Las mujeres casadas cuando se sienten insatisfechas sexualmente, lo tenemos complicado. Nuestros hombres por lo
general nos ven como unos seres asexuados que “de vez en cuando” desean que se les haga caso. Nunca perciben que su pareja tiene las mismas necesidades o más que ellos.

Aunque suene  extraño:
¡A muchas mujeres nos encanta follar!
Y cuando digo follar, no me refiero a un mísero y rápido misionero una vez al mes. Muchas de nosotras queremos que nuestro marido o novio al llegar a casa nos empotre contra la pared y sin darnos tiempo a reaccionar nos tome.
¡Y qué decir del sexo oral! 
El chiste más famoso entre los hombres es:
Pregunta: “¿En qué se parece una langosta a la americana a una buena mamada?
Respuesta: ¡En que no te la hacen en casa!
¡Y encima se descojonan!
Desde aquí quiero reivindicarme y conmigo a todo el sexo femenino:
Aunque Manuel, mi marido, siempre había supuesto que me daba asco: ¡Era mentira!. Desde la primera vez que saboreé su semen, deseaba que una noche me dejara que se la mamara.
¡Pero no!

El muy cretino había sido educado a la antigua y sostenía que una mujer decente nunca podría disfrutar comiéndose una buena polla. Por eso cada vez que intentaba hundir mi cara entre sus piernas, el gilipollas me obligaba a levantar sin dejar que metiera su verga en mi boca.

Si hablamos de mi autentica necesidad de que me chupe mi coño, ¡Peor!
Os juro que las pocas veces que mi hombre se había dignado a bajar y comerme el chumino, había disfrutado como una perra. Pero por mucho que le insinuaba que deseaba que me gustaría que me lo hiciera, el tonto de las pelotas se reía creyendo que iba de broma.
Para colmo, cuando el imbécil llegaba con ganas me echaba un polvo de tres minutos que, lejos de satisfacerme, solo me conseguía calentar. En pocas palabras, Manuel y su poco interés por mí me tenían ¡hasta las tetas!
Como la mujer fogosa y cachonda que soy, necesito mi dosis diaria de sexo. Desde niña me ha gustado  que me follen a lo bestia, que mi hombre use mi trasero a su antojo pero sobre todo explorar y abusar de mi cuerpo con nuevas experiencias.
¡Joder! Hasta hace seis meses, ¡Nunca me habían dado por culo!, ¡Jamás me habían dado un azote! Ni se me hubiese pasado por mi cabeza que mi marido me obligara a desnudarme en público y menos que sin pedirme opinión, ¡Me compartiera con otra mujer!.
Afortunadamente, gracias a una conversación con su mejor amigo, ¡Todo cambió!
Cuando más desesperada estaba, se me ocurrió pedirle consejo porque estaba seriamente meditando el divorciarme. Fernando, así se llama nuestro compadre, al explicarle que no me sentía deseada por Manuel, me preguntó:
-¿Tú le quieres?
-Por supuesto, sigo enamorada de él y si te lo estoy diciendo es porque necesito que le cuentes como me siento- respondí.
Fue entonces cuando ese mujeriego me soltó:
-Sé cómo solucionar tu tema pero no te va a gustar.
Tan desmoralizada estaba que cogiendo sus manos, le pedí que me dijera cual era esa solución. Fernando soltando una carcajada me contestó:
-Debes hacerle creer que te ha perdido.
Comprendí que su respuesta tenía gato encerrado y por eso con la mosca detrás de la oreja, le pedí que me aclarara como conseguirlo:
-Manu tiene que descubrir que le has puesto los cuernos.
-¡Estás loco!-respondí encolerizada pensando que ese capullo me estaba echando los tejos- ¡No pienso acostarme contigo ni con ningún otro!
El cabronazo, muerto de risa, me contestó:
-No seas bruta, ¡No es eso lo que te sugiero!- y con voz dulce, prosiguió diciendo: -No te digo que se los pongas sino que Manuel crea que lo has hecho.
Más tranquila pero en absoluto convencida, le expliqué que en cuanto se enterara me mandaría a la mierda. Descojonado, su amigo me explicó que a ningún hombre le gusta perder y que por eso haría lo indecible por recuperarme. Fue entonces cuando le pregunté que conseguiría con eso, ya que mi único interés es que me deseara como mujer.
-Eso déjamelo a mí- respondió- si sigues mis instrucciones, tu marido no solo te obligara a mamársela sino que te follara todos tus agujeros tan frecuentemente que terminarás harta.
Al no tener nada que perder porque mi matrimonio era un desastre y de seguir así terminaríamos en divorcio, acepté. Fernando viendo que había captado su atención, me explicó su plan.

Al seguir sus instrucciones, arreglo mi relación con Manuel.

Siguiendo sus directrices, abrí una cuenta de correo a nombre de un compañero de trabajo y desde allí me mandé una serie de mails bastante picantes donde ese supuesto amante me decía lo mucho que me deseaba y las cosas que me haría si tenía la oportunidad de estar conmigo.
Como no las tenía todas conmigo, si leías con detenimiento los mensajes todo eran intenciones pero nada en firme. Es decir, en vez de poner “te follé” escribí “te follaría”, en vez de decir “cuando me hiciste una mamada”, tecleé “el día que me la mames”. De forma que si las cosas se torcían siempre podía explicar que era un pesado que me acosaba.
Aun así, os reconozco que disfruté escribiéndolos porque en gran medida plasmé en ellos lo que realmente deseaba que hiciera Manuel conmigo. Quizás fue entonces cuando realmente me percaté de mi lado más morboso porque al describir situaciones en las que abusaba de mí, os tengo que reconocer que me puse cachonda y para bajarme la calentura tuve que hacerme más de un dedo.

Fue tanto el morbo que me daba que mi hombre me follara sin compasión que el día en que haciendo una prueba me los mandé, tuve que darme una ducha fría para calmarme.

Reconozco que: ¡Estaba en celo!
Al ducharme y aunque el agua estaba gélida, no conseguí apaciguarme y por eso involuntariamente, me pellizqué los pezones erizados por el frio.  El dolor que sentí al hacerlo, tuvo un efecto no esperado: “lejos de tranquilizarme, me puso como una moto”.
Totalmente verraca deslicé mis manos por mi cuerpo y al enjabonarme las nalgas, creí que me moría porque aunque nunca lo había intentado dejé que uno de mis dedos tonteara con mi ojete.
“¡Qué bruta estoy!”, pensé y ya con mi coño totalmente empapado, separé sus pliegues y me puse a pajearme.
Mi fiebre se incrementó como por efecto de magia y no contenta con los que sentía penetrándome con mis dedos, me pareció buena idea coger el mango de la ducha y metérmelo hasta dentro. Cómo era bastante estrecho, no tuve problema para que mi sexo lo absorbiera con facilidad pero lo que nunca preví fue que el chorro llenara de agua mi vagina y esa presión me hiciera sentir más guarra.
Habiendo descubierto esa sensación, me dediqué a meterlo para que se anegara mi chocho y sacarlo a continuación para relajarlo, de manera que ese mete-saca me llevó a un placer tal que me corrí al menos una docena de veces antes de caer agotada en la bañera.
Una vez saciada, coloqué mi nuevo juguete en su lugar y saliendo de la ducha, me sequé mientras pensaba en como haría que Manuel leyera mi email. Mi sorpresa fue que al llegar a mi habitación enfundada con la toalla, descubrí que la chaqueta de mi marido estaba colgada en  el galán de noche y que mi ordenador estaba cerrado. Como estaba segura de que lo había dejado abierto antes de entrar al baño, aterrorizada descubrí que mi marido lo había leído. Temblando y decidida a reconocerle todo el plan, lo busqué por la casa pero no lo encontré.
Casi llorando cogí mi móvil y llamé a Fernando a contarle lo ocurrido. El amigo de mi marido al escucharme, me tranquilizó diciendo:
-No te preocupes, ya lo sabía porque tal y como habíamos planeado, Manuel me ha llamado nada más enterarse de que le has puesto los cuernos. Ahora es importante que cumplas con tu papel: en cuanto llegue tu marido, tírate a sus pies y pídele que te perdone.
Realmente acojonada le prometí que así lo haría y aunque se estaba cumpliendo a raja tabla lo que habíamos previsto, no estaba segura de lo que haría mi esposo al volver a casa. Igual loco de celos me pegaba o lo que más temía, podía coger las maletas y abandonarme. Por eso os confieso que las dos horas que tardó en llegar se me hicieron eternas. Según Fernando, le convencería de aprovechar mi supuesto desliz para obligarme a cumplir sus fantasías, por eso tenía que mostrarme ante él como arrepentida y prometerle que si me perdonaba, haría todo lo que me pidiera. Su retorcido plan consistía en que Manuel se aprovechara de mí y cambiara su forma de verme, al obligarme a realizar todo tipo de prácticas sexuales que hasta entonces me tenía vedadas.
Reconozco que estaba espantada por haber hecho caso a su colega cuando Manuel abrió la puerta y por eso en cuanto entró al salón, caí a sus pies llorando. En ese momento no estaba actuando, realmente me sentía perdida y necesitaba su perdón.
Negándose a hablar de lo que había pasado, me dejó sola en mitad de la habitación, diciendo:
-Estoy demasiado dolido para hablar hoy.

Tras lo cual, le vi coger su almohada y entrar en la habitación de invitados. Al observar que se estaba haciendo la cama, le pedí que me dejara ayudarle pero con voz cortante, me dijo que le dejara en paz y me fuera a MI cama. Con la puerta cerrada, intenté que me escuchara pero no me hizo ni puñetero caso y por eso al cabo de diez minutos no tuve mas remedio que irme a mi cuarto.

Ya acostada, hice recuento de ese día y viendo que aunque fuera increíble, todo lo ocurrido era lo habíamos previsto me fui tranquilizando. Curiosamente, la angustia se transformó en deseo al imaginarme como sería su venganza. Lo creáis o no, al pensar en lo que haría Manuel para castigarme me ví siendo forzada a cumplir con las mayores aberraciones y eso me puso nuevamente cachonda.
Por mi mente pasaron imágenes grotescas, como que mi marido me obligaba a ver como orinaba para después ordenarme que limpiara los restos de orín con la lengua. También me imaginé atada a la cama y siendo azotada por él tal y como había escrito en el mensaje que había leído…

Mi fecunda imaginación me llevó al borde del orgasmo y sin poderme retener, no me quedó mas remedio que pajearme mientras soñaba que esas locuras se hicieran realidad.

No sé cuántas veces me pajeé esa noche pero lo que si sé es que, a la mañana siguiente, había dormido pocas horas. Siguiendo las instrucciones de Fernando, me levante antes que Manuel y le hice el desayuno de forma que cuando despertara se encontrara que su avergonzada esposa le tuviera preparado su café.
Por eso en cuanto oñi que se abría la puerta del cuarto de invitados, corrí a intentar recibir su perdón. Aunque sabía que su amigo le habñia prohibido montarme un escándalo, al ver su cara de agotamiento además de comprender que tampoco él había descansado, temí que todo se fuera al traste.
-Buenos días- me gruñó sin dignarse a mirarme y cogiendo el café de la mesa del salón, se lo bebió de un trago.
Nada más terminar, sin despedirse, se fue a trabajar dejándome confusa y  esperanzada a la vez. Mi estado de ánimo se debatía entre el miedo de ser abandonada y la ilusión de que se cumplieran mis deseos. Siguiendo el papel que me había asignado su amigo, nada más irse le mandé un whatsapp donde le rogaba que me perdonara.
Durante todo el día le estuve mandando mensajes a cual mas humillante pero no obtuve contestación. Ya eran cerca de las seis cuando le escribí el último  donde le decía que si quería sería yo quien se fuera de casa.   A ese si contestó. Os juro que salté de alegría al leer:
-No eso lo que quiero.
Sabiendo que era el momento que Manuel pusiera sus condiciones, le llamé pero no tampoco me contestó. Tras insistir varias veces, le mandé otro  mensaje diciendo:
-¿Qué quieres?
Esta vez, me respondió inmediatamente diciendo:
-Una mujer que me quiera y me respete.
Al leerlo supe que mi sueño estaba a punto de hacerse realidad y cogiendo mi móvil, tecleé:
-Te quiero y te respeto.
Nuevamente no tardé en recibir su contestación, al leerlo sentí que mi chumino se empapaba de gusto
-Demuéstralo- me decía.
Aleccionada por su amigo, me di una ducha, me perfumé y me vestí con el sugerente picardías que esa mañana me había comprado. Ya preparada, me miré al espejo y satisfecha por el resultado, me dije en voz alta:
-Parezco una puta. Solo espero que Manuel me vea así y me trate como una fulana.
Fue sobre las ocho cuando llegó a casa. Nada mas entrar, dejó su maletín en el suelo y tirándose en el sofá, puso la tele.
¡Era el momento decisivo!
Moviendo mi culo como una gata en celo, hice mi aparición en el salón. Si bien había supuesto que al verme vestida de esa guisa me follaría allí mismo, me equivoqué porque Manuel ni siquiera se dignó a mirarme y siguió con los ojos fijos en la televisión. Al ver su falta de reacción pensé:
“Este no se me escapa” y arrodillándome en mitad de la habitación, gateé hasta él diciéndole lo mucho que le quería y lo arrepentida que estaba.
Tampoco me contesto y sin dar mi brazo a torcer, me encaramé sobre sus rodillas y le empecé a besar. Haciéndose el duro pero sin rechazar mis caricias, cerró sus ojos.
“Si cree que me voy a dar por vencida, ¡Va jodido!” exclamé mentalmente.
Comportándome como una guarra de un striptease, froté mi sexo contra su entrepierna. Aunque seguía sin hacerme caso, su pene le traicionó porque creciendo bajo su pantalón, me dejó claro que le estaba poniendo bruto. Frotando mi coño contra su polla conseguí que en menos de dos minutos su erección fuera considerable y decidida a aprovechar la oportunidad, le bajé la bragueta y lo liberé.
“¡Que preciosidad”, pensé al verlo totalmente tieso.
Estaba todavía decidiendo si penetrarme con él o hacerle una felación cuando escuche que mi marido. me decía:
-Con la boca.

Os juro que fui la primera sorprendida de lo rápido que se iban a hacer realidad mis deseos y por eso sentí que mi vulva se derretía cuando con gesto autoritario, el propio Manuel me lo puso en la boca. Ni os tengo que contar que hice. Disfrutando como la perra en que me había convertido tanta necesidad, abrí mis labios sin quejarme y poco a poco lo fui introduciendo en mi boca. No os podeis hacer una idea de lo caliente que me puso sentir como poco a poco su verga iba rellenando mi garganta.

Tratando de concentrarme en ello cerré los ojos para así recordar lo que había sentido. Él, malinterpretando ese gesto, me gritó:
-Abre los ojos ¡Puta! Quiero que veas que es a tu marido al que se la chupas.
Al escucharlo, lloré de felicidad y mientras por mis mejillas caían dos lagrimones, con mi lengua empecé a acariciar ese manjar tantos años prohibido.  Decidida a que esa mamada fuera memorable, introduje toda su extensión hasta el fondo de mi garganta.
“¡Cómo me gusta!”, me dije.

A partir de ese momento, mi boca fue mi sexo y metiendo y sacando su verqa de su interior fui calentándome cada vez más. Ya estaba sobre excitada cuando de pronto, presionó mi cabeza contra su entrepierna clavándome su polla sin misericordia. Cuando ya creía que nada se podía comparar, le oí decir:

 

-Mastúrbate con la mano, ¡Zorra!.
Su insulto me enloqueció y sintiéndome su sumisa por primera vez, obedecí separando los pliegues de mi vulva y comenzado a pajearme. Nada más tocar mi clítoris estuve a punto de correrme y por eso pegando un berrido, torturé ese botón con rapidez sin dejar de mamarle. La sensación de sentirme usada no tardó en que llevarme hasta el orgasmo y pegando un chillido, me corrí sobre la alfombra.
Espoleado por el volumen de sus gritos, mi marido usando mi boca como receptáculo de su venganza, se dejó llevar y con brutales sacudidas, explotó derramando su simiente dentro de mi boca. Al paladear su agridulce sabor, me volví loca y ya sin ningún recato me puse a disfrutar de su lefa. Usando mi lengua como cuchara, devoré todo su eyaculación sin dejar que se desperdiciara nada.
Como si una desconocida  se hubiera apropiado de mi cuerpo, ordeñé su miembro con un frenesí que ni siquiera me avergonzó oírle decir al terminar:
-¿Te ha gustado putita mía?
Necesitada de polla, me puse a cuatro patas y pegando un berrido, le pedí que me follara. Fue entonces cuando le vi acercarse a mí y poniéndose a mi espalda, me pegó un azote mientras con voz dura, me decía:
-Abre tu puto culo con las manos.
Si bien estaba aterrorizada porque nunca nadie había usado mi entrada trasera, no pude negarme a hacerlo aunque veía sus intenciones. Rogándole que tuviera cuidado porque mi culo era virgen, separé mis nalgas. En ese momento pensé que me iba a romper mi ojete sin más pero afortunadamente, lo que sentí fue a su lengua recorriendo los bordes de mi esfínter mientras sus dedos se dedicaban a acariciar mi ya mas que excitado clítoris.
-¡Que gusto- suspiré aliviada al notar que no iba a darme por culo a lo bestia y ya más tranquila me puse a disfrutar de esa doble caricia.

Mi marido, viendo mi entrega, embadurnó sus dedos con mi flujo y como si fuera algo habitual en él comenzó a untar mi ano con ese líquido viscoso. Al sentir que uno de sus dedos se abría paso por mi esfínter, me entró miedo y aunque no me atreví a separarme, le chillé aterrorizada:

-¡Por favor! ¡No lo hagas!
-Cállate puta- fue su respuesta a mi petición.
Asumiendo que me iba a desflorar lo quisiera o no, apoyé mi cabeza en el sofá tratando de facilitar sus maniobras. Satisfecho por mi claudicación se recreó jugando con su yema en el interior de mi culo. Si ya de por sí esa sensación me estaba encantando, no sabeís lo que fue el recibir en ese instante otro duro azote sobre mis nalgas.
-Ahhhh- grité mordiéndome el labio. 
Mi gemido de placer fue erróneamente interpretado por Manuel y pensando que me dolía, volvió a coger más flujo de mi coño y con sus dedos impregnados, siguió relajando mi culito.

“¡Dios como me gusta”, pensé moviendo mis caderas para disfrutar aún más de ese momento.

 

 

Mi marido, rompiéndome los esquemas, me sorprendió gratamente porque comportándose como un amante experimentado en vez de sodomizarme directamente, tuvo cuidado y siguió dilatándolo mientras que con la otra mano, me volvía  a masturbar. 
-¡No puede ser!- aullé confundida al percatarme de que lo  mucho que me  estaba empezando a gustar que miss dos entradas fueran objeto de sus caricias y sin poderlo evitar me llevé las manos a los pechos y pellizqué con fiereza mis pezones, buscando incrementar aún más mi excitación.
Al notar que Manuel forzaba mi ano con dos dedos, sentí que moría y pegando un aullido me corrí como hacía años que no lo hacía. Mi placer le informó que estaba dispuesta  y  sin dejarme reposar, untó su órgano con mi flujo y abriendo mis dos cachetes, llevó su glande ante mi entrada: 
-¿Deseas que tu marido tome lo que es suyo?- me preguntó sabiéndose al mando mientras jugueteaba con mi esfínter. 
Tan necesitada estaba de experimentar por primera vez que alguien me daba por culo que ni siquiera esperé a que terminara de hablar y echando mi cuerpo hacia atrás, empecé a empalarse. El miedo me hizo hacerlo lentamente y por eso disfruté de cada centímetro de su pollón abriéndose camino a través de mi ano.
El placer de sentirme indefensa mientras mi marido desvirgaba mi trasero pudo más que el dolor que subía desde mi ano.
“Dios, ¡Cómo duele!” exclamé en silencio.

Casi llorando soporté ese delicioso castigo y sin quejarme seguí embutiéndome su miembro hasta que sentí su base contra mi culo, llenándome por completo. Temblando de arriba abajo pero decidida a buscar el perdón por mi supuesto desliz, le pedí que me follara. El deseo reflejado en mi voz le convenció que había conseguido su objetivo y disfrutando de su nuevo poder, con parsimonia, fue extrayendo su sexo de mi interior.

Al hacerlo, experimenté dichosa de como su verga iba forzando los músculos de mi ano. Deseando seguir disfrutando de ese placer y cuando casi había terminado de sacarla de mi culo, con un movimiento de sus caderas, me la volvió a introducir hasta el fondo. La mezcla de dolor y de placer me dominó por completo y deseando que nunca terminase, fui objeto de su lujuria mientras mi marido aceleraba el ritmo con el que me daba por culo.
“¡Madre mía!”, deseé, “¡No pares!”

Sintiendo que mi esfínter suficientemente relajado, Manuel convirtió su tranquilo trotar en un desbocado galope y queriendo tener un punto de agarre, me cogió de los pechos para no descabalgar.

 

-¡Me encanta!- no tuve reparo en confesar al experimentar lo mucho que estaba disfrutando.
Al escuchar mi sollozo y mientras me daba otro doloroso azote, contestó.
-¡Serás puta!
Lejos de molestarme su insulto, me azuzó a demostrarle la clase de zorra con la se había casado y por eso, le imploré que me diera otra nalgada. Si le sorprendió esa confesión, no lo demostró y sin que se lo tuviera que volver a pedir, alternando entre mis dos cachetes, me fue propinando sonoros t dolorosos azotes marcando el compás con el que me penetraba.
Os sonara raro e incluso pervertido pero ese rudo trato  me llevó al borde de un desconocido éxtasis y sin previo aviso comencé a estremecerme al sentir los síntomas de un orgasmo brutal.  Disfrutando como nunca y mientras todo mi cuerpo temblaba de placer, berreando como una cierva en celo, le rogué que siguiera azotándome:
-¡No Pares!, ¡Por favor!- aullé al sentir que todas mis células colapsaban por las sensaciones que brotaban del interior de mi culo. 
Mi completa entrega fue el acicate que le faltaba y cogiendo mis pezones entre sus dedos, los pellizcó con dureza mientras usaba mi culo como frontón. Sin poder soportar tanto goce, pegando un alarido, me corrí cayendo desplomada sobre la alfombra.
-¡No aguanto más- chillé
Manuel, decidido a castigar mi infidelidad no se quiso perder esa oportunidad y  forzó mi esfínter al máximo con fieras cuchilladas de su estoque. Reconozco que aunque estaba agotada, me gustó que no me dejara descansar  y que siguiera violando sin parar mi adolorido ano. Es más cuando pegando un grito me exigió que colaborara en su placer, sentí nuevos bríos y meneando mis caderas, convertí mi trasero en una especie de ordeñadora. Presionando con mi ano sobre su pene, busqué su eyaculación con un fervor que hasta a mí me dejó sorprendida.
 

Mi nuevo entusiasmo provocó en mi marido un brutal orgasmo y derramando su simiente en mis intestinos, le ví estremecerse de placer mientras me llamaba traidora. Convencida de cual era mi papel, seguí ordeñando su miembro hasta dejarlo seco. Al terminar, Manuel sacó su pene de mi culo y agotado, se dejó caer sobre el sofá.

Sabiendo que era el momento de demostrarle mi total sumisión, me acurruqué a su lado y con besos apasionados, le agradecí tanto el haberme como el haberme dado tanto placer.
Fue entonces cuando por primera vez, mi marido me trató como sumisa y pegándome un empujón, me tiró al suelo mientras me decía:
 -No te he perdonado. ¡Eres una puta pero quiero que seas mi puta!. Si me prometes darme placer, haré como si nada hubiera ocurrido.
Arrodillada a sus pies y bajando mi mirada, le pedí que me diera una nueva oportunidad:
-Si me permites servirte, te juro que nunca te arrepentirás.
 Satisfecho por mi respuesta, soltando una carcajada, me contestó:
-Me voy a la cama. Tráeme un whisky. Quiero una copa mientras observo como me la vuelves a mamar.
Supe al escuchar de su boca cual era mi destino que había ganado y no pudiendo evitar que mi rostro mostrara mi alegría, me levanté a cumplir su orden. Mientras le servía la copa, con una sonrisa en los labios, pensé en todos los años que había perdido y con una felicidad desbordante, me dije:
“Ahora que he descubierto soy una zorra, ¡Pienso disfrutar!…. y si Manuel no está a la altura, me buscaré un macho que si lo esté”.
Al volver a la habitación, ¡Ya tenía un candidato!
Si mi esposo no lograba satisfacerme, supe que su amigo Fernando sí lo haría.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *