Comprenderéis que esa noche durmiese fatal. En mi cerebro se acumulaban las dudas y los reproches. Por una parte, el comportamiento de Susana me desconcertaba pero lo que me resultaba más duro era el hecho de que fuera la novia de mi amigo. Aun sabiendo que no podía ir y contarle sin más, lo que había pasado, no podía dejar de torturarme el hecho de que de alguna extraña forma, había sido coparticipe de la lujuria de su pareja. Sin haberla tocado o alentado, no podía negar que había colaborado en su obsesión.

Si de por sí, al levantarme tenía mi mente hecha un lío, mi compañera  incrementó mi turbación mientras desayunábamos porque con una alegría desbordante, me informó que esa noche iba a alquilar otra cinta.

― No creo que pueda―  respondí: ― He quedado con María.

Poniendo cara de disgusto, me preguntó porque estaba enfadado con ella. Desconociendo por qué me hacía esa pregunta, contesté que no lo estaba.

― Y entonces, ¿Me vas a dejar sola?―  insistió.

Viendo por donde iba, le dije que llamara a su novio. Fue en aquel tiempo cuando casi llorando, me dijo con voz temblorosa:

― ¡Él nunca lo comprendería!

― ¡Inténtalo!―  respondí saliendo rumbo a la universidad sin darle tiempo ni de que me contestara ni de que me pidiera que le acercara a la suya.

Estaba cogiendo la puerta, cuando Susana se interpuso y a moco tendido, me rogó que no la dejara así. Al preguntarle a que se refería, me contestó:

― Siento que te he fallado.

― No lo has hecho, preciosa―  dije tratando de consolarla.

Sé que es difícil de creer pero entonces, apoyando sus manos en la pared, me dijo:

― Necesito saber que me perdonas―  y poniendo su culo en pompa, me pidió que le diera otro azote.

Os juro que me quedé paralizado y al ver que no se apartaba, comprendí que no lo haría hasta recibir una nalgada. Temiendo un escándalo, se la di tras lo cual salí huyendo de allí. Ya en el coche, me arrepentí de ser tan cobarde y decidí que al volver a casa hablaría con ella y dejaría las cosas claras. Lo que no supe fue que los sucesos se acelerarían a un ritmo brutal y que mi vida cambiaría en las siguientes horas cogiendo un curso al cual nada me había preparado.

Durante toda la mañana, me debatí entre mi amistad con Manel, mi noviazgo con María y la innegable atracción que sentía por Susana. Aunque me molestaba la fijación de esa belleza con la sumisión, supe que o le ponía una solución más o menos traumática o terminaría cayendo entre sus brazos.

Tratando de entender mejor a Susana, no fui a clase y me sumergí en la biblioteca, en busca de una explicación a su cambio de comportamiento. Tras una hora buceando en los componentes psicológicos de la dominación― sumisión, me quedó claro que ese tipo de sexualidad esconde un intercambio de poder en una pareja.

― Joder, ¡no somos pareja!―  exclamé todavía más confundido, rompiendo el silencio del lugar.

Pero analizando nuestra relación, me di cuenta que durante los últimos meses Susana y yo habíamos sido un matrimonio exceptuando la cama. Respetándonos uno al otro habíamos cambiado para acomodar nuestra forma de vivir para facilitar nuestra convivencia y que producto de ello, había crecido entre nosotros un respeto mutuo indiscutible.

Pero fue al coger un manual de sexualidad básica cuando comprendí la fijación de Susana por mí. Con la base de un cariño asexuado, al ver las películas, ella sintió que compartía conmigo las emociones que esos filmes le provocaron y sintió que se había producido un intercambio de poder tácito entre nosotros.

« ¡Se siente mi sumisa!», sentencié al comprender el alcance de sus sentimientos. Aterrorizado, repasé esa mañana y comprendí que desde ese punto de vista, cuando le dije que intentara que su novio la comprendiera, le había dado una orden que no podría evitar cumplir.

« ¡Va a confesarle a Manel lo ocurrido!», pensé. Justo en el momento que, como si cayera un velo, todo me quedó claro, sonó mi móvil y leí en su pantalla que mi amigo me llamaba. Estuve a punto de no contestar pero sabiendo que de nada me serviría postergarlo, descolgué. Completamente desencajado, Manel preguntó dónde estaba:

― Estoy en la biblioteca.

― Voy para allá―  me dijo.

Como temía la probable gresca, le dije que mejor nos viéramos en la cafetería. El chaval estuvo de acuerdo y quedamos en diez minutos. Diez minutos que tardé en llegar hasta allí y durante los cuales, traté de buscar una disculpa a mi comportamiento.

« Joder, ¡Si no tengo culpa de nada!», dije sabiéndome inocente. Ese convencimiento no serviría nada ante un novio celoso y por eso, admito que cuando le vi sentado con cara de desesperación, me puse a la defensiva e hice como si no estuviera al tanto del problema.

― ¡Susana está loca!―  susurró en cuanto me senté.

 Que no alzara la voz, me tranquilizó y más seguro, pregunté por qué lo decía.

― ¡No te vas a creer lo que me ha dicho!―  soltó hundido.

Que no me echara en cara el tema, me confirmó que fuera lo que fuese lo que su novia le había contado, no me había delatado. Ya relajado, le pedí que se explicase.

― ¡Me ha confesado que desde niña sueña con ser sumisa!

― ¡No jodas!―  me hice el sorprendido: ― ¿En verdad te ha dicho eso?

Casi llorando, me respondió:

― Sí pero eso no es lo peor. Esa puta me ha reconocido que aunque todavía no me ha puesto los cuernos, tiene un maestro que la está aleccionando y que le ha ordenado que me cuente lo que siente para que él luego decida si me hace cómplice en esa locura.

Sus palabras confirmaron mis peores augurios. Mi compañera de piso había malinterpretado mis palabras y había entendido que para dar el siguiente paso, teníamos que contar con la aprobación de su novio. Manel al ver mi cara de sorpresa, me preguntó:

― ¿Tienes idea de quién puede ser ese hijo de puta?

― No―  mentí y tratando de desviar su atención de mí, le dije: ― Te puedo asegurar que sea quien sea por la casa no ha pasado. ¡Me hubiese enterado!

Llorando como un crío, me contestó:

― Debe haberlo encontrado por internet.

Siendo consciente del lío en el que me había metido, le pregunté que le había contestado:

― ¡Por supuesto me negué!―

― ¿Y Susana como se tomó ese rechazo?―  pregunté sabiendo que esa respuesta era vital.

Con los ojos impregnados de furia, contestó:

― Con absoluta frialdad. Solo me confesó que ya le había dicho a su amo que no aceptaría y con las mismas, ¡Me mandó a la mierda!

Saber que mi compañera había cortado con su novio por no haber entendido mi comentario, me hundió en la miseria y mientras Manel pegaba golpes con su puño en la mesa, traté de asimilar esa confidencia.

« No solo lo ha mandado a volar sino que se ha referido a mí como su amo», pensé buscando una salida pero fui incapaz de encontrar otra que no fuera hablar de frente con esa chavala. Por eso, después de conseguir que mi amigo se calmara, le monté en un autobús y llamé a Susana. Nada más descolgar, le pregunté dónde estaba. La muchacha  respondió extrañada:

― ¿Dónde voy a estar? ¡En la casa de usted! ¡Amo!

Reconozco que me dejó aterrorizado y tratando de mantener algo de cordura, le ordené que me esperase y que no se moviera. Tras lo cual salí del campus y cogiendo el coche, fui a nuestro piso. El tráfico esa mañana era intenso, de forma que tardé media hora en llegar. En el camino, intenté clarificar mis ideas, llegando incluso a prepararme un discurso donde le ofrecía mi ayuda para llevarla ante un profesional que le sacara esas ideas. Pero todo mi preparación se fue al carajo cuando al entrar por la puerta, me la encontré desnuda postrada al lado del teléfono.

Al verla allí tirada, caí en que esa postura era culpa mía porque cuando hablé con ella por el móvil, ¡Le había ordenado que no se moviera! Dejándome caer sobre el sofá, me quedé horrorizado  al descubrir hasta donde llegaba la dependencia de esa rubia por mí y mientras decidía el que hacer, Susana se acercó y apoyó su cabeza contra mis muslos, diciendo:

― Amo, he hecho todo lo que me ordenó. ¿Soy una buena aprendiz?

Su tono suave me enterneció y acariciando su melena con mis dedos, cerré los ojos deseando dar marcha atrás en el tiempo y que nunca Manel hubiese traído esa película. Llevaba unos cinco minutos pensando que cojones hacer cuando de una forma paulatina me fue invadiendo una sensación de bienestar al tener a esa mujer pegada a mis pies. En cuanto me di cuenta de que me agradaba el tenerla así y aunque me seguía desagradando la idea de ser su dueño, os reconozco que me empezaron a entrar dudas:

« ¿Será posible que me guste esto?… Si me enfrento con ella… ¿La haré daño?…Si me dejo llevar… ¿No se cansará de mí?».

Sin darme cuenta muchas de mis incertidumbres tenían más que ver con mi convencimiento de que Susana era demasiado buena para mí que con el origen de su atracción. Lo cierto es que girando la cabeza empecé a observarla. Se la veía preciosa con su pelo tapando su cara y sus pechos pegados a mis piernas.

La rubia al sentir que la miraba, levantó su cara y me devolvió la mirada sonriendo mientras me decía con voz melosa:

― ¡Quiero ser suya!

Ante mi falta de respuesta, Susana frunció la nariz como quejándose y pasando su mano por la bragueta de mi pantalón, se quejó diciendo:

― ¡He sido buena!

Aunque sabía que debía haberla rechazado, os tengo que confesar que para aquel entonces, mi corazón bombeaba a toda velocidad. Impotente ante sus maniobras, me quedé paralizado mientras frotando su cuerpo contra el mío, mi compañera de piso se sentaba encima de mis rodillas.

― ¡Deseo complacerle!―  exclamó con sus pechos a escasos centímetros de mi boca y antes que pudiera hacer algo por evitarlo, sopesando sus pechos los puso a la altura de mis ojos.

Aunque los había visto de reojo, tengo que admitir que de tan cerca eran aún más maravillosos. Grandes y de un color rosado claro, estaban claramente excitados cuando forzando mi entrega, esa mujer rozó con ellos mis labios sin dejar de ronronear. Reteniendo las ganas de abrir mi boca y con los dientes apoderarme de sus aureolas, seguí quieto como si esa demostración no fuera conmigo. Mi ausencia de reacción lejos de molestarle, fue incrementando poco a poco su calentura y golpeando mi cara con sus pechos, empezó a gemir.

― Su sumisa está bruta―  maulló en mi oreja.

Como os imaginareis, mi pene había salido de su letargo y comprimiéndome el pantalón, me imploraba que cogiera a esa belleza y me la follara de una puta vez pero, tal y como sabéis, mi mente todavía seguía reteniendo a mis hormonas y por eso, permanecí inmóvil. No me cupo duda de que Susana estaba disfrutando porque imprimiendo a sus caderas un suave movimiento, empezó a frotar su sexo contra mi entrepierna.

Lenta pero segura, incrustó mi miembro entre los pliegues de su vulva y obviando mi supuesto desinterés comenzó a masturbarse rozando su clítoris contra mi verga aún oculta.

― ¡Dedicaré mi vida a servirle!―  me dijo mientras con sus dientes mordisqueaba mi oído ― ¡Usted es todo para mí!―

Para entonces, su pelvis se movía arriba y abajo a una velocidad pasmosa y los débiles gemidos se fueron convirtiendo en aullidos de pasión. Me costó soportar esa tortura y aunque todo mi cuerpo me pedía tomarla, me mantuve impertérrito mientras observaba como se corría.

― ¡No me castigue más! ¡Necesito ser su puta!―  gritó al sentir que, convulsionando sobre mis muslos, su sexo vibraba  dejando salir su placer.

Comprendí que creía que era otra prueba a la que le estaba sometiendo su maestro y aunque resulte raro, me encantó sentir ese poder mientras ella chillaba de gozo empapando con su flujo todo mi pantalón. Durante un minuto que me pareció eterno, la chavala siguió frotando su pubis contra mí hasta que dejándose caer sobre mi pecho se quedó tranquila. En ese momento mi mente era un auténtico torbellino, por una parte estaba excitado por el alcance de mi autoridad sobre ella pero por otra estaba contrariado pensando que estaba abusando de esa princesa.

Fue entonces cuando Susana me soltó:

― Soy una mala sumisa, me he corrido sin que mi amo haya disfrutado.

Comprendí sus palabras, se arrodilló frente a mí y poniendo cara de zorrón, llevó su mano a mi pantalón y desabrochándolo, me lo bajó hasta los pies.

― ¡No volveré a correrme sin su permiso! ¡Se lo juro!―  exclamó en voz baja al librar a mi pene de su cárcel.

Al oírla, supe que si no la detenía no habría marcha pero, como comprenderéis y de seguro perdonaréis, no hice ningún intento por pararla cuando acercando su cara a mi miembro, sacó su lengua y se puso a recorrer con ella los bordes de mi glande.  Dejándome llevar, separé mis rodillas y acomodándome en el sofá, la dejé hacer. La muchacha al advertir que no ponía ninguna pega a sus maniobras, me miró sonriendo y besando mi pene, me empezó a masturbar. Quise protestar cuando usó sus manos en vez de sus labios pero entonces ella incrementó la velocidad de su paja. Admito que para entonces me daba igual, necesitaba descargar mi excitación  y más cuando sin dejar de frotar mi miembro, me dijo:

― Amo, ¡Seré suya sin pedirle nada a cambio!

Su promesa me intranquilizó porque de seguro tendría consecuencias. En ese instante Susana llevó la mano que le sobraba entre sus piernas y cogiendo su clítoris entre sus dedos, lo empezó a magrear con fiereza. Os juro que no sé cómo no me corrí al ver a esa rubia postrada ante mí mientras alegremente nos masturbaba a ambos.

Era tanta la calentura acumulada por ella que no tardé en observar que estaba concentrada en evitar el alcanzar un segundo clímax sin necesidad de que yo interviniera. Pero al contrario que la vez anterior, en esta ocasión al comprobar que era inevitable, me pidió permiso para correrse. Al terminar de sentir su placer, se concentró en el mío, acelerando aún más la velocidad de sus dedos.

Poseída por la necesidad de servirme, me gritó:

― ¡Amo! ¡Deme de beber!

Supe así que esa mujer iba a disfrutar con mi eyaculación. Aceptando pero sobre todo deseando mi destino, cerré mis ojos para concentrarme en lo que estaba mi cuerpo experimentando. El cúmulo de sensaciones que llevaba acumuladas hizo que la espera fuese corta y cuando ya creía que no iba a aguantar más, le dije:

― Bébetelo todo ¡Puta!

Mi compañera recibió mi orden con alborozo y metiendo mi pene en su boca, buscó mi placer con más ahínco. Cuando consiguió que explotara y descargara mi semen pegó un grito de alegría para acto seguido disfrutar de cada explosión y de cada gota que salió de mi miembro  hasta que relamiéndose de gusto, dejó mi polla inmaculada sin resto de semen.

Aunque suene raro, cuando al terminar le felicité por su maestría, mi ya sumisa, con su cuerpo estremecido por el placer, se corrió nuevamente. Ese tercer orgasmo fue tan brutal que incluso me temí que estuviera actuando. Pero al convencerme de que era real disfruté por que pocas cosas se pueden comparar a que la mujer de tus sueños se corra, berreando como una cierva en celo, a tus pies mientras tú eres testigo mudo desde el sofá.

Satisfecho esperé pacientemente a que se tranquilizara, tras lo cual cogiéndola entre mis brazos, la llevé hasta mi cama y suavemente la deposité sobre mis sábanas. Susana abriendo los ojos me miró con una sonrisa en los labios y me dijo:

― ¿He sido buena?

― Sí, preciosa.

Rápidamente me desnudé ante su atenta mirada. Al tumbarme a su lado, ya sabía que si quería que esa mujer disfrutara, tenía que ser rudo y por eso directamente le pellizqué un pezón. Jadeó sorprendida, pero cogiendo mi otra mano se la llevó al pecho libre, para que repitiera la operación. Esta vez, como si estuviera sintonizando una radio, retorcí suavemente sus pezones, escuchando sus primeros gemidos de placer.

― ¿Te gusta?

Tenía a mi disposición el cuerpo que me había subyugado desde que la conocí y no quería desaprovechar la oportunidad de disfrutar de él. Por eso, fui besando y mordiendo su cuello con lentitud. La increíble belleza de sus pechos que me habían vuelto loco, se me antojó aún más codiciada al percatarme que sus pezones esperaban erectos mis mimos. Acercando mi lengua a ellos, jugué con los bordes de su aureola antes de introducírmela en la boca. Satisfecho, escuché a mi sumisa suspirar cuando sin importarme que fuera moral o no, mamé de sus tesoros. Susana supo que tenía que permanecer inmóvil.

No contento con ello, fui bajando por su cuerpo sin dejar de pellizcar sus pezones. La mujer al sentir que me aproximaba a su sexo, abrió sus piernas. Verla tan dispuesta, me maravilló y dejando un rastro húmedo, mi boca se entretuvo en la antesala de su pubis, mientras ella no dejaba de suspirar. Mi pene ya se encontraba a la máxima extensión cuando probé por vez primera su flujo directamente de su sexo. No me había apoderado de su clítoris cuando de su interior brotó un río ardiente de deseo.

Llorando me informó que no podía más y que necesitaba ser tomada. Sonreí al oírla y haciendo caso omiso a sus ruegos, me dedique a mordisquear su botón mientras mis dedos se introducían en su vulva. Como si hubiese dado el banderazo de salida, el cuerpo de Susana empezó a convulsionar, convencido que de esa primera noche iba a depender que esa mujer se rindiera totalmente a mí, busqué su placer con mi lengua y bebiendo su lujuria prologué su clímax mientras ella se retorcía entre mis brazos.

― Amo, ¡Me estoy corriendo!―  sollozó al comprobar que no le había dado permiso para hacerlo.

Sé que en ese momento, un dominante experto debía de haberla castigado pero yo solo era un aprendiz y por eso durante un cuarto de hora, no solté mi presa. Llevándola de un orgasmo a otro sin descansar, mi compañera se  deshizo de todos sus tabúes y disfrutando de su sumisión, cayó rendida a mis pies. Satisfecho me incorporé y pasando mi mano por su trasero, le di un azote mientras le ordenaba ponerse a cuatro patas.

Incapaz de desobedecerme se arrodilló poniendo su cara sobre la almohada. Sin pedirle permiso, separé sus nalgas para descubrir un esfínter rosado. Al comprender que todavía era virgen, tomé nota pero decidí que tendría tiempo de tomarlo en un futuro y por eso, acerqué mi glande hasta su otra entrada. Susana tembló al sentir la cabeza de mi pene jugando con los pliegues de su sexo y pegando un grito, me pidió que la hiciera mía.

No me hicieron falta preparativos, llevaba un día excitado por lo que al descubrir la humedad de su sexo, sin contemplaciones, la penetré. Gritó sintiéndose llena, sus uñas se clavaron en las sábana y moviendo sus caderas, me rogó que no parara. Haciéndola caso, marqué el ritmo de mis penetraciones con azotes. Susana perdiendo cualquier tipo de decoro, convirtió sus gritos en estremecedores aullidos al sentir mi pene apoderándose de su interior mientras sus nalgas recibían esas rudas caricias. Fue alucinante, a cada palmada en su trasero por mi parte, esa mujer respondía con un chillido, de manera que parecía que estaba matándola.

― ¿Te gusta verdad, putita?―  le dije acelerando el compás de mis azotes. Mi decisión provocó su clímax y totalmente descompuesta, convirtió sus caderas en una batidora del sexo. Meneando su culo, no dejó de bramar como una perra mientras de su cueva un torrente de flujo caía por sus piernas.

― ¡Dios mío!―  la oí proferir cuando buscando un punto de apoyo, me agarré a los dos enormes melones que la naturaleza le había dado.

Ese nuevo punto de apoyo, permitió que mis incursiones fueran más profundas y con mis huevos rebotando en su sexo, me lancé a un desenfrenado galope. Susana, convertida en mi montura, convulsionaba cada vez que sentía a mi glande chocar contra la pared de su vagina. Fue entonces, cuando al sentir que estaba a punto de explotar, le mordí el cuello.

Es difícil de expresar su reacción, sollozando, gritó que nunca la dejara de follar así. Su absoluta sumisión fue la gota que le faltaba a mi pene para reventar y esta vez, fui yo quien rugió de placer sentir que regaba con mi simiente su interior.  Ella al advertir mi orgasmo, se desplomó sobre el colchón mientras todo su cuerpo no dejaba de agitarse con los últimos estertores de placer.

Echándome a un lado, la miré mientras recuperaba la respiración. Increíblemente mi compañera, esa rubia espectacular con grandes pechos,  siguió sacudiéndose y gimiendo durante unos minutos presa de una extraña posesión. Ya empezaba a estar preocupado cuando abriendo sus ojos, Ann me sonrió y acercándose a mí, me abrazó, diciendo:

― Amo, ¿Cómo podría agradecerle el placer que me ha dado?

Sus palabras me hicieron sonreír al comprender que siendo un novato, había conseguido que esa aprendiz de sumisa disfrutara como nunca al ser poseída por mí. Estaba pensando en cómo aprovechar su oferta mientras le acariciaba su adolorido culito cuando nos sobresaltó el sonido de mi móvil.

― Es María―  le informé.

Al ver su gesto, supe que no le hizo gracia la interrupción de mi novia pero  sin quejarse, se levantó para dejarme hablar a solas con ella. Al otro lado del teléfono y ajena a que acababa de ponerles los cuernos, me pidió que la invitara a comer. Aunque normalmente venía a casa, consideré más prudente el hacerlo ese día en un restaurante.

Por eso, quedé con ella en un Gino´s que hay cerca de donde ella vive. Al colgar fui a ver a Susana para explicarle que me iba. La rubia, bastante enfadada, me escuchó en silencio. Tras lo cual, mirando al suelo, me contestó:

― Amo, no tiene que darme explicaciones.

Su respuesta me dejó destanteado y sintiendo que también le estaba siendo infiel a  ella, me puse a vestir.

« Joder, ¡Soy un pésimo amo!», pensé al darme cuenta que me preocupaban sus sentimientos.

Ya listo, cuando me fui a despedir de ella, Susana me preguntó:

― Necesito salir a comprar. ¿Puedo?

Nuevamente, sus palabras me sorprendieron porque no estaba habituado a ese contrato tácito por el cual esa rubia se había auto impuesto servirme y dando por sentado que tendría que hablar con ella `para establecer los límites de nuestro acuerdo, le di mi aprobación. Pegando un grito de alegría, me besó diciendo:

― Amo, ¡No se arrepentirá!―  y entornando sus ojos, susurró en mi oído: ― Estoy deseando que llegue ya a casa.

Os juro que esa frase me puso los pelos de punta porque  no me pasó inadvertido el hecho que escondía un significado oculto. Di por sentado que al volver me encontraría con una sorpresa y por eso bastante preocupado fui a ver a mi novia.

En el restaurante  con María.

 Nada más verla supe que estaba al tanto de que Manel y mi compañera de piso habían cortado porque se la veía contrariada. Temiendo que al contrario de mi amigo, se imaginara que era yo el tipo con el que esa rubia fantaseaba, me senté en su mesa.

― ¿Cómo está Susana?―  preguntó.

Más tranquilo porque no me echara nada en cara y preguntara por el estado de esa mujer,  me tomé mi tiempo en responder. No quería darle más datos de los necesarios para no descubrirme.

― No lo sé. No he tenido tiempo de hablar con ella―  contesté mintiendo a medias porque aunque sabía a  la perfección los motivos por lo que habían cortado, realmente no había charlado con ella: ¡Solo me la había follado!

― ¿No te parece increíble? ¡Pobre Manel!

Sondeando que sabía, me enteré que estaba al tanto de todo por lo que no me quedó más remedio que intentar disculpar a Susana diciendo:

― Fíjate que no estoy seguro de que sea cierto. Quizás se lo haya inventado para así tener una excusa para cortar con él. ¡Tú la conoces! ¿La ves cómo sumisa?

Mi peregrina respuesta sentó las bases de su duda pero sin dar su brazo a torcer, me contestó:

― ¡No lo sé! ¡Recuerda como le gustó esa mierda de película!

Cómo el bocazas que soy, respondí:

― Y a mí, pero eso no significa que me guste que me azoten.

Fue al ver en su rostro una mezcla de espanto y de curiosidad, comprendí que le había abierto en cierta medida los ojos porque apartando su mano de la mía, me preguntó:

― ¿Y azotar? ¿Te gusta azotar?

Soltando una carcajada, negué el tener esas inclinaciones pero aunque se rio conmigo, supe que no la había convencido. Por eso cambié de tema, preguntándole como le había ido en clase. María, agradeció el cambio de tercio y me contó que  una de sus profesores había puesto un examen para el día siguiente.

― ¡Qué putada!―  solté satisfecho sin caer en que estaba contento porque tendría que irse a estudiar.

El resto de la comida transcurrió sin que ninguno de los dos volviera a mencionar ni a Manel ni a Susana pero su recuerdo seguía presente al menos en mí porque me lo pasé contrastando a ambas mujeres. María siendo mona, no tenía nada que hacer frente a mi compañera de piso. Si a mi novia como hombre le daba un siete raspado, la rubia era merecedora de una mención de honor.

« Le da mil vueltas», me dije mientras las comparaba.

Los pequeños pechos de mi pareja quedaban en ridículo frente a las ubres con la que estaba dotada mi sumisa y ¡Que decir de sus culos! Mientras María lo tenía algo caído, el de Susana era el sumun de la perfección. Grande, duro y levantado, cualquiera que lo viera con independencia de su sexo, tendría que reconocer y alabar sus exquisitas formas.

Poco a poco, sin percatarme, mi novia fue quedando en segundo plano y la presencia de mi compañera de piso fue tomando su lugar. Por eso cuando ya en el postre, María me pidió que de confirmarse que lo de Susana fuera cierto, debía de echarla de la casa, me negué poniendo como excusa que necesitaba el dinero que aportaba del alquiler.

Cabreada, me amenazó diciendo:

― ¿A quién eliges a ella o a mí?

Ni siquiera lo pensé.

― A ella.

La reacción de la que hasta ese momento era mi pareja no se hizo esperar y dándome un tortazo, me llamó pervertido y gritando de viva voz, informó a todo el restaurante de que era un cerdo. Reconozco que no me importó y cuando me dejó solo, me pedí otro café quedándome sentado mientras todos los presentes me miraban de reojo.

Rumiando lo sucedido, supe que en cuanto se enterara Susana de que yo también había cortado, lo vería como una victoria y de alguna manera, eso haría que perdiera parte de la autoridad que me había dado por lo que tomé una resolución.

¡Debía usar esa rotura en mi favor!

El problema era saber cómo.

Vuelvo a casa.

Al salir del restaurante, me fui a dar una vuelta por el Retiro. Necesitaba aclararme las ideas y tomar una serie de decisiones que serían cruciales en mi futuro. En primer lugar, tenía que sentarme con Susana y clarificar con ella en qué consistiría nuestro acuerdo porque aunque seguía sin hacerme ninguna gracia su fijación con servirme, tenía que reconocer que no me apetecía perderla a ella también. Por otra parte, es el comportamiento de ella respecto a terceros ya que sería un escándalo que mostrara abiertamente su carácter sumiso ante los demás y en tercer lugar y no por ello, menos importante, era vital poner límites. Si deseaba que además de mi sumisa fuera mi compañera, esa mujer tenía que volver a tener capacidad de actuar y no depender de mi permiso para todo.

Durante horas deambulé sin rumbo fijo por ese parque. De un lado a otro caminando por sus caminos, fui acomodando mis pensamientos hasta que el atardecer me hizo volver a mi apartamento. Sin otra relación que la que mantenía con mi compañera de piso, abrí la puerta interesado en descubrir que era lo que había comprado. Al no encontrarla en el salón, la llamé.

Desde su cuarto, me contestó y por eso sin llamar abrí su puerta. Os confieso que casi me caigo de espaldas al verla. Porque tal y como, aparecía en la película “El Juez” la esposa del protagonista, así me la encontré:

¡Desnuda y atada a un soporte del techo!

Alucinado por hallarla en esa postura, me acerqué hasta ella y sin hacer mención a ello, me puse a observarla. Lo primero que me sorprendió fue el brillo de sus ojos. Su extraño fulgor me informó de que su dueña, anticipando el momento que la encontrara, estaba totalmente excitada.

« ¡Tengo que comportarme como su dueño!», sentencié sabiendo que no podía defraudarla. Por eso poniéndome junto a ella, llevé una mano hasta su cara y levanté su barbilla. Susana creyó erróneamente  que quería besarla y por eso abrió sus labios para que recibir mi beso, pero se quedó con las ganas, ¡Estaba tasando mi propiedad!

― Aunque un poco sosa, eres una puta guapa.

Mi insulto en vez de contrariarla, la alegró y olvidándose que no le había permitido hablar me dio las gracias. Como única respuesta, recibió un sonoro azote en su trasero y sabiendo que no volvería a cometer ese error, seguí con mi inspección. Deslizando mi mano por su cuello, masajeé sus hombros. Aleccionada de que no debía reaccionar, solo suspiró cuando sosteniendo sus pechos en mis palmas, intenté averiguar su peso, y dio un grito cuando pellizcando sus pezones comprobé su textura.

― No están mal aunque los he visto mejores―  dije mintiendo porque no tenía duda de que eran los más perfectos que nunca había tenido entre mis manos.

 Susana me miró preocupada por mi falta de entusiasmo, pero no puso ningún impedimento a que siguiera auscultándola. Bajando por su cuerpo, era el turno de su estómago. Allí me tomé mi tiempo, con mis dedos recorriendo lentamente la distancia entre sus senos y su ombligo, me quedé maravillado al comprobar el tacto de su piel.

Era cálido, suavemente cálido como el de la seda.

Mis maniobras habían comenzado a afectarle. Su respiración se fue agitando al ritmo de mis caricias. Satisfecho escuché que le costaba respirar y  que tenía que hacer un esfuerzo para que el aire saliera de sus pulmones. Al percibir que  sus rosados pezones, cómo avergonzado de mi inspección, se habían retraído endureciéndose, supe que estaba bruta.

Decidido a dar un repaso exhaustivo a su anatomía, seguí bajando rumbo a su sexo. Susana facilitando la tarea, abrió sus piernas. Me encantó ver que como había leído, mi sumisa se había depilado por completo para satisfacerme y por eso cuando llevé mis dedos hasta su vulva, me resultó sencillo separar sus labios. Estaban hinchados por la pasión que la empezaba a dominar, y cuando mis toqueteos se centraron en su clítoris estalló, derramando flujo entre mis dedos.

― Perdón, Amo, ¡No pude evitarlo!…

― ¡Cállate!―  dije mostrando mi enfado.

Estaba actuando y aunque sabía que era una especie de juego, aun así me molestó:

« ¡Quién coño se creía para correrse sin mi permiso!». Si era mi esclava debía comportase como una. Decidí castigarla y con una serie de nalgadas sobre su culo, busqué que supiera que estaba enfadado.  Al principio suavemente, pero viendo que no se quejaba, fui incrementando tanto el ritmo como la intensidad de mis azotes. Al advertir que no respondía a los estímulos, mis palmadas se convirtieron en rudas reprimendas.

Tengo que confesar que cuando empezó a gemir siguiendo el compás de mis golpes, me costó interpretarlos. Sus sollozos eran una mezcla de dolor y de placer y solo cuando chillando me pidió que siguiera castigándola comprendí que estaba disfrutando con ese cruel castigo. Sin darme cuenta hasta donde eso me excitaba, proseguí azotándola. Al notar que Susana estaba a punto de alcanzar otro orgasmo, decidí pararlo en seco.

― No tienes permitido el correrte, ¡Esclava!― ordené recalcando esta última palabra.

Mordiéndose los labios, reprimió su calentura y al ver que estaba agotada, la dejé descansar. Sin nuevos azotes sobre su trasero, mi compañera de piso consiguió irse relajando progresivamente. Cuando consideré que ya había tenido suficiente recreo, me concentré en verificar los daños. Tenía el culo amoratado, pero nada que no se curara en un par de días, por lo que viendo que no tenía nada permanente, proseguí con el examen que me había interrumpido con su orgasmo. Sus nalgas eran poderosas, duras por el ejercicio continuado pero sabiendo cuál era su verdadero tesoro, lo encontré al separarle sus dos cachetes. Tal y como recordaba de la mañana, apareció ante mis ojos un esfínter rosado, que al examinarlo con cuidado, confirmé que era virgen, que ningún pene había hollado su interior.

― ¿Nunca has practicado el sexo anal? ¿Verdad zorra?

Avergonzada como si eso fuera delito, bajó sus ojos sin contestarme. No me hacía falta, ya sabía la respuesta. Dejándola colgada del techo, le di un beso mientras la informaba que su querido amo iba a estrenarlo. Por su cara supe que estaba asustada y pero después de pensarlo unos segundos, me contestó:

― Es suyo.

Nervioso, por la perspectiva de estrenarla, fui a mi baño y cogiendo una crema hidratante hecha a base de aceite, volví a su lado. Mi sumisa indefensa esperó a que me desnudara muy nerviosa. Poniéndome detrás de ella, extraje una buena cantidad de ese lubricante y lo coloqué sobre su intacto hoyo. Con lentitud, extendí un poco por las rugosidades de su ano antes de realizar ningún avance. Necesitaba que ese virginal ano se acostumbrara a ser  manipulado.

La mujer al sentir que mis yemas recorriendo su esfínter se puso tensa, hasta que mis caricias fueron tranquilizándola.

― Estoy lista―   dijo.

Sus palabras fueron el banderazo de salida. Con cuidado le introduje un dedo dentro de ella. Sus músculos se contrajeron por la invasión, pero sin sacarlo con movimientos circulares fui relajándolos. Progresivamente iba cediendo la presión que ejercía y aumentaba el placer que sentía. Entonces al percibir que estaba dispuesta para que profundizara mi exploración, le metí otro más mientras que, con la otra mano, le pellizcaba su pezón izquierdo.

― ¡Me gusta!― gritó.

“Está  disfrutando”, pensé al escuchar como el haber torturado sus pechos, la ponía bruta. Si quería sufrir, no se lo podía negar, y sustituyendo mis dedos, coloqué la punta de mi glande en su abertura, y dando un pequeño empujón embutí mi capullo en su interior.

― ¡Dios!― gimió al experimentar el primer dolor.

Puse mis manos en sus caderas y tirando de ellas, se lo clavé por entero.  Mis testículos rozaban sus nalgas, demostración suficiente de que la mujer había absorbido por completo.

― ¡Me duele!― gritó llorando.

― ¡Silencio!―  le ordené ― ¡Estate quieta mientras te acostumbras!

Me obedeció con lágrimas en los ojos, señal del sufrimiento que mi pene le causaba al romperle el esfínter. Permaneció inmóvil, doliéndole todo su cuerpo, pero sin quejarse. A los pocos segundos empecé a sacárselo lentamente, de forma que noté sobre toda la extensión de mi sexo, cada una de las rugosidades de su anillo, y sin haber terminado, volví a metérselo centímetro a centímetro. Repitiendo esta operación, aceleré el ritmo paulatinamente, resultando cada vez más fácil mi invasión. El dolor se estaba tornando en placer en cada envite y Susana comenzó a disfrutar de ello colgada todavía del techo. Con cada penetración su cuerpo se bamboleaba como el badajo de una campana.

― Tienes un culo estupendo―  dije en su oído humillándola―  Debería venderlo a otros amos y así pagar el alquiler.

― Amo, si cree que me lo merezco, hágalo pero ahora mónteme más rápido, por favor―  me pidió.

Nuestro suave trote se convirtió en un galope desenfrenado. Ya no se quejaba de dolor, si algo salía de su garganta eran gemidos de placer. Su cuerpo se retorcía cada vez que mis huevos rebotaban contra sus nalgas. Para no haberlo practicado nunca, recibía gustosa mi sexo. ´

« Esta hembra es brutal», medité cuando agarrando sus pechos, los usé como anclaje de mis ataques. El cambio de posición resultó que era mejor ya que en esa postura mi pene entraba más profundamente. Fue entonces cuando su cueva explotó, encharcando tanto su sexo como sus piernas mientras esa rubia gritaba a los cuatro vientos el placer que experimentaba. Tuve un momento de indecisión cuando por los estertores de su gozo, se puso a llorar. No supe que hacer pero viendo su cara de felicidad, decidí seguir usando su trasero y con una sonora palmada en uno de sus cachetes, le ordené que se moviera.

― ¡Amo!, soy suya―  respondió a mi estimulo moviendo sus caderas hacía adelante.

Observando su completa sumisión, y recordando lo caliente que la ponían los azotes, marqué la velocidad con mis manos sobre sus nalgas. Izquierda significaba que hacía adelante, derecha hacía atrás, con este sencillo método, fui dirigiéndola hacia mi propio placer. Lo que no me esperaba es que Susana volviera a correrse de inmediato

― ¿Quieres que me venga?―   pregunté al prever que me faltaba poco para hacerlo. Era una pregunta teórica ya que me importaba poco su opinión, pero oír que me contestaba que una sumisa no tenía opinión, provocó que me derramara en su interior brutalmente y con intensas explosiones la inundara por completo.

Agotado, la descolgué del techo y llevándola hasta las sábanas, me tumbé a su lado mientras pensaba en todo lo ocurrido durante esa jornada. Mirándola de reojo, concluí en que había sido una suerte el ver ese filme con ella.

― Amo, ¿Puedo pedirle un favor?―   dijo sacándome de mi ensimismamiento.

Como no podía negarle nada, le dije que sí. Fue entonces cuando levantando su mirada, se acurrucó entre mis brazos y me rogó:

― Amo, esta noche… ¿Me atará a su cama?

Soltando una carcajada, la besé.

 

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *