Bob me contrata:
 
Es curiosa la cantidad de formas que hay en español para definir a una prostituta: puta, ramera, cortesana, meretriz, buscona, fulana, furcia, zorra, , coima, pelandusca, buscona, pingo, mantenida, mesalina, hetaira, mujerzuela, pendón o siendo técnicos sexoservidora… y en cambio de todos esos apelativos solo unos pocos se pueden aplicar a un prostituto heterosexual. Por eso quiero reconocer ante todos que soy un gigoló, orgulloso de mi trabajo.
Sé que está mal visto pero, como dicen en mi barrio, me la suda. Muchos de los que me están leyendo, os cambiaríais de inmediato por mí. No solo tengo las mujeres que quiero sino que encima, gracias a ellas, vivo de puta madre. Desde que me dedico a esto, he descubierto aspectos de la sexualidad que jamás creí que iba a protagonizar. El caso más claro me ocurrió un lunes en el que Johana me llamó muerta de risa.
Recuerdo que acababa de salir del gimnasio, cuando sonó mi móvil y al ver que era la mujer que me conseguía las citas, contesté enseguida:
-Alonso, ¿Tienes algo que hacer a la hora de comer?-  preguntó sin siquiera saludarme.
Al contestarle que no, me soltó que me había concertado una reunión con un cliente. Por su tono supe que tenía gato encerrado y al darme cuenta que había dicho un y no una, me negué diciendo que no era bisexual.
-Tranquilo que lo sabe pero aun así quiere conocerte. Me ha pagado mil dólares solo por comer contigo, por lo visto quiere hacerte una proposición un tanto extraña-
-¿Mil dólares por comer? ¿Sabes que quiere plantearme?-
-No, ha sido muy específico. Solo te lo dirá a ti. Lo que te puedo decir es que está forrado y que nos lo ha mandado una antigua clienta tuya-
Tanta opacidad me mosqueó pero como la pasta es la pasta y a lo único que me comprometía era a oírle, decidí aceptar pero avisando a mi “madamme” que ante cualquier insinuación o avance por su parte me levantaría sin más. Johana se mostró de acuerdo y cerrando el trato, me dio la dirección del restaurante al que tenía que ir.
Como os podréis imaginar durante las dos horas que quedaban para mi extraña cita, pasaron por mi cabeza todo tipo de ideas desde que me iba a encontrar con un viejo maricón, a un transexual e incluso divagué sobre si todo era una broma de mi jefa, pero contra todo pronóstico al llegar al restaurante, me topé con que el tipo que me había contratado era un ejecutivo con muy buena pinta de unos cuarenta y cinco años. Un tanto cortado me acerqué hasta su mesa y sin saber realmente cómo actuar o qué decir, le saludé diciendo:
-Disculpa, ¿Eres Bob?-
El rubio, bastante avergonzado, me pidió que me sentara y antes de entrar al trapo llamó al camarero y preguntándome qué quería de beber, se encargó un whisky. Me di cuenta que estaba nervioso porque al ponérselo, se lo bebió de un golpe y sin que se hubiese retirado el empleado del restaurante, le pidió otra ronda.
-Tranquilo. Cómo sigas a este ritmo, te la vas a coger cuadrada- solté tratando de serenarlo.
-Tienes razón- contestó apurando los hielos de su vaso.
Mirándole me percaté que ese cuarentón no era gay y por eso, decidí permanecer callado para no incrementar su turbación. Se notaba a la legua que estaba pasando un mal rato. “Es la primera vez que contrata a un prostituto”, pensé mientras removía mi copa. Tengo que confesaros que estaba intrigado. Si no era homosexual: “¿Qué coño quería de mí?”.
Como sabía que no iba a tardar de salir de dudas, no me importó esperar.
-¿Te preguntaras que es lo que quiero?- preguntó al cabo de unos segundos.
-La verdad que si- respondí sin darle importancia.
-Verás, mañana martes es el cumpleaños de mi esposa y quiero hacerle un regalo especial-  lo estaba pasando mal y tomando otro sorbo de su whisky, prosiguió diciendo: -Mary lleva fantaseando con que la vea siendo poseída por otro hombre desde hace años y por eso he decidido complacerla. ¡Quiero que te acuestes con mi mujer!-
-Solo con tu esposa, ¿He entendido bien?-
-Sí-
Me quedé alucinado. Me parecía inconcebible que un hombre al que se le notaba acostumbrado a mandar, me estuviera pidiendo que me tirara a su señora pero, como me veía capaz de realizar ese trabajo, acepté sin tenerle que regatear ya que encima me iba a pagar espléndidamente.  Tratando de cerrar los flecos, pregunté:
-¿Y cómo quieres hacerlo?-
-Deseo que sea sorpresa, por eso le he dicho que desgraciadamente ese día tengo que invitar a cenar en casa a un inversor muy importante para mi empresa. Se ha enfadado pero al decirle que era un compromiso y que mi puesto dependía de complacerle, aceptó-
-No comprendo. ¿No le vas a decir que me has contratado?-
-Ahí está la gracia, deseo que la seduzcas sin que sepa nada y aprovechando que para ella, nuestro futuro dependerá de ti, quiero que la fuerces a acostarse contigo-
-Cuando dices forzar, ¿No querrás que la viole?-
-Para nada, la conozco y si cree que su bienestar está en peligro, será ella la que se lance-
-Una pregunta: ¿Estás seguro?, no quiero que luego te entren celos y me montes un numerito-
Increíblemente, el tipo me soltó:
-Antes te mentí. Soy yo el que lleva imaginándose que alguien se tira a mi esposa. No comprendo porqué pero ahora que te he puesto cara, me excita aún más que seas él que se la folle. Hasta ahora era una fantasía pero te puede asegurar que estoy deseando ver como la despatarras –
-¿Vas a mirar?-
-Sí, no sabes cómo me pone pensar en oír sus berridos mientras otro hombre la penetra-
-Tú mismo- contesté y buscando el evitar malos entendidos, le insistí: -Otra única cuestión: ¿Oral?, ¿Normal?, ¿Anal?-
-Hasta donde se deje. Si consigues desvirgarle el culo, ¡Pago doble!-
Soltando una carcajada, le respondí:
-¡Vete preparando la cartera!-
Como no teníamos nada más que hablar, me terminé la copa y despidiéndome, me marché. Nada más salir, llamé a Johana quejándome amargamente, en plan de guasa, de que cada día me lo ponía más difícil.
-No sé de qué te quejas, gracias a mí, te estás granjeando la reputación de ser el chulo más codiciado de Nueva York. A este paso tendré que agenciarme una secretaria para organizarte las citas-
-Perdona, pero creo que he puesto algo de mi parte. Tú en cambio te comprometes con cosas que cualquier otro se negaría. Si te hago un recuento, me has presentado a todo tipo de mujeres, no te ha importado que fueran gordas o flacas, maduras o jovencitas. Para ti todo es negocio y ahora has tenido las narices de cerrar un trato con un marido cornudo y mirón, pero nunca me has conseguido la que realmente quiero, mi máxima prueba-
Un tanto picada, me preguntó:
-A ver, guapo, ¿qué tipo de mujer quieres beneficiarte que todavía no te haya puesto en bandeja?-
-Fácil, una pelirroja de veinticuatro años que trabaja en la tienda de un hotel-
-¡Vete a la mierda!- contestó cabreada al saber que me refería a ella y sin darme tiempo a reaccionar me colgó.
 
La cena.
 
Al día siguiente, seguí con mi rutina normal que consistía en ir gimnasio, pintar y recorrer esa ciudad que me tenía enamorado. Estaba cerca de Central Park cuando mirando al reloj, comprendí que debía de volver a casa a prepararme para la cena. Siguiendo el plan preconcebido por el marido, me vestí para la ocasión con un traje negro de lana fría, uniforme habitual de los inversores de Wall Street y cogiendo un taxi, me dirigí al encuentro del matrimonio.
Estaba nervioso, jamás en mi vida me había tirado a una mujer con el consentimiento de su esposo y menos se me había pasado por la cabeza, el hacerlo con él enfrente. Como Bob y Mary vivían en un lujoso dúplex de la novena, el trayecto me llevó pocos minutos y antes de estar mentalmente preparado, me vi frente a su portal. Haciendo uso de lo aprendido durante unas clases de yoga, me relajé vaciando mi mente de los temores y prevenciones que ese encargo tan raro me provocaba y con determinación, marqué a su telefonillo. Me contestó el marido y abriéndome la puerta, cogí el ascensor hasta la decimonovena planta.
Enclaustrado en el estrecho habitáculo, no dejé de pensar en mi cliente. El muy cabrón lo tenía todo, trabajo, riqueza y según él una mujer bellísima y aun así no estaba contento. Cualquier otro se hubiera pegado con un canto en los dientes y en cambio él, me había contratado en busca de nuevas sensaciones.
“Nunca lo llegaré a comprender”, me dije mientras se abría la puerta que daba a su piso.
Al salir al descansillo, observé que me estaban esperando en la puerta. Viendo a su esposa, todavía comprendí menos a ese sujeto. Mary era más guapa de lo que me había dicho. Con una melena morena y la piel muy blanca, esa mujer era un bellezón. No solo tenía un tipo estupendo  y unas piernas de ensueño que el vestido azul con raja a un lado realzaba sin disimulo sino que sus ojos negros conferían a su mirada de una dulzura difícil de superar.
“Este tío es gilipollas”, pensé nada más verla.
Al acercarme a ella, me percaté de su altura. Esa preciosidad debía de medir cerca del uno ochenta, lo que no aminoraba su hermosura. Mary era perfecta. Incluso sus pechos, siendo pequeños, eran una delicia que llamaban a proteger y nunca a subastar al mejor postor. Cabreado por la pareja con la que se había casado, no pude abstraerme a que si todo iba según lo planeado esa mujer iba a estar en mis brazos. Bastante excitado, la saludé de un beso en la mejilla. Entonces fue cuando aspiré su aroma a violetas. Desde niño me había gustado la fragancia de esas flores y sin saber el porqué, le pregunté el nombre de su colonia.
-Daisy de Marc Jacobs- contestó con una voz grave pero profundamente femenina.
Creí desfallecer al escucharla. Reconozco que fue poco profesional y que me comporté como un puto novato (y nunca mejor dicho) pero no pude evitar que mi pene se revelara bajo mi pantalón, mostrando sin recato una erección de caballo. Sé que ella se dio cuenta porque se separó de mí al instante sin ser capaz de mirarme a los ojos.
“¡Puta madre! ¡Qué buena está!” exclamé mentalmente sin dejar de mirarle el culo mientras les seguía al interior de su vivienda.
Mary tenía un trasero hipnótico, nadie que hubiese fijado sus pupilas en semejante monumento podía retirar su mirada fácilmente y para colmo al verla menearlo por el pasillo, no me quedó ninguna duda que esa mujer, esa noche, se había puesto un tanga.
Aprovechando que se había separado unos metros, Bob me susurró al oído que todo marchaba a la perfección y que su  mujer estaba convencida que del éxito de esa cena dependía el futuro de él en la compañía.
-Perfecto- mascullé entre dientes mientras mi cerebro intentaba sosegarse porque lo que realmente me apetecía era pegarle dos hostias al marido y contarle a su mujer el plan que había urdido para satisfacer sus pervertidas necesidades.
Me estaba todavía reconcomiendo, por dentro, el papel que tenía que protagonizar en esa opereta cuando escuché que Mary me decía:
-¿Qué quieres?-
Juro que no lo había planeado pero con mi habitual forma de meter la pata, le solté:
-¿Se puede pedir una mujer tan bella como tú?-
Como habréis anticipado, Mary se quedó completamente cortada y tras unos momentos de turbación, pensó que era broma y soltando una carcajada, se rio de mi ocurrencia. Lo que no me esperaba y creo que ella tampoco, fue que bajo su vestido dos pequeños bultos hicieran su aparición. Incomprensiblemente mi piropo había conseguido su objetivo y esa señora de alta alcurnia no pudo evitar verse estimulada.
Su marido  creyó que era el inicio de mi ataque y sin recatarse, me contestó:
-Como dicen en la biblia, pedid y se os dará-
Mary completamente alucinada, fulminó con la mirada a su marido pero recomponiéndose al instante, me dijo:
-En serio, ¿qué deseas de beber?-
-Con una copa de vino me doy por satisfecho- contesté.
Desde mi lugar no pude dejar de contemplar ensimismado la gracia con la que abría la botella y me servía, de manera que al girarse para traerme la bebida, me pilló mirándole el trasero. Nuevamente la turbación apareció en su rostro y bastante incomoda, me alargó la copa. No sé si fue por el encargo o por la natural atracción que sentía por ella pero no fui capaz de contenerme y sin prever las consecuencias, acaricié su mano antes de retirar el vino y llevármelo a la boca.
-Delicioso- dije intentando romper el silencio que se había instalado en el salón.
-Pues espera a probar la cena- contestó Bob, un tanto intranquilo por lo lento que se estaban desarrollando los acontecimientos – Mi mujer, entre otros talentos, es una estupenda cocinera-
Supe a qué se refería y buscando que él fuera quien metiera la pata para de esa forma librarme de cumplir el acuerdo sin que me pudiera achacar a mí el resultado, pregunté sin retirar mis ojos de la aludida:
-¿Cuál son tus otros talentos?-
Aunque había realizado la pregunta a Mary, fue su marido quien contestó:
-Es una fiera en la cama-
Absolutamente sorprendida pero sobre todo indignada, su mujer se sonrojó y comportándose como debe hacer una dama,  pidió a Bob que la acompañase a la cocina sin hacer un escándalo. 
Tuve claro que iba a ocurrir y así fue…
Desde el salón escuché los gritos de la mujer quejándose al marido de su falta de tacto y de que parecía que me la estaba ofreciendo. También me esperaba su contestación y por eso no me extraño oírle contestar que de mi visita dependía su puesto y que ya que parecía que me sentía atraído por ella, no vendría mal que fuera un poco afectuosa conmigo. Como también fue lógico, alcancé a distinguir el sonido de un tortazo y creyendo que había acabado mi labor, esperé sentado a que Bob me confirmara ese extremo.
Tuve que aguardar al menos cinco minutos y cuando ya me empezaba a desesperar, vi a Mary entrando sola por la puerta:
-Disculpa mi tardanza. Mi marido se ha sentido indispuesto y no podrá acompañarnos pero me ha pedido que vayamos cenando los dos solos y que luego si se siente bien, nos acompaña-
-Por mí no hay problema pero no quiero ser una molestia, si lo prefieres lo dejamos para otro día- contesté encantado de cómo iba discurriendo la noche.
-No, por favor, quédate- suplicó pensando quizás en que mi partida repercutiría en su nivel de vida.
Conociendo de antemano que esa mujer no se negaría pero ante todo convencido de mi capacidad para seducirla, la seguí hasta el comedor. Se la veía asustada por la aberración que le había pedido su marido y temblando de miedo, me pidió que me sentara a su lado. Sonreí al reconocer en su actitud que esa mujer estaba luchando contra los principios que había mamado desde niña y sin provocar más aun su consternación, decidí esperar a que ella diese el primer paso.
No me acababa de terminar de aposentar en mi asiento cuando desde la puerta de la cocina salió la criada trayendo la cena. Al verla enfundada en un traje excesivamente estrecho para su talla y mostrando alegremente sus formas, no pude más que mirarla. Para ser latina, era una mujer alta pero lo que más me sorprendió fue que parecía una fulana de barrio bajo y no una doncella de un piso de la novena avenida.
Mary, que no era tonta, se fijó en mi mirada y sin poderse contener, me soltó en cuanto hubo desaparecido su empleada:
-¿Te gusta?-
-No es mi tipo-
-Pues a mi marido le encanta y creo que por eso la contrató. Se cree que no me he dado cuenta de que es su amante-
Eso sí que me pilló desprevenido y soltando una carcajada, la miré diciendo:
-Yo que tú lo mataría-
-¿Por ponerme los cuernos?-
-No, por andar con eso, teniéndote a ti –
-¿No entiendo?- me preguntó con los ojos entornados esperando un piropo.
Conociendo como conocía la naturaleza femenina, busqué en mi repertorio uno que fuera ad-hoc con la situación y cogiendo su mano entre las mías, le dije:
-Es como comparar el vuelo de un águila con el aletear de una gallina-
-¿Me estas llamando águila?-
-No pero a tu lado, me siento un ratón esperando ser devorado-
-Bobo- me contestó encantada de que la considerara peligrosa y antes de que me diera cuenta, me besó.
Fue un beso tímido casi se podría decir casto pero imbuido en una sensualidad sin límites que me hizo desear levantarme y tirar todo lo que hubiera en la mesa para hacerla el amor. Mary se puso colorada al reparar en lo que había hecho y sin ser capaz de mirarme a los ojos, me pidió que probara la sopa. Para el aquel entonces, mi mente pero ante todo mis sexo no podía concentrarse en la comida sino en cómo llevármela a la cama. Dándole tiempo al tiempo, empecé a cenar mientras miraba de reojo a mi anfitriona. La mujer de mi cliente seguía luchando contra sus valores pero en cambio sus pezones totalmente excitados estaban ansiosos por que los pellizcara.
“Esta belleza está a punto de caramelo” pensé sabiendo que se desmoronaría como un azucarillo ante cualquier ataque por mi parte y por eso mientras con mi mano le acariciaba una de sus piernas, le dije:
-Siento que tu marido se haya puesto malo pero la verdad es que lo prefiero así porque pocas veces tengo la oportunidad de cenar con una mujer como tú-
-Gracias- respondió con la voz entrecortada por la sorpresa de sentir mi caricia pero sin hacer ningún intento por retirarla.
Esta vez fui yo quien la besó. Al comprobar su aceptación la traje hacía mí y sin importarme que a buen seguro su marido nos estuviera viendo, rocé con mis dedos uno de sus pechos. Mary gimió como gata en celo al sentir mis yemas recorriendo su aureola y como impelida por un resorte se levantó de la mesa, rumbo a la cocina.
“La he cagado”, pensé al verla marchar pero antes de darme tiempo a seguir comiéndome la cabeza, la vi llegar sonriendo con el resto de la cena. Sin saber a qué atenerme, aguardé a que se sentara y entonces  con una expresión entre pícara y sensual, me dijo:
-He mandado a dormir a la sirvienta. No quiero que nadie nos moleste- y acercándose a mí, me soltó:-¿Dónde estábamos?-
No tuvo que insinuármelo dos veces, cogiéndola entre mis brazos la volví a besar pero en esta ocasión mis manos se apoderaron del trasero que llevaba casi media hora volviéndome loco. Ella, lejos de enfadarla mi magreo, se retorció pegando su vulva contra mi sexo y sin esperar a que yo se lo pidiera, dejó caer los tirantes de su vestido, liberando sus pechos. No os podéis imaginar lo que sentí al ver sus dos rosados botones a mi disposición y sin esperar a que me diera permiso, bajé mi cabeza hasta ellos y sacando la lengua empecé a jugar con sus bordes.
-Son tuyos- exclamó la mujer en cuanto sintió la humedad de mi boca.
Nada se puede comparar a una mujer deseosa de caricias restregándose contra ti mientras le mamas los senos y por eso, mi pene rebotando de  gozo se irguió inhiesto contra su entrepierna. Mary al sentir la presión contra su sexo, se levantó de la silla mientras dejaba caer su vestido al suelo. Me quedé sin resuello al disfrutar de su cuerpo desnudo y venciendo cualquier formulismo, hice lo que tanto deseaba: le pedí que se quitara el tanga y tras retirar los platos, la senté en la mesa frente a mí y  empecé a recorrer con mis besos sus piernas.
Tenía un objetivo claro, esa vulva perfectamente depilada cuyos escasos pelos parecían formar un árbol de navidad y alternando  de un muslo a otro, me fui acercando a mi meta. Mientras iba recorriendo los escasos centímetros que me separaban de su tesoro, no dejé de escuchar su gozo. Mary completamente entregada no pudo aguantar su excitación y pellizcándose los pezones me gritó:
-¡Cómeme el coño!-
Levanté mi mirada porque me extrañó oír de sus labios tan abrupta exclamación y al vislumbrar su deseo, dejé los preparativos y cogiendo su clítoris entre mis dientes, los mordisqueé suavemente.
-¡Qué gusto!- exclamó separando aún más sus rodillas.
Reforzando mi dominio, introduje un dedo en su interior sin dejar de recorrer con mi lengua el hinchado botón de su sexo. Mi doble caricia la volvió loca y forzando el contacto, presionó mi cabeza contra su vulva. Convencido de que esa mujer necesitaba desfogarse y de esa manera castigar a su esposo, aceleré mis maniobras mientras le introducía una segunda falange en su interior.
-Sigue por favor- chilló temblando por la pasión que la consumía –necesito correrme-
Lamida tras lamida de mi lengua, incursión tras incursión de mis dedos, sus defensas fueron cayendo una a una hasta que desplomándose sobre la mesa, la morena no pudo más y retorciéndose en el mantel, se corrió sonoramente. Sabiendo que había vencido la batalla pero necesitando salir victorioso de la guerra, seguí torturando su sexo mientras la esposa de mi cliente se derretía en mi boca.
-¡Qué maravilla!- articuló casi llorando al sentir que su orgasmo se prolongaba más allá de lo razonable.
Abstraído en la dulzura de su flujo, no me percaté de las cotas a las que estaba llegando esa mujer hasta que de improviso un chorro líquido se estrelló contra mi cara. No me costó reconocer la eyaculación femenina y como un poseso, hice que mi boca absorbiera ese maná que Mary expelía a espuertas, de manera que, orgasmo tras orgasmo me fui bebiendo su placer hasta que completamente agotada, me pidió que parara.
Levantándola, la senté en mis piernas y como si fuera su amante, la besé tiernamente mientras descansaba.  Tras unos minutos de caricias y mimos, mis arrumacos fueron más allá y queriendo satisfacer mis propias necesidades, volví a tocarla con una clara intención:
“Necesitaba tirármela”.
Fue entonces cuando la morena me soltó  mientras se levantaba:
-¡Acompáñame!-
-¿Dónde vamos?- pregunté extrañado del cambio de ubicación.
Mary con una triste pero firme determinación me contestó:
-Mi marido me ofreció como moneda de cambio y ahora quiero que vea que no solo le he complacido sino que disfruto con ello-
Analizando sus palabras, comprendí que esa mujer quería castigar a su marido, sin saber que lo que iba a hacer era darle gusto y facilitarle las cosas. Estuve a un tris de explicarle la verdadera situación pero temí que de decírselo me iba a quedar con las ganas de disfrutar de esa hermosura y por eso, la seguí sin hablar. Descalza y completamente desnuda llegó a la escalera que subía a las habitaciones y dándose la vuelta, mirándome, me pidió que me desnudara. No puse objeción alguna y lentamente me fui desabrochando la camisa mientras ella no perdía detalle desde la alfombra granate que cubría los escalones. Fue al quitarme la camisa y empezar a despojarme del pantalón cuando ella se sentó  y sin recato, comenzó a acariciarse con el ánimo de calentarme.
Aunque no lo necesitaba porque estaba de sobra estimulado, me encantó observarla pellizcándose los pezones mientras sus ojos se mantenían fijos en mí:
-¿Te gusta los que ves?- pregunté a la mujer pero sabiendo que desde el piso de arriba, escondido tras un sillón, su marido nos observaba.
-Si- contestó y soltando un suspiro de deseo, protestó diciendo: -Date prisa-
No quise complacerla, deseaba incrementar el morbo de su pareja y por eso, dejando lentamente mi pantalón en el suelo, le dije:
-Pídeme que quieres verme desnudo-
-No te basta con saber que estoy cachonda-
-No- respondí mientras me ponía de perfil para que valorara el tamaño de mi erección.
Mary, al comprobar con sus ojos el enorme bulto que se escondía bajo mi bóxer, no pudo más y llevando la mano a su entrepierna, se empezó a masturbar mientras me decía:
-Quiero ver el pene con el que voy a poner los cuernos a mi marido-
Su cara reflejaba a las claras lo salvajemente caliente que estaba esa morena. Con la boca entreabierta, se relamía pensando en mi extensión mientras en su frente unas gotas de sudor hicieron su aparición. Sabiendo que de nada me servía hacerla esperar, acercándome a Mary, puse mi cuerpo a su disposición. La mujer, al ver que me tenía a su alcance, cogió la tela de mi calzón  y la fue bajando lentamente mientras acercaba sus labios a mi piel. Nada más liberar mi miembro, se lo fue metiendo en el interior con una lentitud que me hizo temblar.
Comportándose como una zorra insaciable, no cejó hasta que su garganta lo absorbió por entero y entonces usando su boca, lo fue sacando y metiendo a una velocidad creciente mientras con la mano reanudaba la dulce tortura de su clítoris. Sintiéndome en el paraíso, levanté mi mirada deseando comprobar que mi cliente nos observaba. Aunque resulte ridículo y patético, ese tipejo se estaba haciendo una paja viendo cómo su mujer le estaba mamando el pene a un prostituto.
No me expliquéis porque al confirmar que el marido de esa preciosidad se estremecía con la entrega de su pareja, me cabreé. Con ganas de terminar, cogí a su parienta y tras darle la vuelta, la ensarté de un solo golpe. Lo imprevisto de mi actuación lejos de molestar a Mary, la terminó de enloquecer y berreando como una histérica, me rogó que la tomara. Satisfaciendo su lujuria, la tomé de los hombros y usándolos como agarre, la penetré una y otra vez. A cada estocada, la morena me respondía con un grito de pasión, por lo que pensé que era imposible que alguien que estuviera en esa casa no se enterara de lo que estaba ocurriendo en la escalera.
-¿Quieres que siga?- pregunté a la mujer dándole un sonoro azote en el trasero.
-Sí, ¡me encanta!- contestó moviendo sus caderas.
Con el propósito de satisfacer nuestras mutuas necesidades, incrementé tanto el ritmo como la profundidad de mis ataques de tal manera que, para no perder el equilibrio, Mary se afianzó agarrándose a la barandilla de la escalera. Al hacerlo, la nueva posición me permitió sumergirme aún más en su interior y con mi glande chocando contra la pared de su vagina, seguí  machacando su sexo mientras buscaba liberar la tensión acumulada. Paulatinamente, sus gemidos y sollozos se fueron transmutando en verdaderos aullidos hasta que convulsionando, la morena se corrió sobre la alfombra. Saturadas mis papilas con su olor a hembra y  con mi miembro a punto de explotar, seguí ampliando su orgasmo con prolongadas estocadas durante unos minutos. Cuando comprendí que estaba a punto y que mi eyaculación no tardaría en llegar, le pregunté si quería que me corriera en su interior.
-Lo necesito-
Su afirmación me liberó y descargando mi simiente dentro de ella, pregoné a voz en grito mi placer mientras anegaba su sexo con húmedas y blancas andanadas.
-¡Dios mio! – vociferó la morena al sentir que todo su cuerpo se estremecía y que sus piernas le fallaban por el placer acumulado  -¡Soy tuya!-
Exhaustos pero satisfechos nos dejamos caer sobre los escalones cuando de pronto, desde el piso de arriba, nos llegó el sonido de alguien corriéndose. Fue entonces cuando Mary se percató que no solo su marido había sido espectador de nuestra pasión sino que al muy maldito le había encantado verla follando. Hecha una furia, me pidió que la siguiera. Sin saber ni que hacer, la acompañé en silencio. Nuestra inoportuna llegada sorprendió a Bob con los pantalones bajados y con su pene en la mano.
Cabrada y humillada, la mujer le miró con desprecio y girándose hacía mí, me preguntó si tenía prisa:
-No- respondí cortado por la escena.
-Bien, ¿Puedes quedarte toda la noche?-
-Si- contesté sin saber a ciencia cierta que opinaría mi cliente.
Mary, soltando un sonoro bofetón a su esposo, le dijo:
-Ya que te gusta tanto mirar mientras me follan, ahora tendrás que soportar que le entregue a Alonso lo que nunca te he dado ni te voy a dar- y dirigiéndose a mí, me soltó: -¡Quiero que me desvirgues el culo!-
Llevándome a empujones hasta su cama, no tuve más remedio que satisfacerla. Esa noche no solo me acosté con una de las mujeres más bellas que conozco sino que al desflorarle su trasero, vi incrementada mi tarifa. Tarifa que aunque parezca imposible, su marido pago gustoso ya que según él, había sido la mejor experiencia de su vida. Desde entonces, sigo con el papel de inversor forrado y una vez al mes, ese matrimonio me invita a cenar, tras la cual, disfruto de Mary mientras su marido nos observa desde el sofá.


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Un comentario sobre “Relato erótico: “Prostituto por error 7: Bob, un marido cornudo y mirón” (POR GOLFO)”

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