EMPASTADA POR EL ALBAÑIL.

En temporadas de exámenes no hay mucho en qué pensar, me considero estudiante responsable ante todo, y tengo el lujo de contar con una amiga, que puede que le falten dos tornillos a lo sumo pero es la mejor ya que también prioriza la facultad antes que otra actividad. Así que se hacía usual que estudiáramos en mi casa; con música suave de fondo no había quien nos quitara de la concentración.

Digo que le faltan dos tornillos porque a veces se sale por donde uno menos se lo espera. Ella estaba al tanto de que a mi novio, Christian, no le estaba yendo precisamente bien en los exámenes (es de un año superior a mí), así que llegó a la conclusión de que mi chico estaba necesitando una motivación urgentemente. Y aquello no era sino sugerirme que le privara de tener relaciones durante el mes y medio que estaríamos todos enfrascados en los estudios. Y que si las notas eran buenas, podríamos volver a estar juntos.

A mí no me importaba aguantar una temporada sin estar con él, que como dije, cuando hay exámenes suelo estar muy metida en mis estudios, pero estoy segura de que mi chico sí que estaría bastante desesperado.

—Haces bien —me dijo Andrea, dejando sus apuntes sobre mi mesa—. Ya verás que así se va a serenar y concentrarse en los estudios. Se va a volver loquito en algún momento y te va a rogar, pero tienes que ser fuerte.

—Sí, es por su bien —cabeceé decidida.

De repente, alguien tocó el timbre y mi papá, que bajaba por las escaleras, atendió. La puerta de la entrada da a la sala, así que entre los números y libros, me desperecé en el sofá y miré curiosa quién era el que había entrado. Era un chico de tez oscura, bastante lindo, a decir verdad. Se le veía sonriente, alto, con un físico agraciado, algo que desde luego él sabía porque llevaba una camiseta blanca, no sé si decir “ceñida”, pero sí que le destacaba bastante bien sus atributos. Iba con vaqueros y sobre el hombro llevaba una mochila.

Pasó por la sala y nos saludó, a lo que mi amiga y yo respondimos cortésmente; se le notaba un acento brasilero muy bonito. Fue al jardín en compañía de mi papá y desde allí los veíamos dialogar, ya que en la sala tenemos un ventanal bastante amplio que permite ver dicho jardín. Aparentemente iba a hacerle un trabajo porque mi padre le señalaba una esquina, dibujando con sus manos algo, como una construcción que debía realizar, a lo que el chico cabeceaba afirmativamente.

Fue en ese momento que Andrea me codeó:

—¿Viste qué lindo es?

—Ya tienes novio, pervertida —le quité la lengua.

—¡Ah, ya! Por pensar así no se va a caer el cielo. ¿O tú pensaste en tu novio cuando le viste entrar?

—Claro que sí, a mi nene lo tengo todo el rato presente…

—Pero imagínate si tienes a un bombón como ese chico a tu lado todo el rato, ¡yo al menos no lo voy a soltar jamás! Pienso en una aventurilla para probarlo… nadie tiene por qué enterarse. A ti te va bien en los estudios, te lo mereces.

—La verdad es que a veces no sé qué hago contigo. ¡A estudiar!

El resto de la tarde pasó sin muchas complicaciones. Cuando mi papá pasó por la sala le pregunté para qué venía el chico, a lo que me comentó que contrató un albañil para construirle una caseta en el jardín, para guardar sus herramientas y elementos de jardinería, ya que no tenemos sótano, y el garaje donde guarda su coche estaba ya a rebosar de cachivaches. El problema es que el albañil estaba con mucho trabajo y mandó a su hijo.

Cuando terminamos de estudiar, cerca de las seis de la tarde, Andy se despidió de mi papá y la acompañé hasta la parada de bus, aunque durante el camino no me dejó en paz con respecto al chico de piel oscura que trabajaba en mi casa.

Me decía entre risitas que no debía desperdiciar a ese niño, ignorarlo sería un pecado mortal; se notaba que el chico le había caído muy simpático. Pero yo no iba a poder a hacer nada si mi papá rondaba por la casa. O sea, lo digo porque quería llevar a mi novio y mi papá es muy celoso, no porque pretendiera hacer algo con el brasilero.

—¡Mfff! —Andrea estaba completamente enloquecida, no sé cómo describir ese sonido que hace, mordiéndose los labios, casi sonriendo, y emitiendo un gemido ahogado—. ¡Ojalá yo tuviera un bombón así en mi casa construyéndome una caseta en mi jardín! Obvio que no sabes lo que un chico así te puede ofrecer, es algo que ni tu novio ni el mío pueden. Ya te enseñaré, sí señor.

—Qué pesadita con el tema, a ver si viene ya tu bus, loca.

—Me da tanta pena que mi mejor amiga se niegue a disfrutar un poquito —loquilla como es, me tomó de la cintura para remedar el tacto de un hombre, pero me aparté rápido, que estábamos en plena calle. Por suerte vino su bus, ya me estaba poniendo coloradísima con su fascinación sexual.

Sinceramente, me arrepentí de haberla traído a casa; esa misma noche empezó a enviarme fotos de chicos negros con… enormes… “herramientas”, o como quieran llamar a esas enormes aberraciones de la naturaleza que le colgaban de las piernas. Las primeras fotos me asustaron y me repelieron, sinceramente, creo que eran imágenes manipuladas porque me parecía imposible que existieran hombres que pudieran caminar bien con algo así, ¿o no? Como sea, le escribí que cortara con el tema pero siguió insistiendo, enviándome más fotos, ahora con mujeres de pelo castaño (tengo cabello castaño) mostrando infinidad de expresiones al ser penetradas o simplemente observando asustadas al ver aquellos enormes titanes oscuros que colgaban orgullosos.

Uf, tuve que desconectar el internet de mi móvil porque ya estaba sudando debido a la incomodidad, y por más tonto que pueda sonar, hasta me sentí mal por mi novio al estar viendo esas imágenes, por lo que no dudé en llamarlo para saludar y hablarle un rato antes de dormir.

Pero Andrea, sin yo saberlo, ya estaba plantando las semillas de la perdición en mí. O, dicho de manera vulgar, estaba preparando el terreno para que el albañil comenzara a cimentar.

1. Reconociendo el terreno para el cimentado

Al día siguiente, en la facultad, Andrea volvió al asalto. Y lo peor es que no me dejaba siquiera preguntarle un par de temas sobre los cuales yo aún necesitaba reforzar, temas sobre microeconomía, por cierto, pues ella estaba más bien interesada en la supuesta verga que tendría el albañil. Y digo “supuesta” porque en serio no había forma de saber si el chico estaba “dotado”, si había una enorme herramienta de ébano allí entre esas atléticas y fibrosas piernas, ¡que sí!, admito que eran lindas, pero de nuevo, eso no implicaba que sintiera un deseo irrefrenable de tirar por la borda los casi tres años de relación que tengo con mi novio.

En plena clase, con mi profesor muy metido en su temática, Andy se inclinó hacia mí para poner su móvil sobre mi regazo. “¿Pero esta qué hace?”, pensé mientras ella le daba al símbolo del play en la pantalla. La miré de reojo, Andrea estaba entre roja y súper sonriente.

Cuando miré el vídeo, quedé boquiabierta y tuve que taparme la boquita que si no se me escapaba un grito de sorpresa. Era un hombre de tez negra llevando de las manos a dos chicas, una rubia y una chica de, para mi martirio, pelo castaño, que tenía cierto parecido a mí. No sé si el vídeo me lo estaba mostrando por esa similitud o simplemente porque ese hombre llevaba colgándole entre las piernas algo asombrosamente monstruoso. ¡Podría decir que era hasta criminal llevar un pene así! O sea, que no me lo esperaba.

Si bien hice una mueca de asquito para disimular, arrugando mi nariz, no voy a negar que en el fondo me quedé algo asombrada con la visión de ese precioso ejemplar de hombre. Pero claro, era solo un pensamiento, como una fantasía que es placentera para la mente pero en la realidad la cosa es muy distinta; seguro que cobijar dentro de una a un hombre así te deja secuelas y agujetas hasta en el alma, ya ni decir que dudaba seriamente que una mujer podría disfrutar de tamaño armatoste.

—Tienes algo así en tu casa, Rocío —susurró.

—Claro que no, marrana, ya deja de molestar con eso.

—¿Pero no te da curiosidad saber cómo la tendrá?

—Ay, querida, deja ya de insistir que me voy a enojar —puse mi dedo sobre su pantallita para detener el vídeo.

A veces estudiamos en el jardín pues es bastante relajador hacerlo al aire libre. Volvimos juntas de la facultad y continuamos revisando los apuntes allí, aunque yo más bien no diría “estudios” sino “acoso” a sus constantes arremetidas. Que mira este vídeo, que mira esta foto, que por cuánto trabajaría horas extras ese albañil; ¡no sentí culpa alguna al lanzar su móvil al suelo, total, que la caída lo amortiguó el césped!

Eso sí, tuve que pasar varios minutos rebuscando por la tapa, la batería y el chip. Este último era una tortura el solo buscarlo. Andy se acomodó en su asiento, sirviéndose un vaso de jugo de naranja, sonriendo más que de costumbre mientras yo, de cuatro patas, apartaba pacientemente el césped con la esperanza de encontrar una de las piezas.

—¿Sabes a qué hora vendrá el albañil, Rocío? —preguntó, bebiendo de la pajilla.

—Cabrona, pesada, no sé qué hago estudiando contigo…

—Buenas tardes, menina —un repentino acento brasilero me hizo dar un respingo. Con mis manos prácticamente empuñando el césped, me giré como pude y, cortando el sol, noté al albañil cargando unos cuantos ladrillos detrás de mí. Los depositó sobre el césped mientras yo prácticamente seguía allí, tal perrita que mira a una persona con curiosidad, mostrándole mi cola enfundada en un short bastante pequeño, era uno que no usaba desde que era niña. Es decir, estaba en mi casa, no iba a andar vestida de gala…

No pude evitar fijarme fugazmente en él. Llevaba esa camiseta ajustada sin mangas y se le notaba esos brazos largos y fibrosos, así como un pecho bien formado. ¡Era como el hombre de la peli porno, solo que en versión jovencito!

—¡Qué fuerza tienes, niño! —exclamó Andy.

—Gracias, señorita.

—Me llamo Andrea, soy amiga de Rocío —de reojo noté que ella jugaba con la pajilla del vaso—. ¿Sabías que a ella le gustan los chicos fuertes como tú?

—¡A-a-andrea! —chillé, arañando el césped—. No, no es verdad… Quiero decir… Ho… Hola, nene —respondí absorta.

El chico se acuclilló divertido:

—¿Estás buscando algo?

—U-un chip —respondí, acariciando torpemente el césped—. A mi amiga se le cayó su chip.

—¿No será este? —lo encontró inmediatamente y se levantó para dármelo.

—Ufa, muchas gracias.

Me levanté torpemente. Inmediatamente me ajusté mi short y limpié mis rodillas. Cuando me lo dio, noté que lo primero que miró fueron mis senos, que sin darme cuenta destacaban bastante debido a mi camiseta ajustada de Hello Kitty, cosa que casi me arrancó un sonrojo porque no era mi intención calentar al personal. Inmediatamente me miró a los ojos y quedé paralizada porque en serio tenía una mirada hermosísima de color miel.

—¿Tú estudias? —le preguntó Andy, dándome un respingo.

—Sí —el brasilero volvió a agacharse para agarrar los ladrillos, pues debía apilarlos en otro lado—. Estoy en el último año de secundaria, ¿y ustedes?

—Ah, pero si eres un nene todavía —respondí sentándome al lado de mi amiga.

—Tengo dieciocho, me Deus, voce si parece una menina chiquita —sonriendo, me señaló con el mentón.

—¡Ja! Yo estoy en mi segundo año de la facultad, chico listo, estudio económicas. De chiquita nada.

El jovencito se levantó el montón de ladrillos, y de reojo observé su entrepierna… O sea, ¡fue algo inevitable! Andrea me había acosado con sus traumas con chicos negros y bien dotados por dos días seguidos que, ¡lo admito!: ahora yo tenía cierta curiosidad. El paquete del muchacho, si bien disimulado por el vaquero, se notaba bastante relleno. Es decir, nunca he comparado paquetes ni nada de eso, pero alguna imagen mental se quedó de cuando estaba en intimidad con mi novio, y no sé… supongo que sí tenía algo grande alojado allí…

Agarré mi vaso de jugo y mordí la pajilla. Creo que Andrea me pilló, por lo que dijo alto y claro, como para que el brasilero lo escuchara:

—La tienes que estar pasando mal sin tu novio, Rocío.

Me puse colorada como un tomate. En cierta forma era verdad, y la culpa la tenía también ella, que fue su idea la de privarme de tener relaciones con mi novio. Ahora, era yo quien empezaba a sentir la falta de contacto sexual.

—¡Leny! —gritó el chico, ya en el fondo del jardín, apilando los ladrillos.

—¿Qué? —me giré para verlo.

—Me llamo Leny, menina.

—Ahhh… yo me llamo Rocío, nene —le sonreí, jugando tontamente con la pajilla.

Cuando el chico volvió a salir para traer más ladrillos, Andy puso su vaso sobre la mesa y me confesó algo bastante perturbador. Aparentemente, Leny aprovechó que yo estaba ocupada buscando las partes de su móvil para mirar mi cola por un rato, antes de presentarse, cosa que yo no podía saber desde mi posición. Lo cierto es que me sonreí por lo bajo. No se lo iba a decir a Andrea, pero la autoestima me subió un montón; miré de reojo al chico cuando volvió con más ladrillos y me mordí los labios.

No era mi intención, vaya por delante, calentar al albañil de papá. Al bueno, atractivo y simpático albañil de papá… pero era simplemente inevitable sonreír.

—Eso me pareció —dijo bebiendo de su pajilla pero esbozando una sonrisa de labios apretados—. O puede que solo haya visto mi chip en el césped, tal vez no haya visto realmente tu cola.

—S-sí, pudo haber sido solo eso… —mascullé, ajustándome el pantaloncillo.

2. Eligiendo las herramientas adecuadas

Al día siguiente, en la facultad, Andrea se sentó a mi lado antes de que las clases comenzaran e hizo algo que sencillamente nunca olvidaré. Claro que en ese momento me asusté muchísimo.

—Rocío, buenos días, te traje un regalo. Lo tengo en la mochila —subió la mencionada mochila y la dejó sobre su regazo.

—¿Un regalo? ¿Para mí? —me súper emocioné. A mí es que la palabra “regalo” me gana completamente.

—¡Sí! —mirando para todos lados de la clase, comprobando que nadie nos observara, abrió su mochila y sacó una bolsa negra, que inmediatamente la guardó en la mía.

—¿Droga? —bromeé.

—No, es mucho mejor. Es una polla de goma, de veintidós centímetros. Es de color negro.

—¿Me estás jodiendo? ¿En serio me…? —pregunté, abriendo mi mochila y comprobando esa gigantesca polla guardada en la bolsa. No sabía dónde poner mi cara, de seguro colorada, mi mejor amigaba acababa de regalarme un pene de goma.

—Si tu novio está prohibido, y si no te vas a acostar con ese albañil, entonces con esto al menos te vas a tranquilizar y además vas a saber más o menos cómo sería estar con él…

—Como sigas bromeando con eso yo misma te voy a meter esta polla en la boca, guarra.

—¿Pero aceptas mi regalo o no? —se mordió la lengua.

—¿Y qué más voy a hacer, loca?—me encogí de hombros—. Lo tiraría al basurero pero es de mala educación tirar un regalo.

Esa tarde, al volver a casa, me senté al borde de mi cama y saqué ese enorme consolador de su bolsa negra. Mi habitación está en el segundo piso y desde mi ventana puedo ver mi jardín; se oía a Leny trabajando allí. “¿Cómo será… andar con algo así entre las piernas?”, pensé, ladeándola para verla mejor. ¡Tenía hasta venas! “Es exageradamente más grande que la de mi novio”, concluí con una sonrisita, blandiéndola tal espada.

Pero lo cierto es que pronto empecé a sentir un cosquilleo en mis partes privadas… “¿Me entraría todo esto?”, pensé fugazmente, y sentí, por todos los santos, cómo inmediatamente mi vaginita empezó a calentarse y humedecerse de solo imaginarme empalada por una estrella porno de ébano, como los hombres de los vídeos que me enviaba Andy. Tragué saliva y meneé mi cabeza, ¡qué pervertida! Pero lo cierto es que la cosa abajo me estaba ardiendo y picando demasiado hasta que llegó un momento en el que, toda colorada, abracé la polla de goma contra mis pechos.

“Tal vez podría… practicar… no sé…”.

Lo llevé al baño y lo lavé bien. Frete al espejo, sostuve aquel juguete como si de una antorcha se tratara, tratando de calcular cuánto de eso entraría no solo en mi boca, sino hasta dentro de mis partes más privadas. Le di un beso en la punta, pero me reí en seguida pues no era necesario darle un besito. Luego le di un lametón allí en la cabecita, pero tuve que taparme la boca para que mi papá no me escuchara reírme. “Nah, pero qué estoy haciendo”, pensé, ocultándolo bajo mi franela para volver a mi habitación.

Dormí abrazada a él, pues me era imposible jugar seriamente. Era tan ridícula la sola idea de chupar una polla de juguete que la risa me ganaba.

A la mañana siguiente estaba tan excitada durante las clases que sentía una picazón ardiente en mis partecitas. Tuve que pedir permiso para ir al baño y tranquilizar esa bestia que estaba despertando dentro. Entré a un cubículo y me senté sobre el retrete; tras colocarme los auriculares, puse en marcha uno de los tantos vídeos que me mandó Andy, subiendo el volumen para oírlo todo, todo, ¡todo! Uf, y apareció el negro, que tenía un aparato tan grande que la angustiada chica no podía tragarla toda. Me remojé un poco los labios, ¿cómo olería, qué gusto tendría? Madre, pobre hombre, seguro que sufría mucho por tener algo tan enorme.

Y la escena terminó con la chica mostrando su rostro desfigurados de dolor o placer, no sabría decir, pero sí que estaba muerta sobre la cama mientras el hombre agarraba un puñado del cabello de la chica, y trayéndola hacia sí, se corrió sobre su rostro, luego insertando la verga para que ella chupara lo que quedaba de su… “leche”…

¡Rudísimo!

Me quedé toda colorada, boquiabierta, sorprendida, indignada por esa última escena, decepcionada conmigo misma, y sobre todo, muy muy muy excitada. Me desprendí el cinturón y metí mano bajo mi vaquero para acariciarme, sintiendo la humedad impregnada en mi braguita, mientras que con la otra temblorosa mano luchaba para volver a darle al play.

“¡Ay, mamá, quiero ser esa actriz, que un monstruo de ébano me haga torcer el rostro de placer!”, pensé mientras me metía un par de deditos en mi mojada conchita. Estaba loquísima ya, imaginando cómo sería tener a alguien así de grande dentro de mi tan apretado refugio, sentir sus labios unidos a los míos, abrigar su sexo dentro de mi húmeda boca también, que él gozara de mis pequeños pezones adornados con piercings, que disfrutara tocando mi puntito, de mi vaginita hinchada y hecha agua, que me mordiera mis nalgas, incluso… lo llevaría a mi habitación… y lo cabalgaría… no sé…

Me llegué y mojé más aún mis braguitas. No me importó gruñir como un animal salvaje porque fue un orgasmo delicioso que me dejó toda temblando y viendo borroso. Pasados los segundos, levanté mi mano y vi humedad en mis temblorosos dedos; pensé que a partir de ese entonces sería imposible ver a Leny, el único chico de tez oscura a la redonda, con los mismos ojos.

¡Maldita pecadora! ¡No me merecía a mi novio, pero por Dios, algún día se lo confesaría, que me encerré en un cubículo para ver un vídeo porno de un negro dándole durísimo a dos chicas! “Perdón, Christian, por ser pésima novia. Perdón, papá, por no ser la princesita que crees que soy. Perdón, Leny, porque estoy empezando a ver como un objeto sexual antes que un chico amable y risueño que seguro eres”…

De tarde, de nuevo Andy y yo estábamos estudiando en el jardín de mi casa. Sinceramente, no veía la hora de que entrara Leny a trabajar a pocos metros de allí. Y… ¿hablarle? ¿limitarme a mirarle? Tal vez… podría levantarme y llevarle un vaso de jugo, total, que con el calor reinante sería criminal no llevarle algo de beber. Estaba rascándome una manchita en mi short cuando Andrea repentinamente cerró su libro y me miró seriamente.

—Rocío —dijo, inclinándose hacia mí—. ¿Estás pensando en el albañil, no?

—Si vas a volver a molestar con eso te saco a patadas de mi casa, Andy.

—No podrías ponerme un dedo encima. No tienes músculos suficientes —se encogió de hombros—, lo único que tienes bien desarrollado en tu cuerpo son esas nalgas regordetas que tienes…

Y así terminamos rodando por el césped en una pelea de manotazos y chillidos varios. Puedo decir que tengo cierto complejo y me molesta cuando hablan de mi cuerpo de esa manera tan indignante. ¡Furia! Lo cierto es que Andy es mucho más alta que yo y, bueno, fuerte, lo era. Al menos más que yo. Pero logré someterla sentándome sobre ella, aunque ella me tomó de las muñecas fuertemente para evitar manotazos míos. Lo que hacía segundos era una situación que me había hecho poner colorada de rabia ahora me empezaba a hacer gracia, y de hecho Andy empezó a reírse, quitando su lengua, gesto que le devolví.

—Para ser pequeñita usas muy bien tu cuerpo —dijo, soltándome las manos y agarrándome de la cintura.

—¡Uf! Si no existieras te inventaría, loca —respondí, sintiendo cómo sus dedos ahora jugaban con el borde de mi short.

—Oye —susurró—, hace rato que Leny nos está mirando. Está sentado sobre la pila de ladrillos detrás de ti.

En ese momento se me congeló la sangre cuando oí que Leny se aclaró la garganta. Ni siquiera me daba cuenta que Andy me estaba bajando el pantaloncito y la braguita para mostrarle mi cola; no sé cuánto habrá visto de mí, pero de seguro vio más de lo necesario, ¡madre! Cuando sentí un aire de brisa caliente colarse entre mis nalgas, me desperté del trance e intenté luchar para salirme de encima de Andrea, quien inmediatamente me tomó de las muñecas.

—¡Ah! ¡Lo hiciste a propósito, cabrona! —como no podía usar las manos, tenía que menear mi cintura para, de alguna manera, el short subiera un poco y cubriera mis vergüenzas. “Nalgas regordetas”, según palabras de Andy, cosa que me acomplejaba más.

—Zarandéate como gustes, Rocío —susurró de nuevo—, ahora te quitaré la remera y no tendrás fuerza para impedírmelo. ¡Sí!

—¡No, no, no! —grité desesperada. Saqué fuerzas de donde no había y logré liberarme de su yugo. Inmediatamente me ajusté el short para levantarme y sacudirme los pedacitos del césped que se pegaron a mis rodillas y mi camiseta.

—Estás hecha toda una fiera viciosa —dijo Andy de una manera vergonzosamente fuerte, reponiéndose—. No hay dudas de que tu novio estará loquito por volver junto a ti, ¡ja!

—Ho-hola, Leny —dije sin prestar atención, acomodándome la cabellera—. No le hagas caso, mi amiga no tomó su medicina.

El chico dio un respingo cuando le hablé. Esa carita era impagable, asustado, como si le hubieran pillado; ¿qué pensamientos le habré irrumpido? Miró de reojo mis piernas, y lentamente subió hasta encontrarse con mis senos, apenas contenidos por la camiseta.

—Hola, Rocío y Andrea —se levantó de la pila de ladrillos, pasándose la mano por la cabellera—. Mejor me pongo a la labor, me Deus, que tu papá me cuelga si no cumplo con la fecha, ¡ja!

De noche, acostada como estaba, no podía quedarme quieta, recordando el insulto de Andrea a mi cola y el extraño actuar de Leny durante toda la tarde que trabajó en el jardín. Podía sentir cómo ponía sus ojos en mí cada vez que yo iba a la sala a traer agua o me levantaba para traer otros libros. No ayudaba que Andy jugara conmigo, hablándome alto acerca de mi novio o simplemente picándome alabando mis supuestas… nalgas… regordetas… Entonces, ese deseo que podía percibir en la mirada del chico se estaba extendiendo por mi cuerpo. ¡Yo quería carne, lo sabía bien! Así que, enredada entre las mantas, estiré mi mano hacia la mesita de luz y agarré la polla de goma.

Apagué mi teléfono porque mi novio me llamaba una y otra vez sin cesar, estaba desesperado por la pinta. Me senté sobre mi cama, sosteniéndola con ambas manos. Sabía que era una tontería pero prefería darle un beso antes de metérmelo en la boca; como para acomodarme en la atmósfera pérfida que yo misma estaba creando.

Metí la cabecita y mis labios lo abrigaron con fuerza. Me tuve que esforzar un poco para seguir metiéndola porque era muy ancha, de hecho me dolió tener la boca completamente estirada para poder cobijar la cabeza. Empujé de nuevo y la parte gruesa entró, aliviando mis labios. Me sentía tan pervertida haciendo aquello, pero no iba a detenerme, cuando mi cuerpo pide guerra no hay forma de detenerlo. Así que empujé para meter otra porción de la verga. Lo cierto es que no había tragado casi nada, había mucha polla por delante, pero ya me estaba incomodando y si tuviera un espejo frente a mí de seguro vería mi rostro todo enrojecido.

Otro envión y ya tocó mi campanilla, cosa que me hizo retorcer el rostro y acusar una falta de aire. Pero la dejé adentro para ver cuánto tiempo podría aguantar con ella. No habré llegado a los diez segundos cuando mi cuerpo me exigió que lo retirase de mi boca cuanto antes porque, uno, ya quería respirar, y dos, me entraron una nauseas terribles. Salió completamente humedecido de mi saliva y terminó rodando por mi cama.

Tosí varias veces, lagrimeando y mareada, incluso mi papá preguntó al otro lado de la puerta si me encontraba bien.

—Ahhh… —abracé la polla contra mis pechos, recogiéndome los hilos de saliva que me quedaron colgando de mis labios—. ¡E-estoy bien, no es nada!

3. La broca más grande para la caseta más especial

Era sábado de tarde cuando volvía de mis prácticas de tenis, estaba sacando la llave de mi casa del bolso cuando vi venir a Leny, listo para otra tarde de trabajo. Noté que mi novio me dejó varios mensajes de Whatsapp, en todos ellos me rogaba que nos juntáramos esa tarde, incluso en el último texto me dijo que haría lo que yo deseara, pero por más que insistiera, lo mejor para él era seguir enfocado en sus estudios. Meneé mi cabeza para despejarme los pensamientos y me senté en las escalerillas de mi pórtico.

Como si fuera una espada, agarré mi raqueta y la golpeé contra el suelo cuando Leny se acercó.

—¡Prohibido avanzar! —bromeé.

Parado como estaba podía verme el escote que me hacía la camiseta de tenis; es decir, podría haberme cambiado en los vestidores pero mi papá me apuró para que llegara cuanto antes a casa ya que el albañil iba a trabajar y no había nadie que le abriera la puerta. Allí en el club aproveché para quitarme el sujetador… ¿¡Qué!? Nadie me podría reprochar por no llevarlo bajo mi camiseta, ¡el pórtico es parte de mi casa, ando como me dé la gana!

Pensé que tal vez… podía seguir calentándolo… mostrándole mi canalillo… ¡Era divertido! Y mi novio de seguro agradecería tenerme tan ansiosa y viciosita para el día que nos reencontráramos… O sea, que lo hacía por un bien mayor, o eso me decía a mí misma.

—Menina, ¿cómo andas? ¿Está tu papá?

—Se fue al súper, o eso creo —me encogí de hombros y le hice un lugar a mi lado—. Puedes esperar a que venga ya que no te voy a dejar entrar. No puedo dejar pasar extraños sin su permiso —bromeé.

—¡Ja! Pero ya sabes mi nombre.

—Solo sé eso —junté mis piernas para plisar mi faldita—. Y… hmm… sé que estás por terminar secundaria.

Y se sentó a mi lado para charlar. Por un momento largo olvidé que estaba vestida como para cazar a cuanto hombre se apareciera, entonces conocí al chico, hijo de un albañil, que mi papá había contratado para hacerle la caseta del jardín. Brasilero pero con cuatro años viviendo en Uruguay, que tal vez volvería a su país tras terminar sus estudios. Y, además, sus amigos, y paisanos míos, solían burlarse por la goleada de Alemania contra Brasil en el Mundial aunque a él no le gustaba tanto el fútbol sino la arquitectura.

—¿Y ya echaste novia por aquí? —pregunté, risita de por medio, raspando una mancha en el mango de mi raqueta.

—Tengo una, sí, es una muito bonita… —se mordió los labios—. Pero, ¿cómo decírtelo? Tengo ciertos problemas con ella.

—¿En serio?

—No quieres saberlo, Rocío —echó la cabeza para atrás y carcajeó.

—¡Ya! ¿Qué es ese gran problema?

—No creo que debería decírtelo, me Deus —rio, negando con la cabeza.

—En este país —dije señalándole la calle con mi raqueta—, es de mala educación insinuar que tienes un problema y no decirlo.

—No le gusta tener relaciones sexuales conmigo —me miró, probablemente vio mis ojos abiertos como platos, y como anticipándose a otra pregunta mía, continuó inmediatamente—. Le duele mucho.

—¿Por… por… por qué le va a doler? —pregunté con un escalofrío en la espalda, abrazando mi raqueta contra mis pechos. Mi vaginita me traicionó y empezó a latir, ¡madre, tal vez Leny tuviera algo impresionante entre las piernas!

—Ah, bueno… No sé. Se queja y entonces yo me aparto, es lo usual.

—Ya veo —tragué saliva—. Seguro que es una chica sin experiencia, probablemente tiene miedo más que dolor. Dale… dale una nalgada, a ver si aviva, ¡ja!

—Claro que no, si le doy una nalgada, se va a girar para darme un puñetazo.

—¿En serio? No parece una novia muy agradable, nene, sinceramente. Esos son juegos… O sea, no me refiero a nada rudo, por una palmada suave no te va a decir nada, no sé.

—Te lo digo por experiencia, ya me regañó. Le di una caricia, así, suave —remedó en el aire esa nalgada, pero yo di un respingo, como si me lo hubiera dado a mí—. Se enojó, así que no he vuelto a darle uno.

—Uf, nene, ¿te gusta dar nalgadas o qué?

—Ah, ¿por qué lo preguntas?… ¡Jaja!

—No tengas miedo, Leny, estamos en confianza.

—Bueno, un poquito, sí. Es como tú dices, es un juego, algo simple para entrar en la situación. Pero respeto que a las chicas no les guste.

—A mí no me molestaría… —dije con mi corazón en la garganta, apretando más y más mi raqueta contra mí.

—Ojalá mi novia fuera como tú, entonces, parece que no tienes límites.

—Hay cosas que estoy dispuesta a hacer con mi novio, pero sí tengo mis límites —fue inevitable recordar los ruegos de mi novio para hacerme la cola, cosa que no dejo. A mí la cola no me la toca nadie, ¡nadie! Golpeé el suelo con mi raqueta sin que él entendiera el porqué.

—¿Y qué cosas estás dispuesta a hacer? Digo, con tu novio.

—Claro, con mi novio —dejé la raqueta a un lado y me abracé las piernas. Leny me había confesado un poco de su vida sexual, yo no quería traicionar esa confianza privándole de contarle algún secreto íntimo, y en un tono bajo, casi como si tuviera vergüenza de decírselo, le confesé—. Pues… no sé, salvo una cosa, no le he negado prácticamente nada a mi chico… no sé si me entiendes.

—Rocío, ¿dónde puedo encontrar una novia como tú, me deus?

—¡Ya! Me apena que tu chica te niegue tantas cosas.

Y seguimos conversando por largo rato antes de que le dejara pasar para trabajar; habíamos conectado de alguna manera. Pero había una barrera que ni él ni yo estábamos dispuestos a romper. Yo amo a mi novio, y él… no sé si amaba, pero sí que le tenía mucho respeto a su chica (demasiado, diría yo), así que ninguno de los dos se atrevió a hacer mucho más esa tarde. Y eso que si él se lo proponía, y yo vestida con un par de trapitos poca resistencia iba a ofrecerle si se abalanzaba a por mí.

Pero de nuevo, ni soy una loba, y él parecía carecer la experiencia o confianza necesaria para dar un paso. Así como estaban las cosas, parecía que iba a tener que conformarme con dejarlo todo como una bonita relación platónica y poco más.

4. Estrenando la caseta

Y así, un día, la caseta que construía estaba casi a punto. Es decir, ya tenía su techo, la puerta, es verdad que aún le faltaba instalar el marco de una ventana, y claro, pintarla y ponerle los estantes. Pero tiempo, lo que se dice tiempo, no tenía mucho. De hecho, ya estaba dando por descartada la idea de tener algo con él; creo que hay cosas que mejor tenerlas como fantasías; no voy a negar que me gustaba tener a un chico con quien conversar de temas picantes. De todos modos, conociendo a Leny, seguro hasta me rechazaba. No conocía a su novia, pero bonita seguro era por lo que me contaba, y yo no sé si yo sería “competencia”.

Una tarde, tras la facultad, llegué a casa y encontré a Leny en el jardín.

—Hola, menina —dijo con los brazos en jarra; admiraba su primer trabajo con orgullo.

—Leny, felicidades, ahora es una simple caseta, mañana te pedirán una casa, y pasado quién sabe.

Entré para curiosear. Era horrible, uf, le faltaba pintura, se veían los ladrillos, y claro, herramientas por doquier. Apenas una mesita de trabajo destacaba, con un montón de herramientas apiladas. El chico entró y vio mi rostro desganado. Lo cierto es que no me estaba gustando la idea de tener allí una caseta, para mí arruinaba un poco el jardín que teníamos, pero bueno, era cuestión de acostumbrarse.

—Menina, te quería decir algo —dijo Leny con manos en los bolsillos de su vaquero.

—Dispara, nene —probé un interruptor de luz, que por cierto no funcionaba, así que solo entraba la luz por la puerta y la ventana.

—Desde hace días que ya no estoy con mi chica. Yo sé que tú tienes novio, así que no me malinterpretes, pero quería agradecerte porque siempre has dejado entrever que yo merezco alguien mejor que ella. Esa chica es buena amiga, pero quiero una pareja… ¿cómo decirte, menina? Buscaré a alguien que sea como tú.

Me derretí.

—Leny, no te puedo creer. Yo nunca insinué que terminaras con tu novia, solo decía que tenía que ser una chica más abierta y dejarte disfrutar a ti también.

—Lo sé, pero… —se pasó la mano por la cabellera—. Me Deus, ¿crees que debería llamarla y pedirle disculpas?

—¡No, mamón! Es decir, tu futura novia tiene que ser lo que tú quieras. ¿Qué quieres?

—A… alguien… Quiero a alguien como tú…

—¿Y dónde ves a alguien como yo?

Uf, daban ganas de darle capotes a la cabeza, vaya lelo, sinceramente. Pero bueno, a buenas horas decidió tomarme de la muñeca y traerme contra su fornido pecho, que desde luego no dudé por fin en tocar mientras sus dulces labios se unían a los míos. Y mis manos, ay, mis malditas manos, fueron directo a ese culito duro y apetitoso que tantas tardecitas de imaginación me hizo pasar. Las suyas se metieron bajo mi vaquero para apretar mi cola, cosa que me hizo suspirar, luego las apartó y me dio una fuerte nalgada por sobre el vaquero; el sonido rebotó por la caseta.

—¡Ah! —grité, porque fue muy duro el cabrón.

—¡Perdón, menina!

—¡No! —chillé, saboreando su saliva en mi boca—. Ehm, ¡no pidas perdón! Si eso es lo que te gusta… hazlo. ¿Qué más te gustaría hacer, Leny?

—¿En serio, Rocío? Me Deus… tu cola… esta preciosa cola —hundió sus dedos en mis nalgas y me dejó boqueando como un pez—. ¡Déjame hacerte la cola!

—Ahhh…

—Todos los días te veo enfundada en un short, o una faldita, me Deus, ¡cómo no desear comérmelo, tienes un culo que ya quisieran las brasileras!

—¡Ah! ¡No! ¡Eso no! ¡Nadie me toca la cola! ¡Otra… otra cosa!

—Bueno… ¿Qué tal si me besas, menina, mientras pienso en algo?

—Bu-bueno, vaya con el albañil, pero solo un ratito…

Así que allí estaba yo, comiéndole la boca al albañil novato al que mi papá le pagaba hasta horas extras como aquella, y me sentía liberada porque el cuerpo completito estaba gozando de estar, por fin, saboreando y palpando esos labios tanto soñados, ese cuerpo tanto fantaseado. Mis sentidos se magnificaron, mis pezones se sentían duritos y mi vaginita se estaba haciendo agua por todos lados.

Y es que hasta mi cola parecía latir, pero no iba a dejar que NADA entrara por allí…

Aunque había algo que definitivamente quería comprobar por sobre cualquier otra cosa, así que entre los besos y mordidas iba quitándole el cinturón, luego el pantalón y la ropa interior. A ver, no es que quisiera follar con él, era simple curiosidad lo mío, para ver cómo la tenía y por qué su novia se quejaba, pero entiendo ahora que el chico perfectamente pudo haberlo malinterpretado…

Lo palpé con mis manitas, no podía verlo porque el chico estaba dale que te como toda la boca como un poseso. Efectivamente era algo grande, agarré el tronco y me asusté cuando no pude cerrar mi puño, así que a la fuerza me aparté de él, golpeándome contra la mesita de herramientas, viendo con los ojos abiertos aquella verga negra como la noche que, sinceramente, parecía un cañón de guerra.

—Leny… ¿Cómo haces… para que eso le entre a alguien? —pregunté; di un respingo cuando pareció apuntarme.

—Suenas como mi novia… —dijo con una cara de cordero degollado. El cabroncito me estaba dando pena. Que sus amigos se burlaban, que su novia no lo contentaba, que su trabajo como albañil era pesado. Si no estuviera excitada creería que el chico me estaba engatusando para ensartármelo y hacerme llorar de dolor.

—No, Leny… no es eso… Ven, acércate —dije, agarrando su verga con ambas manos y tirándolo suavemente hacia mí.

Siendo sincera, si esa cosa entraba dentro de mí, me iba a dejar rengueando y llorando de dolor cada vez que me sentara o hasta incluso cada vez que caminara. Pero no quería decepcionarlo, engullida en la culpa y el éxtasis como estaba, así que decidí por algo más sano y menos destructivo. Me arrodillé frente a él, clavando mis ojos en los suyos.

—Uno rapidito, para tranquilizarte, si sales así mi papá te mata —dije, agarrando su verga con mis dos manitas, empezando a pajearlo.

—Minha mae, no puedo creer que la hija de mi patrón me la va a comer…

—L-lo haré rápido, que tengo novio…

Así que le di un beso a la punta, causándole un respingo de placer. Su enorme verga se zarandeó para un lado y otro producto de ello, pero rápidamente lo volví a sujetar con mis manitas. Cuando le di un lametón en la base de la cabeza hasta la cima, por fin pude paladearlo. No sabía mal, para nada. Es decir, iba a hacer uno rápido, pero me pareció agradable el sabor, tanto que me dije “Un… un minuto y no más…”.

Cuando llegué a la cabecita y metí un poco la punta de la lengua en la uretra, el pobre dobló las rodillas y gimió fuertemente, pero como dije, su aparato estaba firmemente sujeto y no lo iba a dejar ir a ningún lado. Y es que su sabor pasó de “No está mal” a “Esto se está volviendo bastante rico…”.

Una vez que retiré mi boca, lo ladeé para un lado y otro, mirando asombrada todo ese montón de venas que surcaban el tronco. No tenía tantas como mi polla de juguete. “Debería dejarlo, pero otro ratito más no va a matar a nadie…”, pensé mientras le hacía una paja tímida que luego se volvía más y más violenta.

Mis finos labios abrigaron por largo rato la herramienta del albañil prodigio. Tenía que retirarme a veces para retomar la respiración y luego volver al asalto; en cierta manera me desesperaba tener algo titánico entre manos y no poder hacer mucho ya que mi boca es pequeña, o mejor dicho, su verga era demasiado larga y además ancha. No había dudas que su ex novia quisiera evitar posiciones peligrosas.

Cuando estaba tomando respiración, y secándome las lágrimas y saliva que me cubrían la cara, Leny tomó de mi cabeza con ambas manos, y contra todo pronóstico, empujó su cintura para penetrarme la boca. Mi primera reacción fue abrir mis ojos como platos porque aquella verga estaba acercándose hasta la campanilla, ¡madre!, y desde luego clavé mis uñas en su cintura para que parase con aquello, ya me gustaría haber protestado pero con toda esa carne llenándome la boca solo salían gemidos ahogados.

Empecé a lagrimear más cuando tocó el fondo de mi boca. ¡Me faltaba aire, me mareaba, y la quijada me dolía horrores! Se detuvo unos instantes, y yo aguantaba la respiración como podía porque era la única forma de que no me invadiesen ganas de vomitar. En cualquier momento me faltaría aire, sería capaz de arrancarle las pelotas con tal de que me soltara, pero supe que la experiencia de ahora era diferente a la polla de goma porque, en ese instante en el que ya me iba a desmayar, el olor de macho que desprendía su carne pareció tranquilizarme.

—¡Mbbff! —protesté apenas, toda llena de verga.

Eso sí, Leny tomó impulso y metió más carne, traspasando la barrera de la campanilla y metiendo directamente por mi esófago, o eso creía yo, a saber. O sea, que empezaba a follarse mi garganta. Mi cuerpo se arqueó solo, ya no podía ver bien, de hecho mis manos cayeron sin fuerzas mientras sonidos de gárgaras poblaban la caseta. Era… algo… terriblemente… fuerte…

—¡Ah! Qué bien se siente —susurraba él, meneando como un cabronazo—. Se desliza en tu garganta como en el cielo, podría follarte la boca todo el día, tan apretadito.

Empezó a arremeter como un toro, follándose mi boca y gozando de lo prieto de mi interior. En el momento que ya era evidente que me faltaba aire y pretendía salirme de aquella salvaje montada bucal, el chico bufó y sentí claramente cómo su verga escupía todo directo hasta mi estómago, cosa que me hizo dar arcadas ya que detesto el semen y por norma no permito que nadie se corra en mi boca.

Vaya cabroncito, sinceramente, no creo que mi papá le pagara esas horas para que me asfixiara con su polla y escupiera leche por mí de esa maldita forma…

Y cuando retiró su verga, el “semento”, que brotaba sin parar, terminó saliéndose no solo hacia la comisura de mis pobres labios, sino hasta por mi nariz. Mucho fue a parar en mi ropa, incluso un cuajo cayó sobre mi ojo izquierdo, cegándomelo, y evidentemente me desesperé porque así, toda lefada, mi papá me pillaba. La suciedad, el olor a sexo, ¡si es que hasta percibí que mi aliento tenía tufo a verga! ¿¡Cómo no me iban a pillar!?

Con perdón, mis lectores, pero si quieren saltar este párrafo pueden hacerlo. Es que vomité. ¡Sí! ¿Cómo no iba a hacerlo? Estaba de cuatro patas, totalmente vencida, tratando de tomar respiración, tosiendo semen, saliva y llorando salvajemente. Pensaba, mientras mi vaginita aún rogaba que alguien entrara dentro de mí, que me iba a pasar toda la maldita noche limpiando el estropicio que había hecho en la caseta.

¿Esa era la única solución para estar junto con él sin que mi vaginita fuera destruida? ¿Solo sexo oral?

—Rocío, ya oscurece y tengo que irme. Tu padre sospechará si me ve a estas horas —se empezó a vestir mientras yo aún trataba de recomponer mis pensamientos desde el suelo. Mi carita no habría sido muy bonita, repleta de fluidos—. Mejor aprovecho y me retiro. ¿Continuaremos mañana?

—Ahhh…

—Vendré mañana, ¿podremos continuarlo?

Se me acabó la voz. Ni siquiera un besito, o un “Perdón por hacerte todo este desastre en tu preciosa cara, ¿te ayudo a limpiar?”, pero parecía que el albañil temía que mi padre le pillara. Así que reuniendo fuerzas logré asentir allí sobre el suelo, respondiendo a su pregunta. Total, ya me hacía hecho casi de todo, qué más daba.

—Rocío, entonces, ¿vas a ser mi putita?

—¿Putit…? —arañé el suelo—. Si tuviera mi raqueta te daría un remate a la cara, desalmado… —mascullé.

—¿Cuándo me darás tu culito?

—Nunca… cabrón…

—Por cierto, ¿te ayudo a limpiar?

5. Revestimiento y empastinado final

Y así me convertí en la putita del joven albañil que mi papá contrató; en cierta forma me sentía culpable porque fui la causante de que el chico terminara con su novia y saliera a la búsqueda de la chica de sus sueños, esa que le pudiera cumplir todas sus fantasías. Y de momento no había otra más que yo, así que la culpabilidad me obligaba a que, mientras mi papá veía la tele en la sala o dormía en su habitación, tuviera que apañarme para escurrirme hasta el jardín, donde me encerraba con Leny en la caseta que él construía.

—Buenas tardes, Leny —dije una vez, cerrando la puerta de la caseta detrás de mí y recostándome contra ella. Llevaba puesto ese shortcito blanco de algodón que lo tenía loquito. Lo único que me molestaba de la caseta era el fuerte olor a pintura reciente.

Y que no tenía cama…

—Menina, he estado esperando por ti para que me ayudes a terminar de pintar —rio, quitándose la remera.

—B-bueno, es de mala educación hacerle trabajar a la patrona —dije jugando con el borde de mi short mientras levantaba una rodilla—. Además, se te paga bien, hazlo tú.

—Pero tú no me pagas, el patrón es tu padre —siguió bromeando, acorralándome primero, apretándome contra la puerta. En el momento que sentí su verga erecta pero contenida a duras penas por su vaquero, di un respingo de sorpresa mientras mi vaginita latía por sí sola.

—¡Ah! Nene, hoy no. Aún… todavía no creo que esté lista —murmuré mientras él me levantaba la blusita.

Cuando me desabroché el sostén mientras nos besábamos, mis senos cayeron con todo su peso contra el suyo; dio un respingo porque seguro habrá sentido un par de arañazos que no se esperaba. Me tomó de los hombros y me apartó suavemente; a mí daba un poco de corte que me mirase los senos, era la primera vez que me los vería, no sabía cómo los tenía su novia pero esperaba que le gustaran los míos, tengo pezones pequeños en comparación al tamaño de mis senos, son rosaditos y aparte de ser extremadamente sensibles, tienen una particularidad.

Se quedó embobado cuando comprobó que el par de suaves arañazos los habrían producido mis piercings, que son una barritas de titanio que atraviesan mis pequeños pezones. Bastante atractivas, he de decir, incluso destacaban más ahora que los tenía duritos. Así que, aprovechando su atontamiento, recuperé terreno y fui empujándolo hasta la mesita de herramientas para que se pudiera sentar. Yo quería hacer algo, lo que fuera para paliar su evidente estado, ni qué decir del mío, aunque aún no me sentía lista para recibir su herramienta; la noche anterior había practicado mentalmente, pero es que fue estar allí y arrepentirme, no por estar engañando a mi novio o porque mi papá estuviera a pocos metros de distancia, nada de eso, era porque en serio su verga tenía un tamaño descomunal.

Así que, arrodillada ante el albañil, mientras mis senos abrazaban con fuerza su largo, venoso y monstruoso instrumento, empecé a subir y bajar lentamente conforme me las apretaba y pudiera ofrecerle un cobijo lo más apretadito posible. Levanté la mirada: Leny, completamente absorbido por el placer, entrecerraba los ojos y se tapaba la boca para no emitir gemido alguno, no fuera que nos escucharan. Me sonreí por estar dándole placer, pero, tras aclararme la garganta, detuve la cubana.

—Mi papá no te paga para que te quedes quieto, nene.

—Ja, lo siento, menina. A veces creo que por cosas como estas, mi chica me dejó. ¿Qué haría tu novio en esta situación?

—Cabrón, no menciones a mi chico ahora… pero bueno… —tragué saliva—, mi novio me acaricia un poco la cabellera y me dice cosas bonitas. ¿Po-por qué no lo intentas tú? Ya sabes, tienes que tener contenta a la patrona…

Y pasaban los días; las posiciones que probábamos eran variadas, con el simple objetivo de encontrar una en la que yo pudiera sentirme cómoda. Hacerlo en suelo se volvió a una posibilidad desde que trajera toallas (almohadas o algo más sería sospechoso…). Fue otro sábado, nada más regresar de mis prácticas de tenis, cuando logré escabullirme para ir junto a él y así encerrarnos en la caseta, que ya estrenaba estantes y ventanas. El olor a pintura había cedido pero había otro tipo de aroma ahora, como de sexo…

—Ojalá esto funcione, Leny —dije, acostándome sobre él.

—Eres increíble, menina, un ángel caído del cielo —Al menos ya sabía decirme cosas lindas. Me sujetó de la cintura, remangó mi faldita de tenis y notó que yo ya me había quitado la malla. Se detuvo un rato para jugar con el piercing de anillo que atraviesa el capuchón de mi clítoris.

—¡Ah! —cerré los ojos—. Oye, con mucho cuidado, no lo olvides —susurré mientras él por fin tomaba la verga y la restregaba por mi rajita. Tragué aire y empuñé las manos, como esperando para ser destruida por una fuerza mayor.

—¿Estás segura? —preguntó, presionando su húmeda polla contra mí.

—Sí… —respondí insegura, mi almejita estaba bañando su verga de jugos, es que a mí lo de friccionarse me vuelve loquita y prefería pasar toda la tarde haciéndolo de esa manera—. Pero te pasas y te juro que te araño la cara, cabrón.

—Solo déjame meter un poco —Su verga estaba restregándose más y más fuerte; me quitó los sentidos, lo cierto es que quería decirle que continuara frotándose contra mi panochita porque era riquísimo pero a esa altura ya me dedicaba solo a boquear como un pez.

—Ahhh… Ahhh…

—Estás asustada, menina, tal vez debería dejarlo…

—¿En serio?

Vacié los pulmones, completamente aliviada, pero el cabrón mintió porque metió la cabecita un poco.

—¡Ahhh! —chillé, pero hundí mi rostro en su pecho para morderlo porque no quería que mi papá me escuchara.

—Lo siento, tu cara fue impagable, menina.

—¡Bast… Ahhh… Bastardo!

—¿La quito?

—No… no… déjala… —susurré, reposando mi cabeza contra su pecho, besando allí donde mordí—. Solo… no te muevas….

Pues mis deseos fueron órdenes. Porque la dejó allí un ratito, como esperando que mi agujerito se acostumbrara. Se dedicó a acariciarme la caballera para tranquilizarme y ser yo quien decidiera probar cuánto de su verga podría cobijar. Vacié de nuevo mis pulmones y, de un movimiento de cadera, logré que otra porción entrara en mi ya de por sí sufrida conchita.

Arqueé la espalda e hice lo posible para no gemir.

—Ahhh, madre, madre, no va a entrar nunca, mierda… —de reojo lo miré y gotitas de sudor de mi rostro caían sobre él.

—La tienes más estrechita que mi novia. No estás disfrutando, se te nota en tu cara. Puedo salir, menina.

Negué con la cabeza y volví a pegar mi frente contra la dureza de su pecho, volviendo a menear mi cintura para que entrara un poco más. Pero como si él prefiriera no hacerme sufrir, sacó su verga lentamente, dándome un vergonzoso orgasmo que hizo que prácticamente desparramara una cantidad ingente de mis juguitos sobre él, para luego terminar desfallecida; ¡madre! Me quedé rotísima además de avergonzada, el tufo a de mis fluidos era evidente y para colmo estábamos allí, abrazos y encharcados de placer, tal vez él sentía asco, no lo podría saber, pero a mí en ese instante no me importaba nada.

—¡Mfff! —mi conchita seguía derramando sus juguitos—. ¡Per-perdón, Leny, soy una puerca!

—¡Me Deus! ¿Y cómo voy a limpiar todo esto? —dijo riéndose, palpando mi húmeda vagina con dulzura.

—¡Ahhh! —me quedé ciega de placer—. Es… t-tu culpa, cabrón, la tienes demasiado grande…

—¿Te imaginas si tu padre golpea la puerta ahora mismo? —preguntó, tomando el piercing de mi capuchoncito para tironearlo un poco y así darme otro orgasmo, cortito pero no menos intenso.

Variábamos de posiciones pero nada funcionaba. Si no era friccionándonos, eran cubanas, y si no eran estas, solo me dedicaba a pajearlo para que se corriera completamente en un pañuelo que siempre tenía preparado por si acaso. Otro día, mientras él me apretaba contra la pared de la caseta, pensaba en confesarle que ya no podía seguirle el ritmo. Era un chico demasiado grande para mí. Me bajó mi short de algodón hasta medio muslo y se dedicó a restregar esa herramienta infernal por entre mis nalgas regordetas.

—Hoy viniste sin ropa interior—dijo mientras la cabeza de su miembro forzaba su lugar dentro de mí.

—Ahhh… si traigo braguitas me las robas, Robinho… —protestaba yo, empuñando mis manitas y pegando mi rostro torcido de dolor contra la pared.

—¿Estás bien, menina? Me voy a quedar quieto un rato, para que te acostumbres —decía, y estático, mandaba su mano a mi boca para que yo ensalivara sus dedos. Acto seguido la llevaba hacia mi puntito para darme riquísimas estimulaciones vaginales que hacían, por un breve rato, que me olvidara del titán que alojaba mi sufrida panochita.

Estaba hartita de salir rengueando de la caseta toda magullada, con mi short y camisa arrugadas y manchadas de su leche. Naturalmente, ahora mi boca era la que sufría de dolores de pasar tanto tiempo forzada al máximo y recibiendo embates. Y yo en el fondo me sentía súper mal cuando, luego de ser “oralmente montada” por ese salvaje semental, conversaba con mi papá en la cocina, o con mi novio por teléfono, sintiendo perfectamente el agrio semen pegajoso del albañil entre mis dientes, o bajando lentamente hasta mi estómago.

Eso de tener relaciones con un chico por culpabilidad no estaba funcionando como parecía…

—Rocío —dijo Leny una tarde en donde yo estaba sentada sobre la mesita de herramientas, y él arrodillado ante mí. Sus labios estaban húmedos de mis juguitos cuando se apartó de mi sexo y me miró con sus preciosos ojos—. ¿Aún sigues hablando con tu novio?

—¡Shh! —puse un dedo sobre sus labios para que se callara, que mi novio aún me hablaba por teléfono. Mi chico me decía que la idea de no tener sexo no funcionaba, pues ahora estaba más y más excitado que nunca, lo cual no le permitía concentrarse en sus estudios. Quería que le quitara el calentón al menos un par de veces a la semana, pero me mantuve firme en mis convicciones. Si no mejorabas esas notas, no habría nadita conmigo.

Me colgó la llamada, todo cabreado, pero no pude pensar mucho más porque Leny sopló en mi vaginita para quitarme de mis pensamientos.

—Rocío, debo confesarte que mi garota me ha estado llamando muchísimo estos días. Quiere volver conmigo. Dice que está dispuesta a ser más abierta. ¿Tú qué dices?

La caseta ya estaba terminada, y a esa altura de nuestra aventura había que detenerse un rato a pensar cómo íbamos a seguir. Leny era un buen chico, pero… no creo que yo fuera compatible con él, al menos no físicamente. Si metía demasiado, yo lloraba de dolor, pero me quedaba frustrada por no poder alojar su miembro y, desde luego, por no poder darle tanto placer como pareja.

—Bu-bueno, yo tengo novio y realmente lo quiero mucho —respondí metiendo de nuevo su cabeza entre mis piernas. Cerré los ojos y continué disfrutando. Lo cierto es que el chico succionaba muy fuerte y era buenísimo dando sexo oral, no pocas veces me dejaba el coñito hinchado, húmedo y enrojecido, bien que lo comprobaba yo luego en mi baño—. Leny, tú sabes que lo nuestro es solo un pasatiempo muy bonito pero sin futuro.

—Pero… —se apartó otra vez de mí, aunque un dedo se dedicó a jugar con mi piercing—, no me gustaría perder esto que tú y yo tenemos.

—Gracias, Leny, pero te sugiero que vuelvas con ella si está dispuesta a darte lo que deseas. Yo solo te puedo satisfacer con… mamadas y pajas… Porque con lo otro me dejas destruida y llorando en medio de un charco de mis fluidos. Esto no es ni medio normal —suspiré, empujando su cabeza otra vez hacia mi entrepierna—. Yo creo que va a ser mejor que cada uno vaya por su lado.

Dicen que los últimos besos son muy especiales. ¿Qué dirían de las últimas felaciones? Esa tarde fue extrañamente especial; no fue una ruda follada a mi boca como era de esperar, sino que Leny se dedicó a acariciarme la cabellera mientras yo abrigaba con mis labios por última vez a aquella maravilla de la naturaleza. Pensaba yo, mientras mordisqueaba un poco la punta de su verga jugosa de semen, que tal vez debía invitar a mi novio a un paseo por la playa y darnos un gustito, lo cierto es que lo estaba extrañando un montón.

Me despedí de Leny, sentada en las escalerillas que dan a la entrada de mi casa, mientras él se ajustaba su mochila en la espalda y mi papá le preparaba el último pago. No hubo besos, obviamente no podríamos porque estábamos a la vista de todos, sino un simple cabeceo con sonrisa, para sellar esa promesa de dejar en secreto todo lo que tuvimos. Tras darse un apretón de manos con mi papá, se alejó y miré por última vez ese trasero suyo enmarcado en el vaquero, para luego sacudirme la cabeza y entrar a casa.

Era lo más sensato eso que yo le había aconsejado, de continuar nuestras vidas. Por un lado ya no podía sostener esa espiral de sexo duro en la caseta; yo tenía una relación de varios años con mi novio, y aquello con Leny era solo una aventura para probar de algo rico y delicioso, que sí, al final resultó ser muy doloroso para mi cuerpo, supongo que es el castigo que me merecía por ir de curiosita.

Entonces me conforté con la idea de que, para los tiempos de oscuridad y soledad, tengo un precioso consolador de goma que podría hacerme compañía. Además de mi chico… claro… en algún momento tendríamos que estar juntos de nuevo… si es que sacaba buenas notas… que no sé yo…

Hoy día mi papá no sabe que a veces voy a la caseta, ya terminada y bien pintada, repleta de cachivaches, y me siento sobre la mesa de herramientas para besar y engullir ese enorme pene falso, solo para recordar un poco; es que aún hay cierta esencia flotando en el aire que recuerda a esa pequeña aventura que tuve, que aparte de las agujetas, dejó muy buenos recuerdos.

Mi amiga Andrea a veces me mira a los ojos y sonríe de lado. Nunca se lo dije, sobre mi fugaz amante, pero es como si ella lo supiera. Tal vez porque me conoce como ninguna, o tal vez porque a veces yo gruñía de dolor al sentarme en el pupitre. De hecho, el día que íbamos a tomar el examen, se sentó a mi lado y me susurró:

—Rocío, se te ve muy contenta últimamente.

—Bu-bueno, es porque me haces reír cuando no te tomas tus medicinas, Andy —bromeé.

—¿Sabes? A mí me dices “loca” por mis ideas, pero en realidad nunca me atrevo a dar el paso… Pero tú… —me guiñó el ojo—. A veces te envidio.

Muchas gracias a los que han llegado hasta aquí.

Si quieres hacerme un comentario, envíame un mail a:
me darías

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *