Nada de lo que había vivido me preparó para  el cambio
que experimentó mi existencia al conocer a Clara. Si ya fue extraño que la que en teoría iba a ser un rollo de una noche se convirtiera en mi novia, más lo fue el hecho que gracias a ella dejara de ver a los que practican la dominación como unos bichos raros y me convirtiera en uno de ellos.

Sí, ¡Habéis leído bien!.

Jamás supuse que me gustaría adoptar el papel de “Amo” en una relación y menos que esta, se convirtiera en mi razón de vivir. Educado a finales del siglo xx, pensaba que el amor no podía estar unido a ese tipo de prácticas sexuales y fue mi amada Clara quien me cambió.

Aunque ambos trabajábamos en la misma compañía, nunca había charlado con ella hasta una cena de empresa. Reconozco que la había echado el ojo al verla transitar por los pasillos de la oficina, pero su aspecto aniñado y su timidez nunca me habían predispuesto a ligar con ella.
Siempre me habían gustado las mujeres desenvueltas y con iniciativa, por eso la dulzura y el sonrojo que mostraba esa chavala cada vez que se cruzaba conmigo, no me resultaban atractivos.

Pero todo cambió a raíz de esa cena,  la casualidad hizo que nos sentáramos juntos. Si en un principio me molestó comprobar que me había tocado como compañera de mesa y que Jimena, la atractiva morena de contabilidad, se había sentado lejos, con el paso de los minutos, mi opinión fue cambiando tanto por la simpatía innata de Clara como por la perfección de los pequeños pechos que se escondían detrás de ese coqueto traje.

Esa noche y venciendo su vergüenza, la rubita se había puesto un vestido  sumamente atrevido que me hizo percatar que Clara además de ser una minada de cara tenía un cuerpo que haría las delicias de cualquier hombre. Poco a poco me fui convenciendo del pedazo de hembra que tenía a mi lado y por eso cada vez con mas frecuencia, no pude evitar que mis ojos se recrearan en la profundidad de su escote.
“Esta cría tiene un polvo”, sentencié en un momento dado cuando al ir a rellenar mi copa esa mujer involuntariamente me permitió valorar en su justa medida la perfección de sus senos.
Os reconozco que, gracias a su postura forzada, cuando descubrí el inicio de sus pezones, me quedé tan encantado como excitado. Aunque nunca me lo hubiese imaginado, Clara no solo era dueña de unos pitones de locura sino que esas dos maravillas estaban decoradas por unas enormes areolas.
El tamaño de sus pezones hizo reaccionar a mi pene bajo mi pantalón. Como si fuese un resorte mi pene se puso erecto al admirar tal belleza. La sobre reacción de mi miembro fue tan evidente que la chavala al advertir el efecto que sus pechos habían provocado en mí, se puso nerviosa y sin querer derramó el vino sobre el mantel.
-Lo siento- con voz angustiada, me pidió perdón.

Su embarazo fue tal que tiñó de un encantador color rosado sus mejillas.  Al advertirlo solté una carcajada. Mi risa incrementó su turbación y tratando de limpiar su estropicio, tiró su copa sobre mi ropa. Buscando paliar su torpeza,  cogió una servilleta y se puso a secar mi pantalón.

Desgraciadamente para ella, se encontró mi pene totalmente duro y pegando un grito, retiró su mano de mi bragueta.

Fue entonces cuando tratando de tomarle el pelo, le solté:
-Termina de secarme.
Su gesto de terror no fue nada en comparación con mi cara de estupefacción cuando obedeciendo mi orden y mientras intentaba que nadie se diera cuenta, esa mujercita volvió a coger la tela y bajo el mantel, se puso a secarme nuevamente. Contra toda lógica, en esa ocasión, olvidándose de mi erección, Clara no cejó en su empeño hasta que  consiguió dejar mi pantalón totalmente seco.
Aunque ese acto debía haberme alertado de su condición de sumisa, el morbo que sentí al notar la acción de sus manos sobre mi pene mientras el resto de los comensales estaban en la inopia, me lo impidió y solo cuando al terminar observé sus pezones erectos, me percaté que estaba tan excitada como yo.

A partir de ese momento la cena cambió y mientras nuestros compañeros charlaban de temas insustanciales, me dediqué a tontear con mi recién descubierta presa. Fue al flirtear con ella cuando advertí que si bien sonreía dulcemente ante un alago, esa mujer se ponía cachonda al escuchar una burrada.

“¡Qué curioso!”, pensé al ir descubriendo la genuina naturaleza de la rubita.
Tratando de verificar mis pensamientos, dejé caer mano sobre sus muslos. Clara al sentirlo intentó retirarla pero negándome a obedecer, me acerqué y le dije al oído:
-Lo estas deseando.
Mis palabras fueron el empujoncito que esa niña necesitaba para sucumbir y con sus mejillas al rojo vivo, dejó de debatirse y separó sus rodillas como muestra de su claudicación. El resultado de mi juego superó todas mis expectativas y ya totalmente dominado por la lujuria, comencé a acariciarle las piernas. En cuanto sintió mis dedos recorriendo su piel, los pezones de la mujer se pusieron duros al instante y mordiéndose el labio, me miró pidiendo que la dejara. Pero para entonces la calentura que la embriagaba era patente y acomodándose en la silla, esperó a ver que hacía.
Su entrega terminó de vencer mis reparos a usarla y susurrando, le dije:
-Eres una putita deliciosa-
Con los ojos inyectados de lujuria, se removió inquieta mientras unas gotas de sudor hacían su aparición en su rotundo escote. Gotas que recogí con mis dedos y me llevé a la boca, diciendo:
-Abre tus piernas-

La mujer aterrada pero excitada, separó sus rodillas dándome libre acceso a su entrepierna. Al ver que mi mano empezaba a acariciar su sexo por encima del vestido, disimulando puso la servilleta, intentando que nadie se diera cuenta que la estaba masturbando. Imbuido en mi papel, no dejé de susurrarle lo bella que era y lo mucho que me apetecía disfrutar esa noche con ella. Clara, excitada por mis toqueteos, se subió la falda dejando su sexo a mi alcance.  Pegó un quejido al sentir que, separando su tanga, me apoderaba de su clítoris y roja como un tomate, se entregó a mis maniobras.

Era tal la calentura de esa chavala que no tardó en correrse silenciosamente entre mis dedos, tras lo cual, casi llorando, se levantó al baño.

Creí que me había extralimitado y bastante nervioso, esperé que volviera temiendo no solo por la cuenta sino por perder la ocasión de disfrutar de ese pedazo de hembra.

 Afortunadamente, no tardó en regresar con una sonrisa en los labios y al sentarse en su silla, me dijo:

-Gracias.
Su respuesta hizo que mi mente se pusiera a funcionar y acariciándole la mejilla, le dijera:
-Esta noche serás mía.
Bajando su mirada, me respondió descompuesta:
-Vivo con mis padres.
Su respuesta me dio alas porque en vez de negarse, puso solo como excusa que seguía siendo una hija de papá. Durante el resto de la cena, no volvió a hablar y solo cuando los camareros vinieron con el postre, se empezó a poner nerviosa.  Estaba horrorizada con mi promesa pero a la vez, expectante de disfrutar si al final la cumplía.
Una vez acabada la cena, empezó la música y sin darle otra opción, cogiéndola por la cintura, la saqué a bailar. Una vez en medio de la pista y bajo el amparo de la gente bailando, pasé mi mano por su trasero. Ese gesto provocó que la rubia pegara su pubis a mi entrepierna y se empezara a restregar contra mi sexo. Se notaba a la legua que esa hembra estaba cachonda. La sensación de tenerla en mis manos era de por sí atrayente pero aún más al reparar en que mi pareja estaba completamente excitada por eso con ella pegada a mi cuerpo, le solté:
-Me pones bruto.
Con una sonrisa y sin separarse de mí, respondió.
-Tú también.
Su inequívoca contestación me hizo cogerla en volandas y cruzando la pista, llevarla a los aseos. Aunque no puso reparo, me di cuenta por su cara que su mente se debatía entre la cordura y la lujuria. Pero Clara, al sentir que la humedad anegaba su cueva, comprendió que deseaba entregarse a mi juego y por eso, en cuanto cerré la puerta del baño, me dijo sin ser capaz de mirarme a los ojos:
-¿Qué quieres que haga?.
Al ver sus ojos inyectados de lujuria sin límite supe que ya era mía. Sin hablar me bajé los pantalones y sacando mi miembro de su encierro, le solté:
-Mámamela.
Completamente ruborizada, se arrodilló frente a mí y en cuanto tuvo mi sexo en sus manos, empezó a devorar con auténtica necesidad mi extensión. Lentamente se la fue introduciendo en la boca hasta que sus labios tocaron su base. Entonces y solo entonces, presioné su cabeza con mis forzándola a proseguir su mamada. No pude evitar gruñir satisfecho al advertir que mi pene se acomodaba perfectamente a su garganta.
La humedad de su boca y la calidez de su aliento hicieron el resto. Mi calentura me obligó a sentarme en la taza del wáter, al sentir como las primeras trazas de placer recorrían mi cuerpo. Estaba siendo ordeñado por una mujer que siempre había supuesto que era una pazguata. Ni siquiera había cruzado con ella dos palabras antes de ese día. Lo extraño de la situación hizo que me corriera brutalmente en sus labios. La rubita sorprendiéndome nuevamente no le hizo ascos a mi semen y prolongando su mamada, consiguió beberse toda mi simiente sin que ni una gota manchara su traje.
La cara de deseo que descubrí en Clara me calentó nuevamente y levantándome de mi asiento, le di la vuelta y bajándole las bragas, comencé a jugar con mi glande en su sexo. La rubia estuvo a punto de correrse al sentir mi verga recorriendo sus pliegues. Era tanta su excitación que sin mediar palabra, se agachó sobre el lavabo. Su nueva postura me permitió  comprobar que estaba empapada y por eso coloqué sin más mi glande en su entrada. No había metido ni dos centímetros de mi pene en su interior cuando escuché sus primeros gemidos. Incapaz de contenerse, Clara moviendo su cintura buscó profundizar el contacto. Al sentir su entrega, de un solo golpe, embutí todo mi falo dentro de ella.
-Fóllame, por favor- gritó fuera de sí.
No tuvo que repetírmelo dos veces, poco a poco, mi extensión se hizo su dueña mientras la rubia hacia verdaderos esfuerzos para no gritar.
-Me encanta- exclamó a sentir como empezaba a retozar en el interior de su coño.
Contra mi idea preconcebida de esa mujer, estaba fuera de sí y con un pequeño azote, incrementé la velocidad de mis ataques.
-Me gusta el sexo duro- chilló descompuesta

Ni que decir tiene que sus palabras me sirvieron de acicate y ya asaltando su pequeño cuerpo con brutales penetraciones, seguí azotando su trasero con nalgadas. La muchacha al sentir mis rudas caricias, gritó que no parara mientras no paraba de decirme lo mucho que le gustaba. Lo creáis o no, la rubita se las había ingeniado para con una mano masturbarse sin perder el equilibrio.

-Más duro- me pidió dando un aullido.
Fue entonces cuando comprendí que esa mujer necesitaba caña y por ello aceleré mis caderas, convirtiendo mi ritmo en un alocado galope. Clara al sentir mis huevos rebotando contra su sexo, se volvió loca y presa de un frenesí que daba miedo, buscó que mi pene la apuñalara sin compasión.
-Me corro- chilló al sentir que la llenaba por completo y antes de poder hacer algo por evitarlo, se desplomó sobre el lavabo.
Al correrse, en vez de apartarse, dejó que continuara cogiéndomela sin descanso.  Su entrega azuzó mi placer, de forma que no tardé en sentir que se aproximaba mi propio orgasmo y por eso sabiendo que no podía dejar escapar a esa mujer, me dejé llevar  derramando mi simiente en su interior

Tras unos minutos durante los cuales estuvimos besándonos como si fuéramos novios mientras descansábamos, nos acomodamos la ropa y disimulando, salimos del servicio. 


Curiosamente al llegar a nuestra mesa, el rostro de Clara mostraba desazón. Al preguntarle que ocurría, me susurró al oído:

-Tengo miedo que no se repita.
Solté una carcajada al oírla y muerto de risa, la besé mientras le decía:
-No te preocupes, a partir de esta noche, eres solo mía.
La sonrisa y la cara de alegría con la que recibió mis palabras, asoló mi cordura y olvidándome de que la fiesta no había hecho más que comenzar y que nuestros jefes esperaban vernos allí, le pregunté:
-Nos vamos.
-Sí- respondió cogiendo su bolso.
La llevo en coche hasta mi casa.
Nada más entrar al coche, le pregunté si estaba segura. Clara entornando sus ojos, bajó su mirada y me respondió que sí. Su tono dulce y tímido, me hizo comprender que lo deseaba y deseando que su entrega no fuera producto del vino que había bebido, aceleré rumbo a mi apartamento. Al parar en un semáforo, me fijé que se le había subido la falda y que desde mi posición podía ver el inicio de su pubis.
Ante semejante visión, mi pene saliendo de su modorra reaccionó y solo el pantalón evitó que se irguiera por completo. Comprendí que se había dado cuenta al ver el color que teñía sus mejillas. Habiendo sido descubierto, decidí que nada perdía si incrementaba su turbación y por eso, le solté:
-Tienes unas piernas preciosas…- y lanzando un órdago a la grande, proseguí- ¡Súbete la falda!
Poniendo cara de niña buena, se subió el vestido y abriéndose de piernas, me mostró lo que  quería ver. Comprendí al instante que no podía dejar pasar esa oportunidad:
-Quiero que te toques.
En silencio y sin mirarme, me obedeció bajando su mano por su pecho. Si ya de por sí eso era excitante, más lo fue verla pellizcar sus pezones mientras gemía de deseo. Tras unos breves magreos, supe que Clara necesitaba más y mirándola de reojo, dije:
-¡Mastúrbate para mí!
Mi orden desencadenó su deseo y sin prisa pero sin pausa, recorrió los pliegues de su sexo para concentrar toda la calentura que la dominaba en su entrepierna. Atónito observé como se empezaba a torturar su clítoris sin ser capaz abrir sus ojos. Como comprenderéis, fue alucinante verla restregándose sobre el asiento mientras con la otra mano se acariciaba los pechos. Los gemidos de la rubita no tardaron en sonar dentro del estrecho habitáculo del coche y liberando sus miedos, se corrió sobre la tapicería. 
Al terminar, mirándome a los ojos, dijo con voz tierna:
-Gracias, lo necesitaba-.
En ese momento, había llegado a casa y reteniéndome las ganas de follármela en el parking, salí del vehículo sin decirle nada. Asumiendo mi victoria y su sumisión, llegamos a mi piso. Abriendo su puerta, le pregunté qué quería beber:
-Lo que me des está bien- respondió quedándose quieta en mitad del salón.
Al ver que se quedaba como una estatua mientras ponía las copas, asumí que no podía dejarla enfriarse y por eso, dotando a mi voz de un tono cariñoso pero autoritario, dije:
Quiero que te desnudes lentamente.
Si esperaba una reacción adversa me equivoqué porque con un brillo en sus ojos que antes no existía, deslizó los tirantes, dejando caer su vestido al suelo. Al verla casi desnuda, con la ropa interior como únicas prendas, pude valorar el  magnífico cuerpo que escondía esa niña.
“Está riquísima”, pensé al observar que además de una cintura de avispa la chavala tenía un pandero con forma de corazón.
Sabiendo por mi expresión que me estaba gustando lo que veía, se fue quitando el sujetador sin dejarme de mirar a los ojos mientras trataba de descubrir por mis gestos, si estaba de acuerdo con la velocidad y sensualidad del striptease con el que me estaba regalando. Supe que Clara deseaba satisfacerme:
¡Esa noche era mía y no podía fallarme!
Cuando acababa de quitarse el coqueto tanga y ya estaba totalmente desnuda, me puse a su lado. Al levantarle su barbilla, la rubita creyó que quería besarla y abriendo sus labios, me miró deseosa de sentir los míos. Pero se quedó con las ganas porque olvidado sus deseos, me concentré en examinarla a conciencia.
Tienes una cara preciosa- afirmé mientras deslizaba una mano por su cuello.
La sumisión que mostró me hizo continuar y masajeando sus hombros, bajé hasta sus senos. Clara que hasta entonces se había quedado callada, suspiró cuando sosteniendo sus pechos en mis palmas, di un suave pellizco a una de  sus areolas.
Aunque tienes las tetas un poco pequeñas, tengo que reconocer que me gustan tus pezones.
Mi tono pausado y carente de entusiasmo la preocupó no puso ningún impedimento a que siguiera auscultándola.
Al llegar a su estómago, me tomé mi tiempo. Mientras mis dedos recorrieron lentamente la distancia entre sus senos y su ombligo, pude admirar  que el tacto de su piel era cálido y suave pero también que caricias habían comenzado a afectarle. Con  su respiración ya agitada, la muchacha temblaba cada vez que mis yemas se apoderaban de otro centímetro de su cuerpo.

Al comprobar sus areolas estaban totalmente duras y ver que en su cara, la excitación había hecho su aparición, decidí ralentizar mi toma de posesión. Co lentitud, seguí bajando acercándome su sexo. Para entonces Clara ya estaba brutalmente excitada y facilitando mi tarea, abrió sus piernas. Aunque parezca imposible, en el baño no me dí cuenta que la rubita tenía depilado por completo su pubis. Encantado con ese coño de aspecto juvenil, me resultó sencillo separar sus labios.

Disfrutando de cada paso, observé que estaban hinchados por la pasión que la empezaba a dominar y por eso, cuando mis toqueteos se centraron en su clítoris estalló, derramando flujo entre mis dedos.
Asustada por la fuerza de sus sensaciones, me soltó:
-Lo siento, no pude evitarlo.
Obviando que el significado de esa frase, me entretuve introduciendo un par de dedos en el interior de su coño mientras mi compañera a duras penas guardaba el equilibrio sobre la alfombra. El ritmo con el que doté a mis caricias la hizo prolongar su orgasmo durante un par de minutos hasta que agotada me pidió que nos sentáramos.
-¡Cállate!- le dije mostrándole un supuesto enfado- ¡Te has corrido sin mi permiso!
Mis duras palabras la hicieron caer al suelo de rodillas. Sin todavía creérmelo, fui testigo de cómo imploró mi perdón mientras me decía que castigara su osadía. Su sumisión lejos de cortarme, me excitó y pensando en ello, comprendí que si quería que la tratara como a una esclava, eso iba a hacer. Aunque nunca en mi vida había comprendido el placer que obtenían algunos sujetos apoderándose de la voluntad de una mujer, como una llamarada prendió en mi fuero interno el deseo de probar.
Llevándola hasta mi habitación, me senté en mi cama:
Ven aquí- ordené.
Si tenía alguna duda de su condición, esta desapareció cuando acercándose hasta mi lado, contestó:
Sí, mi amo– tras lo cual  intentó sentarse encima de mis piernas.
Ya dominado por mi papel, la tumbé sobre mis rodillas y empecé a azotarle el trasero. Si bien en un principio, la azoté suavemente, viendo que no se quejaba, fui incrementando tanto el ritmo como su intensidad de mis nalgadas. La que siempre había considerado una mujer extremadamente tímida,  empezó a gemir siguiendo el compás del castigo que estaba soportando. Inexperto como era en esas lides, no supe interpretar sus gemidos, al ser una mezcla de dolor y de placer. Solo cuando chillando me pidió que siguiera castigándola comprendí que estaba disfrutando con la reprimenda.
Curiosamente, eso me excitó. Ya convencido, proseguí azotándola hasta que me percaté de que mi supuesta víctima estaba a punto de correrse nuevamente al verla convulsionar por el gozo que sentía:
Tienes prohibido correrte sin mi permiso, ¡Esclava!-, le ordené recalcando esta última palabra.

El chillido de alegría que pegó al oír como la llamaba, me hizo apiadarme de ella y viendo que estaba agotada, la dejé descansar. Aún sobre mis piernas, Clara se fue relajando con el paso de los segundos. Cuando consideré que ya había descansando, me concentré en verificar el resultado de mis azotes. Al comprobar que tenía el culo amoratado, temí haberme pasado y por eso le pedí perdón.

Al escucharme, levantando su cara, me miró sonriendo mientras me decía:
-No te preocupes, ¡Me lo merecía!
Viendo que no estaba enfadada sino alegre, proseguí con el examen que me había interrumpido con su orgasmo. Aprovechando que la tenía sobre mis rodillas, me concentré en su trasero. Al tocar y magrear sus nalgas, no pude dejar de valorar que las tenía duras y preciosas. Si bien ya por eso debía de estar satisfecho, el verdadero tesoro lo encontré al separarle sus dos cachetes. Al hacerlo apareció ante mis ojos un esfínter rosado, que al examinarlo con cuidado, descubrí que era virgen. Saboreando de antemano el placer que me iba a dar, pregunté:
-¿Nunca lo has hecho por detrás?
Avergonzada, bajó sus ojos sin contestarme. No me hacía falta… ¡Ya sabía la respuesta! Ansioso por estrenar ese manjar, la levanté y dándole un beso en los labios, le pregunté si quería que su querido amo lo estrenara.
Su respuesta no pudo ser más concisa:
-Soy suya-contestó.
Al mirarla a la cara, observé que aunque en su fuero interno lo deseaba, no por ello dejaba de estar asustada. Deseando que su primera vez fuera agradable, decidí hacerlo con todo el cuidado del mundo.
Descansa un poco– dije depositándola en la cama para acto seguido ir a mi baño.
Nervioso, por la perspectiva de estrenarla, busqué una crema hidratante hecha a base de aceite y con ella en mi mano, volví a su lado. Al retornar a mi habitación, Clara intentando facilitarme las cosas, me recibió a cuatro patas sobre el colchón. Todavía no me había desnudado al hacerlo, me dio tiempo de pensar en qué hacer.
Sabiendo mis siguientes pasos, extraje una buena cantidad de crema del bote y mientras le susurraba para tranquilizarla, la coloqué sobre su intacto hoyo. La rubia pegó un gemido al sentir la frescura del gel en su esfínter. Mas tranquilo, fui extendiéndola gradualmente por las rugosidades de su ano, antes de realizar ningún avance. La actitud sosegada de Clara era un engaño y sabiendo que no me podía adelantar, cuidadosamente seguí relajándolo porque necesitaba que se acostumbrara a que fuera manipulado. Como esa rubia era novata, al principio estaba tensa pero mis caricias paulatinamente fueron tranquilizándola y excitándola a la vez.
Estoy lista-, me dijo imprimiendo a su voz de un tono sensual.
Con cuidado le introduje un dedo dentro de ella. Sus músculos se contrajeron por la invasión, pero sin sacarlo con movimientos circulares fui relajándolos. Progresivamente, observé que iba cediendo la presión que ejercía su ojete sobre mi dedo mientras aumentaba el placer que sentía la mujer. Al los tres minutos, percibí que estaba dispuesta para que profundizara mi exploración, por lo que metí otro mas en su interior, mientras que con la otra mano pellizqué uno de sus pezones.
-¡Me encanta!- gritó.

“Está claro que le gusta”, pensé al escuchar como esa dura caricia sobre sus pechos, la ponía bruta. Su entrega me hizo saber que estaba a punto y sustituyendo mis dedos, coloqué la punta de mi glande en su abertura. Clara al sentirlo, pegó un nuevo gemido de placer por lo que dando un pequeño empujón embutí mi capullo en su interior

-¡Agg!-, gimió al experimentar su esfínter maltratado.

Sin dejarla pensar, puse mis manos en sus hombros y tirando de ellos hacía mí, se lo clavé por entero. La demostración que la mujer había absorbido por completo mi extensión, llegó cuando mis testículos rozaron sus nalgas,
-¡Me duele!-gritó casi llorando.
-¡Quédate quieta mientras te acostumbras!- ordené a la mujer al ver que quería separarse de mí.
Con lágrimas en los ojos, me obedeció permaneciendo inmóvil mientras sufría por el castigo. A los pocos segundos empecé a sacárselo lentamente, de forma que noté, sobre toda la extensión de mi sexo, cada una de las rugosidades de su anillo y sin haber terminado, volví a metérselo centímetro a centímetro. Repitiendo esta maniobra, incrementé mi ritmo poco a poco hasta que paulatinamente, noté que la presión que ejercía sobre mi extensión iba menguando. El dolor de la rubita se fue tornando en placer en cada envite y moviendo sus caderas, Clara comenzó a disfrutar de ello.

Tienes un culo precioso–  dije en su oído- Me va a encantar montarte todos los días.

Mi promesa debió de alegrarla porque pegando un aullido, mi hasta entonces compañera de trabajo, me pidió que siguiera tomándola. Al ver que ya no se quejaba de dolor y que su garganta daba rotundos gemidos de placer, hizo que nuestro suave trote se convirtiera en un galope desenfrenado. Totalmente entregada a la pasión, el pequeño cuerpo de Clara se retorcía cada vez que mis huevos rebotaban contra sus nalgas.
“Realmente, esta tipa está buenísima”, afirmé mentalmente y asiéndome de sus pechos, los usé como agarre.
La nueva postura debió de hacerle sentir algo insuperable y sin pedirme permiso, como posesa se apoderó de su clítoris. Cogiéndolo entre sus uñas, lo torturó al ritmo que yo imprimía sobre su culo. No tardó en desplomarse sobre la almohada al sentir las primeras descargas de su orgasmo. Poseída como estaba por la calentura, dejó su culo en pompa para que siguiera disfrutando yo de él. Esa postura me obligó a cogerle de las caderas. No tardé en percatarme que en esa posición,  mi pene entraba más profundamente en su interior.
Su cueva no tardó en explotar y cuando lo hizo,  encharcó tanto su sexo como mis piernas, mientras mi recién estrenada sumisa gritaba a los cuatro vientos el placer que experimentaba. Exhausta, me pidió que parara pero queriendo terminar, decidí no hacer caso a su súplica y dándole una palmada en su cachete, le ordené que se moviera.
Respondió a mi estimulo moviendo sus caderas hacía adelante. Observando su completa sumisión, y recordando lo caliente que la ponían los azotes, marqué la velocidad con mis manos sobre sus nalgas. Lo que no me esperaba es que Clara volviera a correrse de inmediato. Viendo que estaba a punto de seguirla, la agarré de su melena y tirando de ella hacia atrás, la inundé por completo con mi simiente.
Agotado y todavía con mi pene dentro de ella, disfruté de cómo se corría por última vez. Tumbado boca arriba, descansé del esfuerzo realizado, y asimilando todo lo que había ocurrido esa noche, ratifiqué mi decisión de convertirla en mi amante de planta.
-¿Puedo pedirte un favor?- me dijo sacándome de mi ensimismamiento.
Incapaz de negarle un capricho en ese instante, le respondí que sí. Al oírme, pegándose como una lapa contra mi cuerpo, me preguntó:
-¿Te importa que me quede a dormir contigo?
Soltando una carcajada, la abracé. Clara al sentir mi arrumaco, pegó su cabeza contra mi pecho mientras con voz tierna me decía:
-Solo deseo servirte.

 

 

Un comentario sobre “Relato erótico: “De compañera de trabajo a novia sumisa en una noche” (POR GOLFO)”

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