INTERCAMBIO DE MADRES (Parte 2/2):

Esa noche no pegué ojo. Estuve todo el rato dando vueltas en la cama, atormentándome por lo que había sucedido en el coche.

¿Cómo había permitido que pasara? ¿Cómo le había dejado que me llevara al huerto de esa manera?

Pero no, eso no era del todo cierto. ¿No había sido yo la que le había besado? ¿La que le había llevado al coche completamente decidida a follar con él?

Tenía que reconocerlo. No todo había sido culpa suya. Había perdido por completo el control. No podía reprochársele a un chico de su edad que intentara cualquier cosa con tal de echar un polvo, pero yo… yo era la adulta, joder, debería haberle puesto freno, haberlo parado en seco…

No lo hice. Y, siendo sincera, tenía que reconocer que me había gustado sentirme deseada, sentirme hermosa. Aunque, el muy cabrito… mira que decirme que se había enamorado de mí. Ya le valía. Menudo embustero.

Pero, ¿y si no era así en realidad? A mí me había parecido sincero. ¿Y si decía la verdad? ¿Y si sentía algo por mí más allá de la simple atracción física? Eso lo complicaría todo, pues, entonces, no aceptaría un no por respuesta y seguiría insistiendo, aunque yo me negase a seguir donde lo habíamos dejado.

Porque, una cosa era segura. Sin duda, Sergi lo intentaría de nuevo en cuanto volviéramos a encontrarnos. Ya había conseguido una mamada, así que, ¿por qué iba a conformarse sólo con eso?

Y, sobre todo… ¿le pararía yo los pies o volvería a dejarle hacer?

– Joder – dije en voz alta – Si me pilla tan insatisfecha como me siento ahora, no tengo muy claro si sabré pararle.

Sí. Acabé haciendo lo que se imaginan. Sólo que, esta vez, busqué mi consolador y lo usé para procurarme un poco de consuelo. No fue ninguna sorpresa descubrir que seguía empapada cuando me bajé las bragas. Como quitarle el papel a una magdalena, de pegadas que estaban. Me corrí con rapidez por el calentón que llevaba encima y, por fin, una vez conseguido cierto alivio, logré dormitar un par de horas, aunque con un sueño ligero e inquieto.

Por la mañana y tras darme una larga ducha, retomé la rutina diaria, tratando de apartar de mis pensamientos todo lo sucedido el día anterior. Me sentía deprimida y frustrada, costándome mucho poner buena cara a Borja y que no notase nada raro.

Y el resto de la jornada fue igual. Como ese día no tenía ninguna cita concertada, me quedé en la oficina arreglando unos papeles, lo que no fue buena idea, pues la monotonía del trabajo invitaba a pensar en otras cosas y, esas cosas eran, obviamente, Sergio y su… ya saben.

Tenía que calmarme y poner en orden mis ideas. A la hora de comer, me largué disparada de allí y me fui a un restaurante. Evité los que habitualmente frecuentaba, pues no tenía ganas de tropezarme con algún conocido. Ni siquiera necesitaba uno donde la comida fuera buena, pues no tenía hambre alguna, sino ganas de meditar en soledad.

– A ver, Elvira – me decía un rato después, frente a un plato de ensalada que no me apetecía mucho probar – Tienes que centrarte. Hay que decidir cómo afrontar la situación con Sergi, para dejarle claro que lo que pasó anoche fue un error y que no se va a repetir. Y, sobre todo, para asegurarte de que no se va a cabrear y va a ir contándolo por ahí.

Durante la siguiente hora, apenas probé tres bocados de la ensalada y del lenguado que me sirvieron a continuación. Al ver que no comía, el solícito camarero me interrogó sobre si estaba todo a mi gusto, pero, viendo el poco caso que le hacía, el pobre hombre desistió pronto de sus atenciones, dejándome a mi aire, justo como yo quería.

Cuando salí, estaba decidida a ponerle punto y final a aquella historia. Tenía que hablar muy seriamente con Sergio, explicarle que aquello había sido una locura y que no se iba a repetir. Y, en cuanto a lo demás, habría que esperar a ver cómo reaccionaba él y, si dado el caso llegábamos a lo peor, me mudaría con Borja a Alaska o a cualquier otro sitio donde no hubieran oído hablar de Elvira, la pérfida asaltacunas.

Pero claro, una cosa es imaginarte cómo van a ser las cosas, planeándolas hasta el último detalle… y otra muy distinta cómo suceden realmente.

Regresé a casa y, tras cambiarme, me metí en el despacho a poner un poco de orden. Antes, dediqué unos minutos a inspeccionar la casa, pues esa mañana había venido la mujer de la limpieza y, como era nueva (Amparo, la de antes, acababa de jubilarse) quería asegurarme de que lo había hecho todo a mi gusto.

Estaba inmersa en un mar de papeles cuando mi móvil se puso a sonar. Era un mensaje de Borja, que decía que volvería tarde porque tenía entrenamiento extra. Últimamente eso pasaba bastante a menudo, así que no me extrañé.

Mejor. Si Borja no venía a casa, quería decir que ese día no vería a Sergio, pudiendo retrasar mi encuentro con él un día más. Ilusa de mí.

A media tarde, escuché que llamaban al timbre. El corazón me dio un vuelco, pues instintivamente supe que era él. No me equivocaba.

Tras vislumbrarle por la mirilla de la puerta, aguardé unos instantes para serenarme y armarme de valor antes de abrir.

– Hola… Elvira – me saludó escuetamente cuando me vio.

– Hola, Sergi. Pasa. Tenemos que hablar.

Algo en mi tono le hizo comprender que las cosas no iban a suceder como esperaba, pues su rostro se ensombreció de inmediato, siguiéndome al interior de la casa en silencio.

Con un gesto, le invité a que se sentara en el sofá, mientras que yo, como indicación de cómo andaba la cosa, me senté en un sillón, bien lejos de él.

Sergi me miró con tristeza, sin decir nada, pues había percibido perfectamente cual iba a ser mi actitud. Me dio un poco de pena, allí mirándome con ojos de cordero degollado, pero, en virtud del muchacho, he de reconocer que se estaba controlando bastante bien, mostrándose más maduro de lo que yo esperaba.

– Sergi, lo de anoche fue una locura – dije agarrando el toro por los cuernos – No sé qué me pasó, pero es algo que no puede volver a repetirse.

El chico bajó la mirada, apesadumbrado, sin protestar, como si ya se esperara lo que iba a decirle.

– Me volví loca, perdí el control por completo. No voy a mentirte. Reconozco que estaba excitada y fue esa misma excitación la que me hizo perder la cabeza. Cuando te vi allí, llorando, me sentí conmovida y…

Aquello hizo reaccionar a Sergio.

– ¡No! – exclamó, interrumpiéndome – ¡No digas eso! ¡No digas que estuviste conmigo porque te di pena! No podría soportarlo. He estado pensando en ti toda la noche y toda la mañana en el instituto. Sabía lo que ibas a decirme, cómo ibas a reaccionar. Eres la madre de mi mejor amigo y nos conocemos de toda la vida. Llevo años enamorado de ti y ahora… después de haber estado tan cerca de estar juntos… creo que te quiero todavía más.

– Sergi, yo… – balbuceé con el corazón desbocado en el pecho.

– No. Déjame terminar. Sé todo lo que vas a decirme, la diferencia de edad, Borja, mi madre… todo eso lo sé ya. Y no me importa. Por ti afrontaría esos problemas sin dudar. Pero sé que tú no sientes lo mismo. Para ti yo sólo he sido una locura, la debilidad de un momento. No sientes nada por mi y…

– Eso no es cierto – intervine sin pararme a pensar – Sabes que te quiero mucho…

– Sí. Pero no como yo a ti.

Al decir esto, Sergi se levantó y caminó hacia mí. Cuando lo hizo, el corazón casi se me sale por la boca y, aterrorizada (pero deseando ver qué iba a hacer) no atiné a articular palabra.

Esperaba que Sergi, en un arrebato de pasión, se arrojara sobre mí, me arrancara la ropa y me hiciera el amor allí mismo, sobre el sofá. Si lo hubiera hecho, creo que no me habría resistido, pues, al tenerle allí enfrente, diciéndome que me quería, todas mis convicciones y mis ideas de ponerle fin a aquello se habían ido al garete.

Sin embargo, Sergi, todavía muy inexperto, no supo leer mi estado de ánimo y se limitó, simplemente, a comportarse como el buen chico que era.

– Elvira – me dijo, haciéndome estremecer – Te pido perdón por lo que pasó. A partir de ahora intentaré reprimir mis sentimientos y así, espero que podamos seguir siendo amigos. Te pido perdón por lo que hice y te aseguro que no volverá a repetirse.

Entonces se inclinó y, con delicadeza, me dio un casto beso en la mejilla. Yo le miraba atónita, incapaz de creerme que un chico de 17 años hubiera demostrado ser infinitamente más maduro que yo.

Muy serio y con los ojos brillando (quizás por las lágrimas), Sergio se dio la vuelta y salió del salón, dejándome estupefacta y apesadumbrada. No podía creerme lo que había pasado. ¡Había sido él quien había puesto punto y final a todo! ¡Era imposible! ¡Él era el adolescente salido, el que tendría que haberme implorado y lloriqueado para convencerme de que siguiéramos con la aventura del coche! ¡Yo tendría que haberle parado los pies, haberle hecho ver la locura que estábamos cometiendo!

Y en cambio seguía allí sentada, los ojos como platos, con el corazón al borde mismo del infarto.

– ¡Sergi! – exclamé, incorporándome de un salto.

Pero ya era tarde y escuché cómo la puerta de la casa se cerraba. Me sentí fatal.

¿Cómo era posible? ¿Tan noble era el chico? ¿Había comprendido que lo nuestro no podía ser y había decidido ponérmelo fácil? ¿Dónde estaba el adolescente en celo, que no perdía oportunidad para mirarme el culo? ¿La fiera lasciva que la noche anterior devoraba con lujuria mis tetas?

Estaba desconcertada. Nada había sucedido como yo esperaba. Me sentía confusa. Pero, sobre todo, muy, muy en el fondo, me sentía enojada, furiosa. ¿Cómo podía Sergio pasar de mí, es que ya no me encontraba atractiva? ¿Era que, después de habérsela chupado, había decidido que no era para tanto?

Ahora lo admito, sí, pero en aquel momento, no habrían podido arrancarme esa confesión ni en el potro de tortura.

………………………………………..

Y los días pasaron.

Los chicos reanudaron su actividad normal. Clases, entrenamientos, alguna salida nocturna… Lo único que cambió fue que Sergio no venía por casa tan a menudo, lo que me molestaba profundamente.

Cuando lo hacía, se comportaba con exquisita corrección. Quizás un poco más reservado de lo habitual. Se habían terminado las miraditas subrepticias, los rubores y las sonrisillas tontas.

Aquello me tocaba las narices que no veas. Me sentía rabiosa, lo reconozco, pues, mientras que él parecía haber dejado atrás su atracción por mí sin dificultad alguna, yo me pasaba el día pensando en él y en lo que podría haber pasado si su madre no llega a llamar.

Y, por las noches, empecé incluso a soñar con él. Estaba obsesionada. Y aquello tenía que acabar.

No me di cuenta al principio, no obedeció a ningún plan organizado ni a ninguna estrategia, pero, poco a poco, empecé a comportarme con Sergio de forma un tanto… relajada. No, dejémonos de eufemismos, lo que estoy diciendo es que empecé a tratar… de seducirle.

¿Recuerdan lo que dije el principio del capítulo anterior, sobre que nunca hacía nada para atraer la atención de Sergi? Pues, a partir de entonces, la cosa fue diametralmente opuesta.

Como digo, al principio no me di cuenta de lo que hacía, así que no puedo asegurar que no llevara ya tiempo comportándome así de manera inconsciente, pero, lo cierto es que, una tarde en que los chicos estaban estudiando en el salón, me di cuenta de lo que estaba haciendo.

Esa tarde yo llevaba puesto un vestido de verano, de esos estampados con falda a medio muslo. Como quien no quiere la cosa, me había sentado en uno de los sillones a leer, pero en vez de tener la espalda contra el respaldo, la tenía apoyada en uno de los brazos, sentada de lado, colocando una pierna encima del otro.

Hablando en plata, estaba completamente despatarrada en el sillón, con el vestido subido bastante más arriba de medio muslo ofreciéndole al bueno de Sergi la posibilidad de verme las bragas simplemente levantando un poco los ojos de sus libros.

Muy sutil, como ven.

Y claro, el pobre chico, en cuanto se dio cuenta del panorama, no podía dejar de mirar, mientras yo le espiaba con disimulo mirando por encima de mi libro.

Fue tras sorprenderle mirándome con disimulo cuando me di cuenta de lo que estaba haciendo. ¿Me había vuelto loca? Si a Borja le daba simplemente por darse la vuelta, se encontraría con su madre exhibiéndose sin pudor alguno.

La respuesta es sí. Me había vuelto loca.

Y seguí haciéndolo. Cuando Sergi venía, me mostraba muy efusiva con él. Le gastaba bromas, procuraba rozarme con él todo lo que podía, me vestía siempre lo más ligera y descarada posible…

Y aquello afectaba al pobre chaval, que volvía a mostrarse avergonzado. Cuando nuestras miradas se encontraban, me interrogaba en silencio, confuso y desconcertado por mi actitud. No era para menos, cuando ni yo misma sabía qué narices pretendía.

Sin embargo, Sergi no hacía ni decía nada, limitándose a soportar mi acoso en silencio.

¡Uy! Acoso, qué palabra más fea. Estoy dando la impresión de que yo era una perra en celo que me dedicaba a frotarme contra él cada vez que tenía oportunidad. Tampoco es eso. Simplemente intentaba que se fijara en mí, volver a sentirme deseada y turbarle un poco, pues, cuando lo conseguía, me sentía mucho mejor.

Hasta la noche de la cita doble.

……………………………………

Recuerdo que era jueves por la noche. Estaba cenando tranquilamente con mi hijo, charlando animadamente con él.

Yo había notado que Borja estaba un poco inquieto, percibía que quería decirme algo, pero, conociéndole como le conozco, sabía que lo mejor era dejarle a su aire en vez de intentar sonsacarle. No me equivoqué.

– Mamá, yo… – me dijo cuando por fin se decidió.

– Dime, cariño.

– Quería pedirte si mañana… podría llegar algo más tarde. Que me retrases el toque de queda, vaya.

– ¿Y eso? ¿A qué se debe?

– Bueno… Ya tengo 17 años y…

– Y la semana pasada también tenías 17. Y seguiste viniendo a tu hora.

– Bueno… – dijo Borja tragando saliva para armarse de valor – Mañana voy a salir con una chica y no quiero que piense que soy idiota.

No voy a cansarles describiéndoles los siguientes minutos, que dediqué a tomarle el pelo a mi hijo y a burlarme de él. Sólo imaginen algunos chistes relativos al incidente de la masturbación interrumpida, la pubertad y lo salidos que están los hombres.

– Venga, mamá. Úrsula ya le ha dado permiso a Sergio. Si no me crees puedes llamarla.

El corazón me dio un brinco y sentí un fuerte retortijón en las tripas.

– ¿Sergio? – pregunté tratando de aparentar una serenidad que estaba muy lejos de sentir – ¿Qué pasa? ¿Es que la cita es con él? ¿Por fin vais a salir del armario?

– Muy graciosa. Es una cita doble. Yo salgo con Patricia y Sergi con Nerea.

Me sentí fatal, incluso un poco mareada. Me las apañé como pude para disimular delante de Borja, así que acabó por salirse con la suya, pues no me encontraba en condiciones de discutir con él, pues en mi cabeza sólo estaba el pensamiento de que Sergio iba a salir con una chica. Al menos conseguí que Borja se encargara de recoger la mesa, mientras yo iba a buscar el botiquín para tomarme unas aspirinas. De pronto me dolía la cabeza.

– ¿Nerea? ¿Quién será esa Nerea? – le decía a mi reflejo en el espejo del baño instantes después – Alguna golfilla, seguro.

…………………………………

El viernes Borja tenía entrenamiento, así que pasé la tarde en casa sola con mis pensamientos. Y estos estaban centrados en una única cosa.

Para cuando llegó la noche, ya estaba completamente decidida a actuar.

Los chicos llegaron sobre las ocho y media, justo como yo esperaba. Era habitual que lo hicieran así, pues nuestra casa estaba más cerca del centro y de la zona por donde solían salir, así que los dos se vestían en casa antes de largarse por ahí.

Ese día, sin embargo, Sergi había venido ya arreglado de casa. Estaba muy guapo, con sus pantalones y camisa oscuros y su pelo engominado.

Aunque… si él estaba guapo. Yo estaba rompedora.

Me había puesto una minifalda negra, que me llegaba a medio muslo, sin medias, para estar más cómoda. Arriba llevaba una blusa blanca, bien entallada, con varios botones estudiadamente abiertos, de forma que lucía un buen escote, pudiéndose ver sin problemas una buena porción de mis pechos, embutidos en un fino sujetador de encaje.

Borja, cuando me vio, se echó a reír y me echó un piropo, haciéndome una broma sobre lo cara que debía de ser la casa que había ido a enseñar ese día, aunque yo no le presté mucha atención, pues estaba completamente pendiente de Sergio y de la cara que puso cuando le saludé con dos intensos besos en las mejillas, inclinándome convenientemente para que pudiera asomarse sin problemas a mi escote, cosa que, obviamente, el chico hizo sin poderse contener. Me sentí feliz.

Para disimular, le dije a los chicos que acababa de llegar del trabajo y que no me había dado tiempo de cambiarme, cosa que, a juzgar por la cara que ponía Sergi, le parecía estupenda. Para reforzar la impresión, iba descalza, como si acabara de librarme de los molestos tacones y no hubiera tenido tiempo de ir a calzarme unas zapatillas.

Borja anunció que iba a subir a ducharse y a vestirse, lo que, sabiendo lo cuidadoso que es mi hijo con su aspecto, me brindaba la oportunidad de pasar un buen rato a solas con Sergio. Y yo pensaba aprovecharlo.

– Ven conmigo Sergi – le dije en cuanto Borja se perdió escaleras arriba – Iba a preparar algo de cena. Así me haces compañía.

El pobre chico, sin duda bastante confuso (y cachondo, o al menos así lo esperaba yo), me siguió sin protestar, sentándose en una silla de la cocina mientras yo sacaba algunos enseres y los colocaba sobre la encimera, dándole siempre la espalda, para que pudiera recrearse a gusto con mi trasero.

– ¿A qué hora habéis quedado con las chicas? – le pregunté sin volverme.

– ¡Oh! A las once más o menos. Han ido juntas al cine y vamos a recogerlas a la salida.

– ¿Al cine? ¿Y por qué no habéis ido con ellas?

– Bueno… Borja tenía entrenamiento…

– Pues las hubieras acompañado tú. Imagínate qué plan, en la oscuridad de la sala con una chica guapa a cada lado – dije volviéndome hacia Sergi y mirándole a los ojos.

– Yo… no… – dijo él, muy aturrullado.

– Por lo que veo ya ligas, ¿eh? ¿Lo ves? Te lo dije. No has tardado mucho en olvidarte de mí.

Volví a mirarle y vi en su expresión que mi comentario le había molestado. Parecía estar a punto de decir algo y yo me moría de ganas porque lo hiciera; pero, sin embargo, el chico logró contenerse y permaneció en su asiento.

– Es normal – dije, volviendo a darle la espalda – Ya te dije que, en cuanto encontraras a alguna jovencita atractiva, se te pasaría lo que sentías por mí.

– Eso no es cierto – resonó con rigidez la voz de Sergio a mi espalda.

– Ya. Ya lo veo – respondí, encogiéndome de hombros

– Elvira, yo…

– Nada, nada, Sergi, no te preocupes. Es normal. En cuanto aparecen unas tetas jóvenes…

Mientras hablaba, empecé a frotar mi pantorrilla izquierda con el pie derecho, como si estuviera aliviándome un picor, pues es un gesto que tiene algo de erótico. Simulando estar anquilosada, me desperecé estirando los brazos cuanto pude, emitiendo un gemidito que esperaba resultara sexy.

– Sergi, ¿me acercas el delantal? Me da pereza subir a cambiarme y no quiero mancharme la blusa.

Como un autómata, el chico se levantó y descolgó el delantal de un gancho que había en la pared. Sin decir nada, caminó hasta mí y me lo alargó, aunque, obviamente, yo no lo cogí, pues no era esa mi intención.

– ¿Me ayudas a ponérmelo? – dije con mi mejor voz de cándida pastorcilla.

El pobre chico, al que la camisa ya no le llegaba al cuerpo, respiró hondo y agarrando el delantal por la cinta del cuello, lo sostuvo para que yo pudiera deslizar la cabeza. Al hacerlo, procuré inclinarme más de lo necesario, para volver a brindarle la oportunidad de perder los ojos en mi escote. Tras permitirle regalarse la vista un instante, me incorporé y, al hacerlo, simulé dar un pequeño traspiés, arrojándome directamente contra su pecho, aprovechando el viaje para repegarle bien las tetas.

Como dije antes, la sutileza no es mi fuerte.

– Perdona – dije apartándome de él muy despacio.

– No… no es nada – balbuceó él.

Ya lo tenía en el bote.

– ¿Me lo abrochas? – casi ronroneé.

– Claro.

Me di la vuelta y, a pesar de no poder verle, podía percibir perfectamente cómo las manos de Sergi temblaban. El pobre, muy nervioso, llevó las manos adelante hasta encontrar la cinta del delantal y llevándola atrás empezó a hacer el nudo.

– No, no – le interrumpí – Haz el nudo por delante. Así es más fácil para quitármelo luego.

– ¿Cómo? – dijo el chico sin comprender.

– Rodea mi cintura con la cinta y átala por delante.

El tembloroso chico obedeció, pasando la cinta alrededor de mi cintura para intentar hacer el nudo por delante. Sin embargo, lejos de intentar facilitarle la labor, me mantuve de espaldas a él, con lo que tuvo que pegarse bastante a mí para poder hacerlo.

Cuando sentí su cálido cuerpo pegarse contra el mío, dejé escapar un tenue gemido, en parte porque intentaba enardecerle, en parte porque fui incapaz de reprimirlo. Yo también estaba excitada.

– ¿Sabes? – le dije con voz aterciopelada – Tengo que reconocer que a pesar de lo que te dije, no he podido dejar de pensar en ti después de aquella noche.

Sergi no contestó, pero bastaba con ver lo mucho que le estaba costando hacer un sencillo nudo para comprender lo alterado que estaba.

– ¿Te imaginas qué habría pasado si tu madre no llega a llamarte? Yo… yo creo que te habría dejado llegar hasta el final.

Esta vez fue Sergi el que gimió, provocando que una sonrisa se dibujara en mis labios.

– Aún puedo sentir tus manos sobre mí, acariciándome, tentándome… te juro que nunca antes me habían tocado de esa manera…

– Elvira…

– Lo caliente que estaba, lo dispuesta a…

Y la cosa estalló. Justo como yo estaba deseando. Sergi me abrazó con rudeza y, obligándome a volverme hacia él, se abalanzó en busca de mis labios, provocando que un grito de triunfo resonara en mi interior. Volví a sentirme deseada, hermosa. Ya no iba a dudar más.

Sus labios se apretujaron contra los míos, besándome con ansia mientras yo le devolvía el beso con furia. No pasó ni un segundo antes de que sus manos se apropiaran de mis pechos, sacándome el delantal por el cuello y abriendo la blusa de un tirón, de manera que los botones no saltaron por puro milagro.

Sergi se había convertido en una bestia que se movía por instinto, incapaz de pensar ni razonar. Apuesto a que ni siquiera se acordaba de que estábamos en casa de su amigo, que podía bajar en cualquier momento y pillarnos con las manos en la masa. Lo sé porque yo me sentía exactamente igual.

Con brusquedad, hizo saltar el broche del sostén, con lo que mis pechos bambolearon libres de su encierro. Estaban durísimos, con los pezones erguidos, excitados y sensibles. Bastaba un simple roce para hacerme gemir de placer, aunque Sergi no se conformó simplemente con rozarlos, sino que se arrojó a devorarlos con frenesí, obligándome a morderme los labios para no ponerme a aullar.

Sergi estaba descontrolado, frenético. Sin poder evitarlo, apretaba sus caderas contra mí, permitiéndome sentir la enorme dureza apretándose contra mi muslo. Queriendo excitarle todavía más, me las apañé para deslizar una mano hasta su bulto, sobándolo voluptuosamente por encima del pantalón, haciéndole gimotear de placer con la cara enterrada entre mis tetas.

Pero Sergi quería más, esta vez no iba a conformarse con quedarse a medias. Noté cómo sus manos se deslizaban hacia abajo, acariciando con fuerza mis muslos, hasta llegar al borde de mi falda, que subió de un tirón, sin muchos miramientos. Cuando quise darme cuenta, una mano se había perdido dentro de mis bragas, chapoteando en el viscoso charco que se había formado en mi entrepierna, haciéndome bufar y gemir de gusto.

Envalentonado, Sergi no se demoró mucho acariciándome y, antes de que me diera cuenta, me había bajado las bragas hasta medio muslo, quedando así mi excitado e hinchado coñito perfectamente expuesto.

Bruscamente, el joven se arrodilló frente a mí, abandonando el intenso magreo a que estaba sometiendo mis pechos, obligándome a ahogar un gruñido de frustración.

Sergi se quedó frente a mí, arrodillado, con el rostro a escasos centímetros de mi vagina, mirándola con deseo, resoplando como un toro en celo. No sé por qué, pero verle así, postrado frente a mí, admirando la parte más delicada de mi anatomía, me hizo sentirme muy feliz.

Entonces, de repente, Sergi hizo algo inesperado. Se abalanzó sobre mi coño pero, en vez de empezar a chuparlo y besarlo como esperaba (y como sin duda el chico había visto en cien películas porno), lo que hizo fue hundir la nariz entre mis muslos y, entonces, aspiró fuertemente, inundando sus fosas nasales con mi intenso aroma a hembra cachonda.

– ¿Qué haces? ¿Qué haces? – gimoteé sorprendida, sintiendo como mi coñito era voluptuosamente olfateado – ¿Qué haces? – repetí.

Sergi, se apartó de mí, con los ojos cerrados, disfrutando del embriagador aroma.

– Deliciosa – dijo simplemente, con una intensidad tal que provocó que me flaquearan las piernas – ¿Puedo besarlo? – preguntó a continuación.

Incapaz de articular palabra, tuve que conformarme con asentir con la cabeza, apretando con fuerza los labios para no ponerme a gritar de éxtasis.

Sin esperar nuevas instrucciones, Sergi volvió a enterrar el rostro entre mis muslos, buscando, esta vez sí, mi vulva con sus ávidos labios.

Lo cierto es que el pobre no tenía ni puta idea, era tan inexperto que resultaba hasta conmovedor. Cuando quise darme cuenta, su lengua estaba chupando desaforada mi ingle, a un lado del coñito, antes de darse cuenta de su error y colocarse por fin en una posición más apropiada.

Sin embargo, esa misma inexperiencia, esa misma ansia, eran tan intensamente eróticas que a punto estuve de desmayarme. La situación era sumamente excitante, allí medio retrepada sobre la encimera, abierta de piernas para que un jovenzuelo imberbe pudiera lengüetearme a gusto el coño… nunca había estado tan excitada.

Ni Sergi tampoco, pues fue incapaz de aguantar mucho rato practicando sexo oral. Estaba caliente, a punto de perder la virginidad y quería perderla ya.

Dando un gruñido, se incorporó de repente. Sin embargo, no hizo nada, limitándose a permanecer de pie frente a mí, mirándome con intensidad. Yo sabía lo que le pasaba. Se moría por meterla en caliente, pero le daba vergüenza tomar la iniciativa. Pero claro, si él tenía ganas, yo no le andaba muy a la zaga.

– Fóllame – le dije simplemente.

El chico esbozó una sonrisa tan radiante que a punto estuve de echarme a reír. Pero claro, con lo cachonda que estaba, para reír estaba la cosa.

Forcejeando con su pantalón, logró abrir la correa y desabrocharse el botón. En menos que canta un gallo, tenía los pantalones por los tobillos, permitiéndome mirar a gusto el tremendo bultazo que había en sus slips.

Una sonrisilla libidinosa se dibujó en mis labios, mientras miraba juguetona el rostro de Sergi, que estaba tan nervioso y excitado que su cuerpo literalmente temblaba.

Deseando verificar su dureza, llevé sin perder un instante una mano a su polla, estrujándola con ganas por encima del slip, haciendo que el pobre chico gimiera y se inclinara hacia mí. En cuanto acercó su rostro al mío, me apoderé de sus labios, hundiéndole la lengua hasta la tráquea, mientras mi insidiosa mano no dejaba de acariciar su granítica hombría.

Durante un instante, pensé en arrodillarme para devolverle el favor, pero, entre que me moría de ganas porque me la metiera de una vez ya y que me temía que, con lo excitado que estaba, si se me ocurría volver a chupársela no iba a durar ni un minuto, decidí que lo mejor era pasar directamente al plato principal.

Además, estaba el hecho de que Borja podía bajar en cualquier momento. Por suerte, el piloto del gas me indicaba que seguía en la ducha, pero era mejor no tentar a la suerte.

– Fóllame – le susurré al oído, logrando que se le erizasen los pelillos de la nuca.

En menos de un segundo, los calzoncillos de Sergi se reunieron con su pantalón alrededor de sus tobillos. Su polla apareció ante mí, dura y enrojecida, tan hermosa como la recordaba.

Estirando la mano, aferré el duro bálano y con un ágil movimiento de muñeca, lo descapullé por completo, haciendo que el chico gimoteara.

– ¿No me has oído? – volví a susurrarle – Necesito que me la metas ya…

Joder. Como el pistoletazo de una carrera de los 100 metros. Dando un rugido, Sergi se arrojó sobre mí, empotrándome contra la encimera. Su polla, como un ariete, se incrustó en mi cadera, con tantas ganas que, si me llega a dar en la cabeza, me mata.

– Tranquilo, donjuán – siseé aferrando su cuerpo y colocándolo correctamente – Ten calma. Ve despacio.

Mientras hablaba, yo misma me encargué de ubicarla en posición. Muy lentamente, deslicé las caderas hasta ir penetrándome muy poco a poco con su enhiesta polla. Sergi no se movía ni un milímetro, sin duda disfrutando de la sensación de su rabo hundiéndose lentamente en una cálida y bien lubricada vagina.

Por fin, noté cómo sus testículos se apretaban contra mí, con toda la barra de carne hundida por completo en mi interior.

– Muévete, mi amor – siseé – Despacio… Así… con cuidado….

Sergi, todavía bastante nervioso, empezó a moverse lentamente entre mis muslos, bien abiertos para recibirle. Poco a poco, a medida que ganaba confianza, empezó a incrementar el ritmo, gimiendo y resoplando contra mí, hundiéndose una y otra vez en mi acogedora cueva.

– Sí, así, cariño. Muy bien. Lo haces muy bien – le animaba yo, comenzando a sentir cómo el placer se abría paso por mis venas, a medida que el chico iba cogiendo el ritmo y aprendiendo a dar goce a una mujer.

Instantes después, empezando a disfrutar a fondo el polvo que estábamos echando, Sergi se envalentonó y, haciendo un alarde de fuerza, levantó mi cuerpo aferrándome por los muslos y me sentó en la encimera, empezando entonces a follarse mi coñito con más brío, mientras mantenía mis piernas en alto.

– Así, Sergi, así – gimoteaba yo – Joder, qué bien lo haces… ¡Fóllame!

Estaba excitadísima. Cierto es que se percibía perfectamente la inexperiencia del chico, no sabía nada e técnicas ni trucos para darle gusto a una mujer. Para él (cosa lógica por otro lado) todo se reducía a culear como un loco, clavándome el estoque con tantas ganas y tan a fondo como podía.

Sin embargo, el morbo de la situación, acentuado por el miedo a que nos pillaran, estaba convirtiendo aquel sexo en uno de los mejores de mi vida. Mientras follábamos, yo no dejaba de pensar en cómo sería nuestra vida a partir de entonces, en cuantas cosas podía enseñarle a aquel chico que se hundía en mí sin parar.

– ¡AAAAAAHH! ¡Elvira! ¡Elvira! – gimoteó Sergi cuando sintió que el orgasmo se desataba en sus entrañas.

Sabiendo lo que se avecinaba, le abracé con ganas y volví a besarle, sintiendo cómo su verga literalmente explotaba, derramando su semilla en mi interior. El ardiente líquido se desparramó en mi seno, llenándome hasta arriba, quemándome.

Yo no me había corrido, pero me daba igual. Me sentía feliz por estar allí, abrazada a aquel apuesto joven, sintiéndome querida, deseada…

Muy despacio, tratando de recuperar el aliento, Sergi fue retirándose. Pude sentir cómo su verga, todavía notablemente dura, se deslizaba fuera de mí, arrastrando una buena cantidad de semen, que resbalaba por la cara interna de mis mulos.

El chico, quizás un poco avergonzado, me miraba con aire confuso, como si no comprendiera muy bien lo que acababa de pasar. Sintiendo un intenso cariño por él, aferré sus mejillas con mis manos y atraje su rostro hacia mí, dándole un tierno besito.

– Has estado fantástico – le dije mirándole a los ojos y gozando al verle enrojecer.

– Gracias – dijo él – Tú sí que eres fantástica. Si supieras cuantas veces he soñado con esto…

– ¿Con esto? ¿Así que tienes sueños en los que te follas a la mamá de tu amigo en la cocina? – bromeé, tratando de avergonzarle un poco.

– En la cocina, en el dormitorio, en el baño… – respondió él con picardía.

– Vaya, vaya – dije, acabando por ser yo la que sentía vergüenza – ¿Es que no sueñas otra cosa?

– No. Y lo bueno es que, a partir de ahora…. voy a hacer realidad todos esos sueños.

Las rodillas volvieron a temblarme.

…………………………..

Un buen rato después (no teníamos por qué habernos dado prisa, pues Borja aún tardó bastante), nos reunimos los tres en el salón.

Yo había aprovechado para subir a mi dormitorio a cambiarme, poniéndome algo más apropiado para estar por casa, no tan sexy obviamente, aunque eso no importaba, pues, cada vez que mi mirada se cruzaba con la de Sergi, no podíamos evitar sonreír, rememorando todo lo que acababa de pasar.

Tras soportar un buen rato mis bromas sobre citas adolescentes, los chicos anunciaron que era hora de marcharse, aunque, a juzgar por la cara que ponía, sin duda Sergi habría estado más que a gusto de pasar de la cita y quedarse allí conmigo. Ojalá hubiera podido.

Cuando salí a despedirles, me las ingenié para retener a Sergi un instante, que aproveché para volver a meterle la lengua hasta el fondo, para que se llevara un último recuerdo de mí.

– Estoy deseando que volvamos a vernos – le susurré.

La tal Nerea tenía que ser algo increíble si quería lograr que Sergi le prestara atención.

…………………………..

Cené con hambre de lobo, pues había quemado muchas energías. Mientras comía, no dejé ni un instante de pensar en Sergi y en todo lo que había pasado… y en todo lo que iba a pasar.

A pesar de todo, lo cierto es que me sentía un poco insatisfecha, pues no había llegado a correrme. Qué raro, ¿verdad chicas? Echar un polvo y no alcanzar el orgasmo.

Deseando relajarme y aliviarme, me preparé un buen baño, al estilo de las películas, con agua caliente, velas, sales y una buena copa de vino… ¡Ah, sí, se me olvidaba! Y con mi querido consolador.

……………………………

Nos convertimos en amantes. Lisa y llanamente. Sin medias tintas.

Nos veíamos siempre que podíamos, procurando ser discretos, eso sí, pero abandonándonos al más profundo de los desenfrenos.

De todas formas, fuimos prudentes, poniendo especial cuidado en que nadie nos pillara. A pesar de que Borja tenía los entrenamientos y no solía estar por las tardes, no nos confiamos y decidimos no volver a follar en casa, ni a hacer nada remotamente inapropiado.

Fuimos un par de veces a moteles baratos, de esos que alquilan cuartos por horas y donde no iban a poner cara rara por ver a un jovencito acompañado de una mujer claramente mayor.

Sin embargo, la sordidez de esos sitios hacía que me sintiera incómoda, así que pronto dejamos de hacerlo. Empezamos a usar entonces el coche y los descampados, pero ahí el riesgo de que alguien nos viera era mayor.

Estaba casi decidida a llevar a Sergi a algún hotel de más categoría, cuando la solución se me ocurrió de repente.

Simplemente, cogía las llaves de alguna de las casas que teníamos para vender en la agencia, de la que yo supiera que los dueños no estaban en la ciudad (o en el país), pudiendo así disponer de lujosos picaderos en los que dábamos rienda suelta a nuestro libertinaje. Como las llaves las tenía yo, ni siquiera existía el riesgo de que algún compañero organizara una visita y nos pillara in fraganti. Miel sobre hojuelas.

Lo gracioso fue que empecé a encontrar aquello tremendamente divertido, pues se me ocurrió empezar a utilizar precisamente aquellas casas que tenía que enseñar al día siguiente. Así, cuando lo hacía y estaba con algún cliente, yo no paraba de pensar cosas como: “Y aquí fue donde se la chupé a Sergi ayer por la tarde” o “En este sofá me la metió por el culo por primera vez” y guarradas similares. Me estaba volviendo un poquito golfa, lo reconozco.

Y Sergi otro tanto. Día tras día, el chico ganaba confianza en si mismo, aunque nunca perdía de vista que yo tenía mucha más experiencia que él. Así que, además de convertirnos en amantes, establecimos una sensual relación maestra – alumno, en la que yo me esforzaba no sólo en enseñarle todo lo que sabía sobre el sexo, sino también en cómo tratar a las mujeres.

Y Sergio era un alumno excelente, podéis creerme. Sólo tengo que deciros que, aquel polvo sobre la encimera de mi casa fue la única ocasión en que Sergi no logró llevarme al orgasmo. Qué envidia, ¿verdad chicas?

Seguimos así una temporada. Hablando en plata, follábamos como conejos. Nos veíamos prácticamente todos los días y siempre acabábamos encamados.

Intentamos salir por ahí un par de veces, pero siempre acabábamos fingiendo ser madre e hijo, para que la gente no nos mirara raro. Y claro, fingir que el chico que te acompaña es tu hijo, mientras te mueres porque se meta dentro de tus bragas, cortaba un poco el rollo. Sin contar con la molestia de no poder ir a ningún sitio donde nos conocieran, porque si empezaban los rumores… ya os imagináis ¿no?

A pesar de sentirme muy feliz, en todo momento había una cosa que me perturbaba. Aunque Sergi parecía estar muy a gusto conmigo y no dejaba pasar ninguna oportunidad de piropearme y decirme que me quería, yo no dejaba de pensar que, algún día, se sentiría atraído por alguna jovencita de su edad y me dejaría más plantada que un geranio.

Por eso me esforzaba tanto en que se lo pasara bien y disfrutara conmigo, haciendo todo lo que él quería.

Y así fue que, cuando él me propuso irnos a pasar todo un fin de semana juntos, no me lo pensé ni un segundo en aceptar. Además, la siguiente festividad caía en martes, por lo que podíamos aprovechar el puente para estar 4 días los dos solos. Su idea era alquilar una casa rural en la montaña, donde nadie nos conociera, lo que me pareció estupendo, así que confié en él cuando me dijo que sabía exactamente qué casa alquilar. Le di el dinero para reservarla y para comprar provisiones, aunque él insistió en pagar su parte, pues había convencido a Úrsula de que se iba con unos amigos y ella le había dado la pasta.

Además y para acabar de redondearlo, Borja me había dicho que iba a disputar un torneo en no sé donde, así que iba a pasar esos días fuera de casa, lo que me pareció una coincidencia afortunadísima.

Como dije antes. Ilusa de mí.

…………………………………………….

Le recogí el viernes por la tarde en mi coche, a cierta distancia de su casa, para evitar que su madre (o algún vecino) pudiera vernos. Para minimizar todavía más los riesgos, Sergi lleva puesta una gorra y gafas de sol, lo que propició que me burlara de él diciéndole que parecía un espía de serie B.

Borja se había marchado con el equipo un par de horas antes, cargado con un bolsón de ropa tan grande que le pregunté si es que por fin se iba de casa. Él se rió meneando la cabeza y se despidió con un beso. En cuanto salió, aproveché para cargar en el coche todos los víveres que había comprado y mi ropa y esperé el mensaje de Sergi para avisar de que estaba listo.

El pueblo al que nos dirigíamos estaba a unos buenos 50 kilómetros de la ciudad, así que puse rumbo a la autovía de inmediato, con intención de llegar lo más pronto posible. En cuanto salimos de la urbe y, una vez a salvo de ojos curiosos, Sergi se inclinó hacia mí y me dio un rápido beso en los labios que le devolví con entusiasmo.

Mientras me besaba, acarició suavemente mi muslo desnudo (iba vestida con unos shorts blancos) y, como el que no quiere la cosa, dejó la mano descuidadamente sobre la pierna mientras yo conducía, lo que me encantaba y me ponía nerviosa a partes iguales.

– No se te vaya a ocurrir hacer ninguna trastada con esa mano – le dije señalándola sin soltar el volante.

– Tranquila. ¿Crees que quiero que nos matemos? Ya sé cómo te vuelves de loca cuando te toco el coñito…

Ese tipo de conversaciones soeces se habían convertido en habituales entre nosotros. Desde que estaba con él, había descubierto que el decir guarradas me resultaba de lo más excitante. Y a Sergi le pasaba otro tanto.

Seguimos viaje con tranquilidad, charlando amigablemente, poniendo especial cuidado en no cometer ninguna infracción, no fuera a pararme la poli con un menor en el coche sobándome la cacha (sé que el riesgo era ínfimo, pero para qué tentar a la suerte).

Yo hablaba hasta por los codos, sin dejar de prestar atención a la carretera (y a la mano de Sergi, que seguía deliciosamente apoyada en mi muslo), así que, al principio, no me di cuenta de que el chico participaba poco en la conversación. Parecía un poquito tenso, aunque lo atribuí a la perspectiva que se abría ante él de pasarse 4 días zumbándose a un pivón como yo. Aquella fue la primera señal de que algo no iba bien.

Tras poco más de una hora de conducción, llegamos al pueblo. Le pregunté a Sergi si había quedado con el dueño allí o directamente en la casa, a lo que él me respondió que lo segundo. Lo curioso del caso fue que me dio indicaciones precisas para llegar al lugar, sin necesidad de preguntar a nadie. Segunda señal.

– O sea, ¿ya has estado antes allí? – le pegunté.

– Sí… sí. Hace 2 veranos… La alquilé con unos amigos. Está muy bien, ya verás.

Se notaba que estaba un poquito nervioso.

– ¿Hace 2 veranos? Sí, me acuerdo de aquello. Borja también estaba, ¿verdad?

Su mano se retiró de mi pierna, aunque no le di mayor importancia.

– Sí, sí que estaba… A él también le encantó el sitio…

Al poco de salir del pueblo, Sergi me hizo meterme por un camino de cabras (por llamarlo de algún modo, siendo generosos) que partía de la carretera principal. Entre botes, saltos y meneos, me las apañé para recorrer los dos kilómetros que faltaban hasta la casa sin destrozar los amortiguadores ni los ejes.

Por fin, tras un recodo del camino, apareció frente a nosotros la casa en cuestión. Para estar allí escondida donde Cristo perdió la sandalia, tuve que reconocer que tenía muy buen aspecto, examinándola con ojo experto de agente inmobiliaria. Una casita de una sola planta, amplia, con grandes ventanales, garaje independiente y, asomando por la parte atrás, una respetable piscina con inmejorables vistas del valle.

– Oye, no veo el coche del dueño. ¿A qué hora habías quedado con él? – pregunté al ver la parte delantera de la casa desierta.

– ¡Oh! – exclamó Sergi, un tanto aturrullado – Lo habrá metido en el garaje.

– ¿Y para qué iba a hacer eso? ¿Es que van a venir aquí a robarle el coche? – bromeé.

Tercera señal de que no todo iba como debía.

Y la cuarta señal… Fue apoteósica.

En cuanto el coche se detuvo, apagué el contacto y abrí la puerta, bajándome de inmediato. Escuché cómo se abría la puerta de la casa, miré por encima del techo del coche… y casi me caigo de culo.

Sí, ya sé que lo habéis adivinado. Tampoco es que pretendiera engañaros, pero lo cierto es que, cuando vi a Úrsula y a mi hijo salir de la casa… no me desmayé por puro milagro.

– Hola mamá – me saludó Borja con aire un poquito nervioso.

– ¿Borja? ¿Qué? ¿Cómo?

Yo los miraba a los tres, incrédula, allí, de pie frente a la acogedora casita. Lo único que me consolaba era que Úrsula, si bien no tan alucinada como yo, al menos sí que parecía sentirse azorada y un tanto incómoda.

– Tú… ¿tú lo sabías? – tartamudeé señalando a la otra mujer.

– Me he enterado hace 5 minutos. Te juro que no tenía ni idea. Estos dos han jugado con nosotras como les ha dado la gana – respondió la madre de Sergi, avergonzada.

– Pe… pero entonces… ¿tú y Borja? ¿Sois…?

Úrsula apartó la mirada, clavándola en el suelo. Pero, ¿Sería posible? ¿Aquella golfa estaba tirándose a mi hijito?

Borja me sacó de dudas.

– No pongas esa cara, mamá. Úrsula es mi novia… como tú eres la de Sergio. Y, como estábamos hartos de andar con secretos, hemos pensado contároslo de una vez por todas.

……………………………

Minutos después me encontraba sentada en uno de los cómodos sofás que había en el salón de la casa, bebiendo con manos temblorosas un vaso de whisky que Úrsula me había traído, tratando de volver a poner mi corazón en marcha.

– Lo siento, no tenemos coñac. Esto es lo más parecido – me decía la zorra que se estaba follando a mi hijo.

– Da igual – respondí con sequedad – Esto me irá bien.

Nos quedamos los cuatro callados. Algo más recuperada, me sentía un poco incómoda al sentir las miradas de los tres clavadas en mí. Pero, ¿qué coño esperaban? ¿Pensaban que iba a enterarme de que mi hijo se acostaba con una tiparraca 20 años mayor que él y me iba a quedar tal cual?

Ni por un momento me paré a pensar en la ironía del asunto, así de alterada estaba.

– Bien – dije cuando me recuperé un poco más – Espero que os hayáis divertido con la bromita. Borja, coge tus cosas y métete en el coche, que nos volvemos a casa. Y tú… – dije mirando a Sergi.

Pero no llegué a decirle a Sergio lo que pensaba de él, pues Borja me detuvo en seco.

– De eso nada, mamá. Siento que te lo hayas tomado tan a la tremenda y que te hayas enfadado. Pero, si te quieres ir, te vas tú solita. Yo me quedo aquí con Úrsula.

Mano de santo. Aquello me despejó muchísimo mejor que el alcohol. Ni rastro del mareo quedó.

– PERO, ¿SE PUEDE SABER QUÉ COÑO DICES? ¡MÉTETE EN EL COCHE ANTES DE QUE TE DÉ UN BOFETÓN! ¿SERÁ POSIBLE? ¿TE CREES QUE TE VOY A DEJAR AQUÍ CON ÉSTA… ÉSTA…?

– Mamá, no digas ninguna burrada, por favor – dijo mi hijo con bastante tranquilidad – Te recuerdo que ella ha hecho exactamente lo mismo que tú.

Me quedé sin palabras. Por fin caí en la cuenta. ¿Por qué me enfadaba con Úrsula, si yo hacía lo mismo con su hijo? Como ven, no soy precisamente una persona muy racional.

– Pero, pero – balbuceé.

– Mamá, será mejor que afrontes que ella y yo somos pareja. Casi tengo los 18 y, si te emperras en impedir lo nuestro, me iré de casa a vivir con ella. Como mucho podrías retenerme unos meses más…

No entendía lo que pasaba. Me sentía confusa, alucinada. ¿En serio estaba diciéndome mi hijo que se iba a ir de casa para irse con aquella pelandusca?

Viéndome un poco más calmada (o más atónita) Sergi aprovechó para sentarse a mi lado. Con delicadeza, tomó una de mis manos entre las suyas y, tirando suavemente, hizo que le mirara a los ojos.

– Te pido perdón, preciosa – me dijo Sergi, utilizando el apodo cariñoso que usaba en la intimidad – No pensamos que fueras a tomártelo así de mal. Sabes que te quiero y Borja siente lo mismo por mi madre. Pensamos que esta excursión serviría para contaros la verdad y que podríamos pasarlo muy bien los cuatro juntos. Saldríamos por ahí a pasear, bañarnos en la piscina, que mamá y tú os conoceríais mejor… Pero, si te sientes incómoda, nos volvemos tú y yo a casa y allí podremos hablar todo lo que quieras.

El muy mentiroso. Qué cabrito. Cómo volvió a colármela doblada.

– No, no, Sergi – dije, tragándome el anzuelo con plomo y todo, en absoluto dispuesta a dejar a solas a Úrsula con mi hijo – Ha sido la impresión. No me esperaba esto para nada. Pero, ¿tú no tenías partido? – dije mirando a Borja.

Como ven, tenía la cabeza un poco ida y mi mente saltaba de una cosa a otra sin control alguno por mi parte, mientras mi cerebro se esforzaba en encajar todo aquello.

– Perdona, mamá. Era una trola – dijo Borja con cara de no sentir el menor remordimiento – Lo planeamos Sergio y yo hace un par de semanas, para aprovechar el puente y eso…

Meneé la cabeza, un poquito enfadada.

– ¿Y tú? – dije volviéndome hacia la otra mujer – ¿Desde cuándo… estás con Borja?

La frase que se formó en mi cabeza en realidad era “¿Desde cuándo estás follándote a mi niño, pedazo de puta?”, pero tuve el suficiente sentido común para callármela.

– Unos 7 meses – respondió ella con seguridad.

Maldita guarra. Llevaba más tiempo que yo con Sergi. O sea que el cabrito de mi hijo llevaba meses mintiendo como un bellaco.

– O sea, que todos esos entrenamientos extra… – le dije a Borja.

Éste se limitó a sonreír y a encogerse de hombros. Un pelo faltó para que le calzara un buen sopapo.

– ¿Y bien? ¿Estás más tranquila? – dijo Borja al ver que yo había dejado de temblar – ¿Podemos hablar ahora como adultos?

– ¿Adultos? ¡Como me quite yo la zapatilla, vas a ver adultos! – pensé, aunque no dije nada, limitándome a asentir con la cabeza, resignada.

Qué bien ensayado lo tenían los cabritos. Apuesto a que Borja tenía calculada hasta cuál iba a ser mi reacción y había previsto la mejor manera de contrarrestarla. Entre los dos, nos dedicaron un estudiado discurso, ponderando lo mucho que nos querían ambos y las ganas que tenían de dejar de engañarnos, razones por las cuales se habían animado a organizar aquella excursión.

Úrsula, que ya estaba más que convencida cuando yo llegué a la casa, miraba a mi hijo con embeleso, mientras éste anunciaba a los cuatro vientos cuánto la quería y cuántas ganas tenía de que nos lleváramos bien.

Yo, aún requemada, tardé un poco más en dar mi brazo a torcer, pero claro, tener allí a Sergio, mirándome con ojos de cordero degollado, pidiéndome perdón por el engaño y jurándome amor eterno… ¿Cómo iba a decir que no?

Como dije antes, me la metieron doblada… Y más tarde… lo hicieron literalmente.

…………………………………

Los dos hijos de puta (definición que les viene que ni pintada), lo tenían todo estudiado al milímetro. Aquella primera tarde, una vez recuperadas de la impresión y una vez que hubimos aceptado que ya no había marcha atrás, los dos se mostraron encantadores, encargándose de todas las tareas de la casa, mientras Úrsula y yo (un tanto incómodas la una con la otra), descansábamos tumbadas en hamacas junto a la piscina (con la ropa que traíamos puesta, pues ninguna tenía ganas de darse un baño).

Mientras, los chicos sacaron todos los bultos de los coches, ordenando la comida en la despensa y las ropas en los dormitorios. Según descubrí después, colocaron mis cosas en un cuarto junto a las de Sergio y las de mi hijo con Úrsula, como si fuéramos parejas normales y corrientes, lo que, obviamente, era parte de su plan.

Aunque aún me sentía un poquito enfadada, decidí hacer de tripas corazón y tratar de charlar un poco con la put… digo con la encantadora madre de Sergio.

– Así que siete meses ¿eh? – le dije.

– Ajá – asintió – ¿Y vosotros?

– Poco más de cinco. ¿Recuerdas aquella noche que le llevé a tu casa y te contamos no se qué de un pinchazo? Pues desde entonces.

El rostro de Úrsula se tensó un poco, pero se las apañó para mantener la sonrisa. Yo me regocijaba por dentro, pues me di cuenta de que, como me pasaba a mí, no le había hecho mucha gracia descubrir que yo estaba follándome a su hijo.

Ahora que han pasado unas semanas de aquello, me doy cuenta de que, si Úrsula y yo hubiéramos hablado en serio y hecho frente común, quizás la cosa no habría acabado como terminó. Pero, como elegimos mantener la rivalidad entre nosotras, los chicos lo tuvieron facilísimo para salirse con la suya… Divide y vencerás.

………………………………

La velada fue hasta divertida. Los chicos prepararon una tortillas espantosas y unas hamburguesas casi incomibles, que tomamos en un ambiente más relajado. Tras la cena, Sergi sacó un juego de mesa, de esos con pruebas de mímica y nos reímos un montón, mientras nos tomábamos unas copas muy ligeras.

Ya de madrugada, nos retiramos a nuestros cuartos. Yo iba un poquito nerviosa, decidida a pararle los pies a Sergi si se le ocurría intentar echar un polvo, pues ni de coña iba a permitir que mi hijo escuchara a su madre rebuznando de placer a través de las paredes.

Pero qué va, Sergi se portó como un caballero, limitándose a meterse conmigo en la cama y a abrazarme, pidiéndome disculpas nuevamente, mientras me acariciaba con cariño el pelo.

Poco después y ya más tranquila al no escuchar rebuznos provenientes del otro dormitorio, me dormí entre los brazos de mi amante, sintiéndome un poquito mejor tras un día alucinante y agotador.

Ése fue mi último momento de paz.

……………………………….

Y es que, al otro día, los chicos pusieron la maquinaria en marcha.

………………………………..

Me desperté tarde, después de haber dormido como un tronco, agotada emocionalmente por el duro día anterior. Escuché voces y risas fuera de la casa y un par de chapuzones me hicieron comprender que los demás estaban en la piscina.

Tras desperezarme y desentumecerme a gusto, me metí al baño y, tras usar el inodoro, me di una ducha rápida, poniéndome después el bikini debajo de una camiseta de algodón.

Ya sé que era una tontería ducharse para ir directa a la piscina, pero es un viejo hábito el hacerlo nada más levantarme. Si no lo hago no soy persona.

Relajada, me asomé por la ventana para darles los buenos días, ya que ésta daba directamente hacia el área de la piscina. Al hacerlo, vi a Borja y a Sergi peleando en broma dentro del agua, tratando de hundirse el uno al otro. Iba a llamar su atención saludándoles cuando vi a Úrsula tumbada en una hamaca, lo que hizo que el saludo muriera en mis labios.

La muy golfa iba en topless, tumbada tranquilamente con las tetas al aire sin pudor alguno delante de los dos chicos.

La ira regresó con fuerza, haciéndome salir disparada de la habitación hacia la parte de atrás. El hambre se me había quitado de golpe, olvidándome por completo de mi idea de ir a desayunar. Como una exhalación, salí al patio, con los ojos llameantes clavados en los desnudos pechos de la mamá de Sergio.

– ¡Hola, mamá! ¡Buenos días! – me saludó mi hijo, sonriendo radiante desde el agua.

– ¿Qué? ¡Oh! ¡Hola! – respondí, perdiendo momentáneamente el hilo.

– ¡Hola, preciosa! ¡No veas cómo se te han pegado las sábanas! – me saludó también Sergi en idéntico tono.

– ¡Hola! Sí, es verdad, me he quedado frita – respondí.

No sé qué me pasó, al saludarles, al verles allí tan tranquilos y relajados, me sentí confusa y fue como si el enfado con Úrsula se evaporara…

– Buenos días, Úrsula – le dije con educación, sentándome en otra hamaca.

– Buenos días – dijo ella levantando levemente sus gafas de sol para mirarme con una sonrisa un tanto forzada – ¿Has dormido bien?

– Sí, maravillosamente – respondí con idéntica sonrisa – Toda la noche acurrucadita entre los brazos de Sergio. Es un amor.

¡Bingo! Pude ver perfectamente como sus ojos refulgían con un brillo acerado. Mi comentario había hecho blanco. Me encantó.

– Sí, yo igual – contraatacó ella – Borja es estupendo. Y da un calorcito…

– Puta – dije en silencio.

– Golfa – respondió Úrsula, sin decir ni pío.

Si las miradas matasen…

– Vas un poco ligerita, ¿no? ¿Te parece apropiado ir con las tetas al aire delante de los chicos?

– Bueno, yo – dijo ella un poco turbada – Me han convencido. Yo no estaba segura…

Aquello me sorprendió. Ver a Úrsula sentirse avergonzada por ir con las domingas al aire… ¿No había sido idea suya?

La respuesta llegó de inmediato.

– ¡Hola, guapa! – dijo Sergio, que había salido del agua y se había acercado sin que me diera cuenta.

Antes de que acertara a reaccionar, el chico se inclinó sobre mí y me dio un rápido piquito en los labios. No me pareció mal, total, a esas alturas, ninguno se iba a escandalizar, así que le miré sonriéndole con calidez.

La sonrisa se desvaneció cuando alcé la vista y me encontré de bruces con la polla del chico al aire, medio morcillona, bamboleando con descaro entre sus piernas. Me quedé boquiabierta, sin saber cómo reaccionar, con los ojos clavados en la verga que me había metido en aquel lío.

– Buenos días, mamá – dijo Borja, que también se había acercado, besándome con cariño en la mejilla.

Le miré temblorosa, sabiendo perfectamente lo que me iba a encontrar. Efectivamente, mi hijo también iba desnudo, exhibiendo sin ningún pudor su miembro semi erecto ante la mirada atónita de su madre.

Me quedé boquiabierta, sin ser capaz de articular palabra, aunque no era necesario decir nada para comprender lo que pensaba de aquello, pues mi cara debía ser un auténtico poema.

– Vamos, mamá, no seas mojigata – dijo Borja despreocupadamente – Ya somos todos mayorcitos. Como estamos las 2 parejas solas, hemos pensado en ir en plan nudista. Pero, si a ti no te parece bien, haz lo que quieras.

¡Hala! ¡Ya estaba todo dicho! ¡La cosa más normal del mundo, pasar el día en la piscina con mi hijo en pelotas!

– Sí, Elvira – intervino Sergio – No te sientas obligada porque mi madre lo haya hecho. Si no quieres desnudarte, no lo hagas.

Miré a Úrsula y me pareció vislumbrar una sonrisilla de suficiencia en sus labios, lo que hizo que de nuevo me hirviera la sangre. Sin embargo, supe controlarme, manteniendo la calma lo suficiente para resistirme, pudiendo así impedir que los chicos se salieran con la suya.

– Sí, lo cierto es que no me sentiría muy cómoda mostrando las tetas – dije dirigiendo una mirada a Úrsula que decía: “Como hacen otras putas”.

– Es una pena – dijo Sergio – Tienes unos pechos preciosos. El otro día le decía a Borja que…

– ¿Le hablas a mi hijo de mis tetas? – exclamé medio espantada.

– Bueno… – respondió Sergi un tanto azorado – Es normal, ¿no? Somos amigos. Hablamos de nuestras novias y eso…

Aparté la mirada y la clavé en Borja. En su rostro bailaba una sonrisa medio burlona, medio jactanciosa que yo nunca le había visto antes. El chico me miraba con descaro y no me habría extrañado en absoluto que me hubiera dedicado un guiño libidinoso. Quizás, si lo hubiese hecho, yo habría reaccionado dándole una torta y habría salido escopetada de allí.

Pero no lo hice.

En cambio, me quedé petrificada, atónita, cuando por fin todas la piezas encajaron en mi cabeza. Había demostrado ser una estúpida por no darme cuenta antes. Era obvio. Aquella sonrisa descarada de Borja me había hecho comprender por qué estábamos allí en realidad, por qué nos habían traído a aquella casa en mitad de la sierra.

Nuestros hijos habían decidido follarse a sus propias madres. Y nosotras habíamos caído en la trampa.

Me sentía ausente, como fuera de mí. Me recosté en la hamaca, mientras la comprensión se adueñaba de mi cerebro y debilitaba mi cuerpo. Miré a Úrsula, preguntándome si ella también habría comprendido la situación. ¿Se habría dado cuenta? Y, si era así, ¿le importaría realmente?

– Déjame sitio cariño. Quiero sentarme contigo.

La voz de Borja atrajo mi atención, sacándome parcialmente del trance. El chico, con todo el desparpajo del mundo, tendió la mano a Úrsula para ayudarla a incorporarse y, tras hacerlo, puso el respaldo de la hamaca un poco más vertical y se sentó detrás de la mujer, haciendo que se recostara contra él, provocando que (como mi alucinado cerebro se encargó de recordarme) su desnudo falo quedara bien atrapado contra la espalda de Úrsula.

Ella me dirigió una mirada un poquito nerviosa, como abochornada por el desparpajo con que se comportaba mi hijo, pero no hizo nada por detenerle, así que tuve que quedarme callada.

Bastante molesta, decidí ignorarles mientras no paraba de darle vueltas al coco para ver si encontraba alguna solución. No para largarme de allí, claro, eso era fácil (tampoco era que me hubieran secuestrado), sino para conseguir que Borja se volviera a casa conmigo.

Me quité la camiseta y me puse a tomar el sol en bikini, tratando de adoptar una actitud digna, simulando que todo aquello me daba igual. Sin embargo, no era tarea fácil ignorar las risitas y los besuqueos que provenían de la hamaca de al lado.

Con mucho disimulo, mirándoles de reojo, pude ver cómo mi “dulce hijito” estaba aprovechando su inmejorable posición para sobarle a placer las tetas a la golfa de Úrsula, con la excusa de ponerle protección solar, aplicándole de paso unas ligeras caricias en los costados para hacerle cosquillas.

La mujer, lejos de mostrarse molesta, se retorcía riendo entre los brazos de mi hijo, mientras el muy ladino la magreaba sin cortarse un pelo delante de su madre.

– Apuesto a que tiene la polla dura como un leño – se coló en mi mente el libidinoso pensamiento sin poder evitarlo.

Entonces noté que algo me tapaba la luz del sol, encontrándome con Sergi inclinado sobre mí, esbozando una sonrisilla nerviosa.

– ¿Quieres que te ponga un poco de aceite? – preguntó enseñándome un bote de protector.

– No – respondí con sequedad – Lo haré yo misma.

Sin añadir nada más, le arrebaté con cierta brusquedad el aceite de las manos y procedí a embadurnarme la piel, procurando en todo momento ignorar lo que sucedía en la hamaca de al lado.

El pobre chico se quedó un poco cortado, aunque no me remordió la conciencia para nada, pues le consideraba a él tan culpable de aquella encerrona como a Borja. Sin embargo, no sé explicar por qué, tenía la sensación de que el verdadero cerebro de aquella trampa era mi hijo y no Sergi, quizás porque siempre había sido el que llevaba la voz cantante en su amistad.

Manteniendo mi pose digna, me puse las gafas de sol y me tumbé para ponerme morena, simulando que no encontraba para nada incómodo que mi hijo estuviera allí al lado, magreando a una tipa de mi edad.

– Oye, ¿os apetece tomar una copa? – preguntó Sergi, creo que más que nada por no quedarse allí solo de pie.

– ¡Buena idea! – exclamó Borja – ¡Prepara unos mojitos de esos que tú sabes!

Estuve a punto de decir que no quería nada, pero las risitas y los arrumacos que se estaban haciendo aquellos dos seguían cabreándome, por lo que decidí que quizás un poco de alcohol me vendría bien.

Sergi se marchó, un poco dolido porque estuviera pasando olímpicamente de él, pero merecido se lo tenía. Yo seguí dándole vueltas a la cabeza a cómo escapar de aquella situación, sopesando incluso simular un accidente para que tuvieran que llevarme a un hospital y así salir todos de aquel lupanar.

– ¿Nos damos un baño? – escuché que preguntaba mi hijo.

– ¡Venga! – respondió la fulana.

– ¿Vienes mamá?

Alcé la mirada y me los encontré a los dos en pié junto a mi hamaca. Protegida por los cristales oscuros mis ojos se dirigieron inmediatamente hacia las tetas de Úrsula, que se mostraban orgullosas, con los pezones bien enhiestos y la piel literalmente brillando por todo el aceite que mi hijito les había aplicado.

– No, ahora no me apetece – respondí con dignidad.

Sí, sí, mucha dignidad mostraba yo, pero, en realidad, me sentía un poco frustrada porque no había podido constatar el estado de la entrepierna de Borja, pues Úrsula se encontraba en medio. Como ven, mis principios son más bien frágiles.

El agua del chapuzón de mi hijo salpicó hasta mí. Úrsula saltó al agua a continuación y, a los pocos segundos, los dos estaban abrazados morreándose con lujuria, sin importarles un carajo que yo estuviera allí al lado.

Cuando regresó Sergi con una bandeja y cuatro vasos, le arrebaté mi mojito con muy malos modos y, con bastante rabia, lo apuré de un trago, lo que, en ayunas como estaba, me sentó de puta madre.

– Tráeme otro – le dije a Sergi con sequedad – Tenía mucha sed.

El chico, sonriendo un tanto confuso, se limitó a alargarme su propio vaso, que aún no había tocado y regresó a la casa a prepararse otra copa.

A pesar de no querer hacerlo, no podía evitar echar miradas subrepticias a la pareja que estaba magreándose en el agua. Por una parte, no acababa de creerme que aquel tipejo pervertido y calculador fuera mi dulce hijo, pero, por otra parte, sentía un extraño orgullo por verle hecho ya un hombre que, obviamente, sabía cómo tener satisfecha a una mujer. Orgullosa y quizás… algo más.

Sergi regresó con su propia bebida y, calibrando mi estado de ánimo, se tumbó en la otra hamaca sin decirme nada. Pero claro, al fin y al cabo éramos pareja, llevábamos meses follando como conejos, era imposible que yo me quedara callada y lo dejara estar.

– Menuda encerrona nos habéis preparado – le espeté – Tendrías que haberme contado esto hace mucho tiempo.

– ¿Y qué iba a hacer? – preguntó – Borja prefería que guardara el secreto. Y, la verdad, yo tampoco me moría de ganas de que mamá se enterara de lo nuestro.

– Pues tu madre no parece muy afectada – dije señalando a la pareja que seguía morreándose, completamente ajena a nosotros.

– Quizás es que ella es más madura que tú – dijo él, sin pensar.

– Vete a la mierda.

Estuve enfurruñada un buen rato y Sergi, que a esas alturas me conocía bien, optó por dejarme tranquila rumiando mi enfado.

Sin embargo, cuando tuvo ocasión, le dio un discreto toque de atención a Borja, como diciéndole que se cortara un poco, que yo estaba que echaba humo.

Por suerte, mi hijo captó el mensaje y aflojó un poco de hacer guarrerías delante de su madre, lo que, unido a un tercer mojito que Sergi me trajo, contribuyó a que me tranquilizara bastante.

Cuando estuve un poco más relajada y, aprovechando que la piscina estaba vacía, me di un chapuzón, que sirvió para despejarme un poco. Sergi se reunió enseguida en el agua conmigo, pero no intentó nada raro, consciente de que yo no estaba por la labor de enrollarme con él delante de mi hijo, como hacía la puta de su madre.

Pasado un poco el enfado, charlamos un rato en el agua, mientras los otros dos hacían otro tanto en las hamacas, un poco más sosegados una vez hubieron terminado de sobarse.

Tan relajada estaba y con tanta naturalidad se mostraban los demás, que me sorprendí sopesando la idea de quedarme en topless como Úrsula y, si no lo hice, fue porque pensé que aquella golfa, con tal de quedar por encima de mí, mostrándose más desinhibida, era capaz de desnudarse por completo y ahí sí que no estaba dispuesta a llegar.

– ¿No tenéis hambre? – dijo Borja un rato después – ¿Entramos y preparamos unas pizzas?

Como todos nos moríamos de hambre (sobre todo yo, que no había desayunado), regresamos a la casa portando los vasos vacíos.

Supongo que sería culpa del alcohol, pero lo cierto es que momentáneamente me olvidé de las intenciones de los muchachos de montárselo con sus mamás y me sentí más relajada que en toda la mañana mientras poníamos la mesa para almorzar.

Los chicos estaban en la cocina, metiendo las pizzas en el horno y preparando una ensalada (como dije, parte de su táctica era mostrarse muy atentos y encargarse de todas las tareas) mientras Úrsula y yo poníamos la mesa en el comedor.

– Oye – me dijo entonces la mujer aprovechando que estábamos a solas – Siento mucho lo de antes. Sé que te ha molestado que me haya besado con tu hijo, pero… es que no sé qué me pasa. Cuando me toca… no puedo pensar en nada más.

Podría haber aprovechado aquel intento de disculpa para empatizar con ella, explicarle lo que pretendían los chicos (si es que no lo sabía ya) y haber buscado una solución juntas.

Pero, al verla allí en medio del salón, con el mantel en la mano y las domingas al aire, volví a sentirme enfadada y dejé pasar la oportunidad.

– No hace falta que digas nada – le espeté en tono bastante seco – Como ha dicho Borja, somos todos ya mayorcitos. Él sabrá si quiere liarse contigo. Yo no tengo ni voz ni voto.

La mirada de Úrsula se endureció y apuesto a que estuvo a punto de responderme que yo estaba haciendo lo mismo con su hijo. Pero, justo entonces, Sergi entró al salón portando una fuente con la ensalada y tuvimos que deponer las armas.

Por desgracia, mi frialdad molestó a Úrsula, que decidió que, si yo iba a mostrarme tan orgullosa, ella se encargaría de hacérmelo pagar.

Y no tardó mucho.

Minutos después y con un par de humeantes pizzas familiares sobre la mesa, nos sentamos a comer. Sergi abrió una botella de vino tinto, que según él iba muy bien con la comida italiana y nos sirvió a todos.

Úrsula, por su parte, se sentó enfrente de mí, muy pegadita a mi hijo, hacia el que se inclinaba constantemente diciéndole cosas al oído y riendo como una estúpida. Yo sabía que lo hacía para molestarme, así que traté de conservar la calma, pero, cuando deslizó una mano bajo la mesa y Borja dio un pequeño saltito de sorpresa sobre su silla, estuve a punto de saltar la mesa y arrancarle los pelos a aquella golfa.

Pero no lo hice. Me limité a mirarla con furia mal contenida, adivinando perfectamente qué sostenía la muy puta en su mano en aquel preciso momento y, de no haberlo sabido, habría bastado ver la expresión estúpida en el rostro de mi hijo para comprender de dónde estaba agarrada la fulana.

La comida fue un infierno. Yo estaba que hervía de rabia, observando impotente cómo aquellos dos se hacían carantoñas bajo la mesa. El cabrito de Borja, para evitar que Úrsula soltara su premio, le acercaba la pizza a la boca a la muy puta para que pudiera comer sin manos.

Sergi, por su parte, plenamente consciente de lo que pasaba, hizo un par de intentos de distraerme con su charla, aunque yo no le hice ni puto caso, con lo que pronto desistió. Y menos mal que no se le ocurrió intentar algo similar a lo que hacía su amigo, porque, si llega a hacerlo, os juro que habríamos acabado en urgencias, buscando un médico que le desclavara el tenedor de la mano.

Y lo peor fue cuando Borja se dio cuenta de lo mucho que me molestaba aquello. Ateniéndose a su táctica de escandalizarme cuanto más mejor, el muy cerdo me dirigió un par de sonrisas pícaras, señalando con los ojos hacia abajo, como indicándome que lo bueno estaba sucediendo bajo la mesa.

Enfadada (y profundamente turbada), no me di cuenta de que estaba ahogando mis penas en alcohol. No pasó mucho rato antes de que Sergi tuviera que abrir una segunda botella y, teniendo en cuenta que Úrsula y Borja casi no bebían por estar ocupados con otra cosa, no es disparatado suponer que me hinqué la botella casi entera yo solita.

– No tengo más apetito – anuncié cuando ya no pude más – Voy a ver un rato la tele.

– Tranquila. Nosotros recogemos – dijo Sergi.

Y, efectivamente, se dispusieron a hacerlo con toda la pachorra del mundo. Mientras yo me levantaba, Borja hizo otro tanto, poniéndose en pié tan de repente, que casi no le dio tiempo a Úrsula de liberar su presa, por lo que a punto estuve de ver cómo la muy puta empuñaba la erección de mi hijo.

Por suerte, no fue así, pero el espectáculo de ver la tremenda empalmada que Borja lucía con absoluto desparpajo, no contribuyó a serenarme precisamente. Y la sonrisilla que me dedicó, menos todavía.

Hecha una furia, abandoné la mesa con la imagen de la verga de mi hijo grabada a fuego en las retinas y me dejé caer en uno de los sofás, usando el mando de la tele para poner el primer canal que pillé.

Los demás trasteaban llevando cacharros a la cocina y murmurando entre ellos, pero me las apañé para no dirigirles ni una sola mirada, fingiendo estar interesadísima en lo que había en la pantalla, aunque, en realidad, si llega a estar apagada, no me habría dado ni cuenta.

Minutos después, los tres se reunieron conmigo en el salón. Sergi traía otra ronda de mojitos y yo agarré el mío de un tirón, sin darle las gracias siquiera.

El chico se sentó a mi lado en el sofá, dejando una prudente distancia entre ambos, mientras los otros dos, ya sin cortarse un pelo, se dejaban caer bien abrazaditos en el otro, riendo y besuqueándose como dos colegiales.

– ¿Vemos una peli? – dijo Sergi tratando de relajar el ambiente.

– A mí me parece bien – dijo Borja.

– ¿Cuál pongo?

– ¿Cuáles tienes?

El chico había cogido de una mesilla una tarrina de plástico de esas llenas de DVDs (todos originales y comprados, nada de descargas piratas ¿eh?) y empezó a recitar títulos mientras pasaba los discos uno a uno.

Yo apenas le escuchaba, porque, entre el cabreo que llevaba encima y que ya estaba bastante pedo, me importaba una mierda la película en cuestión. Sin embargo, cuando Úrsula abrió la bocaza, la escuché perfectamente. A ella sí que la escuché.

– ¿No tienes una porno, cariño? – preguntó a su hijo la muy puta.

Alcé la mirada bruscamente, encontrándome con su sonrisa de suficiencia. Y en ese momento lo supe. Por supuesto que se había dado cuenta de cuáles eran las intenciones de los chicos. Y no es que le diera igual, no… es que estaba conforme con ello.

– Si me disculpáis – dije levantándome casi de un salto – Me duele un poco la cabeza. He tomado demasiado el sol. Voy a echarme una siesta.

– ¿Te acompaño? – preguntó Sergi en tono esperanzado.

– No – respondí – Quiero descansar. Hazle compañía a tu madre.

Y salí del salón dirigiéndome a mi cuarto, tratando de conservar la poca dignidad de que me quedaba.

– Así que, ¿está conforme con que tu hijo quiera follarte? – pensaba en silencio mientras salía – ¡Pues nada, guapa! ¡Ahí te lo dejo! ¡que lo disfrutes!

El problema es que fue precisamente eso lo que pasó.

………………..

Me encerré en mi cuarto, nerviosa, agitada y enfadada. Estuve a punto de coger mis cosas y largarme de allí, pero eso supondría abandonar a mi hijo en aquel pozo de depravación.

Me sentía sucia, pues era consciente de que habían sido mis propios actos los que me habían conducido hasta allí, teniendo sexo con un jovencito durante meses. ¡Y claro! ¡Qué tonta era! ¿Cómo había sido tan ingenua de pensar que dos chicos tan unidos como hermanos no iban a contarse el uno al otro sus experiencias con el sexo? ¿Cómo fui tan ilusa de esperar que Sergi no se lo contaría a Borja?

Aunque, pensándolo bien… ¿No había sido Borja el primero en lograr follarse a la mamá de su amigo? ¿No había logrado Sergi seducirme (ahora lo comprendía) gracias a su ayuda?

¡Claro! Borja me conocía a la perfección. Seguro que había sido idea suya que Sergi no insistiera tras nuestro primer encuentro. Seguro que le dijo que, si me hacía creer que había perdido interés, yo no podría dejar de pensar en él. Pero sería cabrito…

La cabeza me iba a estallar, no porque me doliera, sino porque los pensamientos se agolpaban en mi mente a tal velocidad que me sentía mareada. O tal vez fuera el alcohol, no lo sé. O las dos cosas.

Lo cierto es que me quedé amodorrada en la cama, sin llegar a dormirme, con las imágenes de todo lo sucedido pasando frente a mis ojos.

Pero, sobre todo, con la visión de la enhiesta polla de mi hijo refulgiendo en mi mente.

¡Agh! ¡Me iba a volver loca! ¿Cómo podía estar pensando en la verga de mi hijo? ¿Cómo podía estar imaginando cómo de dura la tendría y qué se sentiría al acariciarla? ¿Es que yo era tan puta como Úrsula?

¿Y ustedes qué creen?

……………………….

No aguanté mucho en la cama. Estaba tan inquieta tras haberme dado cuenta de que me sentía excitada por Borja, que se me quitó el sueño de golpe. Y, además, estaba la insoportable intriga de saber qué demonios estarían haciendo en el salón aquellos tres.

¿Se estaría enrollando con los dos? ¿Estarían tranquilamente viendo porno? ¿Se la estaría follando Borja mientras su amigo les miraba, triste y abandonado por su pareja?

Con mucho sigilo, poniendo el máximo cuidado en no hacer ruido, me levanté y abrí la puerta muy despacio. No había nadie en el pasillo que conducía al salón, aunque me pareció escuchar unos ruidos amortiguados provenientes de allí, no supe si porque estaban hablando en voz baja o si procedían de la tele.

Muy despacio, con el corazón atronando en el pecho, me deslicé por el pasillo, hasta llegar junto a la puerta del salón y entonces, tras respirar hondo para armarme de valor, me asomé subrepticiamente.

Y mis sospechas quedaron plenamente confirmadas.

No habían perdido el tiempo en mi ausencia. Supongo que, encontrándose los tres a solas, con la voluptuosidad que flotaba en el ambiente, viendo porno (efectivamente, la tele mostraba imágenes de gente follando), sin el obstáculo que suponía mi presencia… se habían dejado simplemente llevar.

Úrsula estaba sentada a horcajadas sobre el regazo de Borja, con el trasero un poco levantado, para permitir que mi hijo se regalara devorando los pechos de su amante. Sergi, por su parte, estaba sentado al lado de la pareja, esgrimiendo una formidable erección, que era lánguidamente pajeada por su mano, mientras miraba sin perderse detalle cómo le chupaban las tetas a su madre.

Escuché como Sergi decía algo y, aunque no lo entendí, no hizo falta ser ningún genio para comprenderle. Sumisa y obediente, su madre se inclinó hacia un lado, sin que Borja dejara de chuparle las tetas y, ni corta ni perezosa, besó a su hijo con tanta pasión, que los ojos del chico se abrieron como platos.

Y si eso le gustó, mejor no les cuento el resoplido que dio cuando la mano de su madre, deslizándose libidinosa, aferró su hombría y empezó a masturbarle muy despacio, provocando que el chico gimiera y se derritiera de placer.

– ¿Será puta? – dije para mí – Pero, ¿cómo puede…?

Ya. Ella sería una puta. Pero, ¿qué era yo? Allí, espiándoles a escondidas… y muriéndome de ganas de ocupar su lugar.

Y entonces Borja me vio. Nuestras miradas se encontraron y me quedé petrificada. Sin embargo, mi hijo no dijo nada, limitándose a mirarme en silencio por encima del cuerpo de su amante, mientras seguía deleitándose con sus tetas.

Me sentía febril, excitada y enojada al mismo tiempo. Estaba contemplando un espectáculo más que esperado y, al mismo tiempo, no acababa de creerme lo que veían mis ojos. La mirada de Borja me alteraba, me sometía… si, en ese momento llega a levantarse y a venir a por mí, habría hecho conmigo lo que le hubiera venido en gana.

Pero no. Todavía no estaba lista para él.

Con un simple codazo, Borja a trajo la atención de su amigo, indicándole con un gesto que estaba mirándoles. Sergi me miró, consciente de su triunfo, aunque eso no le impidió sonreírme con dulzura. Úrsula fue la única que no se dio cuenta de mi presencia, limitándose a pedirle a su amante que siguiera comiéndole las tetas y sin soltar en ningún momento el rabo de su hijo.

Para su desencanto, Sergi detuvo su mano y la apartó, levantándose del sofá para acudir en mi busca. Úrsula ni se inmutó, limitándose a volver a incorporarse en el regazo de su amante, sentándose esta vez por completo y hundiéndole la lengua hasta la tráquea.

Me quedé mirando cómo las manos de mi hijo se apoderaban de las nalgas de la guarra, estrujándolas y amasándolas con intensidad, hasta que el cuerpo de Sergi se interpuso, tapándome la vista.

Aunque, el espectáculo de su verga, completamente enhiesta y rezumante, no era una visión menos turbadora.

– ¿Se te ha pasado el enfado? – dijo simplemente.

– ¿Y qué remedio me queda? – respondí encogiéndome de hombros.

Sergi volvió a sonreírme, haciendo que me sintiera un poco mejor. Acercándose hacia mí, me estrechó con fuerza entre sus brazos, permitiéndome constatar en mi cadera que, desde luego, el chico estaba bien excitado.

– ¿No te da vergüenza hacer esas cosas con tu madre? – le susurré al oído.

– No. Ni tampoco las que voy a hacer después – me respondió turbándome hasta el alma – Y tú también las harás.

Joder. Y lo peor era que tenía razón. Ya no había escapatoria posible. Y, la verdad sea dicha, a esas alturas no tenía intención alguna de escapar.

Sergi se apartó de mí y, tomándome de la mano, me condujo dentro del salón, llevándome hasta el sofá que quedaba libre. Úrsula por fin se dio cuenta de que yo había regresado y me miró con una expresión de superioridad tal, que me dieron ganas de cruzarle la cara.

Pero no lo hice, porque en ese momento, por encima del enfado y la decepción conmigo misma, se había impuesto otro sentimiento. Estaba cachonda como una perra.

Nos sentamos juntos en el sofá y esta vez no aparté al chico cuando se inclinó para besarme, devolviéndole el beso con entusiasmo. Él, que ya me conocía como la palma de su mano, empezó a besarme como sabía me encantaba, abandonando pronto mis labios para darme tiernos besitos, por el rostro, el cuello y las orejas, mientras sus manos, inquietas y habilidosas, soltaban el sostén de mi bikini y dejaban expuestos mis senos, como llevaba intentando hacer desde la mañana.

Mis pechos estaban durísimos y los pezones excitados y sensibles. Sergi agarró una de mis tetas, estrujándola con la suficiente fuerza para hacerme gemir, pero no lo bastante para hacerme daño. Como a mí me gustaba.

Al apretar la trémula carne, el pezón se irguió enhiesto, exhibiéndose orgulloso un instante antes de que el chico lo absorbiera entre sus labios, jugueteando con su lengua en él, haciéndome gimotear y jadear de pasión.

Miré hacia la otra pareja, disfrutando con las lamidas y chupetones de Sergi y pude constatar que Úrsula también estaba pasándoselo en grande. Harta ya de tantos preliminares, la fulana se había empalado en la polla de mi hijo y había empezado a cabalgarle, mientras el muchacho seguía estrujando y acariciando su culo con ganas.

Me sorprendí preguntándome a mí misma qué se sentiría con la polla de Borja metida en el coño. ¿Sería mejor que la de Sergi? ¿Se adaptaría mejor a mí? ¿Me gustaría más?

Sea como fuere, segura estaba de que pronto lo descubriría.

– Elvi, por favor, ya no puedo más – siseó Sergi abandonando mis pechos y volviendo a mordisquearme el lóbulo de la oreja – Tengo que metértela ya, quiero follarte, machacarte el coño hasta dejarte exhausta…

– Claro, cariño. Yo tampoco. La necesito ya. Dámela. Quiero tu polla, necesito que me la metas y me folles como a una perra – le respondí.

Ya he dicho que a ambos nos ponía decirnos guarradas, ¿verdad?

Sergi se apartó de mí, liberándome de su abrazo y se quedó mirándome un instante. Yo ya conocía esa mirada, simplemente era su manera de preguntarme cómo me apetecía que me follara, dejándome escoger la posición.

Y yo tenía claro que quería ser follada mirando a mi hijo en plena faena. Así que, sin perder un instante, me ubiqué a cuatro patas sobre el sofá, mirando de frente la cabalgata de Úrsula, la valquiria ninfómana, sobre la verga de mi hijo, si perderme detalle de cómo su coño de puta se empalaba una y otra vez en Borja.

Qué zorra me sentí. Y qué feliz por ello.

Sergi no tardó ni un segundo en rodearme y colocarse por detrás. Con habilidad (no en vano ya era todo un experto), me bajó las braguitas del bikini a medio muslo, ubicó su polla en posición y, aferrándome por las caderas, me empitonó de un tirón, haciéndome gritar de placer.

El grito atrajo la atención de Borja, que me miró desde detrás de las tetas de Úrsula, que brincaban descontroladas al ritmo de la follada y, ésta vez, sí que me guiñó un ojo, pero no lo hizo con descaro o suficiencia, sino de forma divertida y cómplice. Yo le tiré un beso, mientras su amigo, hundido en mí hasta las bolas, empezaba a bombear mi coño con toda el ansia y las ganas acumuladas durante aquellos dos días de locura.

En poco segundos, me encontré mordiendo con saña los cojines del sofá, aullando de placer con las uñas clavadas en la tela, mientras mi portentoso amante se hundía en mí una y otra vez sin compasión, haciéndolo justo como a mí me gustaba.

Y, además, estaba el hecho del show que los otros dos me ofrecían, que me tenía loca de calentura y de ansia por intercambiar las posiciones. O, mejor dicho… de intercambiar las pollas.

Aquello era demasiado para mí. Ser follada por una polla que me conocía a la perfección, mientras disfrutaba de un show de sexo en directo… me corrí dos veces antes de que Sergi se derramara por fin en mi interior. Me llenó hasta arriba de leche.

Agotada, me derrumbé sobre el sofá, sudorosa y jadeante, con Sergi todavía aferrado a mí, sintiendo cómo su semilla se deslizaba dentro de mi cuerpo, mientras su polla menguaba un tanto su tamaño.

Como pude, alcé la vista hacia la otra pareja, descubriendo que estaban más o menos en igual estado. Úrsula estaba dando delicados besitos en el rostro de mi hijo, sujetando sus mejillas con las manos. Él le sonreía satisfecho, mirándola a los ojos y murmurándole palabras que yo no alcanzaba a oír.

Sí, todo muy hermoso y poético, pero el hecho de ver cómo el esperma de Borja brotaba de la vagina de Úrsula y pringaba el asiento… le quitaba magia al asunto.

– Joder, qué polvazo – gimoteó Sergi, liberándome de su peso.

– Sí – asentí yo, ronroneando.

El chico, en un alarde de fuerza, tiró de mí y me hizo quedar sentada a su lado. Sin soltarme, colocó mis piernas sobre las suyas, atrayéndome hacia él para besarme con cariño. Yo le devolví el beso con entusiasmo, dejados por fin atrás todas mis dudas y prejuicios.

Dedicamos los siguientes minutos a hacernos carantoñas, recuperando un poco el aliento tras la intensa sesión, mientras la otra pareja hacía otro tanto, sólo que con Úrsula tumbada boca arriba en el sofá, con la cabeza apoyada en el regazo de mi hijo, que le acariciaba con dulzura los senos, jugueteando cariñosamente con sus pezones.

– Tus tetas son increíbles – dijo mi hijo en un alarde de poesía – Las mejores del mundo.

– Bueno, siento discrepar, amigo – dijo Sergi sin dejar de abrazarme – Las de tu madre son un poquito mejores. A ver, mamá, no te ofendas, tienes unas tetas magníficas, pero las de Elvira…

Al escucharles, yo me sonreí para mis adentros. Estaba segura de que los dos habían ideado algún truco para seguir con la función. Me los imaginaba perfectamente a los dos trazando planes para lograr el intercambio de parejas. Por eso me reía, porque, a esas alturas, no hacía falta ningún plan ni puñetas. Las dos estábamos más que dispuestas, pero, divertida e intrigada por ver qué habían maquinado, no dije ni mú.

Durante unos minutos los dos se dedicaron a ponderar las bondades de nuestras respectivas ubres, que si tamaño, que si suavidad de la piel, que si dureza de los pezones… en otras circunstancias, me habría muerto de vergüenza de escuchar a alguien hablar así de mis tetas, pero allí, esperando el momento en que mi hijo se decidiera a follarme… era algo insignificante.

– ¡Ya lo tengo! – exclamó Borja, simulando haber tenido una idea feliz – ¡Hagamos un concurso a ciegas para ver cuáles son mejores!

Su idea era estúpida a más no poder (aunque qué más daba). Simplemente, consistía en que, mientras ellos se daban la vuelta para no poder vernos, Úrsula y yo debíamos escondernos detrás de las cortinas del salón, tapándonos de forma que sólo quedaran visibles nuestros senos. De esta forma, los dos podrían realizar una “cata a ciegas” para decidir cual poseía las mejores tetas.

Úrsula y yo nos miramos, resignadas y divertidas a partes iguales, sabiendo perfectamente que aquello era una simple excusa para que ambos pudieran sobar a gusto las domingas a sus respectivas mamás, llevándonos paulatinamente al terreno de las relaciones incestuosas; pero, queriendo seguirles el juego, ninguna dijo nada, escondiéndonos tras las cortinas tal y como nos habían indicado.

Es curioso, pero, a pesar de la soberana estupidez de lo que estábamos haciendo, tengo que reconocer que me sentí bastante excitada allí escondida, sin saber a ciencia cierta quién era el que me sobaba las tetas en cada momento.

Y os puedo asegurar que me las sobaron bien sobadas. En cuanto avisamos a los chicos de que estábamos listas, manos invisibles se apoderaron con rapidez de nuestros pechos, acariciándolos y magreándolos con fruición.

Podía escuchar cómo los chicos murmuraban y bromeaban sobre nuestra anatomía, mientras sus inquietas manos sopesaban y palpaban nuestra carne a placer. Me sentía un poquito humillada por aquello, siendo examinada como una vulgar vaca, pero, al mismo tiempo, me sentía bastante caliente.

Y lo mejor de todo era el anonimato de las descaradas manos. Aquello me ponía brutísima. ¿Serían los ágiles dedos de mi hijo los que estaban jugueteando con ese pezón? ¿Sería la mano de Sergi la que estrujaba mi teta izquierda, verificando la consistencia de la carne?

Sí, lo reconozco. Al final el jueguecito había resultado ser bastante más interesante de lo esperado. Y todavía tenía que mejorar. Cuando sentí que unos anónimos labios se apoderaban de uno de mis pezones y lo lamían con habilidad, estuve a punto de correrme.

– ¡Oh, sí, joder, qué bien! – siseé sin poder contenerme – ¡Sigue chupando así! ¡Cómemelo!

– ¡Mierda, mamá, ya lo has estropeado! – escuché que protestaba Borja – ¡Ahora sabemos que éstas son tus tetas!

Mientras decía esto, sentí cómo me daban un fuerte estrujón en un pecho, que me hizo soltar un involuntario gritito. Avergonzada (por haberme dejado llevar) abrí la cortina y asomé el rostro, con expresión divertida y un poco azorada.

– Lo siento chicos – me disculpé – Es extrañamente morboso estar ahí detrás sin saber quién te mete mano. Me ha excitado bastante.

En ese momento se abrió la otra cortina y también Úrsula se asomó. Miré hacia su rostro, casi esperando encontrarme con una sonrisa burlona, pero en cambio vi que también estaba sofocada y bastante colorada. Me agradó.

– ¡Sí, vale, lo que tú quieras! – continuó mi hijo – Pero has estropeado el juego. Ahora habrá que empezar otra vez.

– Vale, vale, lo siento – dije riendo mientras salía de tras la cortina – ¿Por qué no lo dejamos en empate?

Úrsula me miró y, por primera vez en dos días, me sonrió con auténtica simpatía.

– Se me ocurre que podríamos probar ahora… cuál de estas dos pollas… sabe mejor… – dije poniendo voz de guarrilla.

Visto y no visto. Los ojos de los chicos se abrieron como platos y, segundos después, Úrsula y yo nos encontramos de espaldas a las cortinas mientras los dos chicos ocupaban nuestro lugar tras las mismas. En cuanto nos dimos la vuelta, nos enfrentamos con sendas pollas vergas erectas asomando entre la tela.

Úrsula y yo intercambiamos una mirada cómplice, sonriéndonos mutuamente. Sin que hiciera falta decir nada, cada una se arrodilló delante de un falo y se dispuso a seguir con el juego.

Ni que decir tiene que cada una escogió precisamente el pene de su propio hijo (no hacía falta ser un genio para distinguir la polla que llevaba meses follándonos casi a diario de cualquier otra), dispuestas a degustar la hombría de nuestros respectivos retoños, pues ambas teníamos más que degustada la otra.

Allí, de rodillas, ambas empuñamos casi simultáneamente la verga que teníamos delante y, tras sonreírnos de nuevo la una a la otra… empezamos a chupar.

Y entonces ocurrió lo increíble. Me corrí. Puedo jurarlo, en cuanto sentí la polla de mi hijo endureciéndose entre mis labios, no pude más y alcancé el orgasmo. De entre todas las guarras… la más guarra.

Reconozco que me dio muchísima vergüenza, así que traté de disimular lo mejor que pude, ahogando a duras penas los gemidos de placer y concentrándome únicamente en estimular aquella verga que iba ganado volumen dentro de mi boca a toda velocidad.

Estoy segura de que la tensión acumulada durante el juego anterior fue en buena parte responsable de aquel orgasmo inesperado, pero, aún así, correrme únicamente por llevarme una polla a la boca… ni siquiera creía que eso fuera posible.

En pocos segundos, Borja alcanzó su máximo esplendor. A pesar de habérsela chupado mil veces a Sergi, era incapaz de verificar cual de los dos chicos estaba mejor dotado, aunque, en el fondo, eso me importaba una mierda.

Qué zorra me sentí, qué puta. Y seguro que a Úrsula le pasaba lo mismo. Sin dejar de mamar, miré a mi compañera de reojo, pudiendo ver cómo, completamente entregada a su tarea, se había abandonado a la lujuria, masturbándose con intensidad mientras devoraba la polla de su hijo.

Los dos chicos, sin esperárselo, se enfrentaban de repente a dos lobas dispuestas a chuparles hasta el tuétano, resoplando y gimoteando tras la cortina con tanta intensidad, que resultaba hasta cómico.

No duraron mucho. Tampoco podía exigírseles, claro. Yo sabía bien lo morboso que era estar detrás de aquella cortina y que además estuvieran chupándosela… demasiado para cualquiera.

Con un berrido, Borja estalló dentro de mi boca, permitiéndome paladear a gusto el sabor de su semilla. Mientras degustaba el ardiente líquido, miré a la otra mujer, pensando que yo había sido la ganadora de aquella carrea, pero me encontré con que ella también había alcanzado la meta y se aplicaba con afán a no desperdiciar ni gota del delicioso néctar. Nunca supimos quien había ganado.

Pero eso daba igual. Tras decretar un nuevo empate, nos dejamos caer ambas derrengadas en el sofá, riendo divertidas. Los chicos, con las rodillas temblorosas (y juro que un poco más delgados que antes de esconderse), aparecieron de tras la cortina y se derrumbaron a nuestro lado.

Aunque preguntaron, Úrsula y yo nos negamos a confesar quién se la había chupado a quién, aunque estoy segura de que los chicos lo sabían perfectamente.

Más relajados y momentáneamente satisfechos, nos quedamos charlando un rato en el sofá, recuperando fuerzas. Durante un rato, tuve que soportar las puyas de los otros tres, recordándome lo enfadada que había estado todo el día y total, para acabar follada y comiendo polla. Tuve que aguantarme. Me lo merecía.

Completamente desinhibidos, permanecimos ya todos en pelota picada, justo como deseaban los chicos y, cuando estuvimos un poco más recuperados, salimos juntos a la piscina para darnos un buen baño y quitarnos de encima el sudor… y otras sustancias.

Esta vez fueron dos las parejas que se morreaban a fondo dentro del agua al atardecer. Disfrutamos juntos de una magnífica puesta de sol, sintiéndome muy feliz entre los brazos de Sergi, que me abrazaba con cariño mientras mis piernas rodeaban su cintura, permitiéndome sentir cómo el muy ladino había empezado a recuperar las energías.

El resto del fin de semana… seguro que se imaginan cómo fue. Follar, follar y follar. Y sí, por supuesto que sí… Borja acabó por follarme antes de que acabara el día. Y Sergi a su madre. Para qué dar más detalles, ya hemos hablado bastante de sexo.

¿Cómo? ¿Que sí que quieren más detalles? Bueno, vale. Total, más vergüenza ya no voy a pasar.

Fue esa misma noche, tras la cena. Tras haberse salido con la suya, ya no era necesario que los chicos se esforzaran tanto por agradarnos encargándose de las tareas y, como además no nos apetecía volver a enfrentarnos con unas tortillas infames como las de la noche anterior, esta vez fuimos las chicas las que nos encargamos de preparar la comida.

Fue de largo la comida más relajada y divertida de lo que llevábamos de fin de semana, sin tensiones ni malos rollos, dos parejas liberales, disfrutando de la mutua compañía.

Tras la cena, nos tomamos unas copas, un poquito más cargadas, pues fue Úrsula quien las preparó. Supongo que la mujer quería darse un buen lingotazo, pues era plenamente consciente de lo que iba a pasar. Y reconozco que a mí tampoco me vino mal la dosis extra de alcohol.

Uno de los chicos puso música lenta, precisamente de la que a ninguno de los dos les gustaba, pero perfectamente apropiada para lo que pretendían: refregar cebolleta contra sus mamás.

Sergi sacó a su madre a bailar y Borja, tomándome de la mano, hizo otro tanto. Me sentía nerviosa, pues sabía que la danza era el paso previo para… ya saben.

Estábamos muy pegados, con mis tetas bien apretadas contra su masculino pecho. Borja me miró a los ojos, y me susurró que era preciosa, cosa que me encantó y me puso nerviosa a partes iguales.

Pronto empecé a notar cómo Borja crecía contra mí y tuve que morderme el labio para sofocar las ganas de volver a arrodillarme delante suya. Envalentonado, mi hijo permitió que su mano bajara hasta mi culo, acariciándolo suavemente al ritmo de la música. Yo, juguetona, froté con disimulo mi cadera contra su creciente erección, haciéndole gemir de placer.

Cuando Borja atrajo mi rostro y buscó mis labios con los suyos… me entregué.

Instantes después, Borja y yo nos metimos a solas en uno de los dormitorios, pues queríamos que aquella primera vez fuera en la intimidad. Tumbada en el colchón, disfruté de las caricias que mi hijo me administraba, sintiendo cómo sus labios me besaban por todas partes, lamentándome en silencio de no haber empezado a hacer aquello mucho tiempo antes. Cuántas años desperdiciados.

Borja descendió besando mi cuerpo, hasta llegar a la ingle. Sin darme cuenta, separé los muslos ofreciéndole mi encharcada vagina, para que se regalara disponiendo de ella a voluntad. Pero Borja pretendía darme todo el placer de que fuera capaz, así que, muy lentamente, sumergió el rostro entre mis muslos abiertos y empezó a comerme el coño con tanta habilidad, que tuve que morderme un dedo para no empezar a gritar.

Me corrí. No una sino varias veces. Mi diabólico hijo tenía un don innato para el sexo oral. A la mañana siguiente lo comenté a solas con Úrsula y me confirmó que se le daba de puta madre. Tomé nota mental de que Sergi tenía que mejorar en esa asignatura. No importaba, le daría todas las clases de refuerzo que hicieran falta.

Borja se quedó de rodillas sobre el colchón, a mi lado, exhibiendo impúdicamente su tremenda erección, deleitándose con los estertores que asolaban mi cuerpo durante el orgasmo. Le deseé intensamente. Y él a mí.

Sin darme tiempo apenas de recuperarme y azuzado por el ansia y el deseo, Borja se echó sobre mí y volvió a besarme. Yo podía sentir cómo su falo, duro como la roca, latía de ansiedad contra mi cuerpo, así que le supliqué que no me hiciera esperar más.

Y él no lo hizo. Sin alardes. En la clásica postura del misionero. Me la metió hasta el fondo, sin violencia, pero con firmeza. Me sentí completamente llena. Y feliz.

Yo ya me había corrido varias veces cuando Borja por fin se vació en mi interior, derrumbándose sobre mí, agotado. Demasiadas emociones ese día.

Yo sonreía, satisfecha, mientras escuchaba en el dormitorio vecino cómo Úrsula aún disfrutaba de la buena vida unos minutos más.

Y así, con la música de fondo de los relinchos de la otra yegua y con el delicioso peso de mi hijo abrazado a mi cuerpo… me dormí.

Al día siguiente no fui la única en levantarme tarde. Casi era la hora de comer cuando los cuatro nos reunimos abajo, duchados, aseados y felices.

Y sí, ya sé lo que se estarán preguntando. Esa tarde montamos una orgía, follamos como locos. Incluso tuve mi primera experiencia lésbica, lo que complació enormemente a los chicos, que disfrutaron del show de ver a sus mamás comiéndose el coño la una a la otra con vehemencia. No estuvo mal, supongo que es verdad eso de que el sexo con alguien a quien detestas es genial.

Y el último día igual. Creo que no quedó centímetro de la casa y alrededores donde no se perpetrara alguna guarrada durante esos cuatro días. Si, tras abandonar la casa alguien hubiera pasado una luz infrarroja de esas como en las pelis, sin duda habría estallado el puto aparatito.

El martes por la tarde acudió el dueño de la casa, encontrándose con dos resplandecientes mamás que habían pasado unos días de ensueño junto a sus retoños. El hombre, muy sonriente, felicitó a nuestros hijos por ser tan considerados como para acceder a hacer compañía a sus madres durante el puente.

– Es raro en chicos de su edad el querer pasar tiempo con sus madres. Se ve que los han educado muy bien – dijo el tipo, haciendo que Úrsula y yo enrojeciéramos.

Si él supiera…

…………………………

Bueno, termino mi relato ya. Como ven, no les mentía al decir que soy mucho peor que la tipa estadounidense esa.

Y lo que te rondaré, morena.

Ahora estoy en el salón, terminando estas líneas en mi PC, esperando que Borja regrese a casa. Por desgracia Sergi no va a poder venir hoy, pues mañana tienen examen. Yo ayudaré a Borja a prepararlo, tomándole la lección.

Ayer ya lo hicimos. Estudiar, digo. Llegó, me besó e, inclinándome sobre la mesa, me subió la falda, me bajó las bragas y me folló a lo bestia mientras yo me esforzaba en sostener sus apuntes para preguntarle sobre la materia del examen.

Se ha vuelto aplicadísimo. Y Sergi también.

FIN

NOTA DEL AUTOR: Ante todo, muchas gracias a todos los que hayáis tenido paciencia para leer la historia hasta el fin. Espero que hayáis disfrutado. Últimamente no tengo mucho tiempo libre, así que he pensado en dedicar un tiempo a escribir historias sencillas, sin liarme con ningún proyecto más “denso”. Aún así, he tardado un montón en publicar esta segunda parte. Lo siento mucho.

Bien, lo que quería comentaros es un poco raro, a ver si me podéis ayudar. En el texto, he descrito una escena en la que las dos mujeres se esconden tras las cortinas para que los chicos juzguen qué tetas son las mejores. Pues bien, esta situación está basada en una película erótica que vi hace muchos años (pero muchos, muchos). No recuerdo nada más de la peli (salvo que la escena me pareció muy morbosa) y que se trataba de un único chico, varias chicas y creo recordar que una era algo así como prima del chaval.

Vale, lo que quería preguntar es si alguno de ustedes podría darme información sobre esa película, el título o algo que me permita localizarla. No tengo mucha esperanza, pero se me ocurrió que podía preguntar a los lectores.

Así que si sabéis algo sobre el film, mandadme un correo o ponedme un comentario, os lo agradeceré mucho.

Disculpad las molestias y muchas gracias

Si deseas enviarme tus opiniones, mándame un e-mail a:

ernestalibos@hotmail.com

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