Capítulo 19: Joanna.

—Hola, ¿Cómo te sientes? —preguntó Afrodita mientras se sentaba a desayunar a su lado.

—La verdad es que no muy orgulloso. He mentido y traicionado la confianza de una mujer. Espero que haya valido la pena y los papeles fuesen realmente los que buscabais. —respondió Hércules contemplando el cuerpo de la mujer enfundado en una bata de satén gris perla.

—En realidad era más de lo que pensábamos y no te preocupes por Francesca, ha obtenido un buen trato a cambio de contar todo lo que sabe, que no es poco.

—Me alegro, no me gustaría que se pudriese en la cárcel. Espero que le vaya bien. A pesar de que no era mi tipo, ya sabes a que me refiero, no quiero que sufra y deseo que sea feliz.

—Hablando de felicidad y de parejas disfuncionales, —dijo la mujer untando una tostada— tengo una nueva misión para ti.

—¿Ah, Sí? —Preguntó el dominado por la curiosidad.

—Joanna Sorensen. —dijo chupándose los dedos antes de alargarle una carpeta— Es la hija del embajador Danés; se ha liado con un playboy treinta y pico años mayor que él y vinculado con el tráfico de drogas. El embajador ha intentado abrirle los ojos, pero no hay manera y ha recurrido a nosotros desesperado.

—Mmm, no sé, ¿Qué derecho tenemos a inmiscuirnos en la vida de una mujer mayor de edad?

—No es tu función valorar eso, pero si te sirve de consuelo tu otra función es mantenerla viva. Hemos investigado un poco al novio y últimamente no le ha ido muy bien. Ha perdido un par de envíos y los colombianos están cabreados…

—Entiendo. —replicó Hércules con la conciencia un poco más aliviada— Me pondré en ello.

—No me has contado que sentiste al hacer el amor con un hombre. —dijo afrodita con una sonrisa provocativa.

—No era una mujer, pero tampoco era un hombre, era… Francesca. Al principio pensé que era una putada, luego vi que era una mujer en todo menos por esa mierda que le colgaba y una mujer atractiva dulce y sensual. En otra vida podría haberme enamorado de ella.

—Vaya, es una lástima. Y yo que creía que tenía alguna oportunidad contigo. —dijo Afrodita metiendo las manos por el escote de la bata y frunciendo los labios a modo de despedida.

En cuanto terminó de desayunar se puso manos a la obra. Vigiló la casa de Joanna hasta que esta y su novio salieron a comer por ahí y aprovechó para colarse en su casa y poner micros por todas las habitaciones. Para cuando volvieron, al parecer para cambiarse y salir de nuevo, ya estaba en un piso que había alquilado en el edificio de enfrente con un telescopio terrestre.

Ser una especie de superhombre tenía sus ventajas. En cuanto vio que la pareja salía y montaba en el taxi subió a la azotea y les siguió saltando de edificio en edificio y corriendo por las cumbres de los tejados.

Podía haberlo hecho como todo el mundo cogiendo un coche o una moto, pero la sensación de libertad que sentía cuando saltaba y dejaba que el impulso y la gravedad le llevasen a su siguiente objetivo eran inigualables. Cuando el taxi paró a la puerta de una discoteca del centro casi sintió un deje de desilusión al no tener que seguir haciéndolo.

En la puerta había una cola considerable de gente que esperaba pacientemente ser seleccionada como una res. Sus objetivos pasaron delante y el hombre deslizó un par de billetes en el bolsillo del portero que les facilitó el pase sin tener que hacer cola.

Hércules tampoco estaba dispuesto a esperar así que de un salto se plantó en el techo de la discoteca y tras inspeccionarla un par de minutos encontró un tragaluz abierto por el que se coló sin dificultad.

Acabó en un pequeño almacén lleno de trastos y polvo. Orientándose con la linterna del móvil encontró la puerta que daba a un pasillo estrecho y bastante oscuro que acababa en una esquina de una de las pistas de baile.

Se coló tratando de no llamar la atención y buscó a Joanna y a su novio entre la multitud de cuerpos gritando y contorsionándose. No parecía estar por allí así que atravesó la pista en dirección a la que estaba en el otro extremo. Forcejeó con una multitud de hombres que le miraban con mala cara y mujeres que intentaban seducirle e incluso tocarle, aprovechando los pocos instantes que tenían antes de que se escurriese y siguiese su camino.

Al llegar a la segunda pista, la música cambió. Era más suave y lenta y el ambiente invitaba a la intimidad y a las confesiones. Estaba menos concurrida y no le costó encontrar a sus tortolitos enganchados y meciéndose en el centro de la pista. Procurando no llamar la atención se dirigió a la barra y pidió un bourbon.

Durante la siguiente hora y media se dedicó a beber y a observar como la pareja se dedicaba continuas muestras de afecto. Eran una pareja un tanto extraña. Ella era rubía, alta, con una figura robusta y un rostro angelical. Hércules se detuvo a observar sus grandes ojos azules su nariz pequeña y sus labios gruesos y perfectamente perfilados. Vestía una minifalda de vuelo que le llegaba un poco más abajo de unos muslos gruesos y potentes y una blusa oscura que se cruzaba en torno a un busto grande que temblaba lujurioso con cada movimiento de la joven.

Julio era un poco más alto que ella y a pesar de sus cincuenta y pico años se mantenía en bastante buena forma. Tenía el rostro afilado y moreno y una sonrisa chuloputas que a Hércules le daban ganas de aplastar. Con el pelo oscuro y engominado y la cadena de oro, gruesa como el cabo de un trasátlantico que asomaba por la abertura de su camisa de seda, tenía un aire de playboy ochentero trasnochado que le hacía muy dificil imaginar como una chica joven y sofisticada como Joanna se había enamorado de él.

En fin suponía que el amor era así. Tampoco Akanke y él habían sido una pareja convencional. Observó como se abrazaban y se besaban, preguntándose si alguna vez volvería a sentir una sensación parecida.

Desde que Akanke había desaparecido de su vida había sentido atracción por otras mujeres como Francesca y sobre todo Afrodita, pero en lo más hondo de su corazón sabía que lo que sentía por ellas era puramente físico, nada parecido a la comunión de almas que sintió el corto periodo de tiempo que estuvo con la joven nigeriana antes de que desapareciese de su vida.

En ese momento el hombre le dijo algo al oído de Joanna. La joven negó con la cabeza, pero él se puso serió y la sacudió con fuerza antes de cogerla por el brazo y arrastrarla sin contemplaciones a los baños.

Más curioso que preocupado los siguió con el tiempo justo para ver como se colaban en el servicio de caballeros. La estancia estaba vacía salvo por el ultimo de los retretes cuya puerta estaba cerrada.

Hércules entro en silencio y ocupó el retrete de al lado, cerrando con el pasador lo más silenciosamente que pudo, aunque por las risas y los susurros que emitían los dos enamorados en el cubículo adyacente hubiese dado igual que hubiese entrado un pelotón de infantería.

—Mmm, si. ¡Dios! ¡Como lo necesitaba! Julio, eres el demonio. —oyó decir a la chica con un fuerte acento escandinavo.

—Entonces, ¿Harás eso por mí? —preguntó el hombre sin dejar de besar a la joven.

—No puedo… es un delito. Yo no…

—Vamos, sabes que tienes carnet diplomático. En caso de que te pillasen, que no va a pasar, no podrían hacerte nada. No corres ningún riesgo. —le interrumpió él.

—¡Ja! No conoces a mi padre. Es capaz de enviarme a las autoridades con un lazooooh. —dijo ella a la vez que sonaba un golpe que hacía temblar el mamparo de aglomerado—¡Eres malo!

—Y lo seré más si no haces lo que te pido. —dijo con voz impaciente.

Un nuevo golpe y un apagado gemido de la joven le hicieron temer a Hércules por la seguridad de la joven así que sacó una pequeña cámara espía que iba dotada con un alargador y que manejaba mediante un pequeño joystick y la acercó a una pequeña grieta que había donde la mampara se unía a la pared.

Con precaución la fue introduciendo poco a poco hasta que tuvo una buena visión del cubículo. El hombre se había echado encima de Joanna y rodeaba su fino cuello con sus manos. Hércules estuvo a punto de tirar abajo la endeble tabla de aglomerado, pero se relajó al ver que el tipo acercaba su boca y besaba los delicados labios de la joven con lujuria. Joanna respondió con otro gemido ahogado mientras dejaba que las manos de su novio se colaran bajo su falda y sobaran su muslos pálidos y juveniles.

Aun en la pequeña pantalla de la cámara, Hércules no pudo por menos que volver a admirar la belleza de la joven. Su pálida piel y su melena corta y rubia contrastaban con la tez morena y el pelo teñido y engominado de su amante.

Mientras tanto, Julio seguía insistiendo en que le hiciese el favor, estrujando el culo de la joven y haciéndola gemir excitada.

Joanna le empujó un instante y se arrodilló en el sucio suelo del excusado con una sonrisa de suficiencia.

—Prefiero hacerte otro tipo de favores. —dijo ella bajando la bragueta de Julio y sacando una polla de considerables dimensiones.

Con una mirada de adoración la joven apartó la media melena de la cara y se metió la polla de él, aun morcillona, en la boca, comenzando a chuparla con determinación.

Poco a poco el miembro creció, sobre todo en grosor hasta que no pudo mantenerlo en la boca. Apartándose un instante para coger aire, la joven acarició aquel pene grande, grueso y brillante de saliva.

Continuó jugando unos instantes con él, lamiendo y chupando el glande, haciendo que el hombre gimiese y le acariciase el cabello agradecido antes de obligarla a incorporarse y ponerse de cara a la pared.

El hombre, a pesar de sus cincuenta y pico años sonrió como un chiquillo al levantar la falda de la joven y descubrir un culo blanco, grande y terso. Lo acarició como si fuese un preciado juguete antes de acercarse y golpearlo con su polla.

La joven dio un respingo y separó sus piernas mostrando a su novio una vulva depilada y congestionada por el deseo. El hombre acercó su miembro al jugoso coño y rozó sus labios con suavidad. Joanna gimió y se puso un instante de puntillas tensando sus muslos y haciéndolos aun más apetecibles.

Julio los agarró con las manos y dejando que su polla se deslizase entre los cachetes de la joven una y otra vez volviéndola loca de deseo. Tremendamente excitada giró la cabeza y fijó en él una mirada suplicante que se transformó en una de alivio y placer cuando el tipo metió su miembro dentro de ella, con parsimonia, dejando que disfrutase de cada centímetro.

Joanna se estremeció de pies a cabeza y gimió ajena al mundo exterior. Los empujones del hombre se hicieron más duros y profundos. La joven clavaba las uñas en la pared y gemía desesperada pidiendo más.

Julio se inclinó sobre ella y abriéndole la blusa estrujó sus pechos con fuerza. A continuación deslizó sus manos hasta asir sus caderas y aumentó su ritmo hasta que la joven estuvo a punto de correrse.

En ese momento se detuvo y se apartó con una sonrisa maligna.

—¿Qué haces? —dijo ella dándose la vuelta.

—No sé… estaba pensando. —respondió él balanceando su polla— Ya sabes cómo somos los hombres mayores necesitamos un estimulo para seguir con la bandera enhiesta…

—¿Ah? ¿Sí? —dijo ella apartando la blusa y exhibiendo y acariciando sus pechos— No seas gilipollas y ven aquí.

—¿Me harás ese favor? —dijo Julio acercándose y pellizcando con suavidad unos pezones grandes y rosados.

—Sí, sí. Pero termina lo que has empezado. —aceptó ella poniendo una pierna sobre la cadera de su novio.

Con una sonrisa de triunfo cogió a la joven por las mejillas y la obligó a besarle. Chupó su boca y sus labios disfrutando de la ansiedad de la mujer.

Finalmente fue ella misma la que cogió el miembro de Julio y lo guió a su interior. Esta vez no hubo interrupciones el tipo comenzó a penetrarla con fuerza mientras ella le abría la camisa y arañaba su pecho y enredaba sus finos dedos en las canas que lo cubrían.

Con una mano el hombre cogió a su novia por la nuca mientras que con la otra hincaba los dedos en el muslo que rodeaba su cintura sin dejar de follarla.

El aglomerado crujía y amenazaba con desintegrarse cuando con un grito estrangulado la joven se puso a temblar asaltada por un orgasmo. Julio siguió empujando con fuerza hasta que finalmente se separó instantes antes de correrse sobre su falda.

Hércules recogió la cámara y se retiró mientras los dos enamorados se recomponían la ropa. Cuando finalmente salieron ya estaba de nuevo en la barra, con una cerveza, apartando a una morena bajita que insistía en llevarle con él para hacerle la mamada de su vida.

Afortunadamente a los dos tortolitos se les había acabado las ganas de fiesta y tras un par de zumos para reponer líquidos salieron del local. Hércules se les acercó lo suficiente para escuchar como Julio le daba al taxista la dirección de Joanna, así que sin temor a perderles de vista se dirigió a la parte posterior de un edificio cercano para poder subirse a la azotea y seguir a la pareja a su casa.

NOTA: Esta es una serie de treinta y seis capítulos, cada uno en una de las categorías de esta web. Trataré de publicar uno cada tres días y al final de cada uno indicaré cual es la categoría del capítulo siguiente. Además, si queréis leer esta serie desde el principio o saber algo más sobre ella, puedes hacerlo en el índice que he publicado en la sección de entrevistas/ info: http://www.todorelatos.com/relato/124900/

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