Desgraciadamente no pudimos quedarnos en la cama mucho tiempo. Ese viernes debíamos realizar el estudio que había sido encargado a nuestro grupo y a pesar de ser Mercedes la jefa de la cátedra, tuvimos que hacerlo y eso nos obligó a establecer por primera vez cual serían nuestros papeles fuera de la cama.

        La profesora fue la primera en tocar el tema:

―Ama, necesito hablar con usted.

Irene miró a su sumisa y mientras se quedaba pensando en que iba a ser divertido tenerla a su completa disposición, con un gesto de su mano le dio permiso para empezar.

―Le quería preguntar cómo quiere que me comporte cuando estemos en presencia de otros alumnos o de otros profesores.

De inmediato comprendió los motivos de la pregunta, ya que si se hacía público la relación que unía a la catedrática con ellos la primera consecuencia sería su despido. Cómo eso era lo último que quería, le pidió que le dijera que era lo que había pensado al respecto.

―Que cuando tengamos público, me comporte como si nada hubiese ocurrido, aunque eso suponga que al volver a casa Usted y el amo Gonzalo me tengan que castigar.

― ¿A qué te refieres exactamente?

― A que me permita disimular y que, a los ojos del resto de la gente, siga siendo su profesora― la rubia respondió.

Analizando su postura, supo que era lo más conveniente pero antes de acceder a su petición quiso que le aclarara si daba por sentado que vivirían los tres juntos. Bajando su mirada y con el rubor tiñendo de rojo sus mejillas, la madura respondió:

―Como soy su esclava, había supuesto que mi ama desearía hacer uso de mí a todas horas… y mi casa es grande.

Por la expresión de sus ojos, Irene comprendió que más que una suposición era un deseo y por ello, directamente le preguntó si le gustaría que se mudarán con ella.

―Sí, ama. Nunca pensé que lo diría, pero desde que usted me ha hecho su sierva, he descubierto que me encanta y mi mayor anhelo es servirla.

Fijándose en su pecho, descubrió que se le habían puesto los pezones como escarpias al responder y cogiendo entre sus dedos, las areolas de la madura se las pellizcó mientras le decía:

―Este fin de semana la pasaremos en tu casa y el lunes tomaré una decisión en función de lo que pase.

La alegría que evidenció Mercedes al sentir la rudeza con la que trataba sus senos permitió a la muchacha profundizar en ellas y retorciendo uno de los botones, le preguntó por el tamaño de su cama.

―Tengo una de dos por dos.

No tuvo que exprimirse mucho los sesos para comprender que si una soltera tenía una King Size era porque solía darle uso y por eso, dejó caer si tenía novio.

―Lo tuve― respondió y mirándola con la coquetería que solo una sumisa podía tener, prosiguió: ―Ahora la tengo a usted. 

Irene premió a la mujer con un mordisco en los labios. La estricta catedrática se derritió al sentir ese beso y con la respiración entrecortada, buscó el contacto con la que ya consideraba su dueña.

―Eres una puta calentorra― riendo le dijo está al notar que le empezaba a restregar el coño contra su pierna.

Doña Mercedes interpretó erróneamente sus risas y creyendo que le estaba dando entrada, incrementó el roce de su sexo contra el muslo de la muchacha mientras la respondía:

―Soy y seré tan puta o tan mojigata como usted me diga… soy suya de por vida.

La fascinación con la que la miraba convenció a Irene de que esa madura era una sumisa de libro y que si no había caído antes en manos de un dominante se debía únicamente a que nunca se le cruzó uno en su camino. Por eso quizá permitió que buscara calmar su excitación frotándose con ella y cuando notó que la humedad que manaba de la vulva de su sumisa estaba dejando un rastro sobre su propia piel, decidió que ya bastaba y separándose de Mercedes, la dijo:

― ¡Para! Y vístete. Tenemos que tomar muestras si no queremos que la gente se entere de lo puta que eres.

La profesora me miró insatisfecha pidiendo mi ayuda. Hasta ese momento me había mantenido como mero observador, pero al comprender que mi compañera tenía razón sonriendo contesté:

―Cuanto antes terminemos, antes volveremos a Madrid y más tiempo tendrás para servirnos.

Mi razonamiento la convenció y levantándose de la cama, nos volvió a sorprender cuando con voz dulce preguntó a Irene si la podía ayudar a vestirse.

―No sé a qué esperas― replicó la morena mientras se ponía en pie.

Al escucharla, una sonrisa iluminó su cara y tras recoger la ropa de su ama de la silla donde la noche anterior la había dejado, se puso a ayudarla. Mirándolas de reojo, me quedó claro que ambas estaban disfrutando con sus papeles ya que, si Mercedes estaba feliz sirviendo a Irene, Irene se sentía pletórica dirigiéndola.

Sabiendo que cuanto mejor se compenetraran entre ellas, mejor iba a ser para mí, me vestí en silencio y solo al terminar, susurré al oído de la morena si estaba segura de que era una buena idea irnos a casa de la profesora.

―Por supuesto, ¿qué puede salir mal? Además de vivir en un chalé, nos tendremos el uno al otro y encima nos ahorraremos el alquiler.

Desde esa óptica, esa decisión era lógica, pero algo en mi interior me decía que convivir con Irene no sería de color de rosa y que no tardarían en llegar los problemas. La belleza de ambas me hizo olvidar mis recelos y tomando del brazo a mi compañera, pregunté donde íbamos esa mañana.

―A la ladera este de Peñalara, señor Martínez― replicó Mercedes desde la puerta.

Me hizo gracia descubrir que la rubia olvidando que era nuestra esclava, había adoptado la pose de estricta catedrática que tan famosa la había hecho entre sus alumnos. No dije nada al comprender que no en vano seguía siendo nuestra profesora y tomando mi mochila, la seguí al exterior.

La catedrática supo que estaba actuando correctamente cuando al salir, su ama le preguntó:

―Doña Mercedes, ¿le importa que deje mi coche aquí?

―Para nada, señorita Hidalgo. Es ridículo llevar dos― replicó ya convencida que esa era la forma con la que debía actuar cuando no estuviera ejerciendo de sumisa.

A partir de ese momento, si alguien nos hubiese estado observando, jamás hubiese podido suponer que esa dura y exigente profesora que se pasó el resto del día mortificando a sus alumnos con todo tipo de reproches, era en realidad una dulce y obediente zorrita que estaba deseando servir a esos mismos que maltrataba.

Reconozco que en un principio me hizo gracia su cambio de actitud, pero tras horas recibiendo órdenes de la rubia, empecé a pensar en que haría con ella cuando estuviéramos a solas los tres en su casa. Irene debía estar rumiando sobre lo mismo porque cuando ya nos íbamos, se me acercó por detrás y me dijo al oído:

―Esta puta se ha ganado una paliza.

sonreí y sin decir nada, cargué los treinta kilos de muestras que habíamos recogido durante el día hacía el coche. Estaba feliz de saber que compartía conmigo las ganas de premiar a la madura con una buena zurra y por eso no veía el momento de quitarme la máscara de buen chico.

«Esa guarra no llega a Madrid con el culito ileso. En cuanto nos despidamos de la gente pienso ponérselo al rojo vivo», me dije pensando en una serie de dolorosos azotes mientras nos montábamos en el coche para reunirnos con el resto de los grupos en un restaurant.  

Ejerciendo de chofer, llevaba menos de quinientos metros recorridos cuando a través del espejo vi a Irene acariciando el trasero de nuestra profesora.

«Es alucinante lo mucho que le gusta el papel de sumisa», mascullé para mis adentros y en silencio, me puse a observar el espectáculo.

Cómo no podía ser de otra forma, Mercedes no se quejó al sentir ese magreo y su ausencia de respuesta envalentonó a su dueña, la cual, sin el mínimo de sentido del decoro, fue subiendo su mano por el torso de la sumisa mientras le susurraba lo zorra que era. Ver como la acariciaba me excitó y mas al observar que los pezones de la rubia reaccionaban ante el ataque irguiéndose bajo la tela.

Mi flamante novia al notarlo, se dedicó a torturarla con duros pellizcos sobre sus areolas y ella incapaz de negarse, se puso a gemir pidiendo su clemencia al sentir que se empezaba a humedecer por sus caricias:

―Por favor, voy a llegar empapada.

Al escucharla, Irene decidió cambiar las tornas. Cogiéndola de la melena, la obligó a agacharse entre sus piernas y metiéndole la cabeza bajo su vestido, le exigió que le diese placer diciendo:

―Apaga el incendio que tengo bajo mis bragas.

Fue alucinante contemplar a través del espejo como, tras bajarle la ropa interior, Mercedes usaba su lengua para recorrer los pliegues del coño de su ama y que no contenta con ello, buscaba apoderarse del escondido clítoris de la morena.

―Me gusta que seas obediente― murmuró al tiempo que, para facilitar su labor, separaba de par en par las rodillas.

 No tardé en escuchar el gemido de Irene al sentir que uno de los dedos de nuestra profesora se introducía en su interior. Pero cuando realmente advertí que mi novia estaba disfrutando fue al ver que Mercedes usaba sus dientes para mordisquear ese botón como si de un hueso de aceituna se tratara.

― ¡Dios! Sigue así zorrita mía― musitó ya necesitada de desfogarse y por eso con sus manos forzó la cabeza de la rubia a continuar mientras le pedía que se diera prisa ya que le urgía correrse en su boca y teníamos poco tiempo.

 Al oírla, profundizó sus caricias, lamiendo y penetrándome con la lengua mientras sus dedos se concentraban en la humedad que manaba de entre sus muslos.

Irene no tardó en recibir hambrienta las primeras oleadas de placer y viendo que estábamos entrando en el parking donde nos esperaban, temió que no iba a poder terminar.

― ¡Puta!¡Házmelo más rápido!

El insulto espoleó a la madura y acelerando sus movimientos, llevó en volandas a su alumna a un intenso éxtasis. Es más, al saborear las primeras gotas del flujo de la que ejercía como su dueña, se trastornó y, totalmente poseída por la pasión, buscó su propio placer, masturbándose.

Como espectador, pude disfrutar de la forma tan coordinada en la que ambas se corrían sin caer en la cuenta de que el resto de la excursión estaba a pocos metros.

―Aparca donde no nos vean― chilló Irene todavía insatisfecha.

Al comprobar que, haciéndole caso, dejaba atrás a nuestros compañeros y bajaba a otra planta, Irene exigió a la madura que se desnudara de cintura para abajo:

―Has sido mala y no sería una buena dueña, si no te reprendiera― le dijo mientras la obligada a poner su culo en pompa.

Os juro que no me podía creer lo que estaba viendo y oyendo. Irene obviando que la gente nos estaba esperando se proponía a premiar a nuestra profe con una azotaina en su trasero.  

«Joder con estas dos», musité al ver que mi novia se podía detrás de ella y que, sin pensárselo dos veces, le daba una sonora palmada en las nalgas.

Mercedes dio un brinco al sentir la ruda caricia, pero no se quejó. Es más, tras el primer azote, levantó un poco su trasero pidiendo más.

“Nuestra putilla quiere guerra! ― me comentó y girándose hacia ella, le soltó otro azote, este mucho más fuerte.

La madura se mantuvo impertérrita, sin moverse. Irene sintió que la estaba retando y por ello, empezó a castigar sus cachetes alternativamente cada vez más rápido.

―Ahora veras―le gritó reanudando su ataque.

Indefensa, Mercedes ya tenía su piel colorada cuando la escuché gemir de placer. Sorprendid0, me percaté que de lo más hondo de su sexo manaba su placer goteando por sus muslos.

―Me gusta que mi puta disfrute de mis castigos― la morena en plan jocoso comentó al tiempo que introducía dos dedos en la vulva de su sumisa.

Esta al sentir que Irene hurgaba en su interior, pegando un grito, se desplomó sobre el sillón trasero del vehículo mientras se corría retorciéndose como una posesa. Si ya de por si eso reafirmaba su carácter sumiso, más claro lo dejó cuando una vez medio repuesta y sonriendo comentó que esa reprimenda le había encantado y que cada vez que se portara mal, no solo debía castigarla así, sino que debía de pensar otros modos de reprenderla.

―Al fin y al cabo, Usted es mi dueña y yo su sucia esclava― concluyó.

Juro que me costó asimilar tanto sus palabras como lo que había ocurrido. Sabía que había gente a la que le gustaba ser dominada, personas a las que el dolor, lejos de ser algo a evitar, las excitaba.

Saber que existía era una cosa y otra muy distinta era saber que la estricta catedrática que te ha tenido puteado todo el año era una de ellas. Pensando en ello, esperé a que se acomodaran la ropa mientras trataba de visualizar en mi mente cómo sería mi vida con ellas.

«No tardaré en saberlo», me dije asumiendo que, en menos de dos horas, estaríamos de vuelta a Madrid.

Desgraciadamente, al llegar al punto de reunión, nos encontramos con que el coche de uno de los profesores se había estropeado y viendo que nosotros teníamos uno extra, repartieron sus ocupantes entre los nuestros.

Esa solución tampoco fue del agrado de Mercedes e intentó infructuosamente que fueran en otros vehículos. Solo al ver que su insistencia podía hacer despertar las suspicacias de sus colegas, dio su brazo a torcer y anotando una dirección en un papel, se la dio a Irene diciendo:

―Ama, les espero en la que va a ser su casa.

7

Irene no tardó en demostrar a nuestros compañeros que algo había cambiado entre ella y yo. Mientras esperábamos que se pusieran de acuerdo los profesores, me agarró de la cintura y me dio un beso en público.     

Jimena, una pelirroja se nos quedó mirando y sin cortarse un pelo, nos preguntó desde cuando salíamos.

 ―Hace más de un mes que somos novios― sin separarse de mí, respondió con una sonrisa.

        Todo el mundo dio por sentado que era verdad. Yo tampoco lo negué, es más ratifiqué esa mentira al dejar que me besara mientras recorría con mis manos su trasero. Ese inesperado magreo no la molestó en absoluto y pegando su cuerpo al mío descaradamente ronroneó de placer, demostrando a ojos de nuestros amigos lo mucho que le gustaba que la tocara.

Si quedaba alguna duda, Irene la hizo desaparecer al decir muerta de risa que ese fin de semana íbamos a recuperar el tiempo perdido por culpa de doña Mercedes y que nos lo pasaríamos follando.

― ¿Cómo os fue con esa arpía? ― preguntó uno de ellos.

―No pudimos dormir juntos. A mí me tocó acostarme con ella mientras Gonzalo se hacía pajas en el otro cuarto― respondió.

Todos sin distinción supusieron que era broma y que, si no nos habíamos acostado, fue por culpa de la profesora. A ninguno se le pasó por la cabeza que fuera verdad que Irene se había pasado toda la noche disfrutando para ella sola de doña Mercedes. Por eso no me extrañó que la pelirroja preguntara en plan de guasa si la madura había sido cariñosa con ella.

―Más de lo que crees. Ahí donde la ves, esa zorra es una guarra con una boca muy traviesa― respondió señalando su entrepierna.

Observé que mientras la gran mayoría acogían con burlas las palabras de Irene, Jimena no solo se quedaba callada, sino que contra todo pronóstico sus mejillas se tornaban rojizas como si le hubiese dado vergüenza oír esa burrada.

No me preguntéis qué fue lo que me llevó a meterme con ella, pero lo cierto es que, acercándome a donde estaba, incrementé su turbación preguntándola en voz baja si a ella también le apetecía probar el coñito de mi novia o si por el contario prefería comerme la polla.

La mirada de odio que me lanzó no pudo evitar que me fijara en que bajo la blusa de Jimena habían hecho su aparición dos pequeños, pero evidentes bultos. Haciendo ostentación de mi descubrimiento, señalé sus pezones erectos mientras insistía en cuál de las dos opciones era su preferida.

― ¡Vete a la mierda! ― contestó y sin mirar atrás, salió huyendo de la habitación mientras escuchaba mis carcajadas.

Mi propio recochineo impidió que pudiese advertir que Mercedes había seguido la escena con interés y mucho menos fijarme en que su rostro lucía una espléndida sonrisa mientras observaba como la pelirroja desaparecía por la puerta.

Estoy seguro de que me hubiese dado igual darme cuenta porque en ese preciso instante, los profesores empezaron a dividir a los alumnos entre los coches disponibles y a pesar del gran cabreo de Irene, nos separaron. Como no podía ser de otra forma, ella se encargó de llevar su coche mientras a mí me tocó volver en el que conducía don Javier, uno de los catedráticos.

Alejada de nosotros, doña Mercedes deambuló como perrita sin dueño hasta que, acercándose, mi flamante novia le ordenó que nos esperara en su casa y que para que no se aburriera nos fuera preparando la cena.

―Será un placer recibirla en su casa― replicó la madura y con una extraña expresión de felicidad en su rostro fue a reunirse con el grupo con el que volvería a Madrid.

Habiendo quedado, me llamó y tras decirme la dirección de Mercedes, me dio una pequeña lista con cosas que deseaba que comprara antes de reunirme con ellas. Al leer en qué consistía, sonreí y me la guardé en el bolsillo.

―Tómate tu tiempo, necesito dos horas antes de qué llegues― comentó con picardía.

Juro que sentí cierta pena por la zorra de Cristalografía, no en vano era parcialmente culpa mía que hubiese caído en las garras de Irene. Pero también he de reconocer que no pude evitar excitarme al saber lo poco que tardaría en hacer realidad lo que le tenía planeado de mi perturbada compañera y actual pareja.

«Lo cierto es que Mercedes parece contenta con esta situación», dije para mí disculpando de esa forma que Irene la hubiese esclavizado contra su voluntad.

Anticipando la futura degradación a la que se veía sometida esa rubia, me pregunté hasta que límites aceptaría que abusara de ella y si Irene los traspasaba qué era lo que debía hacer. Tras meditarlo durante un rato, pensé que no debía anticiparme a algo que quizás nunca ocurriera y que, llegado el caso, tendría tiempo de decidir.

«Por ahora, todo indica que está disfrutando con el papel», sentencié dejando todas esas reticencias olvidadas en un rincón de mi mente.

 Si bien ya no existía lucha en mi interior, fue la propia profesora la que borró de un plumazo cualquier remordimiento por mi parte, cuando a la hora de partir cada uno en un coche, llegó hasta mí y susurró en mi oído si le podía anticipar algo de lo que Irene la tenía preparado para ese fin de semana.

―No te preocupes, ahí estaré yo para evitar que se pase― respondí pensando que la pobre estaba acojonada por su destino.

Contra toda lógica, la muy puta contestó:

―Deseo y espero que lo haga… te lo preguntaba porque la espera me tiene completamente mojada, pero ya veo que me tendré que aguantar hasta que mi ama me lo muestre.

La confirmación de que, sin la presencia de Irene, Mercedes la seguía considerando su dueña hizo que cayera finalmente el velo que me impedía ver que la madura se había convertido por voluntad propia en la esclava de mi rutilante novia y por ello tras digerirlo, le repliqué:

―No te olvides que también has jurado ser mi puta.

Con una amplia sonrisa, contestó mientras se iba meneando su pandero:

―No lo olvido, señor Martínez y aguardo con alegría, el momento que usted y su novia me lo recuerden.

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