Segunda parte de  La esposa de un narco y su hermana son mis vecinas.
 

Como os comenté en el relato anterior, un día como otro cualquiera, la esposa de un narco al que defendí y su hermana ocuparon  el piso pegado al mío. Desde el inicio, la presencia de esas dos rusas cambió mi vida. Si en un principio me jodió por saber que me iban a traer problemas, durante una cena el narco me contrata para defenderlas y para colmo, la más joven muestra una extraña atracción por mí.
Todo se complica cuando después de descubrir que las dos mujeres se consuelan entre ellas,   decido salir  de casa y Sofía, la hermana, se apunta a comer.  En la comida, me informa que entre sus planes está casarse conmigo para evitar que la puedan extraditar. Sabiéndome en sus garras, acepto. Tras lo cual llegamos a mi piso  y hacemos el amor.
Mientras lo hacíamos, Tania nos descubre y mi futura esposa sale de mi cama a explicarle que estábamos prometidos, dejándome solo y preocupado por saber que en cierta forma, me acababa de tirar a su putita…..
 
Capítulo tres:
 
Cuando ya estaba al borde del infarto, sonó mi teléfono y al contestar, Sofía me dijo, con voz alegre, que me vistiera y fuera a su piso. Tania quería hablar conmigo.  Por su tono, supe que le había ido bien, pero aun así tenía el estómago atenazado mientras me ponía la camisa. “Tranquilo, macho”, no dejaba de repetir tratando de insuflarme una confianza que me faltaba.
En menos de diez minutos, estaba tocando la puerta de las dos rusas. El sudor me recorría la frente mientras esperaba que me abrieran. En cuestión de segundos me iba a enfrentar a Tania y no sabía qué hacer ni qué decir. Fue ella la que me franqueó la puerta. Al verla me di cuenta que se había cambiado de ropa. Se había quitado el discreto vestido que llevaba cuando la vi a través del cristal y se había puesto una especie de túnica árabe. Su actitud era lo suficientemente amistosa para estar calmado.
-Marcos, pasa-  dijo llevándome a la biblioteca -tenemos que hablar-.
En silencio la seguí por el pasillo. El modo en que meneaba sus caderas al andar me recordaba al de una pantera, bella y peligrosa. La luz del atardecer al penetrar en la tela de su vestido traslucía  esa figura maravillosa que hacía unas horas había tocado, pero por mucho que la imagen fuese sugerente, no podía  que esa hembra era la cabeza de una organización criminal.  Nada más entrar en el salón me pidió que me sentara. Servilmente obedecí acomodándome en un sofá frente a ella.
Durante un minuto, no hizo otra cosa que observarme con detenimiento, como si fuera un depredador evaluando su presa.  Me resultó incómodo ser el objeto de su escrutinio pero no me quejé al tener claro que era una prueba. Creo que pasé el examen porque yendo al grano, me preguntó:
-¿Qué has visto en Sofía?
Lo prudente hubiera sido decirle que había caído víctima de un flechazo, pero esa mujer era una arpía y no se lo hubiese creído. Tomando aliento, le contesté:
-Ayer en la noche, usted y su marido me contrataron para que me hiciera cargo de la defensa de sus intereses y eso, es lo que estoy haciendo.
-Explícate- me dijo interesada.
-Usted necesita un hombre y no un abogado- al oírlo vi la ira en sus ojos -No me malinterprete, usted siempre ha actuado tras bambalinas. Siempre ha controlado su organización moviendo los hilos de una marioneta. Ese muñeco era Dmitri, pero ahora él no está y le urgía que alguien apareciera ante sus esbirros como la cabeza ejecutora de sus planes-. La vi asentir con la cabeza, lo que me dio fuerzas para continuar: -Si me caso con ella, todo el mundo me verá como el cuñado del jefe y en su ausencia como su máximo representante.
-Marcos, eso me parece bien pero quiero que sepas que quiero muchísimo a esa tonta y no te perdonaría si la hicieras daño- contestó. Acababa de ganar el primer asalto, pero sabía que esa zorra podía cambiar de parecer en cualquier momento por eso me quedé esperando su siguiente paso. -¿Qué es lo que sabes de nuestra hermandad?
-Nada- tuve que reconocer.
-Bien, empecemos entonces por el inicio.  Casi nadie sabe que la hermandad nació en 1921. Tras la revolución, los rusos blancos fuimos derrotados por los bolcheviques y tuvimos que escondernos. Imagino que te sabes la historia-, asentí al haber estudiado que una facción de nobles y burgueses no habían aceptado el poder de Lenin y se habían levantado en armas y que tras tres años de guerra civil habían sido masacrados- Mi bisabuelo, el almirante Aleksandr Kolchak, antes de morir fusilado instruyó a su hijo Viktor para que continuara su lucha y restituyera la Gran Madre Rusia.
-No lo sabía pero he visto la película Almirante- le respondí realmente interesado por lo que me estaba contando ya que los libros de historia hablan maravillas de ese militar nacido en San Petersburgo.
-Entonces sabrás que fue traicionado y que su ejército se disolvió.
-Sí-.
-¡Pues es falso!, mi antepasado dio su vida para que su gente pudiera tener la posibilidad de rearmarse, pero desgraciadamente Lenin era ya demasiado poderoso y su hijo, mi abuelo, tuvo que pasar a la clandestinidad.
Eso explicaba los modales aristocráticos que manaban por todos sus poros. Tanía era la descendiente directa de esos personajes, lo que no entendía como habían llegado a convertirse en lo que eran hoy en día. Me urgía escuchar el final pero debía darle tiempo.
-Al principio fue duro, Stalin veía enemigos por todas partes pero aun así fuimos permeando la nomenclatura y al morir éste, tuvimos poder suficiente para derrocar a su sustituto.
-Kruchev-
-Sí, pero no me interrumpas. Para aquel entonces, mi abuelo ya había decidido que el zarismo era inviable, por lo que nuestra organización se dedicó a servir a nuestra patria colaborando con Breznev pero sin olvidar nuestros orígenes. Fueron unos años durante los cuales colocamos a nuestra gente en posiciones estratégicas del estado que nos permitieran seguir operando y así llegamos a lo que somos hoy en día.
“Unos mafiosos”, pensé. Esta gente había errado el rumbo y se habían convertido en unos vulgares delincuentes. “Nada queda de sus ideales”. La mujer que tenía enfrente no me podía engañar eran una organización tipo la Cosa Nostra aunque lo disfrazaran de falso patriotismo.  Tania nuevamente supo que estaba pensando y dando un golpe a la mesa dijo:
-Te equivocas, no somos unos mafiosos. Puede que hayamos tenido que utilizar métodos violentos, pero seguimos fieles a nuestro fundador y algún día, los descendientes de Aleksandr Kolchak devolverán a Europa al lugar que nunca tuvo que abandonar. Nuestro objetivo es una Europa unida y fuerte que no sea un títere de Estados unidos ni de los árabes.
Los pábulos de grandeza de esa mujer me dejaron de piedra, realmente se veía como la heredera dinástica del imperio ruso. “Está como una cabra”, me dije mientras exteriormente hacía como si estuviera de acuerdo con su misión divina. Si hubiese podido, habría salido huyendo de allí.
-Tu elección, como marido de Sofía, no ha sido gratuita. Te  conocemos desde niño- dijo soltándome un legajo de papeles -Sabemos que tu familia se cambió el apellido en los años 50 y que tu verdadero nombre no es Marcos Pavel sino  Marko  Pavelic.
Esa puta me había desarmado. En menos de un minuto, había hecho trizas una fachada que nos había costado más de sesenta años en forjar. Mi abuelo, Ante Pavelic, líder absoluto de los Ustachas croatas se había refugiado en España, huyendo de los tribunales de guerra y al morir, mi padre, cansado de que se nos asociara a su recuerdo, había españolizado su apellido. Fue entonces cuando viendo mi desconcierto, llamó a Sofía. Mi teórica novia no tardó en hacer su aparición, vestida con el mismo tipo de túnica que llevaba Tania.
-Hermana, nos esperan- dijo nada más entrar.
-¿Hermana?- pregunté extrañado.
-Sí, Marko. Sofía no es la hermana de mi marido sino la mía- y lanzándome una bolsa me ordenó que la abriera. Viendo que en su interior solo había una especie de hacha, le pregunté qué quería que hiciera con ella.
-Te aconsejo que la cojas y no la sueltes- me respondió saliendo de la habitación con su hermana.
Todo parecía parte de una película de misterio. No sabiendo que hacer me dejé llevar por esas mujeres al garaje, donde nos esperaban sus esbirros montados en el coche. Ni siquiera pregunté dónde íbamos al montarme en el Mercedes, me daba igual los fantasmas de mi pasado habían retornado para no irse jamás. Mi mente estaba tan  bloqueada por haber sido descubierto que no me percate que estábamos saliendo de Madrid hasta que llegamos a nuestro destino. Al bajarme del vehículo, miré a mi alrededor y me llevé la sorpresa que estábamos en un finca y que aparcados junto a un edificio que parecía un granero había al menos una veintena de coches de alta gama. “Reunión de mafiosos”, pensé sin saber que el motivo de dicha asamblea  no era otro que más que yo fuera presentado en sociedad.
-Quítate la camisa y coge el hacha- me ordenó Tanía.
Al preguntarle el motivo, me contestó que tenía que pasar la ceremonia de iniciación de la hermandad. Su respuesta me heló la sangre. En una de las escasas reuniones que había tenido con Dmitri, éste me explicó que en la Rusia zarista, los cosacos se volvían hombres luchando contra lobos y como el fundador había sido un noble cosaco, tuve claro que o huía o me tendría que enfrentar al menos con uno de esos canes. Escapar era imposible por lo que no me quedaba más remedio que luchar. Iba a llevar solo un hacha como defensa. Recordé que hacía años había ido a una demostración de la policía donde uno de los agentes se tuvo que enfrentar al ataque de un pastor alemán. El perro se había lanzado al cuello del guardia pero se encontró con el brazo acolchado de su víctima, y éste le había inmovilizado con una descarga eléctrica. Esperando que un lobo tuviera el mismo modo operandi, me enrollé mi camisa alrededor de mi brazo, confiando que fuera suficiente para evitar su mordisco.
Gracias a que desde niño, he sido un aficionado a las armas blancas, no me sentí raro blandiendo esa hacha de doble filo de claro origen medieval.
Al entrar a la nave, supe que mis negros pronósticos se iban a ser realidad porque descubrí que, en la inmensa nave, habían habilitado una jaula circular donde sin ninguna duda iba a tener lugar ese combate.
Nervioso, supe que esa era una prueba que obligatoriamente tenía que pasar para sobrevivir. Que dicha ceremonia fuera parte del pasado y saber que nadie en su sano juicio se enfrentaría voluntariamente a ella, no me servía de nada. Justo antes de una batalla, es inútil que un soldado raso piense que no tiene ninguna razón que le impulse a asaltar una posición del enemigo, sabe que solo puede acatar las órdenes y como dicen en México, atarse los machos y obedecer.
Eso fue lo que hice, sin protestar me dirigí hacia el lugar más alejado de la puerta del recinto y con mi espalda contra la reja esperar a mi enemigo.
Durante los cinco minutos que tuve que esperar a que organizaran tan siniestro festejo, pude observar a los presentes. Una centena de puñeteros mafiosos, sedientos de sangre, esperaban ansiosos el desarrollo de los acontecimientos, apostando y bebiendo sin importarle que, en breves instantes, yo tuviera que lidiar por mi vida contra un animal cuya única culpa era su instinto.
Buscando quizás consuelo, escruté el lugar tratando de hallar a las dos hermanas, a las dos mujeres culpables que yo me encontrara en esa situación.
No tardé en encontrarlas, Tania y Sofía estaban en primera fila, justo encima de donde en teoría iban a introducir al bicho. Esa posición de privilegio era del todo lógico, lo que ya no lo era tanto fue que creí descubrir en ambas mujeres un nerviosismo que no cuadraba con lo que yo sabía de ellas. No era solo Sofía la que estaba preocupada, su hermana, la gran jefa de esa pandilla de hijos de puta y por un motivo que no alcancé a comprender, se estaba comiendo la uñas.
El ruido de los operarios acercando la jaula de mi oponente a la entrada me hizo reaccionar y con mi adrenalina invadiendo todo mi corriente sanguíneo, me giré hacia mi destino.
Abriendo la puerta del recinto, observé que me había equivocado, no era un lobo contra el que me iba a tener que enfrentar sino contra un oso.
-Mierda- pensé completamente acojonado,-¡estoy jodido!-.
Comprendí que solo sorprendiendo al animal y usando el peso de mi cuerpo, podía asestar un golpe suficientemente potente para acabar con el pobre bicho. Solo tendría una puñetera oportunidad y no debía desperdiciarla.
Los osos, siendo unos animales extremadamente agresivos, dudan en atacar a alguien que no se les enfrenta y por eso, bajando mi mirada, busqué alejarme de su presencia. Sabía que evitar sus ojos solo me daba tiempo, nunca una ventaja.
Los gritos ensordecedores del público, además de hacerme saber que no estaban de acuerdo con una postura que consideraban cobarde, consiguieron descentrar a mi enemigo, el cual poniéndose en pie sobre las patas traseras empezó a rugirles amenazadoramente.
Sabiendo que era mi momento y que no tendría una mejor ocasión, me lancé hacha en ristre contra mi despistado oponente.
No sé si fue destreza o suerte pero, contra toda lógica, mi mandoble se fue a estrellar en la mitad de su cráneo, matándolo al instante. Se produjo un silencio expectante. Los malditos mafiosos no salían de su asombro, acababa de acabar con esa bestia sin recibir una sola herida y en menos de un minuto.
Asimilando que debía de aprovechar su desconcierto, mojando mis manos en la sangre del oso, me embadurné mi cara, tras lo cual soltando un aullido, comuniqué mi triunfo.
La misma concurrencia que solo unos segundos antes reprochaba mi cobardía, se levantó como un único ser y aplaudiendo y vociferando se declaró rendida a mis pies.
Satisfecho por mi triunfo, dejé que un pope ortodoxo de largas barbas, me impusiera la capa de cosaco. A partir de ese momento, no me cupo ninguna duda de que era, además de uno de ellos, su jefe ungido. Ungido no por unas leyes hereditarias sino por la sangre derramada y que me había ganado su lealtad.
Saltándose el protocolo, Sofía se lanzó a mis brazos y llorando, me regaló sus caricias. Echándola bruscamente de mi lado y cortando una de las garras del desgraciando animal, me dirigí hacia donde estaba su hermana. Ella era la verdadera dueña de ese tinglado y arrodillándome frente a ella, mostré a los presentes que aceptaba la jerarquía tanto de ella como de su marido.
Entonces fue cuando como si ese lugar fuera las Ventas y mi actuación la de una leyenda del toreo, me vi alzado en hombros y homenajeado unánimemente por todo el respetable. Elevándome sobre sus cabezas, me llevaron a un salón anejo donde con respeto me dejaron en el suelo.
– Marko  Pavelic, ¡Ven y siéntate a nuestro lado!- dijo Tania señalando una silla entre ella y su hermana.
Sin saber que era lo que se proponía esa rubia, me senté y fue entonces cuando levantándose, pidió silencio.
-Queridos hermanos- empezó –muchos de vosotros no estabais de acuerdo en aceptar a un ustacha como integrante de nuestra hermandad y por eso, me exigisteis que lo probara siguiendo las costumbres ancestrales de nuestro pueblo. Como sabéis, al principio me negué porque en el último siglo nadie había sobrevivido al oso. Ahora, os digo: ¿Alguien osa a no reconocerlo como “zarévich”?
Nadie lo hizo y viendo que era unánimemente reconocido como uno de sus príncipes, un grupo de ancianos se acercó y arrodillándose ante mí, me juraron lealtad, para acto seguido todos y cada uno de los presentes me besó dos veces en las mejillas aceptando mi autoridad.
Al terminar, las dos hermanas que se habían mantenido al margen me llevaron a una habitación. Una vez allí, Tania la mayor, tomó la palabra y me dijo:
-Vístete para la ceremonia.
-¿Qué ceremonia?- pregunté.
-Tu boda con nosotras- soltó Sofía muerta de risa.
Como comprenderéis, me quedé helado al oírla y creyendo que había oído mal, insistí:
-¡Será contigo!
Con una carcajada, Tania intervino diciendo:
-A efectos legales, serás el marido de Sofía pero para la hermandad, el zarévich es el jefe absoluto y sobre ti, recaerá el bienestar de todos. Como hasta hoy yo y mi hermana hemos sido las cabezas de la misma, para obtener el puesto deberás casarte por el rito cosaco con las dos. Si preguntas por Dmitri, solo fue mi marido en papeles pero jamás para la hermandad.
La idea de ser el hombre de las dos hermanas era tan cautivante como peligrosa, por eso sin estar seguro de las consecuencias, me empecé a vestir. Al ponerme los pantalones y ser estos de jinete, recordé que en todas las ceremonias cosacas el caballo tenía gran importancia y por eso no me extrañó que al acabar, un grupo de doce cosacos vestido igual que yo llegaran a lomos de esos animales. Cogiendo el que estaba sin montura, me subí a él y entonces pegando un grito, mis acompañantes salieron en estampida alrededor de la finca mientras pegaban tiros al aire con las escopetas que portaban.
Azuzando a mi caballo, corrí tras ellos de forma que los alcancé cuando ya iban de vuelta. Al no conocer sus costumbres, pregunté a uno de ellos que resultó ser el chofer que me había llevado hasta allí que era lo que se me iba a exigir.
-¡Vamos a robar a sus novias!- respondió sonriendo.
Aunque creí que iba a ser una pantomima de secuestro, no pude estar más equivocado porque cuando nos bajamos de los caballos, las dos hermanas estaban custodiadas por una veintena de hombres que no nos lo pusieron fácil. A base de puñetazos, sillazos y alguna que otra patada en los huevos, me hicieron camino hasta donde estaban ellas. Una vez allí, como se suponía que debía robarlas, puse a cada uno sobre uno de mis hombros y salí corriendo mientras mis acompañantes seguían luchando contra los que la defendían.
-¡Debes llevarnos ante el pope!- me gritó Tania satisfecha.
El sacerdote estaba en una de las puertas de salida y con gran esfuerzo, conseguí llegar hasta él y descansando deposité a sus pies a las muchachas. El silencio se adueñó de la estancia.
-¿El zarévich desea hacer uso de su derecho por conquista?- preguntó.
Sin conocer el ritual, respondí:
-Lo deseo.
Fue entonces cuando el barbudo cogió a ambas y obligándolas a arrodillarse ante mis pies, les dijo:
-El zarévich os reclama, ¿Estáis de acuerdo?
-Lo estamos- recitaron al unísono.
Dando la solemnidad requerida, el sacerdote sentenció mi condena diciendo:
-Siguiendo la ley cosaca, Zarévich tome a sus mujeres y que ¡Dios le dé hijos que nos guíen hasta la Gran Rusia!
El estruendo fue ensordecedor, todos los miembros de la hermandad gritaron mostrando su alegría, tras lo cual, el jolgorio se desbordó y dio comienzo la fiesta. Con mis dos mujeres flanqueándome, me llevaron hasta la mesa principal y llenando una copa, me la dieron. Sabiendo que en su país se acostumbra a que el brindis empieza con una historia aparentemente sin relación alguna con la ocasión, pero que termina con una conclusión que acaba relacionándolas de forma inesperada, levanté mi copa y dije:
-Hace setenta años, los bolcheviques echaron a mi familia de Croacia… Hoy les devolveré una patada en el culo, dando un heredero a los verdaderos rusos. ¡Un brindis por Tania y por Sofía!
Me esperaba la ovación pero no que la rubia acariciándome por encima de la bragueta, me susurrara al oído:
-Espero que esta noche, sea esta arma la que uses para someterme.
La promesa que encerraban sus palabras, consiguió excitarme y cogiéndola entre mis brazos, la besé frente a todos. Si por mera lógica ahí debía haber acabado todo, me equivoqué porque  Tania mandando callar tomó su copa, diciendo:
-El invierno en nuestro país es frio y duro … solo espero que en unas horas mi cama no esté tan fría como una noche invernal de Moscú ¡Un brindis por mi marido y mi hermana!
Tras lo cual, se quedó mirando a Sofía, informándola de que era su turno. La pelirroja levantándose, soltó:
-Desde niña siempre he heredado la ropa y los juguetes de Tania… pero esta noche dejaré que ella sea la primera en recibir los besos del Zarévich porque yo ya los he saboreado. ¡Un brindis por mi marido y mi hermana!
La carcajada que su hermana soltó al oírla, no evitó que me diese cuenta de que le había molestado que en público reconociera que ya había sido mía pero en vista del ambiente festivo, pensé que nadie se acordaría. Durante una hora estuvimos bebiendo y bromeando con los presentes, hasta que la mayor de las dos decidió que ya era tarde y llamándome a su lado, me soltó:
-¿Por qué no nos esperas en el cuarto?
Aunque me lo había dicho como pregunta, no me cupo duda de que era casi una orden y como era algo que a mí también me apetecía, cogiendo una botella de champagne y tres copas, subí hacía la habitación. Mientras salía del salón, vi que las dos hermanas hablaban entre ellas. Sabiendo que no tardaría en saber que sorpresa me tenían preparada,  nada más cerrar la puerta, me desnudé.
La sola idea de disfrutar de esas rusas hizo que me excitara y temiendo que al entrar se rieran de mi pene erecto, lo  tapé con las sábanas. Los diez minutos que me hicieron esperar me dio tiempo para meditar en lo que había cambiado mi vida desde que llegaron a vivir al piso de al lado. Si durante años había huido de la herencia de mi familia, a partir de su llegada, el pasado había vuelto con toda su fuerza y comprendí que jamás volvería a ser el anodino abogado. Lo que no llegaba todavía a alcanzar prever era en lo que me iba a convertir…
… Si me dejaba llevar, sería una pieza fundamental en el engranaje de esa hermandad, pero si me intentaba revelar mi futuro seria incierto.
Todo tenía sus pros y sus contras. Como ventajas era el poder que iba a disfrutar pero sobretodo el ser el marido de esas dos bellezas y como amenazas, no pude dejar de valorar el hecho que a partir de ese momento sería un enemigo público para muchos gobiernos.
Fue entonces Tania y Sofía terminaron con mis cavilaciones al verlas entrar únicamente vestidas con unas túnicas casi transparentes. La mayor de las dos me miró desde la puerta y descubrí en sus ojos, una excitación difícil de disimular. Exagerando la sensualidad de sus movimientos, las dos hermanas se pusieron frente a la cama y desanudaron al unísono los cordones que sostenían sus túnicas, dejándolas caer.
Al verlas desnudas, me resultó imposible saber cuál de las dos era más bella. Si bien Sofía era la menor, el cuerpo de Tania no le tenía nada que envidiar. Alta y delgada, la rubia tenía unos pechos exuberantes. Examinando a mi nueva esposa, no pude dejar de recrearme en su estómago liso mientras bajaba mi mirada hasta su sexo.
“¡Qué primor!” pensé al verlo totalmente depilado.
Si por si eso fuera poco, el trasero de la rusa era un auténtico espectáculo. Con forma de corazón, se notaba a la legua que sus nalgas eran firmes y no pudiendo aguantar la exhibición que me estaban haciendo, las llamé a mi lado. Moviéndose sensualmente mis dos mujeres se acercaron al colchón. Una vez allí y mientras yo sufría por la brutal excitación que sentía, se acomodaron cada una a mi lado y me empezaron a besar.
Para entonces mi pene se encontraba totalmente erecto y Tania al sentirlo, sonrió mientras me decía:
-Marko. ¡No sabes lo que he deseado esto desde que te vi con Sofía!
Que la rubia usara la versión croata de mi nombre, no me molestó porque dentro de las paredes de la casa de mis viejos, mis padres me llamaban así. Satisfecho por sus palabras llevé mis manos a sus pechos y por primera vez los acaricié con pasión.  Sus pezones reaccionaron al instante y se pusieron duros mientras su dueña no podía evitar pegar un gemido.
-¡Fóllame!- susurró en mi oído.
Como iba a ser nuestra primera vez decidí hacerlo con lentitud y desoyendo su petición la tumbé sobre las sabanas y bajando por su cuello, disfruté de la suavidad de su piel con mi boca. Usando mi lengua como un pincel, fui dejando un húmedo rastro de camino a sus pechos, Al llegar a mi primera meta, me entretuve recorriendo una de sus areolas. Sofía al verme se apoderó de la otra, dando inicio a una sutil tortura donde la rusa tuvo que aguantar que cuatro manos y dos bocas la acariciaran mientras ella se retorcía de placer.
-¡Hazme tuya!- me pidió descompuesta.
Haciendo nuevamente caso omiso a sus órdenes, seguí bajando por su cuerpo cada vez más lento. Al irme acercando a su coño, Tania era ya un volcán a punto de explotar y por eso en cuanto la punta de mi lengua tocó su clítoris, se corrió dando gritos. Sus aullidos lejos de azuzar la velocidad de mi toma de posesión de su cuerpo, la ralentizó y me puse a disfrutar del sabor del flujo que salía de su sexo.
-¡Por favor! ¡No aguanto más!- chilló urgida de que la tomara.
La forma tan evidente con la que externalizó su calentura hizo que soltando una carcajada, su hermana le dijera:
-Ya te dije que nuestro marido es un amante experto- para acto seguido besarla mientras con sus dedos le pellizcaba los pezones.
Sin importarme sus quejas, seguí a lo mío y separando los pliegues de su chocho, me lancé a disfrutar de ese manjar. Aunque deseaba hacerla mía, comprendí que debía ir por etapas para conseguir su completa rendición y por eso pegando profundos lametazos en su botón, aproveché para introducirle un dedo en su interior.
-¡Me encanta!- aulló separando aún más sus rodillas.
Al tener el coño completamente encharcado, un dedo no fue suficiente por lo que no me quedó más remedio que meterle un segundo mientras con los dientes empezaba a mordisquear su clítoris. Mi víctima, en cuanto experimentó la ruda caricia, temblando sobre el colchón volvió a experimentar un segundo orgasmo y berreando en ruso, cerró sus puños evidenciando el placer que asolaba su mente.
La excitación de Sofía se desbordó al verla gozar y dejando la relativa pasividad con la que se había comportado,  puso su sexo a disposición de la madura. Tania no se hizo de rogar y mordisqueando el clítoris de su Hermana, consiguió sacarle los primeros suspiros de placer y con la lengua fue recogiendo el flujo que manaba del interior de la cueva de la morena mientras sus manos  se aferraban a su duro trasero.
Tengo que reconocer que mi más que excitado pene me pedía participar y por eso decidí que ya había llegado el momento. Cogiendo mi erección entre mis dedos, la acerqué a la entrada de su vulva y de un solo empujón se lo clavé hasta el fondo. Entonces se desató realmente la pasión de los tres y gritando como una loca me pidió que la tomara sin compasión mientras ella hacía lo propio con Sofía.
Como os podréis imaginar, no tuvo que repetir su pedido y asiéndome de sus pechos, comencé a cabalgarla salvajemente. Sus gemidos se convirtieron en alaridos al poco de verse penetrada y disfrutando cada una de mis penetraciones, no dejó de comer el coño de su hermana menor.
Curiosamente fue esta la que pegando un berrido se corrió pidiendo tregua pero al igual que había hecho yo con ella, Tania hizo oídos sordos y prosiguió con su quehacer. Al ver el estado de mis dos mujeres, me terminó de calentar e incrementando el compás de mis incursiones, me lance a asolar todas las defensas que le quedaban a la rubia en pie.
No tardé en observar que le costaba respirar y que sus muslos estaban empapados. No pudiendo soportar más la excitación y dando un berrido, le informé de la cercanía de mi clímax. Mis palabras le sirvieron de acicate y convirtiendo sus caderas en una máquina de ordeñar, buscó mmi placer mientras su lengua terminaba de recoger el fruto de su hermana. La tensión acumulada por mi miembro explotó sonoramente, regando su vagina de mi simiente mientras mis dos mujeres no dejaban de gritar por el placer que estaban sintiendo.
Agotado, me desplomé a su lado y tras unos minutos, descansado abrazado a ellas, les pregunté que le había parecido:
-Ha sido maravilloso- me contestó Sofía con una sonrisa en los labios, – nunca habíamos sentido tanto placer pero….¿No creerás que hemos terminado?, es mi noche de bodas y todavía no me has hecho tuya.
Soltando una carcajada, le respondí:
-Cariño, ¡Somos tres!- y dirigiéndome a Tania, le pregunté: -¿Te apetece que entre los dos nos la follemos?
Muerta de risa, la rubia asintió y besando a su hermana en la boca, dio inicio nuestro segundo round.

Un comentario sobre “Relato erótico: “La esposa de un narco y su hermana. La hermandad” (POR GOLFO)”

  1. EXELENTE RELATO ME ENCANTO
    ESPERO LA CONTINUACION ESPERO NO ME DECEPCONEN COMO CON OTROS RELATOS QUE DEJAN SIN TERMINAR
    SALUDOS DESDE MEXICO

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