía quejarme. Y es que el cuerpazo de Alicia era un espectáculo que no me cansaba de ver.
Cuando salimos de comprar los bañadores, Alicia decidió que quería visitar la boutique de la jovencita que había saludado a Tati en el café. Me pareció una buena idea, pues existía la posibilidad de volver a ver a aquel bomboncito de pechos exuberantes… Y a quien no le apetece regalarse la vista con una obra de arte así…
Por desgracia no tuvimos (más bien no tuve) suerte y la chica no apareció por ningún lado. Aún así, pude recrearme admirando a una mujer que estaba por lo menos tan buena como la jovencita. Unos cuarenta, muy bien llevados, tremendas tetas embutidas en un elegante traje sastre negro y una pinta de ser una verdadera fiera en la cama que tiraba de espaldas. Creí percibir cierto aire familiar con la joven de antes y, recordando que Tati comentó que la madre era la dueña de la boutique… no me cupo duda de quien era.
La mujer, muy profesionalmente, atendió a Ali, resolviendo sus dudas y buscando los modelos de su talla para que pudiera probárselos. De vez en cuando, su mirada se desviaba hacia mí, cosa que me encantaba y yo le devolvía la mirada con tranquilidad, deleitándome con su cuerpazo con escaso disimulo.
Pero Ali, no sé si un poquito molesta (¿celosa?) porque los ojos se me iban detrás de la maciza señora, me arrastró enseguida al probador y, tras volver a obligarme a sentar en un banco, arrojó en mi regazo toda la ropa que pensaba probarse.
Por un momento pensé en burlarme un poquito de ella, pues se notaba que estaba ligeramente cabreada, pero, en cuanto se abrió la camisa y empezó a desnudarse, me olvidé hasta de mi nombre.
Cuando salimos del probador, la cabeza me zumbaba ligeramente y notaba un fuerte cosquilleo en la bragueta. La dependienta tetona nos atendió amablemente y Ali compró un par de conjuntos que tuve que transportar como buen burro de carga. La señora me dedicó un par de miraditas cómplices, seguro que imaginándose que en el interior del probador había pasado de todo. “Qué más quisiera yo”, le respondí con la mirada.
Y el resto de la tarde fue igual. Visitamos dos o tres tiendas más y en todas permanecí en mi doble papel: silencioso admirador y puteado porteador. Ali no parecía dispuesta a concederme nada más. Bueno, no pasaba nada, las molestias que suponía el segundo trabajo quedaban más que compensadas por las ventajas del primero, así que no puedo quejarme.
Cuando por fin dieron las nueve, Ali dijo que íbamos a pasarnos también por la tienda de Tati, que quería probarse un par de cosas que había visto. Yo, cargado como un mulo, la seguí sin rechistar. De qué iba a servirme protestar a esas alturas. Ya había asumido que, al menos ese día, Alicia estaba a los mandos de la situación. Hasta que no pudiera hablar tranquilamente con Tatiana a solas, no podría librarla del control que Ali estaba empezando a ejercer sobre ella.
Y, además, después de toda una tarde disfrutando de stripteases privados, me encontraba en un permanente estado de semi excitación, que provocaba que estuviera deseando averiguar qué planes había maquinado aquella perversa cabecita para esa noche.
Cuando entramos a la tienda, miré a mi alrededor con curiosidad, pues no conocía demasiado el establecimiento. Sólo había venido en un par de ocasiones para ver a Tatiana, no muy a menudo, pues ella parecía aturrullarse un poco cuando yo andaba por allí, así que, los días que venía a recogerla al salir del trabajo, la esperaba en el coche en el aparcamiento y no subía al local.
La tienda era un poco más grande que las otras que habíamos visitado, dividida en dos secciones claramente diferenciadas, una de ropa de hombre y otra para mujer. A esas horas, a punto de cerrar, no había ya demasiados clientes y pude ver que algunas de las dependientas habían empezado a recoger.
En ese momento, Ali me dio un ligero codazo en las costillas, extrañado, me volví hacia ella y vi que la sonrisa traviesa había retornado a sus labios. Siguiendo la dirección de su mirada, descubrí el paradero de mi novia, a la que todavía no había visto.
La chica estaba detrás de un mostrador, atendiendo a dos hombres que parecían estar comprando unas camisas. Lo gracioso del caso era que, aunque el resto de la tienda estaba casi vacío, delante de su mostrador esperaban 4 o 5 hombres más, aguardando su turno para ser atendidos.
Y la razón era obvia. Bueno, más bien las razones, concretamente dos, que podían observarse perfectamente marcadas en el jersey de Tatiana.
–          ¿Lo ves? – me susurró Ali acercándose – Sigue cachonda como una perra. Te dije que a tu novia le gustaba este rollo.
Coño. Era verdad. A pesar de que habían pasado 3 horas desde que nos separamos de Tati, sus tetas seguían en posición de firmes. No pude menos que preguntarme si habría vuelto a meterse en un probador a acariciarse los pezones o si habría permanecido empitonada toda la tarde.
En ese momento Tati nos vio y nos saludó tímidamente con la mano, sin dejar de atender a sus clientes. Ali, juguetona, se lamió ligeramente dos dedos y simuló acariciarse un pezón con ellos. Al verla, Tati apartó la mirada, avergonzada y pude ver que volvía a ponerse colorada.
–          ¡Qué mona! – rió Ali.
Como Tatiana estaba bastante ocupada, otra chica acudió a atendernos. Yo la conocía de vista de mis anteriores visitas y ella a mí, así que nos saludamos con educación, pero nada más. Ali pidió un par de cosas para ver cómo le quedaban y esta vez no pasé con ella al probador, limitándome a quedarme por allí fingiendo mirar ropa, aunque en realidad lo que hacía era observar a los tipos que se comían a mi novia con los ojos.
Tengo que reconocerlo. Me resultó excitante. Aquellos tíos, unos con más disimulo que otros, desnudaban con ansia a Tatiana con los ojos. Sin poder evitarlo, sus miradas se desviaban irresistiblemente hacia los dos excitantes bultitos que se marcaban en el jersey de la chica. Todos llevaban prendas en las manos e, invariablemente, cuando alguno pagaba la prenda adquirida se quedaba rondando por allí un poquito más, vigilando de reojo que los pezones siguieran en su sitio.
Tras estar un rato así, regocijándome por dentro al pensar que por la noche iba a comerme ese bombón, me sentí juguetón y quise alardear un poco delante de aquellos babosos.
Como el que no quiere la cosa, dejé las bolsas de Ali en el suelo, me acerqué tranquilamente al mostrador y, rodeándolo, me acerqué a Tatiana, que me miraba con sorpresa.
–          Hola cariño – dije dándole un besito que ella devolvió más por inercia que por otro motivo – ¿Te queda mucho para salir?
Mientras decía esto, deslicé mi mano por la cintura de Tatiana, abrazándola ligeramente, atrayéndola hacia mí. Un segundo después, retiré la mano, pero procurando que los clientes percibieran perfectamente cómo recorría con impudicia el tierno culito de la dependienta.
Tati, avergonzada, no atinó ni a protestar, colorada como un tomate, mientras los clientes me observaban con envidia. Ay, si las miradas matasen…
–          Entonces ¿qué? ¿Te queda mucho? – insistí.
–          U… un poco. Tengo que terminar con estos señores.
–          Vale. Te espero por aquí.
Y, con todo el descaro del mundo, le di un suave azote en el culo a Tatiana, que dio un respingo y salí de detrás del mostrador. Los hombres me miraban con mal disimulado odio, pero al menos logré que dejaran de mirar a Tatiana con tanta desfachatez, con lo que la velocidad de la cola aumentó bastante. En menos de 10 minutos, Tati se los había ventilado a todos.
Cuando estuvo sola, me acerqué de nuevo, mientras ella me miraba ligeramente molesta.
–          Víctor, yo… En el trabajo no hagas esas cosas… – me dijo.
–          Vamos nena. No me digas que no viste cómo se te comían con los ojos. Yo simplemente les hice ver que no estabas libre. Si alguno llega a decirte alguna grosería, te juro que le hubiera partido la cara…
Tatiana me sonrió dulcemente. Mirando a los lados para comprobar que no nos veía nadie, se echó en mis brazos y me plantó un amoroso beso que yo devolví con ganas.
–          Vaya, ¿te has puesto celoso?
Me quedé sin palabras. Coño, no me había dado cuenta. Pero era verdad. Me había gustado que aquellos hombres se deleitaran mirándole las tetas a Tatiana, pero, en el fondo, me había sentido molesto. ¿Serían celos? Me di cuenta de que, por primera vez desde el día anterior, había admitido que seguíamos siendo pareja. Me sentía confuso.
Por fortuna, justo en ese momento regresó Alicia, con una bolsa de la tienda con otro vestido que acababa de comprarse. Seguro que había dejado la tarjeta temblando. Aunque, pensando en quien era su prometido… quizás no.
–          Hola Tatiana – dijo saludando.
–          Ho… hola Alicia.
–          Vaya – dijo Ali sonriendo ladinamente – Veo que eres una chica muy obediente.
Mientras hablaba, miraba con descaro a los enhiestos pezones de mi novia, que seguían perfectamente erectos y marcaditos en el jersey. Tati, un tanto turbada, apartó la mirada.
–          Vamos, niña, no me seas mojigata – continuó Alicia – Esto no es nada comparado con lo que vas a tener que hacer a partir de ahora.
Tatiana me miró un instante y, al hacerlo, pareció recobrar la convicción y alzó la vista, desafiante.
–          Así me gusta – rió Alicia – Y dime, ¿has vendido más de lo habitual esta tarde?
Una sonrisilla juguetona se dibujó en los labios de Tati, que acabó asintiendo con la cabeza.
–          Ja, ja, ¿lo ves? ¡Ya te dije que sería así! ¡Los hombres tiene el cerebro entre las piernas y ahí no hay demasiado sitio!
Pensé en decir algo, pero quien era yo para rebatirlo. A pesar de que se trataba de mi novia y de que la había visto desnuda mil veces, mis ojos no podían evitar desviarse y disfrutar del sensual espectáculo que brindaban los duros pezones de la chica.
–          ¿Te queda mucho? – dijo Ali mirando su reloj.
–          Un poco. Hay que cuadrar las cajas y tengo que esperar al guardia que viene a recoger el dinero.
Ali y yo nos quedamos charlando por allí, mientras Tati iba pasando por todas las cajas para que las dependientas le entregaran el dinero y las cuentas. Me sorprendía aquella faceta de Tatiana, profesional y segura de sí misma, bastante alejada de la imagen que tenía de ella. Debería haberme sentido mal, por subestimarla como siempre, pero no fue así, pues a esas horas y después de la tardecita que llevaba, una sensación se imponía sobre todas las demás: la excitación sexual.
Mientras hablaba con Ali me di cuenta de que, entre los dos, flotaba una especie de aura de tensión carnal acumulada, los dos estábamos cachondos, excitados y ni mucho menos pensábamos en dar por finalizada la velada tras la cena. Seguro que Ali tenía algo en mente.
Por fin parecía que Tati estaba terminando con las cajas, cuando entró en la tienda un guardia de seguridad. Me fijé en que había otro más, que esperaba en el exterior.
Tras saludar amigablemente a Tatiana, los dos dedicaron unos minutos a rellenar unos papeles y la joven le entregó unos paquetes con la recaudación del día. Al pobre tipo, se le iban los ojos sin querer hacia el jersey de la chica, pero he de reconocer que supo mantener la compostura bastante bien.
–          Entonces, ¿qué? Ya vais a cerrar ¿no? – preguntó el guarda estúpidamente.
–          Sí, claro. Echamos el cierre y hasta el lunes.
–          Ya sabes, si quieres te acompañamos hasta el coche – se ofreció el tipo.
–          No, no, gracias Fernando. He venido en autobús. Además, están ahí mi novio y una amiga que han venido a recogerme. Vamos a salir a cenar – le contestó Tati con toda inocencia.
El guarda me miró un instante y me saludó con frialdad, devolviéndole yo el saludo con idéntico tono.
–          Bueno, pues nada, nos vemos el lunes – empezó a despedirse el tal Fernando levantando las bolsas de dinero.
–          No, bueno… el lunes tengo turno de mañana, así que…
–          Oh, vale, pero seguro que nos vemos por aquí.
El tío, que a cada minuto que pasaba me caía más gordo, se despidió de Ali y de mí con un gesto de la cabeza y salió a reunirse con su compañero. Ali no tardó ni un segundo en lanzarse a degüello.
–          Ji, ji, vaya, vaya, Tatiana. Si le tienes comiendo en la palma de la mano. Quien lo diría.
–          No… no te entiendo – respondió Tatiana ruborizándose, demostrando que sí que la entendía perfectamente.
–          Venga ya, niña, no te hagas la tonta. El guarda ese está que se muere por meterse dentro de tus bragas. No me dirás que no has visto cómo se le salían los ojos cuando ha visto tus pezones.
Tatiana parecía avergonzada, pero yo empezaba a descubrir que había ciertos aspectos del carácter de mi novia que desconocía por completo. Por imbécil.
Las últimas compañeras de Tatiana se despidieron y se fueron marchando. Tati nos hizo salir para activar la alarma y tras cerrar las puertas con llave, bajó la persiana con un mando a distancia que luego guardó en el bolso.
Nos quedamos los tres allí parados, mirándonos; yo cargado con todas las bolsas de Alicia mientras mi novia me observaba divertida.
–          Bueno, ¿qué? ¿Nos vamos? – dijo Ali – No sé vosotros, pero yo me muero de hambre.
–          Vale – asentí – Tengo el coche el aparcamiento. Pensad donde os apetece cenar.
–          Anoche me dijiste que te gustaba la comida china, ¿No Tati?
–          Sí – asintió la joven.
–          Pues nada. A un chino. Además, iba a ser difícil encontrar mesa en otro sitio sin reserva. Y no me apetece ir a un burguer.
Minutos después salíamos del sótano del centro comercial en mi coche. Curiosamente, ninguna de las chicas ocupó el asiento del copiloto, sino que ambas se sentaron atrás, para charlar tranquilamente.
Cuando quise darme cuenta, Alicia estaba contándole el numerito del probador, pero, a esas alturas, ya no me alteraba.
A mitad de narración, Ali me pidió el móvil, para enseñarle a Tatiana el vídeo que habíamos grabado. Mi chica lo miraba con atención y en cierto momento alzó la vista, encontrándose nuestras miradas en el espejo retrovisor. No supe apreciar cómo se sentía. ¿Celosa? ¿Excitada? ¿Enfadada? Bueno, ya lo averiguaría.
A eso de las diez y media conseguimos aparcamiento y, tras darle un euro al gorrilla de turno (no me fuera a arañar el coche) nos metimos los tres en un chino que Ali conocía. Todas las bolsas con las compras de Alicia se quedaron en el maletero, menos una que ella insistió en llevar colgada del brazo.
Me gustó el sitio, una sala bastante amplia y decorada al estilo occidental, nada de dragones de plástico y adornos asiáticos de cartón piedra.
Había bastantes clientes, pero no estaba abarrotado, así que nos dieron mesa sin problemas, junto a una pared. Yo me senté a un lado y las chicas al otro. Como teníamos bastante hambre, no nos entretuvimos mucho en pedir, cada uno lo que nos apeteció.
A pesar de que no combina mucho con la comida china, Ali insistió en pedir una botella de vino y tanto Tati como yo aceptamos. En menos de cinco minutos, estábamos cenando.
Charlamos durante un rato mientras comíamos, de cosas intrascendentes. Tatiana nos confirmó, entre risas, que era cierto que sus ventas se habían incrementado esa tarde y que todas habían sido en la sección de caballeros.
–          En serio, si me llego a quedar en la sección femenina, no vendo nada – dijo riendo.
Me di cuenta de que estaba un  poquito achispada y que Ali procuraba mantenerle la copa siempre llena. Entendí cuales eran sus intenciones.
Seguimos hablando y comiendo con tranquilidad, hasta que nos sirvieron los segundos platos. Yo ya estaba hasta arriba de arroz, así que me limitaba a juguetear con el pollo, ya sin muchas ganas y, por lo que pude ver, a las chicas les pasaba tres cuartos de lo mismo.
Entonces Ali se puso en marcha.
–          Oye, Víctor – me dijo – ¿Por qué no nos cuentas alguna historia? Yo he intentado contarle a Tatiana las que me narraste, pero tú lo haces mucho mejor. Además, me apetece una nueva…
Miré a Tatiana, un poco cortado. Tenía las mejillas sonrosadas y los ojos brillantes, lo que yo sabía bien era señal de haber bebido un pelín demasiado.
–          Sí, venga, cari. Cuéntanos algo – asintió ilusionada.
–          Bueno – concedí – ¿Qué queréis que os cuente?
–          Uno de tus éxitos por supuesto – dijo Ali – Espera, se me ocurre algo. Cuando nos conocimos, dijiste que yo era la primera mujer con inclinaciones exhibicionistas que habías conocido, pero, ¿es verdad? ¿Nunca conociste a otra chica con tus mismos gustos?
–          Sí, sí que es verdad – afirmé – Aunque hubo una vez…
–          ¡Cuenta, cuenta! – exclamó Tatiana en voz demasiado alta.
–          Vale, vale, tranquila – dije riendo – Es algo que considero, como ha dicho Ali, uno de mis éxitos, aunque quizás quedéis decepcionadas cuando os lo cuente, pues, en realidad, no pasó nada de nada.
–          No importa, tú cuéntanoslo y nosotras decidiremos – dijo Ali – Aunque, primero, si me disculpáis un momento, quiero pasar por el tocador.
Alicia se levantó y se dirigió al baño, llevándose consigo la bolsa que había traído. Yo clavé la mirada en Tatiana, cuyos pezones, curiosamente, habían empezado a calmarse por fin. Se la veía bastante tranquila y relajada.
–          Tatiana, no quiero ser un coñazo, pero, ¿estás segura de todo esto?
–          Víctor. Ya te lo he dicho. Si me preguntas si hace dos días habría imaginado que iba a hacer algo así, a meterme en estas cosas, te habría dicho que no, pero si me hubieras preguntado si lo habría hecho por ti, mi respuesta habría sido la misma que ahora: por supuesto que si. Yo haría cualquier cosa por ti.
Tatiana estiró la mano sobre la mesa y yo la así, estrechándola con cariño. Ella no se daba cuenta, pero al demostrarme tanta devoción, tanto amor, en el fondo estaba haciéndome daño, pues yo me sentía vil y ruin a su lado, en absoluto a su altura.
–          Además – continuó bajando el tono de voz hasta un susurro – Te mentiría si te dijera que lo de esta tarde no me ha resultado excitante…
Sentí la boca seca, así que bebí un poco de vino.
–          ¿De veras? ¿Te ha gustado que te miraran esos hombres? ¿Qué se te comieran con los ojos?
–          Al principio lo pasé mal, lo admito. Estaba nerviosísima y me costó mucho concentrarme, pero luego… dejó de importarme que me miraran y descubrí… que me gustaba. Pero sobre todo, lo que más me ha gustado es cuando has llegado tú y has espantado a los moscones – dijo la chica entrelazando sus dedos con los míos.
–          Tati, te lo juro, si en algún momento quieres dejar esto, me lo dices y punto. Alicia es muy dominante y te puede arrastrar a hacer cosas que no quieres. No se lo permitas.
–          Ya te he dicho que hago esto porque quiero. Haré cualquier cosa por ti.
Si sólo hubiera dicho la primera frase, me habría quedado más tranquilo.
En ese momento, Ali regresó del baño. Se detuvo junto a la mesa y, al vernos con las manos entrelazadas, sonrió en silencio. Tati se echó un poco para delante, para permitir que Alicia regresara a su silla, que estaba junto a la pared, justo delante de mí. Entonces me di cuenta de que se había cambiado de ropa, sustituyendo los pantalones que llevaba antes por una minifalda que había comprado por la tarde.
–          Te has puesto falda – dije sonriendo, empezando a intuir lo que tenía en mente.
–          Muy observador – respondió en tono jocoso mientras tomaba asiento.
–          ¿Y por qué? – pregunté siguiéndole el juego.
–          Verás – dijo ella con ojos brillantes – Antes has dicho que no sabías si la historia que ibas a contarnos iba a resultarnos satisfactoria o no… y he pensado en una manera de… calibrarla.
–          ¿Ah sí? – dije divertido – ¿Y qué manera es esa?
–          Saca el móvil.
No tardeé ni un segundo en obedecer.
–          Saca una foto bajo la mesa.
No hicieron falta más instrucciones. Sabía que lo que ella quería no era una foto del suelo precisamente…
Con cuidado, procurando que nadie se diera cuenta de lo que hacía, metí las manos bajo la mesa y orienté el objetivo hacia delante. Como no podía ver adonde apuntaba, hice varios disparos para asegurarme.
Cuando acabé, saqué de nuevo el móvil y accedí a la galería de fotos… Allí estaba.
Había obtenido varias tomas bastante buenas del coñito desnudo de Alicia. La chica, sin cortarse en absoluto, se había abierto de piernas todo lo que había podido bajo la mesa, posando para la foto. No contenta con eso, en las últimas instantáneas aparecía su mano entre sus muslos, separando al máximo los labios vaginales, exhibiendo para la cámara su vagina completamente expuesta.
Sonriendo, me recreé admirando las fotografías, pasándolas lentamente una a una en la pantalla del móvil. La excitación había regresado con fuerza y notaba perfectamente cómo algo se agitaba dentro de mis pantalones.
–          Déjame verlas – dijo Alicia.
Sin decir nada, le alargué el teléfono por encima de la mesa. Ella miró la pantalla con ojos brillantes, inclinándose hacia un lado para permitir que Tatiana disfrutara también del espectáculo. Tati, se asomó inmediatamente, quedándose boquiabierta al ver el coñito desnudo de la otra chica.
Sin acabar de creérselo, sus ojos alternaban entre la pantalla y mi rostro, como pidiéndome confirmación de que aquello era real. Era lógico, era su primer contacto auténtico con el exhibicionismo. Antes sólo había visto unos vídeos, pero, al no estar presente cuando se grabaron, sin duda le parecían menos auténticos que aquellas fotos que acababa de tomar.
Cuando las hubieron visto todas, Alicia me devolvió el móvil y, mirando a mi novia, le dijo con sencillez.
–          Ahora tú.
Tatiana dio un respingo en su silla, sorprendida, mirando alucinada a la otra chica. Por un instante, pensé que iba a mandarnos a los dos a paseo, pero no, ella estaba más que decidida a hacer lo que fuera con tal de retenerme a su lado.
–          Vale – asintió levantándose – Enseguida vuelvo.
La mano de Ali salió como un rayo para aferrar la muñeca de Tatiana, impidiéndole que se pusiera en pie.
–          ¿Adónde crees que vas? – le preguntó sin soltarle la mano.
–          Yo… Al baño – dijo mi novia ruborizada.
–          ¿A quitarte las bragas?
Tati asintió con la cabeza.
–          De eso nada, niña. Te las quitas aquí mismo.
La pobre chica se puso coloradísima, pero no protestó, dejándose caer de nuevo en la silla. No dijo nada, ni siquiera me miró esta vez, sino que echó un vistazo alrededor, intentando asegurarse de que nadie veía sus maniobras.
Obviamente, me acordé de días atrás, cuando yo le había dado la misma orden a Alicia. Nuestras miradas se encontraron y supe que ella estaba pensando en lo mismo.
Lentamente y con gran disimulo, Tatiana metió las manos bajo la mesa y empezó a forcejear con su falda. Con mucho cuidado, procurando no atraer la atención de las mesas vecinas, me trasladé a la silla de al lado, la que quedaba frente a mi novia y empecé a hacer fotos bajo la mesa con el móvil como loco, mientras ella me miraba con el rostro encarnado.
Segundos después logró su objetivo y, levantándose unos centímetros del asiento, empezó a deslizar sus braguitas por los muslos, agachándose hasta librarse por completo de ellas.
Cuando terminó, se sentó recta en la silla y le alargó la prenda de lencería a Alicia, que la guardó en la bolsa donde estaban sus pantalones. Ali la observaba con una sonrisa satisfecha en los labios, mientras Tatiana ni se atrevía a mirarnos a los ojos a ninguno de los dos, observando el mantel como si fuera lo más interesante del mundo.
Yo no les prestaba mucha atención, mientras repasaba en la pantalla del teléfono la nueva tanda de fotos. No habían salido tan bien como las de Alicia, pues, obviamente, para quitarse las bragas Tati había cerrado las piernas, no las había abierto, pero, aún así, tenían un morbo para morirse.
Le enseñé las fotos a Ali, que las miró divertida.
–          Bueno, ahora te toca despatarrarte, cielo – le dijo a mi novia.
A esas alturas yo ya portaba una empalmada de notables dimensiones y, cuando Ali empezó a decirle guarradas a mi novia, pensé que la bragueta iba a saltar por los aires.
–          Muy bien nena, y ya sabes, tienes que abrirte bien el coñito para que salga guapo en la foto.
Por la expresión de mi novia, se veía que daba gracias porque la mesa tuviera mantel, pues eso la tapaba de las mesas vecinas. Por suerte para ella, nadie pareció darse cuenta de que entre nosotros estuviera pasando nada raro, así que pudo obedecer mientras yo no paraba de sacar fotos.
–          Vale. Ya está bien. Enséñamelas – dijo Ali poniendo punto y final a la sesión.
Obviamente, antes de entregarle el móvil me regalé la vista con las primeras instantáneas exhibicionistas de Tatiana. La pobre seguía bastante colorada, pero pude notar que sus pezones habían vuelto a endurecerse y se apreciaban claramente en el jersey.
No sé cómo, pero a pesar de que sólo se veían sus muslos abiertos y su chochito expuesto, las fotos transmitían la sensación de que la chica estaba realmente avergonzada por exhibirse. Y precisamente por eso resultaban más morbosas.
Cuando estuve satisfecho, le entregué el móvil a Ali, que contenía su impaciencia a duras penas. Al principio, Tatiana no hizo ademán de ver las fotos, pero tras unas cuantas exclamaciones admirativas y comentarios jocosos, cedió finalmente a la tentación y pronto ambas jóvenes estuvieron con las cabezas juntas y los ojos clavados en la pantalla del aparato.
Y mientras yo me acariciaba la polla por encima del pantalón.
Cuando se dieron por satisfechas, Ali dejó el teléfono encima del mantel y dijo:
–          Ahora puedes empezar con tu historia.
–          Vale – asentí – Pero antes, aclárame una cosa.
–          Dime.
–          ¿Cómo van a servir estas fotos para calibrar si mi relato es bueno o no?
Ali me miró unos segundos con su sonrisilla traviesa antes de contestar.
–          Es fácil. Cuando termines, nos fotografías de nuevo.
–          ¿Y? – dije intuyendo por donde iba la cosa.
–          Si nuestros coñitos se han mojado, habrá sido una historia excitante.
–          ¿Y cual será mi premio?
–          Una de nosotras obedecerá una orden tuya. Y si no nos hemos puesto cachondas, serás tú el que cumpla una orden.
–          Me parece justo.
–          Pues empieza.
CAPÍTULO 14: LA JOVEN DEL BUS:
–          Bueno. De esto hace ya la tira de años, recuerdo que tenía 18 recién cumplidos.
–          Sí que ha llovido, sí – dijo Ali.
–          En ese entonces había empezado a ponerme en forma, ya iba al gimnasio y había empezado con las artes marciales, ya sabéis, como hobby, para mantenerme en forma.
Las dos me observaban en silencio, interesadas.
–          Era verano y, en cuanto se acabase, iba a empezar la universidad. Como aún no trabajaba, no tenía nunca un duro y demasiado que mi pobre padre me pagaba el gimnasio. Así que, para mejorar de forma, me aficioné a correr un poco por las tardes.
–          ¿Sigues haciéndolo? – preguntó Ali.
–          Sí. No tanto como antes, pero aún salgo con frecuencia a correr.
–          Estupendo. Algún día iré contigo.
Tati la miró un segundo, pero no dijo nada.
–          Pues bien, aquel día hacía calor, pero aún así salí a correr. Me di una buena caminata, desde donde vivían mis padres hasta el pabellón de los almendros, ya sabéis donde está.
–          Son muchos kilómetros – intervino Tati.
–          Bueno, a lo que iba. Cuando llegué allí, decidí que era suficiente, descansé unos minutos, bebí agua… y pisé una puta piedra y me torcí el tobillo.
–          Ji, ji, anda que… – rió Ali – Ya no estoy tan segura de querer ir a correr contigo.
–          Sí, bueno. Le puede pasar a cualquiera. Así que allí estaba yo, tirado en un banco, examinándome el tobillo. No era grave, podía apoyar el pie, pero ni pensar en volver a casa andando. Menos mal que siempre que salía a correr me llevaba la riñonera y tenía algo de dinero. Pero claro, ni de coña suficiente para un taxi (además que no me iba a gastar las pelas en esos lujos), así que, cojeando, me fui a la parada del bus.
–          ¿Por qué no llamaste a tus padres? – preguntó Tatiana – ¿No llevabas el móvil?
–          ¿Hace 20 años? ¿Qué móvil? – respondí divertido.
–          No… Es verdad. ¿Y no había ninguna cabina? Si tenías dinero…
–          Sí, sí, ya pensé en eso. Pero, a esas horas, mi padre seguía en el curro y mi madre no tenía carnet, así que…
–          ¡Ah, claro!
–          Pues nada. Esperé al solano al bus durante un rato hasta que apareció. Por fortuna, el vehículo que vino era de los más modernos por aquel entonces y tenía aire acondicionado, pues todavía quedaban muchos que no tenían.
–          Sí me acuerdo de esos – dijo mi novia, aunque por esa época debía ser muy niña.
Ali nos miraba a ambos. Por su expresión, se deducía que probablemente no había pisado un autobús en su vida.
–          Pagué al conductor, cogí el ticket y entré. Había 10 o 12 personas, con lo que quedaban asientos libres. Iba a sentarme en cualquier sitio, pero entonces la vi. Sentada casi al fondo, había una chavalita realmente preciosa y claro, me decidí a sentarme junto a ella.
–          Jo, pues yo, cuando el bus va medio vacío y un tío viene derecho a sentarse a mi lado, me asusto un poco – dijo Tati.
–          Ya. Y apuesto a que te pasa bastante a menudo – dijo Ali riendo.
Mientras hablaba, volvió a servirle vino a la otra chica. Ella también se echó un poco, pero yo me negué, pues luego tenía que coger el coche.
–          No, no me he explicado bien. Veréis. La chica estaba sentada en un grupo de 4 asientos que hay al fondo en ese tipo de autobuses, enfrente de la puerta de salida. Dos de esos asientos están orientados en el sentido de la marcha y los otros dos justo delante, en dirección opuesta.
–          ¡Ah, ya sé los que dices! – dijo Tati con entusiasmo, animada por el vino.
–          O sea, como las sillas donde estamos sentados ahora mismo – dijo Ali haciendo un gesto con las manos.
–          Exacto. La chica iba sentada mirando hacia el frente, en el asiento junto a la ventanilla y yo me ubiqué en sentido opuesto, pero no en el asiento delante de ella, sino en el otro.
–          O sea, yo estaría sentada donde ella y tú donde estás ahora mismo – dijo Ali señalándome mientras Tati asentía con la cabeza.
–          Precisamente.
–          ¿Y qué hiciste? ¿Te la sacaste y se la enseñaste?
–          No, hija. Ni mucho menos. Verás, no olvides que yo era bastante joven y aún no tenía mucha experiencia. Te aseguro que, cuando me senté junto a ella, no tenía nada truculento en mente. Simplemente vi una chica guapa y me senté cerca.
–          Ya. Claro. Estabas un poquito salido – dijo Ali riendo.
–          Por supuesto. Sigo igual – dije guiñándole un ojo – Pues bien, cuando me acerqué ella me miró con franco interés.
–          Es que estás buenísimo – bromeó Ali haciendo sonreír a mi novia.
–          No. Creo que se fijó en que yo cojeaba.
–          ¡Ah, claro!
–          Me senté y le eché un vistazo disimulado. Era guapísima. Rubia, ojos claros, con un buen par de… – dije haciendo el signo internacional de las tetas grandes – Debía tener mi edad, o quizás un poco más joven. Llevaba un vestido veraniego, fresquito, que permitía ver perfectamente su sostén asomando y la faldita le llegaba a medio muslo. Iba masticando chicle con aire distraído mientras escuchaba música en un discman. Era super sexy.
–          Y tú babeando.
–          Por supuesto. Pero os aseguro que no hice nada. En cuanto me senté, ella dejó de prestarme atención y se puso a mirar por la ventana. Como iba con los auriculares puestos, ni siquiera podía intentar entablar conversación, así que, conformándome con haberle podido echar un buen vistazo, decidí volver a examinar mi tobillo.
En ese momento vino la camarera  a retirar los platos. Pedimos el postre y seguí con la historia.
–          Aunque sea una falta de educación, el pie me dolía, así que lo subí al asiento de delante, el que quedaba libre junto a la chica, apoyando la suela en el borde y me puse a examinarlo. Estaba un poco hinchado, pero bien.
–          ¿Qué pie era? – preguntó Alicia, creo que intentando hacerse una imagen mental de la situación.
–          El derecho.
–          Y ella estaba a tu derecha.
–          Correcto.
–          O sea, que con la pierna encogida, por tener el pie apoyado en el asiento de delante, ella no podía ver tu entrepierna.
–          Lo has entendido perfectamente.
–          Vale. Sigue.
–          Pasaron unos minutos, el autobús paró y se bajaron un par de personas. Los dos éramos los únicos viajeros que estábamos en los asientos del fondo. Yo, disimuladamente observaba a mi compañera de viaje, mientras mi imaginación empezaba a volar soñando con todas las cosas que podía hacer con ella.
Tati bebió de su copa, poniendo los ojos en blanco como diciendo: “Hombres”
–          Qué queréis que os diga. Siniestros pensamientos empezaron a formarse en mi mente. Recordé mis anteriores experiencias exhibicionistas y fui poniéndome cachondo.
–          A esa edad no hace falta mucho.
–          Y tanto que no. Con disimulo y ya que, como tú muy bien has señalado, mi entrepierna quedaba oculta a su mirada (además de que ella no apartaba los ojos de la ventanilla) empecé a acariciarme suavemente la polla por encima del pantalón corto. Ella no se daba cuenta de nada y mientras, mi verga crecía y crecía dentro de los slips.
Las dos, inconscientemente, se habían inclinado sobre la mesa, acercándose a mí, pendientes de mis palabras.
–          De vez en cuando miraba por encima del hombro, para asegurarme de que nadie fuera a pillarme, pero dentro del autobús parecía haber una atmósfera de paz que no sé describir. No se movía ni un alma. Más tranquilo, empecé a frotar un poquito más vigorosamente mi erección.
–          ¿Y ella?
–          Hasta entonces no se había dado cuenta de nada, estoy seguro, pero, de repente, algo llamó su atención y volvió la cara hacia mí. Aunque mi pierna la tapaba, los movimientos de mi mano eran lo suficientemente obvios como para saber perfectamente lo que estaba haciendo. Me puse en tensión, preparado para arrojarme hacia la puerta al primer signo de escándalo.
–          ¿Y si llega a gritar?
–          Lo tenía todo estudiado. Alguna vez había pensado en hacer algo así en un autobús, pero nunca me había atrevido. Piénsalo, si una pasajera grita, lo lógico es que el conductor detenga el bus y, en aquel entonces, las puertas tenían un cierre manual de emergencia justo al lado, así que habría podido escapar sin problemas, aunque fuera a la pata coja.
–          Claro. Y entonces no había cámaras en los autobuses – añadió Tatiana.
–          Es verdad – confirmé, haciéndola sonreír – Pero bueno, que me estoy desviando. Lo cierto es que la chica no chilló, ni protestó, ni me largó un guantazo. Tras la sorpresa inicial, se limitó a volver a reclinarse en su asiento y a ponerse a mirar otra vez por la ventanilla.
–          Una franca invitación.
–          Espera que lo mejor está por venir – continué – Dejé pasar un par de minutos, hasta que el autobús llegó a otra parada y se bajó más gente, tras lo que reanudé el sobeteo de polla. Estaba muy pendiente de la joven, que parecía no hacerme caso, pero entonces, cuando el movimiento de mi mano se hizo más notorio, la chica no pudo reprimir una sonrisilla que asomó en sus labios.
–          Te estaba mirando de reojo.
–          Bingo. Joder, no sabéis qué cachondo me puse cuando sonrió. Y eso no es todo, pues, segundos después, la chica subió su pie izquierdo (el que estaba pegado a la ventanilla) al asiento que había a mi lado, con lo que la faldita se le subió unos centímetros, permitiéndome admirar su hermoso muslo.
–          ¡La madre que la trajo! – exclamó Tati sin poder contenerse.
–          Eso pensé yo – asentí – Y esa sí que fue una franca invitación – dije mirando a Ali – así que no me lo pensé más y bajé el pie al suelo, ofreciéndole un buen primer plano del bulto en mis pantalones.
–          ¿Te miró?
–          Un segundo. Y cuando lo hizo estuve a punto de correrme, os lo juro.
–          No me extraña – dijo Ali admirada.
–          La nena volvió a clavar la vista en la calle y yo, ya completamente envalentonado, subí el pie izquierdo al asiento, para taparme de alguien que viniera por el pasillo y apartándole pantalón corto, saqué mi polla al aire y empecé a sobármela despacito.
La camarera vino entonces con los postres, interrumpiéndonos. Ninguno dijo nada, deseando que acabara y se largara deprisa. Cuando lo hizo, retomamos la conversación como si la interrupción nunca hubiera pasado.
–          ¿Te bajaste los pantalones en el bus? – preguntó sorprendida Tatiana.

–          No, no me has entendido. El pantalón de deporte era de tela ligera, de estos de atletismo. Lo que hice fue subirme la pernera derecha (que total, era cortísima) y, apartando el slip, me saqué la chorra por el hueco.
–          Ja, ja – rió Tati al escuchar “chorra”.
–          Estaba excitadísimo. La polla parecía a punto de reventarme. Lentamente, seguí con la paja, ofreciéndosela a la chica, haciéndolo para ella. La sonrisilla traviesa había vuelto a sus labios, pero ella seguía sin mirarme directamente.
–          Joder, sigue – dijo Ali al ver que yo paraba para echar un trago.
–          Y entonces hizo algo increíble. Muy despacito, llevó la mano hasta su falda y tirando con suavidad, la enrolló en su regazo, permitiéndome ver sus braguitas.
–          Vaya con la niña – dijo Ali con los ojos brillantes.
–          Cuando lo hizo me volví medio loco. Ya no me pajeaba lentamente, sino que mi mano se deslizaba a buen ritmo por mi tronco, haciéndome jadear de placer. Eché un par de miradas por encima del hombro, pero el resto del autobús parecía estar a  años luz de nosotros. En el universo estábamos sólo ella y yo.
–          ¿Y te corriste? ¿Le echaste la lefa encima? – preguntó Ali sin poder contenerse.
–          No seas bruta – dije riendo – Yo estaba a punto de caramelo, con las pelotas casi en erupción y entonces…
–          Cuenta, cuenta – dijo Ali mientras las dos se inclinaban todavía más sobre la mesa.
–          La chavala agarró el borde de sus braguitas y las apartó ligeramente, brindándome el exquisito espectáculo de su conejito.
–          ¡No fastidies! – exclamó una de las dos.
–          Os lo juro. Y todo esto sin dejar de otear por la ventanilla, sin mirarme directamente. Su chochito era delicioso. Yo ya había visto unos cuantos, pero aquel… uf, qué coñito. Sonrosado, brillante, sedoso… los labios bastante hinchados y abiertos, demostrando que ella también se había puesto cachonda… Recuerdo que tenía bastante vello, rubio y suave, pues entonces aún no se habían puesto de moda los chochetes depilados entre las jovencitas.
–          Madre mía.
–          Y ya no pude más y me corrí. Con un gemido, el semen salió disparado de mi polla, aterrizando en el asiento de enfrente. Y, cuando mi rabo entró en erupción, la chica me miró por fin directamente, los ojos como platos, la boca entreabierta mientras respiraba jadeando y fue su mirada la que hizo que me corriera como una bestia. Mi polla vomitaba chorro tras chorro de espeso semen. Como pude, apunté hacia abajo, derramándolo por el suelo, mientras la joven, aún abierta de piernas y con el coñito expuesto, ni siquiera parpadeaba, sin perderse detalle.
–          La leche. ¿Y no pasó nada más?
–          No. A partir de ahí la cosa se torció. Cuando por fin mi polla dejó de vomitar semen, volví a guardarla en el pantalón y ella, como despertando de un sueño, bajó la pierna al suelo y se puso bien el vestido.
–          Qué pena.
–          Ya te digo. Deseando hablar con ella, le sonreí e intenté cambiarme de asiento, para estar a su lado.
–          En el de la lefa – dijo Ali.
–          Sí, bueno. Ni siquiera lo pensé. Pero dio igual, pues, en cuanto hice ademán de acercarme, la pobre chica puso una expresión de nerviosismo que me detuvo por completo. No sé, quizás pensó que iba a lanzarme encima para violarla. Puso una cara tan rara que levanté las manos en gesto de paz y me senté de nuevo en mi asiento.
–          La fastidiaste – dijo Ali.
–          Si. El encanto ya estaba roto. Quizás lo habría intentado de nuevo en cuanto se hubiera calmado un poco, pero enseguida se levantó de su asiento, tocó el timbre y se bajó en la parada siguiente.
–          ¿No la seguiste? – preguntó Tati.
–          No. Cuando se bajó me miró, como asegurándose de que no iba tras ella. No quería asustarla.
–          ¿Volviste a verla?
–          Por desgracia no. Y mira que lo intenté. Cogí varias veces ese mismo autobús a la misma hora, pero nada. Incluso una vez me bajé en la misma parada que ella y di una vuelta por el barrio a ver si la veía, pero no hubo suerte.
Nos quedamos callados, mirándonos en silencio. Los ojos de las dos chicas brillaban y Tati tenía de nuevo las mejillas encarnadas, a medias por el alcohol, a medias por la calentura. Yo, a pesar de conocer la historia al dedillo, no podía resistirme al erotismo que flotaba en el ambiente, así que mantenía una erección de campeonato.
Entonces, sin decir nada, Alicia tomó mi móvil de encima de la mesa y, metiéndolo bajo el mantel, se hizo una foto de la entrepierna ella solita. En cuanto lo hubo hecho, deslizó la mano hacia el lado de mi novia y dijo:
–          Vamos nena, abre bien las piernas.
E hizo una nueva foto. A continuación, las examinó con sonrisa traviesa y se las enseñó a Tati, que se puso todavía más colorada. Por fin, me alargó el móvil a mí.
–          ¿Tú que crees? ¿Nos ha gustado la historia o no?
Yo miraba las fotos, sonriendo complacido. Sus coñitos estaban inequívocamente excitados, hinchados y brillantes. Me había ganado mi premio.
–          Yo creo que sí que os ha gustado. Estos coños están empapados – dije con lascivia.
–          Tienes razón. Así es como me siento – dijo Ali mirándome intensamente – Empapada.
TALIBOS
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