El cantar de los pájaros y los primeros rayos de sol despertaron a Luís. Se giró, a su lado dormía su tía. Se levantó con cuidado y la dejó tapada con el abrigado edredón nórdico. Estaba desnuda y el frío crecía por días en ese recién estrenado invierno.
Mientras desayunaba conectó su portátil. Consultó la meteorología: mínimas de menos cuatro grados y máximas de diez en toda la sierra de Huelva. Despejado.
Apuró el desayuno y se preparó para ir a correr. Al salir topó con una nueva nota sobre la alfombrilla exterior de la entrada a su casa. La cogió y la leyó. Tras leerla la sopesó. “mismo papel y mismo tipo de letra que la nota anterior”. Volvió a leerla.
“Auxilio. Sálvame. Llévame contigo.”
Esta vez se la guardó en el bolsillo del chándal. Cerró la cremallera, se ajustó el gorro, se colocó los auriculares y encendió su mp4.
Se adentró en el bosque oyendo su ópera favorita, “La flauta mágica”, de Mozart.. Los árboles iban quedando atrás con la misma elegancia con que la música deleitaba sus oídos. Todo era paz y armonía.
Al finalizar la sinfonía, Luís inició el camino de vuelta. Pero antes de colocarla de nuevo oyó el relinchar de un caballo justo antes de apretar el botón.
Se quitó los cascos y miró alrededor. No había ningún caballo. Solo el bosque y los húmedos matorrales. Con el cantar de mil pájaros como hilo musical. Cuando volvió a colocarse los auriculares, de nuevo un relincho. En esta ocasión pudo orientarse y se dirigió al lugar desde el que entendía que llegaba el sonido.
Avanzó a través de unos matorrales y pudo verlo. En un pequeño claro, protegido por rocas, matorrales y la espesa arboleda, estaba el animal. Se trataba de un precioso caballo andaluz color marrón oscuro, con una elegante melena negra, del mismo color que su amplia cola.
Cuando se empezaba a preguntar qué hacía ese caballo ahí solo, éste volvió a relinchar y se puso de lado. Entonces pudo verla.
Arrodillada en el suelo una mujer agarraba la tranca del animal, meneándosela de arriba abajo. La otra mano le acariciaba el lomo, pretendiendo calmarlo. Luís se fijó en la enorme polla. Descolgaba hasta casi rozar el suelo y tenía un diámetro más que respetable. Aquella mujer le resultaba familiar, a pesar que el caballo se interponía en su visión.
En un momento dado, la mujer se agachó más colocándose justo bajo el caballo; en un momento en el que el animal aguardaba quieto el siguiente paso. “Buen chico”. La voz no le dejó ninguna duda. Cuando esa mujer agachó la cabeza y se metió la tranca del caballo en la boca Luís por fin pudo verla. Era Tomasa.
Tuvo la tentación de correr, pero una morbosa curiosidad hizo que se escondiera un poco más para ver aquella escena.
Tomasa lamía y masturbaba con una viciosa velocidad. Al cabo del rato se levantó y acarició con calma el pelaje del precioso caballo. Luego miró alrededor para comprobar que seguían solos. Luís se tuvo que agachar más para no ser descubierto. De nuevo se levantó un poco para poder ver. Ahora Tomasa estaba desnuda de cintura para abajo. De pié con las piernas abiertas, dándole la espalda al caballo. Se giró y le agarró la tranca; sin soltarla volvió a darse la vuelta y la colocó en su coño. Luís frunció el ceño en señal de dolor. “su coño es grande, pero no tanto”.
A Luís le sorprendió la facilidad con la que el caballo se dejaba hacer. Tomasa se lamió las manos y se frotó el sexo, sin soltar el rabo. Luego se echó un poco hacia delante sin llegar a agacharse del todo. Puso una mano en el suelo para no perder el equilibrio y dejó la polla del animal en la entrada de su coño. Se la mantenía agarrada mientras se movía como pidiéndole que pusiera un poco de su parte. Hasta que el animal, en un movimiento cuidadoso, la metió un poco.
El grito de Tomasa fue desgarrador, pero su cara reflejaba todo el vicio que podría reflejar cualquier rostro humano. Aunque Luís empezaba a dudar que aquella hembra grande y chillona fuera verdaderamente humana.
Tomasa soltó la tranca, y esta se quedó clavada. Y empezó a moverse hacia atrás y hacia delante. El caballo no se movía, se dejaba hacer. Luís contemplo atónito como la mujer, en sus movimientos enculadores, cada vez abarcaba más rabo dentro de su coño. Hasta casi la mitad logró meterse una y otra vez.
Sus gemidos eran atronadores y Luís no pudo soportar ver aquella escena durante más tiempo. Con indignación, y sobre todo con una alta excitación, retrocedió con cuidado para volver al camino que le llevaba a su casa.
Pero pisó una rama seca. El crujido hizo que se quedara paralizado. Tomasa se detuvo en seco, avergonzada y alarmada.
-¿Quién anda ahí?
No lograba ver a nadie. En ese momento Luís salió corriendo. Tomasa pudo ver la figura de una persona corriendo. No pudo verle la cara pues se la tapaba el gorro de un chándal.
Avergonzada se levantó y se vistió apresuradamente. Corrió por el camino hacia el pueblo. Medio lloriqueaba y estaba acalorada. Se sentía cachonda y aturdida. Aun conservaba en su boca el sabor del caballo. Y bajo sus bragas su coño palpitaba escocido, muy abierto, cerrándose poco a poco.
Luís entró en su casa y se fue directamente a la ventana de su despacho, en la planta superior. Por el camino se cruzó con la tía Ana, a la cual saludó sin echar cuenta a algo que le dijo.
Se encerró y miró el pueblo a través de la ventana de su despacho, la cual permitía su vista parcial.
“Qué clase de pueblo es este”. “qué clase de gente vive aquí”. “Está maldito”.
Este último pensamiento lo tuvo mirando a un cuervo sobrevolar un pequeño peral, antes de posarse en una de sus ramas más altas, cara al pueblo.
El pueblo le devolvía la mirada en silencio. Había algo que atraía a Luís en aquellas casas y no sabía el qué. Tal vez se habría encaprichado de Tomasa, aunque no estaba del todo seguro de ser eso lo que sintiese. La escena del caballo le había repugnado tanto como excitado. Pero se obligó a intentar olvidarla; se obligó a hacer prevalecer en su cerebro la mitad de repugnancia, olvidando la otra mitad de excitación. Le iba a costar olvidarse de aquella enigmática mujer.
Por otra parte están las notas. Una de ellas recomendándole precaución con Tomasa. Debe ser alguien del pueblo que sabe que se han acostado, no habría más solución. Por primera vez tomó en consideración esa primera nota. ¿Quién le podría haber avisado?, y lo que es más importante, ¿Por qué lo habría hecho?. Sin duda era alguien que intentaba advertirle de algo; o en cambio podría ser alguien que intentaba que se alejara de ella, por celos o lo que fuese. O alguien que solo quería tocarles las narices. Se acordó del la advertencia de su tía.
Sacó la segunda nota y la releyó.
“Auxilio. Sálvame. Llévame contigo”.
La letra parecía de mujer. ¿Podría haber sido su tía abuela Leonor?. En seguida se quitó esa idea de la cabeza; la pobre vieja es demasiado mayor como para salir de casa. Además cree recordar que es medio analfabeta y casi no sabe escribir. Y menos aun esas letras tan grandes y bien definidas.
Entonces pensó en la sombra que le espió desde la ventana frente a la casa de Tomasa. Alba, ese nombre le había dado. Es la única persona que le había visto entrar en casa de su enigmática amante. Recordó la incomodidad que adoptó Tomasa cuando le preguntó por ella. Recordó la historia de su madre muerta y del fantasma que le hacía la vida imposible.
“Auxilio. Sálvame. Llévame contigo”.
Sin duda debía ser ella. Pero, ¿por qué?, ¿Quién era realmente esa mujer?. ¿Por qué le ha advertido sobre Tomasa?.
Sumido en sus pensamientos se le fue media mañana. Salió para hacer café, Ana ya no estaba; ni siquiera la había escuchado despedirse.
Al acabar el café concluyó que necesitaba desconectar un poco. Decidió irse unos días a Madrid a visitar a su madre, con la idea de ampliar clientela en la capital de España. Preparó la maleta y arrancó su BMW azul de última generación.
Antes se pasó por la dehesa para comunicárselo a Ana y a los demás encargados.

¿Cuándo volverás?.

Dijo Ana casi sin voz y con mala cara.

Serán solo unos días. Te llamaré. Te quedarás a cargo de la casa y el negocio.
No me hace gracia quedarme sola. Es por el pueblo…..
¿Qué le ocurre al pueblo?.

Ana vaciló un instante. Luego se acercó y abrazó a su sobrino. Ladeó un poco su cabeza y le susurró al oído:

Me da miedo.

Luís se separó y rió nervioso.

Tonterías. Volveré en unos días. Hasta pronto.

No hubo más palabras. Ana pudo oír al coche de Luís rugir entre los árboles del bosque, sintiendo como se alejaba. A medida que el motor sonaba más lejano, más crecía el miedo en su interior. El vacío se apoderaba de su alma, y como si el diablo mandase en ella, una excitación sobrenatural la hizo presa. La misma excitación incomprensible que la obligó a abandonar el pueblo. Su coño empezó a palpitar como si fuera el corazón de la tierra que pisaba.
Se sentó y se obligó a serenarse. No podría controlar qué pasaría en esos días. No podía creer que otra vez sintiese eso. “Otra vez no, por favor. Tan pronto no”.
Al caer la tarde Ana se dirigió a su despacho en una de las cabañas. Allí rebuscó en el listado de trabajadores y encontró a la chica que le había parecido ver días antes saliendo de la cocina. Cogió el teléfono y la llamó.

¿Sara?. Eres Sara Sánchez, ¿la hija de Silvia Sánchez?.
Sí señora,…. ¿Pero quién es usted?.
Soy Ana, jefa de cabañas y propietaria al mando de todo el complejo. Ahora que el señor Luís acaba de salir unos días para buscar negocios en Madrid.
Hola señora Ana. A sus pies, no he tenido el gusto de conocerla.
Yo a ti sí te conozco. Estoy en la cabaña despacho. Necesito que vengas.
Señora Ana, perdóneme pero tengo mucho trabajo, estoy preparando la cena a los trabajadores y clientes.
Seguro que el cocinero para el que trabajas lo entenderá. Es una orden superior. Te espero aquí, no tardes.

Colgó sin esperar respuesta y encendió un cigarrillo. Se acomodó en el sillón del despacho haciéndolo correr un poco hacia atrás. Se cruzó de piernas, sus faldas blancas cedieron dejando sus muslos a la vista, oscuros por las medias negras que llevaba. Un río de nervios acudieron a sus pies en forma de movimiento intermitente, aleteando sus tacones. El humo del cigarro envolvía su ambiente. Se le colaba por el recién ajustado canalillo escotado. Sus ojos se enrojecieron por el humo, más diabólicos que humanos, inyectados en sangre. No parecía ella.
Al rato un sonido débil aporreó la puerta de la cabaña.

Adelante. Está abierta.

Ante Ana se presentó Sara. Aspecto juvenil. Linda de cara y muy delgada, aunque con voluminosos pechos. Vestía humildemente con una chaquetilla de cremallera medio deshilachada y unos pantalones grises viejos.
Ana la miró de arriba abajo.

Das pena. Siéntate.

Sara obedeció. Ana se levantó y anduvo paseando por la cabaña, detrás de Ana. Fumando, taconeando despacio, moviendo gustosa sus caderas maduras.

Te vi el otro día y pensé que eras tú. Te sienta mejor el traje de cocinera. ¿No tienes dinero para ropa?
Gano poco señora, al trabajo vengo cómoda pues aquí tengo uniforme de trabajo, como usted bien ha señalado.
Un empleado ha de cuidar su imagen. Cambie la ropa, anótelo.
El señor Luís..
¡El señor Luís no manda ahora mismo!. Está en Madrid, yo me encargo del negocio cuando él está fuera.
Sí, señora.

Sara miró a Ana. Sus ojos parecían los de un gato en la oscuridad. Se asustó un poco.
Ana se sentó y sonrió amistosamente.

¿Sabes?, yo fui amiga de tu madre.
¿Ah sí?. ¡que bien!.
No tan bien, era una buena puta. Me quitó dos novios. Y al final para qué, ¿para hacerse lesbiana?. ¿Sigue viva?.
Claro. Vive en Málaga con su ……
Con su mujer. Jajajajaja. No tengas miedo Ana. Es una pena que siga viva, merece morir. Este pueblo la transformó. Está infectada, como yo.
No sé de que habla señora.
Ya lo sabrás. Si sigues aquí lo acabarás sabiendo. Dime Ana, ¿qué edad tienes?.
Dieciocho.
Pareces más joven.
Eso dicen.
¿vives sola?
Sí. En la calle del agua, en la antigua casa de mis abuelos.
Esta noche te espero a las diez en la casa del señor Luís. Ven cenada pero no comas demasiado.

Sara sintió un extraño escalofrío.

¿Puedo preguntar para qué?.
Revisión de tu contrato. No entiendo por qué, pero Luís quiere pagarte más. Me ha encargado que lo resuelva hoy. Ahora estoy muy ocupada así que tendremos que hacerlo allí. No tardes.
Gracias señora, gracias.

Sara se levantó sonriente y abandonó la cabaña haciendo reverencias.
Ana quedó con una maléfica sonrisa. Entonces cogió el teléfono e hizo otra llamada.
Bebió mucho alcohol. Le sentaba bien y no se le notaba bebida. Solo se le manifestaba en la creciente excitación. No veía la hora de que dieran las diez.
Vestía en camisón rosa transparente. Desnuda debajo. Dejaba ver en un rosa artificial sus pequeñas tetas y ancha cadera. Con un leve color negro en su cuidado coño, y una bella raja por culo.
Ante ella estaban Mario y Roberto, sentados en el sofá del amplio y lujoso salón de Luís. Treinta y cinco y cuarenta y seis años respectivamente. Con músculos de gimnasio y tatuados. Bien armados. Ex presidiarios. Violación y violación repetida. Ambos de un pueblo cercano. Violaron a Ana un día en el que ella volvía andando a su casa cuando tenía quince años menos y aun vivía en el pueblo. Ese día, Ana tenía la misma excitación que ahora, con el mismo color rojo en los ojos. Estaba infectada, como le gustaba llamarlo a ella.
Quedó tan agradecida por aquella gratuita y brutal follada, que les pidió que volviesen cada mismo día de la semana a la misma hora, en el mismo lugar. En total fueron cincuenta y seis polvos con aquellos dos energúmenos, en mitad del bosque. Antes de obligarse a cambiar de vida y huir a Aracena.
Las órdenes eran claras. Ellos violarían a la joven y ella lo observaría desde una cómoda butaca situada frente a la cama. Nada de sangre. Luego la dejarían desnuda sobre la cama y se irían. Nada de preguntas. Jamás han estado ahí. Había extendido un sobre con mil euros para cada uno; toda una fortuna para ellos.
Sonó el timbre. Ana se preparó. Se abrió la bata y cogió una de sus pollas goma. Se acomodó en el butacón, con un posa-pies para poder abrirse cómodamente de piernas.
Ana pudo oír el grito de espanto de la chica, acompañado de forcejeo. Oyó los apresurados pasos acercándose a la habitación de Luís. Hasta que de repente irrumpieron.
Los dos hombres desnudaron a Sara frente a Ana. Sara la miraba incrédula. Le imploró, le suplicó, le lloró. Todo ello provocó un exceso de excitación en Ana. La cual miraba impasible a la chica. Aunque sus pezones estaban duros y su coño empezaba a chorrear un flujo que salía directamente de las entrañas de la tierra, a través de su sexo.
El cuerpo desnudo de Sara era algo contradictorio. Por una parte era un cuerpo débil y flacucho. Por la otra, tenía sendos pechos grandes y estaba bien depilada; se cuidaba.
Sus pechos bailaban flácidos, fuera de la más mínima excitación. Los chicos se sacaron las pollas y la obligaron a chupar. Sara las chupó de rodillas en el suelo. Sus lágrimas resbalaban por sus mejillas hasta depositarse en ambos penes. Lo cual hizo que le supieran salados, disfrazando algo el mal sabor a pis seco que tenían.
A pesar de verse obligada, Sara comió aquellas pollas sin hacer la más mínima intención de resistencia. Solo las lágrimas cayendo hacían ver que se trataba de algo obligado. Su lengua relamió cada capullo y su boca engullía ambos penes alternativamente; con un buen ritmo, masturbando el que no tenía en la boca en cada ocasión.
Y así estuvo hasta que recibió la siguiente orden.
Seria, con la esperanza perdida, se dejaba hacer. Ahora el más joven le follaba a cuatro patas. Sara miraba a Ana fijamente, con la mirada vacía, como si tuviera los ojos huecos. Ni la más mínima expresión, ni el más mínimo gemido, parecía no respirar. Las embestidas le hacían tener que agarrarse algunas veces a la cama para no caerse, y en cada momento se esforzaba en mantener el culo bien alto, para facilitar la labor al violador.
Ana experimentó un primer gran orgasmo, follándose duro el coño con su polla de goma.
Ahora Sara estaba cabalgando al más viejo; o menor dicho, el más viejo la follaba desde abajo. Mientras, el más joven se la clavaba en el culo. La polla del más joven era la mayor. Pero ni aun metiéndosela velozmente y fuerte por el culo Sara hizo el menor gesto.
Ana empezó a mirarla con devoción. Su cuerpo se amoldaba a la perfección entre los dos violadores. Dejando caer dos hermosos y amplios pechos en la cara del que empujaba desde abajo. Resistía estoicamente cada embestida, que ahora le llegaban de dos lados diferentes. Su forma de apoyarse en la cama, a la altura del tatuado pecho del que tenía debajo, era de una clase descomunal. Folladora experimentada a pesar de la edad. Ana se follaba fuerte con la polla de goma mientras acariciaba sus pechos, cada vez con más necesidad.
Los dos mantuvieron esa follada. Ana estaba hipnotizada con la mirada profunda y perdida que le dedicaba la chica. Entonces, sin esperárselo, Sara sacó la lengua y se la pasó por los labios. Ana juraría que los ojos cambiaron de color en ese instante. Ahora su mirada era profunda y viciosa. Sara, agachó un poco la cabeza y lamió el torso desnudo y tatuado de Roberto. Pasando su lengua lentamente por una inmensa cicatriz que le atravesaba el pecho en diagonal.

¿Eso es todo lo que sabéis hacer?. Vaya mierda de violadores.

Tras decir eso, Sara se liberó, y tumbó en la cama al más Joven. Le mamó fuerte la polla y se sentó encima, dándole la espalda a él; y siempre sin dejar de mirar a Ana. Se la clavó entera y comenzó a botar con gran soltura. Sus jóvenes carnes se mantenían tersas, y sus pechos ahora estaban muy duros. Pidió polla. El otro se tumbó frente a ella, con lo que empezó a darle una bestial mamada, mientras botaba como la mayor de las putas.
Ana ahora no se tocaba, se dedicaba a disfrutar de cada segundo de la escena que veía. La imagen de esa joven chica pudiendo con esos dos maromos, la calentó como jamás se había calentado, a sus cincuenta y cuatro años.
Tal follada y tal mamada hizo que apenas le duraran. Ambos se corrieron casi a la vez. Sara se vio obligada a cesar en la follada para evitar que el otro se corriera dentro. Los sentó en la cabeza de la cama, uno al lado del otro. Empezó por el más viejo. Se arrodilló levantando mucho las caderas, para que Ana pudiese ver su bello culo completamente depilado, y su coño pequeño y enrojecido.
Mamó la polla mientras la masturbaba, hasta que le salio el semen. Lo tragó todo. A continuación hizo lo mismo con el otro. En esta ocasión lo guardó en su boca.
Se levantó y se fue en busca de Ana. La cual la recibió con los brazos abiertos. La rodeó y sintió el suave calor de su piel madura. La besó, pasándole todo el semen, el cual Ana tragó hasta la última gota. Luego se levantó.
Ana hizo un gesto a los fallidos violadores para que se fueran.
Sara se tumbó en la cama, Ana permaneció en la butaca.

¿Puede explicarme que ha pasado?.
Has superado la prueba y me alegro mucho. Pensaba matarte. Pensaba vengarme de lo que me hizo tu madre. Pero me has demostrado que mereces vivir. A partir de ahora serás mi puta y harás todo lo que te diga.
¿Y si no acepto?.
Perderás tu trabajo.
Podría permitírmelo….
Perderás tu trabajo porque morirás. Si no obedeces, te mataré.

Sara tragó saliva. Ana había resultado muy convincente. De repente volvió a tener miedo.
Al día siguiente Leonor volvía a casa después de comprar algo de pan. Justo antes de entrar en su casa se encontró a una antigua amiga de su misma edad.

Hola Leonor, te veo muy bien. Me he encontrado a Antonio el mecánico. Me ha dicho que tu sobrina Ana ha vuelto al pueblo. Parece ser que vive con Luís y que trabaja para él.

Leonor no dijo nada. Se metió corriendo en casa y se santiguó.
Se llevó toda la tarde rezando. Al irse a dormir, tomó un bote de pastillas para el sueño y durmió eternamente.
En Madrid , a Luís le sonó el móvil cuando iba camino de la casa de su madre para darle una sorpresa.
Descolgó, le cambió el rostro, y colgó. Se quedó apesadumbrado y triste. Continuó caminando despacio, hacia el piso de su madre en Madrid.
 
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