5

Ya en casa, mi cerebro era un auténtico pandemónium. Estaba increíblemente confusa, no sabía cómo tomarme lo ocurrido. Había sido forzada, dada por culo en contra de mi voluntad, y encima por mi propio cuñado: ¡era denigrante!. Pero también había disfrutado con ello. El ser sometida salvajemente, penetrada con dureza y pasión, desvirgada analmente, y además por mi cariñoso cuñado: ¡era hiperexcitante!. Me había sentido débil y humillada, y a la vez, poderosa y triunfal: ¡era tan contradictorio!.

Ángel había forzado mi cuerpo y voluntad, pero…

– Tú lo has provocado – dijo el reducto de mente masculina que me quedaba -. No puedes echarle toda la culpa a él.

– Pero le dije que “no”- contestó mi ya dominante mente femenina.

– Pilló a un pibón metiéndose los dedos en el culo, masturbándose. Y encima te quedaste mirándole la polla con cara de zorra viciosa, ¿qué querías?. Estabas pidiendo a gritos que pasara lo que ha pasado.

– Pero… es mi cuñado…

-¿Crees que eso se le pasó en algún momento por la cabeza?. Sólo respondió a sus instintos, tú habrías hecho lo mismo…

Acabé con mi debate interno porque sabía que todo aquello era cierto. No podía negar el hecho de que había sido violada, pero tampoco podía negar el que yo lo hubiera propiciado y que, seguramente, habría podido oponer más resistencia. Y además, me había gustado… Tal vez, la razón de mi indignación no era el hecho de haber sido forzada, sino el haber estado a punto de correrme y no haberlo conseguido.

¿Debería contarle a mi hermana lo que me había hecho su marido?. Rotundamente, no. Aquello destruiría su matrimonio y su vida, y yo había sido cómplice del delito.

Tenía el culo y los pechos doloridos, así que, al igual que hice el día anterior, me di un relajante baño de burbujas con el que traté de dejar mi mente en blanco. Cuando me metí en la cama, no pude evitar que lo ocurrido se repitiera una y otra vez en mi cerebro, me dormí con las braguitas húmedas.

Al día siguiente, había tomado la determinación de llamar a María para decirle que, aunque se lo había prometido, no iría por la tarde a la piscina con ella y los niños. Pondría cualquier excusa para no volver al lugar de los hechos, y me iría al hospital. Necesitaba desahogarme contándole la experiencia a alguien, y el cuerpo dormido de Antonio era el interlocutor perfecto para liberar mi carga.

Justo al coger el móvil, recibí un mensaje. Era de Ángel, mi cuñado. Sentí cómo se me aceleraba el corazón:

– Lucía, lo siento muchísimo – ponía.

Siento lo que te hice ayer – leí en un inmediato segundo mensaje.

Por favor, no le digas nada a María.

Antes de darme cuenta, mis dedos ya estaban escribiendo y mandando una respuesta:

– Ángel, me violaste.

– Joder, no lo digas así – contestó.

– Me forzaste, si así lo prefieres.

– Lo sé, Lucía, estabas tan… no pude controlarme… Por favor, no le digas nada a María.

Seguro que había pasado la noche torturándose, angustiado por la culpabilidad y las posibles repercusiones, por lo que decidí tranquilizarle:

– Tranquilo, no le voy a decir nada a mi hermana…

– Gracias, gracias, mil gracias.

De verdad que lo siento. Lo que hice no tiene excusa… No quería hacerte daño

– ¿No querías hacerme daño?. Ángel, me diste por culo…

Enseguida me di cuenta de que esa afirmación podría machacarle, así que envié otro mensaje inmediatamente:

– Aunque sólo me dolió el primero…

– ¿Solo te dolió el primero?, ¿eso qué significa?.

– Que sólo me dolió el primer empujón cuando me la metiste– le contesté dejándoselo meridianamente claro.

Luego me gustó… – me sorprendí a mí misma confesándole.

Mi cerebro se estaba recalentando, la contestación se me había ido de las manos. Rememorarlo me estaba excitando.

– ¿Te gustó?, ¿lo dices en serio?.

– En serio. Me gustó mucho… seguro que te diste cuenta – ya puse todas mis cartas bocarriba.

– Joder, Lucía… Tengo tus gemidos grabados a fuego, y creía que sólo eran una fantasía para no sentirme tan culpable…

– Ya… puede que alguno se me escapase.

– A mí también me gustó mucho. Me encanta tu culo.

Él ya había pasado del sentimiento de culpabilidad al morbo, convirtiéndose la conversación en algo muy distinto a como se había iniciado. Los dos estábamos excitados, y nos íbamos a dejar llevar por nuestros instintos.

– Ya sentí cómo te gustaba – le escribí -, bien profundo.

– ¡Uf! Lucía, me estás poniendo malo, y estoy en un cursillo.

– Más mala me pusiste tú a mí. ¡Me dejaste a medias!.

– ¿Cómo?????.

– Pues eso, ¡que quería que me dieses más!.

– Joder, como te pille te vas a enterar…

– ¿Ah, sí?. A ver si es verdad. Esta tarde voy a ir a la piscina, y volveré a estar en tu casa a la misma hora de ayer…

Se me había ido completamente de las manos. Estaba ciega de hormonas femeninas, hambrienta de sexo. El haberme quedado el día anterior a las puertas del orgasmo sin alcanzarlo, me había trastornado más de lo que jamás habría imaginado. Deseaba repetir la experiencia, había sido súper excitante ser forzada y follada por el culo por mi propio cuñado. Aunque sólo era tal desde hacía unos días, sentía como si lo hubiera sido desde hacía años, y eso lo hacía todavía más morboso, con el aliciente de que aquel episodio había ocurrido en su casa, convirtiendo el peligro de ser descubiertos en un poderoso afrodisíaco. Sin duda, destruir aquel tabú me resultaba irresistiblemente tentador, tan erótico y salvaje, que necesitaba volver a vivirlo y disfrutarlo plenamente.

– Allí estaré – contestó Ángel-. Te voy a dar por ese divino culo que tienes hasta que te corras.

– “Zorra revienta-braguetas” – resonó en mi cabeza.

– Veremos si lo consigues… – le contesté.

Y así terminó el intercambio de mensajes. Dejé el móvil, ya no iba a llamar a María. Acudiría a mi cita con ella para, después, ponerle una cornamenta de campeonato. No me podía creer que yo hubiese provocado eso y lo deseara, pero así era. Y no es que mi cuñado fuera un tío bueno o especialmente atractivo, a sus 43 años apenas llegaba al título de “madurito interesante”, pero todas las circunstancias que le rodeaban me daban tanto morbo…

La tarde en la piscina con mi hermana y sobrinos transcurrió como la anterior, relajante y divertida, aunque no podía evitar que mis ojos fuesen una y otra vez hacia el reloj para comprobar la hora, hasta que por fin llegó el tan ansiado momento fijado para subir a darme una ducha. Me despedí de los tres. Por suerte, los niños eran niños, aún tardarían casi dos horas en querer subir a cenar, y su madre los vigilaría dándose algún que otro baño y charlando con alguna vecina. Tenía vía libre para mi plan.

La casa estaba vacía, Ángel aún no había llegado, y tal vez no aparecería. La duda se apoderó de mí. Había tenido un calentón al encontrarse a su cuñada desnuda en el baño dándose placer, y eso era muy distinto a querer repetirlo con premeditación poniendo en juego su matrimonio y su vida…

– ¡Mierda! – pensé -.¡No va a venir!. ¿Pero en qué estaba yo pensando?. No va a jugárselo todo por echarme un polvo… Y tampoco yo quiero que lo haga…

Aparte de por los recuerdos que conservaba, había desarrollado un gran afecto por María y mis sobrinos, no podía hacerles eso, ahora eran la única familia que tenía. Sentí una increíble bajada de ánimos que me hizo descender desde mi nube de eróticas fantasías hasta el suelo de la cruda realidad. Lo mejor sería que realmente me diese una ducha, y me marchase a casa.

Me duché rápidamente, lo justo para quitarme el incómodo cloro de la piscina. Al terminar, cogí la toalla que mi atenta hermana me había dejado junto al lavabo, cuando, de repente, se abrió la puerta del baño y apareció Ángel. Al igual que el día anterior, estaba completamente desnudo, pero en esta ocasión ya venía preparado para encontrarme allí. Su polla estaba erecta y dura, apuntándome como un grueso dedo acusador.

Ya no esperaba que apareciese. Pensé, que al igual que yo, mi cuñado habría recapacitado, por lo que me sorprendí tanto que la toalla se me cayó al suelo.

– ¡Pero qué buena estás! – me dijo acercándose a mí y llenándose los ojos con mi cuerpo mojado y desnudo.

– Pensé que no vendrías – conseguí contestarle.

– Llevo todo el día pensando en lo que me has escrito esta mañana… Te voy a follar el culo hasta que te corras…

– No, Ángel, estaba excitada y no sabía lo que escribía… – dije sobreponiéndome a la calentura que me produjeron sus palabras y ante la vista de su inhiesto miembro listo para cumplirlo -. ¿Qué hay de María y los niños?.

– No me jodas con eso, Lucía… No puedes ponerme así y después negarte… Sé lo que quieres y te lo voy a dar…

– “¡Zorra revienta-braguetas!” – volvió a resonar en mi cabeza.

Cogiéndome por las caderas me dio la vuelta con facilidad, poniéndome, como el día anterior, ante el lavabo. Era fuerte y yo tampoco opuse mucha resistencia. Sentí su verga rozándome el culo, y una eléctrica sensación subió por mi espina dorsal haciéndome arquear la espalda, ¡cómo me ponía aquello!.

– Ángel, no… – dije sin ninguna convicción.

Su glande ya estaba situado entre mis nalgas, presionándolas para meterse entre ellas con una ligera fricción en mi piel que me produjo una cálida y agradable sensación. Tenía la piel húmeda por la ducha, pero no era suficiente lubricación. Mi cuñado lo percibió y pasó su mano por mi coño, que ya estaba secretando jugos de pura excitación que se hicieron más abundantes con la caricia, embadurnándole la mano, y no pude reprimir un gemido.

– ¿Lo ves? – dijo-, esto es lo que quieres…

Extendió mi cálido flujo hasta mi entrada trasera, y el cosquilleo entre mis glúteos y la sensible piel de mi ano, volvió a hacerme gemir.

– Ángel… uummmm… no sigassssss…

Su dura carne se abrió camino entre mis redondeces, deslizándose sin dificultad, haciéndome desearla dentro de mí.

– Ayer fue rápido– me dijo-, demasiados años deseándolo para tenerlo de repente. Pero hoy… he tenido que salir del curso esta mañana para hacerme una paja pensando en ti…

– Por favor, no lo hagas. No me des por culo… – dije realmente deseándolo y avivando con mis propias palabras las brasas de nuestra lujuria.

Me moví un poco, tratando de liberarme sin verdadera intención, lo que me produjo una deliciosa sensación teniendo ese ariete entre mis glúteos presionando mi agujerito, el cual se relajaba con mi excitación, preparándose para ser invadido.

Al sentir mi movimiento, y creyendo que realmente quería escapar, mi cuñado sujetó fuertemente mis caderas, exacerbando mi excitación. Y, súbitamente, dio un salvaje y poderoso empujón de su cadera que venció la resistencia de mi agujerito, abriéndome totalmente para que su miembro penetrase en él ensanchándolo y haciéndome sentir cada milímetro de su polla como una barra de hierro al rojo vivo ensartándome. Grité de dolor, y me quedé paralizada sintiendo su aguda punzada hasta que mis entrañas soportaron al grueso invasor.

Con su polla metida en mi culo, Ángel recorrió mis caderas con sus manos, acarició mi cintura y subió hasta mis pechos para masajearlos con las palmas realizando unos deliciosos movimientos circulares que ayudaron a mitigar el dolor de la violenta enculada.

– Pero qué buena estás, cuñada… – me susurró al oído.

Sentía su verga dentro de mí, estrangulada por mi cuerpo, palpitando con la presión de mis paredes internas tratando de hacerla salir, y esa sensación comenzó a ser agradable para imponerse sobre el dolor inicial.

Siguió acariciándome, masajeando mis pechos, amasándolos como si fueran dos panes, hipersensibilizando mis pezones… Mi cuerpo comenzó a responder a sus manos, saliendo de la parálisis para contonearse con sus caricias, haciéndome sentir su empalador músculo como un agradable invitado en mi culito.

– Te gusta, ¿verdad? – volvió a susurrarme bajando una de sus manos hasta mi coñito para acariciar mi húmedo clítoris y arrancarme un gemido.

– Uummmm, noooo – conseguí contestar mordiéndome el labio-. Mmme dueleeee… Sssacammmmelaaaa…

– Ya veo cómo te duele – contestó metiéndome dos dedos en mi encharcada vagina para hacerme gemir con más fuerza, aumentando mi disfrute -. Esta mañana me dijiste que ayer te quedaste a medias… Te gusta que te den duro por el culo, ¿verdad?.

– Noooo, mmmme esssstássss matando… No quieroooo…

– Lo que quieres es más.

Su polla se deslizó por mis entrañas aliviando la tensión al retirarse y haciéndome suspirar. Pero aunque mi boca decía que no, mi cuerpo le daba la razón a él: me excitaba sentirme forzada y ser dominada, me gustaba cómo doblaba mi voluntad a base de placer. El día anterior había vislumbrado las excelencias de la penetración anal, y ahora que tenía una polla en el culo, deseaba que me la clavase sin compasión.

Sin llegar a salir, aquel ariete volvió a abrirse paso por mi interior con violencia, invadiendo mi cuerpo hasta que el pubis de mi cuñado golpeó mis nalgas, lo que me obligó a inclinarme más para gritar de auténtico placer:

– ¡¡¡Oooooooohhhh!!!.

Él gruñó incrustándome su falo a fondo y atenazando mis caderas como si quisiera clavarme los dedos hasta el hueso. Fue brutal, brutalmente placentero.

– ¡Joder, qué bueno! – dije en voz alta sin querer.

– Así es como te gusta, ¿eh? – dijo él apretando los dientes y mirándome con lascivia a través del espejo del lavabo-. ¡Qué ganas que tenía de montarte así! – añadió dándome otra violenta y maravillosa embestida.

Sentí su durísima polla en mi culo dilatándome, abriéndome, dándome calor, vibrando, haciéndome gozar… y volví a gritar de placer. Era demasiado para contenerlo en mi garganta. Me parecía increíble la capacidad que tenía para disfrutar del falo de un hombre. Todo mi cuerpo estaba creado para ello, para dar y recibir placer, y me sentí afortunada de haberme convertido en Lucía.

Con su verga completamente engullida por mi culito, Ángel siguió manoseándome todo el cuerpo, haciendo arder toda mi piel, aprovechando el tenerme sometida y dominada para darse el festín que sus manos siempre habían soñado, y me encantó. Apreté mis glúteos, y mis músculos internos se contrajeron estrujando el miembro que tanto placer les daba. Él gruñó, y mis caderas se balancearon para sentir esa polla deslizándose por mis entrañas en toda su longitud. En el reducido espacio que me quedaba entre el lavabo y el cuerpo de Ángel, inconscientemente, comencé a culear autopenetrándome repetidas veces para sentir su glande empujándome por dentro. La pértiga apenas se movía un par de centímetros adelante y atrás dentro de mí, pero su grosor en mis profundidades y el continuo repiqueteo de las caderas del macho en mis nalgas, lo hacía delicioso:

– Ah, ah, ah, ah… – jadeaba.

Él se agarró a mis tetas con fuerza, estaba claro que le encantaban, y durante unos instantes se limitó a dejar que me autoempalase en su mástil mientras moldeaba mis senos como si fuera un alfarero.

– Joder, Lucía – me dijo entre dientes-, cómo me ponesss…. Me encanta follarte por el culo…

Sus palabras me ponían más y más cachonda. Me encantaba que me dijera cuánto le gustaba y que verbalizara explícitamente lo que estábamos haciendo, por lo que le animé a ello:

– Te gusta dar por el culo, ¿verdad?. ¿A mi hermana se lo follas mucho?.

– Ummmm, me encanta darte por culo a ti… A ella nunca… No quiere…

– Entonces aprovéchate de mí, clávamela– sentencié realizando un contoneo con el que sentí todo el perímetro de esa polla dilatándome.

– Te voy a montar como te mereces… Como la jaca que siempre he querido montar…

La rudeza volvió, y sentí cómo mi cálido juguito resbalaba por mis muslos cuando soltó mis pechos, me sujetó con fuerza por un hombro, y tiró de mi melena hacia atrás haciéndome levantar la cabeza y arquear la espalda para que su polla se me clavase con tanta fuerza, que volví a sentir una exquisita mezcla de dolor y placer que me hizo gritar de nuevo:

– ¡¡¡Aaaaaaahhhhhh!!!

Soltó mi cabello y colocó su mano sobre mis lumbares, manteniéndome con la espalda arqueada y mi culito totalmente levantado, todo para él, una diana en la que hacer blanco una y otra vez. Y así comenzó a bombear con fuerza, arremetiendo contra mi culo sin compasión, azotándomelo con golpes de cadera, perforándomelo pollazo a pollazo, haciéndome gozar en un frenesí que me dejaba sin aliento. Sentía su verga con tanta intensidad, que me parecía enorme, gruesa, larga, tan dentro de mí que podría atravesarme hasta sacármela por la boca… y era glorioso. Mi agujerito era tan estrecho para ese invasor y lo apretaba con tal fuerza, que Ángel gruñía como un demonio mientras me hacía descubrir el cielo pasando por el abrasador fuego del infierno.

En el espejo me veía postrada, sujetándome con las manos al lavabo para no romperme la nariz contra él con cada fiera embestida que recibía. Tenía la boca abierta en un continuo jadeo, con los labios húmedos, más rojos y voluminosos por la excitación; las mejillas coloreadas, y una ardiente mirada en mis penetrantes ojos azules… Estaba más bella de lo que nunca antes me había visto. Mis pechos se balanceaban de atrás hacia delante con cada empujón, realizando un hipnótico baile como dos enormes flanes listos para ser devorados, transmitiéndome placenteras sensaciones producidas por la agitación, como si estuvieran siendo masajeados por unas manos invisibles.

Tras de mí, podía ver cómo aquel hombre mayor que yo, había rejuvenecido. Su fiero gesto, entregado a follar mi culo con devoción, le quitaba 15 años de encima, y se estaba comportando como un semental. Su espada entraba y salía de mí envainándose con mi cuerpo a golpe de certeras estocadas, una y otra vez, dejando un delicioso rastro de calor en cada centímetro penetrado de mis entrañas. El incesante golpeteo de su pubis en mis nalgas, era un placentero castigo azotando la redondez de mi culito para hacerlo bailar con su ritmo. Su glande, expandía mis entrañas en cada acometida, dilatándolas para que todo su mástil me empalara como una exquisita tortura medieval. Me folló a conciencia, haciéndose mi dueño, consiguiendo que gozara de ser usada y dada por culo, haciéndome desear que nunca parara de hacerlo; metiéndomela hasta el fondo y resistiendo como una fiera la voracidad de mi culito exprimiendo su miembro. Hasta que necesitó tomarse un respiro.

Me la metió entera y se detuvo obligándome a incorporar para apoyar su barbilla sobre mi hombro, para así tomar aliento estrujando mis pechos y pellizcando mis pezones. Estaba a punto de correrse, yo podía sentir cómo su polla palpitaba dentro de mí, pero su masturbación mañanera y la extrema presión de mi recto, ano y glúteos, estaban reteniendo su eyaculación para mi deleite.

– Nunca habría imaginado que fueras tan ardiente – me dijo.

– Ni yo que mi cuñado quisiera follarme… – contesté.

Su mano derecha bajó a mi coñito, y masajeó mi clítoris, haciéndome gemir de nuevo. Yo también estaba a punto de correrme.

– Te deseo desde que eras una adolescente. Lucía, siempre has sido tan excitante… Pero a la vez tan fría…

Sus dedos abandonaron mi clítoris y se abrieron paso entre labios mayores y menores para colarse en mi vagina y acariciar su calor y humedad por dentro.

– Uuummm… He cambiado…

Su polla latiendo dentro de mi culo, y sus dedos follándome el coño, eran demasiado placer para mí. Estaba a punto de correrme, necesitaba explotar, y lo necesitaba ya. Le empujé hacia atrás, haciéndole perder el equilibrio, por lo que tuvo que sacarme los dedos y sujetarse a mis caderas para no caer. Su duro músculo se salió de mí, dejándome una momentánea sensación de vacío que me obligó a pedirle que me la volviera a meter. Pero él no necesitaba que se lo pidiera. Al liberarse del estrangulamiento al que mi culito había tenido sometido a su verga, ésta empezó a tener los espasmos previos a la corrida, por lo que me arremetió con furia. Su glande halló con facilidad mi entrada trasera, y cuando esa gruesa cabeza penetró el elástico agujerito, el orgasmo me sobrevino como la erupción de un volcán, intensificándose con el tronco de su polla deslizándose entre las estrechas paredes hasta incrustarse en lo más profundo de mí. Cuando pensé que no podía experimentar más placer, sentí su eyaculación inundando mis entrañas con el cálido elixir, y aquello ensalzó mi éxtasis de hembra plena hasta que las piernas me flaquearon y mi cuñado tuvo que rodear mi cintura con sus brazos para evitar que cayese al suelo.

Salió de mí, dejándome nuevamente una sensación de vacío, pero ahora ya no sentía la imperiosa necesidad de llenarla. Recuperé las fuerzas y pude mantenerme en pie por mí misma. Me giré y encaré a mi cuñado, que con satisfacción me contemplaba embebiéndose de mi cuerpo desnudo.

– Eres increíble… – dijo intentando besarme.

– No – le rechacé apartando mis labios de su trayectoria -. Nada de besos… Acabas de darme por culo – en realidad, ahora que estaba satisfecha, no me atraía nada la idea de que ese hombre me besara.

– Porque tú querías…

– Me he negado, y aún así, me has tomado. Somos cuñados, y esto no debería haber pasado…

– Pero los dos hemos disfrutado, y sabía que en el fondo era lo que querías. Lucía… Nunca le había sido infiel a María, pero eres superior a mis fuerzas… Te deseo… Y ahora que tu culito ha sido mío, quiero el resto…

– Un desliz no me convierte en tu amante, y nunca lo seré. Me he dejado llevar por un calentón, pero quiero a mi hermana y no se merece esto. Hasta aquí hemos llegado – me puse tensa, quería zanjar el asunto, ya se me había escapado demasiado de las manos -. Y ahora debería marcharme, no vaya a ser que nuestra familia nos encuentre así y arruinemos nuestras vidas…

Sin el ingrediente de la excitación mis palabras surtieron efecto. Ángel estaba más que satisfecho habiendo podido hacer realidad su principal fantasía; la fiera salvaje de su interior había sido aplacada. Bajó la vista, y salió del baño despidiéndose con un: “Hasta la vista, cuñada”.

CONTINUARÁ…

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