Después de esa tarde, mi madre empezó a sospechar algo. Cada vez nos dejaba menos tiempo solos y nuestros encuentros eran más esporádicos… así se fue terminando el verano y acercándose el momento en que Anita regresaría a su pueblo.

Llego el último día en que Anita estaría con nosotros. En el transcurso de la mañana y la tarde no se dio la oportunidad de que tuviéramos un último encuentro, mi madre la tenía entretenida alistando sus cosas para el viaje y las encomiendas que llevaría de mi padre a su hermano y su concuñada.

Pasaron las horas y mi mal humor aumento, así como la tristeza de ella. Cayo la noche, el tiempo se nos agotaba, ella partiría a la mañana siguiente… así que decidí arriesgarme…

Estaba en mi cuarto intentando dormir, pero no podía. Daba vueltas en la cama buscando una posición que me permitiera descansar. La idea de que la aventura, de esas vacaciones de verano con mi primita, terminara de esa forma no me dejaba conciliar el sueño, sentía que teníamos algo pendiente.

No aguante más… eran más de las 2 de la madrugada, me levante y lentamente me dirigí a mi puerta, sigilosamente abrí mi puerta, mire la puerta del cuarto de Anita y dude:

– Mi mama duerme como piedra, así que no hay problema, pero mi viejo tiene el sueño ligero… aunque esta noche se metió unos tragos viendo un partido de futbol, así que dormirá profundamente… pero con el viejo nunca se sabe… y si me atrapa de nuevo, ahora sí que no tendría una excusa… ¡qué diablos!… algo se me ocurrirá…. me dije justificándome por esa nueva incursión.

Con el corazón en la boca, me aproxime a la puerta de ella, gire la perilla (ufff vamos bien), ingrese lentamente y cerré la puerta con cuidado (listo, estoy dentro)… me disponía a ir a la cama pero… mejor le pongo seguro a la puerta, me dije… así lo hice, procurando no hacer ruido.

Ahora sí… enrumbe a la cama sigilosamente, procurando no tropezar nada que me delate. Una oportuna luna llena iluminaba la noche, y alumbraba el cuarto de mi prima, que dormía, cubierta apenas por una cobija, debido al calor se habrá descubierto, pensé.

Además, como era su costumbre, solo llevaba puesto un polo largo y debajo nada, mi primita era muy calurosa.

Sin hacer ruido y procurando no despertarla, me acurruque detrás de ella… descubrí sus bien formados muslos y sus nalgas. Anita seguía dormida, vaya que tenía el sueño pesado. Libere mi verga que lucía dura, ansiosa por disfrutar nuevamente del cuerpo de esa jovencita.

Dirigí mi pene a la entrada de su vagina y comencé a penetrarla lentamente.

– Pero, ¿qué?… reacciono ella, entre sueños.

Con una mano le tape la boca para que no gritara.

– Tenemos un asunto pendiente… le susurre y le metí gran parte de mi verga.

Ella se contrajo por la sorpresa y ahogo un grito entre mis dedos. Sin darle tiempo a reaccionar empecé a bombearla suavemente para no hacer ruido. Mientras tanto Anita, aun adormecida pero más consciente de la situación, levantaba un poco la pierna para permitir una mejor penetración.

Luego Anita pasó una de sus manos por detrás de su cintura, buscando mi pene. Pensé que quería acomodarse mejor, pero una vez que lo tuvo entre sus dedos, lo apunto hacia su ano… como ya se le había hecho costumbre en esas vacaciones.

No ajeno a sus deseos, y dado que era su despedida, accedí a ubicar mi verga en su pequeño y comelón agujero. Ajuste lo más que pude, hasta que entro la cabeza, y no pudiendo contenerme por la emoción del momento, se la enterré de un empujón casi toda.

– Ouuu… ohhh… exclamo en voz baja.

Anita prácticamente salto de su posición y me clavo sus dientes en mi mano, que aun cubrían su boca. Los dos contuvimos un grito de dolor: yo por mis dedos y ella por su ano tan bruscamente invadido. Era la primera vez que la penetraba así, sin dilatar previamente su arrugado anillo… y ella lo sintió.

Cuando se calmó y su respiración volvió a la normalidad, nuevamente comencé a bombearla lentamente. Ella se estremecía aun del dolor y el placer que le provocaba mi pene en su aun somnoliento cuerpo…

– Uhmmm siii… asiii primito… murmuraba agradecida.

Sus primeros gemidos se ahogaron entre mis dedos, mientras ella misma se dedicaba a masajear sus hinchados pechos, estrujándose sus endurecidos pezones, provocándose más placer. Quito mi mano de su boca y la guio a sus senos, incentivándome a que los acaricie…

– Dame masss… masss fuerteee… por favorrr… me susurraba.

– Pero no grites… le pedí.

– Si, siii… te lo prometo… no gritare… pero dame masss… me suplicaba ella.

Acelere las penetraciones, sus senos saltaban entre mis dedos, sus nalgas se estremecían con cada embestida… ella se mordía los labios para no gritar…

– Ohhhh… siii… asiiii… la escuchaba decir en voz baja.

La cama crujía, por momentos retumbaba, pero no nos importaba. Anita desfallecía de placer, tuve que ayudarla a levantar su pierna para que mi verga la siga penetrando hasta el fondo como ella quería. Mientras seguía pidiendo…

– Asiiii… asiiii primito… rómpeme el culo… ohhh… ohhh…

Llegaba al clímax y yo con ella… hasta que no pude más y le llene las entrañas con mi semen caliente…

– Ohhh… ahhhh… siii… que ricooo… ahhh… uffff…..

Le bese el cuello, ella busco mis labios desde su posición, nos besamos. Con mi verga sema erecta a punto de salir de su ojete quise jalarla hacia mí para besarla más cómodamente, pero ella se opuso:

– No aún no… me dijo aun excitada.

– ¿Por qué?… pregunte

– Quiero que me lo hagas otra vez…

– ¿Perdón?…

Ya me había arriesgado bastante con Anita, entrando al cuarto y a su ano… hasta ahora habíamos tenido suerte que mis viejos no hayan escuchado sus tibios gemidos, ni el sonido de la cama… sin embargo a mi primita no le importaba…

– Házmelo otra vez… me pidió.

Anita se iría en pocas horas a su pueblo, y ella no sabía cuándo nos veríamos de nuevo, cuando la atoraría otra vez como se le había hecho costumbre. Quería una cogida que recordara por mucho tiempo… quería irse satisfecha y con el culo reventado…

– Vamosss.. me insistió.

– Dentro de un rato, aún estoy agitado, y tu también… al menos recupera el aliento… le dije.

– No ahoraaa… por favorrr… dijo rogándome.

Y comenzó a menear su redondo y jugoso trasero suavemente por mi ingle, incitando mis genitales, despertando nuevamente mi instinto sexual, mi pene fue creciendo nuevamente dentro suyo.

– Epaaa… exclame, al darme cuenta que sus movimientos surtían efecto.

– Ya vez, que si puedes… me dijo con cierto tono de sarcasmo.

No solo había despertado a la niña, había despertado también el apetito sexual que tenía con ella y su incipiente gusto anal…

– Tú te lo buscaste… dije en voz baja y nuevamente arremetí contra su ano…

– Ohhh… Ohhhh… siii… asiiii… destrózame el ano….

– Tomaaa…

– Ohhh… hummm… ohhhh…

Rápidamente llego su segundo orgasmo, mientras yo seguía martillándole el trasero…

– Hummm… nooo… esperaaa… que no aguantooo… ohhhh

No preste mucha atención a sus débiles y ahogados gemido… estaba alucinado con su gordo trasero… no podía detenerme, seguía clavándola con fuerza…

– Ahhh… hummm… ayyy… mi anitooo… ouuu…. se quejaba.

– Tú lo quisiste…

– Ohhh… siii… sigueee… pero no tan fuerteee… ahhhh…

Sus tetas bailaban, saltaban… la cama retumbaba, sus exclamaciones eran más fuertes…

– Cállate… que nos van descubrir… le pedi

– Si, si… pero no pares… sigueee… hummm…

La muy glotona venia por su tercer orgasmo y yo me encaminaba a mi segunda eyaculación…

– Ohhh… asiii primito… acabameeee…

– Mierdaaa… que me vengo…

Una nueva explosión de mi leche caliente invadió su pequeña y joven cueva… los dos bañados en sudor (y ella en semen) nos rendimos exhaustos y completamente satisfechos en la cama… no supe más… hasta que…

Hasta que… sonó la puerta… me desperté aturdido… el sol entraba por la ventana… había amanecido…

– Anita, ya es hora de levantarse…

Ella se levantó asustada… ¡Carajo! mi vieja, no puede ser… tanto para que nos descubran el ultimo día, pensé… nuevamente tocaron la puerta.

– Abre un rato la puerta hija… insistió mi fastidiosa madre.

– Ya voy… respondió Anita, mirándome con pánico.

Anita se levantó presurosa y con la sabana manchada por nuestro encuentro nocturno, se limpió los restos de esperma de sus intimidades… giraron la perilla de la puerta, iba a entrar… por suerte le había puesto seguro a la puerta.

– ¡Escóndete!… me susurro, mientras ella ocultaba en el ropero la sabana manchada con mis líquidos seminales.

Me metí debajo de la cama como pude… tocaron la puerta. Ella abrió…

– Muchacha, sí que tienes el sueño pesado… se quejó mi madre.

– Si, tía… es que… decía Anita sin encontrar un pretexto.

– y tu cuarto… tu cuarto huele raro… dijo mi madre desconfiada.

Claro que olía raro, ¡olía a semen!, decía yo para mis adentros… si esta pequeña pervertida me exprimió hasta la última gota…

– Es que… es que… anoche… anoche hacía mucho calor tía… y creo que… creo que sude mucho… repuso mi primita.

– ¿Estás en esos días hija?… pregunto la inoportuna de mi madre.

Mi madre quería saber si los olores eran también producto del periodo de mi prima, de sus días rojos, quizás para corroborar que devolvía a mi prima a su pueblo intacta, bien sellada como vino… verificar tal vez que yo no le haya enseñado más de la cuenta a mi prima…

– Si, también… tía… dijo avergonzada Anita.

– Bueno, abre más la ventana para que se ventile el cuarto…

Estaba saliendo, pero se detuvo… ¡ya me jodi!… titubeo, y luego pregunto:

– ¿Has visto a tu primo Juan?

– No… No le visto… respondió con voz temblorosa.

– Ese muchacho ¿dónde se habrá metido?.

¡Si supiera!, ese muchacho se había metido en muchos lugares que no debía, sobre todo, y muchas veces, en el anito de su primita. También estaría metido en muy, pero en muy serios problemas si descubrían que en ese instante estaba metido debajo de la cama…

– Bueno… no importa… prepárate para el desayuno, en un par de horas regresas a tu pueblo… dijo finalmente mi madre y luego salió.

En esos breves minutos a mí me parecieron horas, creo que perdí como dos litros de agua y envejecí un par de años con la tensión de ser descubierto…

Para disimular, minutos más tarde, tuve que aparecerme por el jardín, vestido con ropa deportiva, con el pretexto que había salido a trotar…

Llego el momento de despedirse, mis padres la dejarían en la estación del autobús, preferí quedarme en casa para evitar alguna suspicacia de último minuto… nos dejaron unos momentos solos:

– Gracias por todo primo… me dijo con una sonrisa triste.

– Cuídate primita… siempre estarás en mi corazón… le dije abrazándola.

– Y tú en mi calzón… me susurro traviesamente al oído, tuve que contener la risa.

– Bueno es hora de irnos… dijo mi padre.

– Adiós Anita…

Luego se marchó, dejándome gratos recuerdos de los momentos que vivimos juntos ese verano…

Continuara…

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