ASALTO A LA CASA DE VERANO (3)

Era él, definitivamente; pero lo veía tan cambiado. Físicamente parecía haberse desarrollado más; siempre había sido un muchacho robusto. Pero jamás se hubiese imaginado que él fuera capaz de cometer algo como aquello; nunca lo hubiese creído.

Habían sido novios durante una corta temporada; ella tenía 16 años y él 19, pero era apenas una chiquilla, los cinco meses que salieron juntos no significaron gran cosa para Leonor, quien hubiese salido con quien fuera que la invitara. Que se tratara de Benjamín o de cualquier otro era lo de menos.

Ella siempre había sido muy bonita; y sin duda era la mujer más bonita en aquella colonia. Benjamín era un muchacho serio, trabajador y extremadamente responsable; hubiesen seguido como novios de no haber sido por la necesidad de alejarse.

Él entró a la Escuela Militar de Medicina, le prometió a ella que volvería y ella juró que lo esperaría. Se escribían cartas; él escribía dos cartas por cada una de las que ella le enviaba. Pero con el tiempo se fueron reduciendo aún más; a veces él tenia que esperar dos meses y dieciocho cartas para que ella le respondiera, cada vez con menos cosas que decirle. “Suerte”, era lo único bonito que ella le escribía.

Ella se hubiese enterado del amor que aquel sujeto le tenía, si tan sólo se hubiera tomado la molestia de leer aquellas cartas. Pero, siendo bonita como era, no tardó en regresar a una vida social atrabancada, en la que los más muchachos más galantes y populares acaparaban su tiempo y su atención. Guardaba las cartas en una cajita; y después las tiraba a la basura cuando estas se acumulaban.

Llegaba a leer algunas, pero le parecían escritas por un pobre necio que no entendía que las relaciones a distancia no tenían futuro. Decidió entonces escribirle la carta más corta de todas: “Basta ya, Benjamín, no te he escrito en meses por que deseo que me dejes en paz. Esto ya murió hace mucho. Suerte.”

Aquello funcionó, tras dos años y medio de correspondencia apasionante, ella no volvió a recibir ninguna carta. Un alivio del que se olvidó pronto. Habían pasado más de 25 años desde entonces; y apenas y había podido recordar su nombre.

– Lo lamento – dijo Leonor, tratando de comprender aquella situación – Pero lo que estas haciendo no solucionará nada. No puedes culparm…

– No te estoy culpando – dijo él – Es sólo venganza.

– No puedes hac…

– Lo estoy haciendo; ¿crees que tus disculpas me harán decir “muy bien, sólo eso necesitaba; me voy, hasta nunca”? – dijo, burlón – Planeé esto desde hace muchos años; no voy a dejarlo ir por unas falsas disculpas.

– Son sólo unas niñas. Hazme a mi todo lo que te venga en gana, pero los que les hiciste hace un momento a ellas es realm…

– El principio. – interrumpió

– No puedes ser tan malo, Benjamín

– Eso mismo creía de ti – concluyó, alejándose

Subió las escaleras, seguramente hacia el baño, donde el otro sujeto y sus hijas se encontraban. Cuando se sintió sola, intentó zafarse de sus amarres. Pero era inútil; las esposas la inmovilizaban completamente, y no encontraba manera alguna de desatarse los amarres de los pies. Sus intentos de desatarse la hicieron caer de espaldas, cayéndole encima la silla. Lloró de impotencia; se sentía una idiota, desnuda ahí sin poder hacer nada por defender a sus hijas.

Arriba, en efecto, Lucas supervisaba a las chicas mientras se lavaban el rostro, cabello y cuerpo bajo la regadera. Les había quitado la blusa y la playera, recortándolas con unas tijeras. Ahora Mireya vestía sólo con el traje de baño de dos piezas, y su hermana Sonia sólo iba cubierta por sus bragas.

– ¡Que bonitas! – dijo el socarrón de Benjamín – ¿Ya se limpiaron bien la carita? Vi que a la chiquita le entró un poco en el ojo.

Lejos de responderle, las chicas lo miraron con rencor. Como si, debajo de la regadera, pudieran estar a salvo. Pero no era así; apenas cerraron la llave y se acercaron a tomar sus toallas; el gorilón de Benjamín las empujó hacia la plataforma de la regadera, haciendo que resbalaran y chocaran sus cuerpos entre ellas.

– Les hice una pregunta, pendejas, ¿creen que estoy jugando?

Las muchachas se asustaron de nuevo, y cualquier espíritu de rebeldía se esfumó. Movieron la cabeza negativamente.

– ¿Entonces por qué no responden? ¿Se limpiaron la cara? Si recuerdan, ¿no? ¿Recuerdan cómo les llené la cara de leche? ¡¿Eh?! ¿Lo recuerdan?

– Si – dijeron ambas, al unísono

– ¿Les gustó?

Ambas se miraron mutuamente, estaban tan asustadas que ya no lo pensaban dos veces.

– Si – respondieron

– ¡Que putas! No me sorprende en lo absoluto. Me acabo de follar a su madre y ha quedado encantada. ¿Les gustó ver cómo nos las follamos mi amigo y yo?

– Si – respondieron las pobres chicas

– ¿Si qué, putitas?

– Si nos gustó ver – respondió Sonia, por ambas

– A ti – dijo señalando a Mireya – ¿Te gustó cómo te eché mi leche en tus ojitos?

Mireya estaba tan asustada que apenas y pudo entender la pregunta. Trató de pensar rápido, incluso Sonia la apuraba con suaves pellizcos para que respondiera; Benjamín se estaba desesperando cuando por fin la chiquilla se atrevió a responder.

– Si – dijo entonces, como si lo hubiera tenido ensayado – Si me gustó, mucho.

– ¿Mucho? – repitió el hombre – Vaya que eres una perrita al natural, a ti te voy a enseñar muchas cosas.

Aquello la asustó, pero no dio tiempo de ello; Benjamín dio indicaciones a Lucas, y entre ambos las tomaron de los brazos y las hicieron levantarse, mojadas aún como estaban. Benjamín llevaba a Sonia, que a pesar de los intentos de arrebatos era incapaz ante aquellos fuertes brazos. Menos aún pudo poner resistencia Mireya, a quién Lucas jaloneaba con el menor de los cuidados. Entraron a la recamara de ellas.

Las lanzaron sobre los colchones de sus camas, exactamente donde cada una de ellas dormía; ya fuera por casualidad, o por que conocían bien cómo se llevaban a cabo las cosas en aquella casa.

Cayeron sobre las camas; pero no tuvieron tiempo de incorporarse por que, de forma casi sincronizada, ambos hombres se les encimaron para inmovilizarlas boca abajo. Les volvieron a colocar las esposas, y sacaron unas cuerdas con las que ataron, por desde la mitad los cuellos de las chicas, y después cada uno de los extremos a las patas superiores de las camas.

Aquello estaba, evidentemente, más que planeado; en menos de dos minutos ambas muchachas estaban completamente inmovilizadas boca abajo sobre sus camas. No podían moverse mucho en aquella posición y con aquellas ataduras. Si existía un secuestro bien planeado, era aquel.

Las dejaron solas, o al menos eso les hizo creer. Benjamín miraba satisfecho todos los intentos de las chicas por escapar, por si existiera algún defecto en su plan; pero no lo había, por más que ambas intentaron, no podían moverse demasiado. Cualquier movimiento forzado las hacia ahorcarse a ellas mismas con las ataduras. No podían hacer otra cosa que mantenerse en aquella posición.

Lucas y él bajaron a la sala; descansaron, especialmente Benjamín, quien había eyaculado más veces. Era uno de los inconvenientes que veía, deseaba follárselas sin parar. Lucas hubiese continuado, pero estaba bajo las órdenes de Benjamín, y las parecía obedecer al pie de la letra.

Miraron algo de TV y comieron algo en el cuarto de la cocina; de vez en cuando hacían rondines por la casa. Lourdes había terminado por rendirse; y lo poco que lograba era arruinado por alguno de ellos, que reforzaban los amarres.

Lo mismo sucedía con Sonia, quien de vez en cuando se retorcía sobre la cama esperando escapar, pero de igual manera era inútil; y cuando era descubierta en pleno intento, lo único que conseguía era una buena nalgada.

Mireya, sin embargo, había terminado por dormirse. “La más lista – pensó Benjamín – Con todo lo que le espera”. Se acercó a ella y le acarició suavemente el culo; ella no despertó. La contempló un rato; ya sabía que ella nadaba, pero sólo hasta entonces comprendió las ventajas de aquel ejercicio.

El trasero de la muchachita era precioso, redondo y voluminoso; junto con su cintura delgada le otorgaban un cuerpo precioso. Si bien era, en parte, heredado, pues su madre y hermana también se cargaban un buen par de nalgas, la más chica no había perdido el tiempo y, mientras nadaba, iba marcando aún más su bello cuerpo.

El traje de baño era muy bonito; tenía holanes de colores sobre la tela rosada, era claramente un traje de baño de tipo infantil. La parte superior no estaba hecha para cubrir gran cosa, y es que en verdad las tetas de la chiquilla eran insignificantes. La parte inferior, por su parte, sí que estaba apretujada sobre sus voluminosas nalgas. Las tocó otra vez, esta vez con más ahínco, y Mireya despertó. Debió haber estado soñando algo lindo, porque el regresó a la realidad no pareció caerle bien.

Benjamín regresó de la última ronda con su compañero. Había sido un descanso de tres horas; Lucas lo aprovechó para revisar las computadoras. Había revisado la laptop de Mireya, pero nada le llamó la atención, y también revisó el celular de Sonia, al cual le dedicó casi una hora, y la tablet de Lourdes, dónde no encontró nada interesante.

– ¿Algo importante?

– Nada – respondió Lucas, mostrando su aburrimiento – Parece ser que sus vidas aquí no tienen mucho de interesante.

– Pues ya va siendo hora de cambiar eso; subamos.

Lucas sonrió, entusiasmado, y caminó tras Benjamín. Este se acercó rápidamente a donde se hallaba Leonor, y acercó su boca a su oído.

– Sólo para avisarte que ya les llegó la hora a tus hijitas.

– ¡Púdrete! – espetó Lourdes

– Gracias – respondió Benjamín, alejándose – eso me alienta.

Subió a la alcoba de Sonia y Mireya, seguido de Lucas. Las muchachas los esperaban, atadas sobre sus camas.

– Pasará esto, Lucas – dijo al muchacho – Comenzaremos con la mayor; sólo quiero penetrarla un poco, después será toda tuya. ¿Te parece?

– Perfecto – dijo Lucas

Las chicas podían escucharlos pero, ¿Qué importaba eso? Se dirigieron a la cama donde se hallaba Sonia; comenzaron a bajarse los pantalones, quedando completamente desnudos, con sus vergas erectas y listas.

Sonia temblaba de verdad; sintió las manos de Benjamín sobre sus piernas, pero estaba tan trabada que ni siquiera pudo alejarse. Vestía sólo sus bragas blancas; pero estas no tardaron en irse, cuándo Benjamín las arrancó de un solo jaloneo.

Ella tenía un cuerpo precioso, dónde los rasgos africanos y latinos no se limitaban a su tono de piel morena. Tenía un par de tetas preciosas que ya todos conocían, redondas y altivas, con el tamaño adecuado para competir con las de su madre. Debajo de su pecho, comenzaba una curva que disminuía para formar su cintura y, más abajo, la curva volvía abrirse para dar paso al culazo que siempre lucia.

Era un culo corriente, por así decirlo. Grande por naturaleza, vibraba como cama de agua con cada movimiento brusco. Sus caderas eran anchas, pero no tanto para la abundancia de nalgas con el que contaba. Un hombre podía sobrevivir un mes sin problemas alimentándose de ellas.

No parecía ejercitarse tanto, como su madre y su hermanita, pero aquello no tenía importancia con el cuerpazo con el que contaba en ese momento. Eso lo supo Benjamín quien, abalanzando su cuerpo sobre ella, la acarició desde abajo hasta arriba. Lanzó algunas nalgadas a la chica, poniéndola nerviosa; pero es que aquello era inevitable, su trasero mismo invitaba abiertamente a lanzar manotazos sobre la superficie de sus culo.

El hombre alzó con sus brazos las caderas de Sonia, obligándola a arrodillarse sobre la cama y abrir sus piernas. Pronto sintió la lengua de aquel sujeto restregándose entre su coño, saboreando su culo y besuqueando sus nalgas. Aquello era repugnante, y lo peor es que de cierta forma comenzaba a sentir sensaciones placenteras.

Su coño era un bollito oscuro e hinchado, rodeado con unos vellos oscuros y medianamente crecidos. Era evidente que la chica no veía a su novio desde hacía unas semanas, y había dejado de rasurarse el área de su concha. La parte interior de su almeja rosada comenzó a excitarse, provocada por los dedos mañosos de aquel sujeto que abrían paso a su asquerosa lengua.

Se sintió estúpida cuando su concha comenzó a llorar jugos de placer. La dura lengua y los labios de aquel sujeto chupándole su coño comenzaban a provocarle inevitables efectos. No tardó, contra lo más racional de su voluntad, a restregarse ella misma contra el rostro de aquel individuo.

Benjamín sonrió satisfecho, al ver cómo aquello sobrepasaba el carácter de la chica y la hacía sucumbir al deseo sexual. Dio un último beso a los labios vaginales de Sonia, y alejó su rostro, llevándose adheridos algunos vellos en sus mejillas.

– No tardaste mucho en calentarte putita – dijo Benjamín, limpiándose el rostro con las bragas de Sonia, al tiempo que se colocaba de rodillas tras ella.

– Déjeme por favor… – intentó pedir Sonia, pero una bofetada la acalló.

Era Lucas, quien se estaba acomodando frente a ella, apuntándole con su verga erecta. El muchacho se acomodó para que la pobre chica le chupara la verga, pero Sonia se negó de inmediato. Mala idea, una mano le alzó la cabeza por los cabellos y recibió cinco bofetadas seguidas que la regresaron a su triste realidad, y entonces tuvo que ceder a los deseos del muchacho. Abrió la boca, y se dejó llevar por la mano de Lucas hacia su verga.

No había terminado de llevarse aquel falo a la boca, cuando la verga de Benjamín la penetró. Su coño estaba tan húmedo que no costó gran trabajo clavársela hasta el fondo. Ella gimió de dolor, pero ni siquiera para eso pudo sacarse aquel otro pedazo de carne de su boca. Apenas y tenía permiso de respirar; y las embestidas de Benjamín le aceleraban tanto la respiración que era desesperante tener la verga de Lucas en su boca.

Este la obligaba a tragarse completamente su falo; y aunque este no era tan grande como el de Benjamín, era suficiente para hacerla sentir que perdía la respiración. De modo que la muchacha tuvo que implementar una estrategia que le permitiera tomar un poco de control. Comenzó a moverse como pudiera, de manera que no fuera necesario que Lucas le moviera la cabeza.

Él comenzó poco a poco a soltarla, cuando se dio cuenta que ella misma se encargaba de mamarle la verga. Lucas se recargó sobre la cama y se limitó a disfrutar de aquella felación; a Sonia, por su parte, esto le permitía respirar en los momentos adecuados. Con el tiempo, aprendió a coordinarse entre chuparle el falo a Lucas y recibir las embestidas que Benjamín le propinaba a su coño.

Pero no tardó mucho tiempo en volver a perder el control, y es que Benjamín no la taladraba con su verga completa, pero cuando comenzó a hacerlo el éxtasis hizo sucumbir a la pobre muchacha. Entonces Lucas volvió a azotarle su boca sobre su verga, sin que pudiera hacer nada, puesto que apenas y tenía las fuerzas necesarias para soportar el placer que se le estaba acumulando desde la espalda hasta sus caderas.

Entonces, con todas las fuerzas que tuvo, se alzó lo suficiente para sacar el falo de Lucas, tapizado de su saliva, al tiempo que su coño reventaba de placer con la verga de Benjamín adentró. No había podido evitarlo, había experimentado el primer orgasmo del día.

Benjamín se detuvo, lanzó unas cuantas embestidas más, lentas y pausadas, y entonces sacó su verga chorreante de los jugos vaginales de la muchacha. Le propinó una sonora nalgada que le hizo lanzar un gritito.

– Toda tuya – dijo Benjamín, poniéndose de pie – La zorrita se ha venido y debe querer volver a disfrutar una buena follada.

Y es que era verdad, aunque Sonia no quisiera admitirlo, su coño extrañó de inmediato aquella sensación que le habían provocado los encontronazos de Benjamín. Se sintió idiota, sucia, se sintió una verdadera zorra y comenzó a llorar; y sin querer se encontró en la misma encrucijada moral que su madre. Pero no iba a permitir que aquellos pensamientos la doblegaran, y mucho menos exteriorizarlos.

– ¡Ya basta! – dijo, con las fuerzas acumuladas – Déjenme en paz.

Pero Benjamín no le dirigió la palabra; todo lo contrario, le dio la espalda y se alejó hacia la cama donde el cuerpo tembloroso de Mireya aguardaba.

– La más preciosa de las tres – murmuró Benjamín, mientras se acomodaba de rodillas sobre la cama, tras la menor de las hermanas.

Colocó sus manos sobre el culo de Mireya, y esta se estremeció tanto que pareció perder temperatura. Poco le importó eso a aquel sujeto, que ya masajeaba con sus manos las pronunciadas nalgas de la chiquilla.

Se agachó a darle un rápido beso a su culo, e inmediatamente se dejó caer sobre ella, repegándole su pecho sobre su espalda, su verga entre sus piernas y sus labios a su oreja.

– Eres mi favorita – dijo – Eres un poco más negrita, pero tienes la misma cara que la zorra de tu madre cuando tenía tu edad. Me recuerdas mucho a ella, ¿sabes?

La chica temblaba; sentía el olor del coño Sonia emanando de la boca de aquel sujeto, sentía la verga de él deslizándose húmeda sobre sus piernas, su pecho sudoroso sobre su espalda y sus labios endurecidos chocando con sus orejas.

– A tú madre nunca me la follé en ese entonces, pero creo que tú harás un mejor papel que ella, ¿no crees?

La niña no respondió, porque quería creer que nada de aquello estaba sucediendo.

– ¡¿Lo crees o no?! – se alteró él, al tiempo que rodeaba a la chica con sus manos para tomarle los pechos a través del sostén del traje de baño – ¡Responde!

– Sí, señor – dijo ella, finalmente, con una voz tan tierna que la verga de Benjamín se endureció más de lo posible

– Lo sé putita; mira nada más que tetitas tienes acá. – continuó, apretándole lo poco que ella tenía de senos – ¿Eres una putita verdad? ¡Dilo! – insistió, estrujándole aún más las chichitas

– Si – dijo ella, con la voz entrecortada por el llanto acumulado

– ¿Si qué? Dímelo.

– Soy una putita – dijo ella, limitándose a repetir las palabras de él

– Sí que lo eres, y hoy lo descubrirás.

Se alejó de su oído y de su espalda, soltó sus tetas y pareció irse. Ella sintió una extraña calma hasta que, de pronto, una fuerza le hizo descender el bikini de su traje; sacándolo por los pies. Ni siquiera había tenido tiempo de voltear hacia atrás cuando las manos de Benjamín sostenían fuertemente su cintura y su boca se deslizaba entre sus nalgas.

Intentó alejarse de aquellos labios que besuqueaban entre la falla que partía sus nalgas, pero le era imposible. Benjamín le hizo abrir las piernas, con la fuerza de su cuerpo. Mireya se quejó, gritó un poco hasta que lo consideró inútil; estaba a punto de darse por vencida cuando sintió la horrible lengua de aquel sujeto sobre la entrada de su ano.

Apretó sus nalgas inmediatamente, y estas eran tan firmes y fuertes que lograron detener a aquel individuo. Pero aquello no duró mucho, y no se sorprendió cuando una tras otra de fuertísimas nalgadas cayeron sobre su culo. Aquel sujeto no se detenía, incluso cuando ella rogaba que parara.

– ¡Está bien! ¡Está bien! – lloriqueaba la muchacha – ¡Ya por favor!

– ¡No vuelvas a hacer idioteces! – gruñó aquel hombre, que le había dejado enrojecida la nalga izquierda a la pobre de Mireya.

Volvió a besar el culo de la chica, e inmediatamente dirigió su lengua al anillo de su ano; esta vez Mireya tuvo que tragarse su orgullo, moral, decencia e integridad. Benjamín le chuparía el culo y no había remedio.

Él parecía disfrutar realmente de ello; el olor de la mierda que ella había cagado en la mañana aún era perceptible, pero parecía un aroma perfumado por aquella situación tan erótica. Su lengua, hábil en aquellas labores, no tardó en provocar que la chiquilla cerrara los ojos y respirara más profundamente.

Las sensaciones venían del esfínter de su ano, pero era su virgen coño el que progresivamente se iba mojando por dentro. Comprendió, a pesar de su edad, que se estaba excitando; no sabía, en aquella confusión, si lo que la calentaba más era la lengua de Benjamín en su culo o los gemidos de Sonia mientras era montada por Lucas.

Vio cómo el muchacho detenía sus movimientos, con la verga clavada en su hermana y sus manos apretujándole las tetas. Era claro que estaba eyaculando dentro de ella. Aquello también estimuló su coño; parecía no tener control sobre su propio cuerpo.

La lengua sobre su ano se interrumpió, Benjamín parecía haberse ido, y sólo quedaba en el cuarto los sonidos de Sonia y Lucas suspirando. Pero, entonces, un par de manos le volvieron a alzar el culo, y un objeto se posó sobre su coño. Era Benjamín, que estaba a punto de robarle su virginidad con su verga de veinte centímetros.

Pensó en gritar, pero lo descartó; pensó también en retorcerse y tratar de evitar aquello, pero también lo consideró inútil. Pensó en rogar, pero comprendió que aquellos sujetos no tendrían oídos para sus súplicas. Decidió entonces ceder, y esperar a que aquello terminara.

El hombre acomodó su verga; Sonia ya no gemía, y entonces Mireya volteó para ver qué sucedía. Lucas estaba frente a ellos; con una cámara en la mano, apuntando a ella y a Benjamín.

– ¿Ya? – preguntó Benjamín

– Ya, estoy grabando.

– Aquí tenemos a esta putita – comenzó a narrar Benjamin, mientras Lucas se acercaba a grabar el rostro de ella, que volteó la mirada hacia otro lado – ¡Saluda a la cámara putita! – le recriminó Benjamín, volteándole bruscamente la cabeza

– Perdón – dijo ella

– ¿Cómo te llama putita?

– Mireya

– ¿Te gusta mamar vergas?

– Si – respondió ella, para no arriesgarse a nada

– Mira a la cámara putita. ¿Cuántas vergas has chupado?

– Una – dijo ella

– ¿Una nada más? ¿Quién fue el afortunado?

– Usted

– ¡Ah sí! Lo recuerdo. Me imagino que quieres chupar muchas vergas, ¿verdad?

– Sí, señor – dijo ella, aguantando las ganas de llorar

– Chupa la de mi amigo – dijo Benjamín, mientras alargaba el brazo para sostener la cámara

Lucas no perdió tiempo alguno; y enseguida se colocó de rodillas frente a Mireya. La hizo alzarse, y ella se dejó llevar como una simple muñeca de trapo. Le intentó alzar la cabeza jalándola de los cabellos, pero ella prefirió incorporarse sola, colocándose sobre sus rodillas, con tal de no sentir dolor en su cuero cabelludo.

Cuando estuvo frente a frente con la verga de Lucas, se limitó a abrir la boca; el glande de aquel falo estaba impregnado de restos de esperma, y el olor del coño de su hermana Sonia era penetrante. Y sin embargo prefirió no pensar en aquello, y limitarse a abrir la boca. Pero la bestia de Lucas le metió su falo completo, sosteniéndola de la cabeza.

La fustigaba con violencia hacia su verga, y la chica simplemente trataba de no ahogarse con todo ese ajetreo. Benjamín reía mientras grababa la cruel escena. El muchacho sacó y metió salvajemente su verga una docena de veces, y para entonces las lágrimas de la chica recorrían silenciosamente sus mejillas.

Benjamín no paraba de lanzar risotadas. Grababa aquella situación con su mano izquierda, mientras que con los dedos de su mano derecha palpaba el coñito velludo de la muchachita. Eran unos vellos gruesos ya, aunque no tanto como los de Leonor o Sonia; eran negros y parecían crecer como un bosque no muy denso sobre toda el área de aquella conchita.

Su coñito no era el bollo que caracterizaba a Sonia y a su madre, sino una apertura en medio de un vientre bajo plano, apenas perceptible el discreto cañón curvo por el que se llegaba a sus entrañas. Cuando los dedos de la mano de Benjamín estuvieron los suficientemente mojados, decidió continuar con lo suyo.

– Basta ya – le dijo a Lucas – Toma la cámara.

Lucas liberó la boca de Mireya, y se despidió de ella golpeándole las mejillas tres veces con su verga; tomó la cámara y la apuntó hacia Benjamín, que ya se acomodaba tras de la muchachita.

– ¿Te gustó mamársela? – preguntó Benjamín, todavía riendo, mientras Mireya tosía

– Si – respondió ella, recuperando el aliento

– Me alegra – dijo él, palpando la entrada húmeda de aquella conchita con el glande de su pene – Porque eres muy zorrita, ¿no es cierto?

– Si – respondió ella, que se comenzaba a acostumbrar a aquellos diálogos

Dejaron de hablar, porque la dura verga de Benjamín comenzaba a empujar entre los labios vaginales de la chica. Mireya comenzó a gritar; nunca se imaginó que la entrada de aquella gruesa verga fuese a resultar tan doloroso. Golpeaba el colchón, tratando de soportar el dolor. Apenas habían penetrado tres centímetros de glande.

El hombre siguió avanzando, lento, como si quisiera recabar cada detalle de aquel momento. Lucas acercaba el zoom de la cámara a la zona en la que la chica estaba siendo penetrada.

– ¡Uy! – dijo Benjamín – Ya siento la telita de esta perrita – anunció, refiriéndose al himen intacto de Mireya.

El coño de Mireya se contraía, intentando inconscientemente evitar aquello; pero aquello no molestaba en lo absoluto a aquel hombre, y sólo intensificaba el dolor de la muchacha.

Siguió penetrándola, con la firme idea de reventarle el himen; pero este había resultado bastante flexible, y permaneció sin romperse aun cuando media verga de Benjamín estaba clavada en la muchacha.

– ¡Vaya putita! – exclamó él – No quiere romperse.

Siguió penetrándola, como si aquello fuera una especie de reto, mientras ignoraba por completo los gritos y retortijones de la pobre muchacha, que intentaba moverse para sacarse aquello de su coño, aunque esto era inútil ante la enorme fuerza de los brazos que la sostenían.

Entre más se expandía su resistente himen, más era el dolor que sentía. Quería que aquello terminara de una buena vez, pero no fue hasta que Benjamín la penetró más, que aquella telilla se desgarró, provocándole un dolor aún más espantoso.

La niña lloró y siguió retorciéndose entre gimoteos, pero Benjamín no hacía más que posar ante la cámara al tiempo que mostraba el hilillo de sangre manchando su verga. Pronto el dolor fue disipándose, los gritos de dolor atenuándose y las lágrimas secándose; la pobre chica había sido arrebatada de su virginidad, y ya no había nada que hacer.

En ese momento se dejó someter. Se convirtió auténticamente en la muñeca inflable que aquellos sujetos veían en ella. Cuando Benjamín la comenzó a bombear, ella se limitó a soportar las embestidas. Cuando él la hacía alzar el culo, ella se dejaba llevar, y mantenía la posición en la que lo colocaba. Lloraba, por momentos, pero a nadie más que a ella parecía importarle.

Se limitaba a obedecer sumisamente los antojos de aquellos sujetos; cuando Lucas se acercaba a ella, para grabar su rostro, ella hacia un esfuerzo inútil por sonreír. Pero no era su sonrisa lo que deseaba grabar, sino sus gemidos, los cuales comenzaron una vez que el dolor se disipó para dar lugar al regodeo que le comenzaban a provocar las cada vez más veloces embestidas de Benjamín.

Lucas grababa el rostro enrojecido, los ojos apretados y la boca abierta por la respiración agitada de Mireya; la naricita de ella parecía ser demasiado pequeña para mantener el acelerado ritmo de sus quejidos y su exhalación.

Benjamín no la penetraba completamente, colocaba una de sus manos como tope, y sólo dos tercios de su verga bastaron para provocar el primer orgasmo en la vida de Mireya. Ella gritó y se retorció de placer; su coño generó unas contracciones que Benjamín se detuvo a disfrutar. Aquel coño era cálido y apretado; y era sin duda una fortuna poder penetrarlo.

Pasaron todavía varios minutos y dos orgasmo más. La sensación del tiempo había perdido importancia. El tercer orgasmo lo había experimentado al tiempo que mamaba la verga de Lucas, que había regresado por una nueva ración de sexo oral.

A los pocos segundos de aquel último éxtasis, sintió cómo un chorro cálido invadía el interior de su coño. Hubiese llorado de la vergüenza, pero aquello se sentía tan bien que sólo se limitó a cerrar los ojos y disfrutarlo al tiempo que chupaba el glande de Lucas, como si se tratará de una paleta.

Pero este se puso de pie y comenzó a masturbarse; Benjamín permaneció dentro de ella hasta que su pene recuperó la flacidez. Segundos después, Lucas se colocaba tras ella y la penetraba. No tardó mucho, con unos cuantos movimientos, su verga comenzó a lanzar escupitajos de esperma.

Benjamín miraba satisfecho su obra. Lucas terminó de descargar su leche, y los restos impregnados en su verga los restregó sobre las hermosas y morenas nalgas de Mireya.

– ¿A poco no te sientes una verdadera putita? – preguntó, concluyente, Benjamín

– Si – respondió la chica, recuperándose, como si hubiera estado enterada de aquella pregunta

– Excelente, ¿te gustó tu regalo de cumpleaños? Por qué no creas que no nos acordamos.

– Si – respondió Mireya; después suspiró – Gracias.

Las hicieron caminar hacia el baño después de desatarlas de la cama. Estaban entumidas de las piernas. A Sonia le chorreaba el esperma de Lucas por las piernas; y a Mireya le brotaba en aún más cantidad de su coñito, atiborrado de la leche de aquellos dos sujetos.

Completamente desnudas, las hicieron bajar ante su madre. Ella las miró desconsolada; como si quisiera pedirles perdón sin palabras. Las ataron de nuevo. A Mireya la dejaron esposada con las manos en la espalda, al pasamanos de la escalera; a Sonia, con los pies atados y esposada de espalda con espalda a su madre, a quien habían liberado de la silla sólo para volver a atarla a su propia hija.

Pasaron así el día; hasta que, alrededor de las tres y media de la tarde, el timbre de la casa sonó y todo mundo se puso alerta.

CONTINUARÁ…

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