CRISTI Y EL PATÁN
Por Engine X
Traducido por Sigma
Parte 1 – Presentando al Patán
En la que un encuentro fortuito en un tren trae consecuencias de largo alcance El tren estaba caluroso, lleno y Cristi estaba contenta de haber conseguido asiento aunque el sol de junio entraba fieramente por la ventana. Siempre era un triunfo menor evitar la inconveniencia de estar de pie durante esas primeras estaciones dentro de la ciudad. La pequeña rubia agente de seguros sacó un mp3 de su bolso y se puso los audífonos en los oídos para distanciarse un poco de los cuerpos que la rodeaban. En general era la mezcla usual de trabajadores de la citadinos sobrios e inteligentes, aunque algo sucios por el calor del día; pero el hombre sentado justo enfrente de ella era algo diferente. Era un mal vestido hombre de unos cuarenta años con una camiseta negra y mal cortado cabello gris. Un tosco tatuaje uno de sus pálidos brazos. Una gran masa de grasa escapaba sobre su cinturón y un cigarro colgaba de la comisura de su boca. Sus ojos era unos pozos de ignorancia a medio cerrar, hundidos en un rostro rollizo y mostrando sólo una leve conexión con la humanidad. Cristi tuvo un escalofrió y le apodo el Patán. El hombre apartó su mirada de la ventana y le dio un guiño que parecía lleno de promesas lujuriosas. ¡Debió habérselo imaginado! Se sonrojó con involuntaria vergüenza mientras el tren continuaba, tratando de evitar sus ojos pero incómodamente conciente de que aun estaba mirándola con interés.
Por una vez Cristi deseó estar usando algo más conservador. Aunque su atuendo era perfectamente respetable para una oficina de principios del siglo 21 era sutilmente sexy en la forma que potenciaba la apariencia de su atractiva y joven figura. Brillante zapatillas negras de tacón alto y delicadas medias negras presentaban sus piernas de manera muy atractiva, y era muy conciente de que su falda negra de nylon era muy corta para cubrir sus rodillas. Su delgada blusa blanca estaba algo húmeda por un inevitable toque de transpiración (dado el calor del día) y sabía que las tiesas líneas de su brassier blanco de encaje eran visibles. Cristi no era una provocadora pero le gustaba lucir bien y disfrutaba de la atención que recibía de los hombres de la oficina. Sin embargo, las miradas del Patán estaban lejos de ser bienvenidas. No había nada real que objetarle, aunque estaba fumando en un vagón no fumador y su humo molestaba a otros pasajeros. Pero el hombre era demasiado atemorizante para confrontarlo y nadie se atrevía a decirle nada. Cristi se encogió ante la perezosa y amenazante sonrisa del patán, evitando su mirada como si hubiera cometido un gran error social.
El tren retumbaba sobre las vías y Cristi hizo un deliberado intento por ignorar al desagradable desconocido. Después de todo no había nada que pudiera hacerle. Cerró los ojos y subió el volumen de su mp3. Con suerte él se habría bajado del tren antes de que los volviera a abrir. Mientras la música cobraba ritmo se sintió mejor. El estrés del día empezó abandonar su cuerpo y el repiqueteo del tren la calmó causándole una ligera somnolencia. Inconcientemente se relajo en su asiento y apoyó su cabeza en el respaldo. Pronto estaba bastante abstraída de los ocupantes del vagón.
El Patán continuó su franco escrutinio de la bonita pasajera. Le gustó lo que vio. La joven estaba a principios de sus veintes. Tenía buenas piernas y aunque su pecho no era amplio sentía que debajo de la transparente blusa y las apretadas líneas del brassier, sus senos serían dulces y tiernos. Había estado buscando una buena oportunidad por más de un mes y esta era casi perfecta. Era hora de ver si la técnica funcionaría o no.
El Patán activo el interruptor de una pequeña caja rectangular de metal en su bolsillo. El aparato era una pieza de equipo especial que había llegado a sus manos por medios algo nefastos. Era un aparato electrónico-digital capaz de interferir con la operación normal de un mp3. Sobre la señal básica digital el aparato difundía su propio mensaje subliminal operando a frecuencias apenas audibles. Cristi la recibió, sus oídos y cerebro recibían el mensaje mientras su conciencia no detectaba las órdenes que se filtraban más y más profundo dentro de su mente. Cuando ella se rascó la pierna el Patán sonrió en secreta satisfacción. ¡La chica mordía el anzuelo! Era la primera de las sugestiones hipnóticas, una comezón a bajo nivel implantada en la parte trasera de la pantorrilla. Para ella era una acción refleja rascarse – sus brillantemente pintadas uñas rojas finalmente descansaron en su muslo cuando el impulso fue suprimido. Dado el complaciente patrón de su comportamiento el Patán supo que había encontrado al sujeto perfecto. Las condiciones en el tren eran ideales para que penetrara el mensaje. El calor, movimiento rítmico y la somnolencia se habían combinado para inducir una suspensión de la actividad mental superior y la rubia era obviamente susceptible por naturaleza. Había tomado menos de un minuto para inducir exitosamente una respuesta inicial. Ahora debía cubrir la mayoría de las circunstancias para transmitir las restantes órdenes importantes. El Patán activó otro interruptor de su aparato y empezó la segunda fase. La programación de Cristi había empezado…
Clickety, clack, clickety clack, clickety clack. Bajo el intermitente sonido neumático de los frenos y la señal de alta frecuencia en su mp3 Cristi caía en un trance más y más profundo. Ahora estaba soñando, soñando con un largo y lento baño de tina. La luz del sol se sentía como si fuera agua caliente, flotándola lejos del mundo a un lugar secreto donde su amante la estaba esperando. Sonrió inconcientemente pensando en sus manos en sus hombros, apretándola antes de moverse lentamente sobre su cuerpo. Era tal y como debía ser. Ella estaba ahí para complacerlo, para darle placer a sus necesidades. Pronto él la usaría – la tomaría y tendría satisfacción con ella. Era lo que ella quería. Quería ser útil. Supo que nunca debía decepcionarlo. Él la estaba acariciando y podía sentirse cada vez más caliente y pegajosa – una placentera excitación humeda estaba creciendo entre sus piernas. Se retorció levemente como si alguna parte de su mente se rebelara contra la creciente marea de sus emociones. Pero cualquier conciencia de lugar o tiempo se desvaneció bajo el ataque de su mp3. En su lugar supo que tenía que escuchar cuidadosamente. Tenía que escuchar dos palabras. Escuchar al hombre que le dijera las palabras. El hombre que dijera las palabras le diría que hacer. Le diría lo que debía hacer. Sería una gran equivocación resistirse a él. Una gran equivocación. Su amante insistió en que obedeciera al hombre, y lo que su amante quisiera ella lo haría…
Cristi sintió un firme presión de nuevo en su hombro y los audífonos se deslizaron de sus oídos. En un momentáneo relámpago de confusión la pequeña rubia sacudió la cabeza y parpadeó, despertando con la cabeza llena de imágenes perturbadoras. Lo primero que notó fue que el asiento de enfrente estaba vacío. El Patán se había ido. ¡Lo segundo que notó fue que él ahora estaba en el asiento a lado de ella con un brazo alrededor de sus hombros! Empezó a temblar por el susto pero antes de que pudiera abrir la boca para gritar él acercó su boca al oído de ella, plantándole un húmedo beso en la mejilla y susurrando:
“¡Ahora eres mía, bizcocho azucarado! ¡Toda mía!”
A un nivel muy debajo de los centros de pensamiento independiente, Cristi reconoció las palabras de dominio. Bizcocho azucarado. No había nada que pudiera hacer para resistir al hombre que las dijo. Ahora tenía que obedecerlo. No había opción.
La reacia rubiecita se volvió lentamente hacia él. Aun estaba temblando en sus brazos, incapaz de comprender lo que le estaba pasando. Concientemente odiaba a este repugnante hombre pero sus instintos habían sido dominados y aunque aun luchaba silenciosamente contra su autoridad era una batalla perdida.
Ahora el Patán pudo estudiar el rostro de su victima en más detalle. Era bonita y pálida, cabello ondulado hasta el hombro, una bonita nariz y una pequeña boca. El Patán disfrutó el toque de miedo en los grandes ojos azules de la chica que le miraban como un conejo sorprendido por las luces de un auto. Él detectó posibles lágrimas asomando de sus ojos pero los ignoró, inclinándose hambrientamente para besarla en la boca. Cristi se sintió enferma por el olor a tabaco y alcohol en el aliento de su atacante pero cuando el le ordenó que lo besara como se debe ella hizo lo que se le dijo. El Patán metió su lengua en la boca de la joven mujer para saborear la dulzura de su silenciada protesta. ¡Era deliciosa! Su brazo izquierdo se apoyó firmemente y su mano apretó su seno, aplicando una ligera presión en un acercamiento preliminar a esa carne cautiva. No se decepcionó. Los pechos de Cristi eran suaves pero a la vez lo bastante firmes para un apretón – deliciosos pedacitos para cualquiera que los tomara. Bajó su brazo y encontró un cierre metálico en la cadera de la falda. Jugó con el abriéndolo un poco y aflojando así la cintura para así poder introducir sus dedos debajo. La besó de nuevo introduciendo mientras tanto sus dedos debajo del elástico de las medias y la pantaleta y frotando su pulgar en su sexo. Cristi dio un gemidito frenético de protesta y trató de cruzar sus piernas para impedir cualquier violación posterior.
“¡Piernas abajo!”, ordenó el Patán con un rudo susurro en su oído. “¡Quiero ver de que está hecho mi bizcocho azucarado!”
Una pareja mayor en la fila opuesta del carro miraron a Cristi y al Patán con desagrado y para su vergüenza ¡Cristi sintió que se sonrojaba al pensar que había transgredido los estándares públicos de la decencia! Peor aun, sentía que su cuerpo respondía contra su voluntad. El tosco toqueteo estaba excitándola y comenzó a retorcerse incomoda en su asiento. ¿Cómo pudo este terrible hombre hacerle esto?
“Vamos querida, prepárate. Es nuestra bajada.
El Patán ahora había tomado el control y Cristi se encontró llevada fuera del tren antes de que pudiera evitarlo. Y por supuesto no era su estación; era un barrio viejo, la zona del Patán. Una vez que estuvieron en el anden este se permitió darle otro beso mientras el tren partía. ¡La jovencita ya era prácticamente suya! Era hora de llevarla a casa.
El Patán apuro a Cristi a salir de la estación, casi arrastrándola tras él por lo que se tropezó más de una vez, tambaleándose en sus tacones altos mientras luchaba por mantener el ritmo de él. Ciertamente, a pesar del éxito espectacular de su experimento el Patán no estaba seguro de cuanto podría durar el condicionamiento. Sólo cinco minutos habían pasado desde que la joven mujer había retirado los audífonos. Él sospechaba que pronto podría empezar a recuperarse del ataque hipnótico inicial y su individualidad se reafirmaría.Antes de que eso pasara necesitaba llevarla a donde pudiera reforzar su dominación.
Las calles fuera de la estación eran feas, sucias e intimidantes por si mismas. Viejas casa ocupadas por personas pobres, varias tenían las ventanas selladas para evitar visitantes indeseables. Obviamente no con demasiado éxito. La pintura parecía datar de antes de la guerra. A la vuelta de la esquina unos edificios obscuros lanzaban sombras que parecían amenazantes aun con el calor del verano. Una banda de chicos rudos con patinetas y bicicletas jugaba futbol con desgano. Su juego parecía más una excusa para pelear e insultar que otra cosa. Un auto quemado se oxidaba en la calle. Era el tipo de vecindario que Cristi nunca habría visitado antes de ese día.
El Patán empujó a su presa entre los chicos quienes los miraron con desenfocado y agresivo odio adolescente. Entraron al recibidor del edificio más cercano. El elevador no servia así que Cristi fue obligada a subir cinco pisos de escaleras de concreto antes de llegar al apartamento donde fue arrojada adentro sin ceremonias.
El lugar era repugnante, ropa sucia desparramada por todos lo muebles, aroma encerrado a cigarro, trastos sucios por doquier en la cocina que no habían sido lavados por un buen tiempo. Un fuerte ladrido los recibió al entrar y un doberman entró en el cuarto.
“¡Quieto Mutilador, quieto muchacho!”, dijo el Patán gesticulando ante el animal. Notó con cierto interés como Cristi temblaba ante la bestia “casi”, pensó, “como si tuviera más miedo de Mutilador que de mi”. En su estado Cristi no era capaz de pensar racionalmente pero su respuesta de miedo primitivo aun funcionaba a un nivel más profundo que su control.
En la cocina el Patán llenó un vaso de agua y tomó una pastilla de una botella café a un lado del lavabo. Cuando cayo en el agua la píldora se disolvio en treinta segundos. Regresó a Cristi y le dio el vaso.
“Tómatelo”
No era una petición, era una orden. El patán sabía la importancia de las ordenes simples sin posibilidad de interpretación. Su autoridad se ejercía mejor cuando se ejercitaba en la forma más directa. Ella dudó por un momento pero entonces se bebió el agua en cinco o seis pequeños y ansioso tragos.
“Buena chica”, él le susurró sintiendo el comienzo de una erección ante esta nueva evidencia de su creciente poder sobre la bonita rubia. Tragarse el agua había sido un serio error por parte de su presa. Con la droga en su sistema la tonta puta sería mucho más fácil de condicionar.
“Ahora siéntate”, dijo, quitando un montón de periódicos y sobres de un viejo sillón reclinable. Pero calculó mal, por una pequeña fracción, el nivel de sumisión de Cristi. Cuando él no estaba mirándola directamente ella empezaba a encontrar el modo utilizar sus propios pensamientos. Había empezado cuando él estaba en la cocina, pero una cierta confusión residual le impidió actuar y cuando regresó recayó durante por unos pocos cruciales segundos. Aunque ahora, algo le decía que esta era su última oportunidad de liberarse.
“¡No! ¡No lo haré! ¡No lo haré!”, chilló mientras se daba la vuelta y huía hacía la puerta. Con una rápida maldición el Patán la siguió, su corazón retumbando en su cuerpo pasado de peso. ¡Si la perra huía estaría en un verdadero problema! ¡Ya estaba en las escaleras! El clic de sus tacones en el concreto iba acompañado por un pequeño grito ahogado mientras daba lo mejor para poner distancia entre ellos. Su intento de escape muy podría haber funcionado de no haber sido por un cruel trozo de suerte. En el primer descanso de la escalera su tacón se atoró en el pedazo de una rejilla de ventilación que había sido rota por vándalos y cayó al piso. Antes de que pudiera recuperar el aliento, sintió los brazos del Patán agarrarla brutalmente por la cintura y levantarla. Consiguió dar un grito y entonces él le dio la vuelta y le dio una dolorosa bofetada al rostro cuyo impacto la dejó sin habla. Llorando cada vez más fuerte, la cautiva fue fácilmente arrastrada de vuelta al apartamento. Con un rápido empujón fue sentada en el sillón y esta vez él no tomó riesgos, poniéndole los audífonos en los oídos y manteniéndola sentada presionando con sus brazos en sus hombros. Ella pateó y trató de golpearlo, pero era como tratar de luchar con una montaña de manteca. Nada de lo que hacía parecía tener efecto y estaba tan cansada, tan pero tan cansada… Era más fácil detenerse ya – relajarse como la voz en su cabeza le decía. Sus manos cayeron a sus costados y cerró los ojos.
El Patán suspiró relajado mientras observaba el efecto combinado de la droga y la señal en los audífonos tomar fuerza, suavizando visiblemente las antes tensas facciones de Cristi y sobreponiéndose a los últimos vestigios de resistencia. De manera algo perversa su intento de escape de hecho había acelerado el proceso debido a que su explosión de adrenalina había ayudado a bombear la droga más rápido por su flujo sanguíneo. Ahora sólo tenía que esperar. El efecto acumulativo de las señales químicas y auditivas estaba haciendo su trabajo muy bien pero necesitaban tiempo para trabajar. Esto iba a ser un mucho más completo proceso de reprogramación que la relativamente ligera trampa mental que había logrado obtener en el tren. Esta vez no tendría que trabajar por medio de interferencia electrónica-digital apoyándose en la suerte e incontrolables factores ambientales. Ahora el podía bombear sus mensajes directamente en la mente de su victima, formando los cimientos de una más permanente arquitectura de control que ahora podía establecerse.
El Patán deslizó su mano por la pierna de Cristi, saboreando la sensación de carne bajo el nylon de sus medias. ¡Ella iba a ser una buena cogida! Podría tomarla ahora si lo quisiera pero se requería paciencia. Todo sería mucho mejor cuando ella hubiera sido expuesta a la señal subliminal completa.
“Lo bueno llega al que sabe esperar”, el Patán se dijo, disfrutando de la anticipación de un degustador maestro esperando a que una deliciosa receta hierva. Mientras tanto había trabajo que hacer. Regresó por la zapatilla que se había caído en la lucha; no tenía caso dejar evidencia de secuestro por ahí, no importa lo tenue que fuera la pista. De vuelta en el apartamento Cristi continuaba respirando lentamente mientras la señal de decía que pensar. El Patán tomó su bolso y vació el contenido en la mesa –llaves, tarjetas de crédito, cosméticos, y algunas monedas. Tomó un cuaderno de la cocina y empezó a escribir todos los detalles, creándose una imagen de la vida de su victima. Todo esto sería la confirmación de hechos que extraería de ella después. Entonces se preparó una bebida y encendió la televisión. Cristi necesitaba otra hora cocinándose antes de estar lista para el interrogatorio.
El partido termino y el Patán apagó la televisión. Era hora de hacer algunas preguntas a su bonita prisionera rubia. Comenzó por quitarle los audífonos, complacido al ver que cuando Cristi abrió los ojos, estos estaban desenfocados y acuosos. El Patán decidió que sería más divertido conducir el interrogatorio con la chica desnuda y en cualquier caso él quería ver un poco más de su nueva adquisición.
“Parate”, dijo, complacido con su instantánea obediencia.
“Ahora desvístete”, dijo. “Quiero que te quites toda la ropa. ¡Y apúrate con eso, no tengo todo el día!”. Su fingida impaciencia pronto tuvo a la ansiosa joven luchando con los botones de su blusa, como una chica de escuela traviesa a quien se le regaña por no cambiarse bastante rápido para clase de deportes. El Patán estaba muy entretenido. La belleza de esta técnica era que una parte del sujeto permanecía conciente de la situación pero era completamente impotente para resistir. Blusa, falda, medias, brassier y pantaletas fueron rápidamente removidos y colocados en una bolsa plástica que él le sostenía.
“Muy bien”, pensó el Patán mientras admiraba el cuerpo de Cristi. Sus tetas eran en todo tan deliciosas como se había imaginado, con sus bonitos pezones rosas en amplias aureolas perladas. Su vientre era liso y tieso y su sexo cubierto por una fina mata de cabello rubio obscuro parecía placenteramente suave y atractivo. Ella trataba de cubrir su cuerpo con sus manos pero era inútil y se rindió completamente cuando él le ordenó sentarse y poner sus brazos a los lados de la silla.
“Tengo unas cuantas preguntas para ti”, dijo el Patán. “Debes responderme sinceramente sin tratar de ocultarme nada”.
Oprimió el botón de grabar en una grabadora para poder tener la entrevista guardada permanentemente.
“¿Cual es tu nombre?”. Él ya sabía la respuesta pues lo había leído en su permiso de conducir, pero sólo era una pregunta de calentamiento.
“Cristina Solano”, respondió rápidamente.
“Muy bien Cristi, ahora tu dirección”. Una vez más la respuesta salió rápidamente y coincidía al detalle con una vieja carta que encontró en su bolso. “Hasta ahora muy bien”. Las siguientes preguntas fueron rutina, dando información de su pasado que sería útil más tarde. Averiguó donde trabajaba, con quien, los nombres de sus amigos y de su novio. Medio esperaba que ella estuviera libre pero no era una sorpresa que una chica como ella tuviera una relación estable. Eso tendría que cambiar…
Después de un rato comenzó a hacerle preguntas más íntimas. ¿Cada cuando tenía sexo? ¿Cuándo fue su último orgasmo?¿Le daba sexo oral a su novio? ¿Qué pensaba del sexo anal?
Las preguntas obviamente avergonzaban a la chica pues empezaba a sonrojarse pero las respondió todas eventualmente y el Patán estaba feliz de que ella estuviera diciendo la verdad.
“¿Quién soy?”, él preguntó al fin, conciente de la total ignorancia de su nombre por parte de ella pero interesado en su repuesta ahora que ella había alcanzado este estado de conciencia.
“Eres el Patán”, dijo sin dudar. Ella no tenía maldad o sentido de la forma social en ese momento y ese fue el primer nombre que se le ocurrió. Si el hubiera sospechado que ella estaba deliberadamente insultándolo o mostrándose desafiante se hubiera molestado pero entendía suficiente del proceso por el que estaba pasando Cristi para reconocer la verdadera naturaleza de su respuesta por lo que más bien se sentía divertido.
“Así es”, confirmó con una sonrisa siniestra, decidiendo adoptar el nombre. “Soy el Patán. Te dirigirás a mi como señor de ahora en adelante. ¿Entendido?
“Si señor”, ella dijo. Su voz era suave y apagada.
“¿Ahora, quien eres tú?”
“Cristina So…”
“No, no lo eres”.
La interrumpió antes de poder completar su respuesta, con firme y despiadada.
“Eres mi juguete de coger. Vas a hacer lo que te diga de ahora en adelante y usare ese bonito cuerpecito tuyo para satisfacer mis necesidades. ¿Entendido?
La total crueldad de estas brutales palabras pareció impactar a la pequeña rubia más que nada de lo que le hubiera dicho antes y por unos pocos segundos, mientras observaba la expresión contradictoria en su rostro, el Patán se preguntó si había ido demasiado lejos. Entonces ella inclinó la cabeza en señal de rendición y él supo que realmente había ganado.
El trabajo serio había terminado. Era hora de disfrutar su premio. Llevo a la bonita oficinista a su alcoba y le ordenó que se acostara en la cama boca arriba y abriera sus piernas.
Se tomo su tiempo desvistiéndose, revelando una gran masa de carne mal cuidada mientras se quitaba su camisa y se desabrochaba sus pantalones. La cara de Cristi era todo un retrato – un retrato de rechazo, aprehensión, miedo y resignación. Pero al Patán no le importaba; de hecho la repugnancia de ella lo excitaba. Al fin se acercó a ella y se sentó en el borde de la cama haciendo que los resortes protestaran con un chirrido. La pequeña rubia temblaba mientras él recorría su cuerpo desnudo con sus gordas manos, apretando sus senos con especulativo placer y pellizcando sus pezones. Una mano continuaba aplastando el suave cojín de su melón izquierdo mientras la otra acariciaba su plano estomago y sondeaba entre sus piernas.
“¡Pronto estarás lista para que te monte!, se burló mientras sus dedos torturaban suavemente su sexo. “Quiero a mi pequeño bizcocho azucarado húmeda y ansiosa antes de cabalgarla”.
Cristi tragó por el esfuerzo de pelear una batalla perdida. ¡No había manera de que esta patética parodia de jugueteo pudiera estimularla y sin embargo así era! “Bizcocho azucarado” era algún tipo de palabra clave y había brincado completamente los centros de control conciente de la chica. Sin poder controlarlo estaba cada vez más indefensamente excitada. Gimió suavemente y presionó su lindo trasero con más fuerza contra la colcha en un inútil esfuerzo por resistir.
“No eres más que una putita húmeda, verdad?”, sonrió el Patán. Ya estaba lista. Se acomodó entre sus piernas y la penetró con su duro bastón en una fácil embestida.
“Linda y apretada”, él gruñó. Miró en el espejo para saborear la vista de su propia montaña repugnante de carne tan obviamente dominando al dulcemente esbelto cuerpo atrapado bajo él. Desnuda y temblando, Cristi era una vista maravillosa y el volvió a levantarse levemente para volver a penetrarla.
“¡Eres una perra caliente!”, dijo él, cogiéndola más duro y disfrutando la sensación.
Cristi se rindió a él totalmente, su repugnancia y horror vencidos al fin por su astuta manipulación y el brutal asalto a su cuerpo. Sus caderas se sacudieron en un espasmo de liberación y dio un gemidito ahogado debido al orgasmo. Al mismo tiempo el Patán gruñó de satisfacción y se vació dentro de ella. Gruesos hilos de pegajoso fluido blanco fluían dentro de los tibios túneles de la carne de ella. Él respiró profundamente, saboreando por un largo minuto el tembloroso colapso de la indefensa rubia aplastada bajo él. Pero Cristi tenía una importante lección que aprender y necesitaba aprenderla ahora. Cuando se enseña a una mascota los límites del comportamiento aceptable el castigo debía seguir inmediatamente al crimen para asegurarse de conseguir la correcta comprensión. “Justamente”, pensó el Patán mientras desmontaba y daba vuelta para ponerla sobre su regazo a la agotada Cristi y sin advertencia o explicación comenzó a azotar su expuesto trasero. Ella gimió y trato de patear pero él era despiadado y fuerte. Pronto el trasero de la rubia estaba sonrojado con un brillante rastro rosa de dolor y quedó reducida a llorar y retorcerse débilmente contra él.
“Que eso te sirva de lección”, dijo al fin. “En el futuro sólo tendrás un orgasmo cuando te de permiso”.
La empujó y cayó al piso.
“¡Levántate perra estúpida! Tienes que limpiarte antes de irte”.
Cristi comenzó a llorar, pero cuando el Patán le dio una leve pata en las costillas se levantó y lo siguió al baño. Le preparó un baño frío y la supervisó mientras se pasaba una esponja por el cuerpo. En quince minutos Cristi estaba seca y vestida de nuevo pero antes de que se le permitiera irse, la volvió a sentar poniéndole de nuevo los audífonos para una sesión final de diez minutos. Había instrucciones mucho más importantes que debían ser programadas…
El Patán observó a Cristi caminando de vuelta a la estación desde la ventana de su hogar, sus tacones resonando en el pavimento como las pezuñas de una nerviosa gacela. Aun se veía deliciosa en sus medias, falda y blusa y sólo el Patán sabía que había tomado sus pantaletas como un trofeo menor. Ya la jovencita estaba empezando a olvidar sus experiencias en el departamento, suprimiendo los recuerdos que él le indicó; y había otras significativas alteraciones dentro de su cabeza. Para cuando llegara a su casa sólo recordaría una tardada avería en el tren.
El Patán sonrió. Cristi era perfecta – simplemente perfecta. Y sólo había comenzado a trabajar con ella…
 

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