– Así que aun sigues siendo virgen

– Pues sí

– Vergonzoso

Mi amigo José me reprochaba así mi falta de experiencia sexual. Claro, él es guapo, delgado y se tira a su prima. Menudo cabrón. Porque su prima está buenísima.

– Ya tienes 18 años, la mayoría de edad. No puedes seguir siendo virgen.

– Dímelo a mí.

Me llamo Manolo y estoy enamorado de la novia de mi mejor amigo, (su prima). Él lo sabe, pero no le importa. No soy rival para él. Tiene al bombonazo de Sandra coladita por sus huesos. De hecho, si no fuera por mi amistad con su chico, ni siquiera sabría que existo.

– Entonces no te fue bien con la tía esa de internet.

– Por lo visto acababa de tener un desengaño y quería ir despacio.

– Hasta que se reconcilio con su novio y paso de ti.

– Así son las cosas.

– Vergonzoso…

José intentaba ayudarme a ligar, pero las cosas siempre se torcían. Al final ni encontraba novia, ni podía pasar de unos morreos ocasionales con mis ligues.

-Habrá que hacer algo. No puedo dejar que me vean con un virgen. Estropea mi reputación.

-Eso, búrlate a gusto.

-Esta noche te vienes con Sandra y conmigo. Le diré que lleve una amiga.

-Recuerda lo que pasó la última vez…

-Esta vez insistiré en que no sea lesbiana.

Ya estaba mi amigo liando la perdiz. Me presentaba chicas a las que gustaba él y pasaban de mí en cuanto se iba, concertaba citas dobles con alguna amiga de su novia que resultaba ser lesbiana, drogadicta o bulímica, me exponía al mayor de los ridículos obligándome a pedirles salir a chicas increíbles que estaban fuera de mi alcance y que, lógicamente, me rechazaban… en fin, me volvía loco.

-Bueno, está bien.

¿Qué por qué accedía a sus deseos aunque estaba convencido de que la noche sería un fracaso? Porque allí estaría ella. Su novia, su prima, mi amor. Sandra era una preciosidad un año mayor que nosotros. Alta, castaña, delgada, arrebatadora… No sé que había hecho ese cabrón para ligársela, máxime siendo su propia prima. Claro que su familia siempre fue un poco rara. No sabe quién es su padre y su madre vive con otra mujer, una lesbiana que está buenísima. Ligarse bellezones debe venir de familia. El caso es que cualquier escusa para verla, para hablar con ella, para mirarla embelesado un rato era buena, aunque me tocase aguantar a alguna friki amiga suya.

-Entonces hablo con ella y quedamos.

-OK

Desde bien pequeñitos, tanto José como yo, admiramos y comentamos los encantos de su prima, pero era un año mayor y como una hermana para él, así que nunca pensamos que nuestras fantasías pudieran cumplirse. Cuando me contó que se había enrollado con ella, después de ver una película que los había puesto calientes, esperando a que el hermanito de ella, que estaba en la misma habitación, se durmiese, no me lo podía creer. Sin embargo, poco después ya podía vérseles besándose en el patio del instituto sin esconderse. Tuvieron un momento de crisis cuando se enteraron sus familias y no les hizo gracia, pero finalmente lo aceptaron y ellos pudieron seguir con su noviazgo adelante sin obstáculos. Era un placer y a la vez una tortura escuchar de labios de José los pormenores de sus encuentros sexuales con su prima, como perdieron juntos su virginidad y las demás cosas que hacían, como el sexo oral. Casi todas las noches terminaba masturbándome pensando en cómo sería poseer a esa diosa que era la novia de mi amigo. Porque no solo era preciosa, también era simpática y considerada. Disfrutaba estando con ella, aunque el papel que me tocaba desempeñar, de amigo infeliz de su guapo novio, fuera humillante en ocasiones.

Poco a poco, a fuerza de verme con José, Sandra había acabado reparando en mi existencia e, incluso, habíamos desarrollado cierta amistad. Nos unía una complicidad especial al estar ambos tan unidos a su primo y ahora novio. Ella se mostraba siempre amable y deferente conmigo, pero en los últimos meses habíamos adquirido más confianza, como si ella supiese que estaba al corriente de sus intimidades y no le importara. Cierto día salíamos José y yo de una clase especialmente aburrida y nos encontramos con ella. Charlamos un rato los tres hasta que a ella se le hizo la hora de entrar en la suya y se despidió de nosotros. Besó a su novio como solía, mientras a mí me carcomía la envidia, y luego, como si me leyera la mente, me dio un beso a mí, diciendo: toma, para que no te pongas celoso. Fue un beso breve en los labios, pero a mí me supo a gloria. Que, no te podrás quejar, me dijo él, dándome un puñetazo flojito en el hombro. No, no podía quejarme. Su falta de celos estaba basada en su seguridad. Yo no era rival para él y por tanto no le importaba que la adorase, contarme sus hazañas en el dormitorio con ella o, incluso, que me besase frente a él. Y mientras, seguía empeñado en que perdiese la virginidad.

Cuando esa noche llegué al pub esperaba cualquier cosa menos que la amiga de Sandra me callera bien, pero fue así. Era guapa, simpática y, por alguna razón, yo parecía gustarle. Aunque no pude evitar estar más pendiente de la pareja de mi amigo que de la mía, sobre todo al principio, poco a poco fui ilusionándome con la chica, hasta que acabamos enrollándonos en la calle. Al segundo morreo ella pidió disculpas y se puso a vomitar. Le sujeté el pelo mientras lo hacía resignado. Esa noche tampoco pasaría nada. Al cabo de un rato salieron Sandra y José y se encontraron con el panorama. Se me olvidó decirte que no aguanta muy bien la bebida, dijo ella entre apenada y divertida. Cuando la intoxicada se recompuso me dijo que era muy amable pero que lo nuestro no funcionaba y que era mejor que no nos viéramos más. Sandra se me acercó a consolarme y, a modo de explicación, me dijo: tiene una vida complicada. No pasa nada, dije yo y ella me sonrió con dulzura y me arrulló el pelo. Por ese momento valía la pena todo lo demás. Eres un buen chico y tras decir esto, me besó como aquel día en el instituto, pero esta vez el beso fue más largo, e incluso en un momento la punta de su lengua rozó con la mía. Creía que mi erección iba a romper el pantalón. Adiós, dijo como despedida y se fue con José, imagino que a follar. Yo me fui a casa a cascármela.

Aquella había sido la segunda vez que me había besado. Bien es cierto que delante de su novio y sin asomo de celos por su parte, pero me había besado. La noche había salido bien, al fin y al cabo. Cierto que sí se mostraba tan cariñosa es porque yo le inspiraba lástima. No podía resultar más patético, siendo rechazado por la beoda que acababa de echar hasta la primera papilla. Pero, a pesar de la humillación, sentir sus labios en los míos había sido fantástico. ¿Qué significaba todo aquello? ¿Era solo lástima? ¿De algún modo yo empezaba a gustarle? ¿Se trataba de algún rollo sexual raro que se traían entre los dos? Lo que ocurrió semanas más tarde no hizo sino aumentar mis dudas.

-Este fin de semana Lorena y mi madre están fuera. Quédate a dormir en mi casa. Beberemos cubatas y veremos alguna película.

-¿Y Sandra?

-Creo que ha quedado con sus amigas.

De este modo me planté el viernes noche en su casa, dispuesto a aprovechar la ausencia de sus madres para beber y divertirnos. En cierto momento a José le sonó el móvil.

-Hola cariño. ¿Se ha puesto enferma? Pobrecita. No puedo, está aquí Manolo, se va a quedar esta noche. Vente si quieres. Vale, hasta ahora.- Sandra vendrá ahora. Una de sus amigas se ha puesto enferma.

Tragué el sorbo de cubata despacio. Así que mi adorada Sandrita iba a obsequiarnos con su presencia. Solo de pensarlo se me empezó a poner dura. Un rato después llegó. Estaba guapísima. Era alta, tenía el pelo castaño claro, con una media melenita muy favorecedora, estaba delgada aunque no en exceso, tenía los ojos color avellana y una sonrisa mágica, absolutamente encantadora. Saludó a su novio con un morreo y a mí con dos besos en las mejillas. No obstante cuando se me abrazó pude notar sus tetas contra mi pecho. Charlamos animadamente un rato, vimos la película y llegó el momento de retirarnos a dormir. Ignoraba si la madre de José tenía que llegar durante la noche o a la mañana siguiente e imaginaba que mi amigo no querría que al llegar los pillara encamados a su novia y a él, así que le pregunté cómo íbamos a dormir. No te preocupes, mi madre está de acuerdo con que Sandra y yo durmamos juntos, me dijo restándole importancia. Entonces vi un brillo de atrevimiento en sus ojos, como si acabara de concebir una locura. ¿Te gustaría vernos?, murmuró. ¿Te gustaría mirar?

Simplemente no podía creerlo. Mi amigo me proponía que lo espiase haciendo el amor con su novia. Siempre había sido un tipo peculiar, muy abierto, muy liberal. Tenía dos madres en lugar de madre y padre. Ahora que está de moda el matrimonio homosexual y la adopción de niños por parejas gays y lésbicas eso parece menos importante, pero cuando éramos pequeños era algo completamente excepcional. Él siempre lo vivió con una normalidad pasmosa. Hablaba de ello con naturalidad y nunca se enfadaba si alguien se burlaba de él por ese motivo. Tal vez eso le influyera y le hiciera especialmente tolerante y abierto a experiencias de todo tipo. Estaba acostumbrado a sus ideas descabelladas, pero aquello no me lo esperaba. A penas si pude titubear una respuesta confusa. Ignorando mis dudas lo planeo todo. Cuando se le metía algo en la cabeza era imposible frenarlo. Ella no se enteraría, dejaría la puerta entreabierta y se la follaría ante mis ojos. Solo tenía que estar allí sin hacer ruido. Se le notaba excitado con la idea. En seguida agarró a Sandra y se la llevó al dormitorio entre arrumacos. Yo fingí desaparecer hacia la habitación de invitados, que ya conocía, y me deslicé silencioso hasta la puerta, en efecto, entreabierta, tras la que mi mejor amigo y la chica que me tenía loco se besaban. Después de un rato comiéndose las bocas se desnudaron. Desde mi posición podía ver perfectamente el cuerpo adorado de Sandra, sus pezones puntiagudos coronando sus pechos, su culo redondo, su entrepierna vibrante. Cuando comenzó a comerle la polla a José ya no pude aguantar más y me saqué la mía del pantalón para cascármela, imaginando que era a mí a quien se la chupaba. Parecía una experta en esas lides. No entendía como mi envidiado amigo no se corría al instante con semejante trabajo. Luego le tocó a él lamerla a ella. Primero las tetas, después bajó por su vientre y, finalmente, deslizó la lengua entre sus muslos, haciéndola estremecer. Cuando empezaron a cabalgarse yo ya había perdido el miedo a que me pillaran, de concentrados que los veía en lo suyo, y me la machacaba sin recato. Sandra se puso a gatas sobre la cama. Podía ver sus tetas meciéndose al son de las embestidas de mi amigo desde atrás. Luego él se tumbó boca arriba y ella lo montó como a un potro salvaje. Ver a mi amada Sandra a cuatro patas, penetrada sin compasión por mi amigo, o luego a ella sobre él, derrumbándose en sus brazos en el momento del orgasmo, mientras yo me corría en mi diestra, son imágenes que siempre recordaré.

Los días siguientes casi me daba vergüenza mirar a Sandra a la cara. Ella, en cambio, estaba especialmente cariñosa conmigo, cuando coincidíamos. José, por su parte, se sentía eufórico: Moló, eh… era lo que se limitaba a decir, dándome un codazo, cuando hablábamos de ello. Yo, realmente, no sabía que pensar. Había visto a mi amigo teniendo sexo con su novia con su colaboración y sin que aquello pareciera afectarle en absoluto. Que su relación no era la más normal del mundo estaba claro. Más lo estuvo aún, cuando José se me acercó un día sigilosamente en el instituto. Mira, me dijo enseñándome el móvil, como total ya la has visto desnuda te las puedo enseñar. Ante mi estupefacción, eran fotos de Sandra. Algunas sexis, otras directamente en cueros, incluso en las más atrevidas se la veía en actos sexuales con el autor de las fotos, obviamente mi amigo: haciéndole una paja, chupándole la polla, etc. Te gustan, eh… Te las enviaré por correo, me dijo divertido. Sí, me gustaban. Me gustaban mucho y a la vez no, porque no entendía nada. ¿Hacia esto para torturarme? ¿Para que tuviera material para cascármela, ya que no tenía novia? ¿Era su forma de compartirla? Las semanas siguientes esas fotos, que, en efecto, me había enviado por email, fueron la inspiración de todas mis masturbaciones. Era frustrante, porque allí estaba la imagen de ella, pero no era ella, más bien era algo que ofendía su intimidad. Sabía que aquello no estaba bien, que no debía mirar esas fotos, pero no podía evitarlo. No comprendía a que estaba jugando José, pero una y otra vez volvía al ordenador a consolarme con la imagen de mi diosa.

En esas estábamos cuando llegó la fecha de la cenita de clase del instituto. Sandra no era de nuestra clase, pero quedamos después en la discoteca. De modo que ahí estábamos los tres otra vez. En un momento dado, ella se puso a bailar con un tipo al que no conocíamos y que parecía mayor. Pronto intentó sobrepasarse. La verdad es que ella le había dado un poco de pie, frotándose con él en plan calentona, no sé si para poner celoso a José, pero ello no daba derecho al tío a meterle mano de esa forma, contra su evidente voluntad. Cuando vi que ella no podía controlarlo acudí en su socorro metiéndome en medio. El fulano me dio tal empujón que me tiró al suelo. En seguida llegó José, más robusto que yo, y se provocó una pequeña tangana hasta que los de seguridad de la discoteca llegaron a separarlos. Me levante pesadamente y acudí donde Sandra, a la que brillaban los ojos. De resultas del incidente nos echaron del local, así que de pronto nos vimos en la calle. Me sentía dolorido por la caída, mi amigo en cambio parecía tranquilo. Lejos de estar asustada, como yo había supuesto, su novia parecía excitada. ¡Mis héroes!, afirmó exaltada y se colgó de mi cuello dándome un morreo, con sabor a ron con cola, que me dejó sin sentido. Luego saltó sobre José y se estuvieron comiendo las bocas un rato. Mi amigo había cogido el coche de su madre, pero dado que yo era el único que no había bebido, decidimos que condujera yo. En cuanto salimos del aparcamiento y cogimos velocidad, en el asiento de al lado mis pasajeros empezaron a achucharse. Parecía que no podían estar un momento con las manos lejos del otro. La cosa se fue calentando hasta que Sandra se quitó la blusa. Al verlo de reojo, pegué un volantazo que me hizo temer por nuestra seguridad. Parecía obvio que pretendían echar un polvo allí mismo y en esos mismos momentos, así que paré el coche en cuanto vi un sitio discreto.

-Si sigo conduciendo nos mataremos. Voy a dar una vuelta mientras vosotros… termináis lo que estáis haciendo- les dije resignado.

-No- respondió Sandra- Quédate. Sé que te gusta mirar.

Me quedé petrificado. Mis amigos ya estaban haciendo el amor en el coche y ella me pedía que me quedara mirándolos. Me encontraba en el asiento de al lado. Podía extender la mano y tocarlos. ¿Qué quería decir eso de que me gustaba mirar? ¿Sabía lo del espionaje en casa de José o lo de las fotos? ¿Por eso había puesto cachondo al tío de la discoteca provocando el incidente, por una especie de vendetta?

Mientras yo me perdía en estas cavilaciones el objeto de mi deseo estaba sobre mi mejor amigo bamboleándose. Sus senos perfectos, recién librados de la ropa interior, rebotaban con el vaivén. Mi polla se endureció hasta el punto de dolerme en el pantalón. Me la saqué y comencé a meneármela. Sentí el impulso de tocarle una teta, la que tenía más cerca, que estaba al alcance de mi mano, pero lo contuve. Solo me sentía autorizado a mirar. Sandra se dio cuenta de que me estaba masturbando a su lado y mostrando menos reparos que yo, alargó su mano y me la cogió. Era la primera vez que mi pene erecto era sujetado por otra persona que no fuera yo, por una mano que no fuera mía. Casi me corro en el momento en que ella inició el movimiento de muñeca. En aquel momento ya no podía ni quería reprimirme y le agarré un pecho, cosa que ella aprovecho para girar la cabeza y besarme apasionadamente. Jugamos un rato con las lenguas, ya desinhibidos por completo, hasta que ella recompuso la postura. José mojo la entrepierna de su novia y yo su mano derecha prácticamente al mismo tiempo.

Después de eso estuve un tiempo sin ver a Sandra e incluso viendo menos a José. Marta, la chica que había conocido por internet y que me había dejado por su ex novio, me llamó para salir. Había cortado otra vez con él y se sentía sola. Tenía mis sospechas de que solo me utilizase para darle celos al otro, como la otra vez, pero necesitaba tanto estar con una chica sin que estuviera José por medio, que accedí. Después de un par de semanas haciendo de “pagafantas” pasó de mí y volvió con él. No puedo decir que no me lo esperase, pero me dolió de todas formas. Por supuesto no hubo sexo en ese periodo.

-Así que sigues siendo virgen- me dijo José cuando se lo conté.

-Pues sí.

-Vergonzoso.

Habíamos vuelto al mismo sitio, parecía ser.

-Mira, el otro día estaba hablando con Sandra, comentándole tu situación. Sabes que ella te aprecia mucho.

-Yo también a ella- contesté- pero ya está bien de amigas raras. No estoy para eso…

-Sí, lo sé. Tranquilo no es eso. Precisamente porque sé que la aprecias mucho, pensé en ti. Verás, ella nunca ha estado con otro hombre, a parte de mí. Por otra parte tú tienes un problema de confianza que se solucionaría, en mi opinión, si echases un polvo. Somos amigos y hay confianza. Sé que nunca se lo contarías a nadie.

-¿Contar el qué?

-Al fin y al cabo la has visto desnuda, nos has visto follar, e incluso participaste la noche de la pelea. Menuda paja te hizo.

-¿Dónde quieres ir a parar?

-Yo sé que tu ilusión sería perder la virginidad con Sandra. Sé que la quieres casi tanto como yo. También sé lo que es cumplir un sueño. No podría negarte este. Y ella está de acuerdo.

-¿De acuerdo con qué?- seguía sin creerme lo que estaba insinuando mi amigo.

-¿Quieres follarte a mi novia?

Aquello me descompuso por completo. ¿De verdad me había ofrecido a su novia para que perdiera la virginidad? O era el mejor amigo del mundo o el tío más raro. ¿Y había dicho que ella estaba de acuerdo? No terminaba de creerme lo que estaba pasando. De pronto lo que tantas veces había soñado estaba a mi alcance, y de un modo que nunca habría imaginado.

-¿Estas loco?- me limité a contestar. José sonrió.

Ese mismo fin de semana los padres de Sandra estaban fuera con la madre de José. Él se quedaba con Lorena, la amante lesbiana de su madre. En un santiamén lo arreglo todo. El sábado cenaría con su novia en casa de ella. Luego haríamos el amor. Él vendría el domingo a ver qué tal. Yo había pasado, desde que me dio la noticia, en una nube. Cuando el mismo sábado llamé a la puerta de Sandra no me llegaba la camisa al cuerpo. ¿Estaba pasando aquello de verdad? ¿Sería todo una broma y ella me cruzaría la cara por mi atrevimiento? En cuanto vi la sonrisa de mi diosa invitándome a pasar me sentí más tranquilo. Estaba deslumbrante, provocativa, pero no exagerada. Nos dimos dos besos en las mejillas, muy cerca de la boca. Pude sentir sus pezones en mi pecho al abrazarnos. Se me hacía raro estar con ella sin José delante, más aún sabiendo lo que iba a pasar. La conversación cenando fue distendida, al menos hasta que salió cierto tema:

-¿Te gustaron las fotos?

-¿Qué fotos?

-Vamos, hombre… ¿qué fotos van a ser?- preguntó poniendo una cara de circunstancias, y, ante mi negativa a entender lo evidente, añadió- esas en las que salgo chupándosela a José.

-Sí, er… estas muy guapa. ¿Sabías lo de las fotos?- no podía creer que mi amigo se lo hubiese contado.

-Pues claro. Las hicimos para ti. Fue idea mía, como una especie de regalo.

-Sandra, no entiendo nada.

-José me quiere y me respeta. Jamás violaría mi intimidad de esa forma sin mi permiso. También sé que nos espiaste en su casa. Lo supe todo el tiempo, incluso yo le propuse que dejáramos más luz, para que lo vieras mejor- ante mi cara de sorpresa soltó una carcajada- No te pongas rojo- añadió cogiéndome la mano- está todo bien. Manolo, quiero pedirte disculpas por lo que pasó la noche de la pelea. Yo misma la provoqué comportándome como una cría y a ti te tiraron al suelo por defenderme. Debiste hacerte daño y fue por mi culpa. Lo siento. Espero que por lo menos te compensara el pajote de luego- y aquí guiño el ojo, como buscando mi complicidad. No sabía que decir, estaba anonadado.

-Si José te quiere, ¿por qué deja que te acuestes con otro?- me atreví a balbucear como en un susurro. Aquella era la pregunta que rondaba en mi cabeza desde un principio y por fin había conseguido articularla. No es que quisiera mostrarme ingrato con mi amigo, que algo tan grande me había regalado, pero simplemente no lo comprendía. No comprendía que me dejara espiarles, que me enseñara las fotos, que permitiera que ella me hiciese una paja ni mucho menos lo que iba a pasar esa noche. Ya puestos, aún entendía menos que Sandra accediera a todo aquello. Si tanto quería a José, ¿por qué se acostaba conmigo?

-¿Qué crees que va a hacer él esta noche? Acostarse con otra- aquella revelación me pasmó aún más- No es que no nos queramos, pero para nosotros el amor no implica exclusividad sexual. Siempre estaremos juntos, pero podemos excitarnos y disfrutar con otras personas. Sé que es difícil de entender- añadió como adivinando mis pensamientos- pero mi familia es muy liberal, podría decirse que nos hemos educado así. Sé que te gusto mucho, que esta será tu primera vez y creo que puede ser muy bonito- aquí comenzó a acariciarme la cara- Siempre amaré a José, no importa lo que suceda, pero lo que pasará esta noche entre nosotros será muy intenso. Siempre lo recordaremos.

Y tras decir esto me besó. Ni que decir tiene que la cena se acabó en ese momento. Morreándonos apasionadamente y quitándonos la ropa fuimos hasta su cuarto. Había visualizado tantas veces una noche de amor con Sandra que me parecía irreal que estuviera sucediendo. La besé por el cuello mientras le quitaba el sujetador. Esos pechos tiesecitos y temblorosos que me encandilaban surgieron tras la prenda y me lancé a saborearlos como un bebe goloso. Ella tampoco permanecía pasiva y había cogido mi miembro, más enhiesto aún que la noche de la masturbación en el coche. Cuando me quise dar cuenta me la estaba chupando con esa boquita que tantas veces había adorado. Era la primera vez que me lo hacían, la primera chica que me la mamaba. Tuvo que parar al notar mis estremecimientos porque estaba a punto de correrme en su boca. Sonriendo, se bajó las bragas. Había llevado condones por si acaso, pero José ya me había explicado que tomaba precauciones para no quedarse embarazada y no creía que un virgen le fuera a contagiar nada. Se colocó sobre mí y mi pene acarició su vulva. Se la metí sin dificultad, se la notaba experimentada. La sensación fue increíble. Estaba tan nervioso, tan emocionado que creo que me faltaba la respiración. Se bamboleó despacio. Las paredes de su vagina me apretaban el miembro. Era maravilloso. La besé de nuevo. Podía sentir el sabor de su boca en la mía y el tacto de sus pezones sobre mi pecho. Al poco me corrí, estaba muy excitado. A ella no pareció importarle (tal vez ya se lo esperara) y siguió sobre mi besándome un rato, sorbiendo mi lengua con sus labios, jugueteando con nuestras bocas. Ni siquiera me había dado cuenta de que ya no era virgen.

No tardé mucho en estar otra vez empalmado. Nunca después me he vuelto a recuperar tan deprisa después de una eyaculación, pero entonces era un adolescente y estaba con la mujer de mis sueños. Ella lo notó y me preguntó si quería que lo hiciéramos otra vez. Claro que quería. Se irguió sobre mi otra vez y comenzó de nuevo. Esta vez duré más. Al cabo de un rato me erguí y quedamos ambos sentados sobre el colchón. Así la penetración era menos profunda pero a cambio podía prolongar más el polvo y acariciarla y besarla a mi antojo. Cambiamos de postura varias veces: sentados, a cuatro patas. Le mordí los labios, le acaricie el culo, le hice todo lo que había imaginado tantas veces. Al final acabé por segunda vez en la postura del clásico misionero mientras la besaba. Solo entonces tuvo ella su orgasmo. Todo su cuerpo se contorsionó y dejó escapar un suspiro ahogado por mi lengua que se enrollaba en la suya. Te quiero murmuré. No podía ser más sincero. Lo sé, respondió ella. Yo también te tengo mucho cariño. Eres fantástico. Más que la decepción por no ser adecuadamente correspondido, pues no me hacía ilusiones irreales al respecto, me inundó una ola de ternura hacia ella. La besé una vez más, mientras nos abrazábamos.

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