El bar estaba infestado del gentío y de aquella humareda pesada y grisácea producida por los tantos cigarros que empañaban la vista. El efecto de la potente música rock y las luces verdosas láser bailando, cruzando y traspasando los humos era genial… al menos con algo de alcohol corriendo de mano en mano.

Estaba con un par de amigos recostando los codos sobre la barra y observando el local, todos meneando la cabeza al ritmo de la batería ruidosa, uno no paraba de hablar de nimiedades, el otro sin dejar de lanzar piropos hacia las jovencitas más libertinas, quienes, dicho sea de paso, atinaban a sacarle el dedo en gesto desaprobador.
Hacía par de días en que por buen augurio del destino, más mi buen Karma, gané la lotería, lo suficiente como para gozar un par de meses en la vagancia como ésta noche, y sin pensar demasiado, los fajos los guardé en donde más seguro podrían estar; mi billetera. Allá los extorsivos bancos, inseguras entidades y peor aún, amigas de… conveniencias.
A lo alto el Dj en su torre, presionando con una mano contra su oído, un gigantesco auricular, y con la otra, cambiando y mezclando músicas. Desde lo lejos, la puerta de entrada se abría, una luz azulina bañaba el lugar y todo oscuro nuevamente al cerrarse, en el preciso instante en que el coro del rock moderno sonaba, la vi entrar.
 
American Woman
Stay away from me
 
Como quisiera que aquella mujer vestida para matar tuviera al menos la gracia de mirarme. Pareciera que por efecto del alcohol, sus brillantes pelos negros se regaban por el aire en cámara lenta durante su caminar, aquellos ojos felinos que vislumbraban con autoridad el lugar, grosos labios impresos en labiales carmesí, portentosos senos exageradamente escotados por un top rojo intenso, deberían de usarlos jovencitas, pero al parecer a ella poco le importaba, y gracias al cielo, era tan corto que regalaba a mi vista un acaramelado ombligo que reposaba en su casi perfecta panza dorada cubierta de brillos.
Era tal el caminar de esta fémina de anchas caderas, seguras portadoras de prodigiosas nalgas, que el mundanamente ajustadojean blanco, no sólo brillaba cegadoramente a la luz de neón, sino que dejaba entrever entre su cintura, los bordes de telas rosadas de la ropa interior, y un sobresaliente monte de venus. Cuerpo de una madre por lejos, pero lo mejor de todo es que pese a su edad, en aparente doble a la mía, lucía con orgullo lo mucho que aún tenía. Y todos se abrían a su paso.
Las luces parecieran sólo iluminarla a ella, se contoneaba con una parsimonia de locos, atravesaba la intensa humareda, los verdosos láseres la atravesaban una y otra vez, y sus ojos brillaban color rubí por los efectos lumínicos, pero sabía que por las cervezas ingeridas, aquella mirada que me carcomía, parecía la de una diablesa, venía acompañada de otras dos mujeres, una más puta que la otra, faldas increíblemente reveladoras, medias de red, todo lo que quieras, pero ella… llamó mi vista desde que la vi entrar.
Sus amigas la tomaron de la cintura y empezaron a ceñir sus caderas entre ellas, al ritmo de la insinuante canción, en medio de un redondel de muchachos excitados. Prodigioso espectáculo, ya ni recordaba que tenía a mis lados a dos compañeros de la universidad, seguro me hablaban de ellas, no lo sé, tan sólo me funcionaban tres cosas; mi vista rendida a aquella belleza madura bailando con sus amigas, mis oídos opacados por la música que marcaría una etapa en mi vida… y un vigor latiente entre mis piernas. Sólo esas tres funciones me eran necesarias.
Se colocó entre aquellas dos compañeras, ambas la apretaron entre sus cuerpos, y al ritmo de la santa música, con las ya miles de miradas lascivas sobre ellas, se bamboleaban y agachaban lenta y rítmicamente. Allí, con un poco disimulado movimiento, logré ver, cuando las tres casi se inclinaban por completo, unos redondeles lechosos del trasero de una, marcados firmemente bajo la falda negra de cuero, y en la baja espalda, apenas se divisaba un tatuaje que imprimían en letras, obscenas vulgaridades. Muchos rugían, agitaban las botellas y aplaudían, en cuestión de segundos, se habían convertido, para delicias de nosotros, y celos de las más jóvenes, en las reinas de aquella fiesta.
De a poco entendía la motivación de la lírica que sonaba, letras hartadas de lo que hoy día estaba viendo, hartadas de que estas mujeres regalasen espectáculos para todos, y tan sólo entregasen sus maduros cuerpos a algún afortunado. ¿El resto? Seguro caían en un mar de decepciones y falsas premisas que mandaban estas mujeres en sus meneos lentos, manoseos entre ellas, y algún que otro beso entre sus sudorosos cuellos. Pero no creía en eso, ¿Cómo generalizarlas así? Y fue cuando ella me cruzó la vista. “Karma” pensé.
 
American Woman
Mama let me be
Como si el premio económico no le bastara al cielo, me entregaba el laurel mayor, aquellos ojos mininos que no se apartaban de mi atónito rostro, si bien ella seguía contoneándose entre sus dos libidinosas amigas, su insinuante rostro se dedicaba a recorrerme entero. Probaba y testeaba, si al menos, tenía valor para mantener ese contacto visual. Si osaba de desviar mi mirada por otros lugares, tal vez la perdería para siempre.
Sonreí a raudas, la mujer bailaba lenta y erótica, como solo la experiencia podía mandar, y el cielo mostró compasión a este pobre diablo… ella me devolvió la sonrisa entre aquellas dos mujeres que la manoseaban sin pudor.
Fue mi perdición responder a su mirada cargada de sexo, tomé un trago más de una botella cercana, y la seguí mirando. ¿Me dirijo allá? – pensé- Seguro me rechaza, los tantos que ocupaban el local se la tomarían conmigo.
De drástico movimiento, aquella mujer se separó de los besos y caricias de sus amigas, y avanzando entre el anonado público y la pesada humareda, se dirigió al bar, sentándose luego a una butaca de distancia.
Su libertino quedó demostrado en su ropa, algo de piel se escapaba de los bordes de las telas, irónico o no, ello acrecentaba mis ansias, y cuando en un momento en que las guitarras estrujaban notas al máximo, se acercó con una copa en manos, la bebió frente a mi rostro, con su gélida respiración sobre mí, y susurrando levemente, me invitó a otro lugar, firmando cortésmente, con una mundanísima lamida al lóbulo.
La miré atontado, de seguro le encantaba encender su morbo con jóvenes. Y si era víctima, sería confuso, pues la víctima se resiste. Yo, ante aquella diosa, jamás me sobrellevaría. Y ella lo sabía.
Mi conciencia se perdía en sus felinos ojos y en aquella sonrisa maliciosa, sin darme tiempo en gesticular mi obvia y desesperada afirmación, posó una mano sobre mis piernas, recorrió el largor hasta las rodillas, y mirándome con embeleso, tomó mi mano, se levantó, y quedé en seguirla.
Mis compañeros miraban atónitos en el bar, los demás seguían observando el baile obsceno de sus dos amigas en la pista… y yo, metido en mi mundo, detrás de ella tomándola de su mano, y aprovechando la vista de aquel glorioso trasero en su caminar, atravesando la horda de aquel ardiente local, y desapareciendo de entre la grisácea humareda.
Cayó sentada en aquellos confortables sillones, sumidos en la oscuridad total de los rincones del local, sin soltarme, me atrajo hacia sí. Una vez a su lado, tomó con ambas manos de mi tembloroso rostro, clavando un beso en exceso apasionado. Ladeaba la cabeza al son de la salivosa lengua, intentaba seguirle el paso como morbosamente fuera posible, pero tanta maestría y experiencia me dejaban muy detrás. Se apartó de un brusco movimiento, y sonrió maliciosamente;
– ¿Te conozco de algún lado? – Negué, negué como si la vida me fuera en ello, imaginaba que si me conociera, todo terminaría allí – Estoy segura que te vi en algún lugar – preguntaba rumiante y jovial.
– ¿El periódico? – me referí orgulloso, al parecer la lotería me hizo famosoHasta el momento, el Karma supo hacerme grata la vida, dicen que lo que te da en favor, te lo devuelve en forma de maldición, pero en mi caso, el dichoso Karma, sólo me sonreía. Y estaba en lo cierto, volvió al asalto, con más ímpetu si cabe, con impudorosos y fuertes manoseos en mi ya jodidaentrepierna.
Envié una mano hacia su groso muslo, recorriéndolo desde la rodilla, subiendo apasionadamente, restregando con total calentura mis dedos hasta la cintura, bajándolos luego en aquel monte, y frotándolo lentamente al ritmo de los besos y caricias.
Sentir sus entrecortados gemidos que le ocasionaba, en mi boca, su cuerpo restregándose con el mío, sus enormes senos ladeando por mi pecho, todo ello era demencial y surrealista. Pero aquella experiencia de mujer quedó nuevamente comprobada, al aumentar la violencia de su húmedo beso, la potencia en sus lujuriosos manoseos y la agitación de su tibia lengua, haciéndome quedar como tonto gimiente y con el cuerpo estrujado a sus caprichosos palpamientos.
En un intento desesperado por demostrar que no era manso, mandé mis manos tras su rostro, enlacé mis dedos por sus lisos cabellos, la presioné contra mi rostro, y atraje la húmeda lengua lo más humanamente posible hacía dentro de mí.
Se apartó brusca, cogió nuevamente la copa, bebió lo restante, con violencia me atrajo, y tras unir nuevamente nuestros labios, derramó la bebida en mi boca. Y era jodidamente deliciosa.
Llegó el punto del nirvana, aquel momento en el que yo al menos demostraba que los besos mundanos, caricias pervertidas y restregadas excitantes, si bien mundanos a más no dar, ya no eran suficiente para satisfacer las ansias. Se levantó, y tirando de mi mano, nos dirigimos hacia la salida trasera.
El golpe del frío se hizo más fuerte considerando que surgíamos de un averno bailable, a nuestra vista se presentaba un mugriento y grisáceo callejón, únicamente ocupado por unos contenedores de basura. Más al fondo, algunos drogadictos, seguramente tomando coloridas pastillas, pero demasiado lejos estaban como para vernos.
La música desapareció al cerrarse la puerta, aunque aquello ya no importaba.
Como poseída se volcó hacia mí, aún no concebía por qué el destino me sonreía tanto, y acorralado contra la pared, mandó una mano abierta y descarada a mi entrepierna, friccionándola al tiempo en que me volvía a invadir con toda su candente y experta lengua en mi boca.
La rodeé por su ancha cintura, subí por la curvatura en armónica velocidad, y sintiendo la ajustada tela del top, logré levantar y revelar a mi vista, unos insinuantes senos junto a unas rosadas y gigantescas aureolas. Dejé de besarla, me incliné a apretujar un seno, al tiempo en que aprisionaba con mis labios su pezón, y punzaba con la lengua en movimientos circulares, haciéndola gemir estrepitosamente y friccionarse más hacía mí.
Los besos partieron entre los pechos, bajaron lentamente por la deliciosa y lechosa panza, llegando hasta el ombligo, poco me importaban los fastidiosos brillos, y sujetando con ambas manos aquella portentosa cadera, bajé a duras su ajustado pantalón, bragas incluidas, hasta los tobillos.
Aquel capullo carmesí y abultado, húmedo al tacto y floreciente de vellos, fueron mi ruina. Sus manos rodearon mi nuca, y en fuerza tremenda, me abalanzó hacia su feminidad. Fue tal la calentura, fue tal el alcohol, y fue tal el éxtasis, que sin asco recorrí su intimidad como si mi vida fuera en ello. Pasaba la lengua entre aquellos pliegues, forzando la separación de sus abultados labios exteriores en medio de la piel de su velloso pubis.
La sujetaba por las prodigiosas nalgas, sentía como su sudoroso cuerpo vibraba a cada embestida bucal, el clítoris, hinchado tremendamente, palpitaba a cada roce de mi lengua que se abría paso, separando sus voluminosos y húmedos labios, arrancándoles de sus entrañas, fuertes gemidos lastimeros. Volvió a retirar mi rostro, mirándome con su penetrante vista.
De repentino movimiento, cayó arrodillada junto a mí, y tras perderme nuevamente en esos ojos cafés, volvimos a clavarnos un beso de aquellos, acuoso, ruidoso, sin pudor y con violencia. Subí mis brazos y elevó mi camisa, en cuestión de segundos, ambos estábamos desnudos, con nuestras ropas arrojadas en un rincón.
– Levántate – susurró con aire altivo.
Supe elevarme a duras penas, y allí, viéndola de rodillas, tomo mi virilidad con ambas manos, subiendo y bajando por el largor lentamente mientras me seguía carcomiendo con la contemplación gatuna entretanto se relamía los labios.
Observó la palpitante venosa entre sus manos, y tras abrir su boca, lo engulló lenta pero rítmicamente, sellándolo con sus carnosos labios. Una vez introducido todo, comenzó un burdo mete-saca bucal, ella gemía excitantes “emes“, bajé mi vista, viéndola masturbarse sutilmente con una mano en su sexo, y con la otra sujetando lo mío, al tiempo en que su boca devoraba impiadosa y ruidosamente.
Dejó de tocarse, y con total libertino, mandó la mano libre entre mis piernas, agarrando mis más sensibles pertenencias, jugándomelas y estrujándolas entre sus dedos mientras seguía succionando con gozo. Sentía su garganta de golpe, veía mi órgano reluciente bajo sus pómulos. Se alejaba lentamente, y luego abrigaba la tibia lengua humedeciendo como víbora todo el glande, en cuestión de segundos, ya no podía sostenerme de mis piernas, pareció leerme la mente, o fue simplemente su experiencia, ya que al rato cesó la espectacular felación.
Tomó un preservativo de su cartera cercana, y con total delicadeza, sujetó mi virilidad con una mano, y con la otra me la empalmó. Se repuso con leves líquidos preseminales escurriéndole de su sonrisa pícara y alejarse, sumida en una hermosa desnudez, si bien la edad hacía de las suyas en los muslos y algo en las caderas, aquello solo lograba acrecentar mi morbo.
Se acostó en el mugriento suelo, y sonriéndome, abrió pervertidamente las piernas;
– ¿Te gusta lo que ves? – decía sutilmente mientras con dos dedos separaba vulgarmente sus labios íntimos, revelándome aquella fruta rosada, excitante a la vista y seguramente deliciosa al tacto.
Ni pasaba por mi mente el por qué de aquella actitud. ¡Tal vez el dichoso Karma! En un arrebato de lujuria, caí arrodillado frente a su maduro sexo, me incliné y reposé mi rostro sobre el suyo, la sujeté de la cadera, reposé el glande en su fémina raja, y al tiempo en que volvía a besarla, mecí mi órgano dentro de ella en lento movimiento.
Su interior se notó totalmente lubricado para mi arribada, aunque la sentía obviamente demasiado ancha para mí y con el látex interponiendo nuestros cuerpos. Ella mordía mi cuello con intensidad, aplacando así, sus ganas de gritar. Ladeé mi cabeza para rozar nuestros labios, intenté besarla como nunca, demostrarle que podía ir a su velocidad, manosear aquel cuerpo, recorrer con vivo fuego en mis yemas su piel que como el mío, convulsionaba y transpiraba de los poco rítmicos bombeos, las puntas de nuestras traviesas lenguas punzaban y recorrían en movimientos empapados y estrepitosos.
Apoyé mis manos en el suelo, y adquirí más vigor en las arremetidas al ver aquel rostro estrujándose del placer, al sentir sus erectos pezones rozándome el pecho, los vellos contrarios espoleándose mutuamente, al sentir su cadenciosa lengua invadir con soltura mi boca.
Si no fuese por el momento, estaría seguro que todo gemido y gesticulación que ella hacía, era una santa simulación propia de las putas callejeras. Pero para no herir mi ego, me aseguraba en mi conciencia, que ella realmente disfrutaba.
Fui sintiendo como adquiría mayor velocidad, preparándome para el estallido final. Pero debía seguir el juego, aguantar a como dé lugar.
Mil y un pensamientos me venían por la mente, al verla mordiéndose los labios y unirse en candentes besos mientras me arañaba con fuerza la espalda, sentía el vivo fuego de nuestros cuerpos sudorosos y brillantes que se restregaban mientras la penetraba con poca soltura, la manera en que meneaba su cadera para excitarme como nunca, la sensación de abrigar sus calientes paredes interiores que apretaban lo mío con fuerza, sus provocativos pechos presionándose contra mí, con todo ello y más, ¿¡Cómo aguantaría!?
– Dámela – suspiró anhelante, sujetando la espalda, trayéndome más hacia aquel maduro cuerpo abrasador, socavándose los labios y rodeándome con las sudorosas piernas.
Y fue cuando la edad me jugó una mala pasada, sin siquiera darme el lujo del tiempo, libré todo, con una cara de espanto total. Pero ella rió;
– No pasa nada – susurró, acariciando con cierta ternura mis cabellos y con una sonrisa pícara de aquellas- muchos jovencitos no pasaron de cinco minutos conmigo.
Caí rendido entre sus prodigiosos pechos. Quería hacerla mía de nuevo, lo ansiaba, pero me apartó fríamente, se levantó, se dirigió hacia donde yacían nuestras ropas, y se hizo de las suyas. Me repuse, pero lo suficientemente “rápido” como para verla alejarse hacia las calles, sonriente se dio media vuelta, y me lanzó un beso con sus manos. Al retirarse ella, contemplé por última vez su extraordinario trasero bambolearse sutilmente en su caminar. Ni siquiera supe su nombre.
Recogí las ropas, y tras bajarme los ánimos, volví al averno. La música parecía estar finalizando.
Muchos me miraban sonrientes, algunos aplaudían, algunas jóvenes murmuraban entre sí, las otras dos amigas de ella, habían desaparecido hace ratos, y atiné a levantar sonriente los brazos;
– ¡Una ronda gratis para todos! – grité excitado. Palpé mi bolsillo trasero en busca de mi billetera, y fue cuando todo cayó en su pieza;
“…¿ Te conozco de algún lado?” – y seguía buscando mi billetera – ¿Sabía ella quien era yo?- pensé – “…cazafortunas…” murmuró una joven cerca de mí – y volví a recordar como había anunciado a casi medio mundo que no depositaría en ningún lado el dinero- ¿Tan ingenuo fui? ¡Ni siquiera la conocía! ¿Tan creído pude ser, como para pensar que de verdad, aquella me deseó? ¿Existe acaso el sexo sin compromiso y por pura lujuria? Esto último quedó, al menos para mí, al menos en esa noche, totalmente dilucidado.
Mi cabeza se mareaba, mis bolsillos vacíos, recordé que al confirmarle mi aparición en el periódico, se me abalanzó como fiera en aquella esquina oscura del local, los láseres verdosos me fustigaban la vista, los murmullos aumentaban, me comían todos con la vista.
De a poco entendía la motivación verdadera de las letras; “Aléjate mujer, no eres buena para mí“. En ese fastidioso instante quise generalizarlas. Al rendir la búsqueda por mi billetera, atiné a mirar a mis compañeros con unos ojos perdidos y con la sensación del mundo entero mareándose frente a mí;
– Karma… – mascullé.
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