MEMORIAS DE UN EXHIBICIONISTA (Parte 3):
 
CAPÍTULO 6: PRIMEROS JUEGOS:
Parecíamos una parejita de enamorados mientras salíamos del restaurante, con Alicia prendida de mi brazo, apretándose contra mí mientras bromeábamos en susurros el uno con el otro, indiferentes a todo el mundo que nos rodeaba: sólo estábamos ella y yo.
Así, cogidos del brazo, seguimos caminando por la calle, deleitándonos con nuestra proximidad, evocando la intensidad de las sensaciones que habíamos experimentado en el restaurante… Deseando más…
–         ¿Y bien? – preguntó Alicia – ¿Adónde vamos?
–         ¿No querías tomar café? Antes, cuando pasamos con el coche, me fijé que hay una tetería un poco más abajo. ¿Te apetece? Creo que ya debe de estar abierta.
Alicia asintió con la cabeza y se apretó con más fuerza contra mí, en busca de calor, pues se había levantado un vientecillo bastante fresco. En menos de dos minutos nos plantamos en la tetería. Tuvimos suerte, acababan de abrir y las dos chicas que la regentaban estaban afanándose en colocar unas mesas en la puerta.
Tras preguntar si podíamos entrar, penetramos en el local en busca de un poco de calor, el día no invitaba a sentarse en la calle. Era un sitio bastante íntimo, con poca luz y que desprendía un agradable aroma a flores.
Como éramos los primeros clientes, pudimos escoger el sitio que quisimos, decantándonos por una especie de sala anexa separada del local principal por unas cortinas. Allí dentro había varias mesas y, si nos decidimos por ese sitio, fue tanto por la intimidad como por los cómodos sofás que había instalados, en vez de sillas o taburetes.
–         ¡Ah! – exclamó Ali con un suspiro de satisfacción mientras se derrumbaba sobre uno de los sofás – ¡Me gusta este sitio!
Yo me senté junto a ella, sonriendo, pensando en que, incluso en aquella penumbra, la belleza de Alicia parecía iluminar el cuarto.
La camarera acudió enseguida con las cartas de bebidas. Ambos nos decidimos por té con leche, yo de vainilla y Ali de cardamomo, lo que Dios quiera que sea eso.
Esperamos unos minutos, hablando de tonterías, hasta que la camarera regresó con las teteras. Ali, muy hacendosa, nos sirvió a ambos y guiñándome un ojo se puso cómoda en el sofá, demostrándome que quería que siguiera con mis historias.
–         ¿Y bien? – me dijo mirándome por encima de su taza – ¿Qué vas a contarme ahora?
–         No sé – respondí – ¿No te apetece mejor contarme cómo se la chupaste a tu primo?
Ali hizo un delicioso mohín y me sacó la lengua.
–         De eso nada. Hoy eres tú el que cuenta las historias. Estoy aquí para aprender.
–         ¡Eso! – pensé en silencio – Si me dejaras te iba a enseñar yo lo que es bueno…
Pero lo que dije fue:
–         Pues entonces pregunta lo que quieras.
–         Vale. ¿Alguna vez has tenido sexo con alguna mujer para la que te has exhibido?
–         Alguna vez – respondí evasivamente – Ya sabes, mi tía…
–         Víctoooor – me regañó Alicia haciéndome sonreír.
–         Vale, vale. Te contaré la historia de la señora del cine.
–         Estupendo – dijo Ali sonriéndome y prestándome toda su atención.
Me senté un poco más erguido en el sofá, bebí un trago de té y empecé la narración.
–         Esto fue hace algunos años, cuando tenía 22. Ya tenía bastante experiencia exhibiéndome y había empezado a aprender, como tú dijiste antes, a percibir si una mujer se iba a mostrar receptiva o no. Quiero decir que me sabía ya un par de trucos.
–         Comprendo – asintió Ali.
–         En esa época, me había dado por probar suerte en lugares cerrados, lo intentaba de vez en cuando en tiendas, centros comerciales… sitios así.
–         “¿En esa época?”
–         Sí. Verás, como todos los artistas, he atravesado diferentes “fases” – bromeé – Durante un tiempo probé en medios de transporte público, otro periodo en la playa… ahora suelo hacerlo al aire libre.
–         Ja, ja – rió Ali – ¿Y en bares no?
–         No. Los bares son muy arriesgados. Hay muchos tíos y el riesgo de que te calcen una hostia es demasiado elevado.
–         Pero si tú estás hecho un Bruce Lee…
–         Ya. Pero eso no significa que me guste estar todo el día dándome de leches.
–         Vale, vale.
–         Bueno. A lo que iba. Se me había ocurrido probar en un cine. Me parecía un sitio ideal, discreto, íntimo y con poco riesgo, pues si la chica formaba follón, me bastaba con largarme disparado.
–         Bien pensado. Aunque a mí no me serviría.
–         No. Si tú lo haces en un cine al lado de un tío… No tardas ni dos minutos en tenerle encima.
–         Lo sé – asintió Ali con una expresión indescifrable en el rostro.
–         Pues bien, había tenido un par de intentos fallidos en cines, pero yo no me desanimaba…
–         ¿Fallidos?
–         Sí. Lo había intentado un par de veces con idéntico resultado: la chica se asustaba y se cambiaba de asiento.
–         ¿No la seguías?
–         Ni de coña. Yo quiero disfrutar exhibiéndome, no asustar a las mujeres.
–         Entiendo, si un tío con el pene al aire se dedicara a seguirme por la sala de cine…
–         Exacto. Pues eso, estaba un poco frustrado por no haber tenido éxito ni una sola vez, a pesar de que el sitio me parecía ideal. Pero, una tarde… la vi. Y supe que iba a salirme bien.
–         Cuenta, cuenta.
–         Era una mujer madura, debía de rondar los 40, o sea casi el doble que yo. Muy atractiva, elegante y sofisticada. Recuerdo que vestía un conjunto rojo oscuro, con la falda por encima de las rodillas y escote de pico. Llevaba un collar de perlas al cuello que debía de costar una pasta… se notaba que tenía dinero.
–         Jo, parece que estés describiendo a mi madre…
–         ¿Es morena y de mi estatura? Porque si es así… – dije riendo.
–         No, es rubia y más baja que yo.
–         ¡Ah! Vale. Por un momento pensé que me había follado a tu madre.
–         Capullo – dijo Alicia sonriendo.
–         Bueno, sigo. La señora iba acompañada de otra mujer, más o menos de su edad, también atractiva, aunque no me llamó tanto la atención. Me las ingenié para estar cerca cuando compraron las entradas y pude adquirir una para la misma sala. La peli venía ni que pintada; un tostón de cinemateca en versión original, en la que seguro no iba a haber mucha gente. La cosa empezaba bien.
Alicia me miraba fijamente, atenta hasta la última de mis palabras.
–         Entré en la sala, una de esas pequeñas que hay en los multicines y ubiqué enseguida a las dos señoras. Volví a salir hasta que empezó la proyección y entonces regresé.
–         ¿Te sentaste junto a ellas?
–         Sí. Al lado de la que me interesaba, pero dejando un par de asientos libres en medio. Piénsalo, si me hubiera sentado directamente a su lado, con prácticamente toda la sala vacía…
–         Se habrían cambiado de sitio.
Hice un gesto con la mano, indicándole a Ali que había dado en el clavo.
–         Esperé un rato, con los nervios royéndome por dentro, deseando averiguar si había calibrado bien a la señora. Estaba excitadísimo, con la polla a punto de reventar, pero logré controlar las ganas y esperé a que pasara como media hora de peli. Por cierto, menudo rollazo.
Alicia me sonrió.
–         De vez en cuando, echaba disimuladas miraditas a la mujer que estaba a mi lado, deleitándome con su belleza, concentrada en la película, mientras la luz de la pantalla la iluminaba suavemente.
–         ¿Te miró?
–         No me hizo ni puto caso. De todas formas, hasta ese momento fui muy discreto, no hice nada descarado. Hasta que no pude más.
–         Y te la sacaste.
 

–         Je, je. Precisamente. Había colocado mi abrigo estratégicamente, sobre el brazo de mi asiento, de forma que no permitía que la mujer notara nada raro. Me saqué la polla, que estaba al rojo vivo y, armándome de valor, empecé a masturbarme lentamente, vigilando a la mujer todo el rato por el rabillo del ojo.

–         ¿Te vio?
–         Al principio no. Yo era muy cuidadoso y me masturbaba muy despacito, completamente tapado por el abrigo. Poco a poco fui ganando confianza y empecé a mover la mano más descaradamente. Seguía tapado, pero los movimientos que hacía no dejaban lugar a duda respecto de lo que estaba haciendo.
–         ¿Y ella?
–         Al principio no se dio cuenta, pero enseguida percibió que algo raro pasaba a su lado, así que empezó a dirigirme miraditas nerviosas, confirmando así que el tipo que estaba a su lado se estaba haciendo una paja.
–         Joder. Continúa. Qué cachonda me estoy poniendo – dijo Ali, estremeciéndome.
–         Sí. Y yo – coincidí – La señora me miraba cada vez más frecuentemente, observándome unos segundos para enseguida volver a concentrarse en la pantalla. Pero yo sabía que ya era mía, estoy seguro de que no se enteró de nada de lo que pasaba en la peli.
–         No me extraña.
–         Y entonces, ya completamente seguro de que la mujer no iba a formar ningún escándalo, aparté el abrigo y dejé mi polla completamente expuesta a sus ojos. La pobre se quedó atónita unos segundos, mirándomela fijamente, olvidada por completo cualquier intención de simular estar viendo la película. Entonces, alzó la vista y sus ojos se encontraron con los míos. A pesar de la oscuridad de la sala, te juro que brillaban como joyas.
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–         Jodeeer. Sigue, sigue.
–         Yo seguí masturbándome tranquilamente, de forma ostentosa, deslizando la mano muy despacio por todo el tronco, tirando de la piel al máximo para que la brillante cabecita asomara por completo y subiéndola después lentamente hasta ocultarla por completo en mi mano, dedicándole a mi espectadora el mejor show que era capaz de ofrecer.
–         ¿Y ella?
–         No se perdía detalle, con los ojos fijos en mi polla. Incluso vi cómo se pasaba lentamente la lengua por los labios, lo que me encendió todavía más.
–         ¿Y su amiga? ¿No se dio cuenta?
–         En ese momento no. Estaba concentrada en la peli y su compañera estaba en medio, así que no se dio cuenta de que pasara nada raro. Yo seguí con lo mío, pajeándome voluptuosamente y entonces la mujer…
–         ¿Qué hizo?
–         Cruzó las piernas y, disimuladamente, se subió la falda todo lo que pudo, brindándome el espectáculo de sus esculturales muslos, hasta que el borde de sus medias quedó perfectamente a la vista. Además, se colocó su propio abrigo en el regazo, para que su amiga no se diera cuenta de lo que había hecho.
–         Una franca invitación – dijo Ali.
–         Y tanto. Y yo la acepté de inmediato. Con cuidado, me levanté y me deslicé en el asiento de su lado, quedando sentado junto a la señora. Pareció ponerse un poquito nerviosa, pero no hizo nada, así que yo reanudé la paja, esta vez bien juntito a la preciosa mujer.
–         ¿Y no hizo nada?
–         No. Fui yo el que pasó a la acción. Estaba sentado a la derecha de la mujer y su amiga, que no podía vernos, a su izquierda. Como la paja me la estaba haciendo con la diestra, la izquierda quedaba libre, así que pensé que sería una buena idea emplearla en algo útil.
–         Le metiste mano.
–         Vaya si lo hice. Le planté la zarpa directamente en la cacha y empecé a acariciarla suavemente. En cuanto lo hice, la mujer se puso super tensa, pero se relajó enseguida bajo mis caricias. Me encantó sobar sus magníficas piernas, tenía unos muslos cojonudos, que recorrí a placer mientras ella seguía mirándome la polla. Entonces, envalentonado, traté de deslizar la mano bajo su falda, en busca de su coñito, pero eso fue demasiado y, dando un respingo, sujetó mi mano, impidiéndome llegar a su entrepierna.
–         ¿Y qué hiciste?
–         No me alteré lo más mínimo. Lo que hice fue sujetarla a mi vez por la muñeca y, tirando suavemente, llevé su mano hasta mi polla.
–         ¿Te masturbó? – exclamó Ali, atónita.
–         Impresionantemente bien. La señora dudó sólo un instante antes de que su mano ciñera con fuerza mi instrumento, que yo abandoné inmediatamente, dejándola a cargo de las operaciones. Con firmeza y habilidad, la mujer empezó a pajearme diestramente y, cosa curiosa, apartó la vista de mí mientras lo hacía, volviendo a clavar la mirada en la pantalla.
–         Joder, Víctor. Estoy cachonda perdida. Esta noche voy a hacerme una paja recordando tus historias.
La miré fijamente antes de darle la respuesta obvia.
–         ¿Y por qué no ahora? Por mí no te cortes. Yo bien que lo hice el otro día en la cafetería.
Ali se quedó muda, mirándome sin saber qué decir.
–         ¿Qué pasa? ¿Te da miedo? Pues menudo panorama, si te da vergüenza exhibirte a solas conmigo, ¿cómo vas a hacerlo cuando haya otra gente?
La verdad es que me moría por volver a verla tocándose el coñito.
–         No me digas que no te atreves…
Ali alzó bruscamente la cabeza, con una expresión decidida en el rostro.
–         Tienes razón. Si me apetece hacerme una paja. ¿Por qué voy a cortarme?
Jesucristo en carroza por los cielos. Toma ya. Con un par.
Ni corta ni perezosa, Ali se retrepó en el sofá y subió una pierna sobre el asiento, despatarrándose a gusto. Al hacerlo, el vestido de lana se le subió, permitiéndome disfrutar una vez más del hermoso paisaje que se ocultaba entre los muslos de la chica. Sus bragas estaban en mi bolsillo, así que su chochito se me mostró en todo su esplendor. Bajo la falda tan sólo llevaba un sexy liguero sujetando sus medias, lo que  me excitó todavía más. Leyendo la admiración en mi mirada, Ali me dedicó una sonrisa y, lentamente llevó una mano a su entrepierna, donde empezó a frotar suavemente, deslizándola por su vulva con voluptuosidad.
–         Fíjate – dijo enseñándome la mano – Te decía la verdad cuando te dije que estaba cachonda. Estoy empapada.
Era verdad. Sus dedos estaban brillantes por los flujos que habían extraído de su coñito. Hasta percibí el enloquecedor aroma a hembra caliente. Me costó dominarme y no acabar violándola allí mismo.
–         Anda, sigue – dijo reanudando la paja – Me encanta escucharte.
Yo, con los ojos saliéndose de las órbitas, logré serenarme lo suficiente para seguir con mi historia.
–         A ver por donde iba. ¡Ah, sí! La mujer se había aferrado a mi instrumento y estaba meneándomela. En cuanto lo hizo, yo volví a plantarle la mano en la cacha. Esta vez no se resistió tanto cuando le metí mano en el coño.
–         ¿Estaba mojada? – preguntó Ali con la voz alterada por la paja que se estaba haciendo.
–         Chorreando.
–         ¿Tanto como yo?
–         No lo sé. No he podido comprobar cómo de mojada estás tú.
Ali me miró fijamente, sopesando mi explícita invitación. Yo tenía el corazón saltando desbocado en el pecho, deseando que me diera permiso para ir un paso más allá. No dijo nada, siguió muda y yo pensé que el que calla otorga, así que me acerqué a ella en el sofá, dispuesto a verificar cómo de mojado tenía el coño.
Ali no se apartó, se limitó a seguir mirándome fijamente, sin decir nada, frotándose suavemente el clítoris con la mano. Yo estiré la mía muy despacio, metiéndola entre sus muslos abiertos…
Y entonces se abrió la cortina de la sala. Yo me quedé petrificado, pero Ali reaccionó con rapidez, sentándose correctamente, con el rostro arrebolado. Por fortuna la mesa, que estaba frente al sofá, la tapaba bastante bien, así que no la pillaron.
Mientras me cagaba mentalmente en todos los muertos de quien hubiera venido, así como en los de todos sus ancestros de las últimas 26 generaciones, me senté correctamente y miré enfadado a nuestros inoportunos visitantes: eran los jóvenes del restaurante, lo que me sorprendió un poco.
Con un simple buenas tardes, se sentaron en una mesa al otro extremo de la habitación y, aunque no supe por qué, algo en su actitud me resultó extraño. Me acerqué a Ali y le dije en voz baja…
–         Qué raro. Si nos han reconocido, me extraña que se hayan quedado. Parecían muy cortados en el restaurante.

Ali, para mi sorpresa, volvió a subir la pierna al sofá y a despatarrarse. Aprovechando que la mesa la tapaba de nuestros vecinos, empezó a masturbarse de nuevo, con la cara roja por la excitación. Yo le sonreí, admirado.

–         Joder, nena. Hay que reconocer que aprendes deprisa.
–         Tengo un buen maestro – susurró libidinosamente – Y ahora sigue con la historia, que estaba a punto de correrme.
En voz baja, procurando que nuestros vecinos no me escucharan, reanudé mi relato. Ellos, mientras tanto, no dejaban de dirigirnos furtivas miradas, lo que me inquietaba un poco.
–         La tía me acariciaba la polla lentamente, mientras yo le tocaba el coño con dificultad, debido tanto a su ropa como a que seguía con las piernas cruzadas.
–         ¿No se abrió de piernas? Yo me habría despatarrado enseguida. Como ahora… – dijo Ali con una sonrisilla maliciosa.
–         Creo que era para que su amiga no notara nada; pero, aún así, la otra mujer empezó a percibir que algo raro pasaba. En cierto momento, escuché cómo le decía a mi pareja algo al oído y ella, lejos de asustarse, le contestó con tranquilidad, sin soltarme la polla ni un instante.
–         ¿Acabaste corriéndote?
–         Por supuesto. El morbo era tan intenso que no sé cómo aguanté tanto rato. Cuando no pude más, me corrí como una bestia, dando un bufido que resonó en toda la sala. Mi polla vomitó litros de leche, que la mujer atrapó con la mano, si no, estoy seguro de que habría alcanzado la pantalla. Le puse la mano perdida de semen, pero ella no se preocupó en absoluto.
–         ¿Y qué pasó?
–         Miré jadeante a mi compañera, mientras me vaciaba por completo en su mano. Y entonces me encontré con la mirada de la otra mujer, que me miraba boquiabierta mientras me corría en la mano de su amiga.
–         ¿Y no dijo nada? ¿No hizo nada?
–         ¿Qué iba a hacer? Su amiga estaba haciéndole una paja a un desconocido. ¿Qué iba a decir? Sus ojos nos miraban alternativamente a mí y a su amiga, sin dar crédito a lo que estaba viendo. Cuando mi polla dejó de expulsar semen, la mujer, muy tranquilamente, sacó un pañuelo del bolso y empezó a limpiarse. Yo pensé que el show había acabado, pero entonces, la mujer se inclinó hacia su amiga y le dijo en voz perfectamente audible que iba al baño a limpiarse. Se levantó y me pidió permiso para pasar, mirándome con ojos brillantes. Yo la miré alucinado, mientras se abría paso entre los asientos y caminaba majestuosamente hacia la puerta.
–         ¿Y su amiga?
–         La miré tratando de recuperar el resuello, mientras ella me observaba atónita. Me encantó que la señora me mirara subrepticiamente la polla, que seguía fuera del pantalón, así que le dije: “Otro día, señora”, me la guardé en la bragueta y salí en busca de mi deliciosa compañera, que me esperaba tranquilamente delante de unos servicios de señoras.
–         ¿Estaba en la puerta?
–         Claro. No olvides que eran unos multicines y había muchos aseos. Así me indicaba en cual se había metido.
–         ¡Ah! Claro – siseó Ali sin dejar de masturbarse.
–         Me colé allí dentro como un rayo. La tipa estaba lavándose las manos en el lavabo y cuando entré, alzó la vista y nuestras miradas se encontraron en el espejo.
–         Qué morbo. Sigue, sigue – gimió Ali incrementando el ritmo de su paja.
Pero volvieron a interrumpirla. La camarera acudió con el pedido de nuestros vecinos. Al parecer habían pedido nada más entrar. Ali ahogó un gruñido de frustración y se contuvo hasta que la camarera se hubo marchado.
–         Tú sigue, que yo estoy casi a punto – gimió volviendo a hundir la mano entre sus piernas.
Joder. Yo sí que estaba a punto. De lanzarme encima suya.
–         Me abalancé sobre ella, poseído por el frenesí. Ella se volvió bruscamente, recibiéndome como una leona y sus labios, que eran fuego, se apropiaron de los míos. Le hundí la lengua hasta la tráquea, besándola con pasión, mientras mis manos se apoderaban de sus nalgas, estrujándolas con ganas, mientras ella apretaba y frotaba lujuriosamente su pelvis contra mí.
–         ¡Ah! ¡Joder, ya casi, ya casi…! – gimoteaba Ali con los ojos cerrados, incrementando el ritmo de sus dedos.
Miré de reojo a nuestros vecinos, que hacían lo mismo con nosotros. Aunque no podían verlo, estaba clarísimo lo que Alicia estaba haciendo, pero, lejos de escandalizarse, la parejita cuchicheaba entre sí, espiándonos con disimulo. Me resultó excitante y apuesto a que a Ali mucho más.
–         Sin dejar de besarnos, nos metimos en uno de los retretes y en menos que canta un gallo la mujer tuvo el vestido enrollado en la cintura y mi mano metida dentro de sus bragas, acariciando su coño a placer, esta vez sin ningún tipo de obstáculos. La señora, bien curtida en esas lides, se las apañó para volver a sacar mi cipote y acariciarlo con ansia, devolviéndole todo su vigor en un instante.
–         ¡AAHHH! ¡JODEEER! – siseó en voz baja Ali, mordiéndose los labios, mientras sus caderas experimentaban ligeros espasmos, a medida que el orgasmo se abría camino por su cuerpo – ¡Qué bueno! ¡DIOSSSSS!
Yo estaba que me moría porque mi polla ocupara el lugar de sus dedos, pero había prometido que no haría nada que ella no me pidiese, así que aguanté como un campeón las ganas de follarla.
–         Yo quería que me la chupara, sentir sus carnosos labios rodeando mi verga, pero ella no estaba por la labor y me suplicaba una y otra vez que se la metiera. Deseando complacerla por la extraordinaria tarde de placer que me estaba brindando, no me hice de rogar y, apartándole un poco las bragas, se la metí hasta las bolas, levantándola del suelo. Ella gimió poseída y se abrazó con fuerza a mí, rodeándome con brazos y piernas al mismo tiempo. Embrutecido, la apoyé contra la pared y empecé a follármela a lo bestia, gruñendo como un animal en celo con cada empellón, mientras ella gemía y jadeaba descontrolada por el placer.
–         La entiendo perfectamente – susurró Ali, desmadejada en el sofá, haciéndome sonreír.
–         Seguí follándola con ímpetu, con tantas ganas que la pobre tuvo que sujetarse a la parte superior de las paredes del baño, mientras yo le martilleaba el coño como un animal. Se corrió en menos de un minuto, gritando tan fuerte que temí que alguien viniera a ver qué pasaba. Su entrepierna se inundó, los líquidos brotaban de su coño como de una fuente. Queriendo probar otra cosa, se la saqué de un tirón y la obligué a apoyarse en el water, inclinada un poco hacia delante, para follármela desde atrás. Se la clavé de nuevo hasta el fondo, casi empotrándola con la pared y me la follé cuanto quise hasta que me corrí dentro de su coño, llenándola de semen hasta arriba.
–         Joder, tío, no te cortas ni un pelo al correrte dentro de las mujeres. Como me lo hagas a mí…
Me quedé sin habla al comprender el alcance de lo que acababa de decir Ali. La miré sorprendido y ella, al darse cuenta de lo que acababa de decir, apartó la vista, avergonzada. No insistí en el tema e hice como si nada.
–         Tienes razón. Se me fue un poco la olla. Aunque, en el fondo, creo que lo hice porque me daba igual. Total, no iba a verla nunca más…
–         Jo. Pues a lo mejor tienes por ahí un par de críos pululando.
–         Pues que le sirvan de recuerdo a la buena señora. Del polvo de su vida…
–         Ja, ja… “El polvo de su vida” ¿Qué sabrás tú de los polvos que habría echado esa mujer? Inexperta no era precisamente – dijo Ali, más recuperada ya del orgasmo experimentado – ¿Y qué hiciste luego?
–         ¿Tú que crees? La besé y me largué de allí. La dejé tirada en el water, con el vestido enrollado en la cintura y con el coño rezumante de semen y de sus propios flujos. Te digo que le hice pasar la mejor tarde de su vida.
Entonces me di cuenta. Aunque durante un rato había procurado hablar en voz baja, me había ido emocionando poco a poco y había subido el tono de voz, acabando por hablar en voz alta. Sin duda, nuestros vecinos habían disfrutado sin problemas del último capítulo de mi historia.
Los miré un poco avergonzado, aunque en el fondo me importaba un huevo que nos hubieran escuchado. La chica se veía un tanto aturrullada, sin mirarnos directamente, pero el chico ya nos observaba abiertamente, casi con descaro.
Le hice un gesto con la cabeza, sin saber muy bien por qué y él, a modo de respuesta, se levantó y se acercó a nuestra mesa. Ali se llevó un buen susto y rápidamente se sentó erguida en el sofá, mientras nos miraba con nerviosismo.
–         Buenas tardes – saludó educadamente el joven – Verán, no quiero molestarles, pero no hemos podido evitar escuchar su historia y bueno… queríamos…
Me sentía desconcertado, no sabía qué cojones pretendía aquel chico.
–         Siéntate, por favor – dije llevado por la curiosidad – Y dile a tu novia que venga. No mordemos a nadie.
El chico, sonriendo con timidez, me hizo caso, mientras su novia, roja como un tomate, se acercaba temblorosa y se sentaba a su lado.
–         Me llamo Saúl – se presentó – Y ella es Gemma, mi novia.
–         Encantado – respondí estrechándoles la mano – Yo soy Víctor y mi acompañante…
–         Alicia – dijo ella más tranquila, estrechándoles la mano a su vez.
Tras las presentaciones, el chico, visiblemente nervioso, trató de reunir ánimo para decir lo que quería.
–         Verán. Antes, en el restaurante, hemos visto como la señorita… Alicia…
–         Se quitaba las bragas – dije con tranquilidad, provocando la vergüenza de mis interlocutores.
–         Sí, eso – asintió el joven – Hemos comprendido que son ustedes una pareja muy liberal y nosotros… bueno… hemos hablado a veces… de que nos gustaría iniciarnos en el intercambio de parejas. Pero nunca hemos podido, porque no conocemos a nadie que… Y yo…
Gemma estaba avergonzadísima, parecía estar deseando que la tierra se la tragara. Miré a Alicia, que les miraba divertida, habiendo comprendido por fin qué buscaban los jóvenes.
–         Vale, vale, vale – intervine – A ver si lo he entendido. Sois novios y queréis probar con el intercambio de parejas y como habéis visto que somos bastante desinhibidos, os habéis decidido a hablar con nosotros…
–         Exacto – asintió el chico – Hace tiempo que queremos probar cosas nuevas en materia de sexo, pero no conocemos a nadie que pueda orientarnos. Y al ver cómo se comportan ustedes, contándose sus aventuras y eso, hemos pensado que podrían darnos algún consejo, indicarnos algún local al que podamos ir, o quizás…
Mientras hablaba, el chico parecía dirigirse más a Ali que a mí mismo, sin dejar de mirarla en ningún momento. Adiviné cuales eran sus intenciones y Alicia también lo hizo…
–         Podríais realizar el intercambio de parejas con nosotros – terminó Ali la frase por él – Era eso lo que queréis proponernos, ¿no?
Un tanto avergonzado, el chico asintió con la cabeza, mientras su novia, toda colorada, me miraba furtivamente. Me gustó que lo hiciera.
–         No pretendemos ofenderles – siguió Saúl – Pero nos pareció que quizás…
–         Tranquilo. No nos has ofendido en absoluto – dije riendo por dentro – O sea que os ha parecido buena idea pedirnos que intercambiemos las parejas. Vaya, que te gustaría follarte a Alicia mientras yo me tiro a este bomboncito que tienes por novia.
–         Bueno… – dijo Saúl un tanto confuso – Sí. Eso es. Siempre he pensado que sería muy excitante ver cómo Gemma lo hace con otro hombre. Y ella también quiere verme con otra mujer. Y bueno… Os hemos visto… Y Alicia es una mujer muy bella y Gemma piensa que tú eres guapo…
–         ¿En serio? – exclamé mirando a la joven – ¿Me encuentras atractivo?
La joven, un poco más serena, quizás tras comprobar que no nos escandalizábamos por su proposición, reunió el valor suficiente para contestar.
–         Sí. Me pareces un hombre interesante. Y siempre he querido hacerlo con alguien mayor que yo…
Joder. Qué morbo tenía la niña. Si poco dura la tenía ya por haber estado viendo cómo Ali se pajeaba, aquella frase casi provoca la explosión de la bragueta de mi pantalón.
–         Vaya. Te agradezco el cumplido – sonreí – Yo también pienso que eres una preciosidad. Y tienes una boquita deliciosa. Me encantaría sentir esos carnosos labios chupando mi polla. Seguro que lo haces genial.
Fui todo lo descarado que pude, consiguiendo que Gemma se ruborizara de nuevo. Me encantaba verla avergonzada, tenía mucho morbo. Su novio, por otra parte, ya se veía a si mismo incrustado entre las piernas de Ali tras mi prometedora respuesta, así que decidí cortar por lo sano y no seguir dándoles falsas esperanzas. Aunque la verdad es que me hubiera gustado mucho que aquella chiquita me la chupase, je, je.
–         Bueno, chicos. Siento decepcionaros, pero en vuestro plan hay un fallo bastante importante…
–         ¿Cómo? – exclamó el chico un tanto agobiado – ¿A qué te refieres?
–         Verás. Ali y yo no somos pareja. Somos dos amigos a los que les gusta compartir ciertas experiencias, pero nada más. Yo tengo novia y ella está prometida con un hombre, así que…
Saúl nos miraba atónito. No encajaba en sus esquemas que dos personas que no eran pareja, hablaran entre sí de sexo con tanta naturalidad.
–         Pero… – insistió – Lo que le estabas contando antes… Creí que erais una pareja liberal, que se acostaban con otras personas y luego se lo contaban el uno al otro…
–         Pues no es así. Te has precipitado en tu juicio. Pero no te preocupes, no pasa nada, no nos habéis molestado en absoluto. Yo, por lo menos, me he sentido muy halagado – dije sonriéndole a Gemma – Sólo que… no puede ser.
–         ¿Y por qué no? – intervino entonces Gemma – A mí me da igual que no seáis pareja. Se trataría sólo de sexo.
¡Coño! La verdad es que la nena tenía razón. Qué más daba que Ali no fuera nada mío. Me di cuenta de que les había juzgado mal, pues en todo momento había tenido la sensación de que la idea del intercambio era de Saúl, mientras que Gemma se limitaba a hacer lo que decía su novio. Pero ahora comprendía que quizás no era así…
–         Pues es verdad – dije mirando a Ali – La verdad, no me había parado a pensarlo… ¿Ali?
La miré esperanzado. Lo cierto es que me estaba apeteciendo cada vez más calzarme a la jovencita. Pero un simple vistazo al rostro de Alicia me bastó para comprobar que ella no estaba por la labor. Y los chicos también se dieron cuenta.
–         Bueno – dijo Saúl con aire abatido – Si no les parece bien, no les molestamos más. Les pido disculpas si les hemos ofendido con este lío, pero nosotros…
–         No, no te preocupes – le tranquilizó Ali – La verdad es que yo también me he sentido halagada. Pero no me siento preparada para algo así… Lo siento.
Los chicos, un poquito cortados, se levantaron para marcharse. Saúl fue hasta su mesa y empezó a recoger los abrigos, mientras Gemma seguía disculpándose por las molestias. Entonces se me ocurrió algo.
–         Oye, Gemma. ¿Me darías tu dirección de mail? Quizás más adelante cambiemos de opinión.
La joven me miró un segundo y, sonriéndome, me dio su dirección, que yo apunté en una tarjeta de mi cartera. Joder, la verdad es que me sentía un poquito frustrado. Me hubiera encantado que me la chupara aquella nenita con su novio mirándome…
Los chicos se fueron y nos quedamos de nuevo solos. Ali me miró muy seria, parecía un poco molesta. Quizás se había cabreado conmigo por haber sugerido aceptar la oferta de los jóvenes. Decidí romper el hielo.
–         Me debes una mamada – le dije mirándola muy serio.
Ella se echó a reír.
–         No te rías –insistí – Esa pivita estaba a punto de chuparme el rabo y, si no lo ha hecho, ha sido porque tú no has querido. Culpa tuya.
Ali, más relajada, seguía riendo.
–         Anda, vámonos, idiota – dijo sin dejar de sonreír – Son casi las 17:30 y me apetece hacer otra cosa.
–         ¿El qué? – pregunté intrigado.
–         Ahora lo verás.
Nos pusimos los abrigos y, tras pagar la consumición, caminamos hacia el coche, de nuevo cogidos del brazo. Llegamos demasiado rápido para mi gusto. Me encantaba caminar pegadito a ella.
–         ¿Y bien? – pregunté una vez estuvimos sentados dentro del auto – ¿Qué hacemos?
–         ¿Has hecho esto alguna vez?
Tras decir esto, Alicia me alargó su móvil, mostrándome un video que había descargado de Internet.
–         Veo que venías con la lección preparada – dije mientras miraba la pantalla.
Pude ver un vídeo de los que ya había visto unos cuantos. Un tipo pajeándose en su coche, se para al lado de una mujer, baja la ventanilla y le pregunta una dirección. La chica se acerca (como hacemos todos en esas situaciones) y se encuentra de bruces con las maniobras del personaje. A veces, las reacciones de las chicas de esos vídeos son bastante… sugerentes.
–         No, no lo he hecho nunca. Es arriesgado – respondí devolviéndole el teléfono.
–         ¡Venga ya! ¿Arriesgado? Si vas en coche…
–         Ya. En MI coche. Si la tía se cabrea y coge el número de matrícula…
–         ¡Bah! Quien va a molestarse en ir a poner una denuncia porque un tipo esté pajeándose dentro de su coche. Vamos a probar.
–         No sé Ali… No me parece buena idea…
–         Llevo toda la semana pensando en esto – dijo Ali con tomo muy serio – Me apetece y vamos a hacerlo.
La miré sorprendido. Hasta ese momento no se había mostrado en ningún momento autoritaria. Aunque, si lo pensaba un momento, siempre habíamos acabado haciendo lo que ella quería…
–         Venga, no seas tonto… Verás qué bien lo pasamos. Además, tú me has visto antes masturbándome y ahora me apetece ver cómo lo haces tú…
–         ¿En serio?
–         Claro… Me encanta mirar tu polla…
Al decir esto, Ali se inclinó hacia mi asiento y me susurró las palabras al oído, provocando que se me pusieran los vellos de la nuca de punta. La mala puta estaba acostumbrada a salirse con la suya…
–         Joder. Vale. Pero, como acabe en la cárcel, tú también vas a pringar – dije resignado.
Ali, entusiasmada, me dio un besito en la mejilla, que hizo que se me quitara el frío por completo.
–         ¡Genial! ¡Un exhibicionista en la cárcel! ¡Ibas a ser muy popular!
La madre que la parió.
Conduje un rato por el pueblo, que era bastante grande, lo que sin duda nos brindaría alguna oportunidad de complacer a Ali. Ella, bastante ilusionada, me indicó algunas chicas con las que nos cruzamos, pero siempre iban acompañadas y, por experiencia, sabía que no era buena idea abordar a un grupo de chicas, pues las posibilidades de que se formara algún follón eran más altas.
–         Mira. Esa servirá – dije parando un momento al lado de una acera.
Una joven de veintitantos años estaba sentada en una parada de autobús leyendo un libro. No podía distinguir si era guapa o fea, aunque eso no era tan importante, pues la excitación depende del morbo de exhibirse, aunque claro, mejor si la mujer es atractiva.
Empecé a sentir el familiar cosquilleo de expectación que siempre experimentaba cuando me disponía a exhibirme. Tragué saliva y respiré hondo, tratando de serenarme. Como siempre que estaba en esas situaciones, tenía los nervios a flor de piel. Empecé a sentir cómo mi pene se endurecía dentro del pantalón.
–         ¿A qué esperas? – Me apremió Alicia, presa de la lujuria.
–         Espera, nena. Dame un segundo a que esto se ponga en posición de firmes – respondí mirando hacia mi bragueta.
Ali también me miró la entrepierna, provocando que un escalofrío me recorriera de la cabeza a los pies.
–         ¿Ayudará si hago esto? – dijo dirigiéndome una sonrisa estremecedora.
Mientras hablaba, Alicia se subió la falda del vestido hasta la cintura, volviendo a enseñarme el coñito. La boca se me quedó seca, todo lo contrario que su entrepierna, que se mostraba brillante, no sé si por el sudor o porque volvía a estar chorreando.
–         Sí – acerté a balbucear con la lengua pegada al paladar.
–         ¿Y esto?
Entonces lo hizo. Alicia deslizó su mano izquierda y la colocó justo encima de mi paquete, apretando ligeramente. Creí que me volvía loco de deseo, el corazón iba a explotarme en el pecho.
–         Leches, creo que sí que sirve – dijo ella sonriendo ladinamente mientras me daba un nuevo estrujón – Esto se ha puesto como una piedra…
Joder. La muy cabrona. Iba a hacerme sudar sangre. Me estaba convirtiendo en un juguete en sus manos…
–         Ali, por favor – me apañé para susurrar manteniendo la calma – Me he comprometido contigo a no intentar nada… Pero si haces esas cosas…
Alicia pareció recobrar el sentido y darse cuenta de lo que estaba haciendo. Rápidamente retiró la mano de mi entrepierna y se puso bien el vestido. Yo lamenté profundamente que lo hiciera, pero era completamente cierto que empezaba a sentir que, si seguíamos así, iba a acabar por violarla de verdad, y yo no quería acabar comportándome como los cerdos del parque.
Arranqué el coche y me dirigí hacia donde estaba la chica sentada. Aparqué junto a la acera, justo delante de ella y, sin pensármelo dos veces, me saqué la chorra del pantalón, mientras Ali se deleitaba mirándola a gusto. Me encantó que lo hiciera.
Mi polla estaba tan caliente que juro que bastó para caldear el interior del auto, ni siquiera importó que bajara la ventanilla del conductor, permitiendo que entrara el aire frío del exterior. Hasta vapor salía.
–         Oye, disculpa – dije tratando de atraer la atención de la chica de la parada – ¿Podrías indicarme cómo se va al ayuntamiento?
Sabía que estaba a la otra punta del pueblo, así que era una buena dirección para preguntar (no pensé que a esas horas estaría cerrado, pero qué coño importaba). La joven alzó la vista de su libro y pude comprobar que era bastante guapa. Morena, con gafas y un aire intelectual que tenía su morbillo.
–         Sí, claro – dijo la chica con amabilidad – Tiene que seguir por ahí y meterse por aquella calle del fondo.
–         ¿Por cual? ¿Por aquella? – dije señalando una vía equivocada.
–         No. No. Espere…
Y la chica hizo justo lo que yo esperaba. Dejó el libro en el asiento, se levantó y se acercó al coche para darme indicaciones. Y se encontró de bruces con el espectáculo.
Qué caliente me sentí. Que indescriptible sensación de exaltación recorrió mi cuerpo cuando la chica se quedó parada, sin saber qué decir, con la vista clavada en mi miembro desnudo, erecto, que era masturbado suavemente por mi mano derecha. Aparentando total normalidad, seguí pajeándome mientras volvía a interrogar a la chica.
–         ¿Por aquella dices?
–         No, no… – balbuceó ella sin mirar a cual me refería, los ojos clavados en mi erección – La de la izquierda…
–         ¿Aquella?
La joven miró a donde yo le indicaba, comprobando que esta vez sí era la correcta. Enseguida volvió a mirar mi polla, creo que porque temía que, si dejaba de vigilarla un segundo, saldría disparada por la ventanilla y la atraparía.
Me sentía excitadísimo y Ali, que estaba callada como una muerta, seguro que se sentía igual. Seguí insistiéndole a la joven, preguntándole por el camino y ella, para mi infinito placer, siguió dándome instrucciones junto al coche, mirando cómo me masturbaba frente a ella, asustada y nerviosa… pero también excitada…
Justo entonces llegó el autobús, poniendo punto y final a nuestra aventurilla. El chófer hizo sonar el claxon para que me quitara de la parada del bus y no tuve más remedio que mover el coche. Ali me miraba divertida mientras yo, con la polla fuera del pantalón, me despedía cortésmente de nuestra cooperadora amiga y después empezaba a jurar en arameo a costa del conductor del bus, de su padre y del caballo que los trajo a ambos.
Todavía excitado, pero no queriendo tentar a la suerte, conduje hacia las afueras del pueblo, de regreso a la ciudad. Además, como ya eran casi las 19:00, había oscurecido, con lo que las probabilidades de disfrutar de un nuevo show disminuían.
–         ¿Vas a ir todo el tiempo con eso al aire? – me preguntó Ali con tono jocoso.
–         ¿Te molesta? Porque a mí me encanta que me la mires – le respondí con descaro.
–         Y a mí me encanta mirarla.
Joder con la tía. Iba a acabar conmigo. A pesar de ir ya por la autovía, aparté la vista de la carretera y la clavé en mi acompañante.
–         Ali. Me tienes malo. Yo trato de portarme bien, pero si seguimos así… vamos a acabar follando. Te juro que cada vez me cuesta más resistirme…
–         Es posible – asintió ella, haciéndome estremecer de nuevo.
Decidí echarle valor al asunto.
–         Pues si estás de acuerdo… Recuerda que me debes una mamada – dije volviendo a clavar los ojos en los suyos.
Ella sonrió.
–         ¿Eso quieres? ¿Que te la chupe mientras conduces?
–         Me encantaría.
Se quedó callada unos instantes, como sopesando la idea, mientras yo rezaba suplicando que se animara a hacerme aquel pequeño favor…
–         Lo siento, pero no. Tengo mucho en qué pensar. En mi prometido. En todo lo que ha pasado… No he decidido todavía qué voy a hacer.
Joder. Me sentó un poco mal. Ali estaba resultando ser una calientapollas de cuidado. La reina de las calientapollas. La emperatriz.
–         ¿Y una pajita? – preguntó, haciendo que el corazón se me desbocara de nuevo – ¿Saldaría eso la deuda?
–         No del todo – respondí emocionado – Pero como primer plazo…
Entonces Ali se inclinó hacia mí, forcejeando levemente con el cinturón de seguridad. Su cálida manita se deslizó hacia mi entrepierna y agarró mi rezumante falo, haciendo que en mis ojos estallaran lucecitas de colores. Me las apañé para mantener el control del auto, simulando una serenidad que estaba muy lejos de experimentar.
Lentamente, Alicia empezó a deslizar su manita por mi polla, enviando enloquecedoras descargas de placer a mis sentidos. No puedo juzgar si era buena o mala haciéndolo, pues la excitación y el morbo eran tan elevados, que tenía los sentidos completamente descontrolados. Desde luego, a mí me pareció la mejor pajeadora del mundo.
Toda la voluptuosidad del día, el restaurante, la tetería, el parque… todo se concentró en mi polla, llevándome a unos niveles de exaltación sencillamente insoportables, precipitando mi orgasmo de forma imparable. Pero, justo cuando estaba a punto de estallar, Alicia dejó de pajearme.
–         ¿Qué? ¿Qué haces? – resoplé – ¡Sigue!
–         ¿Quieres que acabe? – preguntó con voz juguetona – ¿Tu pollita mala quiere correrse?
–         ¡Joder, sí! ¡Coño, Alicia, no te pares por favor!
La emperatriz de las calientapollas atacaba de nuevo.
–         Entonces tienes que hacer algo por mí.
A esas alturas yo no estaba para juegos. Cada vez me parecía mejor idea aparcar en cualquier cuneta y follármela como me viniera en gana. Afortunadamente me contuve.
–         ¿Qué quieres que haga? – gemí.
–         Quiero que esta noche te folles a tu novia y lo grabes. Y luego quiero ver el vídeo. La sesión completa, no sólo una mamada. Y tiene que ser esta noche, en cuanto llegues.
La miré de nuevo, encontrándome con sus ojos, brillantes y decididos. Sabía que estaba jugando conmigo y tirando de mis hilos como le venía en gana pero… ¿qué podía yo hacer?
–         De acuerdo. Lo haré. Lo grabaré todo.
–         Estupendo.
Y volvió a pajearme. Me sentía un poco enfadado, no me gustaba que me manipularan de aquella forma, con lo que mi libido se calmó un poco y me alejé del orgasmo. Entonces se me ocurrió que, ya que estábamos, podía sacar un poquito más.
Como íbamos por la autovía, con una marcha larga metida y no tenía que cambiar, mi mano derecha estaba ociosa, así que decidí darle un buen uso. La planté en el muslo de Alicia y empecé a acariciarla, subiendo cada vez más hasta que pude ver el borde de sus medias.
–         Ábrete de piernas – le dije – Quiero acariciar tu coño.
–         ¿Y si no quiero? – dijo ella juguetona.
–         ¿No dijiste antes que en una situación así te despatarrarías enseguida? A ver, que se vea.
Y lo hizo. No se cortó ni un pelo. Separó sus torneados muslos, mostrándome su empapado coñito por enésima vez. Yo estaba que me moría por catarlo, pero me tuve que conformar con acariciarlo un poco… y pude constatar que estaba mucho más mojado que el de la mujer del cine…
–         UMMMMM – gimió estremecedoramente Ali cuando empecé a acariciar su vagina.
Su mano incrementó el ritmo de la paja, deslizándose a toda velocidad sobre mi enfebrecido falo. Y claro, no pude más. Seguir aguantando era pedirme demasiado. Me corrí a lo bestia, reuniendo en aquel orgasmo toda la excitación acumulada a lo largo del día. Alicia recogió parte del semen con la mano, pero no todo, así que pringué el suelo de mi coche, así como el volante y el salpicadero… hasta la radio se llevó su ración de leche.
–         Joder, sí que ibas cargadito. ¡Cuidado! – gritó Ali.
Coño. Por poco nos salimos de la carretera. Por fortuna recuperé el control, aunque para hacerlo tuve que abandonar el coñito de Ali, cosa que lamenté profundamente. Tras el susto, la joven me regañó por descuidado y percibí que el momento de las caricias había pasado.
Seguimos charlando mientras la llevaba a su casa. Yo había sugerido ir a algún otro sitio, pero me dijo que no, que iba a cenar en casa de los padres de su prometido, así que quería ducharse y cambiarse de ropa. No me extrañaba, esa tarde había sudado mucho.
La llevé al mismo sitio donde la recogí por la mañana y ella se despidió con un beso en la mejilla.
–         No te olvides de tu promesa – me dijo tras bajarse del coche.
–         Claro que no.
Entonces hice la pregunta del millón.
–         ¿Quedamos otro día?
No tardó ni un segundo en contestar.
–         Pues claro. Tienes que darme el vídeo con Tatiana. Mándame un mail el lunes.
–         ¡BIEN! – grité en mi interior.
–         Estupendo – dije tratando de aparentar indiferencia.
–         Y Víctor…
–         Dime.
–         Fóllatela hasta el fondo – me dijo Ali.
Y se largó.
¡Mierda! Esta vez había dicho ella la última palabra.
Y me dispuse a obedecerla.
CAPÍTULO 7: EL CAPRICHO DE ALI:
Conduje hasta mi casa, dándole vueltas a cómo iba a apañármelas para complacer el deseo de Alicia. Además, había dejado bien claro que tenía que ser esa misma noche, no tenía tiempo para preparar nada especial.
¿Sería capaz de convencer a Tatiana de que me dejara grabarnos follando?
Estaba seguro de que la idea no le gustaría, pero sabía que, tratándose de Tati, acabaríamos haciendo lo que yo quisiera.
No me di cuenta de que, en realidad, haríamos lo que Alicia quisiera.
Por fin llegué a mi piso, metí el coche en el garaje y subí a casa. Y, como siempre, Tatiana salió a recibirme entusiasmada en cuando escuchó la llave en la puerta.
–         ¡Hola, cari! – exclamó arrojándose en mis brazos – ¿Cómo te ha ido el día? ¡Te he echado un montonazo de menos!
Tati llevaba puesto el mismo vestido que la noche en que conocí a Alicia, lo que me pareció un buen presagio. Además, que sus tetas se apretaran contra mi pecho contribuyó notablemente a que el plan de Ali me pareciera cada vez mejor idea.
–         Hola guapísima – le respondí besándola con entusiasmo – Vengo reventado. Menuda mierda de día. Había una zorra en la reunión que se ha pasado el día dándome el coñazo. No veas cómo me ha tocado los huevos…
Qué quieres. Tenía el ánimo juguetón.
–         ¿Te preparo algo para picar? El fútbol está a punto de empezar.
¡Coño! Era verdad, sábado de liga. Otra cosa  buena que tenía Tati era que le gustaba el fútbol y, además, era de mi mismo equipo. O eso decía ella. Muchas veces pensé que lo veía sólo para complacerme.
–         Estupendo cari, un par de sándwiches me irían bien. Tráete unas cervezas y yo pongo el partido.
Dándome un besito, Tati salió disparada a la cocina mientras yo iba al dormitorio a ponerme cómodo. Dejé la cazadora en una silla y me puse un pantalón corto y una camiseta. Tatiana había puesto la calefacción, como siempre y hacía incluso calor.
A continuación fui a mi despacho y busqué la cámara digital en un cajón. Maldije en voz baja al comprobar que la batería estaba prácticamente descargada, pero entonces se me ocurrió una idea.

Me llevé la cámara y el cargador al salón y la coloqué encima del mueblecito de la tele, apuntando hacia el sofá. La enchufé a una toma eléctrica y la encendí, comprobando en la pantalla que el encuadre era correcto. Justo cuando acababa, Tatiana entró con un plato con los sándwiches y un par de latas de cerveza.
–         ¿Qué haces con la cámara? – preguntó mientras se sentaba en el sofá.
–         La pongo a cargar. La necesito el lunes en el curro y la batería está muy baja. Mejor hacerlo ahora, no sea que se me olvide y el lunes no la tenga preparada.
–         ¡Ah! Vale.
Y ya está. Tatiana se creía todo lo que yo le decía. Sin dudas, sin preguntas. Si le hubiera dicho que el sol salía por el oeste, se lo habría creído sin dudar. Aunque quizás fuera que simplemente no sabía por dónde sale el sol…
Me dejé caer en el sofá a su lado, encendiendo la tele y el canal plus para ver el partido. Tati me dio el plato con los sándwiches y me abrió la lata de cerveza. Después abrió la suya y se repegó contra mí como siempre hacía cuando veíamos la tele. Algunas veces me agobiaba al hacerlo, pero esa noche, con lo caliente que iba, agradecí mucho el contacto de su cálido cuerpecito.
Empecé a comer y a beberme la cerveza mientras emitían la previa del partido, aunque yo no prestaba mucha atención a la tele, rememorando los sucesos del día. Empecé a fantasear también en cómo iba a follarme a Tatiana a continuación, excitándome al pensar en que Alicia disfrutaría también con la sesión de sexo que se avecinaba.
Y claro, mi amiguito empezó a despertar.
–         Ji, ji, Víctor… ¿debo empezar a preocuparme? – me preguntó Tati con voz juguetona – ¿Es que ahora te excitas mirando a los futbolistas?
Tenía razón. En el pantalón corto se apreciaba un enorme bulto delator.
–         Pues claro. ¿No has visto lo buenísimos que están?- respondí en el mismo tono – Y además tiene un montón de pasta…
–         ¿En serio? ¿Y les dejarías tu culito a cambio de dinero?
–         No. ¡Les dejaría el tuyo! – exclamé dándole un buen pellizco en una nalga a mi novia.
–         ¡Ay! ¡Cabrito! – gritó ella sorprendida – ¡Quieto!
Al saltar sobre el sofá, Tati agitó la lata de cerveza, con el resultado de que me manchó la camiseta y el pantalón.
–         ¡Dios mío! ¡Perdona! – exclamó mi novia sobresaltada.
–         Tranqui, cariño, no pasa nada. Ha sido culpa mía.
Pero ella no se tranquilizó. Como siempre que metía la pata, se agobió muchísimo y empezó a tratar de secar la mancha con una servilleta, frotándola frenéticamente. Y a mí no me molestaba que lo hiciera, sobre todo porque estaba dándome unos refregones sobre el bulto del pantalón de aquí te espero. Y todo se estaba grabando en la cámara…
–         Espera, cari… Por ahí mejor… – dije cuando apartó su mano de mi entrepierna y se dedicó a la camiseta.
Y para otras cosas sería un poco espesita, pero para aquello…
–         ¿Por aquí? – dijo juguetona volviendo a frotar mi erección.
–         Umm – gruñí por toda respuesta.
Agarré su mano y la empujé hasta que sus dedos se deslizaron por la cinturilla del pantalón. Tati, muy hacendosa, no tardó ni un segundo en agarrar mi polla dentro del short y apretarla deliciosamente. Un gemido de placer escapó de mis labios al sentir el intenso frío de su piel sobre la mía. Tenía la mano helada, probablemente por sostener la lata de cerveza.
–         ¿Al señor le apetece una pajita? – canturreó empezando a pajearme lentamente.
–         No – respondí – Simplemente quédate así.
Y así nos quedamos, sentados muy juntitos en el sofá, con su mano dentro de mi pantalón aferrando mi instrumento, mientras yo daba buena cuenta del segundo bocadillo y me tomaba tranquilamente mi cerveza. En la tele, el árbitro dio comienzo al partido.
En cuanto acabé de comer, mi ánimo estaba más que juguetón, así que decidí divertirme un poco con Tati antes de follármela. Como el que no quiere la cosa, planté una mano en su rotundo trasero por encima del vestido y le apreté la nalga con ganas. Me encantaba estrujar el culazo de mi novia.
Ali gimió, pero no protestó en absoluto, aunque la verdad es que le estaba apretando el culo con bastante fuerza. Además, siguió empuñando mi hierro con soltura, logrando que permaneciera completamente enhiesto, a pesar de no estar moviendo la mano ni un milímetro.
Segundos después, mi mano se colaba bajo su vestido y volvía  a estrujar la nalga desnuda, haciéndola gimotear de nuevo. Yo estaba cada vez más verraco, así que levanté un poco el culo del sofá y me bajé los pantalones hasta los tobillos, dejando expuesto mi erecto falo empuñado por la manita de mi novia.
–         Chúpamela, nena – le susurré al oído a Tatiana.
La joven, sin hacerse de rogar en absoluto, se colocó de rodillas sobre el sofá y, en menos que canta un gallo, la tenía lamiéndome la polla con todo su arte. Como siempre empezó por la base, pero esa noche tenía ganas de marcha, así que acabó por engullirla enseguida.
Mientras tanto, yo había recogido la falda del vestido en su cintura, dejando a la vista sus excelsas nalgas y mi inquieta mano se había colado dentro de sus braguitas, buscando su coño desde atrás. Cuando hundí un par de dedos en su rajita, Tati dio un suspiro tan enorme con mi polla entre sus labios, que casi logra que me corra.
Con habilidad, sabiendo lo que más le gustaba, procedí a masturbarla lujuriosamente, marcando el ritmo que sabía más encendía a mi chica, pulsando en los lugares donde más placer experimentaba. Se corrió como una burra.
–         Ummm, umfff, gagg – gorgoteaba la dulce joven, con mi polla enterrada hasta las amígdalas.
Como parecía estar a punto de ahogarse, la obligué a sacarse mi rabo de la boca y seguí estimulándole el clítoris, para que disfrutara bien a gusto de su orgasmo. Sin embargo, me extrañaba que hubiera tardado tan poco en correrse.
–         Tú te has estado tocando antes de que yo llegara, ¿verdad guarrilla?
Sujeté su rostro por la barbilla e hice que me mirara a los ojos. Ella, por toda respuesta, hizo un delicioso mohín y me sacó la lengua. Era super excitante.
–         Serás zorrilla. Anda y sigue chupando – dije riendo.
Y ella, como siempre, obedeció.
En el salón sólo resonaban los chupetones que mi novia le estaba propinando a mi rabo, pues había puesto la tele en silencio para disfrutar a placer de esos sonidos. Me encanta cómo suena una buena mamada. Sobre todo si me la están haciendo a mí.
Pero esta vez yo no quería acabarle en la boca a Tatiana.
–         Tati, para, por favor – gimoteé – Arrodíllate delante de mí.
Lo hizo con presteza. Se bajó del sofá y se situó entre mis muslos, deseosa de continuar chupando.
–         No, cari, de espaldas. Apóyate en la mesa, quiero metértela ya.
Obediente, Tati se las apañó para darse la vuelta delante de mí, apoyando las manos en una mesita baja que teníamos entre el sofá y la tele.
Volví a subirle el vestido hasta la cintura, descubriendo de nuevo su espectacular trasero. Sin detenerme un segundo, le bajé las bragas y, sin poder contenerme, aferré con fuerza sus nalgas, una con cada mano y las separé con cierta violencia, permitiéndome deleitarme con un exquisito primer plano del culito cerrado de mi novia y de su hinchado y excitado coñito…
–         Tati, ¿puedo metértela por el culo? Hace tiempo que no lo hacemos y tengo ganas…
Ella se volvió hacia mí, con una expresión un tanto triste. Se veía que no le apetecía mucho que la sodomizara.
–         Víctor, porfi, esta noche no… Se acabó la vaselina y no hemos comprado más. No me apetece…
Si hubiera insistido, me habría salido con la mía. Incluso habría hecho que Tati fuera a la cocina en busca de mantequilla o de un yogurt para usarlo de lubricante, pero me sentía muy contento con ella y quería que disfrutase al máximo, quizás sintiéndome un poco culpable por mi historia con Alicia.
–         Vale, nena… Si tú no quieres, no hay más que hablar.
La luminosa sonrisa que Tatiana me dedicó me conmovió de verdad.
Pero eso no iba a impedirme follármela.
No tuve ni que bajarme del sofá, me bastó con sentarme al borde y atraer un poco a Tati hacia mí. Como la mesa en que se apoyaba era muy baja, su culo quedaba perfectamente en pompa y su coñito bien expuesto y preparado para ser usado.
Y yo lo hice. Con habilidad, se la metí desde atrás de un solo viaje, haciéndola gemir de una manera tan erótica que hasta las paredes del salón se estremecieron.
En cuanto la tuve metida en caliente, empecé a mover el culo muy despacio, hundiéndome en Tatiana una y otra vez, ensanchando su coñito, adaptándolo progresivamente al volumen del intruso que la penetraba una y otra vez. Y ella disfrutó hasta el último segundo del proceso.
Poco después, mi vientre aplaudía alegremente contra el trasero de Tatiana, mientras la follaba con infinito placer. Ella se sujetaba sobre la mesa como podía, con la cara escondida entre los brazos, recibiendo mis pollazos y disfrutando de todos ellos.
Tati se corrió nuevamente, poniéndose a aullar como loca. Yo, que estaba un poco incómodo por estar sentado al borde del sofá, decidí cambiar de postura y, agarrándola por la cintura y sin sacársela del coño, me eché hacia atrás levantándola al mismo tiempo. Tati, comprendiendo lo que yo pretendía, colaboró apoyando los pies en el suelo e incorporándose, dejándose caer a continuación sobre mí, completamente empalada en mi polla.
–         Muévete, nena – le susurré al oído mientras Tatiana empezaba a cabalgar lánguidamente sobre mi estaca.
En poco segundos el frenesí volvió a apoderarse de ella y empezó a botar desbocada en mi hombría, metiéndosela una y otra vez hasta el fondo. Yo llevé mis manos hacia delante y, de un tirón, hice saltar todos los botones de la pechera de su vestido, dejando sus melones al aire.
Aferré el sostén por el punto de unión de las copas y tiré hacia arriba, liberando sus tetazas de su encierro, de forma que empezaron a brincar descontroladamente al ritmo de la cabalgada. Yo me apoderé de ellas con las manos, estrujándolas a placer, tironeando y pellizcando sus pezones, mientras su dueña jadeaba y gemía sin dejar de cabalgarme.
–         Joder, Tati – gimoteé – No puedo más. Voy a correrme.
–         Espera, cari, espera, que casi estoy. Hagámoslo a la vez. A la vez amor míooooo.
Y nos corrimos al unísono. Pude sentir perfectamente cómo mi semen se desparramaba en su interior, llenándola hasta arriba. Sus cálidos flujos parecieron brotar como de un surtidor, empapándome el pecho y la entrepierna. Su corazón, cuyos latidos podía sentir, pues seguía aferrado a sus tetas, amenazaba con estallar. Y yo me sentía más o menos igual.
Derrengada, Tati se dejó caer de costado sobre el sofá, desenfundando mi rezumante polla, brillante por la mezcla de fluidos que la empapaba.
–         Mira, cariño – dijo Tatiana jadeando – hemos marcado.
Era verdad. El marcador del partido iba 1 a 0.
 
TALIBOS
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