Duelo de divas en la gran manzana

Al despertar esa mañana, la conductora de Televisión Sara Aspen abrió las cortinas de su habitación y descubrió que a pesar de las funestas predicciones del hombre del tiempo, esa mañana lucía un sol espléndido en Nueva York. Cómo quería aprovecharlo y no tenía nada qué hacer hasta el día siguiente, decidió dar un paseo por el Central Park.
Aun así y en contra de la costumbre de los urbanitas que pueblan la gran manzana, decidió ponerse guapa en vez de ponerse un chándal porque aunque no estuviera en México, tenía una reputación que mantener. No en vano durante los últimos años, su nombre siempre había estado entre las mujeres mejor vestidas de su país. Por eso, abriendo la ducha dejó caer el coqueto camisón de encaje que le había regalado un antiguo novio y mientras el agua se caldeaba se quedó mirando en un espejo.
Con satisfacción se fijó que a pesar de sus treinta años sus pechos conservaban la dureza de los quince sin que hubiese hecho mella en ellos la edad. Contenta se giró para comprobar que sus nalgas seguían siendo el objeto de deseo de tantos compatriotas y por eso no pudo más que sonreír al espejo cuando la imagen que este le devolvía era el de un trasero estupendo.
« Tengo que reconocer que estoy buenísima”, pensó mientras se ponía el gorro de ducha para evitar echar por tierra el trabajo de su peluquero favorito.
Ya bajo la regadera, se puso a pensar en el maravilloso amante que le estaría esperando a su vuelta y mientras se enjabonaba dejó que su imaginación volara y fueron las manos de ese morenazo las que amasaron sus senos mientras distribuía el gel por su piel. Sin darse cuenta la calentura fue incrementándose en su interior y solo se percató de su estado cuando al pasar sus dedos por uno de sus pezones se lo encontró duro y sensible.
Asustada por lo excitada que estaba sin motivo, se aclaró y salió de la ducha. Ya de vuelta en su habitación y mientras elegía el vestido que ponerse, se fue tranquilizando y por eso al salir hacia el restaurante, volvía a ser la mujer segura y exitosa de la que estaba tan orgullosa.
Las miradas y los cuchicheos que despertó a su paso, solo confirmaron su autoestima y por eso cuando se sentó en la mesa y un grupo de señoras vinieron por sus autógrafos, las recibió con una sonrisa y pacientemente les fue regalando una foto firmada que tenía en su bolso:
«Me debo a mi público»
Una vez acabada esa rutinaria función publicitaria, llamó al mesero y le pidió un café con una tostada. En su fuero interno hubiese deseado saciar su apetito con un par de huevos y unos chilaquiles pero haciendo un esfuerzo, se dijo:
«Para ser bella hay que sufrir», y mojando sus ganas en el café, terminó ese frugal almuerzo sintiendo más hambre que antes de empezar.
Al salir nuevamente tuvo que firmar un par de fotos pero en contra de la vez anterior, lo hizo con desgana. Todos los días le pasaba lo mismo, se ponía de mal humor por no poder saciar a su estómago para que la grasa no se le acumulara en el trasero.
Molesta por la dureza de su régimen, salió a la calle y se puso a pasear por ese enorme parque. Siempre que recorría los caminos empedrados del Central Park, no podía dejar de sorprenderse del número de personas que todas las mañana hacía ejercicio por sus veredas…

Mientras eso ocurría, a pocas millas de allí, Ivanna se había despertado, había levantado a sus hijos y les había acompañado a desayunar como tantas madres en este mundo. Daba igual que fuera una rica heredera, propietaria de muchas empresas y con una marca de joyería con su nombre, en cuanto se había quedado embarazada del primero decidió que por nada del mundo permitiría que una nana se ocupara de su retoño.
Todavía recordaba con dolor su infancia donde ante la ausencia de sus padres habían sido unas criadas las que realmente se habían ocupado de ella.
“Con mis hijos, eso un nunca ocurrirá”, se dijo ese día y aunque sus ritmo de trabajo a veces lo hacía imposible, cuando estaba en la gran manzana era ella quien se ocupaba de llevarlos al colegio.
Por eso en cuanto se terminó de vestir y se echó unas gotas de Rosa de Alejandría en su cuello, agarró su maletín y metiéndose en la limusina, esperó a que los niños se subieran para pedirle al chofer que los llevara. Ya de camino a la escuela, como era habitual en ella, se puso a repasar su agenda y con desagrado, cayó en la cuenta que tenía un evento promocional en la quinta avenida, muy cerca del Central Park.
« ¡Qué pesadez!», mentalmente se lamentó sin que de sus labios saliera una queja no fuera a ser que la oyeran y sus hijos pensaran que a mamá no le apetecía trabajar.
Ser Ivanna Truly tenía sus deberes y desde bien cría, su padre se lo había dejado claro:
-Eres una figura pública y millones de ojos te vigilaran esperando tu tropiezo.
Por nada del mundo pondría en peligro el buen nombre de su familia, al contrario de lo que hacían algunas de otras herederas de emporios aún más grande que el suyo. Ella era y sería siempre, un ejemplo para los neoyorkinos. Y si alguna vez decidía permitirse un flaqueo, lo haría en su casa fuera de los focos de la prensa.
Dos horas más tarde y habiendo cumplido con sus compromisos profesionales, Ivanna decidió tomar un café en la tienda de Ralph Lauren aprovechando que estaba cerca. Por eso tras avisar a su equipo de seguridad , se bajó de su automóvil y entró en el local. Como siempre se vio asediada por los fans y tuvo que ser uno de sus guardaespaldas quien le abriera pasillo hasta la cafetería.
Una vez allí, observó con disgusto que todas las mesas estaban ocupadas y ya se iba cuando de pronto oyó a su espalda que alguien la llamaba. Al darse la vuelta, descubrió que era una locutora de la televisión mexicana que hacía dos meses le había hecho una entrevista y sabiendo que debía mantener buenas relaciones con la prensa, decidió acercarse a ver que quería.
-¿Te apetece acompañarme? Estaba a punto de pedirme un café.
Aunque no le apetecía mucho la idea, recordó que esa rubia le había caído simpática y por eso accedió a compartir con ella la mesa. Como en México la plática de esa mujer resultó entretenida y hablando de moda y de diseño se les pasaron las horas hasta que recibió una llamada de su marido preguntando donde estaba. Al comentarla que estaba tomando un café en ese local, Harry le dijo que estaba enfrente y que le esperara allí.
No habían pasado diez minutos cuando apareció por la puerta mirando hacia el local en busca de Ivanna. Al encontrarla en una esquina se acercó hasta ellas y con una sonrisa en su rostro preguntó sin darle antes el beso con el que tenía acostumbrada a su mujer:
-¿No me vas a presentar a tu amiga?
La rica heredera antes de responder se percató que su hombre estaba devorando con la mirada a la mexicana, por eso de muy mala gana, se la presentó diciendo:
-Sara te presento a mi marido.
La locutora que lo había reconocido de las revista, se levantó para saludarle de un beso con tan mala fortuna que tropezó con el bolso de Ivanna y solo la ayuda de Harry evitó que cayera de bruces al suelo.
«Esta zorra lo ha hecho a propósito», pensó su mujer molesta de que Harry al hacerlo, la cogiera de la cintura.
Sara por su parte, se puso colorada al percatarse que se había excitado al notar los músculos de los brazos de su salvador y por eso sentándose de inmediato, no notó que un botón de su blusa se le había desabrochado.
Semejante exhibición involuntariamente despertó el interés del tipo y recreándose en el sugerente canalillo de la mexicana, saludó con la mano a su mujer.
«¿De qué va? ¿No se da cuenta que estoy presente?», exclamó mentalmente su esposa ya francamente cabreada.
Como el don Juan que había sido antes de conocer a Ivanna, Harry comenzó a charlar con la mexicana sin dejar de mirar su escote y mientras a su lado, la ira de su mujer iba tornándose cada vez mayor. Decidida a darle una lección, llamó al camarero y mientras este llegaba, se desabotonó su blusa sabiendo que esa mañana no se había puesto sujetador.
« Ahora verá», se dijo y justo cuando el empleado llegó con la bandeja, se echó hacia adelante dejando al descubierto sus pechos.
El pobre sujeto no se esperaba tal exhibición y poniéndose nervioso derramó las bebidas sobre la rica heredera sin que su marido se enterara del motivo de tal torpeza.
-Señora, lo siento.
Asustado hasta la médula el latino, intentó secar el estropicio con un trapo pero solo consiguió manosear los senos de la rubia que enfadada, se levantó y pidió a su marido que la acompañara fuera.
Harry que estaba embelesado con la rubia locutora y que quería hablarla de sus planes de lanzar una cadena de televisión para hispanos, sin pensárselo bien y antes de acompañar a su mujer, la invitó a cenar esa noche en el edificio Truly.
-¿A qué hora?- contestó la mexicana.
El gringo que no se había fijado en la cara de cabreo de su mujer, contestó:
-A las ocho y media.
Tras lo cual, se despidió y juntos salieron hasta la limusina que les esperaba en la calle.
Ya en el coche, Ivanna estaba que se subía por las paredes mientras Harry ajeno a lo que su esposa estaba sintiendo, no paraba de hablar de la locutora. Lo peor para la heredera fue cuando sin mala intención le preguntó que le parecía contratar a esa monada para que fuera la cara bonita del canal:
-Piénsalo, Sara es muy popular en México y podremos aprovechar su popularidad para crecer como la espuma entre los inmigrantes.
Celosa hasta decir basta, Ivanna no pudo más que reconocer que era una buena idea mientras en su interior planeaba su venganza.
«Esa putita y este patán sabrán que no es bueno tenerme de enemiga», masculló entre dientes en la soledad de su cuarto de baño mientras se preparaba para la cena.
Al salir y entrar en su cuarto, como quien deja caer la cosa, dijo a su marido:
-Harry, prefiero cenar en casa. Porque no llamas a Sara y le dices que un chofer pasará a recogerla.
El bobo no vio la encerrona que suponía el hecho de recibirla en casa lejos de las miradas de terceros y creyendo en la buena fé de su mujer, cogió su teléfono y llamó a la rubia a su hotel. La locutora al enterarse que cenaría en la mansión de ese matrimonio, vio la oportunidad de comentar a su vuelta a México que era de las pocas compatriotas que había tenido ese honor y por eso, con tono meloso, aceptó de inmediato.
Ivanna no pudo más que sonreír discretamente al saber que esa guarrilla no saldría indemne de la cena, tras lo cual eligiendo sus mejores galas, esperó su llegada.
A cinco kilómetros, Sara estaba desesperada porque la ropa que había traído del DF no era lo suficientemente elegante y por eso, cogiendo su bolso se lanzó escaleras abajo en busca de alguna boutique donde comprar algo acorde.
La suerte le acompañó porque en el hall encontró una todavía abierta y sin pensárselo dos veces, llegó a la dependienta y le dijo:
-Necesito algo sexy y elegante.
La encargada dudó unos instantes y sacando un vestido de su percha se lo dio diciendo:
-Pruébeselo, le aseguro que con él su pareja caerá entre sus brazos.
Aunque el color vino no era uno de sus favoritos, la locutora confió en el buen gusto de la mujer y pasando a un probador, se lo puso. Al mirarse en el espejo, le gustó la imagen que se reflejaba porque el escote en forma de corazón de ese traje maximizaba la belleza de sus pechos sin resultar vulgar. El único problema era que al mirar que apenas le llegaba a medio muslo, pensó que quizás era demasiado atrevido pero al girarse y comprobar el trasero que le hacía, decidió quedárselo….

La mansión Truly.
La limusina llegó puntualmente a la cita y no queriendo llegar tarde Sara se introdujo en su interior. Ya acomodada en el asiento, no pudo más que admirar la elegancia que transpiraba todo el vehículo y deseó que algún día ella también tuviera el dinero suficiente para ser la propietaria de uno y recordando que ambos componentes del matrimonio que iba a ver estaban forrados, muerta de risa pensó:
-Como se apendeje esa rubia, le vuelo a su marido.
Aunque en ese momento no lo pensaba en serio cuando el coche entró en el jardín de esa mansión y sabiendo que el tal Harry se la había regalado a su esposa como regalo de boda, se tuvo que morder los labios para no gritar:
¡YO LO QUIERO!
Si el jardín era espectacular, la casa lo era aún más. No solo era enorme, era francamente impresionante. En su imaginación ya era ella la dueña de todo cuando la verdadera propietaria rompió su encanto esperándola encima de las escaleras.
Embutida en un traje de seda rojo sangre estaba sublime. Era tanta la clase y belleza de la mujer que comparándose con ella, se vio en desventaja. El colmo fue cuando subiendo hasta ella, Ivanna la recibió con una sonrisa diciendo:
-Bienvenida a mi territorio.
Sara se percató del reto velado con la que esa mujer la saludó pero no queriendo enturbiar desde el inicio la velada, se quedó callada y respondió con un beso en su mejilla diciendo:
-Es un honor.
Al contrario que su mujer, Harry se mostró cordial en exceso y dándole un abrazo, dejó que su mano por un segundo recorriera el trasero de la mexicana. Esa rápida caricia provocó que sus pezones se pusieran duros de inmediato e Ivanna al descubrirlo pensó que esa zorrita iba a por su marido:
« No tardará en arrepentirse», pensó mientras entraban al salón donde tenía preparado el aperitivo.
Una vez dentro, le molestó ver que su marido agarraba a la mexicana de la cintura mientras le enseñaba orgulloso los diferentes reconocimientos que había conseguido su mujer pero la gota que hizo explotar a la rubia heredera fue a su rival diciendo:
– ¿Y cuál de ellos no ha comprado?
– ¡No he comprado ninguno! ¡Son gracias a mi esfuerzo!- gritó enfrentándose cara a cara con ella.
Sara disfrutando de esa pequeña victoria, soltó una carcajada diciendo:
-Era broma. ¡No te enfades que se te hacen arrugas!
Instintivamente, Ivanna sacó un espejo de su bolso y miró su rostro sin darse cuenta que eso era exactamente lo que quería esa arpía. La certeza de su derrota llegó de la forma más cruel que no fue otra que oír a Harry reírse con la ocurrencia.
« ¡Ella se lo ha buscado! ¡Pienso humillarla tanto que tenga que volver con el rabo entre las piernas a su subdesarrollado país!», sentenció mentalmente mientras pedía al mayordomo que abriera una botella de su mejor chardonney.
Con ganas de saltarla al cuello, la heredera tuvo que aguantar durante el aperitivo que su marido propusiera a la locutora el hacerse cargo de los informativos de la nueva cadena y que Sara haciéndose de rogar, le contestara que tenía que pensárselo.
« ¡Será puta! ¿Qué tiene que pensar? ¡Si es una muerta de hambre!», cada vez más cabreada, pensó para sí.
Harry, que no había advertido ni el cabreo de su mujer ni que era una pose la actitud de la mexicana para negociar mejor, se desvivió para convencer esa rubia a base de halagos, piropos y demás galanteos.
Celosa y humillada, cuando el servicio le avisó que la cena estaba lista, decidió pasar al ataque y disimulando ya en la mesa, entabló una cordial conversación con esa mujer mientras esperaba la oportunidad de devolver multiplicados sus desplantes. Aunque Sara se percató de ese cambio pero no dijo nada sino como le había enseñado una estructura como televisa, decidió esperar con las uñas preparadas el siguiente ataque.
En cambio, Harry con los ánimos insuflados al ser el objeto de atención de esas dos bellezas y sin dejar de coquetear con ninguna, se relajó y siguió bebiendo a un ritmo pausado pero constante de forma que las dos primeras botellas cayeron antes de que terminaran el segundo plato.
Al pedir la tercera, el mayordomo se disculpó con su señora diciendo:
-Se nos han acabado aquí arriba. ¿Me puede dar la llave de la bodega y subo otras dos más?
Aunque le molestó esa falta de previsión, vio en ella la oportunidad que estaba buscando y dirigiéndose con voz melosa a su marido, dijo:
-Cariño, sabes lo poco que me gusta que entren donde guardo mi colección de vinos, ¿Te importaría bajar tú?
Ya con la voz tomada, Harry no puso inconveniente y pidiendo perdón dejó a las dos rivales solas, una frente a la otra mirándose a los ojos.
Se podía cortar con un cuchillo el ambiente. Las dos divas sabían que se avecinaba un duelo del que solo una de ellas saldría triunfante mientras la perdedora se sentiría humillada de por vida. Retándose en silencio, durante unos interminables segundos amabas mujeres fueron midiendo sus fuerzas con la mirada, intentando que la otra se sintiera intimidada.
Como anfitriona, Ivanna decidió que ella debía de iniciar las hostilidades y por eso con tono suave para que no la oyeran desde la cocina, dijo a su rival:
-Mira zorrita, sé lo que pretendes…
Con una sonrisa cargada de desprecio, la mexicana la interrumpió diciendo:
-No tienes ni idea.
Elevando su tono, la norteamericana contestó:
-¿Crees que con tu vulgar coquetería me puedes quitar a mi marido? ¡Te falta clase y estilo!
La locutora soltó una carcajada y retando directamente a su rival, con voz baja, contestó:
-No te engañes, frente a mí, solo tu dinero me hace sombra. Si no fuera por él, Harry sería un cachorrito en mis manos.
La mención a su riqueza fue el detonante de la ira de Ivanna que sin medir las consecuencias, espetó:
-¡Soy mucho más mujer que tú!- y producto de su enfado, llevando las manos hasta sus pechos, le soltó: -Te apuesto un millón de dólares y mi marido a que pudiendo elegir, Harry me prefiere a mí.
Muerta de risa, Sara contestó:
-¿Y si pierdo?
-Renuncias al puesto que te ofrece y te vas como la ilegal que eres derechita a la frontera y desapareces de nuestras vidas.
-Aceptó- contestó tras pensarlo unos segundos al percatarse que en el peor de los casos, se quedaba como hasta ahora y disfrutando de antemano, preguntó: -¿Cómo quieres hacerlo? ¿Cómo piensas darle libertad para elegir entre nosotras? No sería un duelo justo si tu marido cree que puede tener consecuencias el elegirme a mí.
¡Ivanna no había pensado en ello!
El contrato prenupcial que su padre le había obligado a firmar era claro: Si Harry era infiel, ¡Perdería hasta la camisa! Tuvo que hacer un esfuerzo para evitar que en sus labios se dibujara una sonrisa y convencida que ese papel desnivelaría la balanza en caso de duda, mintió a su enemiga diciendo:
-Por eso no te preocupes. No somos tan pueblerinos como los mexicanos. Ya hemos hecho antes intercambios de pareja.
La locutora no la creyó pero el premio era tan inmenso que sabiendo que esa mujer llevaba las cartas marcadas, decidió asumir el riesgo al confiar en sus encantos. Aun así insistió:
-¿Cómo empezamos?
La heredera sin llegarse a creer lo tonta que era esa zorra, respondió:
-Después de la cena, tontearemos entre nosotras poniendo cachondo a Harry y cuando quiera unirse a la fiesta, le obligaremos a elegir a una. Con la que se vaya primero, ¡Habrá ganado!
Todavía estaban discutiendo los términos del acuerdo cuando hizo su aparición Harry con las botellas. Ajeno a la red que esas dos iban a tejer a su alrededor durante su ausencia en su mente se había imaginado un trio con ellas dos. Aunque sabía que en la universidad Ivanna había tenido un desliz lésbico con su compañera de cuarto, este no pasó de unos besos y un par de achuchones.
«¿Y si las emborracho?», se preguntó sin darse cuenta que era el alcohol que llevaba ingerido el que hablaba.
Tan caliente le había puesto la idea que decidió intentarlo. Por eso nada más volver al comedor, abrió la primera y rellenando las tres copas, brindó con ellas diciendo:
-Por el resultado de esta noche.
El iluso no supo reconocer el significado del brillo de los ojos de ambas mujeres al hacer dicho brindis y creyó que aunque pareciera imposible cabía la posibilidad que se cumpliera su deseo. Ese espejismo se vio reafirmado durante el resto de la cena al percatarse que su esposa no ponía peros ante el tonteo descarado de la extranjera.
« ¡Esta noche será memorable!», continuamente se decía mientras sin parar vaciaba las botellas una tras otra en las tres copas.
Incluso la tirantez que notó en un principio entre las damas había desaparecido y tanto Ivanna como Sara reían sin control cada una de sus sugerencias. Estaba tan envalentonado cuando ya habían acabado el postre, se le ocurrió decir:
-Os lleváis tan bien que parecéis novias.
Ese fue el momento que eligió su esposa para que diera inicio el enfrentamiento con la locutora y poniendo voz melosa mientras por encima de la mesa agarraba la mano de la mexicana, le respondió:
-¿Te gustaría?
El tono de su mujer incrementó sus esperanzas pero no sabiendo qué tipo de terreno pisaba, contestó:
-No estoy seguro.
Ivanna no pudo evitar soltar una carcajada al comprender la prudencia de su marido y despidiendo al servicio para que nadie fuera testigo, levantándose de la mesa fue hasta la rubia y dándole un beso en las comisuras de sus labios, miró a su marido diciendo:
-Vamos al salón. Ocúpate tú de las copas, mientras pongo música.
Harry no supo reaccionar al ver esa muestra de cariño y se quedó paralizado de pie junto a la mesa. Tuvo que ser Sara quien le sacara de ese estado: Pasando junto a él abrazada a su esposa, le soltó un suave azote en el culo mientras le decía:
-Date prisa, Don Juan. Tus mujeres tienen sed.
Nervioso ante la perspectiva de poseer a esas dos bellezas, el tipo sirvió una primera copa y se la bebió de golpe antes de poner las demás, de forma que cuando terminó en los altavoces ya sonaba un tango. Harry no tuvo tiempo de sentarse porque retirando los vasos, su mujer lo sacó a bailar.
Si ya eso fue una sorpresa mas lo fue notar que mientras bailaban su mujer pegó su pubis contra su sexo y sin importarle la presencia de la locutora empezaba a restregar su coño contra él.
« ¡No puedes ser!», exclamó mentalmente al notarlo y no queriendo excitarse antes de tiempo, intentó retirarse pero Ivanna se lo impidió llevando la mano hasta su trasero.
Sara mientras tanto se iba encabronando al saber que su rival estaba haciendo trampas y por eso, simulando una sonrisa, decidió unirse a la pareja.
«Esta puta estirada no sabe quién soy yo» y cogiendo una mano del marido, se la colocó en su trasero mientras abrazaba a los dos.
La heredera sonrió al ver la burda maniobra de la mexicana e imitándola llevó la otra a sus nalgas, pensando:
«Menudo error ha cometido, Harry se dará cuenta que el mío es mejor», sin saber que en ese momento, su marido estaba disfrutando de ambos por igual.
Al bailar el tango, obligó a su pesar que las dos enemigas pegaran sus pechos una contra la otra y aprovechándolo, Sara murmuró en el oído de la otra:
-Estás plana. ¡Pareces un hombre!
Que menospreciara sus senos, indignó a Ivanna que queriendo darle una lección usó un requiebro para propinarle un pellizco en mitad de una teta.
-¡Me has hecho daño! ¡Puta!- recriminó a su agresora en la siguiente vuelta y no queriendo ser menos, agarró entre sus dedos una de las areolas de la heredera y apretó.
Mientras ese duelo ocurría, el marido no se enteraba de nada al ir alternando de una a la otra con su pene completamente erecto, bastante tenía el pobre sujeto con disimular el bulto de su entrepierna.
El que esa locutora de tres al cuarto le hubiese devuelto la agresión sacó de sus casillas a Ivanna y queriendo castigar su osadía, desgarró la camisa de su rival dejando al descubierto sus pechos.
-No estás mal dotada- reconoció al comprobar lo que escondía esa mujer.
La mexicana ni siquiera hizo el intento de ocultarlos y disimulando su cabreo, bajó los tirantes de su agresora liberando su delantera.
Al ver supuesto don Juan a las dos mujeres semi desnudas, creyó que era un juego y aplaudiendo se sentó con su copa en el sofá, diciendo:
-Estáis preciosas haciendo que estáis cabreadas. ¡Bailad para mí las dos juntitas!
Ya bastante borracho, no se percató de la mirada asesina que le dirigió su mujer ni tampoco que cuando obedeció cogiendo a Sara entre sus brazos, le dijo al oído:
-No sé qué ven tantos millones de mexicanos en ti. Para no tener no tienes ni nalgas.
Muerta de risa, al notar la impotencia de la heredera, la mexicana agarró con sus manos el trasero de Ivanna y pegándole un buen magreo, respondió:
-Debería hacer más ejercicio, tienes el culo caído.
Aunque ese insulto hizo mella en la heredera, mas vergüenza le provocó sentir un pinchazo en su entrepierna producto de ese toqueteo y rechazando ese pensamiento, tomando la iniciativa quiso jalar de los vellos púbicos de su enemiga con tan mala suerte que sus dedos lo único que se encontraron fue con un sexo totalmente depilado. Recuperada de la sorpresa y no queriendo perder la oportunidad de humillarla, murmuró uniendo sus cabezas mientras metía una de sus yemas entre esos pliegues:
-No me imaginaba que una mojada tuviese el buen gusto de no parecer un mono.
Sara abrió los ojos al notar la agresión pero pensando que si el marido veía a su mujer metiéndole mano se iba a excitar con la idea de poseerla él también, no tardó en separar sus rodillas y enfrentándose a la otra rubia, dijo:
-¿Te calentaste? ¡Putilla!- y muerta de risa, le soltó: -Creo que no tardaré en tenerte a mis pies.
Las palabras de la locutora recordaron a Ivanna lo que se jugaba y por eso respondió:
-Te equivocas. Eres tú la que no tardará en berrear como una puta ante mí. Le demostraré a Harry que soy mucha más mujer que tú- mientras aprovechaba para acariciar con sus yemas el clítoris de su enemiga.
Tal era el cabreo de las dos que ninguna se percató que el objeto de su enfrentamiento se había quedado dormido en el sofá y que ocurriera lo que ocurriese, iba a dar igual.
Sara no se esperaba esa reacción pero no le costó comprender las intenciones de esa arpía y mientras notaba que no era indiferente a la forma en que la estaba masturbando, decidió cambiar de estrategia y fingiendo una calentura que todavía no tenía, llevó sus labios a los de su rival mientras pensaba:
«Si crees que me vas a poner bruta, estás confundida».
Al sentir el beso, Ivanna creyó iba camino a la victoria y que esa rubia no tardaría en correrse. Por ello, forzó la boca de su rival con su lengua mientras seguía torturando su botón. La locutora dejó que la heredera jugueteara un rato en el interior de su boca antes de llevar una de sus manos hasta el pecho de la otra acariciándolo y al encontrar su pezón erecto, vio la oportunidad de devolverle la calentura que ya se acumulaba en su entrepierna. Decidida a no dejarse vencer, la fue besando por el cuello con la intención de apoderarse de ese rosado trofeo. Al llegar a su meta, lamió esa maravilla antes de mordisquearla suavemente.
En cuanto la americana sintió la acción de los dientes de la otra, no pudo reprimir un gemido mitad placer mitad vergüenza por saber que lo había provocado una mujer y encima mexicana. Con la respiración entrecortada, Ivanna se sintió indefensa y por eso buscó con la mirada el apoyo de su marido. Pero desgraciadamente, descubrió pasmada que Harry se había quedado dormido con su pene en una mano y su copa en la otra.
« ¡Está K.O.!» exclamó mentalmente al percatarse que producto del alcohol estaba inconsciente.
Ese descubrimiento curiosamente la tranquilizó al saber que no iba a perder la apuesta pero también porque él no sería testigo de su calentura. La situación la había puesto cachonda y sin el riesgo de romper su matrimonio decidió aprovechar la apuesta para experimentar por primera vez que se sentía al estar con una mujer. Para evitar que Sara conociera el estado de su esposo y diera por cancelada la apuesta, la giró de forma que este quedara a su espalda.
Ya segura que la locutora no se iba a percatar que el tipo había caído en los brazos de Morfeo, ofreció a su rival sus pechos como ofrenda, esperando que cayendo en su juego los tomara nuevamente entre sus labios mientras incrementaba las caricias de sus dedos sobre el ya erecto botón de la mujer.
“Me estoy poniendo cachonda”, muy a su pesar reconoció la hispana al sentir que un calambrazo recorría su cuerpo al ritmo con el que esa zorra la estaba pajeando.
No queriendo perder la iniciativa, Sara cogió uno de los pezones de la heredera entre sus dientes y pegándole un suave mordisco, buscó que su enemiga se contagiara de la misma calentura que ya la atormentaba. El gemido de placer que brotó de su garganta le dio los ánimos suficientes para atreverse a aprovechar la ventaja para obligar a esa mujer a rebajarse a lamerle los pechos.
Ivanna azuzada por una lujuria que hacía años que no sentía se lanzó como una posesa a chupar los duros senos de la mexicana, olvidando por primera vez el verdadero objetivo de ese duelo. Las rosadas areolas de la rubia al recibir esas atenciones obviaron que eran producidas por otra mujer y traicionando a su dueña, reaccionaron con una celeridad tal que la hizo boquear y reconocer en voz alta:
-Sigue puta. ¡Me encanta!
La heredera vio en esa súbita debilidad una oportunidad de dejar zanjada quien era más mujer y disfrutando de los aullidos de placer de su contendiente, incrementó la velocidad con la que su lengua recorría los pezones de la hispana. Lo que no se esperaba la nacida en los Unites fue que en ese momento, Sara dejara caer sobre una de sus nalgas un sonoro azote.
Al sentirlo lejos de indignarse, se notó azuzada en su lujuria y antes que se diera cuenta se vio desgarrando lo poco que le quedaba de la ropa a su rival. Con Sara únicamente portando un coqueto tanga se tomó un segundo para valorar el cuerpazo que tenía su rival, antes de sufrir su carísimo traje el mismo destino.
-Me costó diez mil dólares- protestó al ver hecho trizas ese exclusivo modelo y llevando sus dedos al tirante que unía el encaje del escueto calzoncito de la hispana, echa una furia lo rasgó dejando totalmente en cueros a su enemiga.
La locutora al verse desnuda no quiso darle esa ventaja a su oponente y aprovechando un descuido usando una llave de judo, la tumbó contra su voluntad sobre la costosa alfombra persa y tirándose sobre ella, la despojó de la blanca braguita que todavía lucía sobre su sexo. Al hacerlo, las yemas de la mexicana rozaron los pliegues de la americana descubriendo que esa zorra estaba al menos tan cachonda como ella. Viendo que Ivanna todavía no se había repuesto de la sorpresa, decidió aprovechar esa revelación para obligarle a separar sus rodillas mientras ella hundía la cara entre las piernas de su indefensa víctima.
“¿Qué estoy haciendo?”, recapacitó durante un instante al saborear el fruto prohibido que la gringa escondía entre sus piernas.
Alucinada y sorprendida por igual, tuvo que reconocer que el aroma agridulce que manaba del pubis de esa mujer le estaba trastornando e incapaz de contenerse, recogió entre sus dientes el ya erecto clítoris que el destino había puesto en su camino y con un celo enfermizo, se puso a disfrutar de su sabor mientras escuchaba los gemidos con la satisfacción de un depredador.
“Esta puta no va a tardar en correrse”, pensó pasando por alto que su propio cuerpo se estaba viendo afectado en demasía con el roce de la tersa piel de su oponente.
En ese instante, Ivanna estaba aterrorizada no solo porque estaba gozando como nunca sino porque veía cercana su derrota. Sacando fuerzas de la desesperación, consiguió despejar su mente y retomando la iniciativa, introdujo dos yemas dentro del coño de su agresora mientras ésta continuaba asolando sus defensas a bases de lengüetazos. La humedad que empapó sus dedos y el aullido de placer que oyó al penetrarla le dieron nuevos ánimos y con toda la celeridad que pudo comenzó a pajearla sin saber si llegaría a tiempo.
“¡Aguanta nena!”, se dijo, “¡No debes perder!
Por su parte la mexicana, que ya se creía ganadora, al experimentar las uñas de la americana entrando y saliendo del interior de su sexo, palideció al sentir un placentero escalofrió que surgía de sus entrañas.
“¡Un minuto más!”, pidió a su cuerpo que esperara y recordando que ella misma se volvía loca cuando se acercaba el clímax y le mordían el clítoris, cerró sus dientes sobre el hinchado botón de la mujer.
Ese mordisco fue una carga de profundidad en la mente de la heredera que desesperada empezó a azotar el culo de sus rival en un postrero intento de evitar el orgasmo.
“¡No aguanto más!”, lloró en silencio al notar el latigazo de placer que recorría su cuerpo y ya derrotada se dejó llevar por las explosivas sensaciones sin darse cuenta que al mismo tiempo que ella se corría, la arpía que tenía entre las piernas hacía lo mismo quizás con mayor énfasis.
Los gritos de ambas retumbaron en las paredes del salón al ritmo que sus cuerpos convulsionaban sobre la alfombra mientras el objeto de la apuesta roncaba su borrachera ajeno al resultado. Sin saber a ciencia cierta quien había ganado y quien había perdido, las dos mujeres disfrutaron de la belleza de Lesbos olvidando temporalmente sus desavenencias.
Sus labios sellaron una paz momentánea dejando que sus lenguas juguetearan en la boca de su rival mientras sus cuerpos se volvían a entrelazar en una danza tan ancestral como prohibida. Una vez liberadas de sus prejuicios, Ivanna y Sara se vieron inmersas en un prolongado gozo del que solo salieron cuando escucharon que Harry soltaba la copa que todavía mantenía en su mano.
Muertas de risa, unieron sus bocas con renovado ardor durante unos segundos hasta que con una sonrisa la americana susurró en el oído de su rival:
-Zorra, te he ganado.
Lejos de ofenderse, la locutora soltó una carcajada diciendo:
-Eso es mentira, ¡has sido tú la primera en correrse!
De buen humor ambas discutieron durante un rato de quien era la victoria mientras no se dejaban de acariciar y viendo que no llegaban a un acuerdo, entornando los ojos, Sara propuso a su rival:
-La noche es larga. Veamos quien consigue mas orgasmos de la otra.
Ivanna, ayudando a la mexicana a levantarse del suelo, contestó mientras pasaba su brazo por la cintura de la otra mujer:
-Acepto aunque solo sea para demostrarte que eres una zorra y tengas que volver a tu país con la cola entre las piernas.
Luciendo una sonrisa de oreja a oreja, la aludida le respondió:
-Puta, serás tú la que pierda y el puesto será mío.
Ya estaban saliendo del salón rumbo a la habitación cuando volteándose la invitada miró al despojo de hombre que yacía alcoholizado sobre el sofá y riendo preguntó a su rival:
-¿Qué hacemos con tu marido?
-Déjale durmiendo, ¡esto es entre tú y yo!….

 

Un comentario sobre “Relato erótico: “Duelo de divas en la gran manzana” (POR GOLFO y VIRGEN JAROCHA)”

  1. os traigo un relato que acabo de terminar despues de seis meses y que escribí por la insistencia de dos amigos. Es la historia de un duelo de divas entre una conocídisima HEREDERA AMERICANA y una no menos famosa LOCUTORA DE TELEVISIÓN, Os tengo que reconocer que al publicarlo me dio miedo usar los NOMBRES REALES pero me parece que por las pistas que doy está claro quienes y como se llaman las protagonistas de la historia.

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