LA CAZADORA XIX

Elisa llegó a su casa a toda velocidad, dejó sobre la mesa una carpeta que traía y fue directamente a cambiarse a su habitación.

Ya llevaba un par de semanas sirviendo en casa de su vecina y nunca había sido tan feliz. Pasaba el tiempo en la universidad deseando que llegara el momento de llegar al casa y ponerse el uniforme. Se puso unas braguitas de encaje blanco (ahora su colección era mucho más completa) con el culo al aire, al igual que las primeras que había tenido y, inclinándose sobre la cama, se introdujo ella sola el plug anal. Al principio le costaba, tardaba unos minutos y usaba bastante lubricante, pero ahora, para su orgullo, lo colocaba bastante rápido y de forma casi indolora sin tener que usar nada.

Se dispuso a salir por la puerta, pero tuvo que volver porque se le olvidaba la carpeta que había traído. No quería decepcionar a su jefa…

Cruzó el rellano y abrió la puerta con la copia de las llaves que le había proporcionado Diana. En medio del salón se encontró a Missy siendo follada por Bobby a cuatro patas, como dos auténticos perros. Esto no la sorprendió puesto que era bastante habitual, ella misma, al acabar sus tareas, solía “jugar” un rato con ellos, siempre que Diana no la requiriese.

La buscó en su despacho, últimamente estaba bastante tiempo ahí.

Toc Toc.

– Adelante. – Sonó detrás de la puerta.

– Buenas tardes, señorita.

– Buenas tardes, Elisa.

Estaba preciosa. Elisa la miraba embobada, asombrada por como lucia su belleza con una naturalidad aplastante. Hasta los trapitos que llevaba para estar por casa la quedaban genial, y esos ojos, esa mirada…

– ¿Qué querías? – Preguntó, interrumpiendo sus pensamientos.

– ¡Ah! – Exclamó la asistenta, saliendo de su ensimismamiento. – Le traigo lo que me pidió.

Diana se levantó y cogió la carpeta que traía la chica.

– Buen trabajo. – Elisa sonrió, le encantaba mostrar su valía ante ella. – ¿Cuántas?

– Siete. Pero podré conseguir más.

– Siete… Está bien para empezar, mejor se lo que me pensaba.

Dejó la carpeta a un lado y se acercó al la chica.

– Estoy muy contenta de haberte contratado, te has adaptado perfectamente a tus nuevas tareas.

Se acercó tanto a Elisa que esta podía notar su aliento sobre ella. La tenia tan cerca… Un sólo centímetro más, solo pedía eso… No se atrevía a lanzarse ella por mucho que lo desease, no quería contrariar a Diana.

La mano de la cazadora se posó sobre la cadera de la chica, y descendió acariciando el suave uniforme hasta su expuesto trasero. Elisa cerró los ojos de puro deseo. Se encontró de pronto con los labios de Diana, como había deseado, fundiéndose en un lujurioso y húmedo beso.

Las manos de Diana se movían por el culo de la chica, sobandola, atrayendola hacia ella, obligandola a notar el contacto de sus pechos. Comenzó a jugar con el plug anal, moviendolo ligeramente, sacándolo y volviéndolo a introducir. Elisa había aprendido a encontrar el placer de aquella manera, y comenzó a jadear entre beso y beso.

Diana, llevó una mano al sexo de la joven, notando con agrado la humedad del mismo. Jugaban lengua con lengua mientras la cazadora llevaba a Elisa a un intenso orgasmo, como premio por el trabajo bien hecho. El placer fue compartido por las dos, sumergiéndose Diana en una oleada de espasmos gracias a las sensaciones de su asistenta.

– Y ahora, – Dijo, separándose de ella y llevándose los dedos a la boca, saboreando los jugos de la chica. – puedes volver a tus tareas.

Elisa salió de la sala, obediente, y Diana procedió a examinar el contenido de la carpeta que traía.

Siete. Siete nuevas presas.

Elisa había hecho un trabajo bastante completo. Había adjuntado fotos en diversas situaciones de las chicas, su nombre, teléfono, email, Facebook… También las direcciones de las que disponía y las situaciones familiares de cada una de ellas. Esa chica era una joya.

Pero ahora no tenia tiempo para eso, estaba a punto de caer sobre su nueva presa.

Había estudiado el informe que le cedió Marcelo minuciosamente, había observado a la víctima, sus hábitos y sus actitudes y había encontrado el momento perfecto para abordarla. Podía someter su mente en un segundo, pero le resultaba más divertido jugar con ella, ir viendo como se transformaba poco a poco en la zorra que quería de ella. Además, había buscado el momento de estar solas, así no tendría que preocuparse de que alguien pudiese delatarla de alguna manera.

Y ese momento era esa misma tarde.

———————

Siv Helen Olsen era una belleza Noruega incluso a sus 50 años, rubia, alta, estilizada, ojos azules… Parecía un perfecto estereotipo. Siempre había llevado una buena vida, lo que había aprovechado para cuidarse y mantenerse joven, su posición social también la obligaba y la ayudaba a ello.

Había conocido en su juventud a un diplomático español que estaba pasando un tiempo en su país, y de repente llegó el amor. En unas semanas estaban saliendo y en menos de dos años se habían casado. De esa relación habían salido dos preciosas jovencitas que ya tenían 25 y 27 años. Pero su madre no tenia nada que envidiarlas, más a menudo la preguntaban que si eran sus hermanas antes que adivinar que era su madre.

Ahora se estaba tomando un tiempo de descanso y, aprovechando que su marido tenia importantes asuntos que atender había aprovechado para irse de compras. Normalmente era asesorada por, Cintia, su Personal Shopper, pero hoy se encontraba indispuesta, así que le había conseguido a alguien que, según ella, era de su total confianza.

– Buenos días, señora Olsen. – La saludó una joven.

– Buenos días. Tu debes de ser…

– Diana, Diana Querol. Soy amiga de Cintia.

– Encantada. – Dijo educadamente, estrechando su mano.

Observó de arriba a abajo a la chica. Era una preciosidad, y parece que tenia bastante estilo. Llevaba un traje de dos piezas negro con rayas grises, una blusa blanca que dejaba entrever el nacimiento de sus senos e iba peinada con un bonito recogido en la parte alta de la cabeza.

Casi iba mejor que ella. Helen llevaba una falda de tubo color crema y una camisa con encaje. Iba elegante, pero esa chica…

Sintió una punzada de envidia, casi parecía que ella era la señora. Entonces la envidia se tornó en una ligera admiración.

“Sí va así de elegante, quiere decir que tiene buen gusto, y eso es lo que busco en ella.”

– Cintia me ha hablado muy bien de usted, me dijo que era una auténtica belleza y que todo lo que se pruebe la sentaría bien. Creí que exageraba pero ahora veo que incluso se quedó corta.

Helen se ruborizó ante el comentario de la joven, no era la primera vez que la decían algo así ni mucho menos, pero la manera en que esa chica la miraba la ponía… ¿Nerviosa? Parecía que intentaba devorarla con aquellos ojos verdes, tan profundos, tan vívidos…

– ¿Señora? – Diana la sacó de su ensimismamiento. – ¿Se encuentra bien?

– Eh… Si. Si, no te preocupes.

– La estaba preguntando que por donde quería empezar, ¿Tiene alguna preferencia?

– Si, una de mis niñas acaba de terminar la carrera, y habíamos pensado hacerle una fiesta, así que en primer lugar me gustaría mirar un vestido apropiado.

– Estupendo, conozco el sitio perfecto, si me acompaña… – Diana se dirigió hacia su coche, que había aparcado cerca.

“Debe de ser muy buena y ganar mucho para mantener ese coche” Pensaba Helen, asombrada del estupendo deportivo que conducía la chica.

– ¿Cómo le gusta la ropa? – Preguntó Diana mientras conducía. – Para ir haciéndome una idea.

– Me gustan la ropa sencilla y sobria, que marque mis formas pero que no sea vulgar.

– Claro, con la figura que tiene usted no le hace falta llevar ropa rebuscada para estar despampanante… En la sencillez está el buen gusto.

Otra vez, otro piropo y de nuevo Helen notó como el rubor ascendía a sus mejillas.

Cuando llegaron a la tienda y, después de dar una pequeña vuelta por ella, Diana comenzó a recorrerla seleccionando conjuntos que creía oportunos para Helen.

– Creo que con estos podemos ir empezando. – Dijo, ofreciéndole 3 vestidos.

Se dirigieron al probador y la chica se quedó fuera esperando.

“Tiene buen ojo” Pensó Helen mirando los vestidos. “Y parece que ha captado bien mis gustos, son exactamente lo que le había pedido”

Comenzó a desnudarse dispuesta a probarse un vestido verde y ajustado. Cuando se quedó en ropa interior se quedó mirándose en el espejo, observando lo bien que llevaba sus 50 años.

“No tienes nada que envidiarle a esa chica, estás estupenda”

Se giró para ver lo bien que le quedaba el tanga y entonces, se dio cuenta de que la cortina no estaba cerrada del todo. Por una pequeña rendija podía ver como Diana la observaba. Rápidamente apartó la mirada.

“¿Qué cojones hace espiandome?”

No se molestó en cerrar la cortina. Pensaba en salir y echarle la bronca a aquella desvergonzada pero, en lugar de eso, se puso el vestido y salió del probador.

– ¿Qué tal me queda? – Dijo, mostrando el vestido.

– Estupendo, es su talla y además, realza perfectamente sus formas. Sencillo y sobrio, ¿Verdad?

Diana giró alrededor de Helen, comprobando las costuras. La mujer se estremeció cuando las manos de la chica entraron en contacto, recorrieron sus costados, sus caderas y, en un rápido y ligero movimiento le dio la impresión de que había acariciado su culo.

Entró de nuevo al probador pensando en que tenía que cerrar bien la cortina pero, sin saber por qué, la dejó entreabierta de nuevo.

“¿Estas loca? ¡Te puede ver cualquiera!” Se decía mientras se cambiaba de vestido. Podía notar los ojos de Diana clavados en ella, observando cada centímetro de su cuerpo. Recordó el contacto de su mano en su culo y volvió a estremecerse.

Cada vez que se tuvo que desnudar, Helen pasaba más tiempo en ropa interior antes de ponerse el siguiente modelo. No sabía por que razón el hecho de que Diana la estuviese observando la excitaba, la recordaba que todavía era una belleza, que su cuerpo era deseado. Cuando acabó con el último vestido, la Personal Shopper se asomó al probador.

– ¿Qué tal va?

Helen rápidamente se tapó con las manos.

– ¿Q-Qué haces?

– No se preocupe por mí, solo quería traerle un nuevo vestido que creo que le irá bien.

Le tendió una prenda roja y negra y salió del probador.

Helen estaba jadeando de la tensión. ¡Había entrado directamente al probador!

Cuando comenzó a relajarse notó que tenia la piel de gallina y una enorme calentura subía de su entrepierna.

“¿Cómo es posible?”

Se quedó mirando el nuevo vestido, no creía que fuese de su agrado, pero no quería decepcionar a la joven.

Cuando se vio en el espejo se quedó sin habla, era un minivestido ¿Cómo pretendía que se pusiese eso? . La falda no llegaba ni siquiera a medio muslo y tenia la espalda completamente al aire. Era tan ajustado que parecía que sus pechos iban a reventar la tela pero… No podía negar que era sexy, muy sexy.

– ¿Ya se lo ha puesto? – Preguntó Diana desde fuera del probador. – ¿Puedo ver que tal le queda?

Helen salió algo azorada, la tienda no estaba a rebosar pero había gente. Gente que se la quedó mirando en cuando abandonó el probador.

– ¡Está estupenda! – Exclamó Diana, entusiasmada. – ¿Le parece bien el cambio de look?

– Creo… Creo que es demasiado exuberante para mi…

– No diga tonterías, le queda genial. Tiene un cuerpo estupendo y debería ser un orgullo lucirlo.

“Tengo… Si, realmente tengo un cuerpo estupendo”

– Pero, ¿No crees que es excesivo?

– ¿Excesivo? ¡No! Necesitas mostrar al mundo tu belleza, eso te hará feliz.

“¿Mostrar mi belleza? Tengo un cuerpo estupendo… Pero…”

– Mira la gente a tu alrededor, los hombres te miran con deseo, y las mujeres con envidia.

Era verdad, nadie en la tienda apartaba la mirada de ella. Sentía vergüenza, llevaba puesto un vestido que dejaba muy poco a la imaginación, pero también sentía excitacion, ser el centro de atención, que la deseasen, que quisiesen poseerla, era una sensación extraña que nunca había sentido.

– ¿Le gusta, verdad?

– ¿Qué?

– Sentirse observada, sentirse deseada, puedo verlo en sus ojos. Mirese en el espejo, esta despampanante.

Diana se situó tras ella mientras se miraba, agarrandola por la cintura, pegándose a ella. Veía a través del espejo como su mirada parecía capaz de penetrar en ella, se sentía desnuda.

– No puede negarlo… – Continuó la joven. – Dejó la cortina del probador abierta para que yo la viera, para que todo el mundo pudiera verla.

– Yo… Fue… Fue un descuido.

“¿De verdad? La primera vez si, pero, las demás…”

– ¿Por qué se puso si no esa preciosa lencería?

– Me gusta como me queda.

– Te gusta que te la vean.

– No…

“¿O si?”

Las manos de Diana descendían por su cintura y comenzaron a avanzar lentamente por su vientre, descendiendo.

“¡Nos puede ver todo el mundo! Estamos en el centro de la tienda, ¿Qué cree que esta haciendo?” Pero no la detuvo. Cerró los ojos y suspiró, echó su culo hacia atrás, intentando buscar el contacto con la chica, pero entonces, esta se apartó.

– Entonces se lleva el vestido, ¿Verdad?

Helen se quedó paralizada, ¿Qué coño la estaba pasando? ¿Se estaba volviendo loca? Diana ya estaba pagando las prendas. Entró en el probador y volvió a ponerse su ropa para seguir adelante pero, cuando salió, se sintió extraña. La gente la miraba, pero no de la misma forma que antes.

“Ahora me desean… Pero no de la misma manera… Yo sigo siendo la misma… Debo… ¿Mostrarme?”

Siguieron recorriendo tiendas de ropa, pero Diana no volvió a ofrecer la ningún vestido como aquel. Helen estaba algo desanimada, no creía que nada de lo que se estaba probando la quedara bien, vestido tras vestido los iba desechando, uno tras otro. Entonces, en la última tienda.

– No se que más ofrecerla… – Dijo Diana. – ¿Qué está buscando?

“Qué me miren, que me deseen”

– No se… ¿Qué tal esto? – Preguntó cogiendo un vestido que llevaba tiempo mirando.

– Pruebeselo y veamos que tal.

Helen obedeció, seguía dejando el probador entreabierto mientras se vestía. Cuando salió, Diana sonreía.

El vestido era negro, ajustado y con un escote en pico que dejaba ver el canalillo de la mujer. La falda, ya de por sí corta, estaba rematada con una raja en el lateral que dejaba ver el muslo izquierdo casi hasta la cadera.

Los colores volvieron a ascender a la cara de la rubia, los colores y los calores. Volvía a notar la atención de la gente y eso la lleno de orgullo.

“Les encanta verme, me desean” Pensaba, feliz.

Entonces, Diana comenzó a traer vestidos del mismo estilo, uno tras otro, y Helen los elegía todos. Se sentía radiante, feliz y excitada.

– Creo que por hoy hemos acabado. – Dijo Diana.

– ¿Ya? – Helen estaba algo decepcionada, no quería que acabase. Había descubierto una nueva parte de si misma y quería explotarla. – De acuerdo pero, ¿Qué te parece si vamos al tomar algo? Has hecho muy bien tu trabajo y me gustaría conocerte mejor.

– ¡Perfecto!

Se dirigieron a un pequeño bar, algo escondido que conocía Diana.

– ¿Le parece bien este sitio?

– No me trates de usted, ya no estamos trabajando.

– Esta bien, Helen, ¿Te parece bien?

– Perfecto. Siéntate, voy a pedir.

Helen se dirigió al la barra. El sitio estaba vacío, solo se encontraba en él el camarero y un hombre al fondo de la barra.

– Buenas tardes, ¿Me puede poner dos copas de vino?

– Enseguida.

La mujer notó como el hombre la recorrió con la mirada, pero no sintió lo mismo que cuando había estado en las tiendas.

– ¿Qué te ocurre? – Preguntó Diana cuando llegó a la mesa.

– Nada… Es solo que… – No sabia si contárselo, acababa de conocer a aquella chica pero, por alguna razón la inspiraba confianza. La forma en que la miraba la hacia sentir bien, relajada, así que se lanzó. – La forma en que el camarero me miró… Me hizo… Sentir mal… No se como explicarlo…

– ¿De que forma te miró? ¿Con lascivia? ¿Quieres que le diga algo?

– No, ese es el problema.

– ¿Cómo?

– Cuando me probé la ropa que me trajiste, me sentí… (“Me sentí como una zorra”) Bien. No se como explicarlo. Siempre he sido muy sobria, muy cuadriculada (“Muy mojigata”) y al ponerme esa ropa…

– Te liberaste.

– Sí, algo así.

– ¿Y por qué no te la pones?

– ¿Cómo?

– Tengo aquí las bolsas, coge un vestido y vete al servicio.

A Helen se le iluminó la mirada.

“¡Así podre mostrar lo bella que soy! Esos hombres me desearan más que cualquier otra cosa.”

Metió la mano en las bolsas y sacó uno de los vestidos, cogió su bolso y salio disparada.

Diana sonreía. Hasta ahora lo había llevado con calma, no tenía prisa y quería divertirse, pero ahora iba a acelerar un poco las cosas.

Helen tardó bastante en salir y, cuando lo hizo se vio por qué. Se había cambiado el maquillaje completamente. Salió con el vestido rojo, el primero que se había comprado, los labios pintados de rojo, los ojos remarcados con una preciosa sombra negra y el pelo suelto cayendo sobre sus hombros.

Al camarero casi se le cae el vaso que estaba limpiando. Los dos hombres que estaban allí la siguieron con la mirada hasta que se sentó, y lo hizo con una sonrisa de oreja a oreja.

– Estás impresionante. No te quitan ojo.

– Gracias.

La mujer se sentía bien, comenzó a notar la misma calentura que en las tiendas e, inconscientemente comenzó a frotar sus muslos.

– Se te ve acalorada – Dijo Diana. – ¿Por qué no vas y pides algo más? Seguro que a tu amigo le gustará verte de cerca.

Helen se levantó, avanzó hacia la barra y se apoyó inclinándose ligeramente, dejando sus pechos casi a la vista.

“¿Qué estoy haciendo? Parezco una furcia… Pero, es tan excitante…”

El camarero se acercó y no dijo nada, simplemente se plantó allí y se quedó mirando el escote de la mujer. El otro hombre se acercó disimuladamente a donde estaba ella.

– ¿Me pones otras dos copas de vino?

– Y todo lo que quieras, preciosa.

Helen estaba caliente, muy caliente.

– ¿Os gusta mi amiga? – Preguntó de repente Diana, que se había acercado.

– ¿Y a quién no? Es una belleza.

Esa frase resonó en la mente de Helen.

– ¿Por qué no les enseñas lo bien que te queda tu nuevo vestido?

– ¿Eh? – Helen estaba confusa, ¿Qué quería que hiciera?

“Muestrate, enseñales tu cuerpo, haz que te deseen, quieres que te deseen, NECESITAS que te deseen”

Diana le estaba indicando que se girara y, mientras lo hacía, propinó una sonora palmada en el culo de la mujer. Cuando la miró para recriminarle por su acción se encontró con aquellos profundos ojos verdes…

– Sí que le queda bien. – Afirmó el hombre que estaba a su lado. Se acercó envalentonado por la actitud de las mujeres. – Tienes un cuerpo estupendo… – Mientras decía esto acariciaba a la mujer por la cintura.

“¡Paralo! No puedo hacer esto, ¡Estoy casada!”

“Pero… ¿No es lo que llevo deseando roda la tarde? Que me deseen… Y este hombre me desea…”

El hombre se pegó a ella por detrás.

“¿Eso es su pene? Oh Dios…”

Helen se estremeció de placer al notar como estaba ese hombre gracias a ella, a la sola visión de su cuerpo. Diana la miraba fijamente, escrutaba sus reacciones ante el acercamiento del hombre.

“¿No es esto lo que habías estado buscando?” Se decía a si misma “Vamos, déjate llevar”

Cerró los ojos y, cogiendo aire se dio la vuelta y se arrodilló ante el hombre.

“¿Qué estas haciendo? ¿Estas loca?”

“Oh, venga, ¡está así por ti! ¡Te desea! Complacele, complace a tu hombre.”

Sus manos temblorosas comenzaron a trastear con el cinturón y la bragueta del hombre hasta que una enorme polla salió disparada de los calzoncillos, casi golpeandola en la cara.

Helen se quedó bloqueada. “¡Chupala!” La situación la estaba superando. “¡Lamela!” Se veía a si misma, a la situación, ella, la elitista mujer arrodillada ante aquél desconocido. “¡Abre la boca!” Volvió brevemente en sí y, cuando se dio la vuelta vio a la chica que había conocido hoy. La miraba fijamente mientras sonreía.

Rápidas imágenes comenzaron a aparecer en la mente de Helen. Ella desnuda, en la calle, masturbandose en medio de todo el mundo. Ella otra vez, arrodillada en medio de un restaurante, se la estaba chupando al camarero. Ella de nuevo, en una piscina hacia top less con un minúsculo tanga mientras todos la miraban. Otra escena, bailaba delante de decenas de personas, todos la miraban y la jaleaban mientras se quitaba la ropa.

“Es lo que deseas, solo hazlo”

Un intenso orgasmo la recorrió entera. Su cuerpo era como un cable de alta tensión recorrido por una fuerte corriente eléctrica. Cuando volvió en sí, vio frente a ella la polla de aquel hombre y, sin más, abrió la boca y lentamente comenzó a chuparsela.

“Eso es, chupala, demuestra lo que sabes hacer. Te encanta que te usen. Te encantan las pillas. Eres una zorra.”

Esas ideas la calentaban aún más, tanto que comenzó a aumentar el ritmo de la mamada. Con una mano sujetaba la tranca y la masturbaba, con la otra, acariciaba las pelotas aquel hombre.

“El es tu hombre, tu eres su puta.”

Una mano la tocó ligeramente en el hombro, se dio la vuelta sin dejar de masturbar al hombre y allí estaba el camarero, polla en mano, esperando recibir las mismas atenciones que su cliente.

Diana se había sentado en la mesa en la que estaban y observaba todo desde allí, satisfecha. Estaba fumando un cigarro mientras veía como aquella pija se había convertido en cuestión de horas en una zorra. Estaba arrodillada entre los dos hombres, con una polla en cada mano, turnando su boca de una a otra. Tenia las tetas fuera y los hombres la pellizcaban los pezones.

Diana sacó el móvil e hizo una foto. La envió en un mensaje y, segundos después recibió una llamada.

– ¿Sí? – Contestó.

– ¿Ya está?

– Tu mismo lo has podido ver en la foto. Es nuestra.

– Fenomenal. Tamiko no se equivocó contigo.

– ¿Qué hago ahora con ella?

– Llévala al 7pk2. Nos vemos allí.

– De acuerdo, adiós, Marcelo.

– Adiós, cazadora.

Diana se levantó.

– Tenemos que irnos. – Dijo.

– ¿Ya? – Dijeron los hombres a la vez. – ¡No nos podéis dejar así!

– Lo siento mucho, otra vez será.

Helen estaba decepcionada, no quería que eso acabase, se sentía extrañamente bien consigo misma pero, incluso sin querer hacerlo, obedeció a Diana, soltó las pollas de los hombres y comenzó a levantarse.

– Ni se te ocurra. – Dijo el camarero sujetándola por el hombro. – No voy a permitir que dos calientapollas me dejen así, ahora mismo tu y tu amiguita vais a comernos las pollas hasta que nos cansemos.

Helen estaba asustada, aquellos hombres que hasta hace poco la habían excitado ahora la daban miedo. Se arrodilló de nuevo y comenzó a sollozar. Por su parte, Diana se levantó. Sonreía mientras se acercaba con lentitud al los hombres, mirándolos fijamente. Los dos comenzaron a temblar, la piel se les erizo y quedaron paralizados de un terror inexplicable. Diana se paró ante Helen y no dijo nada, simplemente tendió su mano para ayudarla a levantarse, se dio la vuelta y se fue del local, recogiendo las bolsas de la compra.

Los hombres cayeron de rodillas al suelo en cuanto salió, sudando.

– ¿Q-Qué acaba de pasar? – Preguntó uno.

– N-No lo sé…

Los dos estaban temblando de pavor, pero aliviados de que aquella extraña mujer de los ojos verdes se hubiese ido de allí.

En el coche, Helen ni siquiera preguntó donde iban, su cabeza era un mar confuso de pensamientos, y todos acababan con la misma conclusión.

“Eres una puta, Helen”

Se la había chupado a dos desconocidos en un bar y lo había disfrutado, y si no fuese por Diana quien sabe como habría acabado la cosa.

“Me habrían follado. Me habrían arrancado la ropa y me habrían follado allí mismo.”

Un sentimiento de decepción la recorría, ¿Por qué Diana había cortado la situación?

– ¿Donde vamos? – Preguntó.

– Quiero que conozcas un lugar. No te preocupes, relájate durante el viaje.

“Relájate… Relájate… Relájate…”

Los ojos de Helen se cerraron y la entró algo de sopor.

-… Y disfruta…

Las manos de la mujer comenzaron a acariciar su cuerpo, lenta e inconscientemente recorrían cada curva, cada zona, descendiendo cada vez más, en busca del origen de la extraña calentura que la invadía.

“Déjate llevar, tu cuerpo ha nacido para el placer”

Apartó el vestido con una mano y el tanga con otra.

“Solo obedece y déjate llevar”

Sus dedos penetraban en su húmedo sexo.

“Muestrate, enséñale al mundo lo zorra que eres.”

Los gemidos empezaron a salir de su boca, se revolvía en el asiento.

“Te encanta que te miren, te encanta que te deseen, te encanta que te follen”

Ya llegaba, podía notar como el orgasmo surgía desde lo más profundo de su ser, estaba a punto de llegar al éxtasis.

“Solo eres un objeto, tu misión es servir, tu misión es dar placer, tu misión es obedecer.”

Pellizcaba sus pezones a la vez que escarbaba con violencia en su coño.

“¡CORRETE!”

– ¡Aaaaahhhh!

Su cuerpo estalló en un mar de placer, uno tras otro comenzaron a asaltar los orgasmos, pero dio la cuenta de cuantos había tenido, solo gemia y se retorcía en el asiento.

– Ya hemos llegado.

– ¿Eh?

Abrió los ojos y recordó donde estaba. Diana la había visto masturbarse y correrse como una perra, pero eso no hizo más que ponerla más cachonda.

– Sígueme. – Dijo la joven.

La siguió adentro de aquel nuevo sitio. Estaba muy oscuro y había algo de gente. La música sonaba en toda la sala y en el centro, en un pequeño escenario, una joven bailaba ante la atenta mirada de los clientes. Una camarera, casi desnuda, llevaba una bandeja de un lado a otro, sirviendo las copas.

– ¿Qué sitio es este? – Preguntó asustada pero, en el fondo, deseaba estar en la situación de aquellas mujeres.

Diana no la escuchaba, le dijo algo a la camarera y esta salio de la barra y entro por una puerta lateral. Después de un par de minutos regresó seguida de un hombre trajeado.

– Y aquí está – Dijo el hombre, señalando a Helen. – ¿Está preparada?

– Preparadisima – Contestó Diana, que seguía sintiendo una extraña sensación de desasosiego al no poder leer la mente de Marcelo. – Hará todo lo que la ordenes sin rechistar.

Helen no entendía nada, ¿De que estaban hablando?

– Muy bien… – Marcelo se acercó y acarició la mejilla de la mujer. – Eres una belleza… Nos vamos a divertir mucho contigo.

– ¿Q-Qué está pasando? – Preguntó asustada.

– Desnúdate. – Dijo el hombre.

La mujer obedeció, sin saber muy bien por qué lo estaba haciendo, solo sabia que necesitaba hacerlo.

“Eres una zorra, tu misión es obedecer”

Comenzó a sentir algo de miedo, miedo y excitacion, todo el mundo la estaba viendo allí en medio, desnuda.

Marcelo se desabrochó los pantalones y mostró su polla erecta ante la mujer. Helen no podía apartar la mirada de allí, la llamaba poderosamente… Y sabia lo que tenía que hacer. Se arrodilló y cogió suavemente la polla con una mano, para dirigirla a su boca. Comenzó a lamerla desde la base hasta la punta varias veces y entonces se la metió en la boca. Marcelo marcaba el ritmo de sus movimientos con una mano puesta en su nuca.

– ¡Vaya! ¡Carne nueva! – Dijo un hombre detrás de ellos.

Estaba bastante borracho y se dirigió a Diana, sacándose el miembro de los pantalones. No había llegado siquiera a rozará cuando ésta dijo:

– Ni en tus mejores sueños, perro. Quítate de mi vista.

Entonces el hombre se apartó, se giró y salió corriendo directo a la pared que había a un lado, dándose un fuerte golpe en la cabeza que le dejó inconsciente.

– Vaya… – Dijo Marcelo. – No querría tenerte nunca como enemiga…

Diana sonrió.

– ¿Se va a quedar aquí en el club? – Preguntó señalando a la rubia.

– De momento no, tenemos otros planes para ella. – Tiró del pelo de la mujer, apartandola de su rabo. – Ya es suficiente, levántate. Nos vamos.

Helen se levantó y Marcelo la puso un collar con una cadena, dio un pequeño tirón y la mujer le siguió, sumisa. El único gesto que hizo fue echar una última mirada a la mujer que había conocido esa misma tarde, que ya parecía tan lejana, y que la había ayudado a descubrir un nuevo modo de vida, una vida dedicada a la servidumbre y al placer.

Jamás volvería la vista atrás. Ahora era feliz.
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