Sinopsis:

Cuando por motivo de trabajo te desplazan a un lugar exótico es importante antes de hacer nada conocer la cultura del país. En caso contrario, ¡es muy fácil meter la pata! Eso le ocurrió a mi mujer al poco tiempo de irnos a vivir a Birmania. Queriendo contratar dos muchachas de servicio, al desconocer la idiosincrasia de esa gente, lo que realmente hizo fue comprárselas. Los problemas surgen cuando esas crías actúan según ellas creen que deben hacerlo y deciden complacer a su dueña.

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PARA QUE PODÁIS HACEROS UNA IDEA OS INCLUYO LOS DOS PRIMEROS CAPÍTULOS:

 
INTRODUCCIÓN

Cuando por motivo de trabajo te desplazan a un lugar exótico es importante antes de hacer nada conocer la cultura del país. En caso contrario, ¡es muy fácil meter la pata! Eso le ocurrió a mi mujer al poco tiempo de irnos a vivir a Birmania.
Dejando nuestro Madrid natal, nos habíamos desplazado hasta ese lejano país porque mi empresa me había nombrado delegado. Entre las prestaciones del puesto se incluía un magnifico chalet de casi quinientos metros para nuestro uso y disfrute.
Recuerdo que desde que María visitó las reformas de la casa donde íbamos vivir los siguientes cinco años, me avisó que no pensaba ocuparse ella de la limpieza.
―Si quieres que vivamos aquí, voy a necesitar ayuda.
Cómo me pagaban en euros y los salarios en esas tierras eran ridículos, no vi ningún inconveniente y le di vía libre para resolver ese problema como considerara conveniente, no en vano ella era la que iba a tener que lidiar con el servicio.
No siendo un tema inmediato por los retrasos en las obras, María aprovechó que durante los dos primeros meses vivíamos en un hotel para conocer un poco la ciudad. Fue durante uno de sus paseos por Yangon cuando conoció a una anciana que siendo natal de ese país, hablaba un poco de inglés. María vio en ella a su salvación y la medio contrató como asesora para todo. De esa forma en compañía de MAung compró los muebles que le faltaban, conoció las mejores tiendas de la ciudad e incluso le presentó a un par de occidentales con las que ir a tomar café. Convencida que había hallado una mina al llegar el momento de la mudanza, también le planteó su problema con el servicio.
―Yo conseguir. Mujeres de mi pueblo, dulces, guapas, jóvenes y obedientes. ¿Le parece bien?
Mi mujer que es de la cofradía del puño agarrado, preguntó:
―¿Y cuánto me va a costar al mes?
―No mes, usted pagar 800 dólares americanos por cada una y luego solo comida y casa.
Creyendo que ese dinero era la comisión de la anciana por conseguirle unas criadas y que estas eran de un origen tan humilde que con la manutención se daban por satisfechas, hizo cálculos y comprendió que con que duraran cuatro meses habría cubierto de sobra el desembolso. Por eso y por la confianza que tenía en la mujer, aceptó sin medir claramente las consecuencias.
―Me mudo en dos semanas, ¿cree que podré tenerlas para entonces?
―Por supuesto, MAung mujer seria. Dos semanas, mujeres en su casa….

CAPÍTULO 1. AUNG Y MAYI LLEGAN A CASA.

Tal y como habían quedado a las dos semanas exactas la anciana llegó al chalet con las dos criadas. Debido a mi trabajo, ese día estaba de viaje en China y por eso tuvo que ser María quien las recibiera. Mi señora al verlas tan jovencitas lo primero que hizo fue preguntarle su edad.
La vieja creyendo que la queja de mi esposa era porque las consideraba mayores, contestó:
―Veintiuno y dieciocho. Pero ser vírgenes, ¿usted querer comprobar?
Tamaño desatino incomodó a María y creyendo que en esa cultura una chica de servicio virgen era un signo de estatus, le contestó que no hacía falta. Tras lo cual, directamente las puso a limpiar los restos de la obra. Al cabo de tres horas de trabajo en las pobres crías no se tomaron ni un respiro, mi señora miró su reloj y vio que ya era hora de comer. Como no había preparado nada por medio de señas, se llevó a las orientales a comer a un restaurante cercano.
Las chavalas que no comprendían nada se dejaron llevar sumisamente pero al ver que entraban a un restaurante se empezaron a mirar entre ellas completamente alucinadas. Mi mujer creyó que su confusión se debía a que aunque era un sitio popular, al ser de un pueblo en mitad de la sierra nunca habían en estado en un sitio de tanto lujo pero cuando intentó que se sentaran a su lado, sus caras de terror fueron tales que tuvo que llamar a la jefa que hablaba inglés para que le sirviera de traductora. Tras explicarle la situación, la birmana comenzó a charlar con sus compatriotas. Como las dos crías eran de una zona tan remota, su dialecto fue entendido a duras penas por la mujer y luego de traducirlo, dijo:
―Señora, estas dos niñas se niegan a sentarse a comer con usted. Según ellas estarían menospreciando a la esposa de su dueño. Prefieren permanecer de pie y comer cuando usted acabe.
Desconociendo la cultura, no dio importancia a la forma en que se habían referido a ella y temiendo ofender alguna de sus costumbres, comenzó a comer. Las dos orientales se tranquilizaron pero asumiendo que ellas eran las sirvientas se negaron a que los empleados del local se ocuparan de su señora y por eso cada vez que le faltaba agua en su vaso, ellas se lo rellenaban y cuando trajeron los siguientes platos, se los quitaron de las manos y ellas fueron quien se lo colocaron en la mesa.
María, que al principio estaba incómoda, al notar el mimo con el que ambas niñas la trataban, aceptó de buen grado ese esplendido trato y se auto convenció que había acertado contratándolas. Habiendo terminado, pidió que prepararan para unas bandejas con comida para ellas y pagando salió del local mientras Aung y Mayi la seguían cargando con las bolsas.
Ya en la casa y deseando tomarse un respiro, las dejó en la cocina comiendo mientras ella se iba a tomar un café con las dos británicas que había conocido. Como otras tardes se citó con esas amigas en un café cercano a la embajada americana famoso por sus gin―tonics.
El calor que ese día hacía en Yagon junto con la amena conversación hizo que sin darse cuenta, mi esposa bebiera demasiado y ya casi a la hora de cenar, tuviera que pedir un taxi para irse al chalet. Al bajar del vehículo, se encontró que Aung la mayor de las dos muchachas había salido a recibirla y viendo el estado en que se encontraba, la ayudó a llegar hasta la cama.
Borracha hasta decir basta, le hizo gracia que las dos crías compitieran por ver quién era quien la desnudaba pero aún más sus miradas cómplices al comprobar el tamaño de sus pechos. Como las asiáticas son más bien planas, se quedaron admiradas por el volumen exagerado de sus tetas y por eso les resultó imposible retirar sus ojos de mi esposa mientras involuntariamente los comparaban con los suyos.
―¡No son tan grandes!― protestó muerta de risa e iniciando un juego inocente cuyas consecuencias nunca previo, los cogió entre sus manos y les dijo: ―Tocad, ¡son naturales!
Cómo no entendieron sus palabras, fueron sus gestos los que malinterpretaron y creyendo que mi mujer les ordenaba que se los chuparan, un tanto cortadas la miraron tratando de confirmar que eso era lo que su jefa quería.
―Tocadlos, ¡no muerden!― insistió al ver la indecisión de las dos chicas.
Mayi, la menor y más morena de las dos, dando un paso hacia delante obedeció y cogiendo uno de los dos pechos que le ofrecían entre sus manos, lo llevó hasta su boca y empezó a mamar. Totalmente paralizada por la sorpresa, mi mujer se la quedó mirando mientras su compañera asiendo el otro, la imitó.
María tardó unos segundos en reaccionar porque en su fuero interno, sentir esas dos lenguas recorriendo sus pezones no le resultó desagradable pero al pensar que sus teóricas criadas lo único que estaban haciendo era obedecer, se sintió sucia y separándolas de sus pechos, las mandó a dormir.
Las birmanas tardaron en comprender que mi mujer las estaba echando del cuarto y creyendo que la habían fallado, con lágrimas en los ojos desaparecieron por la puerta mientras en la cama María trataba de asimilar lo ocurrido. El dolor que reflejaban sus caras era tal que supo que de algún modo las había defraudado.
«En Birmania, la figura del patrón debe de ser parecida un señor feudal», masculló entre dientes recordando que estos tenían derecho de pernada: «Han creído que les ordenaba satisfacer mis necesidades sexuales y en vez de indignarse lo han visto como algo natural».
La certeza que eran diferencias culturales no disminuyó la calentura que sintió al saber que podría hacer con ellas lo que le viniera en gana. Aunque nunca se había considerado bisexual y su único contacto con una mujer habían sido unos inocentes magreos con una compañera de colegio, María se excitó pensando en el poder que tendría sobre esas dos niñas y bajando su mano hasta su entrepierna, se empezó a masturbar soñando que cuando volviera del viaje, me sorprendería con una noche llena de placer…

A la mañana siguiente, mi mujer se despertó al oír que alguien estaba llenando el jacuzzi de su baño. Al abrir sus ojos, la claridad le hizo recordar las muchas copas que se había tomado y por eso le costó enfocar unos segundos. Cuando lo consiguió se encontró a las dos birmanas, arrodilladas junto a su cama sonriendo.
―Buenos días― alcanzó a decir antes de que Mayi la obligara a levantarse de la cama, diciéndole algo que no pudo comprender.
La alegría de la chavala disolvió sus reticencias y sin quejarse la acompañó hasta el baño. Una vez allí, la mayor Aung desabrochándole el camisón, se lo quitó dejándola completamente desnuda sobre las baldosas y llamando a la otra oriental entre las dos, la ayudaron a meterse en la bañera.
«¡Qué gozada!», pensó al sentir la espuma templada sobre su piel y cerrando los ojos, creyó que estaba en el paraíso.
Estaba todavía asumiendo que a partir de ese día, sus criadas le tendrían el baño preparado para cuando se despertara cuando notó que una de las mujercitas había cogido una esponja y la empezaba a enjabonar.
«¡Me encanta que me mimen!», exclamó mentalmente satisfecha al experimentar las manitas de Maya recorriendo con la pastilla de jabón sus pechos.
Aunque las dos crías no parecían tener otra intención que no fuera bañarla, María no pudo reprimir un gemido cuando sintió las caricias de cuatro manos sobre su anatomía.
«Me estoy poniendo cachonda», meditó y ya con su coño encharcado, involuntariamente separó sus rodillas cuando notó que Aung acercaba la esponja a su entrepierna.
La birmana interpretó que su jefa le estaba dando entrada y sin pensárselo dos veces, usó sus pequeños dedos para acariciar el depilado coño de la occidental. Con una dulzura que impidió que mi mujer se quejase, separó los pliegues de su sexo y se concentró en el erecto botón que escondían.
―¡Dios! ¡Cómo me gusta!― berreó cuando la otra cría se hizo notar llevando su boca hasta uno de los enormes pechos de su jefa.
El doble estímulo al que estaba siendo sometida venció toda resistencia y pegando un grito les exigió que siguieran con las caricias lésbicas. Aung quizás más avezada que la menor, incrementó la velocidad con la que torturaba el clítoris de mi esposa mientras Mayi alternaba de un pecho a otro sin parar de mamar.
«¡Me voy a correr!», meditó ya descompuesta y deseando que su cuerpo liberara la tensión acumulada, hizo algo que nunca pensó que se atrevería a hacer: olvidando cualquier resto de cordura introdujo su mano bajo el vestido de la mayor en busca de su sexo.
«¡No lleva ropa interior y está cachonda!», entusiasmada descubrió al sentir que estaba empapada cuando sus dedos hurgaron directamente la cueva de la diminuta mujer. Aung lejos de intentar zafarse de esa caricia, buscó moviendo las caderas su contacto mientras introducía un par de yemas en el interior del chocho de mi señora.
Saberse al mando de una no le resultó suficiente y repitiendo la misma maniobra bajo la falda de la menor, confirmó que también la morenita tenía su coñito encharcado y con una sensación desconocida hasta entonces, se corrió pegando un gemido no se quejó al sentir la caricias. Aun habiendo conseguido el orgasmo, eso no fue óbice para que mi señora siguiera hirviendo y mientras masturbaba con cada mano a una de las orientales, quiso comprobar hasta donde llegaba su entrega y por medio de señas, les ordenó que se desnudaran.
La primera en comprender que era lo que María estaba diciendo fue la mayor de las dos que con un brillo especial en sus ojos se levantó y sin dejar de mirar a su jefa, se quitó la camiseta que llevaba.
Mi esposa, con posterioridad me reconoció, al admirar los diminutos pechos de la birmana no pudo aguantar más y sin esperar a que se quitara la falda, le exigió que se acercara a ella y al tenerla a su lado, por vez primera, abriendo su boca saboreó el sabor de un pezón de mujer.
La pequeña areola de la muchacha reaccionó al instante a esa húmeda caricia contrayéndose. María al comprobarlo buscó el otro y con un deseo insano, se puso a mamar de él mientras Aung se terminaba de desnudar. En cuanto la vio en pelotas, la hizo entrar con ella en la bañera y colocándola entre sus piernas, se recreó la vista contemplando el striptease de la segunda.
―¡Qué buena estás!― exclamó aun sabiendo que la cría era capaz de entenderla al admirar la sintonía de sus menudas y preciosas formas.
Dotada con unos pechos un poco más grandes que los de la otra oriental era maravillosa pero si a eso le sumaba la cinturita de avispa y su culo grande y prieto, Mayi le resultó sencillamente irresistible. Azuzada por la sensación de poderío que el saber que esas dos no le negarían ningún capricho, la llamó a su lado diciendo:
―¡Estás para comerte!
La cría debió comprender el piropo porque al meterse en el jacuzzi en vez de tumbarse junto a María, se quedó de pie y acercando su sexo a la cara de mi mujer, se lo ofreció como homenaje. Durante unos instantes mi esposa dudó porque nunca se había comido un coño pero al observar esos labios tan apetitosos se le hizo la boca agua y sacando su lengua se puso a degustar el manjar que esa niña tenía entre sus piernas.
―Joder, ¡está riquísimo!― exclamó confundida al percatarse de la razón que tenía su marido al insistir en comerle el chumino cada dos por tres.
Aung que hasta entonces había permanecido entre las piernas de su dueña sin moverse, vio la oportunidad para comenzar a besar a mi mujer con una pasión desconocida.
María estaba tan concentrada en el sexo de Mayi que apenas se percató de los besos de esa otra mujer. Os preguntareis el porqué. La razón fue que al separar los pliegues de la chavala, se encontró de improviso con que tenía el himen intacto.
«¡No puede ser!» pensó y recordando las palabras de la anciana, por eso, dejando a la niña insatisfecha, exigió a la mayor que le mostrara su vulva. Levantándose y separando los labios, le enseñó el interior de su coño.
Tal y como le había asegurado, ¡Aung también era virgen!.
Fue entonces cuando como si una losa hubiese caído sobre ella, ese descubrimiento le confirmó que de alguna manera que no alcanzaba a comprender esas dos niñas creían que era su obligación el satisfacer aunque no lo desearan todos y cada uno de sus deseos. Su conciencia apagó de un soplo el fuego de su interior y en silencio salió de la bañera casi llorando.
«Soy una cerda. ¡Pobres crías!», machacó su cerebro mientras se ponía una bata.
A María no le cupo duda que una joven que siguiera teniendo su himen intacto, no se comportaría así sin una razón de peso. Por eso y aunque las birmanas seguían sus movimientos desde dentro de la bañera, salió del baño rumbo a su habitación.
La certeza que algo extraño motivaba dicho comportamiento se confirmó cuando al cabo de menos de un minuto esas dos princesitas llegaron y cayendo de rodillas, le empezaron a besar sus pies mientras le decían algo parecido a “perdón”.
Admitiendo que no había ningún motivo por el que Anung y Mayi sintieran que le habían fallado, no pudo mas que comprobar que eso las aterrorizaba y eso afianzó sus temores por lo que decidió que iría a hablar con la anciana que se las había conseguido―
«Tengo que hacerles ver que no estoy enfadada con ellas», se dijo y dotando a su voz de un tono suave y a sus gestos de toda la ternura que pudo, las levantó del suelo y les secó sus lágrimas.
La reacción de las muchachas abrazándola mientras en su idioma le agradecían el haberlas perdonado ratificó su decisión de averiguar que pasaba y por eso, nada más vestirse, fue a entrevistarse con MAung.

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