Sinopsis:

Selección de los mejores relatos de Golfo sobre una jefa. 120 páginas en las que disfrutarás leyendo diferentes historias de ellas disfrutando o sufriendo con el sexo.

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Para que podías echarle un vistazo, os anexo el primer capítulo:

Acosado por mi jefa, la reina virgen.
―Manuel, la jefa quiere verte― me informó mi secretaria nada más entrar ese lunes a la oficina.
―¿Sabes que es lo que quiere?― le pregunté, cabreado.
―Ni idea pero está de muy mala leche― María me respondió, sabiendo que una llamada a primera hora significaba que esa puta iba a ordenar trabajo extra a todo el departamento.
“Mierda”, pensé mientras me dirigía a su despacho.
Alicia Almagro, no solo era mi jefa directa sino la fundadora y dueña de la empresa. Aunque era insoportable, tengo que reconocer que fue la inteligencia innata de esa mujer, el factor que me hizo aceptar su oferta de trabajo hacía casi dos años. Todavía recuerdo como me impresionó oír de la boca de una chica tan joven las ideas y proyectos que tenía en mente. En ese momento, yo era un consultor senior de una de las mayores empresas del sector y por lo tanto a mis treinta años tenía una gran proyección en la multinacional americana en la que trabajaba, pero aun así decidí embarcarme en la aventura con esa mujer.
El tiempo me dio la razón, gracias a ella, el germen de la empresa que había creado se multiplicó como la espuma y, actualmente, tenía cerca de dos mil trabajadores en una veintena de países. Mi desarrollo profesional fue acorde a la evolución de la compañía y no solo era el segundo al mando sino que esa bruja me había hecho millonario al cederme un cinco por ciento de las acciones pero, aun así, estaba a disgusto trabajando allí.
Pero lo que tenía de brillante, lo tenía de hija de perra. Era imposible acostumbrarse a su despótica forma de ser. Nunca estaba contenta, siempre pedía más y lo que es peor para ella no existían ni las noches ni los fines de semana. Menos mal que era soltero y no tenía pareja fija, no lo hubiera soportado, esa arpía consideraba normal que si un sábado a las cinco de la mañana, se le ocurría una nueva idea, todo su equipo se levantara de la cama y fuera a la oficina a darle forma. Y encima nunca lo agradecía.
Durante el tiempo que llevaba bajo sus órdenes, tuve que dedicar gran parte de mi jornada a resolver los problemas que su mal carácter producía en la organización. Una vez se me ocurrió comentarle que debía ser más humana con su gente, a lo que me respondió que si acaso no les pagaba bien. Al contestarle afirmativamente, me soltó que con eso bastaba y que si querían una mamá, que se fueran a casa.
―¿Se puede?― pregunté al llegar a la puerta de su despacho y ver que estaba al teléfono. Ni siquiera se dignó a contestarme, de forma que tuve que esperar cinco minutos, de pie en el pasillo hasta que su majestad tuvo la decencia de dejarme pasar a sus dominios.
Una vez, se hubo despachado a gusto con su interlocutor, con una seña me ordenó que pasara y me sentara, para sin ningún tipo de educación soltarme a bocajarro:
―Me imagino que no tienes ni puñetera idea del mercado internacional de la petroquímica.
―Se imagina bien― le contesté porque, aunque tenía bastante idea de ese rubro, no aguantaría uno de sus temidos exámenes sobre la materia.
―No hay problema, te he preparado un breve dosier que debes aprenderte antes del viernes― me dijo señalando tres gruesos volúmenes perfectamente encuadernados.
Sin rechistar, me levanté a coger la información que me daba y cuando ya salía por la puerta, escuché que preguntaba casi a voz en grito, que donde iba:
―A mi despacho, a estudiar― respondí bastante molesto por su tono.
La mujer supo que se había pasado pero, incapaz de pedir perdón, esperó que me sentara para hablar:
―Sabes quién es Valentín Pastor.
―Claro, el magnate mexicano.
―Pues bien, gracias a un confidente me enteré de las dificultades económicas de la mayor empresa de la competencia y elaboré un plan mediante el cual su compañía podía absorberla a un coste bajísimo. Ya me conoces, no me gusta esperar que los clientes vengan a mí y por eso, en cuanto lo hube afinado, se lo mandé directamente.
Sabiendo la respuesta de antemano, le pregunté si le había gustado. Alicia, poniendo su típica cara de superioridad, me contestó que le había encantado y que quería discutirlo ese mismo fin de semana.
―Entonces, ¿cuál es el problema?.
Al mirarla esperando una respuesta, la vi ruborizarse antes de contestar:
―Como el Sr. Pastor es un machista reconocido y nunca hubiera prestado atención a un informe realizado por una mujer, lo firmé con tu nombre.
Que esa zorra hubiera usurpado mi personalidad, no me sorprendió en demasía, pero había algo en su actitud nerviosa que no me cuadraba y conociéndola debía ser cuestión de dinero:
―¿De cuánto estamos hablando?―
―Si sale este negocio, nos llevaríamos una comisión de unos quince millones de euros.
―¡Joder!― exclamé al enterarme de la magnitud del asunto y poniéndome en funcionamiento, le dije que tenía que poner a todo mi equipo a trabajar si quería llegar a la reunión con mi equipo preparado.
―Eso no es todo, Pastor ha exigido privacidad absoluta y por lo tanto, esto no puede ser conocido fuera de estas paredes.
―¿Me está diciendo que no puedo usar a mi gente para preparar esa reunión y que encima debo de ir solo?.
―Fue muy específico con todos los detalles. Te reunirás con él en su isla el viernes en la tarde y solo puede acompañarte tu asistente.
―Alicia, disculpe… ¿de qué me sirve un asistente al que no puedo siquiera informar de que se trata?. Para eso, prefiero ir solo.
―Te equivocas. Tu asistente sabe ya del tema mucho más de lo que tú nunca llegaras a conocer y estará preparado para resolver cualquier problema que surja.
Ya completamente mosqueado, porque era una marioneta en sus manos, le solté:
―Y ¿Cuándo voy a tener el placer de conocer a ese genio?
En su cara se dibujó una sonrisa, la muy cabrona estaba disfrutando:
―Ya la conoces, seré yo quien te acompañe.

Después de la sorpresa inicial, intenté disuadirla de que era una locura. La presidenta de una compañía como la nuestra no se podía hacer pasar por una ayudante. Si el cliente lo descubría el escándalo sería máximo y nos restaría credibilidad.
―No te preocupes, jamás lo descubrirá.
Sabiendo que no había forma de hacerle dar su brazo a torcer, le pregunté cual eran los pasos que había que seguir.
―Necesito que te familiarices con el asunto antes de darte todos los pormenores de mi plan. Vete a casa y mañana nos vemos a las siete y media― me dijo dando por terminada la reunión.
Preocupado por no dar la talla ante semejante reto, me fui directamente a mi apartamento y durante las siguientes dieciocho horas no hice otra cosa que estudiar la información que esa mujer había recopilado.
Al día siguiente, llegué puntualmente a la cita. Alicia me estaba esperando y sin más prolegómenos, comenzó a desarrollar el plan que había concebido. Como no podía ser de otra forma, había captado el mensaje oculto que se escondía detrás de unas teóricamente inútiles confidencias de un amigo y había averiguado que debido a un supuesto éxito de esa empresa al adelantarse a la competencia en la compra de unos stocks, sin darse cuenta había abierto sin saberlo un enorme agujero por debajo de la línea de flotación y esa mujer iba a provecharlo para parar su maquinaria y así hacerse con ella, a un precio ridículo.
Todas mis dudas y reparos, los fue demoliendo con una facilidad pasmosa, por mucho que intenté encontrar una falla me fue imposible. Derrotado, no me quedó más remedio que felicitarle por su idea.
―Gracias― me respondió, ―ahora debemos conseguir que asimiles todos sus aspectos. Tienes que ser capaz de exponerlo de manera convincente y sin errores.
Ni siquiera me di por aludido, la perra de mi jefa dudaba que yo fuera capaz de conseguirlo y eso que en teoría era, después de ella, el más valido de toda la empresa. Para no aburriros os tengo que decir que mi vida durante esos días fue una pesadilla, horas de continuos ensayos, repletos de reproches y nada de descanso.
Afortunadamente, llegó el viernes. Habíamos quedado a las seis de la mañana en el aeropuerto y queriendo llegar antes que ella, me anticipé y a las cinco ya estaba haciendo cola frente al mostrador de la aerolínea. La tarde anterior habíamos mandado a un empleado a facturar por lo que solo tuve que sacar las tarjetas de embarque y esperar.
Estaba tomándome un café, cuando vi aparecer por la puerta de la cafetería a una preciosa rubia de pelo corto con una minifalda aún más exigua. Sin ningún tipo de reparo, me fijé que la niña no solo tenía unas piernas perfectas sino que lucía unos pechos impresionantes.
Babeando, fui incapaz de reaccionar cuando, sin pedirme permiso, se sentó en mi mesa.
―Buenos días― me dijo con una sonrisa.
Sin ser capaz de dejar de mirarle los pechos, caí en la cuenta que ese primor no era otro que mi jefa. Acostumbrado a verla escondida detrás de un anodino traje de chaqueta y un anticuado corte de pelo nunca me había fijado que Alicia era una mujer y que encima estaba buena.
―¿Qué opinas?, ¿te gusta mi disfraz?.
No pude ni contestar. Al haberse teñido de rubia, sus facciones se habían dulcificado, pero su tono dictatorial seguía siendo el mismo. Nada había cambiado. Como persona era una puta engreída y vestida así, parecía además una puta cara.
―¿Llevas todos los contratos?. Aún tenemos una hora antes de embarcar y quiero revisar que no hayas metido la pata.
Tuve que reprimir un exabrupto y con profesionalidad, fui numerando y extendiéndole uno a uno todos los documentos que llevábamos una semana desarrollando. Me sentía lo que era en manos de esa mujer, un perrito faldero incapaz de revelarse ante su dueña. Si me hubiese quedado algo de dignidad, debería de haberme levantado de la mesa pero esa niña con aspecto de fulana me había comprado hace dos años y solo me quedaba el consuelo que, al menos, los números de mi cuenta corriente eran aún más grandes que la humillación que sentía.
Escuché con satisfacción que teníamos que embarcar, eso me daba un respiro en su interrogatorio. Alicia se dirigió hacia el finger de acceso al avión, dejándome a mí cargando tanto mi maletín como el suyo pero, por vez primera, no me molestó, al darme la oportunidad de contemplar el contoneo de su trasero al caminar. Estaba alucinado. El cinturón ancho, que usaba como falda, resaltaba la perfección de sus formas y para colmo, descubrí que esa zorra llevaba puesto un coqueto tanga rojo.
“Joder”, pensé, “llevo dos años trabajando para ella y nunca me había dado cuenta del polvo que tiene esta tía”.
Involuntariamente, me fui excitando con el vaivén de sus caderas, por lo que no pude evitar que mi imaginación volara y me imaginara como sería Alicia en la cama.
―Seguro que es frígida― murmuré.
―No lo creo― me contestó un pasajero que me había oído y que al igual que yo, estaba ensimismado con su culo, ―tiene pinta de ser una mamona de categoría.
Solté una carcajada por la burrada del hombre y dirigiéndome a él, le contesté:
―No sabe, usted, cuánto.
Esa conversación espontánea, me cambió el humor, y sonriendo seguí a mi jefa al interior del avión.

El viaje.
Debido a que nuestros billetes eran de primera clase, no tuvimos que recorrer el avión para localizar nuestros sitios. Nada más acomodarse en su asiento, Alicia me hizo un repaso de la agenda:
―Como sabes, tenemos que hacer una escala en Santo Domingo, antes de coger el avión que nos llevará a la isla privada del capullo de Pastor. Allí llegaremos como a las ocho la tarde y nada más llegar, su secretaria me ha confirmado que tenemos una cena, por lo que debemos descansar para llegar en forma.
―Duerma― le contesté,― yo tengo que revisar unos datos.
Ante mi respuesta, la muchacha pidió agua a la azafata y sacando una pastilla de su bolso, se la tomó, diciendo:
―Orfidal. Lo uso para poder descansar.
No me extrañó que mi jefa, con la mala baba que se marcaba, necesitara de un opiáceo para dormir.
“La pena es que no se tome una sobredosis”, pensé y aprovechando que me dejaba en paz, me puse a revisar el correo de mi ordenador por lo que no me di cuenta cuando se durmió.
Al terminar fue, cuando al mirarla, me quedé maravillado.
Alicia había tumbado su asiento y dormida, el diablo había desaparecido e, increíblemente, parecía un ángel. No solo era una mujer bellísima sino que era el deseo personificado. Sus piernas perfectamente contorneadas, daban paso a una estrecha cintura que se volvía voluptuosa al compararse con los enormes pechos que la naturaleza le había dotado.
Estaba observándola cuando, al removerse, su falda se le subió dejándome ver la tela de su tanga. Excitado, no pude más que acomodar mi posición para observarla con detenimiento.
“No comprendo porque se viste como mojigata”, me dije, “esta mujer, aunque sea inteligente, es boba. Con ese cuerpo podría tener al hombre que quisiera”.
En ese momento, salió de la cabina, uno de los pilotos y descaradamente, le dio un repaso. No comprendo por qué pero me cabreó esa ojeada y moviendo a mi jefa, le pregunté si quería que la tapase. Ni siquiera se enteró, el orfidal la tenía noqueada. Por eso cogiendo una manta, la tapé y traté de sacarla de mi mente.
Me resultó imposible, cuanto más intentaba no pensar en ella, más obsesionado estaba. Creo que fue mi larga abstinencia lo que me llevó a cometer un acto del que todavía hoy, no me siento orgulloso. Aprovechando que estábamos solos en el compartimento de primera, disimulando metí mi mano por debajo de la manta y empecé a recorrer sus pechos.
“Qué maravilla”, pensé al disfrutar de la suavidad de su piel. Envalentonado, jugué con descaro con sus pezones. Mi victima seguía dormida, al contrario que mi pene que exigía su liberación. Sabiendo que ya no me podía parar, cogí otra manta con la que taparme y bajándome la bragueta, lo saqué de su encierro. Estaba como poseído, el morbo de aprovecharme de esa zorra era demasiado tentador y, por eso, deslizando mi mano por su cuerpo, empecé a acariciar su sexo.
Poco a poco, mis caricias fueron provocando que aunque Alicia no fuera consciente, su cuerpo se fuera excitando y su braguita se mojara. Al sentir que la humedad de su cueva, saqué mi mano y olisqueé mis dedos. Un aroma embriagador recorrió mis papilas y ya completamente desinhibido, me introduje dentro de su tanga y comencé a jugar con su clítoris mientras con la otra mano me empezaba a masturbar.
Creo que Alicia debía de estar soñando que alguien le hacia el amor, porque entre dientes suspiró. Al oírla, supe que estaba disfrutando por lo que aceleré mis toqueteos. La muchacha ajena a la violación que estaba siendo objeto abrió sus piernas, facilitando mis maniobras. Dominado por la lujuria, me concentré en mi excitación por lo que coincidiendo con su orgasmo, me corrí llenando de semen la manta que me tapaba.
Al haberme liberado, la cordura volvió y avergonzado por mis actos, acomodé su ropa y me levanté al baño.
“La he jodido”, medité al pensar en lo que había hecho, “solo espero que no se acuerde cuando despierte, sino puedo terminar hasta en la cárcel”.
Me tranquilicé al volver a mi asiento y comprobar que la cría seguía durmiendo.
“Me he pasado”, me dije sin reconocer al criminal en que, instantes antes, me había convertido.
El resto del viaje, fue una tortura. Durante cinco horas, mi conciencia me estuvo atormentando sin misericordia, rememorando como me había dejado llevar por mi instinto animal y me había aprovechado de esa mujer que plácidamente dormía a mi lado. Creo que fue la culpa lo que me machacó y poco antes de aterrizar, me quedé también dormido.
―Despierta― escuché decir mientras me zarandeaban.
Asustado, abrí los ojos para descubrir que era Alicia la que desde el pasillo me llamaba.
―Ya hemos aterrizado. Levántate que no quiero perder el vuelo de conexión.
Suspiré aliviado al percatarme que su tono no sonaba enfadado, por lo que no debía de recordar nada de lo sucedido. Con la cabeza gacha, recogí nuestros enseres y la seguí por el aeropuerto.
La mujer parecía contenta. Pensé durante unos instantes que era debido a que aunque no lo supiera había disfrutado pero, al ver la efectividad con la que realizó los tramites de entrada, recordé que siempre que se enfrentaba a un nuevo reto, era así.
“Una ejecutiva agresiva que quería sumar un nuevo logro a su extenso curriculum”.
El segundo trayecto fue corto y en dos horas aterrizamos en un pequeño aeródromo, situado en una esquina de la isla del magnate. Al salir de las instalaciones, nos recogió la secretaria de Pastor, la cual después de saludarme y sin dirigirse a la que teóricamente era mi asistente, nos llevó a la mansión donde íbamos a conocer por fin a su jefe.
Me quedé de piedra al ver donde nos íbamos a quedar, era un enorme palacio de estilo francés. Guardando mis culpas en el baúl de los recuerdos, me concentré en el negocio que nos había llevado hasta allí y decidí que tenía que sacar ese tema hacia adelante porque el dinero de la comisión me vendría bien, por si tenía que dejar de trabajar en la empresa.
Un enorme antillano, vestido de mayordomo, nos esperaba en la escalinata del edificio. Habituado a los golfos con los que se codeaba su jefe, creyó que Alicia y yo éramos pareja y, sin darnos tiempo a reaccionar, nos llevó a una enorme habitación donde dejó nuestro equipaje, avisándonos que la cena era de etiqueta y que, en una hora, Don Valentín nos esperaba en el salón de recepciones.
Al cerrar la puerta, me di la vuelta a ver a mi jefa. En su cara, se veía el disgusto de tener que compartir habitación conmigo.
―Perdone el malentendido. Ahora mismo, voy a pedir otra habitación para usted― le dije abochornado.
―¡No!― me contestó cabreada,― recuerda que este tipo es un machista asqueroso, por lo tanto me quedo aquí. Somos adultos para que, algo tan nimio, nos afecte. Lo importante es que firme el contrato.
Asentí, tenía razón.
Esa perra, ¡siempre tenía razón!.
―Dúchate tú primero pero date prisa, porque hoy tengo que arreglarme y voy a tardar.
Como no tenía más remedio, saqué el esmoquin de la maleta y me metí al baño dejando a mi jefa trabajando con su ordenador. El agua de la ducha no pudo limpiar la desazón que tener a ese pedazo de mujer compartiendo conmigo la habitación y saber que lejos de esperarme una dulce noche, iba a ser una pesadilla, por eso, en menos de un cuarto de hora y ya completamente vestido, salí para dejarla entrar.
Ella al verme, me dio un repaso y por primera vez en su vida, me dijo algo agradable:
―Estás muy guapo de etiqueta.
Me sorprendió escuchar un piropo de su parte pero cuando ya me estaba ruborizando escuché:
―Espero que no se te suba a la cabeza.
―No se preocupe, sé cuál es mi papel― y tratando de no prolongar mi estancia allí, le pedí permiso para esperarla en el salón.
―Buena idea― me contestó.― Así, no te tendré fisgando mientras me cambio.
Ni me digné a contestarla y saliendo de la habitación, la dejé sola con su asfixiante superioridad. Ya en el pasillo, me di cuenta que no tenía ni idea donde se hallaba, por lo que bajando la gigantesca escalera de mármol, pregunté a un lacayo. Este me llevó el salón donde al entrar, me topé de frente con mi anfitrión.
―Don Valentín― le dije extendiéndole mi mano, ―soy Manuel Pineda.
―Encantado muchacho― me respondió, dándome un apretón de manos, ―vamos a servirnos una copa.
El tipo resultó divertido y rápidamente congeniamos, cuando ya íbamos por la segunda copa, me dijo:
―Aprovechando que es temprano, porque no vemos el tema que te ha traído hasta acá.
―De acuerdo― le contesté,― pero tengo que ir por mis papeles a la habitación y vuelvo.
―De acuerdo, te espero en mi despacho.
Rápidamente subí a la habitación, y tras recoger la documentación, miré hacia el baño y sorprendido descubrí que no había cerrado la puerta y a ella, desnuda, echándose crema. Asustado por mi intromisión, me escabullí huyendo de allí con su figura grabada en mi retina.
“¡Cómo está la niña!”, pensé mientras entraba a una de las reuniones más importantes de mi vida.
La que en teoría iba a ser una reunión preliminar, se prolongó más de dos horas, de manera que cuando llegamos al salón, me encontré con que todo el mundo nos esperaba. Alicia enfundada en un provocativo traje de lentejuelas. Aprovechando el instante, recorrí su cuerpo con mi mirada, descubriendo que mi estricta jefa no llevaba sujetador y que sus pezones se marcaban claramente bajo la tela. En ese momento se giró y al verme, me miró con cara de odio. Solo la presencia del magnate a mi lado, evitó que me montara un escándalo.
―¿No me vas a presentar a tu novieta?― preguntó Don Valentín al verla. Yo, obnubilado por su belleza, tardé en responderle por lo que Alicia se me adelantó:
―Espero que el bobo de Manuel no le haya aburrido demasiado, perdónele es que es muy parado. Me llamo Alicia.
El viejo, tomándose a guasa el puyazo de mi supuesta novia, le dio dos besos y dirigiéndose a mí, me soltó:
―Te has buscado una hembra de carácter y encima se llama como tu jefa, lo tuyo es de pecado.
―Ya sabe, Don Valentín, que el hombre es el único animal que tropieza dos veces con la misma piedra.
Contra todo pronóstico, la muchacha se rio y cogiéndome del brazo, me hizo una carantoña mientras me susurraba al oído:
―Me puedes acompañar al baño.
Disculpándome de nuestro anfitrión, la seguí. Ella esperó a que hubiéramos salido del salón para recriminarme mi ausencia. Estaba hecha una furia.
―Tranquila jefa. No he perdido el tiempo, tengo en mi maletín los contratos ya firmados, todo ha ido a la perfección.
Cabreada, pero satisfecha, me soltó:
―Y ¿por qué no me esperaste?.
―Comprenderá que no podía decirle que tenía que esperar a que mi bella asistente terminase de bañarse para tener la reunión.
―Cierto, pero aun así debías haber buscado una excusa. Ahora volvamos a la cena.
Cuando llegamos, los presentes se estaban acomodando en la mesa. Don Valentín nos había reservado los sitios contiguos al suyo, de manera que Alicia tuvo que sentarse entre nosotros. Al lado del anfitrión estaba su novia, una preciosa mulata de por lo menos veinte años menos que él. La cena resultó un éxito, mi jefa se comportó como una damisela divertida y hueca que nada tenía que ver con la dura ave de presa a la que me tenía acostumbrado.
Con las copas, el ambiente ya de por si relajado, se fue tornando en una fiesta. La primera que bebió en demasía fue Alicia, que nada más empezar a tocar el conjunto, me sacó a bailar. Su actitud desinhibida me perturbó porque, sin ningún recato, pegó su cuerpo al mío al bailar.
La proximidad de semejante mujer me empezó a afectar y no pude más que alejarme de ella para que no notara que mi sexo crecía sin control debajo de mi pantalón. Ella, al notar que me separaba, me cogió de la cintura y me obligó a pegarme nuevamente. Fue entonces cuando notó que una protuberancia golpeaba contra su pubis y cortada, me pidió volver a la mesa.
En ella, el dueño de la casa manoseaba a la mulata, Al vernos llegar, miró con lascivia a mi acompañante y me soltó:
―Muchacho, tenemos que reconocer que somos dos hombres afortunados al tener a dos pedazos de mujeres para hacernos felices.
―Lo malo, Don Valentín, es que hacerles felices es muy fácil. No sé si su novia estará contenta pero Manuel me tiene muy desatendida.
Siguiendo la broma, contesté la estocada de mi jefa, diciendo:
―Sabes que la culpa la tiene la señora Almagro que me tiene agotado.
―Ya será para menos― dijo el magnate― tengo entendido que tu presidenta es de armas tomar.
―Si― le contesté, ―en la empresa dicen que siempre lleva pantalones porque si llevara falda, se le verían los huevos.
Ante tamaña salvajada, mi interlocutor soltó una carcajada y llamando al camarero pidió una botella de Champagne.
―Brindemos por la huevuda, porque gracias a ella estamos aquí.
Al levantar mi copa, miré a Alicia, la cual me devolvió una mirada cargada de odio. Haciendo caso omiso, brindé con ella. Como la perfecta hija de puta que era, rápidamente se repuso y exhibiendo una sonrisa, le dijo a Don Valentín que estaba cansada y que si nos permitía retirarnos.
El viejo, aunque algo contrariado por nuestra ida, respondió que por supuesto pero que a la mañana siguiente nos esperaba a las diez para que le acompañáramos de pesca.
Durante el trayecto a la habitación, ninguno de los dos habló pero nada más cerrar la puerta, la muchacha me dio un sonoro bofetón diciendo:
―Con que uso pantalón para esconder mis huevos― de sus ojos dos lágrimas gritaban el dolor que la consumía.
Cuando ya iba a disculparme, Alicia bajó los tirantes de su vestido dejándolo caer y quedando desnuda, me gritó:
―Dame tus manos.
Acojonado, se las di y ella, llevándolas a sus pechos, me dijo:
―Toca. Soy, ante todo, una mujer.
Sentir sus senos bajo mis palmas, me hizo reaccionar y forzando el encuentro, la besé. La muchacha intentó zafarse de mi abrazo, pero lo evité con fuerza y cuando ella vio que era inútil, me devolvió el beso con pasión.
Todavía no comprendo cómo me atreví, pero cogiéndola en brazos, le llevé a la cama y me empecé a desnudar. Alicia me miraba con una mezcla de deseo y de terror. Me daba igual lo que opinara. Después de tanto tiempo siendo ninguneado por ella, esa noche decidí que iba a ser yo, el jefe.
Tumbándome a su lado, la atraje hacía mí y nuevamente con un beso posesivo, forcé sus labios mientras mis manos acariciaban su trasero. La mujer no solo se dejó hacer, sino que con sus manos llevó mi cara a sus pechos.
Me estaba dando entrada, por lo que en esta ocasión y al contrario de lo ocurrido en el avión, no la estaba forzando. Con la tranquilidad que da el ser deseado, fui aproximándome con la lengua a una de sus aureolas, sin tocarla. Sus pezones se irguieron esperando el contacto, mientras su dueña suspiraba excitada.
Cuando mi boca se apoderó del pezón, Alicia no se pudo reprimir y gimió, diciendo:
―Hazme tuya pero, por favor, trátame bien― y avergonzada, prosiguió diciendo, ―soy virgen.
Tras la sorpresa inicial de saber que ese pedazo de mujer nunca había probado las delicias del sexo, el morbo de ser yo quien la desflorara, me hizo prometerle que tendría cuidado y reiniciando las caricias, fui recorriendo su cuerpo, aproximándome lentamente a mi meta.
Alicia, completamente entregada, abrió sus piernas para permitirme tomar posesión de su tesoro, pero en contra de lo que esperaba, pasé de largo acariciando sus piernas.
Oí como se quejaba, ¡quería ser tomada!.
Desde mi posición, puede contemplar como mi odiada jefa, se retorcía de deseo, pellizcando sus pechos mientras, con los ojos, me imploraba que la hiciera mujer. Si eso ya era de por sí, excitante aún lo fue más observar que su sexo, completamente depilado, chorreaba.
Usando mi lengua, fui dibujando un tortuoso camino hacia su pubis. Los gemidos callados de un inicio se habían convertido en un grito de entrega. Cuando me hallaba a escasos centímetros de su clítoris, me detuve y volví a reiniciar mi andadura por la otra pierna. Alicia cada vez más desesperada se mordió los labios para no correrse cuando sintió que me aproximaba. Vano intento porque cuando, separando sus labios, me apoderé de su botón, se corrió en mi boca.
Era su primera vez y por eso me entretuve durante largo tiempo, bebiendo de su fuente y jugando con su deseo.
Poseída por un frenesí hasta entonces desconocido, me ordenó que la desvirgara pero, en vez de obedecerla pasé por alto su exigencia y seguí en mi labor de asolar hasta la última de sus defensas. Usando mi lengua, me introduje en su vulva mientras ella no dejaba de soltar improperios por mi desobediencia.
Molesto, le exigí con un grito que se callara.
Se quedó muda por la sorpresa:
“Su dócil empleado ¡le había dado una orden!”.
Sabiendo que la tenía a mi merced, busqué su segundo orgasmo. No tardó en volver a derramarse sobre las sabanas, tras lo cual me separé de ella, tumbándome a su lado.
Agotada, tardó unos minutos en volver en sí, mientras eso ocurría, disfruté observando su cuerpo y su belleza. Mi jefa era un ejemplar de primera. Piernas perfectamente contorneadas, daban paso a una cadera de ensueño, siendo rematadas por unos pechos grandes y erguidos. En su cara, había desaparecido por completo el rictus autoritario que tanto la caracterizaba y en ese instante, no era dureza sino dulzura lo que reflejaba.
Al incorporarse, me miró extrañada que habiendo sido vencida, no hubiese hecho uso de ella. Cogiendo su cabeza, le di un beso tras lo cual le dije:
―Has bebido. Aunque eres una mujer bellísima y deseo hacerte el amor, no quiero pensar mañana que lo has hecho por el alcohol.
―Pero― me contestó mientras se apoderaba de mi todavía erguido sexo con sus manos,―¡quiero hacerlo!.
Sabiendo que no iba a poder aguantar mucho y que como ella siguiera acariciado mi pene, mi férrea decisión iba a disolverse como un azucarillo, la agarré y pegando su cara a la mía, le solté:
―¿Qué es lo que no has entendido?. Te he dicho que en ese estado no voy aprovecharme de ti. ¡Esta noche no va a ocurrir nada más!. Así que sé una buena niña y abrázame.
Pude leer en su cara disgusto pero también determinación y cuando ya creía que se iba a poner a gritar, sonrió y poniendo su cara en mi pecho, me abrazó.

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