-¿Me estás escuchando? – preguntó Nerea insistentemente desde el sofá de al lado.
-Siii… – respondí por inercia mientras mis pensamientos fluían en otra dirección.
Me hubiese gustado contestarle que francamente, me importaba una mierda lo que me estaba contando. Llevaba más de una hora relatándome con todo lujo de detalles las guarradas que había puesto en práctica la noche del sábado anterior, cuando desapareció con un idiota que había conocido en la discoteca.
-Ya… Sigues dándole vueltas a esa atracción fatal que sientes por tu hermano, ¿no? Se te ve a leguas…
Suspiré arrepentida. Nunca debí habérselo contado y sin embargo, a principios de verano cometí exactamente esa tontería. La noche de San Juan, entre una cerveza y otra, le confesé lo que me venía rondando por la cabeza desde hacía algunos meses. Sí, exacto, mi hermano. Mi hermano mayor, el mismo que recuerdo guardándome con recelo de todo lo que nos rodeaba desde que tengo uso de razón. Incluso ahora, que tenemos 18 y 20 años.
-Bueno, está de toma pan y moja, claro…- continuó divagando – uno no desfila en su tiempo libre por ser un callo. Pero no te ofendas cuando afirmo que es un gilipollas integral.
Volví a suspirar. ¿Qué sabría ella? Mi hermano no se portaba bien con ninguna de mis amigas, y menos con Nerea. Solía decirme que no lograba entender qué más me podía aportar su compañía aparte de una ignorancia en estado puro. Pero Alejandro no era así. Era muy cariñoso y atento, siempre tenía un beso de buenos días para toda la familia y los cabreos no le duraban más de unas pocas horas en el caso más extremo. Bueno, exceptuando el que le acompañaba desde que había comenzado el verano.
Cuando comenzó a hacer sus pinitos en el mundo del modelaje nadie se lo tomó en serio, ni siquiera él mismo. Pero lo cierto es que mi hermano ha participado en desfiles con bastante asiduidad desde que se subió por primera vez a una pasarela, respaldado por una agencia de modelos que le descubrió cuando acompañaba a un amigo a un casting para figurar como extra en una película que se rodó en el barrio hace unos tres años. Siempre logró compaginarlo con sus estudios hasta este año, que comenzó a tomárselo más en serio y eso repercutió negativamente en su carrera. Y por ende, también en el humor de mis padres, que le insisten hasta la saciedad en que debe formarse, ya que lo que ahora le permite desfilar no le durará toda la vida. Él lo sabe, estamos muy unidos y me lo dice a menudo. No tiene intención de dejar la carrera, es sólo que cada vez le salen cosas más en serio y las cantidades de dinero que le ofrecen van en aumento. Es normal que se deje embaucar por eso, pero no hay nada que temer. Alejandro sabe perfectamente lo que tiene que hacer así que este verano le prometió a mis padres recuperar al menos la mitad de las asignaturas que le quedaron a lo largo del curso – que fueron casi todas porque durante la convocatoria de febrero estuvo en Milán y a la de Junio llegó apenas una semana antes tras desfilar en Barcelona -.
¡Y allí estaba yo! Sola con mi hermano en Madrid, renunciando a las dos semanas de playa en Málaga que me correspondían por terminar el bachillerato y aprobar la selectividad con matrícula. Pero no podía dejarle solo, él siempre me regalaba lo que quería desde que comenzó a percibir ingresos extras por “poner morritos”. Me llevaba con él si desfilaba fuera y podía acompañarle y en concreto, aquel año se había lucido. Me llevó a Grecia durante las vacaciones de Semana Santa porque además coincidía con mi cumpleaños. Grecia, el sueño de mi vida. Creo que fue a partir de entonces cuando empecé a verle como a un chico y no como a un hermano. Siempre supe que iría a Grecia pero nunca me imaginé que mi vida cambiaría de forma tan radical allí.
-Laura, joder… ¡Es tu hermano, tía! – las palabras de Nerea interrumpieron de nuevo mis cavilaciones.
-Lo sé, pero…
Ambas nos enderezamos en el sofá fingiendo ver la televisión cuando la puerta de casa se abrió. Alejandro entró sonriente con una amiga, la presentó brevemente antes de acercarse para besarme cariñosamente la coronilla y desapareció camino de su habitación con la ahora colorada amiga, que le siguió evitando mirarnos directamente. Inmediatamente se me formó un nudo en el estómago.
Lo ves, es un cretino. Es un buen hermano, te compra un montón de cosas y te lleva por ahí siempre que puede, pero nadie en su sano juicio se enamoraría de alguien como él. En realidad estás en la mejor posición posible.
-Nerea, ¡por favor! – exclamé suplicante para que no me torturase más.
Mi secreto estaba a salvo con ella, era mi mejor amiga desde que éramos unas crías. Pero que mi mejor amiga carecía de tacto alguno, era una verdad incuestionable.
-Esa idiota estará dejándose hacer de todo pensando que se ha ligado al hombre de su vida y las dos sabemos que le importa un comino esa tía. Mañana traerá a otra y le hará lo mismo.
Opté por guardar silencio mientras Nerea se levantaba para llevar de vuelta a la cocina los vasos del refresco que nos habíamos tomado.
-En serio, Laura, ¿tanto te mola?
-“Molar” es una mierda para definirlo, créeme… – admití tras unos segundos.
-Pues “estar jodida” es cojonudo para describirte, ¿sabes? Porque es imposible, olvídalo…
Nerea se incorporó de nuevo, anunciando con toda naturalidad que necesitaba mear. Se dirigió al baño mientras yo me quedé en el salón, sumida en una espiral de pensamientos catastrofistas en los que me veía a mí misma odiando a cada una de las idiotas que cruzaba el umbral de la puerta de la mano de mi hermano. Nerea tenía razón, en todo, Alejandro pasaría de cada una de ellas y lo nuestro era imposible.
-¡Jo-der! ¡Tu hermano es un puto sádico de mierda! ¡Da más asco de lo que pensaba! – exclamó mi amiga moderando el tono de voz desde la entrada del salón. La miré sin entender a qué se refería y la seguí sin saber el motivo cuando me invitó con un gesto a hacerlo.
Caminamos hasta la puerta de la habitación de mi hermano y nos paramos ahí, Nerea me indicó que guardase silencio y apenas unos segundos después mi corazón latía desbocado al escuchar lo que estaba pasando al otro lado de la puerta.
Alejandro, – mi adorable hermano – le profería toda clase de insultos en un cierto tono juguetón a la pobre chica que nos había presentado hacía poco menos de media hora. La chica emitía algún vago sonido de aceptación de vez en cuando, mientras Nerea se desternillaba al escucharla totalmente sometida. No me hizo gracia. Sentí vergüenza ajena de todo aquello y regresé encolerizada al salón mientras los jadeos de la “amiga” de Alejandro comenzaban a hacerse escuchar por todo el pasillo.
Nerea me siguió reprimiendo las carcajadas y agradecí para mis adentros que hubiese optado por hacerme compañía en silencio en lugar de intentar argumentar algo coherente que sin duda hubiese terminado siendo una sandez de las suyas. Bueno, esta vez no se equivocaba. La que erraba era yo. No hacía falta ser una lumbrera para darse cuenta.
La puerta de la habitación de Alejandro se abrió pasada apenas una hora y la chica se deslizó a través de la entrada de mi casa hacia la salida sin dar ni pío. Mi hermano se asomó alegre a la puerta del salón tras despedir a su “putita” de turno.
-Nerea, guapa. Ya es de noche, ¿no te echan en falta en tu casa? – Bromeó acercándose para sentarse a mi lado. Le miré de reojo comprobando que ya vestía su pijama. Unos pantalones de algodón holgados y una camiseta fina de manga corta.
-¿Y tú? ¿No era que tanto tenías que estudiar, Alejandrito?
-Ya he estudiado todo lo que tenía pensado estudiar para hoy – contestó con cierto orgullo.
-La leyenda urbana es cierta, ¿sabes? Los modelos, en cuanto habláis, la cagáis de pleno – replicó mi amiga.
Me levanté con la excusa de llamar a mis padres para ver qué tal por Málaga antes de que la cosa fuera a más, Alejandro y Nerea solían mantener tensas conversaciones de vez en cuando. En realidad, creo que en el patio del colegio él y sus amigos ya jugaban a apuntar a Nerea y a mis amigas con el balón de fútbol.
Tras acompañar a mi amiga a la puerta llamé a mis padres y de nuevo les relaté un día más lo bien que iba todo y lo mucho que estudiaba mi hermano. Cuando me fue imposible continuar al teléfono por más tiempo, colgué y me escurrí discretamente a mi habitación. Solía cenar en salón con mi hermano mientras hablábamos de un sinfín de cosas, pero aquella noche eso era lo que menos me apetecía. Me puse mi camisón de verano y me recosté en cama dispuesta a leer un poco antes de dormir. Sabía por qué leía y aun así no era capaz de evitarlo. Los renglones de las páginas se desvanecían en mis pupilas mientras en mi cabeza sólo había lugar para una cosa; La posesiva voz de mi hermano dirigiendo cada acción que aquella zorra había llevado a cabo para él en su habitación. Era rastrero pero de todos modos, si no quería engañarme, tenía que admitir que la envidia me corroía. Yo hubiese hecho cosas mucho más rastreras por tener la oportunidad de que mi hermano…
Mi cuerpo dio un respingo sobre el colchón cuando mi puerta se abrió tras un par de golpes de nudillos desde el otro lado.
-¿No vienes a cenar? – preguntó la voz del origen de mis quebraderos de cabeza.
-No, no tengo hambre. Hemos estado picando algo mientras veíamos la tele…
Mi hermano desapareció por dónde había venido sin objetar nada, pero no tardó en regresar con una manzana en su mano. Entró de nuevo en mi habitación con naturalidad y se tumbó en cama a mi lado.
-Estás triste, ¿es por algún chico? ¿Quieres que le parta la cara a alguien?
<< A la guarra de tu amiga, para empezar >> Pensé. Sin embargo contesté con una negación tratando de ser convincente.
-¿Qué lees? – me preguntó arrebatándome el libro unos segundos para otear la portada.
Obtuvo su respuesta, así que me limité a recuperar mi postura anterior y continué leyendo. O haciendo que leía, me resultaba imposible hacerlo con mi hermano tumbado a mi lado en mi cama. No debería ponerme así por eso, ya he mencionado que él siempre ha sido muy cariñoso, lleva tumbándose en mi cama de esa forma durante toda su vida.
-¿Mal rollo con Nerea? – sugirió en un desesperado intento por entablar conversación.
Negué de nuevo con la cabeza. Esta vez acompañado de una mirada de curiosidad que no pude reprimir al preguntarme qué le había hecho deducir aquello.
-Es tonta, ya te lo he dicho…
-Es mi amiga, Alejandro. Yo también te lo he dicho – le interrumpí en un tono más cortante del que realmente pretendía.
-Sí, claro… – acató sin rechistar.
-Amiga de verdad. No como las tuyas – lancé medio en broma tratando de quitar hierro al asunto.
Alejandro se rió. Bueno, al menos conseguí que él se riese. A mí me enterraba en vida que él tuviese esa alocada vida sentimental mientras la mía era una infinita estepa por su puñetera culpa.
-¿Olga? – sí, Olga. Así se llamaba la afortunada de aquella tarde. Ya no me acordaba – ¡ni siquiera es mi amiga, Laura! Creo que ambos lo sabemos – me certificó entre risas.
-¿Nueva novia?
Él rió todavía más fuerte.
-¡Ni hablar!
Me reí con él dando pie a una conversación que se alargó hasta altas horas de la madrugada mientras yo maldecía el hecho de que fuéramos hijos de los mismos padres. Recuerdo vagamente que mientras me quedaba dormida despotricaba mentalmente acerca de la injusticia que se había cometido al darme aquel hermano, ¿no podía tener un mocoso infantil que me hiciera la vida imposible y que rebuscase en el cajón de mi ropa interior para reírse con sus amigos? No, a mí me tuvo que tocar el guapísimo hermano protector y cariñoso. Sí, <<¡mierda!>> fue lo último que pensé antes de dormirme.
Y <<¡mierda!>> fue lo primero que pensé al despertarme cuando me encontré a Alejandro con una bandeja de desayuno al lado de mi cama.
-¡Buenos días, Laurita! ¿Qué tal si desayunas y nos vamos de compras? ¿Te hace?
<<¡Joder Alejandro! ¿Qué si me hace? ¡Sigue así y acabarás consiguiendo que escriba mi nota de suicidio!>>
-No tengo dinero – contesté intentando excusarme.
-Pero yo sí, ¡tonta!
Me rendí. Desayuné y acepté la jornada de shopping con mi hermano, sabiendo que se me caería la baba cada vez que se probase algo.
El día transcurrió maravillosamente. Alejandro tenía la vaga idea de que su hermana pequeña estaba sufriendo por algún amor – y aunque estaba atinado con eso, al menos no se imaginaba que el sujeto que desataba todo aquello era él mismo -. Y para más inri, me dio un par de consejos para pasar de quien quiera que fuese. << ¡Gracias Alejandro!>> pensé. Pero el broche de oro fue el hecho de que estuviese realmente preocupado y que por eso me acaparase durante unos días, llevándome de aquí para allá y buscando mil cosas diarias que hacer juntos. ¡Ideal para olvidarle!
Sopesé la opción de decírselo, de verdad. Se me ocurrió que quizás fuese más sano. Al menos podría conseguir cierta distancia entre nosotros. Pero no lo hice. Y supongo que decidí callármelo precisamente para evitar esa distancia que supuestamente me ayudaría a obviarle con más facilidad. Me volvía loca, ya no podía pensar en otra cosa que en provocar sus atenciones. No resultaba difícil en absoluto, se deshacía en ellas cada vez que me mostraba mínimamente compungida y me gustaba. Me encantaba, para ser sincera.
La noche del viernes me dejé caer sobre su torso en el sofá, mientras veíamos una película. No esperaba su rechazo, pero me sorprendió que él me acogiese bajo su brazo y me hiciese un hueco todavía más cerca de él de lo que yo buscaba. Me alegré inútilmente y me embargó la agonía de tener que refrenar mi imaginación. No, no podía intentar nada más porque aquello no era ninguna insinuación. Alejandro era cariñoso porque era mi hermano.
Al día siguiente – el sábado por la mañana – me dijo que había invitado a un par de amigos a tomar unas cervezas en casa antes de salir. Se tomaba muy en serio lo de levantarme la moral porque me dejó caer que se lo mencionase a Nerea por si no quería estar sola en medio de sus amistades. No me hacía especial ilusión avisarla, le quería para mí sola el mayor tiempo posible antes de que llegasen nuestros padres. Pero ya que él había organizado un botellón en casa con sus amigos, yo avisé a Nerea y a Noa. Noa está también entre mis mejores amistades, pero en un rango bastante por debajo del de Nerea y por supuesto, ella no sabe nada de lo de Alejandro. Bueno, sólo Nerea y yo lo sabemos.
Noa aceptó encantada la invitación. A pesar de que mi hermano tenía fama de borde entre mis amigas, ninguna rechazaba la oportunidad de compartir estancia con él. Odiaba esa reacción por parte de mis amigas. Sobre todo desde que mi desdén me hizo ver que si supiesen jugar bien sus cartas, cualquiera de ellas podría tener una lícita oportunidad con él que a mí siempre se me denegaría por sentido común.
La noche llegó después de un día tranquilo en casa y tras cenar algo ligero me metí en la ducha repasando mentalmente las opciones de vestuario que tenía. Al final me decanté por estrenar el vestido claro que mi hermano me había comprado esa misma semana.
Me crucé con Alejandro por el pasillo, salía de la habitación de mis padres con el pelo todavía mojado y ataviado solamente con un bóxer. Se había duchado en el baño de mis padres para no esperar a que yo dejase libre el de casa. Inconscientemente aparté la cara de su cuerpo cerrando los ojos al pensar que mi mirada estaba mostrando mucho más de lo que yo quería dejar ver. Pero él se rió de mi reacción.
-¿Qué pasa? ¿Te da apuro verme así? – inquirió con pasmosa naturalidad burlándose de mí. Se me escapó una risa nerviosa pero ni con ésas fui capaz de volver a mirarle mientras los dos nos reíamos como tontos – ¡¿Laurita?! ¡Venga ya!
No parecía creérselo mientras me asediaba en ropa interior cada vez más sorprendido de mi reacción. Comenzó a tirar de la toalla que me envolvía haciendo el amago de dejarme tal y como nuestra madre me trajo al mundo.
-¡Anda, Laurita! ¿Cuántas veces nos hemos duchado juntos? ¡No puede ser! – exclamaba mientras me hacía cosquillas por encima de la toalla.
-¡Alejandro, por favor! – imploré mientras reunía el valor necesario para mirarle aparentando cierta seguridad. Él se rió al ver mi cara.
-¡Pero si estás como un tomate! ¡Tonta! – se burló antes de abrazarme y estamparme un enorme beso en la frente.
Acto seguido se encaminó hacia su habitación meneando la cabeza mientras yo me quedaba hiperventilando en el pasillo sin perderle de vista. <<¿ Por qué a mí? >> pregunté retóricamente al techo de mi casa. No obtuve respuesta pero supongo que si el techo pudiese dármela me contestaría; “por desviada mental”.
Me vestí tras cerrar la puerta de mi habitación y me maquillé un poco antes de volver a salir. Alejandro estaba en la cocina hablando por teléfono, repitiendo de mil formas distintas que no pensaba salir esa noche. En seguida deduje que se trataba de alguna de sus “amigas”. Le observé mientras me abría una botella de cerveza. Llevaba unos vaqueros oscuros que le quedaban de vicio perfectamente combinados con unas final zapatillas de tela y un ligero polo de manga corta que adquiría más percha sobre él de la que en realidad debiera tener. Colgó el teléfono tras despedirse y me miró con una enorme sonrisa.
-¿Mejor así? – preguntó con cierta gracia imitando un giro de pasarela.
No pude contener la risa y asentí mientras me reía.
-¿Ligaré esta noche? – planteó con fingido aire narcisista mientras se alborotaba un poco el pelo.
Se me encogió el corazón de repente y di un trago largo a mi cerveza. Él seguía esperando mi respuesta.
-Claro Alejandro. Tú siempre ligas – admití dejando caer mi mirada sobre la encimera de la cocina.
-Bueno, pero esta noche no seré el único – dijo convencido –, de lo contrario, dormiré con mi querida hermana. Te lo prometo.
A punto estuve de escanciar la cerveza por la nariz al escuchar aquello. ¿Alejandro bajo las sábanas conmigo? Como poco tendría sueños húmedos. ¡No! ¡De ninguna manera!
-¿Conmigo? ¿Por qué? – pregunté con más desesperación que curiosidad.
-Porque me apetece, Laura. Hace años que no dormimos juntos, me encantaba dormir contigo y de repente te da corte verme en calzoncillos aunque recuerdo que estuviste allí la primera vez que desfilé en ropa interior – la respuesta me dejó rota. Me hubiera gustado explicarle que eso fue cuando él todavía era mi hermano, no un hombre que hacía volar un deseo que yo trataba desesperadamente de enterrar – ¡a veces me gustaría no haber crecido, créeme! – añadió.
No supe lo que quiso decir ni tuve tiempo para sopesarlo detenidamente, lo achaqué a algún repentino complejo de Peter Pan, quizás ocasionado por algún numerito de alguna de sus “amigas”. El timbre sonó y él se dirigió a la puerta para abrir. Escuché las voces de sus amigos y distinguí una por encima de las otras. Iván, el bruto del grupo. Solía andar mucho con Alejandro y el resto, pero optó por trabajar tras terminar la ESO mientras que mi hermano y los demás siguieron estudiando, de modo que su tiempo para los colegas fue menguando paulatinamente.
-¡¿Laurita?! – exclamó un sorprendido Iván al verme en la cocina cuando entraron portando más alcohol. Le saludé vagamente con un movimiento de cabeza. Si Alejandro mantenía que Nerea era tonta, yo me apostaba una mano a que Iván era retrasado mental -¡Joder Jandrito! ¡Cómo ha crecido la cría! ¿La han visto en tu agencia? ¡Seguro que le salen más chollos que a ti!
Sí, definitivamente podría apostarme todas las extremidades y las conservaría todas.
-¡Eh, animal! ¡Nada de Laurita! Laura para ti, y de apellido; “intocable” ¿entendido? – espetó mi hermano en el acto.
Iván se reía mientras guardaba las bebidas en el frigorífico pero continuó echándome alguna que otra mirada mientras le comentaba a “Jandrito” que habían invitado a algunas “nenas”. Los imbéciles de sus amigos siempre les decían a las “nenas” que su amigo “Jandrito” era modelo… Mi hermano bromeaba diciendo que esa noche se tomaría un descanso, pero no se lo creía ni él. Al parecer, las “nenas” estaban de muerte.
Me terminé la cerveza y me acerqué a la nevera para procurarme la segunda mientras ellos hablaban de tías como si yo fuese uno más del grupo que de un momento a otro aportaría sus gilipolleces a la conversación de machos cabríos que estaban manteniendo en la cocina de mi casa.
Mis plegarias fueron escuchadas, Nerea y Noa llegaron antes de que mi segunda cerveza bajase más allá de la mitad.
-Me termino esto y nos piramos, ¿entendido? Por cierto Nerea, duermo en tu casa – dije nada más abrirles la puerta.
-¿Qué coño dices? ¡Yo duermo en tu casa! – Contestó mi amiga con desparpajo –. Es decir, he quedado con un tío y no pienso venir aquí con él. Pero me resultaría difícil explicarles a mis padres que tú duermes en mi casa y yo en la tuya.
Miré a Noa esperando el favor…
-Se supone que yo también duermo aquí… – me dijo con la boca pequeña.
¡Joder! Las mandé a la mierda mentalmente y me dirigí a la cocina para ofrecerles una cerveza a mis dos mentirosas amigas mientras yo apuraba la mía al tiempo que disfrutábamos de la delicadeza que mi hermano y sus amigos derrochaban al intercambiar detalles de sus rolletes, ahora instalados en cómodamente en los sofás del salón como si desde allí no se escuchase nada en la cocina. Nerea me miraba de reojo cada vez que salía a colación algún detalle acerca de Alejandro, pero yo me hacía la sueca. Lo sabía, Alejandro era un cerdo con las tías y sin embargo a mí me trataba mejor que nadie en el mundo. ¡Mierda! Yo también quería que él pudiese tratarme así, yo quería poder montarle un numerito por haberme prometido mucho hasta que terminase en su cama en lugar de simplemente odiar todo porque eso era imposible.
-Oye, podemos quedarnos un poco más, ¿no creéis? – preguntó Noa al terminarse su cerveza y cogiendo tres más en la nevera – a mí me resulta interesante escucharles. No deja de ser instructivo…
Dejé caer la cabeza sobre la mesa de la cocina, sintiendo arder mis mejillas tras haber cenado demasiado ligero y haberme bajado dos cervezas casi de penalti. El alcohol siempre me sentaba fatal, no solía beber.
-¿Instructivo para qué? ¿Acaso aspiras a prostituta o simplemente a golfa titulada? A mí me parecen unos cerdos – atajó Nerea.
-¡Venga ya, Nerea! ¡Ni que nosotras no hayamos hecho cada cosa que están mencionando ahí! Suena así fuera de contexto pero no me niegues que lo disfrutas cada vez que lo haces…
Nerea se rió mientras aceptaba la segunda cerveza y me pasaba mi tercera. Prácticamente me aferré a ella al reparar – gracias a mis dos buenas amigas – en que yo seguía buscando a alguien para empezar a hacer todo aquello. Me refiero a alguien que no fuese mi hermano. No es que me faltasen ocasiones pero es que a decir verdad, creo que nunca se me revolucionaron las hormonas en grado sumo al atravesar la dichosa edad del pavo. No, nadie me llamó la atención especialmente durante esa etapa. Estaba demasiado ocupada sacando sobresalientes en todas las asignaturas, con las actividades extraescolares, con los idiomas y con mi hermano. El gilipollas que me había disparado las hormonas a tiempo tardío. ¡Joder! ¿Cómo que nunca se me habían disparado las hormonas? ¿Qué coño era sino obsesionarme con mi hermano como si me fuera la vida en ello?
Casi sin quererlo reparé en lo adormecidos que parecían mis dedos y de repente, igual que un día vi a Alejandro y deseé probar esos labios hasta el punto de culparme por ello, así de inevitablemente supe que estaba como una cuba. ¡Genial! Justo a tiempo de recibir a nuestras invitadas VIP, las “nenas” que conformaban el harén que Iván había prometido al llegar. Ni siquiera me levanté. Las vi desfilar hacia el salón todas peripuestas y luego me las imaginé poniendo ojitos a mi hermano mientras escuchaba una a una cómo le saludaban.
Creo que me sentí descorazonada. Vacié de un trago lo poco que quedaba en la botella de mi tercera cerveza y me levanté para armarme con otra. El camino hacia la nevera fue suficiente para que decidiese cometer una estupidez, supongo que en un arrebato de no sé muy bien el qué, me decanté por un buen cubata de vodka. Nunca antes lo había probado pero me pareció un momento inmejorable. Mis amigas miraron asombradas mi destreza como barman mientras llenaba el vaso hasta más de la mitad con vodka y lo rellenaba con un chorro de lima antes de poner unas piedras de hielo que hicieron derramar parte del contenido por encima de la encimera. Lo hubiese limpiado pero ¡qué demonios! ¡Ya lo haría Alejandro creyendo que había sido alguno de sus colegas! Volví a mi silla y comencé a beber aquella mierda ante los incrédulos ojos de mis amigas mientras escuchábamos las risitas de las putillas que habían venido a conocer a mi hermano.
¡Que les den! ¡Yo soy su hermana! Vale, no puedo follármelo, pero a mí me quiere. A mí me cuida, me lleva de viaje, me regala un montón de cosas y se interesa por lo que hago. Mi particular remedio alcohólico bajó por mi garganta mientras pensaba que a efectos prácticos estaba en el mismo punto que aquellas zorras. Ambas partes anhelábamos algo que no podíamos tener de Alejandro, así que éramos igual de desgraciadas. No tenía nada a lo que aferrarme para declararme vencedora, o por lo menos, mejor parada que ellas. ¡Mierda otra vez!
-¡Laurita, niña! ¡Estás más pedo que Alfredo! – exclamó el bruto de Iván al entrar en la cocina en busca de copas para las “nenas”.
Con mil esfuerzos le mostré el dedo corazón de mi mano izquierda completamente erguido sobre los demás dedos acuclillados, provocando las carcajadas de mis amigas, que a esas alturas ya no estaban mucho mejor que yo.
-¡Hay que ver! ¡Verás cuando te vea Jandrito!
-¡Que te den por el culo! ¡A ti, a Jandrito y a vuestras zorras! – contesté disimulando la cólera con mi elevada tasa de alcoholemia.
Iván se retiró sin decir nada más. Nada que yo escuchase, al menos.
-¿Por qué no te lo tiras? – me preguntó Noa entre risas –. Está de buen ver, si yo fuera tú ya lo habría intentado…
Nerea lo desaprobó en el acto. Pero la idea se fraguó en mi cabeza. Sí, Iván no estaba mal. Me reí al encontrarme sopesando la opción. ¡Sí que había bebido! Si estuviese sobria le habría contestado que tirarse a Iván sería lo más parecido posible a experimentar el sexo de las cavernas en plena era moderna. Y sin embargo, el mismo cerebro que me había salvado el pellejo en cada examen de mi vida me decía que Iván era perfecto para desahogarme. Si “Jandrito” podía llevarse a cama a quien le diese la gana, entonces yo también podía. No, no dormiría sola, dormiría con quien menos se lo esperaba mi hermano. Y eso me provocaba cierta satisfacción teniendo en cuenta que él estaba en el salón rodeado de unas “nenas” cuyas únicas expectativas que generaban eran las de ser muy zorras.
Me incorporé como buenamente pude tras beberme hasta la última gota de aquella cosa asquerosa y caminé hasta el salón. Me apoyé en el marco de la puerta e intentando elevar mis pesados párpados entoné una pastosa voz;
-Iván, ¿puedes venir un momento? – torcí ligeramente mi boca en una sonrisa para resultar un poco coqueta pero no tengo ni idea de lo que acabe mostrando, pues todo el mundo me miró como si acabase de abrirme camino desde el corazón de una tumba.
Alejandro me miraba estupefacto, lo distinguí perfectamente entre dos de sus amiguitas.
-¿Qué quieres? – me preguntó Iván.
-Enseñarte algo –. Pude escuchar las risas de mis amigas, que provenían de la cocina mientras seguramente cruzaban apuestas.
Iván miró a Alejandro con curiosidad, que le dedicó un duro gesto en medio de los infantiles gritos de desafío del resto de sus amigos.
Creí que no vendría, me sentí gilipollas plantada en el marco de la puerta intentando que uno de ellos viniese conmigo ignorando de ese modo a unos bien curveados zorrones de su edad que lucían embutidas en prendas de las que mi madre me reprendería solamente por mirar. Pero finalmente se levantó y se dirigió hacia mí con un gesto de desconfianza.
Caminé por el pasillo hacia la puerta de mi habitación ante la incrédula mirada del amigo de mi hermano. << Ven, joder >> pensé. Y como si lo hubiera dicho en voz alta, él me siguió. Entré esperando que me siguiera sólo unos pasos más y para mi sorpresa, lo hizo.
-Oye, Laura. Me estás poniendo un poco nervio…
No le dejé terminar la frase. Me abalancé sobre él tras cerrar la puerta y comencé a besarle. En un principio me rehusó como pudo, sin llegar a apartarme, pero pronto se dejó llevar.
-Laurita, Alejandro me va a colgar, nena… – dijo haciendo un descanso para levantarme la falda del vestido y colar la mano a ras de mis ropa interior al tiempo que me arrastraba apresuradamente hacia la cama.
Suspiré mientras me dejaba caer sobre mi colchón lanzando lejos los zapatos.
-¿Quieres que le pidamos permiso? Mi hermano tiene que aceptar que su hermana pequeña ya no es pequeña, ¿no te parece?
-Estás muy pedo, tía. Si fueses cualquier otra… pero…
Me tapé la cara con las manos sin poder creérmelo, ¿iba a rechazarme? ¡Iván! ¡El tío cuya única aspiración en la vida era “probar chochetes” iba a dejarme tirada en cama por mi hermano! ¿Es que mi desafortunado criterio para fijarme en alguien iba a perseguirme siempre?
Reuní todo el coraje que fui capaz y sin dejar ver nada bajo el vestido me deshice de la pieza inferior de mi ropa interior para arrojarla a los pies de un Iván que me miraba debatiéndose entre lo que quería y lo que debía hacer.
-Aún con un par de cervezas encima, yo soy intocable para quien a mí me dé la gana. No para quien lo diga mi hermano.
Definitivamente, por mi boca hablaba el alcohol. Y si los oídos no me la jugaban, acababa de pedirle al tío más cerdo que era capaz de mentar que me follase.
Sí, por desgracia no me fallaban. Iván se deshizo rápidamente de la parte de arriba de su indumentaria y tras descalzarse se abalanzó sobre mí acaparándome por completo. Apagué la luz de la habitación en un desesperado intento de esconderle a mi vista a quién pertenecía aquella boca que me ahogaba, o aquellas manos que apenas me dedicaron un par de caricias para elevar mi vestido sobre mi cintura y buscar mi sexo al tiempo que inducían a las mías a ocuparse del suyo.
Intenté relajarme esperando que la incómoda sensación que me producían sus dedos buscando con insistencia la entrada de aquel lugar en el que nadie me había tan siquiera rozado con anterioridad desapareciese poco a poco dejando paso a ese placer del que todo el mundo hablaba. Pero el momento parecía no llegar y el hecho de tener que frotar su pene erecto entre mis manos casi por obligación no me ayudaba en absoluto.
De hecho me maldije a mí misma cuando tras forcejear un poco, consiguió introducirme un dedo y comenzó a moverlo salvajemente de dentro hacia afuera. No lo soportaba más, el dolor era cada vez más agudo y mientras mi escasa libido caía en picado, él parecía experimentar todo lo contrario.
Unos fuertes golpes en la puerta hicieron que “mi gran amante” cesase en su empeño por taladrarme – literalmente -.
-¡Iván, nos vamos! – gritó uno de los amigos de mi hermano.
Respiré aliviada por partida doble. Creí que ya no había marcha atrás en mi precipitada decisión y que había sido Alejandro el que había golpeado la puerta.
-¡Voy dentro de un rato! – contestó Iván haciendo que desease un coma temporal en aquel instante.
-No, Iván. Me refiero a que nos vamos todos…
-¡Iván! ¡Animal de bellota! ¡Sal de ahí ahora mismo! – ése sí era Alejandro. Su voz hizo que Iván se incorporase de inmediato tratando de vestirse lo más aprisa posible.
Escuchamos cómo los chicos le insistían a mi hermano para que no entrase mientras yo trataba de recolocarme el vestido sobre cama e Iván terminaba de ajustarse la bragueta. En ese mismo instante la puerta se abrió de golpe y el corazón me dio un vuelco al ver la cara de Alejandro.
-¡Lárgate ahora mismo! – gritó sin contemplaciones.
-Tío, tu hermana tiene una edad, ¿sabes? No vas a decirle siempre…
Alejandro se pellizcó el puente de la nariz cerrando los ojos.
-Iván, si sigues hablando como poco te parto la cara… ¡Lárgate joder! ¡¿Qué parte no entiendes?!
Iván se armó de valor y rebasó la posición de mi hermano marcando las distancias. Alejandro me miró como si le hubiera decepcionado y me dejó sola en mi habitación. Escuché que pedía a todos que se fueran. Incluso a Nerea y a Noa, que le insistieron levemente en entrar a mi habitación. Pero no las dejó.
Me senté en cama, todo me daba vueltas y las náuseas se mezclaban con el enfado, la ira y la impotencia que me provocaba pensar en lo ocurrido. Alejandro podía ser protector conmigo hasta cierto punto, y me gustaba que lo fuera. Pero aunque me sentí aliviada cuando hizo que Iván saliese de allí a toda prisa, me frustraba que él mismo echase por tierra mi intento de olvidarme de él durante unos instantes. Después de todo, yo sólo intentaba hacer lo correcto.
Trastabillé hasta el baño intentando no hacer ruido y me arrodillé frente a la taza justo a tiempo. Aparté la cabeza del retrete tras vomitar y tiré de la cadena, observando el chorro de agua y sintiendo unas repentinas ganas de meter mi cabeza en aquel remolino de agua fresca sin reparar en que era mi propio baño.
-Laura, ¿estás bien?
En ese momento dejé caer mi cabeza hacia delante, deseando que llegase a inclinarse lo suficiente como para ahogarme. Alejandro estaba allí. Y él fue el culpable de que mi nariz ni siquiera rozase el hueco del retrete. Me incorporó y me sentó en el la taza mientras abría el grifo del agua caliente de la bañera.
-Dúchate anda – me dijo con cierta resignación.
Obedecí y regresé a mi habitación sin cruzármelo. La ducha me había sentado bien, sobre todo teniendo en cuenta que mi cuerpo había sido lo suficientemente inteligente como para organizar un “autolavado” de estómago. Y aunque mi cabeza todavía no contaba con la agilidad con la que solía contar, mi percepción comenzaba a adquirir cierta cordura. Recogí mis braguitas del suelo de mi habitación tras ponerme el camisón y me topé de bruces con mi hermano al darme la vuelta.
-Dame. Iba a echarlas en el cesto de la ropa sucia.
No supe qué decir, de modo que hice lo que me pedía y me metí en cama sintiéndome una mezcla entre patética y desesperada, deseando que las sábanas que me cubría me hicieran invisible al resto del mundo. Mi hermano apareció poco después ataviado con la ropa que usaba para dormir.
-¿Hay un sitio para mí? – preguntó acariciándome el pelo cariñosamente.
Le hice un sitio en cama, aliviada de que aún mantuviese su promesa después de lo ocurrido y me aovillé dejando que él me abrazase pegando su pecho a mi espalda. La tranquilidad me invadió al verme de aquella forma con él, olvidándome momentáneamente de los sentimientos que me aplastaban desde que habían aparecido por primera vez y reconfortada de que así fuese.
-Lo siento – susurré.
Pude notar cómo suspiraba. Su cara estaba incluso más cerca de lo que me imaginaba.
-Así que Iván, ¿eh? – Dijo tratando de parecer desenfadado – no me lo trago, ¿en qué pensabas, Laurita?
-No lo sé. Supongo que en lo que se piensa en esas situaciones… – contesté tras descartar por completo la opción de contarle en qué coño estaba pensando e intentando zanjar el tema sin dar más vueltas.
-Pues te creía más cuerda, la verdad. Iván está a años luz de merecer besarte los pies – dijo suavemente dándome un beso en la coronilla y volviendo a acomodarse.
¡Me quería morir! ¿Cuerda yo? ¡Lo que me faltaba! Entonces alucinaría si supiese que desde hacía unos meses me había monopolizado por completo. Bueno, definitivamente no iba a decírselo, pero de repente sentí la necesidad de pararle los pies, ardiendo en el la frustración que sentí al pensar que era inútil dejar que me dijese aquellas cosas.
-Bueno, eso lo decidiré yo… Tú no me preguntas qué opino de tus “amigas”.
Le escuché reírse.
-Porque no necesito que me lo digas. Creo que no dejan lugar a dudas sobre lo que hay que opinar de ellas y tú eres demasiado inteligente como para que se te pase por alto algo tan obvio.
Torcí el gesto de mi cara en la oscuridad otorgándole la razón a Nerea. Mi hermano era un cerdo como hombre y eso me frustraba aún más por ser su única excepción.
-Pues entonces no sé ni para qué te molestas con ellas… – rezongué en voz baja con un inconfundible tono de irritación.
Lo notó. Tuvo que notar mi enfado y quizás mis celos, porque se arrimó a mí todavía más y me estrechó entre sus brazos al tiempo que buscaba mi oído con sus labios apoyando su cabeza suavemente sobre la mía.
-Porque tengo que seguir buscando…
Mi corazón iba a mil por hora, Alejandro me estaba susurrando al oído y mi piel se estaba erizando al tenerle tan sumamente cercano. Tragué saliva intentando disimular mi reacción y busqué algo coherente que decir mientras él enterraba su nariz en mi pelo. No lo encontré, sólo podía dejarme llevar por la forma en la que mi hermano hacía que mi nuca cosquillease cada vez que su aliento la rozaba.
-Necesito a alguien a quien querer como a ti. De verdad – los ojos se me quedaron como platos en el mismo momento en que me susurró eso. Sí, probablemente no se refería a lo que yo quería creer ni él pensaba que yo fuese siquiera a pensar en algo así. Contuve la respiración y continué escuchando sus palabras –. Pero no encuentro a nadie que me interese, que me haga reír o que me motive lo más mínimo como para compartir horas de conversación. ¿A ti no te pasa nunca?
Suspiré y por primera vez sentí pena por aquellas que pasaban por la cama de mi hermano. En especial por Olga.
-Supongo que a todos nos pasa, pero eso no te da derecho a tirártelas y ya está, ¿sabes? Deberías ser consecuente y pasar de ellas hasta que apareciese eso que buscas – mi voz sonó inesperadamente parecida a la de mi madre cuando nos llamaba la atención por algo que no le había gustado.
Alejandro se rió y me soltó para ponerse boca arriba a mi lado. Me extrañé pero no hice nada al respecto.
-¡No tienes ni idea de nada!
<<¡Mira quién va a hablar!>> pensé. ¡Ahora encima me trataba como a una cría! Eso me fulminó.
-¡Sí que la tengo! – protesté encendiendo la luz de la mesilla de noche y dándome la vuelta en cama para mirarle. Su perfecta cara casi me hace echarme atrás pero continué con mi réplica – ¡¿No creerás que porque me llames “Laurita” voy a ser una niña toda mi vida?! Y de todos modos es de dominio público que por norma general, el apetito sexual de los hombres es desmedido en comparación con el de las mujeres. No soy tan inocente como crees. Y sí, yo también tengo mis necesidades…
Y mi cuerpo daba fe de ellas cuando él se hallaba tan próximo. Me miró con ternura, se acercó de nuevo y me abrazó arrastrándome ligeramente entre sus brazos cuando se inclinó sobre mí para apagar la luz.
-Ojalá no fueses mi hermana – susurró antes de besarme cerca de la sien.
¡¿Qué?! El corazón se me detuvo de repente para comenzar a latir a un ritmo vertiginoso.
-¿Por qué? – pregunté por acto reflejo sin sopesar si de verdad quería escuchar la respuesta a aquella pregunta.
-Lo sabes perfectamente – me contestó con naturalidad acomodando la cabeza sobre la almohada.
No, no lo sabía. Mejor dicho, no quería saberlo. ¿Qué demonios me estaba dando a entender? ¡Joder! Deseé con todas mis fuerzas estar equivocada o de lo contrario, mi hermano me lo estaba poniendo en bandeja. Me quedé petrificada entre sus brazos, sin saber qué hacer ni qué esperar de él. Pero Alejandro se limitó a mantener su postura como si nada. ¿De verdad iba a dormir tranquilamente después de decirme algo así, o es que acaso yo ya había llegado al desquiciante punto de entender en las inofensivas palabras de un hermano lo que sólo tenía lugar en mi cabeza?
-¿Quieres que me vaya? – preguntó relajado.
-No – le respondí echa un manojo de nervios como buenamente pude.
-Si quieres que me vaya lo entenderé, en serio. Me parecería normal que te incomodase…
¡¿Que me incomodase el qué?! ¡Dilo Alejandro, joder! ¡Termina la frase porque mi cabeza está comenzando a jugármela! Pero no dijo nada más y su frase inconclusa sólo sirvió para empeorar más las cosas. La posibilidad de que algo pasase entre nosotros empezaba a ahogarme más que nunca. Hasta ese momento no había nada que temer porque se suponía que mi hermano nunca cometería el mismo error que yo. Pero era eso lo que me estaba diciendo, ¿no? ¡Mierda! No tenía ni idea de hasta qué punto él me estaba diciendo lo que yo me imaginaba.
-¿Que me molestase el qué? – dije con la débil voz que me salió a causa del nerviosismo. Para ser sincera, creo que me sentía como alguien se tiene que sentir en el momento exacto antes de sufrir una parada cardiorrespiratoria.
Pude escuchar cómo se reía levemente y me lo imaginé sonriendo en la oscuridad. ¡Joder! ¿Cómo podía tener ese aplomo? Si es que me estaba diciendo lo que yo creía, ya que tampoco descartaba la opción de que todo fuera fruto de mi imaginación.
-¿En serio hace falta que lo diga? Acabas de soltarme un discurso acerca de lo que has crecido y de tus amplios conocimientos sobre las necesidades de hombres y mujeres – guardé silencio por obligación. Mi cuerpo enmudeció sin aviso previo – bueno, yo soy un hombre y tú una mujer, ¿verdad? ¿Necesitas más ayuda? – negué con la cabeza sin tener ni puñetera idea de cómo íbamos a proceder a partir de ese momento que tanto había deseado en soledad y que ahora quería suprimir a toda costa.
– No quiero que me veas como a un peligro potencial – continuó diciéndome – ni nada de eso. Sé que somos hermanos y tengo claro el lugar que ocupo aunque no pueda evitar quererte más que a nada en el mundo.
¿Quererme más que a nada en el mundo? ¿Lo había dicho él? Me sentí como si estuviese cayendo en un abismo y el golpe fuera a ser brutal. Estaba más confundida en ese momento de lo que lo había estado desde que tenía memoria de mi existencia y esa misma memoria me llevaba inevitablemente a reconocer que era lo más bonito que nadie me había dicho jamás. Mi hermano me quería, sonreí como una boba en la oscuridad, fútilmente ilusionada por sus palabras intentando separarlas de la parte en la que dijo que sabía el lugar que ocupaba.
-¿Laura? – Levanté la cabeza esperando a que continuase hablando – necesito que me digas en serio si esto te molesta o no. Me preocupa de verdad que a partir de ahora me rechaces… Me gusta ser cariñoso contigo y aunque lo entendería, me dolería tener que guardar las distancias contigo o que vieses en mis muestras de afecto algo que…
No lo soporté, en el fondo supe que terminaría pasando desde que comencé a intuir lo que quería decirme así que decidí que no iba a alargarlo más. Busqué sus labios y los callé con los míos. No se movió. Es más, me apartó a la vez que se separaba de mí.
-Creo que no me entiendes – dijo apurado -. Estaba intentando decirte que tengo claro que nunca pasará nada entre nosotros por muy cariñoso que pueda ser contigo. No tienes por qué hacer esto, Laura.
Sí, él era mucho más cuerdo que yo. Pero era mi ansiado objeto de deseo y le tenía allí, a un parentesco de ser mío y afirmando que precisamente por eso nunca haría aquello con lo que yo soñaba.
-Alejandro, yo también te quiero más que a nada en el mundo – solté sin tapujos arrimándome a su lado y rodeándole con mis brazos. Le noté apabullado, ni siquiera me ponía una mano encima.
-Abrázame, por favor – le pedí.
Lo hizo, pero con mucho más recato. Me tomé la libertad de colar mi mano debajo de su camiseta y la dejé allí, apoyada sobre su abdomen al comprobar que comenzaba a incomodarse. ¡Dios mío! ¿Por qué me decía todo eso y luego me dejaba claro que nunca vamos a tener nada? ¡La situación era mucho peor que antes!
-Bésame – le pedí en un susurro, desesperada por provocar algo. Me dio un tierno beso en la parte alta de la frente – bésame de verdad, Alejandro – insistí elevando mis labios hacia él.
-No puedo, Laura. Si lo hago nada volverá a ser como ahora.
-¿Y qué? – Le repliqué – yo tampoco quiero que lo sea. Es horrible no poder tenerte, ¿a ti no te pasa? ¿De verdad vas a conformarte toda la vida con tratarme como a una hermana pequeña después de que te haya dicho que te quiero como mucho más que a un hermano?
-No me hagas esto, por favor. He pasado noches enteras dándole vueltas. Es lo que tenemos que hacer, tú y yo somos hermanos.
-¿Para qué me lo dices entonces? ¿Qué pretendes? Alejandro, por favor… te quiero de verdad…
Estaba casi suplicándole y aunque era consciente de que era una desesperada en toda regla, no me importaba. Llevé mi mano a su cuello y torcí su cara hacia la mía. Temblé al ver que cedía sin esfuerzo, ¿significaba eso que no se resistiría más? Me aventuré a comprobarlo por pura necesidad y de nuevo dejé que mis labios se posasen sobre los suyos. Seguía sin moverse, pero tampoco me apartaba esta vez, así que insistí hasta el punto de sentirme una idiota que estaba besando a una pared.
Bueno, la situación me superó. Estaba claro que me rechazaba de nuevo, así que reprimiendo las lágrimas como pude me retiré sin decir nada. Y justo en ese momento, mi hermano sujetó mi cuello con una de sus manos y me besó como nunca me había besado nadie en toda mi vida -no es que hubiese besado a un montón de chicos, pero es que en comparación con aquello, dudo que hubiese “besado de verdad” hasta aquel momento -. Sus labios arrastraban a los míos en un sugerente movimiento mientras su lengua buscaba la mía con juguetona delicadeza y yo me dejaba llevar, disfrutando de haber sobrepasado aquella mierda de prohibición que llevaba implícita lo de ser hermanos. No había derecho, no había ningún derecho en el mundo a prohibirnos aquello que estábamos haciendo, fuéramos lo que fuéramos.
Sujeté su cara entre mis manos para que no osase poner fin a aquel beso, no sin ir más allá. Si Alejandro besaba de aquella manera, estaba literalmente ardiendo por ver qué más podía enseñarme.
Debo reconocer que la congoja se apoderó de mí cuando me acordé de la pobre Olga. Bueno, yo era virgen y a mi hermano al parecer, le iba el sexo duro y todo eso de decir cosas subidas de tono… no estaba muy segura de que fuera a gustarme demasiado esa parte pero decidí que a pesar de mi inexperiencia, lo iba a dar todo para que a él le gustase. Y aun a pesar de esa firme decisión, temblé cuando la mano de Alejandro se posó en mi muslo. La respiración se me aceleró hasta el punto de entrecortarse sin que pudiese hacer nada por evitarlo, esperaba que de un momento a otro desviase la mano hacia el interior de mis piernas y buscase lo mismo que había buscado el bruto de su amigo hacía poco más de hora y media.

Pero no lo hizo, su mano subió, sí, pero siguió hasta mi espalda rozando apenas mi glúteo y admito sin reparo que me decepcionó. En el fondo quería aquello que temía. Quería que fuese él mismo porque quería que disfrutase, aunque para ello tuviese que decirme algunas de esas cosas o algo un poco más salvaje… tampoco sé exactamente qué demonios hacía con las tías, pero Olga profería sonidos que hacían pensar que como poco estaba rodando una película porno, y a mí… Hablando claro; ¡a mí ni siquiera me tocaba el culo! Así que en un intento de ser una mujer hecha y derecha, tomé la iniciativa. Le gané terreno sin dejar de besarnos y me coloqué sobre él a horcajadas. Ahora tenía que separar nuestros labios para sacarme el camisón y ahí llegaba un punto clave, quizás se lo pensase mejor mientras yo me desnudaba. Pero tenía que hacerlo, así que lo hice. Intenté dejar de besarle y para mi grata sorpresa comprobé que sus labios seguían a los míos sin querer perderles. Sí, la piel se me erizó cuando mi hermano me sujetó la mejilla con la palma de su mano al separar nuestros labios. En aquel momento me sentí deseada, pero no por mi hermano, sino por el hombre que era y aquello me excitó muchísimo.

Me deshice del camisón en un segundo, quedándome sólo con las braguitas y siguiendo con ello un orden mucho más lógico a la hora de desnudarme que el que había decidido seguir con Iván. Definitivamente, Alejandro no podía compararse con nadie.
No llevaba sujetador – nunca me lo pongo para dormir – así que en silencio me hice con una de sus manos y la posé sobre mis pechos. Pude escuchar cómo exhalaba nervioso, pero no movió su mano ni un milímetro del lugar donde yo la había dejado. Me incliné sobre él de nuevo para besarle, intentando hacerlo cómo él lo había hecho conmigo. Pero lo único que hice fue juntar nuestros labios de nuevo y dejar que él me condujese. Nos besamos apasionadamente, como si necesitásemos nuestros respectivos alientos más que cualquier otra cosa y un agradable cosquilleo se hizo dueño de mí cuando la mano de Alejandro comenzó a entretenerse con uno de mis pechos mientras que la otra me mantenía cerca de él.
Se estaba soltando, me empezaba a recorrer la espalda con una mano, desde el omóplato hasta el muslo, mientras la otra se aventuraba a jugar suavemente con mis pechos. Y la erección que ahora podía sentir firmemente bajo mi entrepierna estaba comenzando a provocarme un deseo difícil de controlar. Pero aquello aún distaba mucho de lo que me había imaginado al escuchar tras la puerta aquel día, ¿estaba conteniéndose? No quería eso, quería que me lo hiciese como a él le gustaba hacerlo.
Volví a incorporarme mucho más segura que antes y sujeté el bajo de su camiseta para quitársela sin la más mínima resistencia por su parte. Era extraño, Iván me había masturbado y mi cuerpo no había reaccionado y sin embargo ahora, tener a Alejandro entre mis piernas era suficiente para hacer que quisiera hacerle de todo. Me sentía la mujer más poderosa del mundo – al menos hasta que él comenzase a hacer algo -.
¡Dios mío! ¡Tenía la ligera impresión de que estrenarse de aquella manera sería ciertamente doloroso y aun así anhelaba el momento de tenerle dentro! Sí, el amor era contradicción en potencia, la gente no mentía en eso. Lo aparté de inmediato de mi cabeza en cuanto comencé a besar aquel torso desnudo bajando lentamente dispuesta a descubrir algo completamente nuevo para mí. Necesitaba concentrarme en aquello así que decidí que me preocuparía luego por el dolor, mordería la almohada si era necesario pero ahora no era el momento de pensar en eso.
Pero no fue el miedo al dolor lo que me hizo dar unos cuantos rodeos con los labios sobre el vientre de mi hermano, sino el miedo a no hacerlo bien o a no tener ni idea de lo que iba a hacer, para ser franca. Me centré de nuevo. Era Alejandro, mi hermano, el que hacía apenas unos días se había tirado salvajemente a una tía que no había visto antes y yo estaba allí, besándole cerca de su ombligo mientras deliberaba mentalmente acerca del siguiente paso, ¿en qué lugar me dejaba aquello? En el que merecía, sin duda. Aquel en el que no quería estar. Yo quería mostrarme como toda una mujer ante mi hermano. Sujeté la goma de su pantalón y la de su ropa interior y tiré de todo hacia abajo – aunque desnudarle era el menor de mis problemas, ahora venía lo difícil -. Recopilé mentalmente toda la información que tenía acerca del sexo oral e intenté combinarla lo mejor que pude con los gustos de mi hermano. Empecé suavemente por su glande, ya que me pareció más lógico comenzar con un poco de mesura aunque terminase adquiriendo un ritmo frenético que empezar directamente a intentar tragarme aquello. Supuse que lo estaba haciendo, por lo menos, pasable. Pues mi hermano exhaló una profunda bocanada de aire al tiempo que se llevaba las dos manos a la cara. ¡No tenía ni idea de que yo podía hacer eso! Me pareció fascinante y muy, pero que muy provocativo. De hecho, verle así me dio cierta seguridad. Sujeté la base de su miembro y comencé a introducirlo cada vez más en mi boca mientras Alejandro me dejaba percibir cada vez más muestras de lo que estaba sintiendo. Me encantó verle disfrutar, hacía que sintiese la necesidad de provocarle cada vez más y más placer. Y eso es exactamente lo que intenté, lo hice cada vez más y más rápido hasta que sentí sus manos rodeando mi cara. Me estremecí al pensar que en ese momento me iba a empezar a decir algo como lo que le escuché decirle a Olga, o quizás me empujase a lo bestia sobre su pelvis como había visto hacer en una película porno que Nerea y yo habíamos visto una vez a las tantas de la madrugada por simple curiosidad.
Nada más lejos de la realidad. Sus manos frenaron mi ritmo y me apartaron con suavidad mientras se incorporaba para sentarse en cama.
-Laurita, cariño – me dijo con una suave voz. A veces me llamaba cariño cuando me hablaba condescendientemente, pero no de aquella forma. Sentí un amago de escalofrío al escucharle – ¿has hecho esto alguna vez?
¡Vaya! ¡Estaba muy orgullosa de mí misma hasta ese momento!
-No – reconocí un poco avergonzada. Si lo había notado, en el fondo no lo había hecho tan bien. Mi confesión le arrancó una tierna risita y su “risita” me hundió en la miseria – ¡pero quiero hacerlo contigo! ¡Quiero que me lo hagas como te dé la gana! ¡Quiero que seas el primero y no quiero que te contengas por eso! – le dije del tirón para que no se lo pensase mejor. Quizás se echase atrás sólo porque yo no lo hubiese hecho antes – házmelo como se lo haces a todas esas amigas que tienes – le pedí acercándome a él y aferrándome a su cuello mientras me sentaba sobre sus caderas, rozando de nuevo la desesperación.
Alejandro se rió ligeramente antes de abrazarme y besarme de nuevo.
-¿Pero qué tonterías dices? – Me susurró entre beso y beso – ¿cómo voy a tratarte así? No seas boba. Ven aquí.
Me hubiera gustado insistirle en que era lo que en realidad quería pero acompañó sus susurros con una manera de abrazarme que me dejaron completamente a su merced. Anclándome con sus brazos me tumbó boca arriba en cama y se quedó sobre mí desnudo. Quería sacar las manos de su espalda para deshacerme de las braguitas que todavía llevaba pero tampoco hubiera sido capaz, entre su cuerpo y él mío no cabía ni una sola molécula de aire mientras me besaba y me acariciaba como sólo él sabía.
Cuando su boca se deslizó hacia mi cuello me sentí un poco desamparada, pero la sensación apenas duró una décima de segundo, lo mismo que tardó él en cubrir mi busto con sensuales besos, dejando que sus labios resbalasen sobre mí haciéndome sentir un agradable cosquilleo allí por donde pasaban. Sus manos envolvieron mis caderas con decisión mientras su boca jugaba con uno de mis pezones haciéndome acelerar el ritmo de mi respiración hasta que necesité abrir mis labios para coger aire cuando siguió bajando besándome todo el vientre y pasando sobre mi ropa interior para entretenerse con el interior de uno de mis muslos durante un par de segundos interminables para mí, que contenía la respiración ante la incertidumbre de lo que él iba a hacer a continuación.
Dejé escapar el aire de mis pulmones de una sola vez cuando sus manos sujetaron la única prenda que yo llevaba y la arrastraban hacia abajo. Le facilité la operación todo lo que pude elevando los pies en el momento oportuno y agarré fuerte la sábana cuando Alejandro se inclinó sobre mí de nuevo y sus dedos rozaron los labios de mi sexo. Comenzó a acariciarlo con suma delicadeza mientras apoyaba su frente a la altura de mi ombligo y me besaba el bajo vientre con ternura. Sus labios volvieron a deslizarse con cariño hasta que alcanzaron su objetivo, haciéndome gemir sin darme apenas cuenta de ello cuando la cálida humedad de su lengua buscó con habilidad mi clítoris. Sobra decir que nunca me habían hecho nada así pero algo me decía que tampoco me lo hubieran hecho de aquella manera. Sus movimientos suaves, sus caricias, el infinito cuidado que ponía en hacerme aquello… todo, absolutamente todo me hacía perder la cabeza. De hecho tuve la sensación de estar soñando, Alejandro era inalcanzable hacía apenas media hora.
Le estaba bastando con su lengua y sus labios para hacer que me retorciese de placer pero no le pareció suficiente, lo deduje cuando uno de sus dedos comenzó a recorrer el perímetro de la entrada al interior de mi cuerpo y me el pecho se me contrajo al recordar el dolor que eso mismo me había producido aquella misma noche. Pero con él no fue así, su dedo entró sin problemas y con sutileza, describiendo una trayectoria que me llevaba al mismísimo cielo mientras su lengua seguía explorando cada rincón de mi entrepierna. Si tuviese que decir en qué momento dejé de gemir para empezar a jadear, estaría en un aprieto. Estaba tan concentrada en lo que mi hermano me estaba haciendo sentir que me encontré ahogando mi voz mientras mi espalda se arqueaba y las piernas se me cerraban involuntariamente cuando experimenté mi primer orgasmo en compañía de alguien.
Cuando por fin me relajé mi hermano se incorporó, le esperé tumbada creyendo que volvería a mí, pero la luz se encendió de repente deslumbrándome de una forma molesta. Estaba de rodillas en cama, mirándome completamente desnudo y con una gran sonrisa en su cara. Me recorrió una oleada de vergüenza al verle mirándome así, todavía estaba exhausta y seguro que la imagen que daba en aquel momento no era la más sexy del mundo.
-¡Alejandro por Dios! ¡Apaga la luz! – le pedí un poco cortada buscando la llave de la lámpara.
-¿Por qué? – preguntó tumbándose sobre mí con cuidado de no apoyar todo su peso en mi cuerpo. Me besó el cuello con cariño y sujetó mi mano cuando conseguí hacerme con la llave de la luz – ¡para! Quiero verte.
Resoplé mostrando mi desacuerdo con la idea pero él se rió. Sus brazos me envolvieron de nuevo y sus labios volvieron a besarme el cuello, recorriéndolo lentamente y cruzando mi cara hasta que cayeron por fin sobre los míos, llevándolos de nuevo al compás del deseo. No sé durante cuánto tiempo nos besamos pero la varonil dureza de aquello que mi hermano no tenía más remedio que apoyar sobre mi pelvis en vista de la postura que manteníamos me llamó enseguida a buscar algo más – si mi primer orgasmo había sido arrollador, francamente, me moría por tener el segundo -.
Deslicé una mano entre nuestros torsos en busca de aquel miembro que alimentaba mi deseo y lo envolví en con ella para acariciarlo de arriba abajo recorriendo toda su extensión. Alejandro dejó caer su cabeza al lado de la mía mientras seguía besándome cada vez que los débiles sonidos que se abrían paso desde su garganta se lo permitían. Escucharle gemir sobre mi cuello y al lado de mi oído fue increíble, me hacía disfrutar con él sólo por el hecho oírle y sentir su aliento sobre mí.
-La muñeca, Laura. Mueve la muñeca… – me pidió entre susurros.
Le obedecí sin mediar palabra y el efecto fue inmediato. Intensificó sus gemidos y buscaba mis labios de vez en cuando para agasajarlos con uno de esos besos que me dejaban sin respiración. La idea de dejar la luz encendida me pareció inmejorable de repente, ver el placer reflejado en su cara me excitaba muchísimo más que cualquier otra cosa.
Creí que mi hermano estaba a las puertas de tener un orgasmo y aunque me gustaba la idea, necesitaba que todavía no ocurriese. Dejé de mover la mano con la que estaba haciendo que se desmoronase y abrí un poco más mis piernas en una clara señal de lo que quería. Lo entendió, se elevó tan sólo a unos milímetros de mí y apoyó su frente sobre la mía mientras me ayudaba con una de sus manos a colocar el bulboso extremo de su sexo justo sobre la cavidad del mío. Cuando sentí aquel primer contacto le miré directamente y descubrí unos ojos llenos de ternura que me analizaban minuciosamente, sentí unas irrefrenables ganas de besarle y tuve que hacerlo mientras nuestros brazos se arrebolaron imparables haciendo que su torso descansase sobre el mío mientras sentía cada milímetro de Alejandro abriéndose camino hacia mis adentros. Lo hacía muy lentamente, retrocediendo cada poco para volver a efectuar un nuevo impulso, cada cual más fácil que el anterior, más cercano a la meta y más reconfortante al comprobar que aquello estaba lejos de ser la terrible experiencia que yo esperaba. Pero él parecía inseguro, incluso hasta el punto de hacerme temer por momentos que no fuese capaz de hacerlo. Paró cuando nuestras pelvis encajaron a la perfección y volvió a mirarme de aquella forma.
-¿Duele? – me preguntó con una débil voz a escasos milímetros de mi cara.
¿Era eso? ¿Le preocupaba que me doliese? Me reí inesperadamente con mis manos alrededor de su cuello y él me acarició la cara mirándome con cierta curiosidad. En un arrebato de locura deseé que Nerea pudiese ver aquello, ¡al bruto de Alejandro! ¡A Alejandro el sádico! Pero enseguida decidí que aquello se quedaría para siempre entre nosotros.
-¿Qué? ¿Te hago daño? – me insistió ante mi falta de respuesta.
-No, no me duele en absoluto – le susurré antes de besarle.
Sus caderas empezaron a moverse entre mis piernas, haciendo que fuese y viniese entre ellas en un suave vaivén que estaba superando con creces mis expectativas.
-Pero me avisarás si te duele, ¿verdad? – me dijo sin parar de moverse.
Asentí con una irreprimible sonrisa al verle tan preocupado. ¡Lo adoraba! En el fondo creía que si algo pasaba entre nosotros no podría volver a mirarle a la cara y ahora, incluso antes de que terminase de pasar, sabía que difícilmente me podría sentir así con alguien más. Me cautivaba con aquellos ojos, me hacía tiritar con sus manos, sus besos me envolvían en sutileza y esa forma de entrar y salir de mí me obligaba a no querer que nadie más me hiciera aquello.
-Te quiero – esas dos palabras fueron la gota que colmó el vaso de mi placer. Lo dijo de una manera tan dulce y sincera que me estremecí.
No era la primera vez que me lo decía, me lo decía incluso delante de nuestros padres, pero sabía que no se refería a quererme de aquella manera que manifestaba de cara a otros. Me sentí pletórica al escuchárselo de aquel modo.
-Y yo a ti – dije con total convencimiento.
Me sonrió antes de fundirse conmigo en un beso de una inocente gracilidad que fue dejando paso a la avidez de la misma manera que nuestros cuerpos cabalgaban juntos hacia la meta del deseo. Supe que era una privilegiada por sentir aquello mi primera vez – no era ajena a los rumores de que solía ser un completo desastre – y la mía estaba siendo inmejorable. No podía dejar de mirarle, tenía la necesidad de observarle mientras aceleraba el ritmo con el que su cuerpo agraciaba al mío mientras nos deshacíamos en gemidos o intentábamos ahogarlos a base de besos, cualquier cosa valía.
Me aferré a su espalda y le rodeé con mis piernas mientras mi lengua reclamaba la suya cuando estuve al borde del segundo orgasmo de la noche, pero entonces él se detuvo.
-Tengo que parar… necesito parar un rato… – susurró compungido.
¿Por qué? Hacía más de un año que tomaba la píldora, él lo sabía. El ginecólogo terminó recomendándomela tras esperar hasta la saciedad a que mi menstruación se regulase por sí sola.
-No, no pares… – le pedí con cierta pena cuando se dispuso a hacer lo que había anunciado.
-Laurita, no puedo… si sigo voy a llegar, cariño…
-¡Por eso! ¡Yo también, Alejandro! – le apremié con necesidad.
Retomó el vertiginoso ritmo que teníamos, volviendo a hacer que rozase el éxtasis poco después. Estábamos casi gritando, nos abrazábamos con fuerza, haciendo que nuestros cuerpos encajasen cada vez más y provocando con ello un frenesí que nos hacía retorcernos en la inminente necesidad de saciar el deseo que nos poseía.
-Laurita, mi vida, ahora sí que tengo que salir…
-¡No, no, no! Alejandro, no… Sigue, termina… – le exigí volviendo a rodearle con mis piernas para que no lograse aquello que se proponía.
-Laura, voy a…
-Hazlo, hazlo dentro, termina conmigo. No salgas…
-¿Contigo? – Asentí como pude en medio del aturdimiento que me generaban sus impasibles embestidas – ¿dentro de ti? – Volví a asentir de nuevo con total convencimiento mientras mi cara expresaba el placer que él me hacía sentir – ¿estás segura?
Su voz sonó con desconfianza, como si no se creyese lo que le estaba pidiendo.
-Sí. Claro que estoy segura.
Justo después de decir aquello me abrazó con fuerza, dejando que el aire saliese de sus pulmones conformando un sugerente y desesperado jadeo que me erizó cada centímetro de piel. Me aferré a él y le seguí hasta que desembocamos juntos en un poético clímax al que nadie más podía haberme llevado. Fue todavía más increíble que mi primer orgasmo. Un escalofrío sin precedentes recorrió mi espalda justo antes de que me colapsase de gozo. No sé si grité o si le abracé, sólo recuerdo una gratificante satisfacción difícil de describir y los gritos que Alejandro trataba de ahogar cerca de mi cuello haciendo que perdiese el norte por completo al ser consciente de que él estaba sintiendo lo mismo. Le di mis labios cuando los suyos me los reclamaron, al mismo tiempo que sujetaba mis caderas para clavarse cada vez más dentro de mí mientras nuestro palpitante final comenzaba ya a expirar.
Nos relajamos por fin, suspirando ante la necesidad de hacer llegar el aire a unos pulmones que acababan de trabajar a pleno rendimiento. Mantuve mis piernas flexionadas mientras mi hermano se recostaba sobre mí para agasajar el óvalo de mi cara con sus labios sin abandonar la cálida humedad de mi interior, que todavía le acogía. Me encantaban esos besos, ¿volvería a regalármelos o todo aquello iba a quedarse en un hermoso desliz? Supuse que no era el momento de sacar el tema y continué recibiendo sus atenciones, que nada tenían que ver con el Alejandro que fardaba de rompecorazones delante de sus amigos.
-Te quedan bien los coloretes, ¿sabes? – me dijo frotando su nariz con la mía.
Me reí de su observación reparando en que él estaba directamente colorado, desde la frente hasta el mentón.
-Bueno, a ti te queda bien cualquier color… – le contesté.
Me besó en los labios con cariño y se incorporó despacio hasta que volvimos a ser dos cuerpos en lugar de uno. Suspiré al pensar que me gustaría saber cómo íbamos a comportarnos a partir de ahora.
Se acostó a mi lado y se acomodó boca arriba haciéndome un gesto con su brazo para que me acomodase bajo él. Lo hice, apoyé la cara sobre su pecho y posé una mano sobre aquel torso al que me había invitado. Me arropó y me acarició el pelo antes de envolverme con su brazo. No dijimos nada, me besó un par de veces en la parte alta de la frente pero nos dormimos en completo silencio.
A la mañana siguiente el sonido del teléfono de casa se coló en mi cabeza antes de terminar despertándome del todo. Me revolví en cama cuando Alejandro se levantó para atenderlo y para cuando desperté le escuché disculparse por no tener su móvil a mano en aquel momento. ¿Alguna amiga? Torcí los labios al pensar que probablemente era eso. El techo se me vino encima cuando le oí dar explicaciones de que no podía ir a ningún lugar antes del veinte de septiembre – era la fecha de su último examen -. ¡Mierda! ¿A quién le estaba dando tantas explicaciones? Elevé la cabeza un poco, lo justo para escucharle decir que a partir de ahí estaría disponible. El estómago se me revolvió y dejé caer la cabeza sobre la almohada, aunque eso no impidió que escuchase cómo exclamaba con ilusión que esperaba la llamada de quien quiera que fuese.
No lloré. Por puro orgullo decidí que no lloraría, ¿no quería el derecho a que él me hiciera lo mismo que a todas las demás? Bueno, ¡ahí lo tenía! Me negaba a creer que fuera tan rastrero conmigo después de protegerme de todo desde que éramos unos críos. Pero si lo era no le daría la satisfacción de montarle un numerito como todas las demás.
Estaba tan sumida en mis pensamientos que sólo cuando las sábanas se apartaron me di cuenta que se volvía a meter en cama. Le miré esperando que dijese algo que me diese una pista sobre cómo proceder.
-Buenos días – me dijo con una media sonrisa – siento lo del teléfono, ¿te ha despertado?
-Sí, pero no importa.
Se acomodó de lado, mirándome desde un plano superior con la cara apoyada sobre su brazo flexionado.
-Tengo que decirte algo.
Tuve que dejar caer mis párpados para que las lágrimas no empezasen a salir en aquel momento a pesar de que me lo había propuesto hacía un minuto escaso.
-Ya, ya lo sé… Lo de ayer estuvo mal. Perdimos los papeles y te arrepientes…
Le escuché reírse levemente y abrí los ojos para comprobar que mis oídos no me engañaban. No, no lo hacían. Pude ver su blanca hilera de dientes mientras se reía despreocupadamente.
-¡Por supuesto que perdimos los papeles! – Admitió alegre – pero no me arrepiento de ello.
-¿No? – pregunté incrédula tras recibir un beso en la frente.
-No – me confirmó tumbándose en cama y me acogió bajo su brazo igual que lo había hecho la noche anterior – ¿tú te arrepientes? – preguntó con cautela.
Negué enérgicamente arrancándole una tierna sonrisa.
-Lo que quería decirte es que me han llamado de la agencia – sí, admito que respiré tranquila por fin – me han ofrecido hacer un catálogo para una firma inglesa de moda joven.
-Papá y Mamá te matarán si se enteran de que vas a aceptar un trabajo después del curso que has hecho, Alejandro.
-Lo sé, les he dicho que tengo que examinarme primero. No me han puesto ninguna pega, sería para finales de septiembre.
-Tendrás que aprobar por lo menos cuatro – le recordé ciertamente preocupada por su integridad. Mi madre se ponía histérica cada vez que a Alejandro le salía algo que hacer para la agencia. Si no le daba una buena razón para tranquilizarla, le iban a montar una buena escena (otra vez).
-Lo sé, lo sé… – contestó mientras me acariciaba la mejilla – Bueno, ¿vendrás conmigo?
Me quedé helada cuando escuché eso.
-¿A dónde?
-A Londres. Las fotos me las sacarían allí. Podemos quedarnos unos días, ¿qué me dices?
-¿Dormiremos en la misma habitación? – Pregunté tras pensármelo durante un par de minutos.
-Sí, nos vendrá bien para recortar gastos – contestó quitándole importancia.
-¿En la misma cama? – Insistí.
-¿Por qué no? Somos hermanos, ¿qué iba a pasar?
Me reí de que lo abordase con esa naturalidad, pero me acongojé ante la posibilidad de que fuera algo puramente puntual aunque no se arrepintiese de ello. Levanté mi cabeza y le miré, parecía divertirse.
-Alejandro, ¿volverá a pasar?
¡Mierda! La voz se me desafinó justo al final de la pregunta como si me abrumase una posible respuesta negativa.
-Quizás…
-¿Quizás? – repetí tratando de ahogar la histeria.
Él se inclinó sobre mi cara y me besó los labios con la misma ternura que me había hecho enloquecer la noche anterior.
-Sólo si quieres – me dijo con su cara pegada a la mía. Su respuesta me provocó una sonrisa.
-¿Y si quiero que pase mucho antes?
-Estoy en la habitación de al lado.
-¿Y Papá y Mamá?
-Se lo diremos, lo entenderán.
-¡¿Qué?! – El pánico me abofeteó de repente. Esa idea me aterraba simplemente con mentarla.
Alejandro estalló en una carcajada mientras rodeaba mi cuerpo todavía desnudo.
-¡Es broma, tonta! Papá y Mamá no estarán siempre en casa… – argumentó antes de estamparme un beso en la mejilla.
-¿Y si lo están? ¿Y si de repente les entra la vena casera y se quedan en casa en lugar de salir?
Mi hermano me miró con más cariño del que podría describir y se procuró hábilmente un lugar entre mis muslos. Me dio un beso en los labios y me susurró;
-Entonces, si quieres estar conmigo, te llevaré a algún lugar donde solo estemos tú y yo.
 

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